26 nov 2018

Humor Proletario


Sebastian entra caminando al edificio. Cielo nublado, una puerta de vidrio. Parece el universo de Huxley. Como siempre, saluda al recepcionista, que en realidad es un tercerizado de seguridad recientemente ascendido o descendido (quien sabe, dichoso quien entienda las oscuras jerarquias laborales) al puesto. El pibe (que en realidad tiene la edad de sebastian, poco mas, poco menos) esta sentado tras el mostrador. Caminando se acerca Ochoa. Ochoa es el encargado de mantenimiento. Tipo cuarenton, casi por los cincuenta. Ni una cana. Tambien morocho. Sebastian, que tambien es morocho, le hace un saludo con la cabeza. Se siente comodo con ambos. Un poco esa solidaridad proletaria que te hace sentir mas cerca de la gente de mantenimiento, limpieza o seguridad que del ejecutivo de cuentas que habla espanglish, vivio o vivira en Miami y vacaciona en Tailandia. Cosas en comun, supongo.
Se forma un triangulo invisible entre los 3. El recepcionista ve a Ochoa, Sonrie. Ochoa se Acerca. Sebastian se para un poco entre los dos. Se ajusta la mochila al hombro. Espera. Sabe que viene algo, que algo tiene que venir. ¿vendra por el lado del boca river?
- Che, vos tene cuidado con este - le dice el recepcionista a Sebastian, al mismo tiempo que con un gesto de cabeza lo señala a Ochoa.
- ¿Por que? - pregunta Sebastian, con fingida sorpresa.
El recepcionista hace un gesto con la mano, como tanteando algo.
- A este le gusta tantear el bulto - dice el recepcionista. Los tres rien un poco, chiste barriobajero, el tipico humor de clase baja: O misogino o homofobo. Ochoa dice algo, o hace una cara, como diciendo "a cada cual le gusta lo suyo". Sebastian piensa en el interesante fenomeno de que los hombres heterosexuales, casados y padres de familia son los que mas bromean con su propia sexualidad, como si su lugar de patriarcas con hijos y esposas consumadas les dieran la seguridad psicologica para bromear impunemente sobre su propia sexualidad.
- El problema es - dice sebastian, mirandolo a Ochoa y llamando al ascensor - que un dia se va a encontrar a alguien al que le guste que lo tanteen, y ahi lo quiero ver.
Nuevas risas. La puerta del asensor se abre y sebastian entra, dejando libre el espacio entre Ochoa y el recepcionista. Por el rabillo del ojo, ve que se acercan. Lo ve casi en camara lenta. Casi puede sentir la conversacion a punto de generarse, como si fuese una pelicula ya vista muchas veces, como si pudiese anticipar el dialogo. Esa maravillosa funcion predictiva del cerebro. Sebastian aprieta el boton que lo lleva al segundo piso.
Cuando la puerta amaga a cerrarse, la detiene con el brazo.
- ¿y vos como te enteraste que le gusta toquetear bultos? - le pregunta sebastian al recepcionista. El viejo Ochoa entiende y rie primero. La puerta se cierra.

14 nov 2018

Cuento Inconcluso.

La pulpa detrás del iris (que debería ser blanca, que fue blanca en otra época) casi amarillenta. Ojos cansados y amarillentos como las paginas de un libro viejo; De esos libros circulares emanaba toda la cara; absorta, condenada, presa de la paralisis que se iba del rostro a la expresion y de la expresion, como una segunda cara, de vuelta al rostro en una mueca de tristeza. La mueca tenia sus flores en la cara, si. Pero las raices, en los ojos. Y mas alla de los ojos, se hundian en estos y atravesaban la amarillenta pulpa hasta llegar al papel sobre la mesa. Papel Blanco, brillante, inmaculado, puro como una sabana recien tendida, oreada por el sol y acariciada por el viento.  El dedo, fino, demasiado corto (daba la impresion de no haber crecido demasiado, de haber sido podado, de ser una herramienta de la talla inadecuada para la tarea) hacia el gesto de querer rasguñar. La uña, pintada de verde, rascaba la textura corrugada de la hoja, y la yema del indice sentia la friccion microscopica y placentera entre los surcos de sus dactilares y las fibras de celulosa. La yema iba y venia, junto con la uña, y segun la presion estuviera en esta o aquella ella notaba una ligera variacion en el sonido. Un sonido como de lija, mas susurrante o mas punzante segun el caso. Asi se formaba una marca en la hoja, una mas, y luego otra: una muesca, una grieta de grandes profundidades. Pero las letras no venian, no estaba la magia de las oraciones, los delfines no saltaban sobre las olas. Empezaba a sentirse desdichada.
Y la tristeza, o mas bien la incertidumbre, cuando no el fastidio, también la sentia  él (Antoine) en su departamento del 10 de la Rue Casimir Delavigne. Y Lena tambien, en el puente Azul, sobre el helado espejo del Moika, tambien sentia algo asi: que los delfines no saltaban, que los pajaros no cantban lo suficiente, un nudo en la boca del estomago.
Antoine, especimen Galo. Desgarbado, rubio, ojos celeste palido. (¿que mas, que mas?) un aire al joven Rimbaud. Inclinado en la baranda, la cabeza en sobre el vacio. los anteojos a punto resbalar por su nariz, como un nene en un tobogan. La mirada fija en la calle de enfrente, quizas en el cartel de Le Immobilier L' Oddeon. Letras frias y sobrias de un hermoso añil.  Los codos sobre la baranda del balcon frances. Esos balcones, identicos todos, como huevos en el maple o margaritas en el parque. Identicos balcones en identicas ventanas, con identica mamposteria y postigos de acero, uno de ellos (el de Antoine) se cierra impulsado por una rafaga de viento (en invierno el viento es fuerte) pero el lo detiene justo a tiempo con el antebrazo, como sabiendo que iba a cerrarse. El viento le sacude el flequillo, los anteojos tiemblan peligrosamente sobre el puente de la nariz. ¿y que mas, y que mas? Antoine siente (casi puede verlo) que se erige ante el un muro invisible, que aplasta acciones y pensamientos. La rueda rechina, los engranajes crujen, los pistones se detienen. ¿que hara a continuacion? Bajar ¿comer en el Lepidon? Vino, pan, Jamon. ¿Volver a subir? Apoyar los codos en la baranda. Ser uno mas de los cientos, de los miles que apoyan en Paris los codos en las barandas, como si las barandas fuesen palomas o dirigibles y hubiera que cargarles el peso para que no vuelen, para que no salgan disparados. ¿Mirar una vez mas las letras, tan hermosamente añiles, de L' Oddeon? Y esperar, ¿a que, a quien? ¿para quien son las flores (ahora las ve) que yacen, todavia envueltas en celofán, al costado de la cama? Pero los engranajes crujen y las cadenas chillan, la uña rasca la textura blanquecina y corrugada, recorriendo la marca, y entonces hay que esperar a que el muro desaparezca.
Mientras tanto o mas bien simultáneamente Lena, sobre el puente azul, mira el agua congelada. Y mientras mira siente que algo empieza o termina en algún sitio. Pero no ahí, no el el puente azul, donde ella (¿casual, intencionadamente?) espera. Se entretenía, se lanzaba a si misma preguntas, como el niño que se cuenta cuentos, como un malabarista con palos y pelotas: ¿como había llegado al puente? ¿iba o venia? ¿recien llegaba o estaba por irse? ¿pasaria algo, en ese puente? - Y si no era en ese, ¿en cual? ¿seria en el puente rojo, en el verde, en el morado? - se preguntaba Lena en la ciudad de los puentes de colores.
Pero tambien estaba el puente blanco con su muesca, que ella, la otra, aun no podia o no sabia cruzar. El puente que una vez atravesado pondria a Antoine de patitas en la calle, por fin fuera de la celda sobre la Rue Casimir Delavigne; Iria entonces rumbo al Sena o la fuente de San Miguel ; O al Palais du Luxenbourg, todavia no era claro. Lo que era indudable, pensaba Antoine, era que nada lo detendria una vez que empezara a moverse por el barrio Latino, a cruzar sus plazas, a atravesar sus galerias, esquivando chejovianas señoras con perritos y vendedores de flores (ya habia comprado y estaban sobre la cama envueltas en un celofan aguamarina). Avanzaria como las legiones de Vercingetorix. Cualquier cosa podia ocurrir entonces, todo era posible. Solo era necesario romper el muro, hacer fuerza con la mente para ayudarla (¿pero a quien? - se decia Antoine) a desatarse, a abrir la trampa para osos, a sacar los pies del barro, la uña del fibroso papel rayado para que Lena pueda oir los pajaros sobre el puente y para que por fin los delfines salten sobre las olas.
Cuando las ruedas giren Lena abandonara su aire ausente y como de maniqui. Sentira frio y hambre y sueño y se restregara los ojos verdes como manzanas, o por lo menos sentira el rasgado de la filosa pluma que, en algun sitio lejano, bosqueja letras, hila palabras, teje oraciones para que ella baje y salte al agua, es decir al hielo, rogando que que el impacto no lo quiebre, que sea (por favor dios por favor) lo suficientemente grueso para aguantarlo. Lena entiende que el hielo no va a romperse, que las heladas de la ciudad son cruentas y despidadadas; Entiende que el miedo al deshielo le viene de otro lado ¿tal vez de la otra, que no sabe lo cruento de los inviernos Rusos? Ya sobre el hielo se quitara los zapatos y las gruesas medias. Y sentira la muerte entre los dedos de los pies, tan finos y blancos como hojas de lirio  ¿que haria luego, mas adelante?  ¿caminaria en ese universo polar? Intentaria hallar la linea que separa, en el horizonte, el blanco suelo del banco cielo. ¿se perderia en la noche? ¿la encontrarian congelada entre los setos, como a aquella turista? Seguiria caminando por el rio ¿hasta donde? Hasta el proximo puente ¿hasta que Antoine llegara al Lepidon, al Palais o al fondo del Sena? Iria por lo menos hasta el proximo puente, eso lo tenia claro. Intentaria llegar. Tenia que hacerlo por ella misma. Pero tambien, y sobre todo, por la otra, la que no conocia ni podia conocer pero que aun asi sentia o presentia, lejana, intentando hacer girar las ruedas de su mundo mientras los ojos cansados, buscando la fuerza para escribir la proxima linea, se volvian cada vez mas y mas amarillos, tomando ya el color de una pera madura.

9 nov 2018

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Para Celeste Grispo, que detesta que escriba de otras mujeres, sean reales o ficticias. Pero sobre todo ficticias. 


Carajo, Celeste, ya van diez años. ¿Diez años? Año mas, año menos. Ya va un monton de tiempo. Hay un monton de instantaneas de momentos y lugares. Te hablo en primera persona, como si estuvieses aca, sentada al otro lado de la mesa, con un cafe o un agua que nunca vas a tomar porque jamas pedis agua en los bares. Gaseosa y jugo de naranja a veces, cuando te lo traen, o un cafe o muy cada tanto un licuado o un capuccino, pero agua nunca. Agua nunca aunque despues termines sintiendote mal y tirandote contra las paredes como una pelotita de pinball, haciendo tilt tilt tilt por dos o tres dias y oh maldito licuado maldito cafe con crema malditos alfajores o pordiosera torta pero de todos modos seguire pidiendo jugo o cafe o torta o lo que sea menos agua, menos una vil ensalada, porque las ensaladas son para las vacas y los conejos o para mi cuando estoy aniquilado del estomago en Necochea o en Bariloche, porque Celeste vos sabes que los bares y los soles y los paisajes y las frases y las personas giran y giran en la memoria, son intercambiables como figuritas de un album de figuritas, hermosas pero indiferentes como luciernagas o motas de polvo bailando en un rayo de sol, filtrandose por una persiana polvorienta como la de la pieza de mis viejos, roja y avejentada pero totalmente hermosa cuando el sol la incendiaba una mañana de verano.
Verano. Nunca te gusto el calor. A mi tampoco. Te imagino (porque no estas aca, aunque te hable como si estuveras) dando vueltas en la cama, pateando la sabana o intentando atrapar al gato (mucho mas rapido que vos, es inutil) pero finalmente vencida por el calor, o mas bien no tanto vencida sino efectuando una retirada tactica al baño a lavarte la cara, a intentar poner en orden (pero infructuosamente, siempre infructuosamente, oh Celeste, si supieras que toda tu belleza radica en) tu pelo negro como el ala de un cuervo y ensortijado como el rastro de una serpiente, como las guirnaldas de las fiestas infantiles, enreverado como un nudo celta. 
Las figuritas se intercambian, elegi una carta, ¿en que mano tengo la moneda? ¿bajo que vasito esta la bolita? Me cuesta detenerme en algun dia especifico (¿el dia que nos conocimos? ¿un paseo agonico por plaza once cuando ambos creiamos que estabas emabarazada y habia que planear la escapada a Mexico o Sebastopol o Kuala Lumpur o al otro mundo? ¿La noche en el Saint James o en La cima del Catedral? ¿o el Balcon en San Rafael? ¿cual te parece mejor? ¿podrias elegir? Seria como intentar darle un orden definitivo al mazo de cartas. Siento que hay que repartir y dar baraja, abarajar constantemente el mazo. Claro que por mas que cambien las figuritas vos estas siempre en algun lado, generalmente cerca mio pero a veces no tan cerca y otras veces, Celeste, decididamente lejos pero siempre ocupando un espacio: dormida, despierta, caminando, con anteojos o sin ellos, con el pelo suelto o atado, con pantalones o pollera o minifalda o con el pijama de Mickey Mouse que tiene las manos, esas manitos enguantadas y como de maitre de restaurante, exactamente sobre la parte de la remera que te queda sobre las tetas, y bueno, ya sabes como me gustan las coincidencias como me gustan los chistes como me gustan tambien tus tetas pero mas que nada todo lo que queda expuesto a una palmada.
Supongo que ya no hablamos de estas cosas, pero claro hay que preguntar que son estas cosas y si te soy sincero, Celeste o Fantasma de Celeste que construyo frente a mi con los mismos ojos marrones que tienen la luz la luz la luz y con la misma sonrisa y la misma cara de coneja, te digo que si te soy sincero yo tampoco se muy bien que son estas cosas, que es lo que estoy dieciendote o diciendole aire; Esto es como un baile en una habitacion cerrada, es como arrojar semillas al campo labrado o soltar un pañuelo desde el borde de un traslatlantico. No sabria como describirlo mas que como un eterno mezclar y mezlcar de pasiones que rebotan como bolas de pinball haciendo tilt tilt tilt, que se mezclan y entremezclan como la baraja en las manos del crupier, que bailan en el aire como las motas de polvo en el rayo de sol.
Supongo que es maravilloso haberte encontrado. Maravilloso que lo hayamos intentado todo juntos, casi sin quererlo. Habernos lanzado a la vida de a dos, como dos paracaidistas que se encuentran en el aire y que no estan muy seguros de cual de los dos lleva el paracaidas. Supongo que amarte es seguir asi, cayendo o volando con vos, hasta que alguien o algo nos diga que tenemos el suelo cerca o que, por el contrario, estamos a punto de salir de la ionosfera.
Pero ahora es demasiado tarde (en el cuento) o demasiado temprano (son las once de la mañana, el sol incendia todo) y ya casi es imposible detener la realidad, congelar su movimiento, intentar meter el pasado y el futuro en este presente de letras y espacios. En cualquier momento este cuento va a romperse, a autodestruirse, Celeste, va a ceder ante la realidad como cede una presa mal construida (porque este cuento esta mal construido, aceptemoslo) ante la presion del agua. O como cedo yo ante tu sonrisa o ante tu falso enfado, oh falso si falso pero mucho mas hermoso que tu enfado verdadero, porque tenes esa capacidad de ser Demeter y lograr llevar con vos la primavera y el invierno, de llevar como la Eva de Twain, adonde quieras que vayas, el infierno o el cielo, segun sonrias o lo contrario porque, fijate Celeste, ¿alguna vez te diste cuenta? No hay antónimo de sonrisa. 
Y cuando ceda este cuento, solo quedara la vida, como un rio, como un viento, arrastrando arboles y rocas. 

5 nov 2018

Sentada en un tren

Sentada en un tren. No podria describirla mejor. Lo mas importante era esto: una sandalia balanceandose en su pie, sostenida solamente por la tira de cuero que, sujeta entre su primer y segundo metatarsiano, asemejaba a un hueso entre las mandibulas de un perro. La parte de la sandalia que en donde deberia apoyarse el arco y el talon, flotaba en el aire. Parecia estar apoyado en una tarima invisible, como si fuese una obra expuesta en algun museo de vanguardia. El pie era largo y combado, y me recordo a los arcos compuestos con los cuales los persas batian a los helenos de las costas del mediterraneo. Aunque lo realmente hipnotizante, a fin de cuentas, era el bamboleo de la sandalia, el movimiento pendular, siempre cayendose del pie pero siempre sin terminar de caerse. La frase "pie descalzo" iba y venia en mi cabeza como una pelota de Ping Pong. Que molesta esa sensacion de no saber si un pie esta calzado o descalzo.
La vi, despues de un buen rato de mirar en torno al vagon, casi al final del mismo. Habia estado regodeandome en un grupo de ancianas chillonas y francamente desagradables. Todo el malestar del que era capaz se habia agotado en un odio sostenido hacia las ancianas. Agotado mi mal humor en un torrente de insultos y juicios perversamente demoledores hacia las viejas, mi mirada se pasaeaba como un estoico se habria paseado por la Stoa. Me preguntaba entonces si no existiria ya alguna secta que buscase hallar la tan ansiada paz del alma en un desahogo mediante el odio, a traves de un odio puro y destilado, trabajado a traves de los años como el acero de los herreros japoneses, un odio puro como el acero de alto carbono.
Entonces que vi el pie y la sandalia. Y la cabeza. Una cabeza voladora, pense. Una cabeza que, como un diente de leon, hubiese entrado volando por la ventanilla abierta del tren, para quedar accidentalmente depositada sobre el respaldo de un asiento. Alguna vez, en otro tren, habia leido un relato japones que hablaba de una cabeza en una caja. Moryo no hako, se llamaba. Era una novela policial y de misterio. Como siempre, habia un asesino. Como siempre, un detective debia atraparlo. Y habia cuerpos, cuerpos de mujeres descuartizadas. Torsos, brazos, piernas, muslos, costillares que aparecian aqui y alla diferentes partes de la ciudad. Jack the Ripper Style. Pero las cabezas no aparecian. Luego habia una escena, donde el narrador viajaba en tren. Tenia los ojos cerrados, dormitaba. De repente, siente que alguien se le sienta enfrente. Nada raro. Tren de media distancia, asientos enfrentados para cuatro personas, como si fuese una mesa de poquer. Escucha voces, dos. Una de hombre, otra de mujer. No le presta atencion. Dormita. En un momento, como es obvio, se despierta. Abre los ojos. Solo ve a un hombre. Piensa que se quedo dormido. Tal vez soño la voz de la mujer, tal vez la mujer ya se bajo del tren, tal vez el hombre es ventrilocuo. Vuelve a cerrar los ojos, a los pocos segundo escucha nuevamente la voz de la mujer, susurrante, clara como un arrollo en primavera. Sobresaltado, abre los ojos. Solo esta el hombre de traje. Lleva galera, como Jack. Pero en vez del maletin, lleva una caja. Es una hermosa caja de madera pintada con motivos de pajaros, el estilo es el de la escuela Kano o alguno muy similar. La caja es rectangular, un ortoedro. La lleva en las manos como una urna o un jarron, de forma horizontal. Se le ocurre que es una jaula para algun animal, aunque no lleva ningun tipo de abertura. Siente un escalofrio. Vuelve a escuchar, muy quedos, como si vinieran de otro mundo, gemidos que parecen venir sepultados por metros y metros de algodon. Hay algo cristalino, enloquecedor en esa voz. Algo que nunca antes habia oido. Una idea terrible se le ocurre. Es tan descabellada, tan pesadillesca, que no puede expresarla. Ni siquiera sabe que la tiene, a la idea. Entonces mira al hombre, que a su vez lo observa a el, con una sonrisa de tiburon. Los ojos del hombre brillan con locura, tienen la fijeza de los locos. Hay algo de chivo en sus facciones. Asi, sonriente y risueño, parece el presentador de algun circo de variedades. El protagonista nota que hay una pregunta en los ojos del hombre. Los ojos, como la boca, se contraen en una sonrisa muda. Hay una pregunta en el silencio; hay una pregunta en los ojos. El hombre no la hace, pero el protagonista entiende. ¿tuvo la idea terrible antes o despues de ver los ojos del hombre? ¿fue la pregunta la que catapulto la idea, esa idea imposible, impensable? La pregunta decia: "¿quieres ver lo que tengo en la caja?". El hombre se lo pregunto con los ojos. El protagonista no dijo nada, pero tambien respondio con solo una mirada. Una mirada casi involuntaria, pero sincera al fin, porque los ojos no mienten. "Si, quiero", dijo el protagonista en esa charla muda e intima, entre el pasajero con la caja y el pasajero sin la caja. El hombre de la galera hizo entonces una reverencia, o tal vez un asentimiento, y entonces, lenta, tortuosamente, comenzo a levantar la tapa corrediza de la caja. A medida que se formaba el cuadro, todo alrededor se desvanecia, se desdibujaba en un sudor frio en donde no existia nada mas que la sonrisa del hombre y sus manos palidas levantando poco a poco la tapa de la caja. Poco a poco, poco a poco... y ahi estaba, la cabeza.
Asi veia yo la cabeza (claro que era una ilusion optica, el respaldo del siguiente asiento ocultaba el cuerpo de la mujer, de la que solo sobresalia la cabeza por arriba, y el pie con la sandalia por el costado, en el pasillo.
¿que diremos de la cabeza? ¿era hermosa, como la de la diosa Izanami? ¿o era candido y resplandeciente como el de Amaterasu? ¿era, como en el cuento de antes, una belleza palida y languida, que susurraba cosas desde el interior de la caja? Bueno, para ser sinceros, ninguna de estas y, al mismo tiempo, una mezcla de todas. Una cara mas ancha que larga, de facciones duras y angulosa, de tono pardusco, mas bien olivacea. En todo su conjunto, bastante vulgar. Y pese a todo, era una cara que relucia como una perla, como una mascara mortuoria. Su expresion era vaga, ¿como saber si esa sonrisa era la que antecede a la risa o al llanto? La belleza de la cara se constituia un poco por superposicion de capas, como en los cuadros impresionistas. Una cara a lo Monet. Eran lo vago de sus expresiones (las cejas, los movimientos de la nariz, el gesto ambiguo de la boca) sobre esa cara esculpida, demasiado delineada sobre el hueso, lo que la hacia atractiva.
Instintivamente supe que escuchaba. Estaba escuchando a alguien. Cada tanto amagaba palabras, replicas que yo imaginaba desdeñosas, incisivas. Estaba soportando. Aguantaba una reprimenda, un sermon, una historia ya oida muchas veces. La fijeza de sus ojos, perdidos en un punto como los de un ciego (a lo mejor era ciega realmente) parecian delatar que estaba ausente. Hablaba pór lo bajo, mirando para otro lado, entre suspiros y chasquidos de lengua. Susurraba replicas como la cabeza en la caja. Los dientes eran blancos y pequeños, cada uno identico al resto, por lo cual, para el relato que les cuento pero que en ese momento me contaba a mi mismo, la bautice Berenice, en honor al Gran Poe. Por lo cual ahora puedo pasar a tercera persona y decir que Berenice escuchaba con impaciencia a su madre (porque ahora veia a la otra, sentada al lado, en el asiento de la ventanilla). La escuchaba como si ya estuviera acostumbrada a estar harta de ella. Acostumbrada a no terminar de acostumbrarse. La otra mujer era vieja. No tanto como para ser su abuela, pero si su madre o su tia o una hermana demasiado mayor. La reprimenda podia venir por cualquier lado. Tal vez Berenice, que podia tener tanto quince años como treinta, no habia respondido una llamada. Quizas su madre odiase a su yerno, o vicerversa. Podia ser cuestion de pitos o cuestion de plata. A lo mejor Berenice era una inutil, a lo mejor no lo era, a lo mejor no llenaba alguna de las descabelladas ambiciones maternas. Porque un solo vistazo a su madre me alcanzo para comprenderlo. Era de esas mujeres que viven, como una tenia o alguna especie de parasito, directamente de la sangre de sus hijos. Quizas Berenice no era bailarina ni abogada ni cantante. A lo mejor todavia no se habia mudado. O se habia mudado demasiado pronto.
Hacia un calor terrible arriba del vagon. El polvo se arremolinaba, entraba y salia por las puertas y ventanas. El vagon era un avispero de polvo. Berenice cabeceaba. Decia "si Mama" y "bueno mama" y "esta bien mama" (en realidad no podia oirla, esto era pura especulacion, puro cuento) mientras por lo bajo apretaba sus hermosos dientes, y cuando los apretaba toda la mandibula cobraba forma, una forma de pera, dura y redonda, y viendola sonreir con los dientes apretados yo pensaba en la malefica sonrisa de las calaveras. Y entonces "Si mama" y "no mama" y "esta bien mama", y seguramente por lo bajo un "morite mama", "metete en tus asuntos mama", las estaciones pasaban una tras otra y yo ya comenzaba a sufrir por Berenice. Mi corazon se inclinaba hacia ella como se inclinarian ante cualquier animal luchando con su parasito; Como se inclinaria ante la pobre vaca asediada por los tabanos. Varias veces pense en levantarme, en caminar directamente hacia ella, ¿para que? No lo sabia muy bien. Podia tener tanto quince años como treinta. Cualquiera de las dos opciones era inconveniente. La autoridad de la madre resultaba justificada en la primera, vergonzosa en la segunda, ¿cual seria la tercera? Estaba buscando esta tercera posibilidad, la que me facilitara la apertura cuando, vencido por el calor o la modorra, me quede dormido.
Dormi casi media hora. Sentia el sol, rojo mar de sangre, pasar a travez de mis parpados. Mi cabeza repiqueteaba contra el sucio cristal de la ventanilla. Parpadee y me restregue los ojos como haria un niño, que por cierto es lo que siempre soy apenas me despierto. El sueño que tenia tardo aun unos segundos en desintegrarse. Entonces recorde a Berenice, y volvi a buscarla con los ojos como si volviera a abrir un libro en la hoja señalada. Aun estaba ahi. Se habia dormido. Las piernas, cruzadas, se extendian a lo largo del pasillo. Llevaba un pie descalzo. La sandalia rodaba por el piso del vagon.

Ejemplo de Interseccion de Conjuntos

El tren vuelve a campo traviesa. Recorro con mis ojos las figuras (algunas charlan, otras van como yo, absortas) de los pasajeros de mi vagon. Hace un sol esplendido. El vagon esta lleno, en su mayoria de señoras. Hay un grupo de viejas chotas con remeras coloridas. Son turistas, turistas urbanas. Las agrupo mentalmente, hago de cada una de ellas parte de un conjunto. Destruyo su individualidad. Hago que todas ellas provengan de Caballito, de Villa Crespo, de San Telmo, de San Isidro. Me doy cuenta por sus voces, por la ropa que llevan puesta (calzas de marca y camperas deportivas Montagne, Columbia o Scandinavian). Todas van de anteojos negros. Jubiladas, viudas de militares, divorciadas de exitosos empresarios o todavia infelizmente casadas con ellos. Algunas llevan casos de ciclismo. Imagino, en el fondo o el comienzo del tren, un furgon lleno de bicicletas importadas. Yo tambien llevo anteojos negros que, fabulosos, le dan a mis ojos la intimidad que exige mi indiscreción de silencioso narrador que observa sin ser observado.
Ahora que las viejas estan disueltas, aglutinadas en un conjunto, me es mas facil odiarlas; Mas facil de lo que me seria odiarlas una a una, particularmente a cada una, con sus peculiaridades, con lo que hace de Celia Celia y de Marita Marita, y asi con cada una. Pero no me interesan sus particularidades. De hecho, me estorban. No quiero conocer las particularidades o lo que ellas creen que las hace unicas y diferenciadas, lo que demarca la frontera entre una y otra, aunque sean tan evidentemente lo mismo. Intercambiables. Por eso mientras las miro y mientras las odio le una bendicion a Porfirio y a Aristoteles. La categoria elimina lo especifico, elimina a Marita y a Celia o Cleta o como se que se llame realmente, y deja la masa indiferenciada y diferenciada a un tiempo, no ya en cuanto a individuos, sino a un grupo. Ahora son un bloque homogeneo, sin aristas, una caja con su correspondiente etiqueta. Disuelve y venceras. Es muchisimo mas facil odiarlas asi; Muchisimo mas facil ejercer mi odio de proletario de clase media-baja. Cerrar los ojos ante sus situaciones y odiarlas por su tono, por sus expresiones asquerosamente afectadas, por sus falsos bronceados de camas solares, por sus conversaciones insulsas, por sus vaginas ya resecas dedicadas a toda una vida de prostitucion al capital en general y a los capitalistas en particular. El odio encaja facil y rapido. Directo. Como una pieza de mecano con otra, como un sello recien cargado de tinta sobre la inmaculada blancura de una hoja de papel lisa.
Enfundado en mis lentes negros, desvio la mirada hacia la ventanilla, hacia el campo. Hay vacas. Mis ojos son dos armas cargadas, disimuladamente enfundadas en una larga gabardina. Cuando llegue el momento, abriran fuego sobre el mundo. El mundo no vera venir las balas. Saldran con un fogonazo ahogado, como si pusiera una almohada en la cabeza sobre la que disparo.
Una parte de mi (¿mi razon?) me dice que tal vez, solo tal vez, mi odio hacia las viejas sea injustificado. Una mezcla de Gerontofobia y odio a los ricos en general; (Nota aparte: el odio a los ricos no tiene nombre, y no es porque no exista, sino mas bien porque existe de manera invisible, velado. Y tambien porque son justamente estos ricos los que crean el lenguaje que, a su vez, crea los conceptos. Fin de nota) Algo asi como una necesaria interseccion de conjuntos entre los dos prejuicios antes mencionados. Porque puede ser que haya viejos buenos y puede ser que hay Burgueses bondadosos, pero todo el que tenga un minimo respeto por la estadistica tiene que concluir, si maneja mis hipotesis iniciales, que un viejo burgues es casi con seguridad un hijo de puta.
Pero hay otra parte de mi (¿mi instinto, mi intuicion?) que me lleva a creer que este odio y su consecuente operacion de empaquetamiento estan enteramente justificados. Miro las vacas. Pienso. Primero se me ocurre un metodo analitico. Voy a las premisas: "Los viejos son malos" (evoco como justificacion la nocion de KaloKagathia de Platon, con algunas observaciones Jungianas del miedo a la muerte)  , "los ricos son malos (sostengo con enfoque empirico-inductivo), y finalizo con la ya apelada logica estadistica. Sonrio y me quedo tranquilo unos segundos. Sigo escuchando hablar a los viejos. No, no es eso. Es otra cosa lo que sanciona mi odio como valido. ¿que es? Es la operacion misma, la disolucion, el mero hecho de que sea posible abstraer sus individualidades en una masa o conjunto prueba que sus individualidades son basura, porque solo la basura se presta al descarte. Pienso en la definicion de basura y se me impone justamente esto: Aquello lo cual se presta al descarte. Tal vez odie a los viejos solo por eso, por dejarse categorizar asi, sin que nada en ellos grite protestando, ejerciendo resistencia a mi pensamiento. Busco y rebusco en cada uno de ellos. Pienso ¿quien es este, que tiene para ofrecer? Pero solo veo gestos, caras, palabras vacias. Modos y formas irritantemente intercambiables al punto tal que creo fervientemente que si, utilizando alguna de las artes oscuras, tomara la voz de Cleta y la pusiera en Esther o Marita, nadie lo notaria. Ni siquiera la misma Cleta. Y lo mismo con sus ideas, ojos, bocas, formas de pararse o sentarse o cualquier otra cosa que hagan o dejen de hacer.

1 nov 2018

Cafe Doncella

Sebastian anoche se acosto sin comer. Hoy a la mañana, como es de suponer, tenia hambre.
Sebastian entra a la YPF a eso de las once de la mañana. Se acerca al mostrador. Lo atiende una chica con flequillo rollinga y cara de mapache.
Sebastian mira los carteles. Siempre le gusto lo salado mas que lo dulce. Pide un cafe con un trenzado de queso y jamon. Un trenzado de queso y jamon es un sanguche de jamon y queso. Pero ahora, nadie sabe por que, le dicen trenzado. Supongo que seguir diciendole sanguche era aburrido. Sebastian piensa que seria mas divertido empezar a decirle "torta de jamon", como en el Chavo. Porque las tortas siempre son ricas e imaginense una de jamon. La expresion "torta de jamon" es como la expresion "bife de chorizo". Pura Poesia Gastronomica.
- Un TRENZADO de jamon y un cafe - dice Sebastian, acentuando lo de trenzado.
- ¿algo mas? - pregunta el mapache
- Nada mas - resuelve Sebastian, y le paga los 132 $ pesos de la siguiente manera: un billete de cien, uno de veinte, uno de diez y una moneda de dos pesos. A Sebastian le gusta pagar justo.
La chica le dice que lo espere en las mesas, por lo que Sebastian asiente con la cabeza y se va a las mesas donde la gente come o desayuna mientras mira los goles que Boca le hizo al Palmeiras la noche anterior.
Al cabo de unos cinco o diez minutos, Sebastian siente que lo llaman. Se acerca al mostrador. El mapache ya no esta. Ahora hay una treintañera de gorrita y una cara que, si tuvieramos que jugarnos con una definicion, seria "cara de idiota".
- El trenzado - dijo la treintañera, a quien de ahora en mas apodaremos Slowpoke. Sebastian mira el trenzado y nota que falta algo. Slowpoke nota la espera.
- ¿tenias algo mas?
- Si, un cafe. Un cafe para llevar. Pedi el combo de 132 - se explica Sebastian, señalando estupidamente el cartelito de la promocion, en donde se ve, sobre un confortable fondo de madera marron algarrobo, una suculenta taza de cafe con el logo de YPF y un apetitoso bocadillo de pan, queso y jamon tostado. Slowpoke comprende pero pone cara rara. Mas rara aun que su cara normal, la que no refleja extrañeza o contradiccion. Algo le molesta, como si una tuviera una espina en el dedo o un pedazito de corteza de pan en la garganta.
- Ay... no - comienza a decir - lo que pasa es que la promocion es para comer aca.
- ¿como?
- Si. El cafe tiene que ser para tomar aca, en la taza.
Sebastian mira el cartel: Efectivamente hay una taza de porcelana, no un vasito descartable.
- Pero... ¿no es el mismo cafe? - pregunta Sebastian, incredulo. Lo pregunta mirando la maquina de cafe. Se da cuenta de lo estupido de la situacion. La unica diferencia es si se pone el vasito o la taza abajo del surtidor. El mismo cafe, el mismo grano, el mismo proceso, el mismo costo. Ahora es Sebastian el que siente una piedrita en el zapato o unas ganas de rascarse en alguna parte de su ser. Es la parte en donde reside el sentido comun, ese que Rene Descartes decia que todos poseian en igual medida.
- Si, pero si es para llevar tiene otro precio... - dice Slowpoke. Sebastian nota que el problema de Slowpoke es su cara. Su cerebro, se da cuenta, funciona bien. El problema, lo que le daba ese aire estupido a su rostro, era lo tardio de su reaccion a los pensamientos del cerebro. El cerebro y la cara estaban descordinados. Una cara con lag. Era increible. ¿era la cara demasiado lenta o el cerebro demasiado rapido? Imposible saberlo. Ella tambien nota lo estupido de la situacion. Es como un guardia real de la reina de inglaterra. Esta obligada a no moverse, a sostener una estupida regla burocratica establecida sabe dios por que perverso gerente de ventas. El mismo cafe. Pero si se lo quiere llevar, señor, tiene que pagar un poco mas. El cafe es rehen nuestro. Sebastian piensa que el Cafe de la YPF es un poco como la hija virgen de algun campesino o de algun rey. No solo hay que pagar por ella, hay que pagar por llevarsela de las tierras. El Cafe es tambien como un rehen. O como una bailarina erotica: Este precio por mirar, este precio por tocar, este otro por pasar a la piecita del fondo.
- El Mapache no me dijo nada - dice Sebastian. Pero no dijo el mapache, obviamente. Dijo "la otra chica". - Bueno, te pago la diferencia - ofrece, magnanimo. Se siente ridiculo. Tiene ganas de irse, comprar un vaso de plastico en el kiosko, y pasar el mismo el cafe de la taza de porcelana al vasito.
- No, deja, esta bien - le respondio Slowpoke, tambien con un tono magnanimo, como el que usaria un Juez indulgente con un abogado novato que comete su primer error. Slowpoke tecleaba algunas cosas en un misterioso teclado negro. Parecia un contador publico. - Ya te lo preparo - le dijo, y se puso a preparar el cafe.
Sebastian salio de la YPF con el cafe y la torta de jamon. El sanguche estaba bastante bien. El cafe era de malo a regular.