15 jul 2019

Safari


Un oficinista sale de su trabajo. Traje azul, zapatos marrones. Es un muchacho joven, casi un adolescente. Su cara joven y rubicunda, demasiado joven, hace un feliz contraste con sus facciones largas y elásticas. Es como si hubieran metido la cabeza de un querubín en el cuerpo de un practicante de un luchador romano para luego vestirlo con ese traje azul. Ni siquiera las cuadradas líneas del saco sport pueden ocultar todo lo que tiene de juvenil. Hace doscientos años ese mismo chico hubiera sido un feliz pastor o un sanguinario cruzado. O un viajante de comercio. O un Marinero. Quizás un Rey. Pero en esta época es un pasante de análisis de datos, un publicista o un prometedor diseñador grafico.
De cualquier forma, está feliz. Fuma un cigarrillo con otros dos sujetos de traje más viejos y menos interesantes, seguramente compañeros de oficina. Quizás esta en sus primeros días en la empresa. Quizás lo aconsejan. Le cuentan chismes de la compañía, le dicen tal o cual cosa del jefe o le revelan la forma más fácil de hacer el trabajo o de escaquearse de él. Quizás lo alienten a que le suelte los perros a la pasante de contabilidad, jovencita como él. Va a tener, le dicen, una oportunidad perfecta en el próximo after office. Bromean. Fuman más cigarrillos. Luego vuelven a entrar.
Al rato, apenas unas horas después, vuelven a salir. Llevan puestos, cada uno, su respectivo saco. Charlan unos segundos en la puerta. Se retiran. Ya no vuelven al trabajo, mañana será otro día. Se separan; Dos (el muchacho entre ellos) enfilan por la avenida. El tercero se escabulle por una calle lateral y desaparece por una boca del metro. Tras dudarlo unos instantes voy detrás de los primeros.
Los alcanzo y veo que el muchacho sigue allí. Muy bien. Me decido rápidamente por él, por el rubicundo muchacho de ancha espalda y traje azul. Me gusta su portafolio. Es de cuero verdadero, no imitación. Los sigo algunas cuadras a distancia prudencial. Ellos no sospechan nada, es divertidísimo. Entonces entran a un bar.
Espero afuera (me gusta esperar, de cierto modo he venido armada de paciencia) casi una hora, casi hasta las siete y cuarto. Queda muy poco sol, pero no hace frio. Me alegra que me haya tocado un buen día, es decir, un día de sol. Charlan en la puerta del bar. El otro va bastante bebido (me pregunto que habrán tomado). Mi Querubín está bastante mejor. Charlan, siguen charlando. Prenden cigarrillos (es una lástima que fume tanto. Con esa complexión podría ser atleta). Finalmente se despiden. El otro vuelve para el lado de la oficina. Obviamente sigo al muchacho. Sigue por la avenida. Tengo todavía varias cuadras para seguirlo tranquila. Sé que va a su casa. Sé que vive cerca. Ahora para en un kiosco, ahora compra algo. ¿Más alcohol? No, cigarrillos. Un paquete de veinte. Sé que no los va a terminar.
Ahora lo sigo de cerca. Caminamos. Estoy diez pasos atrás. Siete pasos. Cinco. Consigo que coordinemos las pisadas. Izquierda, derecha, izquierda, derecha. Trato de pisar donde el pisa, de respirar como él. Inhalar cuando el inhala, Exhalar cuando él lo hace. Llevar el mismo ritmo cardiaco. Juego a que sigo sus huellas. De algún modo es como cuando era chica y jugaba a no pisar las junturas entre las baldosas, a pisar solo los cuadrados de tal o cual color, a moverme como un caballo de ajedrez. Las líneas son de lava, el que las pisa se muere. Me gustaría seguirlo como un caballo. Los caballos son, en el ajedrez, las piezas más diabólicas de todas. No respetan el espacio. Entran y salen de los complicados entramados de peones y alfiles. Saltan las barricadas de torres. Simulan amenazar aquí tan solo para morder despiadadamente allá, atacan una dos tres piezas a un tiempo. Son exactamente como yo. Traicioneros.
Bueno, no exactamente como yo. A mí me gusta atacar una pieza por vez. Tomarme mi tiempo. Concentrarme exclusivamente en lo que hago. Hacer (como ahora) la mímica de la sombra, acercarme al objeto amado imitándolo. Copiándolo a la perfección, viendo con sus ojos, hablando con sus palabras, pensando sus pensamientos. Ahora va a acelerar (y acelera), ahora va sin dudas a torcer a la izquierda (pero aquí hago trampa porque conozco su itinerario), ahora va a frenar a levantar esa brillante moneda del suelo (la levanta). Creo incluso saber lo que piensa. Tiene hambre. Piensa en jamón y en queso, en pan, en mostaza de Dijon. En una sprite o indian tonic. Está cansado y feliz. Cansado por el trabajo duro. Feliz porque tiene por delante dos días de libertad. Seguramente piensa en la chica (la he visto por fotos, una lánguida muchacha de trenzas castañas y piel trigueña) que indudablemente lo espera. Ella no trabaja. Seguramente lo espere con huevos revueltos, café y pan tostado. El llegara y se quitara en saco, quedando en mangas de camisa. Seguramente cambiara los zapatos por unas náuticas o algo más cómodo. Se sentaran en la mesa y ella servirá los huevos y el café. Y charlaran, charlaran de mil cosas: de las idioteces del día, de lo muy idiotas que sus los jefes, de lo caros que están los lácteos, de los disparates del parlamento. Jamás de la pasante de contabilidad. Jamás del próximo after office. Y luego, con emoción, de las idioteces que harán el fin de semana. Sonrío, o más bien noto que sonrío. Bajo la máscara de nylonreflex me descubro sonriente. Lo sé. Lo sé muy bien. Vaya si lo es. Sonrío porque me engaño, porque sé que soy perversa y, mas aun, porque disfruto serlo. Porque sé que no lo hará, que no llegara a nada de eso. No habrá tostadas ni huevos revueltos ni charlas sobre el futuro. Ya estoy prácticamente encima suyo.
Algunos prefieren distancia. Son temerosos. Novatos. El traje réflex es infalible. No solo nos hace invisibles. También amortigua los pasos. Nos hace silenciosos como gatos. O como moscas que no zumban. Como Arañas. También elimina nuestro olor y oculta nuestras malvadas sonrisas. Así uno puede acercarse, maliciosamente aunque siempre con cuidado, de una forma que de otro modo no podría.
 Estoy casi rozándolo. Veo su nuca, su cuello tenso y bien formado. La pelusilla en el cuello, el pelo cepillado y corto. Me resisto a acariciarlo, a soplar ligeramente  en su oreja. Me digo  mi misma que es muy lindo, y acto seguido me felicito por mi suerte. O por mi bien gusto, mejor dicho. Esta vez sí que he elegido bien. Cruzamos entonces la avenida con el bulevar. Algo en mi mente se activa. Inmediatamente dejo de soñar. Es la señal. Es decir, el lugar que me marque a mi misma como límite de la diversión y comienzo de la faena. Claro que esto es un decir. Porque el juego no termina sino que empieza. Algo en mi vuelve a ser frio, vuelve a ser araña. Cruzamos la calle. Calculo que desde aquí tenemos tres cuadras hasta su casa. Como siempre pasa en estos trances, me posee una sensación de euforia. También de pánico. Empiezo a temblar y desincronizo mis pasos. Le doy uno, dos metros de distancia. Siento la muda vibración del token en mi bolsillo, justo sobre mi muslo derecho. Apenas un pequeño pulso eléctrico, justo y necesario para que solamente lo sienta yo. Ellos me llaman a actuar. No les gusta que ocurra demasiado cerca del domicilio, por si hay vecinos. Los testigos siempre son molestos, más que nada porque tienen un costo extra. Miro alrededor y veo que la zona está despejada. Me digo a mi misma que es el momento ideal, y que si no me decido ahora tal vez tenga que esperar a mañana para hacerlo. Incluso tal vez tenga que cambiar de objetivo. Vuelvo a pensar en las dulces facciones del muchacho y desenfundo.
El arma es liviana. Parece de plástico o de algún material similar. Una diría que es de juguete. Pero no lo es. Estirando el brazo, vuelvo a acercarme. Me acerco casi hasta tocarle la espalda con el cañón de plástico. Algunos eligen el disparo de lejos. La cosa de francotirador, de la pericia en la puntería. A mí me gusta lo opuesto: la crueldad del disparo a quemarropa. Pienso que si el arma fuese de fuego el sentiría la quemazón del disparo en la espalda. Como una mordida o un beso. Convulsivamente aprieto el gatillo. ¿Como sentirá la descarga eléctrica del taser? ¿Tal vez como un pellizco? ¿Como una cuchillada de hielo? ¿Será un dolor localizado, como el de un puñetazo, o un dolor general y terroríficamente vago? Todos estos pensamientos los tengo casi antes de dispararle, porque mientras lo veo desplomarse (incluso cae con tanta gracia...) se me ocurre que a lo mejor no sintió nada. Nada más que a lo sumo sorpresa. Incertidumbre, quizás un poco de terror. Seguramente confusión. Tal vez piense que está un poco borracho. Tal vez se irrite consigo mismo por ensuciarse la ropa. Tal vez atine a mirar atrás, para ver si tiene que abochornarse de su torpeza. Entonces descubrirá que no puede moverse. Comprenderá que está completamente paralizado.  Inerte como si fuese un árbol o una roca. Como un juguete sin baterías. Tal vez intente hablar, tal vez quiera pedir ayuda. Pero no podrá. La descarga de la taser es fulminante. O al menos eso nos dicen.
Cae boca abajo. De un salto estoy a su lado. Lo miro conteniendo el aliento. La caída lo ha despeinado. Tiene varios mechones de pelo dorado sobre su rostro. Suavemente, con ternura, se los aparto como lo haría una madre. Noto (ahora si) el terror en su cara congelada. Me maravilla como el terror puede manifestarse incluso en un rostro inmóvil, en un rostro que ha sido congelado artificialmente en un gesto anterior, forzosamente petrificado por la corriente eléctrica cuando reflejaba el pensamiento del hogar y del fin de semana. Un rostro afable, apacible, aburguesadamente feliz. Esos son sus rasgos ahora mismo y no obstante, de algún modo, su exuda terror, desborda miedo puro. Me doy cuenta que son los ojos. Los ojos, si están abiertos, son la única parte del cuerpo que no puede inmovilizarse del todo. Veo que también mueve, un poco, las puntas de los dedos. Después de todo el taser no es del todo infalible. Tomo nota mental de esto para quejarme con la administración. Mágicamente, como si supieran que pienso en ellos, aparece a mi lado la van de vidrios polarizados. Como siempre, no la he oído llegar. Mi mirada sigue fija en el rostro contraído pero aun hermoso del chico. Decido que quiero darme, por esta vez, un gusto. No me importa que este fuera de las prácticas recomendadas. Me quito un guante y mi mano, solo mi mano, se vuelve visible. Una mano blanca y suave flotando en el aire. Le acaricio la cara y los cabellos. El terror acumulado en sus ojos se inflama hasta el punto de desencajarlos del rostro. ¿Habrá comprendido? Puede que alguna vez haya escuchado acerca de nosotros. Que haya oído rumores. Si no, debe estar creyéndose loco. Pobrecito. Quiero sacarlo de la incertidumbre. Pero ellos me hablan. Me dicen que si vivo o muerto, y yo les digo que vivo. Que vivo pero que esperen, que esperen solo un segundo. Lo suficiente para quitarme la máscara y la capucha. Sé que ahora me ve: que ve mi cabeza, mi pelo rubio casi platinado, Lo sacudo para que al menos lo note mientras pueda ver. Que vea también mis ojos, azules como el hielo, despiadados (y yo los suyos, también azules, transparentes como un lago). Que vea (ahora si) mi sonrisa amplia, una sonrisa de oreja a oreja. Hermosa, Triunfante. Ellos se acercan y le cercenan la cabeza de un golpe limpio. Es un golpe violento. Los machetes laser son decididamente terribles. El corte cauteriza la herida casi al instante, pero de todos modos ese segundo alcanza para que un chorro de sangre se dispare sobre la vereda. El otro, el que no dio el golpe, carboniza todo con un lanzallamas. Son muy efectivos, verdaderos profesionales. Me dicen que me ponga la máscara y yo obedezco. No he terminado de acomodarme que ellos ya han subido el cuerpo a la van y colocado la cabeza en la consabida bolsa de los trofeos. Pienso, como siempre, que la eficiencia de la empresa amortiza de algún modo el costo del Safari.
Me hacen señas de subir a la camioneta. Los turistas somos varios y todavía tenemos que cazar a tres o cuatro oficinistas más. Luego iremos de copas a algún bar exclusivo. Y luego... ¿quién sabe? Berlín es una ciudad preciosa. Y Exótica. Tan exótica, sobre todo para una sudamericana. Estoy por subir cuando noto que falta algo. Algo que siempre he querido pero que solo ahora, cuando ya estoy en mi tercer safari, tengo la audacia de solicitar.

- ¿puedo sacarme una foto con la pieza? - les pregunto mezclando picardía e inocencia. Ellos suspiran pero aceptan. Como siempre, son muy serviciales. Aunque se simulan estrictos no les importan estas cosas. Sobre todo si ayudan a la hora de la propina. Me fotografían una, dos, tres veces. En una sonrío, en la otra rio abiertamente. En la tercera simulo darle un piquito a mi bien parecido trofeo. Si la foto sale bien voy a subirla a mis redes sociales.

12 jul 2019

Legis

En un dia de lluvia hice lustrar mis botas en la esquina de peatonal Florida y Mitre, justo en frente del Banco de Boston. En realidad la interseccion es triple, pues hay que sumarle la Avenida Roque Saenz Peña, also know as Diagonal Norte. Pocos saben que esta es una de las esquinas magicas de Buenos Aires. Magica en el mal sentido. Embrujada es una mejor expresion. Maldita, una mucho mejor. El mismisimo Banco de Boston pago las consecuencias de haber construido su casa central en esta esquina funesta. Primero, alla por el 27, el anarquista Di Giovanni les puso una bomba que casi les tira abajo el edificio. Fue tragedia tras tragedia hasta los cacerolazos del 2001, que dia tras dia asediaron las puertas hasta dejarlas con las marcas que todavia se pueden ver si uno mira bien. Finalmente en el 2004 fueron absorbidos por un banco Sudafricano que corrio igual suerte y termino absorbido por uno Chino. Los Chinos, es sabido, son enormemente supersticiosos. El mismisimo logotipo del Banco es un Lu, un simbolo magico de prosperidad. No contento con estos, los chinos camuflaron leones de Fu repartidos en todo el edificio segun las reglas del Feng Shui. Asi y todo, la maldad de la esquina permanece y permanecera.
Todo esto lo sabe don Alvaro, el lustrador de Zapatos que yace en la esquina desde tiempos inmemoriales. No me voy a andar con vueltas ni peripecias, ni a contarles toda una historia para despues cerrar con un supuesto final impactante que a las claras resulta arquetipico. Don Alvaro es el diablo. Y no digo un diablo, es decir, un demonio menor o mayor. Me refiero al diablo mismo, al jeque en persona. Y tampoco digo que el Diablo se haga pasar por un tal Alvaro, sino que se llama Alvaro de verdad. Esto supo muy bien el desafortunado martinista Cazotte. Lo que no esta del todo claro - yo al menos no lo se - es si la esquina es maligna porque el diablo lustra zapatos ahi o si Alvaro eligio la esquina precisamente por ser maligna. De todos modos no es relevante.
Lo que si es relevante es que Alvaro es el mejor lustrabotas de todo el microcentro porteño. Y hay quien dice que es el mejor de Buenos Aires, que es lo mismo que decir que es el mejor de Argentina, de America y probablemente del mundo entero. Si uno sabe que es el diablo en persona, entonces no sorprende tanto su pericia. Pero si no sabe, entonces es motivo facil para sacar a relucir el consabido orgullo criollo. Alvaro le ha lustrado las botas a personajes insignes: Lugones, Borges, Bioy Casares.
Cuando uno se va a lustrar los zapatos a su puestito, recibe siempre un Legis a cambio. ¿A cambio de que? A cambio de una porcion del alma. Alvaro, que vive en la cupula del edificio del banco, las guarda en frascos con aceite. Un frasco por alma. Va metiendo pedacitos hasta que el alma esta entera. A veces logra juntar un alma entera, pero la mayoria de las veces no. Principalmente, porque el porcentaje que uno entrega del alma a cambio de una lustrada de zapatos y un legis suele ser casi siempre muy pequeño. Claro que esto depende, como todo, del valor del alma del cliente. Asi, un Borges o un Goethe podria haberse ido a lustrar los zapatos tres veces por dia durante toda su vida adulta sin llegar a entregar la mitad de su alma. En cambio, al supervisor de call center o al vigilante facistoide le alcanza para dos o tres lustradas, maximo. Digo le alcanza porque cuando uno entrega toda el alma naturalmente se muere. No se puede vender el alma y seguir viviendo, por mas que algunos digan lo contario. Los seres "desalmados" son en realidad seres con un alma de porqueria, o con muy poca alma. Pero siempre tienen algo. De todos modos, a Alvaro no le importa si junta el alma entera o no. Los pedazos en aceite le vienen de maravilla. En aceite o en vinagre, el diablo las usa como acompañamiento para el vino de la tarde. Compra medio kilo de pan en la panaderia "La Piedad" (tiene un gran sentido del humor) y los remoja en los frascos. Como si comiera anchoas o pickles. 

File:Banco de Boston 1924 cúpula.JPG
Cupula del Bank Boston, Hogar de Alvaro de Maravillas, alla por los años 20

Pero mas importante que los caprichos pequeñoburgueses (es sabido que el diablo es desde siempre partidario de la burguesia) de Alvaro en materia gastronomica o de las equivalencias entre el valor alma y el valor peso es el hecho de que por cada lustrada uno recibe un legis.
Legis. Legis legis legis. Legis y esto y legis aquello y legis lo otro pero, ¿que es un legis? La unica forma de saberlo es habiendose lustrado los zapatos con Alvaro. Un legis es el conocimiento de algo que quizas no podria saberse de otro modo. Este conocimiento lo otorga don Alvaro de muchas formas. A veces se lo cuenta al cliente directamente. A veces narra una historia o suelta un sermon. Otras veces son conocimientos directos, verdaderas precogniciones. Otras veces, alucinaciones auditivas o visiones propias de los profetas biblicos. Lo importante es que un Legis es un conocimiento, de algun tipo, sobre algo. Mas importante es que este conocimiento es completamente aleatorio. Puede uno enterarse de cosas completamente superfluas e inutiles como puede enterarse de verdaderas verdades universales. Ya puede ser un importantisimo conocimiento practico que lo volveria a uno millonario o desataria la quinta revolucion industrial como una maxima moral de la que podria surgir una nueva humanidad. Dicen que esto depende tambien de la cuantia del alma con el cual se compren. Almas valiosas recibirian Legis de gran calidad (Vuelvo aqui a Pensar en Borges, que recibio de un Legis la ubicacion del Aleph y la del Zahir, o en Cortazar, que recibio de un Legis la continuidad de la galeria Guemes con la galerie Vivienne) mientras que almas mediocres o claramente inferiores recibirian Legis ridiculos o inservibles: el color de la pared interna de la casa de mengano. La contraseña de mail de la hija de la verdulera. La ubicacion de un paraguas abandonado en Sebastopol, cosas asi...
Quien les habla se ha lustrado los zapatos con don Alvaro exactamente media docena de veces, por lo cual he recibido hasta ahora seis Legis completamente distintos. Termino la historia con su ennumeracion:
1) El color de la bombacha de Rita, la chica que me gustaba en quinto de primaria. Violeta opaco. Un Legis bastante inutil, cuando no perturbador. Metodo de transferencia: vision en tiempo real.
2) La ubicacion de "el ombligo del mundo". El ombligo del mundo es el centro mismo del universo, el cual queda ubicado justo en el centro de una mesa de madera en un recreo al costado del Rio Lujan. Si uno se para en esta mesa y pronuncia "la palabra" (una frase magica que lamentablemente desconozco) entonces es instantaneamente transportado ante Dios. Metodo de transferencia: Sueño.
3) La cantidad exacta de baldosas del patio interno del colegio San Jose de Valladolid: 719. Metodo: precognicion.
4) El dia exacto de la muerte de una tal Mei HuanXtzeng, miembro futuro del Kuomitang: 16 de Abril de 2046 a las tres y treinta y cinco de la tarde con doce segundos. Metodo: precognicion. si algun dia me entero de quien es esta Mei, no dudare en notificarla.
5) Nombre y apellido de uno de mis grandes amores. Resulto que se trataba de mi novia actual, por lo que no aprendi gran cosa. 
6) Aspecto exacto y sensacion en mano de una piedra marciana que se encuentra cerca de la cima del Monte Olimpo.
Y eso es todo. Supongo que mi alma no debe valer gran cosa. Por otro lado, no tengo quejas en cuanto al estado de mis zapatos: Brillan como joyas. 

4 jul 2019

A la Salida


El lungo Estévez, una vez más, la había hecho bien. Sosa había pasado corriendo por al lado suyo una vez. Eso le había molestado. Cuando paso la segunda decidió golpearlo. Sosa era habilidoso en el futbol. Sosa era carismático, divertido, solicito con los demás. Ayudaba a todos en las tareas. Tenía locas a las chicas. Sosa, el uruguayo. A todos le caía bien.
Cuando paso la tercera vez, corriendo entre el Lungo y la pared, Sosa sintió un empujón en la nuca, y luego la pared, dura como el cemento. Hubo un ruido sordo, apagado, que nadie oyó. Después (fue solo un segundo) sintió el piso. El Lungo lo había esperado con saña. Lo había dejado pasar y le había empujado la cabeza contra la pared. Nadie había visto nada, ni siquiera el propio Sosa. Las maestritas ya corrían a revolotear sobre el alumno caído como palomas sobre migas de pan.

- ¿qué paso, que paso, que paso? - preguntaban las maestritas de blancos guardapolvos. Se lo preguntaban a los chicos, se lo preguntaban entre ellas. Se lo preguntaron también al lungo, que se hacia el sota con las manos en los bolsillos. Una de esas manos, la temible derecha, había sido la que le estrolo la cabeza a Sosa contra el muro. Pero Sosa, inerte, no se levantaba. ¿Qué le pasa a este? Pensaba el Lungo. ¿estaba haciendo teatro para empeorar las cosas? Sentía rabia y miedo a un tiempo. Rabia por la actitud de Sosa, por ese teatro desleal, impropio de un hombre. Si un hombre recibe una afrenta, se levanta y la devuelve. Un hombrecito se la banca. Nunca se hace ese teatro, nunca se exageran las cosas, nunca se le va a otro con el chisme o con el cuento. Buchón cobra, buchón va al arco. Así se lo habían enseñado sus hermanos a él, su padre a sus hermanos, su abuelo a su padre y sus tíos. El que pega primero pega dos veces. Y miedo. Miedo de que Sosa realmente no se levantase, miedo porque una de las Maestritas tenía sangre en los dedos. Le había tocado la nuca a Sosa y tenía sangre. No mucha, es cierto. Seguramente era solo un golpe. Pero la sangre era siempre la sangre. Cuando había sangre había consecuencias.

Por suerte para el Lungo, nadie lo había visto. Para asegurarse, levanto la vista y paseo una mirada amenazante sobre todos los presentes. Si alguien lo miraba era sabia. Bueno y, aunque supiese, el lungo estaba seguro de que nadie se atrevería a delatarlo. Ya sabían lo que les esperaba si cantaban. Ya había habido antecedentes. Si alguien lo sabía, él se daría cuenta. Pero no, nadie. Todos esquivaban sus ojos. Nadie, nadie sabía. O eso pensó al principio, porque entonces se topo con el Otro y con los ojos del Otro. El otro lo miraba fijo. Como un Tigre, como un jaguar. Directamente a los ojos. Con Rabia.

Un círculo de chicos comenzó a formarse en torno al círculo de maestritas que rodeaban al aturdido Sosa, que ahora se levantaba, que balbuceaba algo, que se llevaba la mano a la nuca y que hacía esfuerzos por no llorar, por no largarse a llorar adelante de todos.

- ¿qué paso, ¿qué paso, qué paso? ¿qué te paso Marcelito? - le preguntaban la señorita Estela de quinto, La señorita Beatriz de sexto, la señorita Susana de séptimo.
- ¿pero qué paso?  Is the boy okey? - preguntaba Miss Andrea, the brand new and recently hired English teacher, mientras los chicos cuchicheaban y las chicas ponían cara de fin del mundo.

- Llévenlo a la dirección, que se siente un rato – dijo la directora Adelaida, mejor conocida como Ada, mucho mejor conocida como Señorita Directora. Todas las maestras eran señoritas, aunque estuviesen casadas y con hijos. La directora tenia incluso nietos. Los alumnos solo iban a la dirección para las reprimendas (las de la directora Ada eran temibles) o interrogatorios. Ir a la dirección a recuperarse era un honor que solo Sosa podía recibir. Sosa era el mejor promedio de séptimo grado. Llevaron a Sosa a la dirección entre dos maestritas, escoltados por la multitud de chicas y chicos. Algunas chicas (entre las que se contaba más de una enamorada secreta) buscaban furiosas como bacantes algún culpable. Luego de dar varias vueltas por el patio desistieron y acompañaron al resto a la dirección. El patio, que había estado lleno y conmocionado hacia unos minutos, quedo completamente vacío y silencioso. Vacio, pero no del todo. Congelados desde hacía un rato, El Lungo lo miraba al Otro, y el Otro al Lungo. Todo el teatro de la peregrinación había pasado para los dos justamente como eso: como una obra, como una representación. Como el Lungo no se movía, el otro se acerco unos pasos. Miro a los costados para asegurarse que no hubiese nadie, y luego hablo. Sus palabras fueron, fieles a su estilo, pocas y parcas.

- Se que fuiste vos - dijo.
- ¿ah sí? ¿Qué sabrás? - lo corrió el Lungo.
- Te vi - dijo el Otro en voz baja, casi en un susurro.
- Si abrís la boca te muelo a palos - lo amenazo el Lungo apretando los puños y parándose derecho. El Lungo no tenía el apodo al cuete. Era un repetidor. Les llevaba dos años a los más grandes de séptimo. Dos años y una cabeza o cabeza y media. Era el más fuerte del colegio. T El Otro era macizo, sí, pero también bajito. Al contrario del Lungo, tristemente celebro entre sus compañeros, el otro no tenia peleas en su historial. Era un chico tranquilo, sin rasgos particulares, que no sobresalía en nada. Al contrario del Lungo, que era sencillamente imbécil en todas las materias salvo educación física, el Otro era más bien mediocre, ni muy listo ni muy tonto. Aunque no estudiaba, aprobaba todo con lo justo.
- No voy a decir nada - dijo el Otro. El Lungo sonrió. Por un momento, pensó que había ganado. Ganado sin pelear. Sosa le tenía un miedo mortal. No iba a decir nada. Mentiría. Diría que se golpeó sin querer, que fue torpe, que se cayó solo. Pero el Otro todavía lo miraba como un tigre. Estaba serio, cerraba los puños.
- ¿estás seguro no? Mira que te cago a trompadas eh - volvió a terciar el Lungo. Esta vez se acerco y le tiro un manotazo, solo para asustar. No dio en el blanco porque el Otro, rápido como un rayo, dio un paso atrás.
- No digo nada, pero te espero a la salida - le dijo el otro. Al Lungo el desafío lo agarro de sorpresa. Estaba muy acostumbrado a amedrentar con la mirada, con el insulto, con el amague. Hacía mucho, quizás desde quinto grado, que nadie lo desafiaba abiertamente. Por lo general era el quien hostigaba, quien perseguía, quien acosaba.
- ¿en serio? ¿y te la vas a bancar, enano? - le respondió el Lungo, porfiado y sonriente. El Otro se giró y empezó a caminar para el aula. Le había dado la espalda, sin contestarle. Ahora sí que había hecho.
- Así que sos guapo - murmuro el Lungo, no tanto para el otro como para si mismo. Bueno, se iba a tener que sumar otra victoria al historial. Le iba a dar una paliza ejemplar, de esas que se notan al otro día. Ejemplar, si señor. Para que todos se acuerden (si es que alguno se había olvidado) quien mandaba en el patio.
El resto de la tarde se agotó rápido. Una hora de matemáticas (aburridísima) y otra de educación cívica (todavía más aburrida) tuvieron que pasar aun para que el timbre de salida precipitara a todos los alumnos primero hacia sus mochilas y luego hasta el patio para, como si fueran cruzados atacando un contrafuerte, amontonarse a los empujones para ir saliendo de a tres o de a cuatro por la puerta principal, nunca lo suficientemente abierta. Pero no habían salido todos.

Cuando ya no quedaba nadie, el Lungo y el Otro se encontraron en el patio. Se las habían arreglado para escabullirse, uno al baño, el otro a un pequeño trastero, evitando así que las maestritas notasen su permanencia dentro del colegio. Las maestritas ahora (y por un rato) estarían afuera, vigilando a los chicos en la vereda. Vigilando que se fueran a sus casas, que no hicieran diabluras o cochinadas. El otro no llevaba mochila ni guardapolvo. Había dejado todo apilado a un costado, junto a la pared. El Lungo, mas fanfarrón, se sacó la mochila ahí mismo. El guardapolvo se lo dejo puesto.

- Total - dijo - para lo que me vas a hacer. Y entonces arranco la cosa. El Lungo tiro una trompada, y otra, y otra más. Tenía mejor alcance, sí, pero al parecer también era más lento. El otro, bajito pero rápido, movía la cabeza a izquierda y derecha, como un metrónomo, y las trompadas del Lungo pasaban muy justo por arriba o por el costado. El Lungo, que había comenzado a pegar solo para asustar, se dio cuenta de que el otro sabía lo que hacía. Tenía ritmo, se movía rápido, era observador. Lo que más lo sorprendió al lungo fue la calma. El otro no era como el resto de los chicos, siempre con miedo y por eso muy lentos o demasiado rápidos. Lo esperaba. Veía que hacía y recién entonces esquivaba, amagaba, bloqueaba. Tenia una guardia rara, a la altura del pecho, una guardia que estaba casi baja. Una cosa rarísima.
-        Veni para acá deforme – rugió el Lungo mientras seguía avanzando.
Ajusto precisión y fuerza, le tiro no trompadas, sino verdaderas piñas, puñetazos que iban con la intención de tumbarlo. No pudo darle ni uno. La cabeza del Otro era como una punchball, iba de acá para allá como látigo. Y para colmo no subía las manos ni tampoco le devolvía los golpes. Si el Lungo avanzaba, el Otro retrocedía. Si el Lungo dejaba de avanzar, el Otro mantenía la distancia. El Lungo vio que el Otro sonreía, y entonces comenzó a ver rojo. Quiso acorralarlo, llevarlo a una esquina y acribillarlo a golpes, pero el otro sabia amagar por un lado y salir por el otro, y al tercer intento fue el propio Lungo el que quedo acorralado. Ahí, recién entonces, fue que el Otro subió las manos. Amago con la izquierda y cuando el Lungo le tiro un bombazo para pararlo en seco,  volvió a amagar y se agacho rápidamente al mismo tiempo que le acortaba distancia. El largo brazo del Lungo paso casi rozándole la coronilla. Entonces el Otro soltó un tirabuzón que salió rápido y feroz, explosivo, directamente a las costillas. El golpe no encontró resistencia. Golpeo en la carne como quien le pega a una bolsa de papas. Tuvo un efecto devastador, como una patada de burro. En menos de un segundo el Lungo sintió como, de prepo y dolorosamente, todo el aire le era extirpado de sus pulmones por una fuerza sobrenatural. Sintió como estómago se le cerraba, como se contraía, como todas las tripas se le torsionaban como un trapo escurrido. No pudo evitar doblarse ni que le temblaran las piernas. Hizo un esfuerzo por no caer de rodillas. Aterrado, comprendió que estaba indefenso. Y casi no tuvo tiempo de pensarlo, porque el Otro ya caía sobre el con una lluvia de jabs asesinos y de ganchos bajos, pero también de rodillazos y de cabezazos. Al cabo de dos minutos el ahora magullado Lungo estaba en el piso, sangrando. Tenía dos dientes menos y una mancha imborrable en el historial.

- La próxima te mando al hospital - le había dicho el Otro, antes de marcharse. Desde su desacostumbrada posición horizontal, el Lungo miro como el otro se acomodaba la ropa. Sin apuros lo vio ponerse la mochila y alejarse paso a paso hasta desaparecer por la puerta de salida. Nadie había visto la pelea, nadie lo había visto desplomarse. ¿Había perdido? No podía creerlo. Pero si el otro era mas bajito. Pero si era mas esmirriado. ¡pero si era nadie un don nadie, un completo desconocido! La cosa no podía quedar así…
Todavía perplejo, el Lungo pensó en levantarse para volver a pelear. Pero era inútil. Su cuerpo, obedeciendo otra orden (de mas atrás, mas profunda) no quiso obedecerle. Entonces comprendio que no era que no podía: Era que no quería. ¿No quería, acaso tenía miedo? ¿Miedo, el? Mitad perplejo, mitad aterrorizado, supo que sí. Ese día se apagó la estrella del Lungo Estévez, y desde entonces al Otro lo conocen por Jaguar.


3 jul 2019

Trampa Mortal

Voy dormitando en el colectivo. General paz, interseccion con autopista Panamericana. Noto que mi cabeza se bambolea ligeramente, de izquierda a derecha, ida y vuelta. El colectivo entonces se bambolea tambien, oscila casi imperceptiblemente. Pero oscila.
Debemos ir a ochenta, a noventa por hora. El coche sube y baja de la autopista. Desciende a colectora con furia, mas que frenar rebaja y acelera como un coche de rally. Pasa rozando otros autos, otros colectivos. Abro los ojos y veo que es un peligro, un verdadero peligro, una trampa mortal.
El chofer, un cincuenton veterano en mangas de camisa, le explica los gajes del oficio a un muchacho de veintitantos. Provinciano sin duda. Dan la impresion de ser padre e hijo. Siempre me pregunte como hace uno para conseguir esos trabajos que parecen gremios cerrados: colectiveros, jueces, despachante de aduanas, mozo de piso, cobrador de peajes.
El veterano maneja ferozmente al mismo tiempo que le tira tips al aprendiz: este puente se llama asi, aca se sube, aca no, si por aca esta cortado salis por esta y te deja mas alla, aca es un quilombo, las mujeres son un peligro manejando, aca siempre mira en la subida, este otro puente se llama asa.
Los demas pasajeros miran por la ventanilla. Juegan con su celular, leen libros, charlan entre ellos, algunos duermen. Ninguno siente el panico que siento yo. La situacion es surreal como lo seria ver gente jugando al candy crush en un avion en picada o en una montaña rusa. Y si bien el colectivo es menos peligroso que el avion en llamas, es indudablemente mas peligroso que la montaña rusa que, al menos, sigue rieles y posee seguros mecanicos.
¿como pueden viajar tan tranquilos? El mas minimo error, un desliz, por ejemplo que suba una pasajera atractiva o un pequeño retraso mental para entender una palabra o una idea de la conversacion que sostiene con el aprendiz, puede precipitarnos a todos en el mismisimo carajo, contra una pared de cemento, al vacio o contra otro bolido a cien kilometros por hora.
Los barcos tienen satelites, los aviones computadoras de asistencia, los trenes siguen rieles. Todos son mucho mas seguros que el colectivo, el cual simplemente rueda por una superficie plana sin guias, trabas o control. Completamente librados, abandonados a la precision de un pobre ser humano que maneja 12 horas por dias, que quizas duerme poco, que trabaja hasta los sabados y que quien sabe si la noche anterior se tomo una o varias cervezas de mas mirando el partido de la seleccion.
Los detractores del colectivismo y de la cooperatividad humana tienen un serio problema en el solido argumento que constituye el hecho, aparentemente incomprensible para la razon objetiva, de que miles de personas le confien sus vidas a los colectiveros.

"Quierese asi alla donde se puede lo que se quiere, y no mas inquieras"

Divina Comedia, Canto Quinto

"Me ocurría a veces que todo se dejaba andar, se ablandaba y cedía terreno, aceptando sin resistencia que se pudiera ir así de una cosa a otra. Digo que me ocurría, aunque una estúpida esperanza quisiera creer que acaso ha de ocurrirme todavía" (Cortazar)

Siempre me gusto el cafe, y por eso no es raro que desde joven haya soñado con ser mozo de piso. Pero, ¿que es un mozo de piso? Uno podria pensar que es un muchacho apuesto que se arrastra siempre a ras del suelo, pero no.
El mozo de piso es un chico o una chica (pero entonces es moza) que sirve y/o vende cafe, facturas y galletitas  que tienen a su cargo el piso de un gran edificio. Los edificios chicos, por lo general, tienen portero y a veces acensorista (aunque ahora y en realidad desde hace tiempo casi nunca) pero nunca mozo de piso. Como la mayoria vive o trabaja en edificios chicos, muchos no conocen a los mozos de piso. Tal vez sea la primera vez que hayas oido hablar de ellos.
No voy a caer en el juego literario. No me dejare tentar (al menos por una vez) por el facilismo de decir que son una secta secreta o una antigua orden que data del tiempo de Caligula. Son asalariados. Aunque, pensandolo bien, no es del todo falso lo primero, lo de la orden milenaria. Gente que escancia bebidas en los grandes palacios existen desde que existen esos grandes palacios. La misma logica del gran complejo edilicio exige cierta eficiencia. El palacio viene con los criados, el Feudo con los siervos.
Volviendo a los edificios chicos, alli rige un poco la logica de la propia casa. Es decir, el que quiere cafe que se lo prepare y si no se lo quiere preparar, que salga afuera y lo compre. O que no lo tome. El edificio mediano suele recurrir (muchos grandes edificios tambien, lamentablemente) a las inmundas maquinas de cafe instantaneo. Esta tendencia industrialista fue en aumento durante las ultimas decadas, pero por suerte en los ultimos tiempos se esta revirtiendo. Quizas fue porque, avidos de contacto humano, los oficinistas y empleados se encariñaban morbosamente con las maquinas, e incluso he sabido de un caso en que un oficinista visitaba asiduamente un sotano, un sotano donde solo habia una cosa: una vieja maquina de cafe... y... en fin. Es una historia larga y diferente a esta que cuento. Aqui no hablamos de maquinas sino de mozos de piso. Y mozas.
Decia que la logica palaciega de las grandes construcciones (Versalles, Palacio de Invierno, Palacio del Hacha) ha exigido siempre seres humanos estrategicamente ubicados y bien provistos de comida y bebida. No fuese cosa que Luis XIV, El Zar Alejandro o el Rey Minos se levantasen con un antojo de madrugada y no hubiese nadie listo y preparado con una pieza de pavo o un vasito de Vodka.
La misma logica impera para la Torre de YPF y El enorme mausoleo (una manzana entera) que es la Casa Central del Banco de la Nacion Argentina. Yo he tenido la desgracia de trabajar en ambos, y casi lo unico positivo de mis experiencias fueron, por supuesto, mi interaccion con los mozos de piso.
Para empezar, venden cafe. En segundo lugar, tambien facturas. Titas, Rhodesias, donuts, chocolates. En tercer lugar, siempre te regalan azucar o servilletas (son inmensamente generosos con los insumos, porque despues de todos los paga la empresa). Cuarto: estan siempre de buen humor. Cinco, estan ubicados en puntos ciegos, lejos de las camaras y de los pasillos transitados. En resumen: el area de los mozos de piso es siempre un oasis para quien, como yo, busca escaparse del trabajo por un rato. O por varios ratos, por ratazos. Habre pasado tardes enteras escondiendome de mis jefes en los escondites de los mozos de piso, tomando cafe y charlando de futbol, de politica, de musica o de lo que sea.
Siempre me sorprendia su constante buen humor, su despreocupacion. Me imagino que es porque su trabajo es endemoniadamente simple, ademas de felizmente reconfortante: servir cafe y facturas. Todos quieren siempre un cafe, nadie le dice que no a una medialuna. Nadie esta apurado por tomar el cafe. Todo lo contrario. Los oficinistas aprovechamos al maximo cualquier oportunidad para escapar de la prision diaria de nuestras tareas. Si pudieramos alargariamos ese cafe hasta el infinito.

 Un mozo de piso es siempre un amigo. Una moza tambien, y hasta puede ser algo mas si uno es conversador y tiene mucho tiempo para perder. Cuando trabajaba en la torre de YPF, yo tenia.
Recuerdo una prolongada aventura que tuve con la moza del piso 19 de la torre de YPF. Antes de hablarles de la aventura tengo que hablarles de la torre. En esa epoca solia decirle asi: La torre. Un nombre que ciertamente tenia ciertas reminiscencias medievales y hasta magicas. La torre oscura, con el ojo de Sauron, el ojo que todo lo ve. La torre, ubicada en  era (aun es) una mole de treinta y tres pisos de paredes de vidrio espejo blindado. ciento sesenta metros verticales de acero y vidrio. En su momento era uno de los edificios inteligentes mas grandes y mas modernos de la ciudad. Ubicada al 515 del bv Macacha Guemes, domina absoltamente todo el panorama de puerto madero. Yo comence a trabajar en la torre a mediados de 2011. Como el edificio se habia terminado en 2008, todo tenia aun un aire a pulido, a limpio, a nuevo. Cuando transponia las puertas de la torre uno tenia la sensacion de salir de Argentina, de dejar atras al tercer mundo para ingresar en algo que era el futuro, un futuro posible. Los dos mil empleados que trabajabamos en la torre asi lo creiamos. Habia algo de la psicopatia que Ballard nos narra en "El Rascacielos". Eso de creerse (falsamente) una comunidad, como si fuesemos un monasterio o un pequeño pais. Y es que de alguna manera, con su clima siempre perfecto , sus paredes de vidrio que dejaban entrar la luz y su perfecto funcionamiento (los asensores funcionaban como un tren bala japones) la torre era ciertamente inspiradora. Ni siquiera su horrible mobiliario postmoderno la hacia palidecer. Cuando uno la miraba desde afuera, la torre reflejaba siempre el color del cielo, y hasta reflejaba las nubes. Era celeste brillante un dia de sol, azul marino los dias de frio, gris los dias de lluvia. Como si fuese invisible, como si fuese magica. Daba la impresion de ser una enorme espada recortada contra el cielo. Nautilus: la espada de los mares. Recuerdo que solia llamarla asi tambien. Esta especie de camuflaje de espejo lo compartia la torre con otros gigantes edilicios de la ciudad, como la torre Bank Boston o el Edificio Republica. Todos son del mismo arquitecto. Lo se porque lo busque.
La torre tenia ademas otros elementos que contribuian a considerarlo un espacio sobrenatural, donde las reglas del mundo ordinario no corrian o se alteraban. Una de ellas era El Bosque. Porque habia, creanlo quien lo quiera creer, un bosque dentro de la torre. No estoy hablando en sentido figurado. Me refiero a un bosque real. Un verdadero bosque de Eucaliptos 100% reales, estaba ubicado en el piso veintiseis y los arboles crecian y crecian hasta el piso treinta y uno. Bien pensado, era el mismo corazon del edificio. Hay quien decia que el edificio era una mera excusa para camuflar los arboles, y que entre esos eucaliptos estaban el Arbol de la Vida y el Arbol del Conocimiento. Como el area era cerrada (una especie de pulmon del edificio) me fue imposible comprobarlo.
El comedor, con restaurante propio, estaba en el piso quince. El piso dieciseis era area de recreacion y esparcimiento, basicamente mesas para comer, sillones, puffs y maquinas de cafe y golosinas. En mis primeros dias solia pasar mis buenos ratos mirando la ciudad echado en un puff desde casi cien metros de altura.
Otro aspecto a considerar era la numerologia de la torre, de claras resonancias masonicas y ocultistas. Si bien "oficialmente" la torre tenia 33 pisos (mismo numero de piso que grados en la Masoneria) lo cierto es que habia 3 pisos mas a los cuales no se podia llegar ni por asensores o escalera. ¿que habia en esos pisos? Los pisos del 30 al 33 eran todos de la presidencia. ¿quien podia estar mas alto que el Gran Maestre Grado 33? Algunos decian que en la trinidad de pisos superiores estaban el padre, el hijo y el espiritu santo. La trinidad o el numero tres esta presente en todo el diseño. Tiene ademas 3 subsuelos y una planta baja. Recuerdo que cuando lei la Divina Comedia note una misteriosa similitud entre la estructura de la obra de Dante y la estructura de la Torre. Porque mientras la Comedia consta de 100 cantos dividios en 33+33+33+1 ( 33 cantos para el Infierno, 33 para el Purgatorio, 33 para el Cielo y 1 canto introductorio) la torre tenia una estructura de 3+33+3+1 (3 subsuelos, 33 pisos y 3 pisos superiores, mas la planta baja). Es sabido que la estructura de la Divina Comedia expresa la trinidad en el tres y la perfeccion en el cien, siento 99+1 la suma de Dios y Hombre. Dios que es uno y tres. Asi como en la comedia cada estrofa esta compuesta por 3 versos, asi tambien en la torre cada piso esta dividido en tres alas. La torre tiene seis asensores. Y si bien la base de la torre es cuadrangular, al estar conformada por prismas yuxtapuestos, da la impresion de ser triangualar de cara al rio y cuadrada de cara a la ciudad. Dejo a los entendidos en Cabalistica y Pitagorismo este extraño viraje de 45 grados del cuatro al tres o del tres al cuatro segun se vaya o se venga. Casi todas las medidas de longitud, peso o cantidad de la torre estan compuestas por multiplos del tres, del siete o del diez.
La torre tenia ademas un anfiteatro, un helipuerto, un bosquecillo que rodeaba el edificio, una laguna, salas de reuniones, y muchas otras cosas que... en fin... podria llenar aun varios parrafos hablando solo de la numerologia y las jugosas teorias y especulaciones que podrian derivarse, pero me perderia de hablarles de las mozas de piso (naturalmente habia tres por cada piso, uno por ala), por lo cual le dejo al lector la tarea de seguir hasta el final aquel camino.
Por lo demas, cuando yo trabajaba en la torre tenia veinte años y no estaba aun interesado en aquellos tejemanejes magicos. El mundo era para mi real y concreto, y real y concretas eran las oportunidades que tenia al alcance. En esa epoca recien comenzaba a trabajar. Recien comenzaba a estudiar tambien. Recien comenzaba a escribir. En suma, recien empezaba a vivir. Miraba todo con ojos los suficientemente nuevos para encontrar en todo una pregunta interesante y al mismo tiempo una respuesta util. Tomaba a la gente tal como era y tenia tambien, para resumir, toda la bateria de armas de la juventud. Solo carecia de una cosa: amor al trabajo.
Ante la acusacion de vagancia (que de todos modos no rechazo, basta con leer a Lafargue o a Bertrand Rusell) puedo decir que mas que falta de energia o dedicacion lo mio era un celo ferozmente egoista sobre el empleo de mi propio tiempo. Notese que dije "propio", porque asi lo consideraba entonces y asi lo considero ahora. Mi contradiccion radicaba (¿tiempo pasado?) en la necesidad fisica de tener que emplearme y la necesidad espiritual de usar todo mi tiempo para mi, para mi mismo, siempre para mi. El resultado era que apenas podia me escapaba a dormir la siesta o a leer a los bancos o rotondas del puerto. Rapidamente descubri que como el edificio era de vidrio, cualquiera podria verme desde adentro, y que como muchas veces suele succeder el mejor escondite es siempre en el lugar mas peligroso, que en este caso era dentro del edificio mismo. Pronto me dedique a vagar por los pisos aprendiendo al dedillo sus disposiciones. Este relato es, obviamente, fruto de esos recorridos. Fue tambien recorriendo que comprendi que los mejores pisos para esconderse o para pasar desapercibido eran los pisos altos. Esto obedecia a varias razones. Primero, mi oficina quedaba en el primer piso (el rango mas bajo, porque eramos de servicios informaticos). Mi jefe ocupaba tambien ese piso y el gerente de informatica estaba en el piso segundo. La mayoria de personas que veia diariamente eran de esos pisos o de los contiguos. En esos pisos me conocian, sabian que hacia. Algunos hasta sabian mi nombre. Me di cuenta que la torre se dividia informalmente en tres sectores demarcados. Del piso primero al once eramos casi todos empleados de rangos bajos: tecnicos, oficinistas, cadetes, contratados y demases reemplazables. Los pisos del diez al dieciseis eran ocupados por gerencias medias, supervisores, vendedores, y por los comedores que ya relate. Esta mitad inferior del edificio era por lejos la mas poblada. Poblacionalmente el edificio tenia la forma de una piramide. Mientras mas subia uno, menos gente encontraba. Al mismo tiempo, a medida que se subia se encontraban gerentes y jefes de cada vez mas relevancia. Lo importante es que en los pisos superiores, mas alla del dieciseis, yo no tenia nada que hacer. Los gerentes y Vip's tenian su propio soporte (ubicado en el piso octavo) por lo cual nadie conocia mi cara. Comprendi que lo unico que necesitaba para deambular por esos pisos con total impunidad era vestirme imitando la apariencia de esos gerentes de gama media, por lo cual andaba siempre mejor vestido de lo que requeria mi posicion, caracteristica que paradojicamente era interpretada por mi supervisor como un signo de querer avanzar en la empresa, cuando yo lo hacia precisamente para lo contrario, es decir para perder el tiempo todo lo posible. Si se lo piensa bien, esto explicaria como han hecho tantos jefes inutiles para llegar hasta donde estan. Una vez lei un aforismo de Nietzsche que decia que uno corria delante de otros que lo seguian. Lo hacia para escapar, pero los que lo seguian creian que los guiaba.

Francisca (omito el apellido) era la Moza de piso del ala izquierda del piso diecinueve. La habia notado casi los primeros dias de mis paseos por los pisos superiores, pero no comenze a prestarle especial atencion hasta que comence a ir especificamente a perder el tiempo al diecinueve. Para ese entonces ya tenia relaciones amistosas con varios mozos de los pisos inferiores. Incluso habia ido a jugar al futbol con un mozo tocayo del octavo. En mis recorridos diarios solia pasar de diez a treinta minutos charlado y tomando cafe con cada uno. Esto me era muy util para entablar relaciones con otros sectores que tambien recorrian el reverso del edificio en busca de no hacer nada: asensoristas, tecnicos de mantenimiento de maquinas expendedoras, personal de limpieza, electricistas. Como yo era tambien del area de mantenimiento (de computadoras) estabamos de algun modo hermanados. Eramos las hormigas invisibles que silenciosa pero ininterrumpidamente mantenian funcionando los engranajes de la torre: sus luces, sus canales de comunicacion, el funcionamiento que ignoraban los que solo la utilizaban sin comprenderla.
No recuerdo bien cuando fue que la vi. Debe haber sido algo trivial. El diecinueve no tenia nada de particular comparado con sus pisos aledaños superiores e inferiores. Era espacioso y poco concurrido. Los pisos medios, ni demasiado llenos ni demasiado importantes, eran perfectos para pasar desapercibido. Supongo que la habre visto la primera vez que se me dio por tomar un cafe en el ala izquierda. Siempre preferia el ala izquierda. Primero porque tenian vista al rio. Segundo porque daba directamente al montacarga, es decir, al asensor de servicio, que tardaba mas tiempo en llegar, era mas grande, parecia una prision de acero y nunca era abordado por gerentes o por ningun idiota de traje que te preguntase quien eras o que hacias. El montacarga solo era abordado por proletarios. El unico que usaba traje (un traje falso, es cierto, mas de camuflaje que otra cosa) era yo. Pero a mi ya me conocian. En fin, supongo que debo haber ido a tomar un cafe y la debo haber visto: bajita, morena, de nariz puntiaguda y respingona, con ojos algo achinados. Le debo haber pedido un cafe y haberle dado charla. Siempre le daba charla a los mozos, solo por hablar, para hacer tiempo y saber si era aliado o enemigo, porque hasta en los proletarios hay traidores, y ya sabia que algunos mozos de pisos eran odiados por sus compañeros por ser consumados soplones y espias.
En ese momento, o tal vez mas adelante, cuando ya estabamos enredados, supe que desde un principio me habia gustado. Creo que fue su cara, o mas precisamente la expresion que mantenia. Una expresion doble. Por un lado simulaba estar muy seria. Como si fuera un guardia de seguridad, un asensorista clasico o un granadero. Al principio, nunca me hablaba cuando me miraba. Miraba al frente, a un punto de la pared. Sus expresiones eran neutras, su tono de voz profesionalmente cordial. Y al mismo tiempo, como si tuviese otra cara detras de su cara de Moza del diecinueve, asomaba otra Francisca. Ironica, despreciativa, una verdadera Dragona. Le intui esa tigresa con el correr de las semanas. Fueron gestos, alusiones de doble sentido, terribles sonrisas veladas que apenas asomaban para volver a sumergirse en la descomprometida sonrisita de horario laboral. Un dia, mientras charlabamos, note que me miraba. O mas bien, que me habia mirado. Un vistazo rapido que solo pude sentir, pues cuando la mire ya tenia el rostro vuelto al frente. En esa mirada, en esa cara de un segudo, me gusta creer que vi sus verdaderos rasgos y... ¿como describirlos? Es imposible, al menos para mi, transmitir la extraña belleza de su cara, el extraño juego que hacian sus ojos de Condorhuasi con su nariz mas bien española y su boca constantemente cambiante como un rio revuelto  Porque mas que belleza era gracia. Una cara graciosa. Es necesario ver una cara asi para entender que lo gracioso puede llegar a ser muy lindo, si se quiere. De ahi en adelante visite mas asiduamente el diecinueve. Casi con exclusividad, diria yo.
Charlando y charlando me entere de muchas cosas. Que era tucumana, que se habia casado y luego separado, que tenia un hijo de pocos años y de que me llevaba unos cuantos años. Tambien fui notando otras cosas, cosas que no me contaba pero que podia descubrir por mi mismo: que le gustaban el blanco y el lila, que preferia el te al cafe, que se bañaba por la mañana en vez de por la noche (como era mi caso) que dormia mas los fines de semana que los dias de semana, que siempre, lloviera o tronara o se acabara el mundo, usaba el mismo peinado de cola de caballo. Tambien fui contandole cosas mias: que vivia en Vicente Lopez, que era informatico, que preferia los trenes a los colectivos, que estaba de novio hacia unos meses. Supongo que ella tambien se habra enterado de otras cosas. Cosas que no le dije pero que fui o no fui dejandole saber. Un dia, mientras yo estaba enfrascado en una aburrida critica del proyecto politico Kirchnerista, se giro y me miro de frente. Me gusto el blanco de sus ojos. Me acerque y sin inmediaciones le di un beso. Corto y uno. Despues dos o tres, no recuerdo cuantos, pero si que fueron mas largos. Recuerdo haber pensado que olia a Manzanas (pero esto lo anote mas tarde en algun cuaderno, y seguramente es mentira, vil fruto de la poesia). Su cabeza quedaba a la altura de mi pecho. Supongo que todas las tucumanas son bajitas.
Desde ese dia comence a vivir una doble vida. No lo digo en el sentido vulgar de quien tiene una aventura o de quien sostiene dos familias. Lo digo en el sentido en que lo diria Un Polo que soñara ser el Gran Khan o en el que Alicia lo diria si pudiese ir y volver de Wonderland todos los dias de nueve a cinco. La sensacion de que las reglas del mundo no corrian para el Universo-torre, que ya venia experimentando desde que habia comenzado a trabajar ahi, se intensifico hasta un punto irreal desde que comence mis relaciones con Francisca. Eramos una de las tantas parejas formadas dentro de la torre, en sus pasillos, en sus asensores, entre sus kilometros de escaleras, sobre sus escritoros, bajo sus antenas, tras sus vidrios espejados. Con el tiempo me entere que eramos varios, los novios. Porque asi nos conocian en la torre. "Los novios". Dentro de la torre, Francisca era mi novia oficial. Un poco en sorna y un poco en serio, los demas mozos y empleados de trasfondo pasaban a burlarse por el area de servicio del ala izquierda del diecinueve. Siempre nos encontraban charlando, tomando cafe. Al principio disimulabamos, pensabamos que era necesario guardar las apariencias. Cuando ambos supimos que habia todo un submundo de relaciones ilicitas (quiero decir, fuera de la torre) dejamos de ocultarlo y andabamos de la mano cuando no directamente a los besos. A veces venian otras parejas, de otros pisos, a charlar y comer facturas con nosotros. A veces eramos nosotros los que ibamos al catorce o al siete a visitar otras parejas. Recuerdo con especial cariño a la pareja que formaban un repartidor de correo interno y un tecnico de maquinas de cafe. Afuera de la torre, ambos eran casados y con sendos hijos. Dentro de la torre habian encontrado una nueva manera de ser y de hacer las cosas. Parecian inmensamente felices. Nosotros tambien debimos de parecerlo. Y sin embargo...

Sin embargo, nunca llegamos a mas. Nunca nos acostamos juntos, por ejemplo. Nunca nos vimos, ni siquiera una sola vez, afuera de la torre. Si queriamos pasear ibamos a los pisos desiertos. Si queriamos intimidad conociamos los cuartos desiertos, los pequeños depositos de repuestos, de toner, de resmas, de insumos. Si queriamos salir a comer ibamos al patio de comidas. Ni siquiera atinamos a ir a los carritos de la costanera. Creo que ambos lo entendiamos: no solo la magia, sino la mecanica misma que hacia que nuestra relacion funcione, operaba exclusivamente dentro de la torre. Ambos sabiamos que fuera de la torre, en el mundo, eramos otros. Supongo que en cuanto transponia la puerta de salida, todavia vestida con el uniforme de moza (un uniforme bizarramente parecido a los de un cocinero o mozo de bar, mezcla de azafata y ayudante de cocina) las reglas y compromisos del mundo caian sobre ella como una llovizna repentina, y yo dejaba de existir. Algo parecido me pasaba a mi cuando me subia al micro que me llevaba a Retiro. Sentia que me despertaba de un sueño o que entraba en uno. Fiel a mi mencionado egoismo, siempre ha sido una regla, una constante en mi vida, olvidarme de absolutamente todo lo concerniente al trabajo una vez que termino mi jornada. A veces, cuando tenia problemas en mi vida o algun ambito externo a la torre hacia mas dificil que cayera bajo el influjo de esta, ni siquiera iba al diecinueve. Habia dias en que solo trabajaba, instalaba equipos, solucionaba problemas de compatibilidad. Dias en que ni siquiera me acordaba de Francisca, y otros dias en que la deseaba terriblemente, en que buscaba cualquier pretexto, cualquier cosa que me acercase a los asensores que me llevaban alla, a lo alto.

Jamas le pregunte que hacia o con quien andaba en el mundo. Ella tampoco preguntaba. Sabia de mi novia de la misma forma como yo sabia de su hijo: por lo que elegiamos contarnos. Era una regla implicita en nuestra relacion. Asi no habia necesidad de mentir. La mayoria de nuestras charlas eran asi: gratuitas.

Todo duraria tanto como durara la torre o cuanto durara nuestra relacion con ella. Despues de todo, por mas magica que fuese, la torre era un edificio comercial. Todo lo que contenia era comercial, corporativo, sujeto a negocio, dependiente de un presupuesto. Tambien las relaciones que contenia estaban supeditadas a las relaciones comerciales. Despues de todo el amor no paga las cuentas. Marxismo puro.

Salimos (bueno, salir es una manera paradojica de definir nuestra relacion, tan interior) hasta que a mi me echaron, lo cual ocurrio casi al cabo de un año de trabajar ahi. Recuerdo que no le avise que me iba, que ya no volveria la torre. Y es que no era necesario: cuando alguien no aparecia por un tiempo innegablemente largo para enfermedades, suponiamos que lo habian echado. Era una baja, un compañero caido. Una lastima, si, pero no el fin del mundo. Despues de todo, la torre seguiria adelante, continuaria estando ahi. Y eso era lo importante. Y ademas, no avisar era comodo: evitaba las despedidas.

No recuerdo la ultima vez que nos vimos. Proablemente, porque no tiene nada de especial, nada de diferente de las otras veces. Seguramente habremos charlado, yo habre tomado cafe (Francisca lo preparaba a las mil maravillas) y ella Te de Manzanilla. Hablemos hablado de los feriados y de las horas de sueño de cada uno. De los compañeros de jardin de su hijo o de lo idiotas que son los oficinistas a la hora de cambiar de sistema operativo en su PC. Despues ella se habria arrimado a las solapas de mi saco-disfraz y se habria puesto en puntas de pie, o tal vez yo me hubiera acercado tomandola por la cintura. De algun modo era siempre lo mismo, casi parte de una rutina. Pero era una rutina que elegiamos nosotros, una rutina que nos gustaba. Soliamos bromear y compararnos con Winston Y Julia. Yo le habia contado de Orwell, de Bradbury, de Dostoievski. No era muy amante de los libros, ni de nada que no fuese practico. Res Non Verba, me habria dicho si supiese Latin. La ultima vez era como la decimoctava, la primera como la ultima.

¿seria de ese entonces o es de ahora aquella conversacion? Si no es de aquella epoca entonces fue un sueño. De todos modos, no habria mucha diferencia entre ambas ahora mismo. No hay diferencia entre Chuang Tzu y la mariposa. En el sueño o en la torre, charlamos del cuento. Mas bien, yo charlaba y ella escuchaba o hacia de cuenta que. Pero mas que charlar yo queria leerle el cuento entero. Leerle "el otro cielo" para que entendiera la similitud, como ella era un poco Josiane y yo un poco el corredor de Bolsa, y como la torre era la galeria. Pero tambien las diferencias, porque nosotros no teniamos que empujar el aire con los hombros o seguir al conejo para hallar el pasaje magico que nos sacase de la rutina. Porque a nosotros era precisamente la rutina la que nos llevaba a traves de la madriguera. El despertador era el circulo magico, el colectivo o el subte eran la varita magica. No teniamos mas Laurent ni mas Calabaza que el temido telegrama de despido o que la incipiente nacionalizacion de YPF. Lo mio era la tipica mania del bibliofilo de vivir dentro de sus libros, o del audiofilo dentro de sus discos, o del realista dentro de sus calles y oficinas. Naturalmente no pude leerle mas que dos o tres parrafos. En ese momento quise creer que comprendio, y aun ahora me gusta pensarlo asi.

Nuestro falso cielo era mucho mas solido que el del cuento. No era de estuco ni de claraboyas sino de solido acero y vidrio blindado. Era un cielo de ciento sesenta metros, de ultima generacion, un cielo con Wi - Fi, que cotizaba comodamente en bolsa.

No volvi a pensar en ella despues de dejar la torre. No pense en todo ese universo durante mucho tiempo. Estaba ocupado buscando trabajo, intentando no dejar la facultad, sumergido ya en otros mundos, en otros universos, en otras narraciones. Y asi y todo, ahora comprendo que la presencia Francisca ha estado siempre ahi, parpadeante, igualmente que siempre ha estado ahi la presencia de la torre como un inmenso ojo que me observa mientras camino por Corrientes, por Florida, por Lavalle...

A veces pienso que Francisca nunca existió. O al menos, no realmente. Pienso que fue un Fantasma, es decir, un holograma de mi mente o con entidad propia, pero que solo podia existir dentro de los limites de la torre.

Ahora mismo, si soy sincero, no podria evocar su rostro completo. Solo me ha quedado la expresion de su boca cuando ella mostraba a la tigresa. El gesto oblicuo de sus ojos esquivos. Lo recta que se paraba cuando entraba alguien desconocido, su manera de mirarme entre codiciosa y desconfiada, su risa silenciosa. Lo exageradamente lacio de su pelo. ¿la reconoceria si la cruzase en la calle? Probablemente no. Para volver a verla, para reencontrarnos realmente, haria falta la torre; La torre mediando entre nosotros. Despues de todo...

Despues de todo no es "desde siempre" que quiero ser mozo de piso. Quizas sea mentira que siempre me ha gustado el cafe. Incluso puede ser falso que sea un vago innato. Quizas sea la voluntad de la torre, todo esto, este relato tambien, una excusa para volver a la torre.

2 jul 2019

Almuerzo

Unicenter. Patio de comidas. Carteles con comida por todos lados. Un plato, un precio. Y se repite. Yo estoy sentado en una de las mesas. Son todas iguales, las mesas. Se repiten, se clonan hacia la izquierda y hacia la derecha, hacia atras y hacia adelante.
El sistema es industrial, por un lado. Comercial por el otro. Industrial en la produccion de la comida. Cadenas de montaje. El platillo producto, construido en ultima instancia por un ingeniero industrial. El acto de comer, que bien podria ser una ceremonia (pues es el acto de alimentar el propio cuerpo), transformado en un acto de consumo.
Comer es una compra. Solo una compra mas. Equiparable la hamburguesa o la milanesa con la bolsa de Musimndo o Falabella. Mi plato esta cuadriculado. Se que han pesado la milanesa. Se que las papas deben estar contadas, precisamente contadas. El packaaging. La bolsita de las papas, el vasito de plastico, las servilletas, los blisters de salsas o los sobresitos de sal. Todo tiene que estar calculado. El costo unitario de cada articulo. Sumado. Todo esta en planillas. Tambien el hambre que puedo llegar a tener, el justo medio entre lo satisfactorio y lo redituable. 
Que las mesas sean tan incomodas, tambien. Cada compra tiene un tiempo de uso. Muchas gracias por su compra, vuelva pronto. Si, vuelva pronto. Pero tambien vayase, no se quede demasiado. Porque hay otros que quieren comprar, es decir, comer. 
Y tambien la musica. Repite hasta el cansancio una sosa frase en ingles que por mas que me esfuerzo no puedo entender, no puedo identificar. Hay algo malefico en lo borroso de la voz, en lo incomprensible del mensaje. Tambien en la melodia. Pop, superficial, vacía de contenido, ideal para el consumidor activo, flexible, descolocado. Zombificado.
Miro una mesa cualquiera. Una chica joven come una ensalada. No se si es tan joven. En realidad debe tener mi edad, unos treinta y tantos. Come sin mirar la comida. Despacio pero casi mecanicamente. Tiene la vista fija en el celular. El celular en la mano derecha, el tenedor de plastico en la izquierda. Justo adelante de ella tiene un bebe en un cochecito.
El bebe debe tener seis meses. Mira la nada como solamente un bebe puede hacerlo. Un crio es casi un alien. Estira las manos y los brazos hacia adelante, como si quisiera atrapar algo, un pulpo, un pajaro submarino. Tiene la cara muy roja y muy rechoncha. Parece que estuviese ahogando con un carozo de ciruela. O con una papa. Creo que me preocupa un poco.
La madre, la chica joven, ni siquiera lo mira. Come su ensalada, mira su celular, que tiene casi el tamaño de su mano. Aprieta las pequeñas teclas con precisión mientras su bebe se ahoga con la papa o con el carozo de ciruela.
Pero no se ahoga, en realidad. Hace un esfuerzo. agarrota las manos, mueve los deditos, estira los brazos. Intento ver que mira. Que quiere, que necesita. Pero me es imposible. No hay nada ahi donde mira. De hecho es casi seguro que no este mirando a ningun lado en particular. Quizas ni siquiera mire algo. Alguna vez lei que los bebes, hasta cierta edad, no pueden enfocar. Indefectiblemente pienso en los sapos, en los camaleones, en las mariposas. Percepciones caoticas, distorsionadas, monstruosas. Un horrible revolear los ojos. Ojos como manos. Me lo imagino como hundido en un terror negro e infinito, intentando aferrar algo, preso de una locura de la que solo podra huir. Como estar constantemente ebrio, como estar constantemente en acido, continuamente ido.
Intento comprender que piensa. ¿soy estupido? es obvio que no piensa, que lo que hace no es pensar. Mi pobre imaginacion solo puede construir ideas estrafalarias: que quizas este viendo otra dimension, que esos movimientos abren un portal, que esta jalando hilos invisibles que generan terremotos en Japon. Piense lo que piense siempre seria pensar. Seria armar ideas, pintar cuadros, enhebrar palabras. Lo que el hace, su esfuerzo, es diferente, es de otro orden.
Tal vez solo este cagando.
Entonces la madre, sin dejar de mirar su celular, hace algo absolutamente increible. Toma una rodaja de limon de su ensalada y se la deja con delicadeza en las manos al bebe. Inmediatamente el coso se lleva el limon a la boca y empieza a chuparlo. Se lo mete casi entero en la boca. No tiene dientes. Me da la impresion de ser alguna especie de oruga. Es increible la fruicion con la que chupa el limon. Esta completamente enfocado a eso. Me doy cuenta de que tiene los cinco sentidos en el limon. El mundo dejo de existir para el. O ella. No lo se. Ahora solo esta el limon. Que maravilla, que capacidad sobre o sub humana para abstraerse (o concentrarse) asi, gratuitamente.
Se me ocurre que en cualquier momento va a comerselo, que va a tragarse el pedazo de limon entero. ¿que haria la madre si se lo traga? ¿se asombraria, se espantaria del ese pequeño monstruo? 
Proablemente le daria otra rodaja y seguiria con lo suyo.