6 jun 2012

La Tubería




Juárez estaba en su cubículo y el reloj mostraba, aburrido, las tres de la tarde. El reloj, una circunferencia de plástico con el logotipo de la compañía, colgaba de una pared desnuda y casi desparpajada. Un color verde agua se extendía uniforme por las 4 paredes del salón alfombrado. La alfombra era vieja y de un gris oscuro, gastada casi hasta el concreto. El salón se dividía en innumerable cubículos, separados entre si por mamparas en forma de X, lo cual daba 4 cubículos personales por división. Con 8 cubículos en total, había 32 personas trabajando y, como había dos turnos, 64 almas diferentes se pasaban ocho horas diarias sentadas en ellos. Juárez había echo este calculo hace mucho tiempo. Apenas había entrado a trabajar para EasySell. Ahora lo hacia casi todos los días. A veces solía extenderse en sus cálculos. Entonces dichos cálculos pasaban a ser especulaciones. Pensaba que el salón era solamente una de las Cuatro Alas del edificio "Torre Libertador II". No entendía por que se llamaba “Torre Libertador” si quedaba en calle Esmeralda. Un dia, no obstante, creyó hallar la solución a este aparente absurdo. El edificio se llamaba así no por lo que era o por donde estaba (puesto que la misma calle Esmeralda y con ella todo el barrio de Tribunales era una porquería sucia y mojonera), sino por lo que quería ser, o mejor dicho: Por lo que esperaba. El edificio esperaba un Libertador. Juárez había pensado (Antes, no ahora. Ahora definitivamente ya no lo pensaba), había pensado que ese Libertador podía ser el. Que ese edificio lo esperaba a el, a Matías Ezequiel Juárez, para liberarlo, para sacarlo de su tedio, de su miseria. Para quemarlo todo. Esta idea no la tenia ya casi en absoluto.
Realizaba también otro tipo de especulaciones. Más matemáticas. Volvía entonces al salón y a los cubículos: 64 almas por dia. Pero el salón ocupaba solamente el ala oeste que daba Bartolomé Mitre. Cada piso estaba dividido en 4 alas: Oeste Mitre, Este Mitre, Oeste Rivadavia, Este Rivadavia. El Ala Oeste mitre del noveno piso del edificio “Torre Libertador II” se le aparecía a Juárez como el lugar mas roñoso del ya roñoso e inhabitable tribunales, dentro de la gran jurisdicción de merdosa del Microcentro Porteño. Juárez pensaba, mientras se hamacaba incomodo en su silla, que eran catorce pisos. Catorce pisos por cuatro alas, por Sesenta y Cuatro personas por ala, daban tres mil quinientos ochenta y cuatro personas acomodadas en cubículos mínimos. Un espectáculo ridículo. Multipliquemos eso, pensaba, por, ¿cuanto? 10 edificios por cuadra, 40 por manzana. Juárez sabia (lo había contado) que en el microcentro porteño había exactamente 62 manzanas. Ni una mas ni una menos. 62 manzanas por 40 edificios daban dos mil ochocientos cuarenta edificios. Si cada edificio tuviese 14 pisos y cada piso tuviese cuatro alas, y en cada ala entraran exactamente 64 oficinistas miserables y aburridos, entonces, y Juárez se relamía ya orgulloso de su exactitud, entonces el microcentro tenía cada dia a ciento cincuenta y ocho mil setecientos veinte oficinistas ridículos y miserables. Y solamente el, Juárez, había resuelto ese misterio, solo el habia consignado esa cifra limpia e innegable. Claro esta que el microcentro era para Juárez lo que el llamaba "El corazón del microcentro", que era el territorio comprendido entre las calles Belgrano, Paseo Colon, Avenida del Libertador y Corrientes. Y claro que en realidad las manzanas no eran 62 sino 64, pero Juárez estimaba que las dos manzanas de plaza de mayo, si bien apestaban de miserables de traje y corbata, no estaban divididas en cubículos y, por lo tanto, esos miserables no eran oficinistas. Puesto que lo mismo que un soldado es soldado solo cuando esta en servicio y un artista es artista cuando hace arte, seguía Juárez con juicio implacable, el oficinista solo es oficinista si esta en un cubículo roñoso y podrido. Por lo que su numero final era como minino verosímil. Indudable, gustaba de pensar que era indudable.

Miro entonces su escritorio. En el fondo de la pantalla se agitaba una tubería que se enredaba,  que se retorcía, que buscaba espacio para seguir creciendo dentro del negro insondable de la pantalla. Sus formas eran lógicas y sus ángulos, rectos. Se diría que la tubería buscaba crecer y progresar en su existencia lo más posible. Era una lastima que las pulgadas del viejo monitor Samsung fueran solo 17 y no infinitas, puesto que llegado un momento la tubería llenaba casi toda la pantalla, y entonces ni siquiera su inteligencia suprema podía salvarla de atascarse, de detenerse en un callejón sin salida, de chocar contra si misma en el plano bidimensional en el que existía. Y eso era terrible, era letal. Por que cuando ya no podía avanzar, se detenía. La pantalla quedaba entonces congelada durante un ínfimo instante, y entonces un parpadeo limpiaba el sistema de toda la existencia de la  tubería, lineal y sistemático, y volvía e empezar desde cero, desde la nada: la misma tubería que comenzaba a crecer, virando solo en ángulos de 45 grados. A Juárez le daba lastima. Le hubiese gustado ayudarla. Comprendía a la tubería y, ¡cuanto le hubiese gustado ayudarla! Varias veces le había pedido al Supervisor un monitor mas grande, de 19 pulgadas, solo para que la tubería pudiese continuar girando un tiempo mas. Que al menos estuviera más cómoda. Juárez miraba la tubería desde hacia ya casi un año. La desgracia de la tubería, la causa de su destino trágico, de su eterno retorno, era su estar delimitada a dos dimensiones, su no poder volver sobre si misma, el Alea jacta est de cada nuevo tramo que crecía serpenteante, la imposibilidad que tenia para enderezar cada vuelta que daba. Esto trataba de ser compensado por la inteligencia casi divina que poseía la tubería para no atascarse rápidamente. Juárez le había tomado el tiempo, y la tubería nunca tardaba menos de 2 minutos con treinta segundos en reiniciarse. Lamentablemente, nunca había tardado, al menos mientras Juárez la miraba, más de dos minutos con cuarenta y ocho segundos. Juárez le había notado varias cosas: Que no siempre arrancaba del mismo punto, en las mismas coordenadas cartesianas del cuadrado negro en el que vivía, que no siempre realizaba las mismas formas ni los mismos movimientos (Aunque para quien observaba la tubería sin tener inteligencia o la observaba discontinuamente podía parecer que sus formas se repetían, Juárez sabia que si lo hacían, no lo hacían en el mismo sitio ni por la misma razón), y que tampoco finalizaba nunca en el mismo punto. Juárez observo su monitor durante dos minutos y cuarenta segundos. Entonces le dio un click a su Mouse y el universo de la tubería desapareció para darle existencia a un fondo azul y uniforme, con el estupido logo de EasySell y un montón de iconitos. A Juárez dos minutos con cuarenta segundos le parecían un tiempo formidable. No se le podía recriminar a la tubería nada a esa hora y a ese dia de la semana. Entonces sonrió. El había resuelto también el misterio de la tubería. Para empezar, no era que el universo de la tubería y la tubería misma desaparecían con un simple click del Mouse. En absoluto. Lo que sucedía era que entonces se rompía la contemplación. Juárez había leído hace mucho a un griego que hablaba de la contemplación, y le había parecido muy sensato lo que este tipo decía. Estaba bien que el, Juárez, no creía en el alma ni en cosas que existían eternamente y, lo que era mas ridículo aun, eternamente sin moverse. Pero le había gustado lo que había dicho de la contemplación. No era que la tubería desapareciese. El ciclo de la tubería era eterno, comenzaba, finalizaba y recomenzaba en un ciclo que jamás se detenía. Si uno se estaba quieto, podía contemplar este prodigio. Mover la mano hasta el Mouse era interrumpir la contemplación. La naturaleza de la tubería no era para Juárez tampoco ningún misterio. Era, si, algo triste, pero no un misterio. La tubería era una fuerza que estaba autodeterminada por si misma. Esa misma fuerza la forzaba a crecer, y la determinación establecía la forma y las condiciones en que lo hacia. Su maldición era existir en un universo espacialmente limitado. No era que alguna fuerza maléfica o angelical hubiese creado esa comedia virtual o cósmica en la que la tubería buscaba eternamente y en vano superar el minuto con cuarenta y ocho, sino que era la misma fuerza de la tubería la que destruía el universo oscuro y a si misma y, de alguna forma milagrosa y supraracional, esa energía misma que era el intimo ser de la tubería se trasmutaba al nuevo universo de negrura y planitud, el cual también era infinito y en realidad indestructible. Entonces la potencia de la tubería la hacia volver a empezar, dirigida por su inteligencia platónica (Juárez había recordado el nombre del griego) e implacable, construyendo y destruyendo.

Sin embargo, aquí no estaba Juárez tan seguro. Intento distraerse entonces. Abrió al azar unas planillas y cargo algunos datos. Pero la virtualidad propia del universo de las planillas le recordó automáticamente el dilema que lo torturaba. Comenzó entonces a repiquetear con los pies, evocando tonadas y luego ruidos de cosas y personas varias, hasta que, fastidiado, se levanto y fue a servirse un ridículo vasito de agua del dispenser. Fingió tomarlo con verdadero placer y luego fue al baño a hacer sus necesidades. Al volver a su celda, Juárez vio a la tubería que ya se revolvía, loca y persistente, con sublime estrategia, por el monitor. Era una lastima no haber podido contar el tiempo, pero Juárez era un profesional y por la cantidad de tubería que se veía, no podía haber transcurrido mas que un minuto y medio. Esto era fácilmente calculable, pues la tubería avanzaba siempre a la misma velocidad, signo de su potencia pero también de su sabiduría, y entonces la cantidad de masa aumentaba proporcionalmente al tiempo de existencia. Claro que la tubería tampoco podía elegir. Juárez comprendía esto con la misma absurda cantidad de temor y admiración. Ella era potencia, una fuerza incalculable. No era como los oficinistas del microcentro. La tubería, la forma de la tubería, era solo una apariencia, algo que se formaba por que algo tenía que formarse de todos modos. Lo que la tubería en sumo grado era algo así como una ecuación, como una fuerza cuya definición era ser algo que era creciente, algo que era queriendo ser más y siendo más. Juárez había leído también a un alemán que, estaba seguro, había también visto la tubería en su esplendor. Pero no había manera de que Juárez recordara el apellido. Los apellidos de los alemanes eran siempre difíciles.
Si: La tubería no podía elegir: Necesariamente ser era para ella ser más, poder ser más, y si no podía ser más, no podía ser. Por eso era que todo comenzaba de vuelta y no se veía jamás una pantalla del color de la tubería. Pero... entonces la misma duda de siempre... Juárez miro su taza, blanca, de plástico barato y pretendidamente alegre. Completamente blanca, gastada y con el logotipo de EasySell grabado de una manera patética. Eso termino de fastidiarlo, y dándole un puñetazo que hizo que la taza rebotara contra el fondo del cubículo y quedara boyando, al borde de caer al suelo. Se planteo por fin la duda: ¿Era siempre realmente la misma tubería?. Era un asunto serio a considerar. Por que entonces, si no era, el edificio, tanto el que Juárez había armado como el que a el lo sostenía, se venían abajo. Si la tubería no era siempre la misma, entonces el mismo era la tubería. O el mismo era como la tubería. Y si el era como la tubería, todos, los cien mil y pico de infelices que antes había calculado, eran también como la tubería. Por que si la tubería no persistía sino que Moria al final de su recorrido, entonces bajaba desde la insondable divinidad en que Juárez la había imaginado, a ser un ser condenado a la muerte, un ser obligado a prolongarse, a propagarse por naturaleza, a su pesar, encasillado por sus limites mientras le dure esa agonía de rectos virajes a izquierda y a derecha que eran para ella la existencia. Bien. Eso al menos explicaba por que las cosas se volvían a cada segundo mas complicadas, mas intrincadas, increíblemente enredadas. Así, cada paso no podía ser más que un error. Juárez noto entonces que la cabeza le estallaba. Lo noto puntualmente, como si hubiese sido cronometrado, y entonces le ardieron los ojos. La tubería comenzó a girar y girar nuevamente. Doblaba, trazaba planes para vencer a la muerte, cambiaba de colores con furia y desesperación. Juárez, que tenia ahora la palma de su mano sobre su cara, la miro. La miro casi con maldad, pero también con ternura. "Pobre estupida, es inútil, da igual, Tarde o temprano no te va a quedar espacio". Juárez se sorprendió perdiendo su fe en la tubería. Fe u obsesión que lo había mantenido en su cubículo hasta ahora. Por que, si Juárez seguía ahí, era solo para pensar en los edificios y para observar la tubería. ¿Por que la tubería debería necesariamente ser la misma? ¿No era también posible pensar que solamente era un desfile de seres que nacían, crecían y morían? Pensó entonces nuevamente en las 64 manzanas que hacían un cuadrado, tan negro y sucio como la pantalla del monitor. Un monitor de 6400 metros cuadrados. Pensó entonces en los seres que, dando vueltas solo de 45 grados, recorrían cual tuberías dichas manzanas hasta que su tiempo pasaba y eran sencillamente reiniciados, reemplazados por tuberías nuevas con más ganas de crecer. Si las tuberías eran dinámicas, si las tuberías devenían, entonces lo que debía persistir era el fondo muerto, el gastado telón negro del fondo, que no presentaba sorpresas ni accidentes. Juárez había visto antes todo lleno, y ahora todo era fugaz y por debajo de ello no había nada. Esta bien, no era tan justo comparar los dos minutos y pico de la tubería con los 60 años del oficinista. Pero, ¿que importancia tenia el tiempo? Ambos eran regidos por sus limitaciones y, por de sus movimientos, por la naturaleza de sus movimientos, se deducía innegablemente su agotamiento. Cada vuelta solamente lograba generar menos espacio, menos aire. Si la tubería no era la misma, entonces existir solo complicaba la existencia.
Juárez miro entonces de nuevo su taza. Realmente la odiaba. Era barata y sucia, la encarnación misma de la hipocresía. El supervisor le había regalado una a cada uno el semestre pasado. Miro de soslayo entonces el cubículo de Paula. Paula la muy idiota. Lucia su taza sobre el CPU de su maquina, como si se tratase de un diploma, de un trofeo o del poema de un enamorado. Speulutti en cambio, no se podía decir que amase su taza, por que como Juárez veía, la tenia calladamente colocada entre la esquina derecha de su cubículo y una pava eléctrica. Pero tampoco era seguro que, como el, la odiase. Juárez abrió entonces el sistema.
El sistema registraba todo, contenía todo, ofrecía todo y a todos obligaba. Repartía los beneficios, las comunicaciones, el rendimiento, la ubicación, las obligaciones, el donde, el como y también el por que de cada posible acción dentro del salón. El sistema era monitoreado por el Supervisor. A Juárez nunca le gustaba lo que veía en el sistema. Estaba siempre en las últimas posiciones. Últimamente más que nunca. A Paula, en cambio, le iba de maravilla en el semestre. 37 ventas y 10 retenciones. ¡Había que ver! , ¡Tercera, tercera y en su segundo semestre! Claro que a Rossetti y a María Guadalupe no había con que bajarlos. Uno era un hijo de remil putas, ambicioso y casi un psicópata obsesivo, capaz de trabajar una venta con la insistencia de un Napoleón y la inteligencia de un Maquiavelo. La otra, era muy parecida. Y además era venezolana. Y claro, llamaba en su mayoría a hombres. Hombres solteros, claro esta. De esos que son patéticos o pretendidamente exitosos. Era cosa sabida por todos que la voz caribeña los calentaba o, como decía el Supervisor, “Vendía”.
Juárez no tenía ya casi interés por estas cosas. Cuando desplegaba la interfaz del sistema lo hacia siempre para mirar las jerarquías y los estados de los demás mas que para trabajar el mismo. Era como reunirse con viejos amigos o perder una tarde mirando telenovelas: Un somero contacto social.
Juárez cerró el sistema y miro el reloj, no el que colgaba de la pared sino el de su propia maquina, y vio: 15:35. Decidió entonces que se iría de la oficina. A caminar. A intentar salir del cuadrado negro, a desbordarlo. A intentar superar a la tubería. Se estiro todo lo que pudo, casi hasta levantarse de la silla, y espío por encima de la mampara de su cubículo, hacia la puerta que daba al ascensor. Si, podía irse. Bien cierto era que era riesgoso. La oficina del supervisor, que estaba a la izquierda de los primeros cubículos desde la entrada, poseía una amplia ventana que le daba a este una visión total de todo aquel que entraba y salía. Claro que el supervisor no podía estar mirando por esta ventana todo el tiempo, puesto que debía, entre otras muchas y muy importantes tareas, controlar el sistema. Si: se pararía, se pondría el saco y simplemente caminaría por el pasillo de María Guadalupe (y con satisfacción pensó que en un gesto de rechazo a ese erotismo freudiano volcado al éxito comercial, ni siquiera miraría a esa hija de puta) y en un santiamén estaría cruzando la puerta, entrando al ascensor y saliendo al trajeteo de la Avenida Rivadavia. Se imagino caminando por Rivadavia hacia el río, vio los muelles y los bares de Puerto Madero, los bajos edificios colorados. Llego incluso a imaginarse el río, y entonces supo que no saldría del salón hasta que se cumpliese su horario. En ese rapto de imaginación Juárez había gastado, quizás intencionalmente, la potencia necesaria para ejecutar ese acto heroico Y lo que era peor, nadie se había percatado, como bien indicaba el constante tecleo y la repetición de speech's por los audífonos, de que el, Juárez, había tenido aunque sea por unos instantes el honesto y verdadero ímpetu de salir del salón. Apoyo entonces la cabeza nuevamente en la palma de su mano derecha, y se dedico a dormitar.

4:50. Se despertó justo a tiempo. Fue un sueño raro, algo sobre una tubería, algo como una tubería blanca y roja, de goma, que comenzaba a crecer desde un punto ciego del salón. Comenzaba a crecer y al principio nadie lo notaba. Casi sin que nadie lo note, la tubería había ganado ya la puerta, y con una velocidad furiosa y virosica, se había ramificado en numerosas tuberías (ahora era como un árbol, como una inmensa tuberculosis) y había comenzado a avanzar por todo el salón. Solo cuando las primeras maquinas fueron destruidas (Puesto que la tubería no era ya de goma sino del mas resistente plomo) y los primeros operadores comprimidos y descuartizados (puesto que la tubería se enrollaba con fuerza feroz contra todo lo que tocaba, y cada giro y cada contacto provocaba nuevas ramificaciones) se desato el pánico general. Muchos lamentaban entonces la indiferencia del supervisor ante los ruegos de poner ventanas en el costado este, ya que como el salón era completamente cerrado y la tubería había ya bloqueado la puerta, el único resultado posible era un salón completamente lleno, hasta su ultimo rincón, de la tuberías, la cuales crecerían sin duda entre los escombros y las tripas y huesos triturados de todos ellos, como un nódulo canceroso. Llegado un momento, las vigas de acero del ala no resistirían y la tubería se precipitaría como una avalancha plomiza hacia otros órganos-alas y órganos-pisos del ya incurablemente enfermo edificio Libertador, el cual no tardaría entonces en llenarse totalmente de tuberías. Engordaría hasta el hartazgo, se tambalearía y se desplomaría y explotaría. Entonces, como una bomba, la tubería se expandiría furiosamente, como un maremoto, por todos y cada uno de los edificios del microcentro, comprimiendo, cortando, aplastando, destruyéndolo todo (¡todo se quema! musito Juárez con misticismo) y esto ocurriría, naturalmente, en dos minutos con cuarenta y ocho segundos, máximo.

Pero lo cierto es que Juárez había sentido o visto algo. ¿Que podía haberlo despertado? Presintió algo, alguna catástrofe, y en un acto casi reflejo abrió el sistema. Un parpadeo titilante en la ventana del mensajero (la parte del sistema que se encargaba de las comunicaciones entre los operadores y el supervisor) le vaticinaba que, en algún sitio del salón, alguien quería o quiso comunicarse con el. Vio que dicha persona era el mismísimo supervisor. El mensaje era simple y ambiguo y, como tal, totalmente oscuro y claramente poseedor de un significado secreto. "Matías, ¿estas en Call?" La hora del mensaje era 3:45.
En otro acto reflejo, sus manos se dirigieron mecánicamente al teclado y tipearon unas líneas precisas a la vez que ambiguas. El dedo índice de su mano derecha se detuvo justo a tiempo, antes de llegar al botón de enviar. ¿Que importaba realmente? Fue entonces, mientras se debatía en las implicaciones y contra implicaciones de ese último acto, cuando noto que el murmullo del salón, que a ese horario tendía a lo que Juárez catalogaba de "animado", se silencio siguiendo alguna orden invisible: Como si una mano hubiese bajado el volumen de todo el salón y una sensación de limpieza y frialdad, de correctitud o simplemente de sentarse derecho o de poner cara seria, se hubiese apoderado del salón. Juárez comprendió que el Supervisor había salido de su oficina.

Casi no se sorprendió cuando unos segundos mas tarde vio la figura del supervisor, parado delante de suyo. El supervisor era atemporal. Su cuerpo era menudo, bajito, de pelo corto y facciones que no tenían nada de facciones pues no eran expresiones parciales de un rostro cambiante, sino expresiones totalitarias de algo que no era un rostro. El icono de la atemporalidad del supervisor era sin dudas su traje. Enjuto y completamente pulcro, no variaba jamás el negro en su vestimenta. Pantalón de vestir negro, zapatos negros, y saco negro. Un enterrador sin duda alguna. La camisa siempre blanca. Blanco y negro eran sin duda los colores tanto de la atemporalidad como de la totalidad.
- Martín, ¿podemos hablar un rato?
- Si, claro. ¿Acá?
- No, aca no. Veni a mi oficina.
La oficina del supervisor no tenia nada de particular. Juárez había entrado algunas veces desde que había comenzado a trabajar para EasySell. Era de no creer que una empresa que había arrancado como un misero portal de Internet hubiera llegado a ser un misero call center de una muy muy muy mísera empresa de publicidad. A una seña del Supervisor, Juárez se sentó en una silla giratoria que estaba enfrente del escritorio del Supervisor. Este, a su vez, se sentó enfrentando a Juárez en su propia silla.
- Bueno, Decime-. Juárez estaba nervioso por la oficina, y molesto por la interrupción de sus importantísimas meditaciones.
- Espera que contesto esto... -. Pasaron casi 5 minutos en los que el Supervisor, con la cordialidad y el liderazgo de siempre, respondió a varios mails, atendió una consulta y contesto una llamada telefónica. Mientras el supervisor fuese el Supervisor, el sistema estaba seguro.
- Bueno, listo. Gracias por esperar.-
- Si...
- Mira, Matías, no te voy a andar con vueltas por que vos ya sabes como es. ¿No? - Juárez asintió sin saber a que aspecto del salón se refería el Supervisor. - Bueno, la cosa es que andas muy pero muy mal en los números. ¿No lo habías notado? ¿Que te pasa últimamente, tenes problemas en tu casa?-. Juárez sintió a la tubería girando en algún sitio del edificio. La sintió, desesperadamente sintió que crecía. Ya nada podía hacerse.
- No... no se. No creo tener problemas, al menos no nuevos. Las ventas están difíciles, usted ya lo sabe, estuvo en esto.
- Si, si si, te entiendo. Pero vos entendedme a mi. Las ventas siempre estuvieron jodidas, ¿sabes? Tus números son bajos por que no atendes llamadas, no aceptas retenciones. Tu producción es, discúlpame que te lo diga, una cagada. así a la empresa no le servís, y no creo que ella te sirva a vos tampoco. Ni como persona ni como profesional. No recibí de vos ningún informe, ninguna autoevaluación en los últimos seis meses. Tampoco participas de las reuniones extralaborales. Sabes, no te vi ni el la reunión de fin de año-. Juárez entonces intento excusarse.
- La verdad es que estoy un poco desmotivado, no le voy a decir que no. El tedio es enemigo del rendimiento. Lo de las reuniones, fue por otra cosa. Ando muy ocupado, sabe. - El Supervisor lo miro entonces con una mirada acusadora y cómplice, como si Juárez le estuviese dando la razón en un punto crucial que ambos conocían muy bien.
- Matías, lo tuyo no es de ahora. Yo creo que vos lo sabes, y vos sabes que yo siempre los estoy midiendo en el Sistema. Tu performance es muy baja desde hace meses. No te dije nada por que vos tenes antigüedad y un pozo en la performance lo tiene cualquiera. Hasta Lupe tuvo una mala época, ¿sabes? Cuando entro no entendía nada.- Juárez Sabia. - Pero lo que te pasa a vos es otra cosa. No es justo que si una persona no hace su trabajo, siga cobrando el mismo sueldo para los demás. No es justo para el resto de tus compañeros, ni para otra gente que tiene muchas ganas de estar ocupando tu puesto, ¿no te parece?-
Juárez pensó en esas personas que tenían muchas ganas de ocupar su cuadradito de alfombra roñosa y mamparas húmedas cuasi podridas, pensó en ellas pero su pensamiento cayo en la nada, por que para el no había tales infelices. así y todo, reprimiendo una sonrisa y con la mirada baja (pues sus ojos quizás mostrarían ironía o desprecio, ambas muy peligrosas ante la atenta mirada panóptica del Supervisor) Juárez intento una respuesta.
- Discúlpeme, pero yo estoy acá todos los días, ocho horas, como el resto de mis compañeros. Y si es por el sueldo... Usted sabe bien que no es...
- Vos aceptastes ese sueldo en tu contrato. No es el momento de hablar de eso.- Dijo el Supervisor en un tono rápido y frío.- No, Matías, no. Todo lo contrario. Dejame decirte que tu performance queda medida en el sistema y yo eso lo tengo que informar, lo informo mes a mes. Esos números tan bajos no dejan conforme a la gerencia.
- ¿Y entonces?
- Entonces - dijo el supervisor en tono paternal - si no te pones a la par de tus compañeros en estas 3 semanas que quedan para completar el mes, te voy a tener que pedir la renuncia. Llegado el punto...
- Tengo tres años acá - respondió automáticamente Juárez - ¿Que pasa si no quiero renunciar? - sintió entonces, repentinamente, un odio liso y extendido contra el supervisor, contra los cubículos y sorpresivamente, contra el mismo.
- En caso de que no mejores, créeme que lo mejor es que renuncies. Si no, llegado el caso, como iba a decirte recién, la empresa te enviara un telegrama y se arreglara lo que corresponde. - Juárez entonces vio (nada de simplemente sentir, sino que vio) como la tubería se colaba por debajo del ascensor, y con una velocidad increíble, invadía el salón. Juárez miro hacia el salón y no vio más que tuberías, tuberías multicolores que lo llenaban todo, en constante movimiento, ahogándose, haciendo nudos. sintió dolor en las sienes y un zumbido detrás de las orejas. La mirada exigente del Supervisor fue como un pinchazo de aguja.
- ¿Un telegrama dice? Sabe que, señor supervisor, mándeme todos los telegramas que quiera. Su performance en la vida a mi también me parece una cagada. Usted seguramente no va a llegar ni a los dos minutos con treinta y cinco. Sépalo. Si. ¿me mira asombrado, señor hijo de puta? Ud no me entiende y yo a usted, menos. Me hace perder el tiempo con estas charlas. Sepa que yo estaba a punto de irme cuando usted vino a buscarme para estas estupideces. Sepa que usted es un idiota, un completo tarado. No lo odio, pero es un cerdo. Perdiendo tiempo hablando de saber venderse, cuando podríamos haber escapado. No se crea que me pone nervioso. Le confieso, yo no tengo objetivos. ¿como podría tenerlos cuando crecemos sobre un fondo negro?. A mi, desde hace tiempo, sus objetivos me dan risa. Y desde hace un rato, los desprecio totalmente. ¿Estoy ultimo en su tabla?. Bueno, pues sepa que lo lamento, pero para ver la tubería es necesario que la maquina no se mueva por 5 minutos. ¿Que quiere que le haga yo si las cosas son así?. Cuando las cosas están quietas, todo contempla. Ríase, imbecil, ríase. Ahora ya es tarde. Ahora la tubería nos va a matar a los -.
Juárez no llego a terminar la frase, puesto que la tubería, como una marea de tentáculos metálicos irrumpió en la oficina del supervisor y, destrozando todos los vidrios, empotro en un violento golpe a ambos, al Supervisor y a Matías Juárez, contra la pared de la oficina.

1 comentario:

Udjat dijo...

Fantastico. De tus mejores relatos. Hay ciertas cosas que me dieron gracia, como por ejemplo el asunto de la tuberia, es algo en lo que yo tambien he caido. Es gracioso como la llega a ver en todos lados y como la llega a sentir. Pero realmente no es la tuberia... es otra cosa. No se si decir que es la maldita monotonia, la sensacion de estar atrapado entre tuberias representadas por idiotas de traje.
Otra cosa que me parecio muy graciosa es definitivamente, la forma con la cual te referis al personaje. Lo llamas por su apellido, como te suelen llamar en el colegio, o en el trabajo. Formalmente. No se si eso fue a proposito, pero definitivamente es un factor muy importante para mi en este texto. El hecho de que luego el jefe lo llamara por el nombre, me desarmo un poco el esquema, pero igual sigue siendo muy particular.
La conversacion final fue mortal, el tipo se volvio completamente loco, y fue casi real. Es decir, ese tipo de finales es el que no se puede pensar, porque es estupido creer que fue un sueño o una alucinacion. Yo por mi parte elijo pensar que la tuberia los atravesó, tanto real como metaforicamente. Malditos jefes que se hacen los intimidatorios... los numeros no le representan realmente preocupacion por el empleado, si no por su sueldo. Lo odie. A el y a la imagen del edificio ese, que no se si exista, pero que me irrita. Me irrita la imagen de las personas caminando por las calles, casi como tuberias extendiendose... es como esas cosas cruzadas que veia. Un asco, me pone nerviosa, me exalta... pero me fascina jajaja.
En fin, el sueño fue fantastico, lo pude imaginar e incluso ver en mi imaginacion. No muchos escritores hacen que yo imagine con lujo de detalles todo, es genial :3
Usted es un idolo. Voy a copiarme el texto a la pc, como hacia antes :B
Cel.