14 nov 2018

Cuento Inconcluso.

La pulpa detrás del iris (que debería ser blanca, que fue blanca en otra época) casi amarillenta. Ojos cansados y amarillentos como las paginas de un libro viejo; De esos libros circulares emanaba toda la cara; absorta, condenada, presa de la paralisis que se iba del rostro a la expresion y de la expresion, como una segunda cara, de vuelta al rostro en una mueca de tristeza. La mueca tenia sus flores en la cara, si. Pero las raices, en los ojos. Y mas alla de los ojos, se hundian en estos y atravesaban la amarillenta pulpa hasta llegar al papel sobre la mesa. Papel Blanco, brillante, inmaculado, puro como una sabana recien tendida, oreada por el sol y acariciada por el viento.  El dedo, fino, demasiado corto (daba la impresion de no haber crecido demasiado, de haber sido podado, de ser una herramienta de la talla inadecuada para la tarea) hacia el gesto de querer rasguñar. La uña, pintada de verde, rascaba la textura corrugada de la hoja, y la yema del indice sentia la friccion microscopica y placentera entre los surcos de sus dactilares y las fibras de celulosa. La yema iba y venia, junto con la uña, y segun la presion estuviera en esta o aquella ella notaba una ligera variacion en el sonido. Un sonido como de lija, mas susurrante o mas punzante segun el caso. Asi se formaba una marca en la hoja, una mas, y luego otra: una muesca, una grieta de grandes profundidades. Pero las letras no venian, no estaba la magia de las oraciones, los delfines no saltaban sobre las olas. Empezaba a sentirse desdichada.
Y la tristeza, o mas bien la incertidumbre, cuando no el fastidio, también la sentia  él (Antoine) en su departamento del 10 de la Rue Casimir Delavigne. Y Lena tambien, en el puente Azul, sobre el helado espejo del Moika, tambien sentia algo asi: que los delfines no saltaban, que los pajaros no cantban lo suficiente, un nudo en la boca del estomago.
Antoine, especimen Galo. Desgarbado, rubio, ojos celeste palido. (¿que mas, que mas?) un aire al joven Rimbaud. Inclinado en la baranda, la cabeza en sobre el vacio. los anteojos a punto resbalar por su nariz, como un nene en un tobogan. La mirada fija en la calle de enfrente, quizas en el cartel de Le Immobilier L' Oddeon. Letras frias y sobrias de un hermoso añil.  Los codos sobre la baranda del balcon frances. Esos balcones, identicos todos, como huevos en el maple o margaritas en el parque. Identicos balcones en identicas ventanas, con identica mamposteria y postigos de acero, uno de ellos (el de Antoine) se cierra impulsado por una rafaga de viento (en invierno el viento es fuerte) pero el lo detiene justo a tiempo con el antebrazo, como sabiendo que iba a cerrarse. El viento le sacude el flequillo, los anteojos tiemblan peligrosamente sobre el puente de la nariz. ¿y que mas, y que mas? Antoine siente (casi puede verlo) que se erige ante el un muro invisible, que aplasta acciones y pensamientos. La rueda rechina, los engranajes crujen, los pistones se detienen. ¿que hara a continuacion? Bajar ¿comer en el Lepidon? Vino, pan, Jamon. ¿Volver a subir? Apoyar los codos en la baranda. Ser uno mas de los cientos, de los miles que apoyan en Paris los codos en las barandas, como si las barandas fuesen palomas o dirigibles y hubiera que cargarles el peso para que no vuelen, para que no salgan disparados. ¿Mirar una vez mas las letras, tan hermosamente añiles, de L' Oddeon? Y esperar, ¿a que, a quien? ¿para quien son las flores (ahora las ve) que yacen, todavia envueltas en celofán, al costado de la cama? Pero los engranajes crujen y las cadenas chillan, la uña rasca la textura blanquecina y corrugada, recorriendo la marca, y entonces hay que esperar a que el muro desaparezca.
Mientras tanto o mas bien simultáneamente Lena, sobre el puente azul, mira el agua congelada. Y mientras mira siente que algo empieza o termina en algún sitio. Pero no ahí, no el el puente azul, donde ella (¿casual, intencionadamente?) espera. Se entretenía, se lanzaba a si misma preguntas, como el niño que se cuenta cuentos, como un malabarista con palos y pelotas: ¿como había llegado al puente? ¿iba o venia? ¿recien llegaba o estaba por irse? ¿pasaria algo, en ese puente? - Y si no era en ese, ¿en cual? ¿seria en el puente rojo, en el verde, en el morado? - se preguntaba Lena en la ciudad de los puentes de colores.
Pero tambien estaba el puente blanco con su muesca, que ella, la otra, aun no podia o no sabia cruzar. El puente que una vez atravesado pondria a Antoine de patitas en la calle, por fin fuera de la celda sobre la Rue Casimir Delavigne; Iria entonces rumbo al Sena o la fuente de San Miguel ; O al Palais du Luxenbourg, todavia no era claro. Lo que era indudable, pensaba Antoine, era que nada lo detendria una vez que empezara a moverse por el barrio Latino, a cruzar sus plazas, a atravesar sus galerias, esquivando chejovianas señoras con perritos y vendedores de flores (ya habia comprado y estaban sobre la cama envueltas en un celofan aguamarina). Avanzaria como las legiones de Vercingetorix. Cualquier cosa podia ocurrir entonces, todo era posible. Solo era necesario romper el muro, hacer fuerza con la mente para ayudarla (¿pero a quien? - se decia Antoine) a desatarse, a abrir la trampa para osos, a sacar los pies del barro, la uña del fibroso papel rayado para que Lena pueda oir los pajaros sobre el puente y para que por fin los delfines salten sobre las olas.
Cuando las ruedas giren Lena abandonara su aire ausente y como de maniqui. Sentira frio y hambre y sueño y se restregara los ojos verdes como manzanas, o por lo menos sentira el rasgado de la filosa pluma que, en algun sitio lejano, bosqueja letras, hila palabras, teje oraciones para que ella baje y salte al agua, es decir al hielo, rogando que que el impacto no lo quiebre, que sea (por favor dios por favor) lo suficientemente grueso para aguantarlo. Lena entiende que el hielo no va a romperse, que las heladas de la ciudad son cruentas y despidadadas; Entiende que el miedo al deshielo le viene de otro lado ¿tal vez de la otra, que no sabe lo cruento de los inviernos Rusos? Ya sobre el hielo se quitara los zapatos y las gruesas medias. Y sentira la muerte entre los dedos de los pies, tan finos y blancos como hojas de lirio  ¿que haria luego, mas adelante?  ¿caminaria en ese universo polar? Intentaria hallar la linea que separa, en el horizonte, el blanco suelo del banco cielo. ¿se perderia en la noche? ¿la encontrarian congelada entre los setos, como a aquella turista? Seguiria caminando por el rio ¿hasta donde? Hasta el proximo puente ¿hasta que Antoine llegara al Lepidon, al Palais o al fondo del Sena? Iria por lo menos hasta el proximo puente, eso lo tenia claro. Intentaria llegar. Tenia que hacerlo por ella misma. Pero tambien, y sobre todo, por la otra, la que no conocia ni podia conocer pero que aun asi sentia o presentia, lejana, intentando hacer girar las ruedas de su mundo mientras los ojos cansados, buscando la fuerza para escribir la proxima linea, se volvian cada vez mas y mas amarillos, tomando ya el color de una pera madura.

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