Juárez estaba en su cubículo y el
reloj mostraba, aburrido, las tres de la tarde. El reloj, una circunferencia de
plástico con el logotipo de la compañía, colgaba de una pared desnuda y casi
desparpajada. Un color verde agua se extendía uniforme por las 4 paredes del salón
alfombrado. La alfombra era vieja y de un gris oscuro, gastada casi hasta el
concreto. El salón se dividía en innumerable cubículos, separados entre si por
mamparas en forma de X, lo cual daba 4 cubículos personales por división. Con 8
cubículos en total, había 32 personas trabajando y, como había dos turnos, 64
almas diferentes se pasaban ocho horas diarias sentadas en ellos. Juárez había
echo este calculo hace mucho tiempo. Apenas había entrado a trabajar para
EasySell. Ahora lo hacia casi todos los días. A veces solía extenderse en sus cálculos.
Entonces dichos cálculos pasaban a ser especulaciones. Pensaba que el salón era
solamente una de las Cuatro Alas del edificio "Torre Libertador II".
No entendía por que se llamaba “Torre Libertador” si quedaba en calle Esmeralda.
Un dia, no obstante, creyó hallar la solución a este aparente absurdo. El
edificio se llamaba así no por lo que era o por donde estaba (puesto que la
misma calle Esmeralda y con ella todo el barrio de Tribunales era una porquería
sucia y mojonera), sino por lo que quería ser, o mejor dicho: Por lo que
esperaba. El edificio esperaba un Libertador. Juárez había pensado (Antes, no
ahora. Ahora definitivamente ya no lo pensaba), había pensado que ese
Libertador podía ser el. Que ese edificio lo esperaba a el, a Matías Ezequiel Juárez,
para liberarlo, para sacarlo de su tedio, de su miseria. Para quemarlo todo.
Esta idea no la tenia ya casi en absoluto.
Realizaba también otro tipo de
especulaciones. Más matemáticas. Volvía entonces al salón y a los cubículos: 64
almas por dia. Pero el salón ocupaba solamente el ala oeste que daba Bartolomé
Mitre. Cada piso estaba dividido en 4 alas: Oeste Mitre, Este Mitre, Oeste
Rivadavia, Este Rivadavia. El Ala Oeste mitre del noveno piso del edificio “Torre
Libertador II” se le aparecía a Juárez como el lugar mas roñoso del ya roñoso e
inhabitable tribunales, dentro de la gran jurisdicción de merdosa del
Microcentro Porteño. Juárez pensaba, mientras se hamacaba incomodo en su silla,
que eran catorce pisos. Catorce pisos por cuatro alas, por Sesenta y Cuatro
personas por ala, daban tres mil quinientos ochenta y cuatro personas
acomodadas en cubículos mínimos. Un espectáculo ridículo. Multipliquemos eso,
pensaba, por, ¿cuanto? 10 edificios por cuadra, 40 por manzana. Juárez sabia
(lo había contado) que en el microcentro porteño había exactamente 62 manzanas.
Ni una mas ni una menos. 62 manzanas por 40 edificios daban dos mil ochocientos
cuarenta edificios. Si cada edificio tuviese 14 pisos y cada piso tuviese
cuatro alas, y en cada ala entraran exactamente 64 oficinistas miserables y
aburridos, entonces, y Juárez se relamía ya orgulloso de su exactitud, entonces
el microcentro tenía cada dia a ciento cincuenta y ocho mil setecientos veinte
oficinistas ridículos y miserables. Y solamente el, Juárez, había resuelto ese
misterio, solo el habia consignado esa cifra limpia e innegable. Claro esta que
el microcentro era para Juárez lo que el llamaba "El corazón del
microcentro", que era el territorio comprendido entre las calles Belgrano,
Paseo Colon, Avenida del Libertador y Corrientes. Y claro que en realidad las
manzanas no eran 62 sino 64, pero Juárez estimaba que las dos manzanas de plaza
de mayo, si bien apestaban de miserables de traje y corbata, no estaban
divididas en cubículos y, por lo tanto, esos miserables no eran oficinistas.
Puesto que lo mismo que un soldado es soldado solo cuando esta en servicio y un
artista es artista cuando hace arte, seguía Juárez con juicio implacable, el oficinista
solo es oficinista si esta en un cubículo roñoso y podrido. Por lo que su
numero final era como minino verosímil. Indudable, gustaba de pensar que era
indudable.
Miro entonces su escritorio. En el
fondo de la pantalla se agitaba una tubería que se enredaba, que se retorcía, que buscaba espacio para
seguir creciendo dentro del negro insondable de la pantalla. Sus formas eran lógicas
y sus ángulos, rectos. Se diría que la tubería buscaba crecer y progresar en su
existencia lo más posible. Era una lastima que las pulgadas del viejo monitor Samsung
fueran solo 17 y no infinitas, puesto que llegado un momento la tubería llenaba
casi toda la pantalla, y entonces ni siquiera su inteligencia suprema podía
salvarla de atascarse, de detenerse en un callejón sin salida, de chocar contra
si misma en el plano bidimensional en el que existía. Y eso era terrible, era
letal. Por que cuando ya no podía avanzar, se detenía. La pantalla quedaba
entonces congelada durante un ínfimo instante, y entonces un parpadeo limpiaba
el sistema de toda la existencia de la tubería,
lineal y sistemático, y volvía e empezar desde cero, desde la nada: la misma tubería
que comenzaba a crecer, virando solo en ángulos de 45 grados. A Juárez le daba
lastima. Le hubiese gustado ayudarla. Comprendía a la tubería y, ¡cuanto le
hubiese gustado ayudarla! Varias veces le había pedido al Supervisor un monitor
mas grande, de 19 pulgadas, solo para que la tubería pudiese continuar girando
un tiempo mas. Que al menos estuviera más cómoda. Juárez miraba la tubería
desde hacia ya casi un año. La desgracia de la tubería, la causa de su destino trágico,
de su eterno retorno, era su estar delimitada a dos dimensiones, su no poder volver
sobre si misma, el Alea jacta est de cada nuevo tramo que crecía serpenteante,
la imposibilidad que tenia para enderezar cada vuelta que daba. Esto trataba de
ser compensado por la inteligencia casi divina que poseía la tubería para no
atascarse rápidamente. Juárez le había tomado el tiempo, y la tubería nunca
tardaba menos de 2 minutos con treinta segundos en reiniciarse.
Lamentablemente, nunca había tardado, al menos mientras Juárez la miraba, más
de dos minutos con cuarenta y ocho segundos. Juárez le había notado varias
cosas: Que no siempre arrancaba del mismo punto, en las mismas coordenadas
cartesianas del cuadrado negro en el que vivía, que no siempre realizaba las
mismas formas ni los mismos movimientos (Aunque para quien observaba la tubería
sin tener inteligencia o la observaba discontinuamente podía parecer que sus
formas se repetían, Juárez sabia que si lo hacían, no lo hacían en el mismo
sitio ni por la misma razón), y que tampoco finalizaba nunca en el mismo punto.
Juárez observo su monitor durante dos minutos y cuarenta segundos. Entonces le
dio un click a su Mouse y el universo de la tubería desapareció para darle
existencia a un fondo azul y uniforme, con el estupido logo de EasySell y un montón
de iconitos. A Juárez dos minutos con cuarenta segundos le parecían un tiempo formidable.
No se le podía recriminar a la tubería nada a esa hora y a ese dia de la
semana. Entonces sonrió. El había resuelto también el misterio de la tubería.
Para empezar, no era que el universo de la tubería y la tubería misma desaparecían
con un simple click del Mouse. En absoluto. Lo que sucedía era que entonces se rompía
la contemplación. Juárez había leído hace mucho a un griego que hablaba de la contemplación,
y le había parecido muy sensato lo que este tipo decía. Estaba bien que el, Juárez,
no creía en el alma ni en cosas que existían eternamente y, lo que era mas ridículo
aun, eternamente sin moverse. Pero le había gustado lo que había dicho de la contemplación.
No era que la tubería desapareciese. El ciclo de la tubería era eterno,
comenzaba, finalizaba y recomenzaba en un ciclo que jamás se detenía. Si uno se
estaba quieto, podía contemplar este prodigio. Mover la mano hasta el Mouse era
interrumpir la contemplación. La naturaleza de la tubería no era para Juárez
tampoco ningún misterio. Era, si, algo triste, pero no un misterio. La tubería
era una fuerza que estaba autodeterminada por si misma. Esa misma fuerza la
forzaba a crecer, y la determinación establecía la forma y las condiciones en
que lo hacia. Su maldición era existir en un universo espacialmente limitado.
No era que alguna fuerza maléfica o angelical hubiese creado esa comedia
virtual o cósmica en la que la tubería buscaba eternamente y en vano superar el
minuto con cuarenta y ocho, sino que era la misma fuerza de la tubería la que destruía
el universo oscuro y a si misma y, de alguna forma milagrosa y supraracional,
esa energía misma que era el intimo ser de la tubería se trasmutaba al nuevo
universo de negrura y planitud, el cual también era infinito y en realidad
indestructible. Entonces la potencia de la tubería la hacia volver a empezar,
dirigida por su inteligencia platónica (Juárez había recordado el nombre del
griego) e implacable, construyendo y destruyendo.
Sin embargo, aquí no estaba Juárez
tan seguro. Intento distraerse entonces. Abrió al azar unas planillas y cargo
algunos datos. Pero la virtualidad propia del universo de las planillas le recordó
automáticamente el dilema que lo torturaba. Comenzó entonces a repiquetear con
los pies, evocando tonadas y luego ruidos de cosas y personas varias, hasta
que, fastidiado, se levanto y fue a servirse un ridículo vasito de agua del
dispenser. Fingió tomarlo con verdadero placer y luego fue al baño a hacer sus
necesidades. Al volver a su celda, Juárez vio a la tubería que ya se revolvía,
loca y persistente, con sublime estrategia, por el monitor. Era una lastima no
haber podido contar el tiempo, pero Juárez era un profesional y por la cantidad
de tubería que se veía, no podía haber transcurrido mas que un minuto y medio.
Esto era fácilmente calculable, pues la tubería avanzaba siempre a la misma
velocidad, signo de su potencia pero también de su sabiduría, y entonces la
cantidad de masa aumentaba proporcionalmente al tiempo de existencia. Claro que
la tubería tampoco podía elegir. Juárez comprendía esto con la misma absurda
cantidad de temor y admiración. Ella era potencia, una fuerza incalculable. No
era como los oficinistas del microcentro. La tubería, la forma de la tubería,
era solo una apariencia, algo que se formaba por que algo tenía que formarse de
todos modos. Lo que la tubería en sumo grado era algo así como una ecuación,
como una fuerza cuya definición era ser algo que era creciente, algo que era
queriendo ser más y siendo más. Juárez había leído también a un alemán que,
estaba seguro, había también visto la tubería en su esplendor. Pero no había
manera de que Juárez recordara el apellido. Los apellidos de los alemanes eran
siempre difíciles.
Si: La tubería no podía elegir:
Necesariamente ser era para ella ser más, poder ser más, y si no podía ser más,
no podía ser. Por eso era que todo comenzaba de vuelta y no se veía jamás una
pantalla del color de la tubería. Pero... entonces la misma duda de siempre... Juárez
miro su taza, blanca, de plástico barato y pretendidamente alegre.
Completamente blanca, gastada y con el logotipo de EasySell grabado de una
manera patética. Eso termino de fastidiarlo, y dándole un puñetazo que hizo que
la taza rebotara contra el fondo del cubículo y quedara boyando, al borde de
caer al suelo. Se planteo por fin la duda: ¿Era siempre realmente la misma tubería?.
Era un asunto serio a considerar. Por que entonces, si no era, el edificio,
tanto el que Juárez había armado como el que a el lo sostenía, se venían abajo.
Si la tubería no era siempre la misma, entonces el mismo era la tubería. O el
mismo era como la tubería. Y si el era como la tubería, todos, los cien mil y
pico de infelices que antes había calculado, eran también como la tubería. Por
que si la tubería no persistía sino que Moria al final de su recorrido,
entonces bajaba desde la insondable divinidad en que Juárez la había imaginado,
a ser un ser condenado a la muerte, un ser obligado a prolongarse, a propagarse
por naturaleza, a su pesar, encasillado por sus limites mientras le dure esa agonía
de rectos virajes a izquierda y a derecha que eran para ella la existencia.
Bien. Eso al menos explicaba por que las cosas se volvían a cada segundo mas complicadas,
mas intrincadas, increíblemente enredadas. Así, cada paso no podía ser más que
un error. Juárez noto entonces que la cabeza le estallaba. Lo noto
puntualmente, como si hubiese sido cronometrado, y entonces le ardieron los
ojos. La tubería comenzó a girar y girar nuevamente. Doblaba, trazaba planes
para vencer a la muerte, cambiaba de colores con furia y desesperación. Juárez,
que tenia ahora la palma de su mano sobre su cara, la miro. La miro casi con
maldad, pero también con ternura. "Pobre estupida, es inútil, da igual,
Tarde o temprano no te va a quedar espacio". Juárez se sorprendió
perdiendo su fe en la tubería. Fe u obsesión que lo había mantenido en su cubículo
hasta ahora. Por que, si Juárez seguía ahí, era solo para pensar en los
edificios y para observar la tubería. ¿Por que la tubería debería
necesariamente ser la misma? ¿No era también posible pensar que solamente era
un desfile de seres que nacían, crecían y morían? Pensó entonces nuevamente en
las 64 manzanas que hacían un cuadrado, tan negro y sucio como la pantalla del
monitor. Un monitor de 6400 metros cuadrados. Pensó entonces en los seres que,
dando vueltas solo de 45 grados, recorrían cual tuberías dichas manzanas hasta
que su tiempo pasaba y eran sencillamente reiniciados, reemplazados por tuberías
nuevas con más ganas de crecer. Si las tuberías eran dinámicas, si las tuberías
devenían, entonces lo que debía persistir era el fondo muerto, el gastado telón
negro del fondo, que no presentaba sorpresas ni accidentes. Juárez había visto
antes todo lleno, y ahora todo era fugaz y por debajo de ello no había nada.
Esta bien, no era tan justo comparar los dos minutos y pico de la tubería con
los 60 años del oficinista. Pero, ¿que importancia tenia el tiempo? Ambos eran
regidos por sus limitaciones y, por de sus movimientos, por la naturaleza de
sus movimientos, se deducía innegablemente su agotamiento. Cada vuelta solamente
lograba generar menos espacio, menos aire. Si la tubería no era la misma,
entonces existir solo complicaba la existencia.
Juárez miro entonces de nuevo su
taza. Realmente la odiaba. Era barata y sucia, la encarnación misma de la hipocresía.
El supervisor le había regalado una a cada uno el semestre pasado. Miro de
soslayo entonces el cubículo de Paula. Paula la muy idiota. Lucia su taza sobre
el CPU de su maquina, como si se tratase de un diploma, de un trofeo o del
poema de un enamorado. Speulutti en cambio, no se podía decir que amase su
taza, por que como Juárez veía, la tenia calladamente colocada entre la esquina
derecha de su cubículo y una pava eléctrica. Pero tampoco era seguro que, como
el, la odiase. Juárez abrió entonces el sistema.
El sistema registraba todo, contenía
todo, ofrecía todo y a todos obligaba. Repartía los beneficios, las
comunicaciones, el rendimiento, la ubicación, las obligaciones, el donde, el
como y también el por que de cada posible acción dentro del salón. El sistema
era monitoreado por el Supervisor. A Juárez nunca le gustaba lo que veía en el
sistema. Estaba siempre en las últimas posiciones. Últimamente más que nunca. A
Paula, en cambio, le iba de maravilla en el semestre. 37 ventas y 10
retenciones. ¡Había que ver! , ¡Tercera, tercera y en su segundo semestre!
Claro que a Rossetti y a María Guadalupe no había con que bajarlos. Uno era un
hijo de remil putas, ambicioso y casi un psicópata obsesivo, capaz de trabajar
una venta con la insistencia de un Napoleón y la inteligencia de un Maquiavelo.
La otra, era muy parecida. Y además era venezolana. Y claro, llamaba en su mayoría
a hombres. Hombres solteros, claro esta. De esos que son patéticos o
pretendidamente exitosos. Era cosa sabida por todos que la voz caribeña los calentaba
o, como decía el Supervisor, “Vendía”.
Juárez no tenía ya casi interés por
estas cosas. Cuando desplegaba la interfaz del sistema lo hacia siempre para
mirar las jerarquías y los estados de los demás mas que para trabajar el mismo.
Era como reunirse con viejos amigos o perder una tarde mirando telenovelas: Un
somero contacto social.
Juárez cerró el sistema y miro el
reloj, no el que colgaba de la pared sino el de su propia maquina, y vio:
15:35. Decidió entonces que se iría de la oficina. A caminar. A intentar salir
del cuadrado negro, a desbordarlo. A intentar superar a la tubería. Se estiro
todo lo que pudo, casi hasta levantarse de la silla, y espío por encima de la
mampara de su cubículo, hacia la puerta que daba al ascensor. Si, podía irse.
Bien cierto era que era riesgoso. La oficina del supervisor, que estaba a la
izquierda de los primeros cubículos desde la entrada, poseía una amplia ventana
que le daba a este una visión total de todo aquel que entraba y salía. Claro
que el supervisor no podía estar mirando por esta ventana todo el tiempo,
puesto que debía, entre otras muchas y muy importantes tareas, controlar el
sistema. Si: se pararía, se pondría el saco y simplemente caminaría por el
pasillo de María Guadalupe (y con satisfacción pensó que en un gesto de rechazo
a ese erotismo freudiano volcado al éxito comercial, ni siquiera miraría a esa
hija de puta) y en un santiamén estaría cruzando la puerta, entrando al ascensor
y saliendo al trajeteo de la Avenida Rivadavia. Se imagino caminando por
Rivadavia hacia el río, vio los muelles y los bares de Puerto Madero, los bajos
edificios colorados. Llego incluso a imaginarse el río, y entonces supo que no saldría
del salón hasta que se cumpliese su horario. En ese rapto de imaginación Juárez
había gastado, quizás intencionalmente, la potencia necesaria para ejecutar ese
acto heroico Y lo que era peor, nadie se había percatado, como bien indicaba el
constante tecleo y la repetición de speech's por los audífonos, de que el, Juárez,
había tenido aunque sea por unos instantes el honesto y verdadero ímpetu de
salir del salón. Apoyo entonces la cabeza nuevamente en la palma de su mano
derecha, y se dedico a dormitar.
4:50. Se despertó justo a tiempo. Fue
un sueño raro, algo sobre una tubería, algo como una tubería blanca y roja, de
goma, que comenzaba a crecer desde un punto ciego del salón. Comenzaba a crecer
y al principio nadie lo notaba. Casi sin que nadie lo note, la tubería había
ganado ya la puerta, y con una velocidad furiosa y virosica, se había ramificado
en numerosas tuberías (ahora era como un árbol, como una inmensa tuberculosis)
y había comenzado a avanzar por todo el salón. Solo cuando las primeras
maquinas fueron destruidas (Puesto que la tubería no era ya de goma sino del
mas resistente plomo) y los primeros operadores comprimidos y descuartizados
(puesto que la tubería se enrollaba con fuerza feroz contra todo lo que tocaba,
y cada giro y cada contacto provocaba nuevas ramificaciones) se desato el pánico
general. Muchos lamentaban entonces la indiferencia del supervisor ante los
ruegos de poner ventanas en el costado este, ya que como el salón era
completamente cerrado y la tubería había ya bloqueado la puerta, el único
resultado posible era un salón completamente lleno, hasta su ultimo rincón, de
la tuberías, la cuales crecerían sin duda entre los escombros y las tripas y
huesos triturados de todos ellos, como un nódulo canceroso. Llegado un momento,
las vigas de acero del ala no resistirían y la tubería se precipitaría como una
avalancha plomiza hacia otros órganos-alas y órganos-pisos del ya
incurablemente enfermo edificio Libertador, el cual no tardaría entonces en
llenarse totalmente de tuberías. Engordaría hasta el hartazgo, se tambalearía y
se desplomaría y explotaría. Entonces, como una bomba, la tubería se expandiría
furiosamente, como un maremoto, por todos y cada uno de los edificios del
microcentro, comprimiendo, cortando, aplastando, destruyéndolo todo (¡todo se
quema! musito Juárez con misticismo) y esto ocurriría, naturalmente, en dos
minutos con cuarenta y ocho segundos, máximo.
Pero lo cierto es que Juárez había
sentido o visto algo. ¿Que podía haberlo despertado? Presintió algo, alguna catástrofe,
y en un acto casi reflejo abrió el sistema. Un parpadeo titilante en la ventana
del mensajero (la parte del sistema que se encargaba de las comunicaciones
entre los operadores y el supervisor) le vaticinaba que, en algún sitio del salón,
alguien quería o quiso comunicarse con el. Vio que dicha persona era el mismísimo
supervisor. El mensaje era simple y ambiguo y, como tal, totalmente oscuro y
claramente poseedor de un significado secreto. "Matías, ¿estas en
Call?" La hora del mensaje era 3:45.
En otro acto reflejo, sus manos se
dirigieron mecánicamente al teclado y tipearon unas líneas precisas a la vez
que ambiguas. El dedo índice de su mano derecha se detuvo justo a tiempo, antes
de llegar al botón de enviar. ¿Que importaba realmente? Fue entonces, mientras
se debatía en las implicaciones y contra implicaciones de ese último acto, cuando
noto que el murmullo del salón, que a ese horario tendía a lo que Juárez
catalogaba de "animado", se silencio siguiendo alguna orden
invisible: Como si una mano hubiese bajado el volumen de todo el salón y una sensación
de limpieza y frialdad, de correctitud o simplemente de sentarse derecho o de
poner cara seria, se hubiese apoderado del salón. Juárez comprendió que el
Supervisor había salido de su oficina.
Casi no se sorprendió cuando unos
segundos mas tarde vio la figura del supervisor, parado delante de suyo. El
supervisor era atemporal. Su cuerpo era menudo, bajito, de pelo corto y
facciones que no tenían nada de facciones pues no eran expresiones parciales de
un rostro cambiante, sino expresiones totalitarias de algo que no era un
rostro. El icono de la atemporalidad del supervisor era sin dudas su traje.
Enjuto y completamente pulcro, no variaba jamás el negro en su vestimenta. Pantalón
de vestir negro, zapatos negros, y saco negro. Un enterrador sin duda alguna.
La camisa siempre blanca. Blanco y negro eran sin duda los colores tanto de la atemporalidad
como de la totalidad.
- Martín, ¿podemos hablar un rato?
- Si, claro. ¿Acá?
- No, aca no. Veni a mi oficina.
La oficina del supervisor no tenia
nada de particular. Juárez había entrado algunas veces desde que había
comenzado a trabajar para EasySell. Era de no creer que una empresa que había
arrancado como un misero portal de Internet hubiera llegado a ser un misero
call center de una muy muy muy mísera empresa de publicidad. A una seña del
Supervisor, Juárez se sentó en una silla giratoria que estaba enfrente del
escritorio del Supervisor. Este, a su vez, se sentó enfrentando a Juárez en su
propia silla.
- Bueno, Decime-. Juárez estaba
nervioso por la oficina, y molesto por la interrupción de sus importantísimas
meditaciones.
- Espera que contesto esto... -.
Pasaron casi 5 minutos en los que el Supervisor, con la cordialidad y el
liderazgo de siempre, respondió a varios mails, atendió una consulta y contesto
una llamada telefónica. Mientras el supervisor fuese el Supervisor, el sistema
estaba seguro.
- Bueno, listo. Gracias por
esperar.-
- Si...
- Mira, Matías, no te voy a andar
con vueltas por que vos ya sabes como es. ¿No? - Juárez asintió sin saber a que
aspecto del salón se refería el Supervisor. - Bueno, la cosa es que andas muy
pero muy mal en los números. ¿No lo habías notado? ¿Que te pasa últimamente,
tenes problemas en tu casa?-. Juárez sintió a la tubería girando en algún sitio
del edificio. La sintió, desesperadamente sintió que crecía. Ya nada podía
hacerse.
- No... no se. No creo tener
problemas, al menos no nuevos. Las ventas están difíciles, usted ya lo sabe,
estuvo en esto.
- Si, si si, te entiendo. Pero vos entendedme
a mi. Las ventas siempre estuvieron jodidas, ¿sabes? Tus números son bajos por
que no atendes llamadas, no aceptas retenciones. Tu producción es, discúlpame
que te lo diga, una cagada. así a la empresa no le servís, y no creo que ella
te sirva a vos tampoco. Ni como persona ni como profesional. No recibí de vos ningún
informe, ninguna autoevaluación en los últimos seis meses. Tampoco participas
de las reuniones extralaborales. Sabes, no te vi ni el la reunión de fin de
año-. Juárez entonces intento excusarse.
- La verdad es que estoy un poco
desmotivado, no le voy a decir que no. El tedio es enemigo del rendimiento. Lo
de las reuniones, fue por otra cosa. Ando muy ocupado, sabe. - El Supervisor lo
miro entonces con una mirada acusadora y cómplice, como si Juárez le estuviese
dando la razón en un punto crucial que ambos conocían muy bien.
- Matías, lo tuyo no es de ahora. Yo
creo que vos lo sabes, y vos sabes que yo siempre los estoy midiendo en el
Sistema. Tu performance es muy baja desde hace meses. No te dije nada por que
vos tenes antigüedad y un pozo en la performance lo tiene cualquiera. Hasta
Lupe tuvo una mala época, ¿sabes? Cuando entro no entendía nada.- Juárez Sabia.
- Pero lo que te pasa a vos es otra cosa. No es justo que si una persona no
hace su trabajo, siga cobrando el mismo sueldo para los demás. No es justo para
el resto de tus compañeros, ni para otra gente que tiene muchas ganas de estar
ocupando tu puesto, ¿no te parece?-
Juárez pensó en esas personas que tenían
muchas ganas de ocupar su cuadradito de alfombra roñosa y mamparas húmedas cuasi
podridas, pensó en ellas pero su pensamiento cayo en la nada, por que para el
no había tales infelices. así y todo, reprimiendo una sonrisa y con la mirada
baja (pues sus ojos quizás mostrarían ironía o desprecio, ambas muy peligrosas
ante la atenta mirada panóptica del Supervisor) Juárez intento una respuesta.
- Discúlpeme, pero yo estoy acá
todos los días, ocho horas, como el resto de mis compañeros. Y si es por el
sueldo... Usted sabe bien que no es...
- Vos aceptastes ese sueldo en tu
contrato. No es el momento de hablar de eso.- Dijo el Supervisor en un tono rápido
y frío.- No, Matías, no. Todo lo contrario. Dejame decirte que tu performance
queda medida en el sistema y yo eso lo tengo que informar, lo informo mes a
mes. Esos números tan bajos no dejan conforme a la gerencia.
- ¿Y entonces?
- Entonces - dijo el supervisor en
tono paternal - si no te pones a la par de tus compañeros en estas 3 semanas
que quedan para completar el mes, te voy a tener que pedir la renuncia. Llegado
el punto...
- Tengo tres años acá - respondió automáticamente
Juárez - ¿Que pasa si no quiero renunciar? - sintió entonces, repentinamente,
un odio liso y extendido contra el supervisor, contra los cubículos y
sorpresivamente, contra el mismo.
- En caso de que no mejores, créeme
que lo mejor es que renuncies. Si no, llegado el caso, como iba a decirte recién,
la empresa te enviara un telegrama y se arreglara lo que corresponde. - Juárez
entonces vio (nada de simplemente sentir, sino que vio) como la tubería se
colaba por debajo del ascensor, y con una velocidad increíble, invadía el salón.
Juárez miro hacia el salón y no vio más que tuberías, tuberías multicolores que
lo llenaban todo, en constante movimiento, ahogándose, haciendo nudos. sintió
dolor en las sienes y un zumbido detrás de las orejas. La mirada exigente del
Supervisor fue como un pinchazo de aguja.
- ¿Un telegrama dice? Sabe que,
señor supervisor, mándeme todos los telegramas que quiera. Su performance en la
vida a mi también me parece una cagada. Usted seguramente no va a llegar ni a
los dos minutos con treinta y cinco. Sépalo. Si. ¿me mira asombrado, señor hijo
de puta? Ud no me entiende y yo a usted, menos. Me hace perder el tiempo con
estas charlas. Sepa que yo estaba a punto de irme cuando usted vino a buscarme
para estas estupideces. Sepa que usted es un idiota, un completo tarado. No lo
odio, pero es un cerdo. Perdiendo tiempo hablando de saber venderse, cuando podríamos
haber escapado. No se crea que me pone nervioso. Le confieso, yo no tengo
objetivos. ¿como podría tenerlos cuando crecemos sobre un fondo negro?. A mi,
desde hace tiempo, sus objetivos me dan risa. Y desde hace un rato, los
desprecio totalmente. ¿Estoy ultimo en su tabla?. Bueno, pues sepa que lo
lamento, pero para ver la tubería es necesario que la maquina no se mueva por 5
minutos. ¿Que quiere que le haga yo si las cosas son así?. Cuando las cosas están
quietas, todo contempla. Ríase, imbecil, ríase. Ahora ya es tarde. Ahora la tubería
nos va a matar a los -.
Juárez no
llego a terminar la frase, puesto que la tubería, como una marea de tentáculos metálicos
irrumpió en la oficina del supervisor y, destrozando todos los vidrios, empotro
en un violento golpe a ambos, al Supervisor y a Matías Juárez, contra la pared
de la oficina.