30 ene 2018

La Fabula

                                                                 I

Miguel escribia historias.
Habia comenzado a escribir recien entrado a la adolescencia, sin saber muy bien por que o para que lo hacia. Escribia en su carpeta, entre clase y clase, pequeñas fabulas esopicas.
En vez de usar animales, utilizaba a sus compañeros de clase como protagonistas. Les agregaba cualidades zoomorficas o los cosificaba grotescamente, fusionandolos con los objetos mas dispares. Asi, Ferreira era "el tejon" y Gonzales aparecia como "el cafetera". Tambien estaban “el ojo de tuerca” y “el culo de estatua”.
Por suerte para Miguel, ninguno de sus compañeros estaba al tanto de sus travesuras literarias.
A medida que las historias se acumulaban en forma de hojas y mas hojas, rayadas y cuadriculadas, Miguel fue cobrando gradualmente conciencia de ser un escritor.
La revelacion le llego el dia que, cansado de tener sus fabulas dispersas en las cuatro o cinco carpetas que usaba para las diferentes materias, se decidio a juntar todas las fabulas en una carpeta vieja del año pasado. Lo sorprendio el volumen de su produccion. En casi 8 meses del segundo año de secundaria habia escrito mas o menos 70 fabulas. Haciendo las cuentas a mano alzada, le daba que escribia casi dos fabulas por semana. Si se tenia en cuenta que lo hacia como un pasatiempo, casi sin darse cuenta y sin descuidar ni los estudios ni los deportes ni las consabidas salidas, era impresionante. Al menos eso le parecia. 
Miguel junto las 70 fabulas, las numeró segun la fecha de composicion y las ordeno una tras otra. Lo que mas lo maravillaba era la facilidad con la que habia escrito muchas de aquellas historias. Habia muchas que estaban basadas en situaciones diarias. Otras eran simples proyecciones de sus deseos, imaginaciones fantasticas que desembocaban en el absurdo o en el ridiculo, que culminaban en la tragedia o en la epopeya, negaciones de la realidad o orgullosas afirmaciones de ésta.
En casi un tercio de las historias aparecia un colorido Papagayo azul. En varias era  el protagonista, pero en su gran mayoria era un personaje secundario, un consejero, y en el resto aparecia cumpliendo una funcion meramente testimonial, como haciendole un guiño al lector, para que este supiera que el; Miguel, el creador, estaba disfrazado entre sus personajes, como en las pinturas de Rafael.
Una vez que las tuvo todas juntas, no pudo evitar releerlas. No recordaba al menos la mitad de las historias pero, una vez que comenzaba a leerlas, rememoraba la anecdota que habia inspirado el relato, o revivia alguna emocion propia del momento de la concepcion. Con otras, sin embargo, le ocurria experimentar un sentimiento de extrañeza, como si las hubiese escrito alguien que si bien era un viejo conocido, no era el; Como si las hubiese escrito una version de si mismo casi identica al que las releia, pero ligeramente distinto.
El resultado general de la relectura completa de sus fabulas habia sido la de una felicidad redonda y risueña. Miguel concluyo que le encantaba lo que escribia. En gran parte, seguia obnubilado por lo que el mismo denominaba "una maravillosa fluidez narrativa".
Para ponerle un broche de oro a su produccion, Miguel escribio una ultima fabula, la numero 71. Se titulaba "El vuelo", y contaba una nueva aventura del Papagayo azul. En la fabula, el Papagayo volaba explorando una parte desconocida de la selva. Mientras exploraba le habia entrado sed. Entonces aterrizo a la orilla de un estanque y tomo agua. Continuo explorando un poco mas y, ya cansado, regreso a su arbol favorito, en el cual vivia. Su arbol favorito era un enorme Peteribi.
En el Peteribi vecino estaba Yaya, una pinzon negro-azulada. Yaya aparecia en otras fabulas. Si alguno de los profesores de Miguel hubiese las hubiese leido, se habria dado cuenta sin mucho esfuerzo de que la personalidad de Yaya no era otra que la de Florencia Bianchi, la rubia de anteojos y corte Bobcut que trimestre tras trimestre se mantenia firme como la mejor alumna de la division.
Al papagayo azul le gustaba Yaya casi tanto como a Miguel Florencia, pero gracias a la magia de la transposicion literaria, el Papagayo iba siempre al encuentro de Yaya apenas la notaba. Charlaban animadamente y en las fabulas donde aparecian ambos Miguel habia hecho el esufuerzo, quizas inconsciente, de darle una continuidad a la relacion de ambos pajaros.
Volviendo a la fabula, Yaya le preguntaba al Papagayo por su ultima aventura, y entonces este se sorprendia a si mismo narrando su exploracion como si fuese el mismisimo Platon en sus dias de Poeta. El papagayo, que normalmente era chillon y algo tartamudo (Miguel pensaba secretamente que era este impedimento biologico lo que le habia impedido al Papagayo ganarse el corazon de la picaresca Yaya) se habia convertido milagrosamente en un orador de la talla de un Ciceron o de un Temistocles. No solo era un orador: Era un Poeta, un Simonides, un Verlaine. Para cuando termino de narrar su aventura, Yaya estaba completamente fascinada con el Papagayo. La voz se corrio inmediatamente por la selva y para ese mismo anochecer el Peteribi se habia transformado en un auditorio. Todos los animales iban a escuchar la historia del vuelo del Papagayo. Habia nacido una nueva estrella. 
La fábula continuaba, claro está, narrando los cambios producidos en la vida del Papagayo desde su misteriosa transformación. Contaba como, de simple pajaro comefrutas, se habia convertido en un artista; Mejor dicho: en una celebridad. No solo ofrecia discursos varias veces por semana, discursos que mas bien parecian funciones, que estaban siempre llenas a reventar, pues nadie se cansaba de oir su inagotable elocuencia e inventiva, sino que el papagayo habia incursionado en el genero del teatro, y mensualmente se representaba en la selva una nueva obra de teatro escrita por el. Naturalmente, la escurridiza Yaya al fin se habia casado con nuestro plumifero heroe, y oficiaba de presentadora en todas sus representaciones.
Conmovido por su propia obra, Miguel puso el punto final. Se sentía enormemente satisfecho. Sentia que había trascendido sus propios limites. La fabula numero 71 era una alegoría del valor, una defensa del coraje heroico. Veia claro la metáfora que había creado: La transformacion le llega solo al que se atreve a lo desconocido. Mediante sus pajaros, Miguel desafiaba al mundo a salir de su zona de confort.
Era en su opinión, sin dudas la mejor fabula que habia escrito hasta el momento. Era también la mas larga de todas, pues el resto raramente sobrepasaba la carilla y media.
Mientras mas analizaba sus fabulas, mejor las encontraba. Percibia ahora todo tipo de conexiones brillantes y de sutiles insinuaciones, de “guiños” (como le gustaba llamarles) entre una fabula y las demás. Llego incluso a percibir un entramado que unia varias fabulas en una serie, en un arco. Intento entonces confeccionar un índice que agrupase las fabulas según su moraleja. Luego, intento agruparlas según que animal era el protagonista. Ensayo también un índice en donde era el tipo de final de la fábula el que decidía su lugar en el conjunto. Al final opto por dejar el orden tal cual habían sido concebidas a través del tiempo. Seria responsabilidad del lector, pensaba, encontrar las líneas comunes de su obra. Una vez confecciono este índice ( a mano, también en una hoja de carpeta, que coloco primera) dio por terminada la obra. Solamente le faltaba el título.
No realizo mayores correcciones. Las faltas de ortografía o los pequeños errores de semántica o concordancia quedarían, en su opinión, para el corrector que se encargase de la publicación. Porque se publicaría, de eso estaba seguro.
Claro que la opinión de Miguel sobre su obra era la análoga a la de una madre primeriza sobre su primer hijo: total y completamente imparcial.
Tal era el apego que Miguel sentía por su volumen de fabulas, que seguía llevando la carpeta a la secundaria. No había escrito ninguna fabula en los últimos días, y su natural estado de observación había sido reemplazado por algo parecido al secreto orgullo de un pavo real, un pavo real con una cola invisible para el resto del mundo, pero innegablemente hermosa para si mismo. Con solo sentir el peso de la vieja carpeta en su mochila, se sentía tan contento como si llevase un barco cargado de tesoros.

                                                        II

A mediados del tercer trimestre, se había puesto de moda el pillaje en el aula de miguel. El juego consistía en robar un objeto de alguien que se descuidase, para luego esconderlo y hacerle pasar a su propietario por los mil demonios. En el mejor de los casos, el objeto era devuelto al final del dia o al dia siguiente. En los casos mas graves, podía tardar varios días o directamente no aparecer. Antes del pillaje había sido el puente chino, y antes la guerra fría. Ese tipo de juegos agresivos iban cambiando de mes a mes.
¿Acaso alguien había reparado ya en la extraña carpeta de Miguel, que siempre llevaba pero que nunca sacaba en ninguna materia? Quizas fue la mala leche de algún curioso, quizás la fatalidad que siempre persigue a los objetos valiosos, quizás fue el resultado de la escala social del aula: Miguel no era un chico muy popular, sino que mas bien tendia poderosamente a lo intrascendente.
Lo mas seguro es que haya implacablemente aleatorio, pero ese dia alguien, nunca se llego a saber quien, aprovecho la ausencia de Miguel en el aula para sacar de la mochila una de sus carpetas; De las tres carpetas que había, el destino selecciono la que contenia el volumen de fabulas.
Miguel nunca llego a recopilar con exactitud lo que succedio. Supo que, por supuesto, abrieron la carpeta. La idea, al parecer, era robarle la carpeta de la próxima materia que, en ese caso, era Geografia. Necesitaban confirmar que habían tomado la carpeta correcta. No poca habrá sido la sorpresa cuando descubrieron que la carpeta contenia un volumen entero de Fabulas.
Automaticamente se corrió la voz. Cada chico y cada chica presentes en el aula recibió una o dos fabulas. Otro fue puesto de centinela y una segunda fue enviada a distraer a Miguel todo lo que fuese posible. 
Pese a todas las ricas posibildades que, piensa uno, podrían surgir del hecho de construir fabulas usando como conejillos a tus compañeros de curso, pese a la opinion que tenia el propio Miguel sobre sus fabulas, lo cierto es que sus compañeros las encontraron bastante aburridas y, hay que decirlo, bastante mal escritos. Cierto es que, como mas tarde diría el propio Miguel, la mayoría de ellos eran (cito al anterior) “una parva de monos idiotas que no tenían la menor idea, no digamos de literatura, sino de lengua castellana”, lo cierto es que un lector objetivo habría encontrado también en las fabulas un contenido bastante ordinario. Las transposiciones y mutaciones de sus compañeros eran demasiado evidentes, demasiado obvias. Las situaciones, demasiado construidas. A nadie le hizo gracia ninguna de las escenas que estaban concebidas como momentos comicos, y nadie se emociono con los momentos que Miguel había concebido como parangones de la tragedia. Las lecciones morales, que tan claras y distintas se aparecían a los ojos del autor, no fueron ni siquiera percibidas por sus compañeros. Y aunque eran lo suficientemente estúpidos para no notar muchas cosas, la mayoría se identifico inmediatamente con el personaje en el que Miguel los había ridiculizado. Haciendo honor a la verdad, Miguel no había sido muy benévolo con la gran mayoría de sus compañeros. De hecho, si uno hubiese hecho un balance de los animales de la selva que poblaban sus fabulas, habría tenido que concluir que, salvo el Papagayo y Yaya, la selva estaba poblada por una parva de animales groseros, estúpidos, ridículos, vanidosos, cuando no sencillamente retrasados. Habia a lo sumo dos o tres animales mas que lucían, en alguna fabula, alguna cualidad positiva. En la mayoría de los casos, los animales eran mecánicamente castigados por su propia estupidez. Los consejos del diligente Papagayo casi nunca eran oídos, y este era siempre testigo de las consecuencias de la obsecacion de sus vecinos. En algunos casos, el Papagayo ni siquiera daba el consejo salvador. Como si fuese un dios Homerico, sencillamente observaba como los demás se dirigían ciegamente a su propia tumba. Cuando terminaron de leer las fabulas, varios compañeros se sonaron los nudillos.
Miguel, el listillo de Miguel, iba a recibir su merecido. Eso era lo que resonaba como un eco entre sus compañeros. No se iban a andar con sutilezas. Iban a darle una paliza. Estaban a punto de ponerse en marcha, cuando alguien (una chica de anteojos, con medias a rayas hasta los muslos y peinado bobcut) dio la voz de alto. Todavia no había terminado de leer su fabula.
-       No. – dijo la chica – Vuelvan a poner todo en la carpeta, por orden y todo.
Si hubiesen estado en Japon, la chica hubiese sido la delegada de la clase. Y aunque no era la delegada (en las secundarias porteñas no hay ni siquiera centros de estudiantes) tenia una influencia abrumadora sobre sus compañeros.
Florencia se ajustó los lentes y empezó a leer. Ella era, tal vez, la única lectora objetiva.
Cuando Miguel entro al aula no noto que hubiese pasado nada. Distraido como era, no noto las miradas (algunas furiosas, otras francamente divertidas) de sus compañeros. Fue solo cuando se sento en su banco que noto, con un terror gélido, que su carpeta de fabulas estaba sobre el pupitre. Estaba seguro de haberla dejado en la mochila. Miguel recordó el pillaje. Si había algo que lo asustara mas que el hecho de que sus compañeros leyeran sus Fabulas, era el hecho de que perdieran o destruyeran tan siquiera una sola de ellas. Con un vacio en el estomago, Miguel se reprocho a si mismo no haber hecho copias o fotocopias de sus preciados relatos. Sin decir una palabra, trago saliva y abrió la carpeta.
No podía creerlo: ¡Todo estaba en orden!
El índice al principio, y luego, como en un autentico libro, la primera fabula, con su correspondiente titulo, y mas adelante la numero dos, la tres, la cuatro, y subsiguientes. Aun sin atreverse a sonreir, pero ya con una sonrisa interna, Miguel iba pasando lenta y disimuladamente las hojas de la carpeta.
Era imposible – pensaba – que no las hubiesen leído. Las habían leído, las leyeron. ¿y entonces? ¿eran tan estúpidos de no encontrarse en los animales de la selva?  Miguel pensaba que era posible. Despues de todo, sus metáforas eran demasiado elaboradas. No obstante, había otra posibilidad (cincuenta y tres, cincuenta y cuatro, cincuenta y cinco): Que se hubieran encontrado y, asi y todo, hubiesen reconocido su genio. Era descabellado, si. Descabellado, mas no imposible.
De repente, el corazón de Miguel se detuvo. Habia llegado al final. Mas alla del final de la fabula 70, no había nada. Incredulo, Miguel volvió a pasar rápidamente las hojas: ¡Nada! Faltaba “el vuelo”, ni mas ni menos. Faltaba la fabula numero 71.
Indignado, Miguel levanto la cabeza. Supo inmediatamente adonde mirar. El enojo desaparecio para dejar paso al desconcierto. Florencia Bianchi, alias Yaya, lo miraba directamente a los ojos.
Yaya tenia una mano sujetándose los lentes. La otra descansaba indolente sobre la ultima carilla de “el vuelo”. Su dedo índice estaba clavado en el punto final. Miguel entendio que, por la postura de su cuerpo, había estado leyendo hasta hacia unos segundos. Florencia era una lectora critica, tenia que serlo. Seguramente ya lo había leído varias veces. Tenia el habito de releer mecánicamente un mismo texto hasta que había entendido todos los pormenores del asunto.
Miguel lo supo: había comprendido. No sabia bien que, pero había comprendido. Por eso lo había mirado justo un segundo antes de que el levantase la cabeza y también la viese.
Ese instante duro unos segundos, tal vez un minuto. Miguel no se dio por enterado de que sus compañeros estaban sospechosamente ausentes de aquel puente que se había tendido entre ellos en esos segundos.
Fue solo por un instante, pero a Miguel le parecio ver una sonrisa en la boca de Florencia. La percepción, si ocurrio, fue tan rápida que para cuando proceso la imagen, la sonrisa y hasta el rastro de ella habían desaparecido de la enigmática expresión de la chica. Ahora simplemente lo miraba, sin expresión y con sus ojos algo miopes, detrás del cristal de sus lentes. Al instante siguiente, ni siquiera lo miraba. Habia girado la cabeza y miraba directamente al frente. Sin embargo, su mano aun descansaba firmemente sobre la fabula.
Si Miguel hubiese sido el Papagayo Azul, habría volado inmediatamente al pupitre de Yaya, no tanto para reclamarle su preciado manuscrito como atraído por su plumaje negro-azulado. De todas formas, hubiese recuperado su fabula. Bien mirado, era justamente porque no era como su personaje que había escrito la fabula en primer lugar. Ergo, no solo no se levantó a recuperar su mejor escrito, sino que ni siquiera se atrevió a hablar con Florencia en el descanso antes de la ultimo modulo.
Cuando al finalizar la clase, ya resignado, estaba saliendo de la secundaria, Miguel encontró que Florencia ya había salido. De hecho, estaba parada del lado de la calle, justo al lado de la puerta de salida. Por la mirada que le dirigió, Miguel comprendió que lo esperaba. Miguel atravesó la puerta dispuesto a seguir, pero Florencia lo atajo antes.
-       Veni conmigo – le dijo ella.
Miguel no dijo una palabra. Las cosas habían tomado un giro inesperado. No sabía que esperar de todo aquello. Comenzaron a caminar, ella delante, el detrás.
Habrian caminados dos cuadras cuando Florencia freno de impreviso. Paso la mochila al frente y metio la mano vacia en el bolsillo posterior. La mano volvió a salir, pero aferrando varias hojas de carpeta. Comenzo a agitar levemente el manuscrito, sonriendo nuevamente de forma ambigua.
-       ¿No me lo pensabas pedir? – le pregunto con sorna.
-       Estaba esperando a que salgamos para pedírtelo, no quería lios – Mintio Migel. - ¿ Fuiste vos la que me abrió la mochila? – volvió a decir Miguel, intentando adoptar un gesto serio.
La cara de Florencia, imperturbable, demostró que la estrategia había fracasado.
-       No – dijo ella – Pero no tiene sentido decirte quien fue. Da igual. De todos modos casi no llegaron a leer nada. Apenas los vi, les dije que se dejaran de joder… - Florencia bajo la mirada e hizo una pausa. Al cabo de un instante, dijo – No obstante… no pude evitar leer esto.
“Bien” – pensó Miguel – “asi que después de todo, lo leyó. Lo leyó y lo releyó, lo leyó, lo releyó y lo releleyo, lo recontraleleyo, lo rererereleyo…
-       Bueno, dame nomas – le dijo, alargando la mano.
Florencia comenzó el gesto de alargar la suya propia, que contenia las hojas, pero al instante se detuvo. 
-       Escuchame, Miguel… es muy bueno esto que escribistes. Deberias publicarlo, nada mas.
Extendio la mano y le extendió las hojas. Miguel las tomo con una gélida seriedad. Ella, en cambio, ostentaba nuevamente su mohín de esfinge.
-       Nada mas quería decirte eso. Chau.
Con esa lacónica despedida, agito una mano y se dio media vuelta. Miguel espero unos segundos y, pese a que técnicamente ambos tenían que caminar para el mismo lado para tomarse sus respectivos colectivos, comenzó a caminar para el lado contrario, no sin antes devolver a “el vuelo” a su lugar correspondiente en la carpeta.
Esa noche, Miguel leyó varias veces “el vuelo”. Intentaba encontrar aquello que había encontrado Florencia. ¿bueno? No: Muy bueno. Eso había dicho ella. ¿Qué le encontraba de muy bueno? ¿Habia comprendido la moraleja, el sentido moral de la fabula? ¿o lo excelente era acaso al escritura, la forma, su elección de sustantivos, adjetivos y verbos? ¿habrian sido los personajes? ¿el Papagayo? ¿Yaya? ¿o había sido otra cosa, algo mas, algo que solo podía verse a través de los leves cristales de los lentes de Florencia?
Pese a todas las preguntas que podría querer hacerle, Miguel no hablo con Florencia al dia siguiente, ni tampoco al otro. De hecho, no hablo con ella en toda la siguiente semana, ni la subsiguiente. Por su lado, ella no había vuelto a dirigirle la palabra, y seguía imperturbable en la primera fila de pupitres, respondiendo preguntas de historia y resolviendo ejercicios matemáticos con la velocidad de una calculadora científica.
A la tercera semana ocurrió algo. Monteverde, la profesora de castellano, tenia un anuncio que hacerles: Debido a ciertos motivos que Miguel luego no pudo recordar (¿una beca?, ¿la fundación de quien sabe que biblioteca?, ¿proyecto de fin de año?) todos los alumnos de segundo año de la secundaria tenían que realizar una composición literaria. El tema era libre. La única limitación eran las carillas, máximo cuatro. Habría un jurado integrado por profesores, y la historia elegida como la mejor iría directamente a formar parte de un compilado de historias, una por escuela. El resultado aparecería en un compilado editado por la municipalidad y que se distribuiría en todas las escuelas del municipio. Por otro lado, el segundo y el tercer puesto tendrían menciones honorificas.
Monteverde no había terminado de hacer el anuncio, pero Miguel sentía ya la mirada de Florencia, que durante unos segundos lo fulmino con algo que no podía ser otra cosa que un guiño, que una alusión velada. ¿Qué otra cosa podía ser? Ya se lo había dicho antes, incluso lo pensaba el mismo: Su historia era muy buena y tenia que publicarla.
Sin dudarlo, Miguel se presento al concurso con “el vuelo”, su orgulloso caballito de batalla. Si bien no conocía al resto de las divisiones de segundo año de su secundaria, sabia que eran solamente tres, contando la suya. Habia que sumarle las tres del turno mañana. Seis, seis divisiones. No tenia noticias de que hubiese algún literato entre las divisiones de la tarde, pero uno nunca sabe. De todos modos, podía estar seguro de que iba a ganar en su división. Bastaba con escuchar leer a la mayoría de sus compañeros para quedarse tranquilo en ese aspecto. Ademas, el era un escritor bien versado en el arte de la fabula, del relato corto. No en vano había escrito setenta y un relatos. No en vano su carpeta había sobrevivido al infame pillaje.
El dia designado, los resultados se asignaron en la cartelera frente a la rectoría. Según lo planeado por Miguel, el texto ganador era de su división. Contra lo planeado por Miguel, no era su texto el que había ganado.
“El vuelo”, esa obra maestra de la literatura estudiantil porteña, había logrado una mención honorifica. Habia logrado el segundo lugar, había salido segundo.
¿Segundo? Era increíble. Miguel no salía de su asombro. Los textos, el primero, el segundo y el tercero, estaban clavados uno al costado del otro en la cartelera. Tres pilas, cada una con  fotocopias de los cada texto estaban en una mesa improvisada sobre un caballete. Los alumnos podían llevarse la que gustasen. Era parte de la mención honorifica.
Miguel no podía dejar de mirar la cartelera de corcho. A la izquierda, estaba el tercer lugar: “El escritor Malogrado”, de un tal Roberto Tral. Miguel miro el texto y sintió un profundo desprecio. Ponerle “El escritor Malogrado” a un relato que acababa tercero era casi un chiste, una broma. El autor debería haber firmado como Roberto Troll, no como Tral. Siguiendo hacia la derecha, en el medio, se ubicaba injustamente, pero con valeroso estoicismo, “el vuelo”, su fabula, obra que estaba destinada a un futuro tan brillante como su titulo.
Miguel noto con fastidio que nadie le prestaba atención al segundo y al tercer lugar. Los alumnos se arremolinaban en torno al cuento ganador. En cierto modo, era natural, era ese y solo ese el que iba a ver la consagración de la impresión Gutenberguiana. Los alumnos de varias divisiones se agolpaban y empujaban para ver como se llamaba la obra y quien era el autor. Al no encontrar a un felicitado general, Miguel concluyo que el autor premiado no estaba entre los presentes.
Con una mezcla de fastidio y regocijo, Miguel noto que mas alla de esa curiosidad inicial, nadie se tomaba el trabajo de intentar leer el texto ganador. Esos brutos sentían curiosidad por la novedad, pero no eran capaces de explicar por que el primero era superior al segundo. ¿Quién sabe? A lo mejor los profesores que conformaron el jurado no fuesen sino la versión adulta de esos paletos adolescentes.
Pensando estas cosas, Miguel empezó a sentirse mejor. De hecho, si uno miraba el caballete con las fotocopias, veia que sus compañeros agarraban tanto del ganador como de su propio cuento. De hecho, antes de irse, la mayoría agarraba un ejemplar de cada texto. Eso significaba que por mas palurdos que fuesen, le concedían tanta o tan poca importancia a los tres textos.
Pese a que estaba convencido de la injusticia que habían cometido con él, Miguel tenia verdadera curiosidad por conocer que clase de texto había sido considerado mejor que su brillante fabula. Evidentemente, tendría que ser un diamante pulido y perfecto y, si no era asi, ya se encargaría el de quejarse con Dios y con el Diablo para que le hagan justicia.
Tuvo que esperar aún un poco más, hasta que se sono el timbre de fin del descanso. Entraria tarde al aula, que importaba. Tomandose su tiempo, se acerco a la cartelera. A la derecha, estaba el texto ganador. Se titulaba “La cascada”, y su autor era Florencia Bianchi.

                                                           III

Al leer esto último, Miguel no recordaría mas tarde haber sentido un impacto. Si alguien le hubiese preguntado esa misma noche como había recibido la noticia, le habría dicho que no había tenido ninguna reacción. Incluso le habría narrado con que delicadeza, con que precisión de autómata se había tomado el trabajo de quitar el original de la cartelera y, parado donde estaba, lo había leído.
“La cascada” comenzaba con aires de psicoteatro, o tal vez de texto simbolista. La historia comenzaba con una nota a modo de prefacio. En ella, rompiendo los canones de la narración clásica de Sofocles, la autora le hababa directamente a los lectores y, en primera persona, les advertia que su historia era la continuación de una historia anterior, que esa historia anterior, de un autor diferente cuyo nombre no podía revelar, se llamaba “el vuelo”, y que “si el lector tiene la suerte de leer primero esta otra historia, podrá entonces apreciar la suya propia con lujo de detalles”. Luego de esta advertencia, comenzaba la narración propiamente dicha.
Apenas comenzó a leer, Miguel volvió a tener esa sensación del doble, del Doppelganger. Ese texto o, mejor dicho, el estilo y la fluidez que llenaban los párrafos, era la suya propia, pero de algún modo alterada, modificada, pulida. Los lugares, las descripciones, los tropos para personajes y situaciones, estaban brillantemente calcados de “el vuelo”. Pero no era solo un calco ya que, por momentos, el estilo se volvia corto y directo, honestamente cinico, para luego volver a los aires arcaicos de “el vuelo”. El efecto general era el de un chiste bien contado: los pasajes cínicos se reian a carcajadas del resto de los pasajes, y gracias a esto el texto entero resultaba estilísticamente muy gracioso y pulido. Solo quien hubiese leído ambos textos, el suyo y este propio, podía comprender la tomada de pelo. Pero, ¿no había dicho Florencia que su texto era una continuación de “el vuelo”? ¿De qué iba la historia?
“La cascada” continuaba justo donde “El vuelo” había dejado las cosas, es decir, arrancaba en aquel “vivieron felices y comieron perdices” en el que Miguel había dejado al Papagayo y a Yaya. La historia continuaba con este idilio por algunos párrafos, pero poco a poco se iba modificando el carácter valeroso y noble del Papagayo en el carácter vanidoso e irritable de un pomposo Goethe de los pajaros. Al mismo tiempo, se dejaba ver, también poco a poco, como la admiración y el amor de los demás animales (Yaya incluida) no era mas que una adoracion ciega, basada no en la real comprensión y reconocimiento del genio poético del Papagayo, sino en una total ignorancia de la materia. Finalizando la primera carilla, el idilio había sido falsificado totalmente: Lo que quedaba era una parva de animales brutos adorando servilmente a un vanidoso Papagayo que, como el tonto del pueblo, no notaba cuan ridículas eran sus monerías literarias. Y esto era, sin duda alguna, lo peor de todo. En su fabula, Miguel no había escrito ningún discurso o poema para atribuírselo al Papagayo. Simplemente narraba, en tercera persona, la demostración de las increíbles dotes artísticas de su héroe. Florencia había ido mas alla. La mitad de la segunda carilla, y casi la segunda carilla entera, estaba dedicada a exponer una serie de aforismos y de expresiones ridículas que, según ella, eran las magnificas producciones del Papagayo. Y si bien el texto había arrancado con un narrador neutro en tercera persona, a partir de esta parte era Yaya, en primera persona, la narradora-testigo de las comicas exhibiciones del Papagayo. Lo brillante de la concepción de “la cascada” era que mientras que los demas animales eran demasiado estúpidos para comprender las bazofias del Papagayo, este mismo, aunque inteligente, era demasiado vanidoso para reconocer su fracaso.
La Yaya de “La cascada” no era el inocente y lindo pajarito de “el vuelo”. Habia conservado la belleza, la forma de linda pinzona y el plumaje negro-azulado, pero eso era todo. La Yaya de “La cascada” era una cinica y esclarecida ave. No solo se burlaba de la engañada concepción que el Papagayo tenia de ella (Acto que Miguel considero bajísimo hasta en un pájaro) sino que contribuia con altos niveles de hipocresia a reforzar esta falsa imagen, para luego seguir burlándose. No contenta con esto, Yaya daba su mirada sobre el aspecto físico del Papagayo. Asi, mientras el se veia a si mismo como una hermosa ave azul verdosa, Yaya lo veia como “una paloma que se hubiera metido en un frasco de pintura”.
Si bien era cinica y desengañada, lo cierto es que Yaya no comprendia ni una palabra de la poesía del Papagayo, y solo lo alababa para no contrariar algo que no entendia, y tambien para seguir la corriente general. Un buen dia, comenzando la tercera carilla, Yaya recordó que ese dia en el Peteribi, el Papagayo le comento que había encontrado un estanque, del que había bebido. Yaya se pregunto si, cual la manzana del Eden, no seria el agua de aquel estanque el origen de la transformacion del Papagayo. Volo entonces a la parte desconocida de la selva y, al cabo de unas horas, dio con el estanque. Bebio y el pero, siendo los pinzones mas observadores que los loros y Papagayos, noto que el estanque no era natural: mas bien era una represa, y sus aguas afluían de una corriente que se internaba monte arriba. Haciendo fruto de su nueva inteligencia, Yaya siguió la corriente de agua, que al cabo de un tiempo formo un rio y, luego de casi medio dia de seguir el rio, desemboco en otro estanque, este si natural. El costado sur del estanque estaba cercado por un farallón de roca, y de lo alto de este caia, rápida y correntosa, una enorme cascada.
Yaya observo la caída del agua. Chocaba violentamente contra unas rocas, generando espuma y torbellinos. Cerca de la caída, un grupo de grandes rocas dejaba ver la poca profundida del agua. Yaya volo hasta estas rocas y se poso en una de ellas.
La historia proseguia. Yaya encontraba un pez, que resultaba ser una especie de Surubi o de Dorado, no quedaba claro, pero de cualquier manera era un pez mágico. Este pez le revelo a Yaya que bastaba con beber del primer estanque para alcanzar una idiotez rayana en la locura. Era solo cuando se bebia del segundo que uno alcanzaba la iluminación. Yaya bebio del segundo estanque, y volvió a la normalidad. El pez le dijo entonces que la sabiduría era saberse libre de la estupidez, y luego desaparecio.
Al Final, yaya regresa y convence a los animales para que dejen de reverenciar estupideces que no entienden. Entonces los pajaros, bichos, peces y animales de la selva se olvidaron definitivamente de las palabras, y volvieron cada uno a sus cosas propias: los bichos a cavar, los pajaros a piar, los peces a nadar y los animales a correr y esconderse. Solo el Papagayo se obstino en su locura, “narrando y escribiendo todo tipo de fabulas ridículas y envidiosas sobre los demás animales”. Al final, Florencia cerraba el texto diciendo que esta era la razón por la cual loros y Papagayos podían usar las palabras y hacer imitaciones, por mas que no entendiesen realmente nada de lo que decian. Las ultimas palabras del texto decían: “Aunque, claro, también están ciertos seres humanos”.


                                                              IV

Cuando termino de leer “La cascada”, volvió a leerla, incrédulo. La leyó varias veces, cinco o seis como minimo. Luego, sin saber bien lo que hacia, leyó también “El escritor Malogrado”. Despues de todo, había que ser justos. La fabula era una satira entera, de pies a cabeza, de un muchacho que intentaba llegar al éxito literario pasando por todos los generos y posturas intelectuales. Al final, fracaso tras fracaso, terminaba predicando algo como un ascetismo literario, para terminar convertido en un critico obtuso y resentido al que, de todos modos, nadie leia. Aunque la historia era otro claro ataque hacia el, Miguel pensó que de todos modos estaba bastante bien escrita. Una nota en birome roja, sin duda de alguno de los jueces, destacaba el esfuerzo pero remarcaba un parecido con una obra de algún escritor al parecer bastante conocido. Miguel no podía pensar que ese autor conocido fuese otro que el mismo, pero como aceptar que los profesores conocían su obra, aun inédita, era demasiado increíble incluso para su ego, tuvo que descartar esta teoría y aceptar que el tampoco conocía entonces aquel autor celebre.
Como había perdido un buen tiempo leyendo las obras, Miguel iba a entrar tarde a clases. Tan solo pensar en entrar nuevamente al aula y enfrentar las miradas burlonas de sus compañeros (ahora comprendia por que todo el mundo había agarrado un ejemplar de cada cuento) le provoco un nudo en la garganta. Como desde lo ocurrido en pillaje tenia por costumbre salir al recreo con su mochila, Miguel decidio saltearse la clase e irse a su casa. Era viernes. Tenia dos días por delante. Dos días libres de fabulas, libres de humillantes segundos puestos, libres de escritoras como Florencia Bianchi.
No obstante, Miguel uso los dos días del fin de semana para hacer una concienzuda revisión de sus fabulas: el personaje de Yaya tenia que ser eliminado. Tuvo que rehacer decenas de párrafos, modificar finales enteros, pero luego de dos días de trabajo continuo había conseguido borrar de su universo literario cualquier rastro de la existencia de la odiosa Pinzon.
El Lunes se levanto tarde. Habia tenido varios sueños absurdos, de los que era mejor no acordarse.
Si bien Miguel no esperaba que la movida del concurso se olvidase de un viernes a un lunes, la verdad es que no tenia idea de cuan mal estaban para el las cosas en su aula.
Lo cierto es que el plan de Bianchi había sido brillante. Habia convencido a Miguel de que participase del concurso justo con la obra que ella había leído. Si Miguel hubiese elegido cualquier otra de las 70 Fabulas, nada hubiera pasado. Puesto que Florencia no delataba al autor de “el vuelo”, la única manera de que se supiese quien era el autor era que los demás leyeran la fabula con su nombre como autor. Lo maquiavélico, lo realmente enloquecedor de su plan había sido contemplar que los profesores podían llegar a ser complices de la chanza. ¿habian leído ambas historias y habían pensado que era brillante publicar ambas? ¿habrian creido que ambos, Miguel y Florencia, estaban de acuerdo o habían trabajado juntos confeccionando las fabulas? ¿o acaso no notaron la conexión, y la publicación de ambas obras una al lado de otra fue producto de la casualidad? Si este ultimo era el caso, entonces mas alla de la chanza y la derrota, “el vuelo” había llegado por si mismo hasta el segundo puesto. Podian reírse de el, pero era casi el mejor escritor de toda su escuela.
En cambio, si los profesores habían notado la chanza (lo cual era probable, debido a lo explicito de la nota inicial de “la cascada”), entonces cabia pensar que habían publicado su obra solamente para resaltar la obra de Florencia, que entonces les parecería genial sin duda alguna. Publicar solamente “La Cascada”, por mas bien escrita que estuviera, no valia la pena. Sin los datos de su fabula, la de Florencia quedaba con muchos cabos sueltos, sus ironias quedaban injustificadas, sus dardos sin blanco en el cual dar espectacularmente en el centro.
Miguel se dio cuenta que lo inmoral del asunto, que la verdadera burla, estaba en que “La cascada” era verdaderamente genial si anteriormente se había leído “el vuelo”. La fabula escrita por la rubia del bobcut era una maravillosa orquídea, un parasito delicadísimo e interesante, pero a fin de cuentas era eso: un parasito, un hongo. Habia usado a “el vuelo” como abono, y se había salido con la suya.
La existencia de “El escritor Malogrado” solamente era la prueba del alcance que había tenido la genialidad del plan combinado con la pasmosa popularidad de Bianchi. Si chicos de otras divisiones se habían tomado el trabajo de escribir una historia parodiándolo, entonces tenia que ser el hazmerreir de toda la escuela.
Casi sin darse cuenta, Miguel se sentía bastante abatido. Habia dejado su volumen de fabulas en un cajón de su casa. Si bien no había cambiado de opinion con respecto a su obra, no tenia intención de dejar que ninguno de sus compañeros volviese a leer nada suyo. Como para cerrar la paliza intelectual del viernes, el primer recreo del Lunes lo recibió con una paliza mas bien corporal. Los compañeros que habían notado su transformacion en estúpidos animales en las fabulas de Miguel habían suspendido la paliza por orden de Yaya, pero la suspensión era solo temporal.  Una vez que se ejecutara el plan de Bianchi, le iban a dar para que tenga. Vox populi, Vox Dei.
Al dia siguiente, cuando se sento en su pupitre, encontró tallada en la madera la palabra “Papagayo”. Al dia siguiente, y luego de otra paliza (menos copiosa y mas residual) alguien había tachado la ultima vocal, y la inscripción se había transformado en “Papagay”. Como era de esperarse, nadie podía dejar pasar un apodo tan divertido, y desde entonces para todos era Miguel Papagay, Papa gay, sencillamente Gay para los perezosos, y hasta se llego a la curiosa versión de Migay, la cual sonaba particularmente jocosa si se la pronunciaba con acento británico.
Por su lado, Florencia hizo como si nunca hubiese ocurrido nada de todo aquello, y continuaba con su asistencia perfecta y un promedio general que tendia constantemente a las dos cifras.
Hizo, si, cuando se entero que su fabula iba a ser publicada, un intento por modificar el titulo de la historia. Según le explico a los profesores, habían entendido mal la letra del original. Era sabido, y sus compañeras podían dar fe, de que todas sus letras se parecían a la letra c cursiva. Sobre todos u g, tan poco pronunciada, y también su t, de angulos tan curvos y cerrados. Y entonces resulta, señorita Monteverde, que mi historia no se llama “La Cascada”, sino “La Gastada”. Y la señorita Monteverde comprendía, claro que comprendía. Habian leído tantas historias, una detrás de la otra, que fácilmente podían haber tomado una o por una q o una e por una t y, entonces, ¿era imposible tomar una G por una C y una t por otra c? Monteverde era increiblmente estúpida, pero por suerte para Miguel, las historias ya se habían mandado a la editorial que las compilaría y era demasiado tarde para hacer cambios en los títulos.
Florencia rio y dijo que bueno, que no importaba.
Ese era el último recuerdo que tendria Miguel de Florencia Bianchi. No volveria a ver a la chica de medias a rayas y anteojos, pero por largo tiempo soñaría con Pinzones. Particularmente, con la caza de pequeños pinzones negro-azulados.
Al terminar el año, Miguel dejaría el comercial para cambiarse a una secundaria con orientación artística, especialmente orientada a literatura.


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26 ene 2018

El cascabel

Milena odiaba la casa, o eso creia. Para empezar, no le habian preguntado (que ella recuerde) si queria o no queria mudarse. La habian trasladado, mudado abruptamente, como si fuese un mueble o fuese pancho, el perro dachshund marron que habian comprado recien el año pasado.
Desde que estaba en esa casa, Milena dormia muy poco; Y lo que dormia, lo dormia mal. Antes, en la vieja casa, podia dormir de un tiron todo lo que quisiese; Podia dormir largas siestas verdes  en el fresco del jardin trasero, ya fuese a la sombra del sicomoro o echada en la hamaca paraguaya.
En la casa, todo eso era imposible. No habia sicomoro ni jardin. La casa no tenia ni siquiera un misero patio (se lo habia dicho inutilmente a Papa el primer dia, bastante desconsolada) y estaba horriblemente pintada. Era como si hubieran contratado a un pintor diferente para cada habitacion o, como mas tarde le dijo a Lisa, como si hubieran pegado con cinta Scotch habitaciones de casas diferentes.  La distribucion de los muebles no era menos desagradable, ademas de ridicula. Milena no podia caminar sin llevarse puesta alguna mesa ratona o sin mover de lugar algun cuadro con un marco estupidamente grueso. Andar caminando de cuarto a cuarto con las luces apagadas era sencillamente suicida. Pero lo peor de todo era la temperatura: la casa tenia una temperatura uniformemente espantosa.
De todas las cosas en la tierra creada por Dios, Milena odiaba, tenaz y religiosamente, el calor. Y justamente esa casa de porqueria era tan calurosa como una pava llena de agua hirviendo. Milena no podia creer lo rapido que se calentaba una habitacion cualquiera apenas minutos despues de que el sol de la mañana comenzara a darle a las paredes exteriores. Las paredes debian estar hechas de argamasa o de ladrillo cocido, como si algun aborigen extremadamente inteligente hubiese conseguido hacer pasar una choza de barro cocido por una casa normal  para luego vendersela al estupido de su papa. Cada vez que Milena sentia en el cuerpo la pesadez provocada por el calor, no podia evitar extender el odio a la casa hacia el odio hacia su papa (primero) y hacia el resto de la humanidad (despues) para terminar, al cabo de unos minutos, por declararle la guerra el universo entero.
Odiaba la desproporcion reinante, el bochorno silencioso de la tarde, el interminable ladrido de los perros, la inutil esterilidad de las paredes, el crepitoso arrastrarse de las sucias hojas por el pasillo colorado pero, sobre todo, odiaba al cascabel.
Casi siempre, el cascabel aparecia de tarde, justo cuando el punto maximo de calor invadia la casa, convirtiendo todo en una version babosa y transpirada de si misma. Justo cuando Milena sentia literalmente ahogarse en la pesada humedad del verano, casi al borde de la asfixia y asediada por las moscas y los mosquitos, se oia el sonido del cascabel.
Apenas lo oia, todo el odio (el de la casa, el de su papa, el de la vida misma) se concentraba, corregido y aumentado, sobre el Cascabel.
No habia ninguna razon comprensible para ese hecho, para esa concentracion casi sobrenatural de odio  y desprecio. Era como un iman. Sencillamente todas las disconformidades y pequeñas venganzas tendian a unirse en una gran celula de furia ardiente y ciega.
Y sin entenderlo en realidad, Milena comprenderia mas tarde lo que la pequeña Milena comprendio sin entender: El cascabel era su Nemesis. Inexplicable y ridiculemente, si, pero su Nemesis a fin de cuentas.
De todas las asquerosas y vergonzosas cualidades del Cascabel, la mas irritante era, sin duda alguna, su enloquecedora capacidad de no ser visto. En los meses que Milena paso en la casa, no pudo ver al Cascabel ni siquiera una vez. Lo peor del Cascabel era la terquedad de caracter que mostraba en presentarse mas como una presencia intangible que como un ser tridimensional, limitado por el espacio y el tiempo y por lo tanto subsumido a las limitaciones de la geometria y la fisica, los ejes cartesianos y Dios sabe cuantas cosas mas.  Milena lo habia sentido llegar siempre por el preciso pero no por eso satisfactorio sentido del oido. Por ejemplo, podia escuchar el Cascabeleo en la ventana del porsche, o sentirlo colarse por una ventana abierta del baño o de alguna pieza. A veces lo oia en algun lugar indeterminado del tejado. Era insoportable.  Sentia sus paso cuando caminaba por las tejas. Sentia el peso de su cuerpo cuando lo oia chocar contra el piso luego de arrojarse verticalmente desde alguna pared descuidada. Sentia los golpeteos solapados de sus pies cuando lo imaginaba reptando agazapado por el pasillo colorado. Pero mientras Milena corria hacia el lugar de los ruidos, oia al Cascabel alejarse sin dilacion.
Gran parte de la invisibilidad del Cascabel consistia en su demoniaca inteligencia. La otra, en que era un animal de marcados habitos nocturnos. La oscuridad y el calor contribuian eficazmente en disminuir la agudez mental de Milena, que se sientia siempre como un animal acuatico intentando valerse en tierra firme. Habia esperado (en vano) varias veces detras de una puerta o bajo el marco de una ventana, armada con un palo o con una bolsa de nylon, lista para la implacable caza del odioso cascabel.
Milena estaba ferreamente convencida, desde la punta de sus trenzas hasta lo mas intimo de su ser, de que el Cascabel era un ente total y completamente maligno, creado exclusivamente para fastidiarla a ella y a sus dias con sus noches correspondientes. Sin faltar a la verdad, habia que aceptar que Milena lo habia odiado desde el primer momento, desde la primera recepcion sonora de la bolita de metal chocando contra las paredes de cobre de la campana en miniatura.
El Cascabel habia descubierto en si mismo (o eso creia) a un estratega tan impredecible como implacable. Si sus ojos color aceituna hubiesen podido expresarse en el lenguaje de las palabras humanas, no hay duda en que no habria dudado en compararse con un Napoleon o con un Tsun Bin.
Como si fuese una bestia particularmente sensible al odio, el Cascabel se habia percatado instintivamente de la enemistad de Milena, y  como buen adversario, no perdia la oportunidad de fastidiarla, de ridiculizarla o de burlarse de ella. Con feliz tino habia descubierto en el calor y en el atardecer dos puntos debiles de su enemiga, y no perdia oportunidad para atacarla desde los mas reconditos lugares de la casa, a la cual podia entrar por mil y una aberturas y escondrijos.
Las humedas paredes ofrecian convenientes conos de sombra. Las puertas siempre estaban entornadas. Las ventanas, quizas como resultado del calor agobiante, se mantenian enajenadamente abiertas a la espera de alguna inexistente corriente de aire. Entonces, sin hacer otro ruido que el tintineo de un cascabel, meterse por la ventana que estaba mas lejos del alcance de Milena, para luego comenzar a acercarse sigilosamente, escondiendose en las esquinas o entre los muebles mal apilados. El cascabel solia comerse las cosas que quedaban en los platos y destruir los pequeños objetos que tenian en olor de Milena. Lo hacia por pura diversion. Milena pensaba que lo hacia por pura maldad.
De todas tacticas posibles, la preferida del Cascabel era molestar a Milena a la hora de la siesta. La idea era de una sencillez demoniaca: consistia en rondar el cuarto de Milena desde todas las direcciones posibles, ya fuese caminando sobre el techo o paseandose bajo la ventana que daba al pasilo colorado, por la cual el sol entraba con su furia callada, convirtiendo la pieza en poco menos que una pava hirviendo.
A Milena la enloquecia no poder dormir. No importaba cuantos ventiladores usara, que durmiese tapada o desnuda, que cerrase la ventana o bajase la persiana. El calor estaba igual y, como si eso fuese poco, tambien estaba el asedio de ese cascabel asqueroso, inmundo, mas persistente que un enjambre de mosquitos. Lo peor era que, a medida que pasaban los dias, los ataques del cascabel se hacian mas y mas atrevidos, mas y mas violentos. Ya no le bastaba con aparecer y desaparecer, con enloquecerla toda la tarde con ese ruidito insoportable de bolitas moviendose en una campana miniatura. A Milena le habia parecido oir, justo esa misma tarde, al cascabel entrando por la ventana de su cuarto. Para cuando llego a encender la luz del velador, el cascabel ya habia salido. Habia vuelto a escuchar el campanilleo, y en el cuarto flotaba un inconfundible olor a pelo mojado. Desde esa tarde, Milena tenia siempre cerrada la ventana de su habitacion.
Lo siguiente fue arrojarse contra la ventana, o bien contra la puerta. Cuando el cascabel se arrojaba violentamente contra la puerta de madera o contra la ventana de vidrio y chapa, hacia un ruido espantoso. Milena no podia evitar, adormilada como estaba, sobresaltarse ante el golpe repentino. Para cuando salia afuera de la pieza, el astuto cascabel habia desaparecido, dejando algo como el eco de una risa en el aire.
Asi fueron pasando las semanas, y Milena comenzo a sentirse prisionera en su propia casa. Estaba mas irritable que de costumbre, y habia pasado de su habitual silencio hosco a una desvergonzada rebeldia de las palabras y los actos: constestaba siempre tarde y de mala gana, no comia nunca lo que le preparaban y habia convertido su habitacion en un completo desastre.
Una tarde, esa actitud le trajo problemas. El incidente no fue grave, pero como resultado fue enviada a la cama sin cena mediante. Milena dio un portazo, apago la luz y se acosto. En la pieza hacia mas calor que nunca. Milena dio varios giros en la cama. Pataleo y braceo, y las sabanas y almohadas terminaron en el suelo. Apretando ferozmente su cara contra el colchon, Milena se mantuvo en inmovilidad total. La ventana, casi cerrada en su totalidad, dejaba abierto un pequeño rectangulo de oscuridad. Milena sabia que, tarde o temprano, el cascabel iba a presentarse. Lo espero pacientemente por algunas horas, pero al final termino por adormilarse. Se habria quedado al fin felizmente dormida si no hubiese oido, casi en sueños, un sonido seco y escabroso. Era una toz. Milena tuvo un segundo para pensar, extrañada, que nadie que no fuese ella misma podia toser en esa habitacion, porque estaba sola. Pero esto ultimo no pudo terminar de pensarlo, ya que un dolor agudo en el costado la hizo literalmente saltar de la cama. ¡un golpe, eso habia sido un golpe! El temor y el sobresalto de Milena se transformaron inmediatamente en odio. En el preciso momento en que le habia llegado el dolor, algo en su mente se lo habia susurrado. No, no habia sido un golpe, habia sido una mordida.
Y en el mismo instante en que Milena salto de su cama, y en el mismo acto de saltar, dio un manotazo feroz. El manotazo cayo, por instinto o por pura suerte, sobre una sombra negra que habia salido disparada de su cama en el instante mismo en que ella saltaba.
Milena dio un grito atroz. Su mano se habia cerrado, violenta como una pinza, sobre un cuello peludo y apestoso. Lo que fuese que hubiera atrapado, se retorcia desesperadamente por zafarse de la presion de la mano. Milena penso que era una suerte descender del fornido mono. Sus manos eran largas y aterradoramente fuertes para ser las de una nena de trece años. Con una sonrisa apenas insinuada, Milena hecho todo el peso del cuerpo sobre el cascabel. Intento usar la otra mano para agarrarlo de algun lado. Recibio algo que dolorosamente interpreto como otro mordisco, y entonces lo que hacia que Milena fuese Milena, dejo de funcionar.
Se paro y arrastro a la cosa. Se llevo el pulgar derecho a la boca y chupo. Sangre. La mordida sangraba. El sabor ocre e inconfundible de la sangre. Milena apreto los dientes. Levanto en peso a la cosa y la golpeo contra el piso. Luego la levanto y volvio a golpearla contra la pared. Ahora la sujetaba con las dos manos. Cada vez que el cuerpo de la cosa golpeaba algo, Milena escuchaba el sonido del cascabel, que solo contribuia a renovar el odio que sentia. Lo golpeo hasta que ya no pudo levantar los brazos.
Milena abrio la puerta y camino hacia el baño. Todavia tenia aferrada aquella cosa peluda, caliente y apestosa con la mano izquierda. Mientras caminaba, miraba al frente. No vio lo que era aquella cosa hasta que entro al baño y la dejo caer en el centro del piso de baldosas verdes. Para prevenir cualquier escape, le puso un pie encima. De todos modos, aquello no parecia moverse. Milena entonces prendio la luz. Ahi en el piso, respirando con dificultad, habia un enorme gato tricolor. En el cuello tenia un collar de cuero con un cascabel. Milena lo miro con asco. El pelaje blanco, negro y de un marron verdoso que se asemejaba a la mierda, parecia increiblemente sucio. Milena aumento la presion que hacia con el pie sobre las costillas del gato, y este emitio un leve quejido. Milena retiro el pie, y entonces el gato intento ponerse de pie. Antes de lograrlo habia recibido una patada directo a la cabeza, la cual volvio a dejarlo en posicion horizontal. Milena se dio cuenta de que el cuarto de baño, ese dia, a esa hora de la madrugada, estaba maravillosamente fresco.
Todas las mañanas, la mama de Milena iba al baño primero que nadie. Primero se lavaba la cara. No una, sino dos veces. Luego, claro esta, los dientes. Y despues, si tenia ganas, se sentaba a hacer pis mientras leia algun suplemento de espectaculos o alguna revistita. Imaginen ustedes la convulsion de tripas que habra tenido al levantar la tapa del inodoro y encontrar al cascabel completamente embutido, con medio cuerpo fuera del agua y medio cuerpo, mitad en la que lamentablemente estaba la cabeza, sumergido.

16 ene 2018

Capricho 59 de 80

Parpadeo, parpadeo, parpadeo. El sol cae oblicuo sobre el dorso de mi mano, mientras que la palma sostiene mi cabeza. Siento frio y calor al mismo tiempo. Calor, como condicion general de la existencia en Buenos Aires el mes de Enero. Es casi como estar nadando en el mar. La camisa, el pantalon y las medias estan, de tanta humedad, al borde de la putrefaccion. Siento la tela sintetica pegada a mis pantorrillas y a mis muslos. Siento el algodon naranja de mi camisa pegarse a mis hombros y a mis flancos como una especie de parasito, como una anemona.
Veo enormes y violentas manchas rojas. Corpusculos del espiritu del fuego, solidificado, atraviesan la rejilla de mis dedos, la pantalla de mis manos, y sin piedad iluminan la oscuridad que en vano busco al refugiarme tras mis parpados. ¿y el frio? Me aferro al frio con toda la fuerza de mi mano izquierda. El frio es la salvacion, algo asi como un ancla. Sin el, nada me salvaria de naufragar en el mar de esa sustancia viscosa que llenaba todos los pulmones de la ciudad. 
Calor, un calor insoportable. Se me ocurre que desmayarme seria una idea fantastica. Dejar de ser, por unos segundos o para siempre. Venia teniendo la sensacion de ser aquella figura de Goya que sostiene inutilmente una enorme lapida. Pienso que para que, y que desmayarse seria precisamente dejarla caer de una vez por todas. Va a caerse de cualquier manera. 
De cualquier manera, no iba a ser ese dia. Tenia que cortar la reflexion. El frio en mi mano izquierda estaba comenzando a parpadear, a menguar. Abro los ojos y rascandome la cabeza me llevo a la boca la chopera llena de una cerveza barata. 
Mientras voy tragando mecanicamente ese fluido parecido al agua sucia de un trapo de piso, veo un maravilloso color celeste brillante. Me maravilla su uniformidad, su limpidez, su enormidad. Recuesto la cabeza en el incomodo respaldo de la denostable y castigada silla de plastico. Con la vista fija en el cielo, tanteo sobre la mesa como un ciego hasta que por fin una de mis manos da con la botella. Con la otra mano encuentro el vaso, y al mismo tiempo que comprendo que en cualquier direccion hay un espacio infinito a recorrer, voy reemplazando el reducido espacio de trescientos treinta centimetros cubicos de aire por otros trescientos treinta centimetros cubicos de cerveza con gusto a pis pero definitivamente mas fria que el anterior aire. Y es que no necesito respirar tanto como necesito lo otro, la desintegracion, la caida. Bajo la cabeza y mientras vuelvo a vaciar de un tiron mi vaso, mantengo perdida la mirada en el hospital que tengo enfrente. Tiene paredes grises y, casi en la esquina, un jardincito. El jardincito me recuerda a los monasterios. Es una pequeña selva, tan lleno de plantas esta. Y en el fondo, hieratica, una escultura tamaño real de la madre y el niño. Santa Ana y el niño, la virgen de las rocas, Isis y Horus, una imagen tan vieja como la reproduccion humana. Asi de viejas son las imagenes de la vida.
Claro que las otras, las de la muerte, no son sino un poquito menos antiguas.
Mi mano y mi brazo derecho, que cuelgan un poco como una liana del borde de la mesa, son la unica notificacion visual de que soy algo mas que un espiritu que percibe. Tengo en ese momento una arrebatadora sensacion de idealismo Berkeleyano. De repente me asalta la insoportable levedad del ser de la que, me imagino, debe hablar Milan Kundera en su libro homonimo que jamas lei ni leere.
Me asalta la indescriptible sensacion de que mi vida no es para nada real. Lo mismo me da morirme o seguir viviendo. Vivir o morir no son mas que palabras sin sentido. Se que si reflexiono puedo romper el hechizo, asi que no reflexiono. Por el contrario, hago algo como soltar anclas. Recuerdo a Castaneda mirando el agua al costado del rio. Fluir, fluir como el agua. Ya no se donde estan mis brazos o mis piernas, ni mi camisa naranja ni la chopera vacia. No recuerdo con certeza que hora es, ni que debo hacer a continuacion. Tan solo el movimiento imparable de la sombra me recuerda que en algun punto lejano la relojeria cosmica sigue su marcha. 
Me siento en la primera persona de un juego sin sentido. Lamento no poder mantener este estado indefinidamente. Pronto el calor sera insoportable. La cerveza esta pronta a acabarse o a estar demasiado caliente. Escucho de fondo el trajinar de sillas y mesas. El bar esta cerrando. Incluso una letrina como esta se rige por las omnipotentes leyes del tiempo y el espacio. No hay cobijo para mi nihilismo. Hay que seguir. Seguir con la existencia anodina. 
La caida al universo sublunar es un brutal descenso. El mal despertar de un buen sueño. Bajar es siempre lo peor. 
Vuelvo a matar la chopera pero antes de apoyarla sobre la mesa, dejo un sucio pedazo de papel moneda bajo ella, y entro a caminar. No es hasta dos cuadras despues que me doy cuenta de que estoy caminando en el sentido contrario. Pero, ¿contrario a que? Esa es la verdadera pregunta, y me la hago placenteramente, sin apuros, mientras sigo caminando, liberado por mi pregunta de las coordenadas teleologicas que me rigen dia a dia. Eso mismo, Sebastian. ¿contrario a que? Es clarisimo que no TENGO que ir a ningun lado en especifico. ¿que es una obligacion? Una mentira autoimpuesta, un compromiso asumido con los demas, si, pero ante todo asumido con uno mismo. Bien, Maravilloso. Uno mismo es garante ante los demas, eso esta claro. Pero, ¿quien es el garante del garante, el juez que supervisa al juez? ¿puedo ser el gendarme de mi propia persona? ¿puedo obligarme a algo en base a la obligacion con un tercero? Todas estas cosas pienso mientras doy vueltas y vueltas por el barrio, como un sonambulo.
Y a todo respondo que no. Ni gendarme ni comprometido ni necesariamente obligado a nada. Podria ahora mismo seguir caminando en cualquier direccion, indefinidamente. Podria dormir en la calle o decidir no dormir nunca mas. Volver a mi casa o decidir no volver en toda mi vida. ¿Que realidad puede sacarse de una existencia tan gratuita?
Recuerdo entonces una casa, una vieja casa blanca. Tenia una columna en la entrada. Las paredes eran mas bien de un palido azul descascarado, y lo unico realmente blanco era la columna dorica que sostenia el techo de la galeria. La casa esta abandonada desde hace años, esta abandonada desde el comienzo de la historia humana, que no es otra que mi propia historia.
Se que la casa esta en algun lugar del barrio. Sus calles, finitas, pueden contarse en un numero entero. Tambien sus casas. Una de todas ellas es la casa que busco. Teoricamente, deberia ser posible encontrarla. Pero, ¿que sentido tendria encontrarla usando las matematicas o cualquiera otra de las viles herramientas del razonamiento? No podia, no debia hallarla de esa manera. Me di cuenta entonces que mi unica oportunidad de recuperar el sentido de realidad era encontrar la casa tirando del hilo del instinto.
Asi fue que busque la casa toda la noche.
Muchas veces tuve intuiciones. Muchas veces estuve seguro de encontrarla. De sentir que estaba, sin dilacion alguna, a la vuelta de la siguiente esquina. De que era la siguiente casa, o de que faltaban dos casas mas para que apareciesen las paredes azul palido con la galeria y la columna.
¿que haria, que iba a hacer cuando me topara con ella? No tenia idea. Lo que si tenia era la certeza de que el simple hecho de hallarla me comunicaria la proxima accion a tomar. Era el inicio de la cadena, el primer empujon a la ficha de domino. Tan solo necesitaba ese empujon, encontrar ese primer piolin de sentido en la mareja de mecanicismo. Tan solo eso necesitaba. Era casi demasiado poco, demasiado facil, demasiado evidente. Varias veces me entraron ataques de risa ante mi obsecuencia de tantos años. ¡tantos años luchando con puertas y laberintos, cuando la solucion era sencillamente vagar sin preocuparse del sentido de direccion!
Y creo que fue por esta facilidad, por este maravillarme con lo cercano de mi escape, que al principio no pude comprender que, de algun modo inexplicable, de algun modo absurdo e inaudito, habia fallado en encontrar la casa.
no fue hasta que el sol comenzo a brillar con fuerza sobre el amanecer que me di cuenta de mi derrota. No solo no habia encontrado la casa: mi cabeza se habia desviado tangencialmente de su sana demencia y habia discurrido por otras ideas e imaginaciones. El despertar habia sido tan silencioso y repentino como su proceso inverso.
Ya no entendia por que buscaba la casa. Ni siquiera podia recordarla con claridad.
Con fastidio, senti que el calor volvia a azotar las calles como una risa siniestra azota al silencio.
Empece entonces a caminar nuevamente, una vez mas, de vuelta, con un sentido determinado. 

15 ene 2018

Pequeña reflexion sobre el Liderazgo

Me da bastante risa el hecho de que haya cursos de "Liderazgo". El lider es la persona a la que naturalmente se quiere seguir, por sus cualidades naturales en algun aspecto relevante para el grupo o por sus cualidades morales y eticas como valentia, integridad, instinto, buen tino para las decisiones. O tambien por su sabiduria en algun aspecto clave.
Es imposible estudiar para ser lider porque el lider emerge naturalmente, en cualquier grupo. Y cuando digo emerge digo algo como que todo grupo tiende naturalmente a delegar funciones en tal o cual individuo, y en ese aspecto es lider. Nadie es lider en todas las cosas, y muy pocos son lideres en varias de esas cosas.
Ahora bien, en el ejercito, en el gobierno (que como decia Claussewitz es "la guerra por otros medios") y en el ambito empresarial (que no es otra cosa que un ejercito industrial) el orden no es natural sino impuesto; Impuesto generalmente de arriba abajo. Los lideres, tal como yo los concibo arriba, son imposibles. No priman los intereses del grupo sino los intereses del patron. Y asi, "lider" es quien mejor sabe velar por los objetivos y practicas que mejor defienden los intereses del patron. Y aqui surge el hecho que en un peloton o en una oficina tengamos a un "lider" que es un hijo de puta. Un lider hijo de puta es sinonimo de Jefe. Un Jefe es un tipo que te ponen de arriba para que oriente al grupo al mejor resultado para el patron. Claro que "lo mejor para la empresa es lo mejor para el empleado" es la mentira numero uno que utilizan. Corregirla es facil: basta reemplazar "empresa" por "patron" o, en su defecto, reemplazar "empleado" por "empresa".
Personalmente, me ocurria y ocurre que la mayoria de mis "lideres" o jefes me inspiraron siempre una repugnancia natural, como si tuviera que apoyar mi culo desnudo en la mierda de algun otro. Despues de pensarlo un tiempo me di cuenta de que esa repugnancia nace justamente de que estas personas carecen de las habilidades y disposiciones naturales que yo mencione en el primer parrafo. No suelen tener un instinto que me ayude en un aspecto fundamental. No son sabios, de hecho son bastante obtusos. No son ni el heroe ni el maestro, Ni Aquiles ni Nestor. Y si de cualidades morales hablamos, son completamente Antilideres, porque el lider natural tiene ante todo dos cosas: generosidad y altruismo. Para mi, un lider es ante todo un humanista. Y los Jefes tienen que tener, ante todo, un egoismo rapaz y un furioso celo por los intereses propios y del patron.

4 ene 2018

"¿Acaso no son el verde y el amarillo cada uno de los colores opuestos de la muerte, el verde para la resurrecion y el amarillo para la descomposicion y la decadencia?"

Carta de Antonin Artaud a Jean Paulhan


Sos inmaduro, dijiste. ¡sos muy inmaduro!, eso dijiste. Eso o algo asi.
Y si. Es cierto. Soy muy inmaduro. Irresponsable, egoista... ¿inconciente? 
No, inconciente no. Pero egoista, irresponsable, si. Claro que si. 
Tenes razon, te dije. ¿que otra cosa podia decirte? ¿que querias que te conteste? ¿que no, que soy bastante maduro, bastante seguro de mi mismo y de los demas, bastante conciente de la realidad en que vivo, y que vos estas muy equivocada, completamente equivocada, que la inmadura sos vos?
No puedo contestarte asi, perdoname. No seria justo. Y no seria justo porque tenes toda la razon: la tuya y, ya que estamos, la mia tambien, cuando me tratas de inmaduro, de adolescente, casi de pelotudo. Y tenes razon, tenes tanta razon... lo pense en ese momento y lo pienso ahora mismo. Y ahora tambien pienso en como lo pense y en como las palabras salieron de mi boca casi como una confirmacion inutil de tu verdad, como cuando una gota y luego otra nos cae en la cara y pese a todo extendemos estupidamente la palma de la mano para constatar la lluvia que ya nos ahoga, que ya nos ciega. O como el segundo beso, siempre o mas pausado o mas fuerte, siempre mas inseguro o mas seguro que el primero, nunca igual pero siempre un tanteo que busca confirmar o rebatir lo que ya se prueba o se refuta de modo absoluto con el beso original. 
Y cuando te dije "tenes razon, SOY bastante inmaduro", tu mirada y el gesto de tu cara y el gesto de tus hombros y de tus manos fue justamente la confirmacion de lo que ambos creiamos, y fue algo asi como desesperanza de tu parte, como el subito cansancio que nos acomete cuando nos damos cuenta que la palabra o el acto es inutil, que de todas maneras se acerca la muerte o la noche, el dia o el nacimiento, de que el tiempo corre y las epocas cambian o que por el contrario todo sigue increiblemente igual: las paredes, el ocaso, esa calle, una casa. 
Y tu boca se abrio una vez mas o hizo al menos el gesto de abrirse, maravillosamente al mismo tiempo que tu brazo, hermoso latigo blanco de Leucotea, insinuaba un espasmo que (creo yo) estaba destinado a transmutarse en la afilada saeta de una mano acusadora, finamente pulida en el magico dedo indice apuntando, gesto magico desde ya mucho antes del Platon de Rafael. El cazador dirige la piedra con un grito. En el acto de señalar y en el acto magico del fonema, de la voz humana, esta el secreto del primer hechizo, del primer encantamiento humano en el tiempo primitivo. Un grito, un grito que luego sera fonema, palabra magica, acompañado de un gesto, preferentemente de un gesto de la mano, especialmente efectivo si el gesto es de un dedo, singularmente poderoso si ese dedo es el indice, el dedo que señala, que indica. El hechizo es amarrar, tal vez por vez primera en la historia del universo, un ente con una palabra. El dedo y la voz dicen: ¡eso es esto! ¡aquello es esto otro! Eso, aquello, es lo otro, lo indefinible, el tenebroso e informe mundo que esta un abismo mas alla de nuestra subjetividad, es decir de Dios o de al menos del dios de Berkeley. A eso otro, lo informe, la materia terrosa y feroz, lo sagrado por excelencia, solamente se lo puede indicar. Nunca se lo puede decir. Los gestos nacen originalmente como cachorros del espanto sublime o del espanto terrible. Las categorias, los predicados, son las sabanas con las cuales nos tapamos de estos monstruos. El indicar, el señalar, es echarle a las cosas el lazo magico. Es atraparlas, es dominarlas, es comprenderlas, es manipularlas. La magia negra de las matematicas estaba implicita en la primera definicion del mundo.
Vos ya me habias atrapado en el terrible conjunto de los seres inmaduros, de los entes incompletos y/o fallidos. Tus ojos habian sido indices mas puntiagudos y acusadores que cualquier mano boticelliana, mas filosos que cuaquier cuchilla, mas duros que la maza de Carolus Martellus.
 Y tu boca se abria, y tu brazo comenzaba a trazar en torno mio una nueva y seguramente mas terrible mutilacion.
Pero te detuviste. Tu brazo volvio a caer inerte y tus labios y dientes se quedaron en el gesto, inmediatamente retraido.. Supe entonces que fuese cual fuese el pensamiento que hubiese habido, otro mas malvado o mas benevolente lo había arrollado, lo habia apuñalado antes de que diga su verdad.
Tambien la sonrisa que me subia por la garganta habia sido estrangulada o al menos retenida por un tiron de orejas. ¿era que estudiaba tu rostro? ¿era que veia que estudiabas el mio? ¿era mi mirada, algo vacia, liviana, que caia en pendiente como el chorro de una fuente, hacia las lineas que el esternon te dibujaba en el cuello?
Supongo que no fue otra cosa que futilidad. Nada mas que aburrimiento: la mas insoportable de las vestiduras del tiempo. 
Ambos estamos, estabamos (y estaremos) demasiado hartos. Supongo que que no valia la pena. Que intuiste que yo nunca voy a entender. Entender que, no lo sabes. No tenes ni la menor idea pero claramente comprendes que yo no comprendo, que jamas cedere a comprender. Que voy a seguir siempre asi, preocupandome por los asuntos de mi reino encantado, intentando siempre no comprometerme con ninguna de las causas reconocidas y santificadas como importantes y por lo tanto propias de la gente que habitan el mundo que vos consideras adulto, maduro, responsable, etcétera. 
Hicistes bien en no decir mas nada. Mi mano izquierda ocultaba, como siempre, todo un poker de juegos de palabras , de bisbiseos y gorgorismos, listos a despedazar tu supuesta logica, hija chueca y bizca de tu sentido comun, tan comun y credulo que casi da pena el pobrecito. 
Ademas, realmente, en el mas real sentido de la realidad, creo que tenes razon en decir que soy inmaduro. 
Ahora ya me das la espalda. Ese vestido verde hada es precioso. Hay que verte caminar, al menos los primeros metros, sostener el simulacro de seriedad, aguantarme un poco mas las ganas de esta risa que ya es como minimo una sonrisa, una sonrisa algo cinica y que tiene un poco del gesto de la hiena y otro poco del gesto del conejo. Una sonrisa como Perez Reverte le adjudicaba a Corso. Pero es que hay que entender lo que un tipo tan inmaduro como yo puede pensar al ver esas pantorrillas y ese culo articularse dentro de una tela verde como un Mayate, especie de iracunda Juno, hace falta ser inmduro para quererte, para querer a cualquiera. 
Hace falta ser inmaduro para sacar de tu vestido y de tus piernas la imagen de dos Cotinis Mutabilis copulando sobre una hoja de Potus. Siempre hace falta un irreductible atomo de verde inmadurez para poder amar. Vos no entendes que mi tozudez, mi irrecuperable egoismo, mi agilidad felina para salirme siempre por las diagonales de las situaciones demasiado cuadradas, es solo un juego. Es el juego de un niño y el niño que juega es siempre el mismo.
¿Como voy, de otra manera, a caminar por la calle esperando que pase algo o alguien? ¿como haria de otra forma para nunca esperar llegar al sitio adonde me dirijo? ¿De que otra forma podria amar mas el viaje que el destino? ¿Con que otro combustible, si no es con la inmadurez, con el juego del niño, podria mantener viva la llama de la imaginación? 
Inmadurez es juventud. Todo joven es inmaduro. 
La inmadurez es rebeldia y la rebeldia inmadurez: asi lo dicta el viejo juez con su voz de carton y polvo, apelmazado sobre su pulgosa poltrona, señalando con su dedo decrepito. La juventud no es otra cosa que no aceptar el mundo tal como es. Comete un grosero error quien asocia esta juventud a una determinada edad biologica o a cualquier fase del desarrollo del cuerpo material: No tiene nada que ver con esto. La juventud, como bien saben los sabios, sean cristianos o paganos, es eterna. Es decir: deberia serlo. Me refiero con esto a que la juventud es el estado natural del alma humana. La juventud como facultad es precisamente el deseo de querer transformar el mundo. Y querer transformarlo, ¿que es sino no aceptarlo tal como es? ¿y acaso la inmadurez, segun vos, no es precisamente la equivocada obstinacion de seguir o de querer seguir manteniendo esa idea y ese deseo a una edad en la que (corregime si me equivoco) la experiencia (esa vieja maestra, ese viejo peine para calvos) ya nos deberia haber demostrado que el mundo siempre se sale con la suya?
Claro que es así. Y es la contradiccion que tristemente descubro entre la flor verde de tu cuerpo-vestido-verde-Mayate y lo amarillo de tus palabras y tus ideas la que me golpea con esta inesperada tristeza. Porque me doy cuenta de que ya no te quiero o de que nunca te quise o de que aun te quiero cuando ya no puedo o no quiero quererte. Y entonces también yo ahora reduzco a un gesto
lo que iba a ser una carrera en torno tuyo.  
Lamentablemente sos demasiado madura. Demasiado amarilla, demasiado podrida. Toda tu logica no te revela que a un ser que ha madurado por completo no le queda otra cosa que comenzar a pudrirse. Lo amarillo empieza a tender a lo negro. La tersa carne a volverse blanda pulpa, luego violacia putrefaccion, para terminar en las horripilantes telas de araña que los bacilos y las bacterias le tejen a los muertos.
¡Tan joven y ya pudriendote! ¿de que manera vas a vivir, siempre previsora y responsable, los 50 o los 60 años de continuo pudrirte que aun te quedan? ¿cuando fue, como fue, por que fue renunciaste( oh, tan rapido, tan lastimosamente facil) a tus estatuas y a tus poemas, a tus alondras y tus praderas? ¿hay acaso objeto tan valioso por el cual le truequemos a la muerte la llave con la que la que esta puede entrar a nuestra vida aun demasiado temprano?
¡contengan siempre en sus almas, queridos tritones, el dorado candado de esa puerta!
¡mantengan siempre en sus pechos, queridas sirenas, un irreductible atomo de perenne verdor!
Y que la muerte nos encuentre aun en pleno viaje y en plena busqueda, con la ligera ingenuidad por escudo y la bella libertad por cayado,  y nunca esperandola entre los cables y aparatos medicos que son el mas vil sometimiento a la grosera geometria industrial.