22 jun 2021

El mito de Sisifo

 Las monedas borboteando en la maquina del colectivo. Es una imagen que no me puedo sacar de la cabeza hace dias. De ahi salto a otras cosas. Los viejos asientos de cuero. Las antiguas ventanillas. Los boletos impresos que se iban acumulando de forma indistinta en los bolsillos del pantalon, de la campera, del buzo canguro.

Ahora que todo es digital aquella magia antigua se ha perdido; Quizas para siempre. Solo puedo acceder a ella a través del tiempo, utilizando el viejo y falible, mas falible cuan mas viejo, de la memoria. Escribiendo asi pareciera que tengo setenta años, pero solo tengo treinta. Treinta y dos, para ser preciso. 

Una vez, hace mucho tiempo - quizas doce años - me prometi a mi mismo que si llegaba a los 33 años (la edad de la muerte de Cristo) sin hacer nada importante entonces iba a considerar seriamente la posibilida de matarme. Ya no recuerdo las razones de esta decision extrema, pero si recuerdo que mi conviccion era muy fuerte. Lo escribi en alguna libreta que tengo guardada en algun cajon. Podria buscarla, pero inteligentemente prefiero no hacerlo. Porque hay cosas que es mejor dejar veladas. El tiempo no solo es un falible almacen sino que tambien es un velo. Rasgar ese velo a veces puede ser muy util, pero en la mayoria de los casos suele ser una estupidez. Los cajones que contienen cuadernitos escritos hace diez años son tan peligrosos como esos otros cajones que contienen un arma cargada. Porque un arma no se dispara sola. La dispara siempre una mano y esa mano es guiada por una idea. Y, ¿quien me asegura que esa idea no esta en alguno de mis cuadernitos? Por lo que recuerdo, debe haber al menos dos o tres ideas lo suficientemente convincentes para motivarme a tomar el arma.

Naturalmente todas estas fueron exageraciones de adolescente. Eso creo o me gustaria me conviene creer. ¿Por que a los 33 años? Supongo que porque a los 20 años 33 años sonaba tan lejano como 50, 100 o 500. Tambien para burlarme un poco de aquellas ideas que en ese entonces, y ahora tambien, me parecian ridiculas. Quizas para probar que morir a los 33 años no significa nada. 

¿por que algunas monedas no eran aceptadas por el misterioso mecanismo de la maquina boletera de los antiguos colectivos? Uno colocaba un puñado de monedas de 25 o 50 centavos y cada tanto alguna moneda caia y seguia cayendo. Como si estuviese vacia, carente de alma. Quizas fuera ligeramente defectuosa en la forma, o minimamente carente de peso. O una obvia falsifiacion que uno podia detectar sencillamente pasando la yema del dedo por la deficiente textura de cobre-niquel. Pero la moneda pasaba y caia por el agujero del vuelto. Y cuando no pasaba, no pasaba. No importaba cuantas veces se la volviera a introducir por la boca-bolillero o a que dios se le rezara: la maquina la escupia con su estoico mecanismo. En esos casos el chofer solia poner cara de pocos amigos y con un gesto te indicaba o bien que pases o bien que te bajes. Muchas veces uno tenia otras monedas y entonces era cuestion de cambiar de moneda como quien cambia de bala - otra vez con lo mismo - pero otras veces la moneda sin alma era la unica que teniamos.

Al final siento que hay algun oscuro paralelismo con cumplir 33 años y el eterno retorno de la monedita pasando una y otra vez, sin detenerse, intentando colar, ser aceptada, integrarse con un mecanismo que la rechaza sin tapujos. Como si todo este tiempo no hubiera hecho otra cosa que seguir intentando hacer entrar la moneda en la maquina; Lograr un credito que fuera suficiente para pagar el boleto. Escuchar finalmente el ruido de la pequeña pero maravillosa impresora integrada dentro de la ticketera y, en vez de escuchar el ruido infernal del circulo metalico rebotando contra el fondo de la maquina, escuchar el suave deslizarse del rectangulo impreso de papel en donde figuraba el importe, la fecha, la hora, la linea correspondiente y un mensaje que aunque anodino no dejaba de ser sugerente: "descienda por atras".

Un certificado de nacimiento, una prueba de que se habia pasado el rito de iniciacion, de que uno estaba ya oficialmente dentro del coche, dentro de la unidad, de que ya estaba "en viaje", o sea en camino, dirigiendose seguro desde el origen hacia el destino.

Por supuesto, nunca he alcanzado ese punto. Todavia no tengo el dichoso boleto, y lo unico que hago es volver a ingresar una y otra vez la misma moneda, con la esperanza de que esta pasada va a ser la buena, de que ahora si, de una vez por todas, de que por fin...