12 may 2022

 pienso en las anotaciones. Palabras sueltas. Sueltas porque han perdido su sentido. Aquel peso al que estaban atadas. Palabras en los margenes, en los bordes, en las primeras paginas, en servilletas, en cuadernos. 

¿que va a pasar con todas las anotaciones, anarquicamente distribuidas entre todos mis libros, cuando yo ya no este? ¿quien cuidara de ellas? ¿quien las apreciara? ¿algun erudito, eminente filologo o experimentado criptografo dedicara horas a descifrarlas como yo le dedique a escribirlas?

Pienso en mi mismo en mi lecho de muerte, ahora, mañana o dentro de cincuenta años. Si todavia tengo ojos, seguramente estare leyendo. Sera algo abtruso. Sin dudas que estare leyendo la primera meditacion metafisica de Descartes o una Historia del Reino de Mittani en oriente medio, o alguna novela de Nabokov en donde las notas al pie se van comiendo como un cancer al texto principal. De la misma forma que siempre algo nos va comiendo, silenciosamente y poco a poco. Tan silenciosamente y tan poco a poco que para cuando nos damos cuenta ya no hay nada que se pueda hacer salvo justamente leer sobre los Hurritas o sobre Zembla. Es decir, gastar los ultimos momentos que me quedan de vida en cosas muertas.

¿Absurdo, dicen que es absurdo? Bueno, si. Pero no mas que hacerlo en los demas momentos. Al fin y al cabo, igual de absurdo es querer escalar el monte Everest o pretender enamorarse en una situacion similar. O desesperarse, o hacerse las preguntas fundamentales justo cuando estamos a las puertas. No viejo, haberse acordado antes. Si es cierto que para vivir no hay segundas oportunidades, cuanto mas cierto es que para morirse tampoco.

Todas las anotaciones en mis libros son inutiles. Todas esas horas haciendo observaciones sobre los aforismos de Nietzsche, Heraclito o Seneca, o analizando minuciosamente la estructura de la dialectica trascendental o los veriscuetos por los que Hume se desvia en el Libro primero del Tratactus.

Ay Platon, Ay Aristoteles, cuanto mal hicieron con su ridicula categorizacion del conociento como virtud de las virtudes. Porque si no no tiene la seguridad de llevarse puesto al otro mundo siquiera los calzoncillos, ¿que certeza nos queda sobre, digamos, nuestra biblioteca?

La unica esperanza, si asi se quiere, esta en que el librero o los libreros que la revienten sean demasiado vagos para borrar las notas, y que el futuro o potencial lector sepa, quiera, pueda, intente al menos entender el significado de mi escritura cuasicuneiforme, jeroglifica, glifica o giglica a un tiempo, y que entienda por ejemplo que *! significa cuestion significativa e importante o que la palabrita "Quid" a la izquierda de un parrafo significa que ese parrafo resume la esencia del capitulo, o que el "je je" que resume un enorme corchete simboliza que he encontrado precisamente lo que busco. Y que los cientos de "si!"y "no!" significan admiracion o indignacion, and so and so.

Es por eso que cuando compro un libro usado tengo siempre la esperanza de encontrar estos jeroglificos, estos mapas de otros tiempos y de otros mundos - porque de alguna manera el dueño de una biblioteca es un sistema solar o hasta una galaxia entera, dependiendo del numero de libros - y siempre hago mi mejor esfuerzo por comprenderlos. Por supuesto, la mayoria de las veces es imposible, y de ahi mi pesimismo.

Construir una biblioteca es construirnos. El titanico esfuerzo cosmologico finalmente terminara cediendo, tanto en el cuerpo como en los estantes, a las fuerzas entropicas que todo lo gobiernan.
Pero lucharemos. El Hambre de orden nos acompañara hasta el final. Al punto tal de que en el instante mismo en que perdamos la vida estaremos ganando - o al menos intentando ganar -alguna otra cosa. Lo que sea. Una idea. Una metafora. Un paralogismo. Un concepto. Una imagen. Una palabra.  
Aunque sea una palabra.
La ultima palabra no sera la que diga. Sera la que no llegue a decir.