16 ene 2018

Capricho 59 de 80

Parpadeo, parpadeo, parpadeo. El sol cae oblicuo sobre el dorso de mi mano, mientras que la palma sostiene mi cabeza. Siento frio y calor al mismo tiempo. Calor, como condicion general de la existencia en Buenos Aires el mes de Enero. Es casi como estar nadando en el mar. La camisa, el pantalon y las medias estan, de tanta humedad, al borde de la putrefaccion. Siento la tela sintetica pegada a mis pantorrillas y a mis muslos. Siento el algodon naranja de mi camisa pegarse a mis hombros y a mis flancos como una especie de parasito, como una anemona.
Veo enormes y violentas manchas rojas. Corpusculos del espiritu del fuego, solidificado, atraviesan la rejilla de mis dedos, la pantalla de mis manos, y sin piedad iluminan la oscuridad que en vano busco al refugiarme tras mis parpados. ¿y el frio? Me aferro al frio con toda la fuerza de mi mano izquierda. El frio es la salvacion, algo asi como un ancla. Sin el, nada me salvaria de naufragar en el mar de esa sustancia viscosa que llenaba todos los pulmones de la ciudad. 
Calor, un calor insoportable. Se me ocurre que desmayarme seria una idea fantastica. Dejar de ser, por unos segundos o para siempre. Venia teniendo la sensacion de ser aquella figura de Goya que sostiene inutilmente una enorme lapida. Pienso que para que, y que desmayarse seria precisamente dejarla caer de una vez por todas. Va a caerse de cualquier manera. 
De cualquier manera, no iba a ser ese dia. Tenia que cortar la reflexion. El frio en mi mano izquierda estaba comenzando a parpadear, a menguar. Abro los ojos y rascandome la cabeza me llevo a la boca la chopera llena de una cerveza barata. 
Mientras voy tragando mecanicamente ese fluido parecido al agua sucia de un trapo de piso, veo un maravilloso color celeste brillante. Me maravilla su uniformidad, su limpidez, su enormidad. Recuesto la cabeza en el incomodo respaldo de la denostable y castigada silla de plastico. Con la vista fija en el cielo, tanteo sobre la mesa como un ciego hasta que por fin una de mis manos da con la botella. Con la otra mano encuentro el vaso, y al mismo tiempo que comprendo que en cualquier direccion hay un espacio infinito a recorrer, voy reemplazando el reducido espacio de trescientos treinta centimetros cubicos de aire por otros trescientos treinta centimetros cubicos de cerveza con gusto a pis pero definitivamente mas fria que el anterior aire. Y es que no necesito respirar tanto como necesito lo otro, la desintegracion, la caida. Bajo la cabeza y mientras vuelvo a vaciar de un tiron mi vaso, mantengo perdida la mirada en el hospital que tengo enfrente. Tiene paredes grises y, casi en la esquina, un jardincito. El jardincito me recuerda a los monasterios. Es una pequeña selva, tan lleno de plantas esta. Y en el fondo, hieratica, una escultura tamaño real de la madre y el niño. Santa Ana y el niño, la virgen de las rocas, Isis y Horus, una imagen tan vieja como la reproduccion humana. Asi de viejas son las imagenes de la vida.
Claro que las otras, las de la muerte, no son sino un poquito menos antiguas.
Mi mano y mi brazo derecho, que cuelgan un poco como una liana del borde de la mesa, son la unica notificacion visual de que soy algo mas que un espiritu que percibe. Tengo en ese momento una arrebatadora sensacion de idealismo Berkeleyano. De repente me asalta la insoportable levedad del ser de la que, me imagino, debe hablar Milan Kundera en su libro homonimo que jamas lei ni leere.
Me asalta la indescriptible sensacion de que mi vida no es para nada real. Lo mismo me da morirme o seguir viviendo. Vivir o morir no son mas que palabras sin sentido. Se que si reflexiono puedo romper el hechizo, asi que no reflexiono. Por el contrario, hago algo como soltar anclas. Recuerdo a Castaneda mirando el agua al costado del rio. Fluir, fluir como el agua. Ya no se donde estan mis brazos o mis piernas, ni mi camisa naranja ni la chopera vacia. No recuerdo con certeza que hora es, ni que debo hacer a continuacion. Tan solo el movimiento imparable de la sombra me recuerda que en algun punto lejano la relojeria cosmica sigue su marcha. 
Me siento en la primera persona de un juego sin sentido. Lamento no poder mantener este estado indefinidamente. Pronto el calor sera insoportable. La cerveza esta pronta a acabarse o a estar demasiado caliente. Escucho de fondo el trajinar de sillas y mesas. El bar esta cerrando. Incluso una letrina como esta se rige por las omnipotentes leyes del tiempo y el espacio. No hay cobijo para mi nihilismo. Hay que seguir. Seguir con la existencia anodina. 
La caida al universo sublunar es un brutal descenso. El mal despertar de un buen sueño. Bajar es siempre lo peor. 
Vuelvo a matar la chopera pero antes de apoyarla sobre la mesa, dejo un sucio pedazo de papel moneda bajo ella, y entro a caminar. No es hasta dos cuadras despues que me doy cuenta de que estoy caminando en el sentido contrario. Pero, ¿contrario a que? Esa es la verdadera pregunta, y me la hago placenteramente, sin apuros, mientras sigo caminando, liberado por mi pregunta de las coordenadas teleologicas que me rigen dia a dia. Eso mismo, Sebastian. ¿contrario a que? Es clarisimo que no TENGO que ir a ningun lado en especifico. ¿que es una obligacion? Una mentira autoimpuesta, un compromiso asumido con los demas, si, pero ante todo asumido con uno mismo. Bien, Maravilloso. Uno mismo es garante ante los demas, eso esta claro. Pero, ¿quien es el garante del garante, el juez que supervisa al juez? ¿puedo ser el gendarme de mi propia persona? ¿puedo obligarme a algo en base a la obligacion con un tercero? Todas estas cosas pienso mientras doy vueltas y vueltas por el barrio, como un sonambulo.
Y a todo respondo que no. Ni gendarme ni comprometido ni necesariamente obligado a nada. Podria ahora mismo seguir caminando en cualquier direccion, indefinidamente. Podria dormir en la calle o decidir no dormir nunca mas. Volver a mi casa o decidir no volver en toda mi vida. ¿Que realidad puede sacarse de una existencia tan gratuita?
Recuerdo entonces una casa, una vieja casa blanca. Tenia una columna en la entrada. Las paredes eran mas bien de un palido azul descascarado, y lo unico realmente blanco era la columna dorica que sostenia el techo de la galeria. La casa esta abandonada desde hace años, esta abandonada desde el comienzo de la historia humana, que no es otra que mi propia historia.
Se que la casa esta en algun lugar del barrio. Sus calles, finitas, pueden contarse en un numero entero. Tambien sus casas. Una de todas ellas es la casa que busco. Teoricamente, deberia ser posible encontrarla. Pero, ¿que sentido tendria encontrarla usando las matematicas o cualquiera otra de las viles herramientas del razonamiento? No podia, no debia hallarla de esa manera. Me di cuenta entonces que mi unica oportunidad de recuperar el sentido de realidad era encontrar la casa tirando del hilo del instinto.
Asi fue que busque la casa toda la noche.
Muchas veces tuve intuiciones. Muchas veces estuve seguro de encontrarla. De sentir que estaba, sin dilacion alguna, a la vuelta de la siguiente esquina. De que era la siguiente casa, o de que faltaban dos casas mas para que apareciesen las paredes azul palido con la galeria y la columna.
¿que haria, que iba a hacer cuando me topara con ella? No tenia idea. Lo que si tenia era la certeza de que el simple hecho de hallarla me comunicaria la proxima accion a tomar. Era el inicio de la cadena, el primer empujon a la ficha de domino. Tan solo necesitaba ese empujon, encontrar ese primer piolin de sentido en la mareja de mecanicismo. Tan solo eso necesitaba. Era casi demasiado poco, demasiado facil, demasiado evidente. Varias veces me entraron ataques de risa ante mi obsecuencia de tantos años. ¡tantos años luchando con puertas y laberintos, cuando la solucion era sencillamente vagar sin preocuparse del sentido de direccion!
Y creo que fue por esta facilidad, por este maravillarme con lo cercano de mi escape, que al principio no pude comprender que, de algun modo inexplicable, de algun modo absurdo e inaudito, habia fallado en encontrar la casa.
no fue hasta que el sol comenzo a brillar con fuerza sobre el amanecer que me di cuenta de mi derrota. No solo no habia encontrado la casa: mi cabeza se habia desviado tangencialmente de su sana demencia y habia discurrido por otras ideas e imaginaciones. El despertar habia sido tan silencioso y repentino como su proceso inverso.
Ya no entendia por que buscaba la casa. Ni siquiera podia recordarla con claridad.
Con fastidio, senti que el calor volvia a azotar las calles como una risa siniestra azota al silencio.
Empece entonces a caminar nuevamente, una vez mas, de vuelta, con un sentido determinado. 

1 comentario:

Jora dijo...

He buscado algún callejón o plaza alguna que otra vez. Una vez buscamos un templo. Mi razón me dijo que lo que alguna vez viste fue la cede de los masones, que no era un templo. ¡Pero que espanto esa reconciliación con el tonal, che! Como cuando escuchás un ruido extraño a la noche y enseguida te decís que es un gato, o un niño, o una señora que vio volar una cucaracha. O los fuegos fatuos se transforman en tristes luminarias ruteras, puag! También me ha pasado con canciones, videos, películas. O con juguetes. O incluso me ha pasado de buscar horas y horas un texto que supuestamente alguna vez escribí, que tenía que estar en un lugar determinado, y que en ese momento se me antojaba que me revelaría la clave para la inspiración. Creo que un par de veces busqué unas ruinas misteriosas en Luján, y estaba seguro de haber estado allí varias veces en mi niñez. Lo razonable sería considerar que mi mente infantil confundió un mugroso recreo con ruinas fabulosas, o que era un lugar que se demolió en favor de algún proyecto inmobiliario. Pero es más interesante persistir en que simplemente olvidé la serie de vueltas para conjurar el acceso a ese sitio...
Cosas que nunca encontré, hostias!