8 may 2014

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Miguel entro al confesionario. Era el único lugar de la casa que de algún modo siempre estaba aislado del resto, como si estuviese separado del resto de los cuartos por gruesas paredes de piedra o por una enorme cantidad del tiempo. De repente, ahí entre medio de Juliana y Evangelina y Mauricio, había necesitado pensar. Le pasaba cada tanto: Agorafobia, pánico escénico, Nausea, Deseo de irse al bosque, al Mar, al Desierto, o por lo menos lejos del constante murmulleo, de la ola arrullante de voces, cosas, idas y venidas. Y cuando le venia esa inercia de alejamiento, tenia que salir inmediatamente a la calle o a la terraza o, como en ese caso, al confesionario.
Era realmente una celda, hermosa y llena de azulejos que en otro tiempo habrían sido celestes y que ahora eran de un color palido e indefinible, pero una celda al fin. Algo asi como un porche del mas alla, la ultima fortaleza antes del pandemónium de mierda y agua sucia en cuyo final, decía Sabato, reinaban los ciegos. El confesionario tenia muy poca luz, poca ventilación. Solo una claraboya de vidrio grueso y sucio asomaba por una de las paredes. Se oia, como si fuese una gruta, constantemente el ruido a agua y el olor a junco y humedad. Las voces del grupo sonaban como lejanas y extrañas, carentes del sentido de de todos modos debería tener. Miguel las reconocia como tonalidades, casi como colores: Ahí hablaba Mauricio con algo que era como un oxido gris que formaba costras o capas en el aire y en las cosas, ahí se la escuchaba a Juliana, como ondas amarilla o arena movida por el viento, e inmediatamente a Evangelina, que siempre era como naranjas recién compradas en la mejor estación, como un brillo energizante, pero que ahora denotaba otros matices, mas verdes o amarillos, como limones corrosivos. ¿y Gabriel? Era algo como la tierra que se encuentra bajo las piedras en los lugares muy viejos y en ruinas, expresiones que variaban del gris al verde, del muro a la planta trepadora. Alina no hablaba mucho. Costaba (¿le costaba?) escucharla. Era mucho mas un ser visual, una de esas estatuillas de gato siames, entre negro y dorado. Imaginaba que mientras todos llenaban el cuarto con voces, Alina saturaba el espacio con miradas. Siempre era lo mismo: Llenaba todo de miradas. El cuarto entero, ya desde que el había entrado, estaba casi hasta el techo de miradas. Las miradas de Alina, que eran como jabalinas cobrizas que salian constantemente de sus ojos, se acumulaban sobre las cosas. Las había a montones sobre la mesa y las sillas, como si fuese un deposito de chatarra, hierro y bronce por todos lados. Las paredes, los cuadros y los libros estaban casi inservibles de tantas miradas filosas y puntiagudas que tenían clavadas. Alina era siempre asi, insoportable. Uno no podía estar en un espacio con ella por mas de un par de horas sin empezar a reconocerla en el mas inverosímil de los objetos, desde un espejo hasta unas tijeras. ¿No era por eso que se había ido al confesionario? Era muy posible. Muy posible que casi en un acto reflejo, entre defensivo y ofensivo, fuese a refugiarse en el confesionario.
Siempre había sido misántropo, pero desde que la había conocido a Alina estaba bastante peor. Ahora recordaba, como el envenenado que recuerda (siempre demasiado tarde) el sentido de un gusto o un olor particular del aire o la bebida, que ya había pasado por esa situación muchas veces antes,y que si lo había olvidado era en función de la misma maravillosa virtud psicológica que lo salvaguardaba de recordar que color y que aspecto tenia la voz de Alina. Antes, cuando el grupo eran solamente un trio,  El (el burro por delante), Alina y Mauro, Miguel pintaba siempre las conversaciones. Sus productos eran siempre hermosas naturalezas muertas (los días de aburrimiento) o furiosas y retorcidas marejadas de formas coloridas que se devoraban o embestían unas a otras (en los días de discordia). Tambien había los días de exposiciones, y entonces era siempre un motivo de enorme árbol seco pero nudoso (cuando exponía Mauricio) o pajaros volando o piando o haciendo cualquier cosa pero siempre pajaros (cuando exponía Alina, lo que en realidad era una verdadera contradicción). Habia en la trinidad de antaño cierto balance, cierto equilibrio que (ahora sabia) no obstante no podía durar, y que era como la antesala de otra cosa, como un pasillo o la sala de espera para el dentista o la cirugía o el temido diagnostico. Mauricio había sido una parte de esa antesala y Alina tambien.

La Diosa había profetizado en contra suya, eso era seguro. ¿Cómo se iba a dar cuenta Evangelina sino? Por su cuenta no lo habría podido saber nunca. Le daba un poco de pena por Juliana, pero bueno, no había mucho mas que hacerle. Iba a tener que decirle que no, que no era culpa de nadie, pero que no podía llevarla mas al grupo. No se podía tenerlo todo, y si lo pensaba con un poco de seriedad, había sido una estupidez, algo que de tan forzado era heroico. En fin, habría que hablar luego con Evangelina, explicarle lo que ella de todos modos sabia muy bien, lo que podía figurarse y tal vez se venia figurando desde que comenzaron a intercambiar algo mas que palabras sobre colores y simbolos: Que eso, lo suyo, tambien era algo como una antesala, como un pasillo de algo mas.