8 dic 2020

No me canse de jugar. Punto. La hoja contiene solamente aquella frase. ¿deberia continuar? Todo, absolutamente todo lo que quiero decir esta noche esta maravillosa y milagrosamente contenido dentro de esta frase. Estoy yo, estas vos, estan todos los sitios y las personas que pasaron por ellos. Y todas esas cosas de las que naturalmente no guardamos ningun recuerdo en absoluto. Cosas que son como fragmentos de hilo en los bolsillos, como cenizas abajo de la mesa. Todas aquellas cosas que se acumulan en los rincones oscuros, poco explorados, dificiles de accesar. 

Mantengo la punta de la pluma sobre el punto de la oracion. Posible punto final. Soy nervioso, lo se. La punta de la pluma tiembla. Los espacios vacios de la hoja presionan como una muchedumbre; Todo el espacio se agita como una turba. La presion que mi mano aplica sobre la pluma va volviendo al punto mas y mas oscuro, furiosamente negro tinta, cada vez con mas contraste, cada vez mas recalcitrante. Comprendo que no puedo seguir asi, que pronto la tinta disolvera - sin piedad, la tinta nunca la tuvo - la blanca celulosa y entonces habre hecho un imperdonable agujero en la hoja. 

No quiero atravesar la pagina. Me rehuso a apuñalarla. ¿que puedo hacer, sin embargo? Tampoco quiero destruir la perfeccion de la primera frase que sola, unica, sostiene todo el significado como si fuese Atlas.  

Cedo. Con una mueca horrenda escribo: No me canse del mar.

Tiempo perdido. ahora las frases van a salir una atras de otra.

No me canse de la noche. Tan amplia, tan amplia. Un espacio que se extiende. Sin paredes, sin geografia exactamente delimitada. Una cascada. ¿como cansarse?  Una playa sin orillas. Sonido por todas partes. Camino, camino, sigo caminando. 

Llego. Generalmente tarde, pero llego. Me gusta que todo este en silencio. Me gusta llegar ver mis cosas. Mis juguetes, por decirlo asi. 

¿de donde vino eso? Lo del mar y lo de la noche estaba muy bien. En cierto modo era todavia verdadero. Emanaciones correctas de la primera frase. Plotino mismo no tendria nada que objetarle. Lo demas son intentos vagos. Malas descripciones del espacio vacio que rodea a las primeras tres frases que - ahora que las veo bien - tranquilamente podrian empezar y terminar un poema. Y seria uno bastante aceptable. Deberia borrar todo lo que sigue. ¿deberia? 

Me preocupa sobre todo lo de los juguetes. Los espacios vacios no aportan nada pero tampoco molestan. Pueden soportarse. ¿que aportaba la molesta niebla de "el examen"? Absolutamente nada. Todo podria haber transcurrido sin ella pero, mas importante, todo transcurre con ella. Es decir, que no impide que pase nada de lo que debia pasar. El parrafo - todavia no terminado - de los juguetes me parece artificial, inutil, absolutamente no requerido por nadie. 

¿de donde salio eso de los juguetes? Detras de la oracion hay un frasasaseo inconciente, una cadena de palabras que tiene el deseo de ser razonamiento sin llegar a serlo. El razonamiento de fondo seria que la vida es pasar de un juguete a otro, de una jugueteria a la otra porque, despues de todo, ¿hacemos otra cosa que jugar? Nuestros chiches nos rodean a diestra y siniestra. Chiches animados y no tan animados. Todo chiche. Chiche el auto, Chiche la casa, Chiche el proyecto o el informe o el reporte o las cosas del ropero. 

Despues de esta parrafada inmunda levanto la cabeza y veo a mi gato recostado en el marco de la ventana. Me gustaria escribir algo sobre el. Es por lejos el juguete mas hermoso que tengo. Es completamente negro y, recostado como esta, resulta practicamente invisible. La noche esta justo al filo de la ventana. A nada de tragarselo por completo. Lo haria si no fuese por el mosquitero y por la bombita electrica del cuarto, que mantiene - si bien que a duras penas - a raya a la oscuridad. 

Deberia parar. El texto - el intento de texto - esta completamente arruinado. Ya no tiene caso arreglar lo de los juguetes, o pretender que la parrafada vuelva a su estado de brillante aforismo o de gracil poema, de haiku adolescente. Texto corto... reflexion... alguna especie de prosa rara... que se yo... tendria sentido si estuviese en la contratapa de algun cuaderno viejo. Una nota al pie, o un capitulo prescindible de Rayuela. Una Coda. ¿podria acaso guardarlo para coda de algun texto futuro? Podria. Siempre y cuando no escriba nada mas, siempre y cuando no continue agregando palabras, siempre y cuando detenga a tiempo la metastasis literaria, la incesante produccion de petroleo en forma de oraciones y signos de puntuacion. 

Y... no obstante, siento que el texto necesita un cierre. No puedo dejarlo asi. Paso mi mirada por los siete renglones (bastante mal aprovechados, podria haberlo escrito en tres) y siento que, efectivamente, debo decir algo mas. Pero no quiero decir nada. Recurro entonces, harto, al viejo recurso de la circularidad. Escribo de vuelta:

No me canse de jugar.

Y punto final. 

1 dic 2020

Irrevocable

 Pedro G., dependiente de la tienda de ultramarinos, se hallaba aquella mañana ordenando latas en el mostrador cuando escucho el familar campanilleo de la puerta. Levanto la cabeza para saludar al cliente y sonrio. Dejo de sonreir inmediatamente porque quien habia entrado le era bien conocida. 

Ah, Maria, es usted - dijo Pedro G. frunciendo el ceño - Pase. Maria lo miro con sus enormes ojos y se animo a esbozar una sonrisa timida. Estaba parada en la puerta, sin decidirse a entrar del todo pero, como ya habia ido hasta alli, finalmente dio unos pasos al frente y se adentro en la tienda. 

- Me pidió usted venir, y aquí me tiene - dijo ella por toda explicación.

Pedro G. carraspeo y tosió un par de veces como si luchase por aclararse la garganta. La verdad era que simplemente estaba azorado, como solía pasarle cuando se hallaba en apuros. Mecánicamente comenzó a mover las manos sobre las latas, pasándolas de aquí para allá, apilándolas y desapilandolas sin sentido. Mantenía la vista baja mientras intentaba adoptar el aspecto serio de quien se halla inmerso en una importante misión.  

- Hum - dijo finalmente Pedro - es cierto que yo la mande llamar. Tengo que hablar un asunto con usted Maria, de un asunto primerisimo que no admite la menor dilacion... pero... ejem... es decir... quiero decir que me encuentra usted ahora en un momento que... las responsabilidades del comerciante... como comprendera usted... como usted sin duda ve... - Pedro se detuvo sin poder articular nada mas; Volvió a carraspear y ni siquiera intento terminar la retahila de frases inconexas. Comprendio que se habia aturullado de un modo ridiculo. 

La joven volvio a sonreir e inclino levemente la cabeza en un gesto que Pedro no supo interpretar como de comprensión o de simple aceptación, por lo cual podríamos suponer tanto que comprendió como que no comprendió absolutamente nada. De todos modos, viendo que aquel seguía con las latas, comenzó a pasearse por la tienda. Sus pasos eran lentos y descuidados. Levantaba un pie y jugaba a balancear graciosamente el otro, como si estuviera ejecutando un paso de baile. Mientras lo hacia, miraba sin interés los productos de los estantes. Aunque la joven debía tener unos veinticinco años su rostro conservaba intactos rasgos de la primera juventud. Mantenía también muchas de las costumbres que tenia de niña, como aquella extraña forma de pasearse o su manía de pasar constantemente los dedos por su larga trenza. Pedro, que simulaba estar completamente abstraído en sus latas, seguía atentamente el frufru que producía el vestido azul de Maria sobre el piso de la tienda. La había descubierto muchas veces en aquellas actitudes extrañas y lo cierto es que nunca dejaba de sorprenderlo.

- Espere usted un instante -  dijo finalmente Pedro - en breve terminare esto y estaré con usted. 

Para comprender esta extraña escena en la tienda de ultramarinos, tendríamos que remontarnos a la noche anterior a aquella mañana. El hecho es que Pedro, en un momento de súbito envalentonamiento le había enviado una nota a Maria; La cosa es que aquel arrebato, como suele pasar con todos los arrebatos, había sido mas bien fugaz. Es decir, le había durado mas bien poco y se había ido desvaneciendo con el correr de las horas. Hay que decir que nuestro Pedro era un hombre de carácter mas bien endeble. Un tipo bastante indeciso y caviloso. Le costaba un trabajo horrendo comenzar las cosas y finalizarlas se le hacia siempre cuesta arriba. Aquella noche mientras cenaba con su esposa había tenido uno de sus acostumbrados y tortuosos sentimientos de culpa, al cual le había seguido un no menos tortuoso sentimiento de indignación por la virtud ofendida, y finalmente había terminado sintiendo un vivo desprecio por si mismo. Todos estos sentimientos eran tomados por Pedro como prueba irrefutable de que, pese a todo, seguía siendo en el fondo un hombre decente y moral, y que en efecto no todo estaba perdido para el. Era, simplemente, cuestión de enmendarse. En resumen, que Pedro había decidido terminar la aventura que tenia con Maria. Por supuesto, venia pensando terminarla desde hacia mucho tiempo. Casi desde el momento mismo en que se inicio. "Esto tiene que terminar" había sido si no bien el primero, si el segundo pensamiento mas recurrente que se le venia a la cabeza cuando evocaba la figura de Maria. El primer pensamiento era, por supuesto, completamente diferente y del todo opuesto al anterior, lo cual ocasionaba que naturalmente el amorío se prolongara indefinidamente. 

Esa noche, no obstante, se había convencido de que su decisión era definitiva. Sin perder tiempo había llamado a su cochero y, sin darle mayores explicaciones, le había indicado llevar un paquete -siempre tenia preparados paquetes de productos con anterioridad, era un sistema que habían ideado con Maria - urgente para la Casa Zardoya. Dentro del paquete estaba la notita donde le indicaba a Maria que fuera a verlo a la tienda en cuanto pudiera. 

Maria era una de las dependientas de la Casa Zardoya, la principal casa de comercio textil de Badajoz. Zardoya comercializaba productos que llegaban a España desde Portugal, adonde entraban sedas y telas exóticas de todas partes del mundo a través del puerto de Estoril. Casa Zardoya recibía estas mismas telas con algunas semanas de demora, lo cual era beneficioso pues los precios no hacían mas que subir. Como una de las dependientas principales, Maria se encargaba, entre otras cosas, de la correspondencia y del trato con los distintos proveedores. Así había conocido a Pedro. Al principio le había parecido un hombre aburrido, de lo mas común. Y lo cierto es que lo era. Y había comenzado a hacerle la corte de una manera directa. Luego de algunas ideas y vueltas habían comenzado a verse en secreto, mas por insistencia de Pedro que por verdadero interés de ella. Lo cierto es que Maria, no siendo para nada extraordinaria, era una joven bastante excepcional dentro de su medianía. 

A primera vista, uno no podría decir de ella nada diferente a lo que diría de las otras dependientas: era joven y simpática; Era también Atenta y humilde. Educada pero no aduladora, Alegre pero sin llegar a ser coqueta. Una segunda observación, mas de cerca, habría delatado cierta orgullosa dureza, cierta fuerza extraña disimulada siempre en un manto de falsa ingenuidad. Esta fuerza consistía en que Maria solía aceptar las cosas que le ocurrían con una naturalidad casi animal. ¿Era este instinto, que ahondaba en sus raíces mas profundas, una especie de confianza nata en sus fuerzas y facultades? Y ¿Qué facultades podían ser estas? Su juventud y su belleza eran las que primero saltaban a la vista. Sin embargo, se habría equivocado quien las tomase como sus principales cualidades. El principal rasgo de Maria era su callada pero poderosa natural fuerza de voluntad, la cual solía trocar en una tenaz dedicación al trabajo. 

Solo creía en un pensamiento: Trabajo, trabajo y mas trabajo. Cuando se decidía por algo o cuando algo le ocurría, solía llevarlo a termino hasta el final. Nunca había renunciado a ningún proyecto en toda su vida. Había llegado a la ciudad como simple costurera y en pocos años había llegado a una posición envidiable como dependienta principal en la principal casa del rubro. Los señores confiaban plenamente en su juicio y día tras día asumía mas y mas responsabilidades. ¿Cómo era posible entonces que una joven tan seria se permitiese una aventura que, siendo tan nimia e insignificante, entrañaba para su prestigio un riesgo tan grande?

Quizás fuera que ella no consideraba tales aventuras como riesgos en absoluto. Pero lo mas probable es que los aceptara como aceptaba el resto de las cosas; Es decir, como cosas que sencillamente le ocurrían. Dado que sus amoríos no tenían nada que ver con sus verdaderas metas, Maria los tomaba como algo que sencillamente le ocurría. Sabia que gustaba a los hombres. Lo había ido aprendiendo en el curso de su vida. Así era: no podía evitarse. ¿por que hacer un problema de ello? Y si bien a ella no le causaban una pasión especialmente intensa, cierto es que tampoco le causaban repulsión. Le gustaban, pro así decirlo, de la misma forma que le gustaba el chocolate con licor o caminar de noche por los parques. Eran una cierta clase de distracción, lo mismo que el láudano. Le atraían sobre todo los hombres casados que tenían que ocultarse y se arriesgaban al escarnio publico solo por pasar un rato con ella. La misma afición al riesgo la animaba a robarse artículos de la tienda que luego regalaba o simplemente tiraba en la calle. A Maria le gustaba todo lo que estaba vedado. 

Era una mala influencia, ella misma lo sabia. Maria lo pensaba o, mejor dicho, le agradaba pensarlo. La realidad es que no era mala en absoluto, sino que simplemente tenia un buen grado de crueldad infantil; De esa crueldad nata que todos tenemos de chicos y que nos lleva a arrancarle las alas a las moscas. Era una de las ya mencionadas cualidades infantiles de Maria. No pensaba demasiado las cosas o, si las pensaba, las pensaba como una especie de juego, como algo inocente del cual no podía surgir mal alguno para ella o para los otros. 

Apenas despachado el paquete con la notita, había ya Pedro comenzado a sentirse mejor consigo mismo. A las recriminaciones le habían sucedido una oleada de pensamientos beatos y optimistas. Se había ido a acostar sintiendo que volvía a ser verdaderamente recto. Cualquiera podía pecar. Si incluso Jesús había tropezado con su cruz - pensaba Pedro con la cabeza en la almohada - entonces era normal y hasta natural que un buen cristiano, trabajador y responsable como el, cediera de vez en cuando a una de las tantas tentaciones del mundo. Que maravillosas y que sabias eran las verdades de la religión ¡todo era posible con la redención! ¡en efecto, bastaba con enmendarse!

Lamentablemente estos sentimientos virtuosos no duraron mucho; Se fueron desvaneciendo esa misma noche a medida que sus ideas divagaban sin rumbo e iba quedándose dormido. A la mañana siguiente su resolución anterior se había esfumado del todo y como por arte de magia. Como si hubiera estado borracho la noche anterior, ni siquiera recordaba haberla tenido. Incluso se había levantado pensando en los lindos ojos de Maria, en sus rasgos frescos y juveniles, en la oscura trenza que siempre llevaba hecha. Se había olvidado absolutamente de la moral y de los deberes del buen cristiano. Esto, aunque pueda parecer muy raro, no tiene en realidad nada de misterioso. La fuerza de la costumbre, que es poderosa sobre todos nosotros, es especialmente pesada en individuos con poca fuerza de voluntad. Pedro recordó súbitamente su cometido de la noche anterior cuando vio a Maria entrar en la tienda. 

Lo cierto es que se hallaba en una situación del todo enojosa. Había tomado una decisión irrevocable y luego se había olvidado totalmente de ella. Casi sentía vergüenza al repasar su conducta. Sentía la necesidad de desprenderse de Maria y al mismo tiempo no tenia ninguna gana de ello. Mas allá de que todavía la joven le gustaba, se le hacia imposible el hecho mismo de enfrentarla para finalizar la relación.

A decir verdad, lo que en ese momento Pedro temía especialmente era que alguien mas entrase en la tienda y los viese. Cualquier sospecha, cualquier habladuría, llevaría a un terrible quebradero de cabezas. Tenia que terminar con el asunto cuanto antes pero, ¿Cómo hacerlo? Los minutos pasaban y dentro de la cabeza del pobre Pedro se agolpaban las explicaciones y las excusas unas sobre otras. Todo se mezclaba en una ridícula ensalada de palabras: los valores cristianos, la inmoralidad de los musulmanes, el deber del ciudadano y del esposo, la virtud de las jóvenes señoritas, el precio del azúcar siempre en alza. 

Completamente ajena a todas sus cavilaciones, Maria seguía curioseando por la tienda. No encontraba nada de raro en su situación. No le preocupaba en absoluto. Si alguien hubiese entrado en ese preciso momento, ¿Qué vería? Una mujer mirando los estantes, seguramente en busca de algún producto mientras el dependiente se aburría sobre el mostrador. Gran cosa. Maria reparo en un frasco de pasas y, muy disimuladamente, metió la mano y se guardo un puñado en el bolsillo.

- La amo, Maria - dijo Pedro repentinamente y sin venir a cuento de nada - Pero al mismo tiempo es usted una fuerza maligna en mi vida. Un verdadero disolvente, ¿me comprende?

- Comprendo que tiene usted una forma muy poco ortodoxa de declararme su amor ¿y que con eso? - dijo ella al tiempo que se metia una pasa en la boca. 

- Se burla usted - le recrimino Pedro frunciendo el ceño - Veo que se sonríe, que tiene el descaro de sonreírse de esa forma. No toma usted en cuenta los valores musulmanes sobre la cuestión ciudadana... es decir... que un comerciante, esposo y padre de familia, sin importar cuanto lo asedien las tentaciones del mundo... del mundo, si, es correcta la expresion... ejem... en fin, que usted y yo... así como están las cosas... uno puede siempre... puede siempre, claro esta, para estos pormenores, tomar el piadoso ejemplo de Jesus, el cual estando en el desierto, ¡completamente solo en el desierto! ¿se figura usted? ¿puede usted figurarse esa escena majestuosa?

- ¡oh claro! pero continúe usted - se burlaba Maria mientras cogía un nuevo puñado de pasas. 

- El ejemplo piadoso, Maria, el ejemplo piadoso es el que debemos seguir. Completamente opuesto a la inmoralidad de los moros, antes mencionada. Yo la amo a usted, la amo sinceramente y podría decirse que hasta con locura pero... en fin... comprenda que soy padre, que soy esposo, que soy un respetado comerciante de ultramarinos y usted... usted con todas sus virtudes, con su gran corazón y su enorme porvenir y... ejem... que en resumidas cuentas, todo es posible con tal de que uno quiera enmendarse, ¡con que solo exista el deseo de salvarse, nada esta perdido!

- De su docto y ordenado discurso - dijo Maria lentamente, mientras se lamia uno a uno los dedos - llego a entender que cree usted que debemos dar por terminado el idilio.

Pedro se azoro y comenzó a carraspear nuevamente. Movió el brazo torpemente y de un codazo tiro al suelo la dichosa pila de latas. Maria dejo escapar una risa nerviosa y se apoyo en el mostrador. Pedro se echo instintivamente hacia atrás. Tenia que hacer acopio de sus fuerzas para terminar aquello.

- No, es decir, si... No deseo que malentienda usted... usted, Maria, siendo tan virtuosa, tan bien parecida... es para mi es una criatura terrible... quiero decir, no se acalore usted... me refiero, por supuesto, a nada ofensivo, sino a... ¿Cuál es la palabra?

- ¿una metáfora?

- ¡Exactamente! Una metáfora de una fuerza maligna... ¿ha oído usted hablar del espíritu de la tierra? Son, por supuesto, cosas de paganos, pero sin embargo... y... anteponiendo a todo los valores de cristiano... que, en fin, yo no puedo mas verla a usted como hasta ahora.. por lo que... por lo que, bien tenga usted en dejar las cosas... ¿me comprende? Veo que vuelve usted a reirse...

- No me rio, caballero, creame que no me rio - dijo Maria pese a que a duras penas podia contenerse - No me rio y comprendo... comprendo y acepto... acepto y valoro y, ¡voy a decirlo todo! hasta pondero sus valores, su integridad a prueba de todo... ¿que puedo hacer yo, una joven desamparada? Simplemente resignarme, acatar su decision y desearle siempre el bien... pero... 

- ¡Estupendo, Maria! ¡Maravilloso! Me alegra y me alivia saber que cuento con su comprension... mas, veo que esta usted cavilosa en continuar hablando. ¡hable! Desde ahora usted y yo seremos almas gemelas, seremos como hermano y hermana... por lo cual no tenga usted reparo en decirlo todo.

- ¡Oh, por favor, sea usted mi hermano! - exclamo Maria con una voz vibrante que expresaba un regocijo increíble - ¿Verdad que puedo a usted decírselo todo? Pues bien, tengo, antes de retirarme como su hermana, como su alma gemela, una ultima cosa que decirle. ¿me oirá usted?

- Y muy atentamente - dijo Pedro. Maria se estiro sobre el mostrador cuan larga era hasta pegar su boca en la oreja de pedro.

- Estoy completamente desnuda bajo el vestido - susurro Maria en un tono deliciosamente ingenuo.

Pedro G, dependiente de la tienda de ultramarinos, dio un respingo tal que se golpeo la cabeza contra la pared. Como no llego a aclararse la garganta con un Hum! o un Ejem!, tuvo a continuación un ataque de tos. Tosió por unos dos minutos y luego, sin estar aun completamente recuperado, salió de la tienda arrastrando a Maria consigo hacia las buhardillas del puerto.

A los pocos días Maria, dependienta principal de la Casa Zardoya, recibió un nuevo paquete de ultramarinos, que escondía dentro una notita idéntica a la de los días pasados. Luego de leerla, sonrió burlonamente y la guardo en su cómoda junto con todas las notitas anteriores.


25 nov 2020

Una pequeña molestia

Estaba dando vueltas en la cama cuando, de repente y sin ningun tipo de preambulo, senti una molesta picazon en la planta del pie izquierdo. En verano habia empezado hacia una semana pero recien ahora se dejaban sentir los primeros calores del año. 

Tengo que confersarlo: odio el calor. No me averguenza admitir que espero cada verano como quien espera un castigo o una tortura. Pese a todo, no me resigno, lo cual significa que siempre estoy bien preparado. El aire acondicionado pseudoindustrial que tengo en mi pieza me permite permanecer fiel a mi costumbre de dormir siempre tapado, incluso con treinta grados. En fin, que me rasque un par de veces y volvi a la insufrible tarea de intentar dormirme.

Ultimamente me cuesta mucho conciliar el sueño. Lograr quedarse dormido es un pequeño milagro que realizamos diariamente. Deberia existir una palabra para todas esas cosas que realizamos sin comprender cuan facilmente ocurren hasta que, por alguna razon, dejan de ocurrir con la consabida facilidad. Recien ahi nos damos cuenta de que no tenemos la menor idea de como hacemos mucho de lo que hacemos habitualmente. Descubrimos, no sin mezclar un poco de horror con la sorpresa, que muchas de las cosas mas importantes de nuestras vidas, de las que dependdemos absolutamente, dependen a su vez de oscuros mecanismos acerca de los cuales no sabemos absolutamente nada. Mecanismos que solo podemos atestiguar, sin controlar ni comprender. Lo normal es que no nos interese mucho comprenderlos. Pero esto es precisamente porque funcionan. Y, cuando no lo hacen, suele ser ya demasiado tarde para ponerse a aprender. 

A los pocos minutos volvi a sentir en el pie izquierdo un hormigueo extraño. Esta vez, acompañado de un calor. Era como si tuviera los pies pegados a una estufa o muy cerca de una fogata. Pero no ambos pies, sino solamente el izquierdo, y no todo el pie, sino mas bien exclusivamente la planta. ¿verdad que era algo raro? El resto de mi cuerpo, incluido mi pie derecho y todo mi pie izquierdo exepto la planta, estaba frio, tan frio como si recien lo hubiera sacado de la heladera. Al calor - hormigueo succedio inmediatamente un cosquilleo nervioso, como si miles de pequeñas patitas me caminaran por la planta del pie. Comezon.

Me volvi a sentar en la cama y, cruzandome de piernas, me dedique a rascarme a conciencia y no sin cierta saña esa jodida planta del pie izquierdo. ¿asi que queria picar? Bueno, ya iba yo a sacarle las ganas. Me rasque con fuerza durante uno o dos minutos, hasta dejar casi insensible la zona. Volvi a acostarme pero a los pocos segundos volvi a sentir, ahora mucho mas fuerte, un terrible calor que me inflamaba ahora todo el pie, no solo la planta. 

Se me ocurrio que esto podia ser una contrareaccion a la furibunda rascada de hacia unos instantes. Algo similar a lo que ocurre cuando, luego de perder la sensibilidad de una zona por falta de irrigacion sanguinea, ocurre cuando la sangre vuelve a fluir por el miembro de una forma abrupta: esa mezcla de paralisis y pinchazos. Incluso podia ser alguna extraña reaccion alergica. No lo sabia. Intente aguantar estoicamente la molestia pero, al cabo de unos minutos no pude evitar volver a sentarme. El calor era ahora mas parecido a una inflamacion febril. Sentia el pie entumecido hasta el tobillo, y tenia la impresion de que, si encendia la luz, veria mi pie izquierdo rojo e hinchado como si lo hubiera mordido una tarantula o una vibora. Ese pensamiento me divirtio al mismo tiempo que me alarmo, pues no era del todo descabellado pensar que me habia picado algun insecto. ¿acaso no habia muchisimos insectos, como mosquitos, pulgas y garrapatas, que tenian picaduras indoloras? 

Sabia que estaba cediendo a la paranoia, y que si entraba por esa pendiente seguramente me quedaria sin dormir la noche entera. Ya me habia ocurrido con anterioridad. Tener alguna inquietud, alguna duda estupida, y darle cabida, darle aceptacion en mi fuero interno. Era desastroso. Como si fuera algun tipo de adiccion, la primera distraccion siempre desembocaba en otra, y finalmente perdia en absoluto no el sueño, sino la capacidad de sosegarme para dormir. 

Pero fue inutil. Volvi a sentarme con las piernas cruzadas y prendi el velador. ¡Por supuesto que tenia el pie rojo! Y tambien hinchado. Si bien me desagrado verlo, no puedo mentirles diciendoles que no me agrado acertar con mi teoria. Sin embargo, la victoria fue solo parcial. Si bien el pie estaba notoriamente hinchado y rojizo - sobre todo los dedos, que presentaban un desagradable aspecto de Wiener Wurst - lo cierto es que no pude encontrar en mi revision nada que se pareciera a una picadura de insecto. Toda la superficie del pie estaba limpida y rojiza. 

Puse el pie sobre una almohada y volvi a acostarme, esta vez boca arriba y todavia con la luz encendida. Despues de todo, aquel calor que latia y latia no era del todo desagradable. La comezon habia desaparecido del todo, quedando reemplazada o sepultada por aquella presion, por aquel abotargamiento que me daba la placentera sensacion de que mi pie izquierdo se hallaba semi desconectado de mi sistema nervioso. Tenia la impresion de que podria clavarle una aguja sin sentir verdadero dolor, y seguramente hubiera hecho la prueba si no fuese por el hecho de que no tenia agujas a mano. Me distraje pensando en experiencias similares de adormecimiento o perdida de la sensibilidad, abstrayendome a tal grado que estuve a punto de quedarme dormido. Seguramente lo hubiera logrado de no ser porque, justo en el momento en el que estaba por despedirme completamente del mundo real, volvi a sentir una intensa picazon, pero esta vez el el pie izquierdo. 

Solte un verdadero taco y volvi a incorporarme, esta vez cruzando la derecha sobre la izquierda para poder rascarme la mierda de pie. No pude evitar notar que me costo un poco mas cruzar las piernas. Y fue hasta que termine de rascarme el pie derecho que note que la hinchazon del pie izquierdo se habia  extendido hasta abajo de la rodilla. Ahora la Wiener Wurst ocupaba toda la extremidad inferior. El adormecimiento tambien era mayor. Si bien era leve cerca de la rodilla y en el gemelo, era casi total por debajo del talon. Tal que no podia mover los dedos en absoluto, y el unico movimiento que podia obtener del pie era un patetico temblequeo. 

En este punto, la mayoria de las personas hubiera entrado en panico, se hubiera puesto en pie de algun modo, probablemente cayendo y tropezando varias veces, hasta llegar al telefono mas cercano, y a los gritos hubiera llamado una ambulancia o al medico mas cercano. No fue mi caso. ¿que sentido tenia todo aquello? Para empezar, no tengo telefono en mi casa. Vivo en una zona bastante apartada. Segundo, no me gusta la gente, lo cual explica las razones compuestas del punto anterior. Tercero, ¿necesitaba yo mi pie izquierdo en ese momento? En absoluto. Lo que necesitaba, en cambio, y con urgencia, era dormir. La falta de sueño durante algunos dias era quizas la razon mas poderosa para explicar que, en aquel momento, me diera todo absolutamente igual. 

Estaba verdaderamente en un estado morboso. Era uno de esos estados en donde la parte del alma que se encarga de sentir y de recordar se despega completamente de aquella otra parte, fria y como de aracnido, que se encarga de los razonamientos, de las conclusioones logicas y de todos aquellos "por lo tanto" y "por consiguiente". Fue aquella araña la que me susurro, si se me permite el simbolismo, que quizas la misma secuencia se repitiese para el pie derecho. Esto me intrigo. Solo habia una manera de saberlo, y aquella era la que consistia en volvere a acostar, apagar la luz y esperar. 

Al cabo de unos quince minutos no pude resistir mas. Volvi a encender la luz y comprobe la validez de mi sentido aracnido: habia ocurrido tal y como esperaba. E incluso habia descubierto una nueva y valiosa informacion: la progresion de aquello que me succedia era creciente. Pues ahora no solo tenia Wurstizada ambas piernas por debajo de la rodilla, sino que la pierna izquierda de hallaba roja y pelada, casi como si la hubieran hervido por tiempo prolongado, casi hasta la zona del muslo interior. No faltaria mucho para que la pierna derecha siguiera el mismo camino. ¿que pasaria entonces?


Rosacea, Psoriasis, Herpes, Lupus. Se me vinieron a la mente como en un aluvion. Habia visto numerosos casos parecidos en ficciones medicas televisivas. En aquellos casos el paciente era salvado por algun medicamento impronunciable. O bien perdia la extremidad. O bien moria. Pero eso era en la ficcion. La vida real, pensaba yo, tenia que ser a la fuerza o mas interesante o mucho mas aburrida. Por lo cual me inclinaba a pensar que morir o perder mis piernas no era una posibilidad real y concreta. La cosa habia empezado de un modo mas bien raro y no podia acabar mas que de un modo igualmente inverosimil. Mis piernas mutaban y se convertian, cada una, en un calamar. O bien estallaban y quedaban a la vista dos femures y demas huesos de oro solido, lo cual me revelaba que yo era de alguna otra especie. O bien la picazon se extendia a todo mi cuerpo, y llegado cierto punto reventaba cual un chorizo que se deja al fuego por demasiado tiempo, o como un grano. O bien la progresion se iba en sentido inverso y terminaba desapareciendo. Cualquier cosa era posible. Todas estas posibilidades eran preferibles a la picazon. Seria lo que tuviera que ser.

Apague la luz, di un par de vueltas y luego mas vueltas, arrastrandome en la cama con el peso muerto de mis piernas. Mis movimientos me recordaron a los que hace un perro en una alfombra hasta ovillarse y empezar a roncar. En algun momento me quede dormido. 

















Repulsion Magnetica

 El metro, una formacion cromada del mas puro color plata, se detuvo en la estacion terminal. Las puertas se abrieron como si las impulsara una fuerza magica. Sin palancas, sin producir el mas minimo ruido, la mas minima friccion. Un aire gelido invadio la ya refrigerada estacion.

Los pasajeros que se hallaban sentados - ya nadie viajaba parado, eso era algo de los libros de historia, propio de una epoca en que los metros eran ridiculamente lentas y sus frencuencias absurdamente espaciadas - bajaron de la formacion arrastrando los pies, produciendo un confortable fru fru con su comodo calzado. La luz de la estacion, una luz uniforme y confortable color verde limon, era testigo todas las mañanas de aquella doble procesion ordenada y silenciosa: por un lado, la camada de pasajeros que bajaba en la estacion final. Por el otro, la nueva camada de pasajeros que subia en esa misma estacion, que para ellos no era la final sino la inicial. Una cosa curiosa, que seguramente contrastaria con los viajeros de metro de las decadas anteriores, era que las caras - confiadas, placidas, regordetas - de los pasajeros que bajaban era tan fresca y descansada como las caras de los pasajeros que subian. Poco importaba que los unos vinieran de su trabajo y los otros estuvieran recien yendo hacia el. Las fronteras entre el trabajo y la vida de ocio habian desaparecido hacia ya mucho tiempo. Se trabajaba en todos lados y se jugaba tambien en todos lados. Muchos de los trabajos eran ya ciertamente un tipo de juego - cumplir con metricas, alcanzar objetivos que impactaban en mundos distantes, lograr cifras cada vez mas dificiles, mas absurdas, mas astronomicamente delirantes; Muchos juegos eran ya ciertamente un trabajo en toda regla: tenian horarios fijos, responsabilidades, consecuencias economicas y hasta sociales. Ambos ganaban dia a dia en grados de complejidad. Grados de complejidad que habrian, sin duda, enloquecido al zapatero o al plomero de los mundos anteriores, pero que a los abotargados y bien comidos habitantes de la ciudad les parecia natural. Los juegos y el trabajo enlazaban de forma tal que era imposible saber en donde empezaba uno y terminaba el otro. Los mismos terminos "juegos" y "trabajo" eran resabios del pasado oscuro. Sobrevivientes linguisticos muy parecidos a "Dios" y "Alma". Palabras que todavia sobrevolaban el hablar cotidiano de todos pero que, stricto sensu, no significaban ya nada. 

La gente, todo el mundo, estaba ocupada. Tenia "asuntos". Hacia esto o aquello y por supuesto recibia por estas tareas tal o cual remuneracion. ¿como no iban a recibir un pago si cumplian con sus objetivos? Todo el mundo sabia muy bien que era cuestion de esforzarse, de alcanzar la cifra, de cerrar el trato, de vencer al jefe final para obtener luego la natural recompensa por el esfuerzo. Esfuerzo y recompensa eran algo tan obvio, tan simple, tan endemoniadamente facil de entender que hasta los chicos de primaria se maravillaban, leyendo la historia del pasado reciente, de que pudiera haber en el mundo tantos problemas relacionados con la falta de tareas y la falta de recompensas. ¿Es que antes no habia cosas por hacer? Esta pregunta se repetia incansablemente en todos los salones de educacion inicial.

Una vez que bajaban los que llegaban, subian los que esperaban ordenados en el anden. Por supuesto, esperar era mas bien un eufemismo, otra palabra fantasmagorica. Nadie esperaba realmente nada. Las formaciones de metro se succedian una casi inmediatamente detras de la otra, dando la impresion de una verdadera cadena de montaje logistico. De hecho, la separacion entre unidad y unidad era solamente de unos pocos metros. Mientras que apenas veinte años atras tan sincronicidad y coordinacion hubieran sido sencillamente imposibles (amen de causar un monton de accidentes) ahora todo ello era posible gracias a la implementacion de poderosos sistemas de levitacion magnetica. El sistema del metro era tan maravilloso como sencillo. Cada formacion tenia una carga magnetica que se activaba con la electricidad del riel. Misma electricidad que mantenia en maglev a los vagones sobre aquel, y que les permitia desplazarse con absoluta falta de ruido y rozamiento. Esto eliminaba totalmente las piezas mecanicas. Un mecanismo de contracarga electrica hacia lo propio con los frenos. Esta misma carga, acentuada en los vagones primero y ultimo de cada unidad, fijaba la precisa distancia entre formacion y formacion. El campo magnetico artificial de los vagones primero y ultimo era siempre negativo, lo cual hacia sencillamente imposible la colision entre las unidades. Estaban salvaguardadas por un irrompible colchon de repulsion magnetica. Los vagones intermedios segian entre si una orden de -+-+-+- , lo cual les daba a las formaciones una coaccion magnetica que los mantenia siempre unidos. Esta ruleta magnetica funcionaba con una precision tal que dejaba a los tradicionales relojes suizos como una chucheria made in China. 

Por su parte los andenes no eran, como antaño, un precipicio directo hacia las vias, sino que estaban entubados en un maravilloso vidrio templado holografico, en donde los pocos pasajeros que no tenian a mano su movil podia mirar interesantes animaciones o las noticias del dia. Este tubo tenia sendas entradas que se sincronizaban exactamente con las puertas de cada vagon de metro, haciendo virtualmente imposible los accidentes y los tan temidos suicidios. 

Una vez que los nuevos pasajeros subian al metro, tomaban asiento. Cuando los asientos se llenaban una buena cantidad de pasajeros viajaba parado. Esto no era en absoluto una molestia, e incluso habia quienes elegian entrar ultimos para poder hacer el viaje a pie. En un mundo donde casi la totalidad de los asuntos se ralizaban sentado o incluso acostado, estirar las piernas era un verdadero placer.  Todo este recambio se producia en apenas unos veinte o treinta segundos. En tan solo ese tiempo los pasajeros quedaban sentados, alumbrados por una simpatica luz azul acero. Las puertas se cerraban sin producir el menor ruido y el viaje comenzaba en el silencio mas absoluto, tan solo interrumpido por el casi inaudible murmullo de las turbinas refrigerantes. 

La musica ambiental era innecesaria, pues todos los pasajeros estaban completamente insertos en sus dispositivos. La gran mayoria usaba algun movil de realidad virtual, pero tambien habia quien usaba tabletas o moviles mas clasicos con proyecciones holograficas. Cada tanto algun pasajero sorprendia esgrimiendo algun libro de papel, lo cual era tomado como una expocision de clasicismo, como quien se vestia con ropas de la decada del sesenta o con diseños que imitaban los uniformes de las grandes guerras. Eran modas esteticamente bellas.

El tramo entre estacion y estacion era de unos pocos segundos, aproximadamente de unos treinta por estacion. El metro recorria casi cincuenta estaciones, trazando una especie de doble espiral de entrada y salida, llevando y trayendo gente continuamente desde las periferias a la city y viceversa.

Como era un viaje matutino casi nadie bajaba en las estaciones. Esa era una de las pocas cosas que no habian cambiado desde los tiempos antiguos: la dispocision de la ciudad. La City, antiguamente llamada centro o microcentro, era el corazon laboral, politico y financiero de la region. A esa hora de la mañana habia mucha mas gente yendo hacia la city que volviendo de ella. El viaje transcurria tranquilo y fluido, pero a partir de la vigesima estacion comenzo a ocurrir un fenomeno que, aunque habitual, nunca dejaba de producir en nuestros pasajeros una marcada incomodidad.

En esa estacion subio el primero de ellos. No tenia tableta, ni movil de realidad virtual. Ni siquiera tenia un celular, es decir, esos viejos dispositivos con botones que algunos padres les dan a sus hijos en el jardin de infantes. Nada, absolutamente nada en las manos. Nada en los ojos. ¿Que ser extraño era ese que miraba de frente, buscando los ojos del resto de los pasajeros? Pues ni aunque hubiera tenido un movil VR hubiera pasado desapercibido. Su ropa, su cara, su olor. Cualquiera de estas cosas lo habria delatado. Pero, sobre todo, aunque hubiera vestido un perfecto disfraz de ciudadano normal, lo habrian delatado sus ojos. No tenian la fria placidez que poseian el resto de los ojos. Eran ojos que miraban, ojos que querian, que pedian algo. La diferencia era notable. Los ojos de los pasajeros, en cambio, mostraban el regocijo de quien no tiene problemas o bien, el regocijo de quien cuando tiene un problema puede solucionarlo yendo a comprar la solucion a alguna tienda cercana. 

Entonces succedio lo que todos temian, lo que algunos, por haberlo vivido ya unas cuantas veces, incluso comenzaron a proyectar unos segundos antes de que ocurriera realmente. El sujeto - Un NN que no devolvia registros al ser escaneado por gafas VR - comenzo a dar un discurso dirigido a los viajeros del vagon. El discurso era grotesco y confuso, y mezclaba un monton de palabras que los confundidos pasajeros no podian - ni querian - entender. "Buenas tardes" (no era aquello una especie de saludo, una arcaica convencion social en desuso?) "Molestias", "Calle", "Necesidad", "Colaboracion", "Dios". 
Una joven de ojos negros, envuelta en un comodisimo marron de piel sintetica, desvio por unos instantes la mirada de su pantalla y no pudo evitar sentirse indignada. ¿con que derecho se la arrancaba asi, via esa cantaleta horrenda de palabras sin sentido, de sus asuntos, de sus responsabilidades? ¿ no sabia aquel tipo que su tiempo valia? Mejor aun: ¿no tenia aquel tipo nada de lo que ocuparse? y, lo mas importante de todo, ¿que diantres queria aquel hombre tan raro? Por supuesto, el pensamiento de la chica duro cosa de un segundo, apenas el tiempo suficiente para expresar un gesto de fastidio. Volvio a ponerse las gafas y no le dijo nada de esto. Varios pasajeros tuvieron gestos similares. 

El sujeto continuo con su cantaleta por dos o tres minutos y luego comenzo a recorrer el vagon con una bolsa abierta en sus manos. Aquello era el colmo de lo incomprensible. ¿que queria? ¿acaso vendia algo? ¿no sabia acaso que la venta ambulante, sin ningun tipo de licencia, estaba estrictamente prohibida, y que la compra ambulante era igualmente punitiva? La mayoria de los pasajeros se limito a sonreir beatificamente o a hacer de cuenta que no notaban al individuo. Solo dos o tres, adoptando un aire de ingenuidad ofendida,  negaron con la cabeza. 

Por supuesto, varios pasajeros sabian exactamente que el sujeto que ahora se bajaba del vagon con su bolsa vacia era un mendicante, un pobre, lo que antes se llamaba "desocupado" y ahora tenia el nombre, mas preciso y realista, de "ilegal". Lo que no sabian los pasajeros, salvo alguno que hubiera trabajado en la organizacion del metro, era que los vagones tenian instaladas camaras. Estas camaras fotografiaban o filmaban al molesto mendicante, el cual era detenido inmediatamente al bajar del metro. Una vez apresado, el ilegal era cordialmente conducido a la comisaria mas cercana, y luego no se lo volvia a ver nunca mas pidiendo por la misma zona. ¿se lo volvia a ver por algun sitio en absoluto? Como la mayoria de las personas hacia exactamente el mismo recorrido, nadie podia decirlo con exactitud, pero nunca conoci a nadie que dijiese haber visto al mismo ilegal en dos oportunidades. Antes, la existencia de los ilegales asotaba al metro y al resto de la ciudad como una plaga de langosta. Luego, con el correr de los años y el perfeccionamiento del sistema, habian ido desapareciendo como el resto de las molestias. Cada tanto aparecian aqui y alla, pero luego iban a la comisaria y de algun modo se encargaban de ellos. ¿de que modo? A nadie le importaba realmente, asi que nadie preguntaba. Las cosas funcionaban demasiado bien, de una forma demasiado silenciosa como para hacer preguntas.

Lo extraño fue cuando, en la siguiente estacion, volvio a subir uno de estos tipos raros. Este tenia un extraño baston blanco en la mano derecha, y se tambaleaba de un modo misterioso. Incomodos algunos, asustados otros, los pasajeros sentian algo analogo a estar viendo un fantasma: algo que no podia, que no debia estar alli, entre ellos, y sin embargo ahi estaba. Cuando la formacion se puso en marcha, el ilegal comenzo con un discurso parecido al del anterior. Como la repetecion de una misma escena, los pasajeros volvieron a apretar las muelas, a subir al maximo el volumen de sus reproductores de video, a fingir que recibian algun mail importante o una llamada de vida o muerte. El ilegal - un viejo paliducho de barba rala - fue y vino por la formacion con su andar inseguro, golpeteando aquel extraño baston que blandia en su mano derecha, mientras que ahuecaba la mano izquierda en un extraño simbolo. Un muchacho joven, que por sus ropas era sin dudas estudiante universitario, tuvo la idea de que quizas se tratase de alguna seña religiosa, y que aquel hombre seguramente era lo que se llamaba un "sabio" o al menos un iniciado de alguna sociedad secreta. Su curiosidad casi lo lleva a escuchar un poco del discurso del ilegal, pero llevaba en sus manos la gestion de una ampliacion importante y no podia distrarse ni perder un solo punto. 

Para sorpresa y estupefaccion de nuestros pasajeros, aquella mañana subieron al metro gran cantidad de ilegales: grotescas mujeres con varios chicos sucios de cada mano, extraños sujetos que ofrecian productos inutiles o meramente simbolicos, un monstruoso ser que se movia en lo que parecia ser un vehiculo no motorizado de dos ruedas, un sujeto que era practicamente un torso, sin piernas ni pies, que clamaba "solidaridad" ( varios pasajeros buscaron la palabra en internet, sin resultado alguno) mientras reptaba por el suelo del vagon; luego varios hombres jovenes e mirada amenazante, que mas que implorar parecian exigir algun tipo de compensacion por parte de los viajantes. Uno de ellos fue tan insistente que uno de los pasajeros estuvo a punto de marcar el codigo de terminacion en su movil, pero finalmente el ilegal decidio bajarse en la proxima estacion. Varios pasajeros no pudieron dejar de notar que habia varios guardias esperandolo inmediatamente a la salida del vagon. 


- Es curioso - le dijo esa misma tarde la chica de ojos negros a su compañera de cubiculo - que puedan acercarse tanto. Y por curioso quiero decir incorrecto. 

Su compañera, naturalemente, estuvo de acuerdo. Mientras tomaban un cafe, sus caras redondas y rebosantes de felicidad parecian decir que los tiempos ya estaban maduros para solucionar absolutamente, de forma cientifica y radical, todo tipo de problemas 

Aquella misma noche, mientras dormia en su comoda cama lunar de sabanas plateadas, bajo una luz negra que simulaba la mas perfecta oscuridad, la chica de ojos negros, ojos ahora totalmente cerrados, dormia profundamente y al mismo tiempo soñaba con un dispositivo similar al de los vagones; Un dispositivo verdaderamente maravilloso. Todavia no tenia bien claros los detalles - despues de todo era un sueño - pero seria algo que utilizara alguna fuerza tan poderosa, tan inapelable, tan impersonal como la fuerza magnetica. Ese algo no dejaria nada librado al azar, de desharia por fin de todos los escollos morales y filosoficos. Si uno no queria que la gente pise el pasto, era completamente inutil poner un letrero. Esta leccion se la habian dado, como a todo el mundo, en la escuela primaria. Si uno no queria que pisen el cesped, levantaba un muro alrededor del mismo. Un muro o un campo magnetico, porque un muro no deja ver el pasto, pero un campo magnetico si. La chica sintio una subita emocion que no pudo definir. Si hubiera tenido un vocabulario mas amplio o, mejor dicho, si hubiera manejado el vocabulario de la era pasada, sin dudas habria calificado a su sueño de teofania. En fin, que aquella noche soño con un dispositivo que impedia fisicamente que los ilegales se acercaran a los ciudadanos decentes. Levantaba un muro invisible pero infranqueable. Asi, el incordio podia parlotear todo lo que quisiera, que seria lo mismo que los animales del zoologico: algo gracioso, triste o interesante, pero en ultima instancia inofensivo. 

Al dia siguiente ya estaba presentandole la idea la departamento tecnico de la empresa para la cual trabajaba. La chica de ojos negros era, como todos, un ser eminentemente practico e inmediatamente tuvo el objetivo de materializar su sueño. Sabia que era posible. 

- Y eso no es todo. Si alguno de estos ilegales intenta romper el campo magnetico, suponiendo que se use un campo magnetico, claro, lo ideal seria que el campo reaccione de algun modo ejemplar - la chica de ojos negros hablaba con entusiamo -  se me ocurre que expandiendose subitamente para mandar a volar al ilegal unos cuantos metros, para que aprenda de una vez como son las cosas. ¿a usted que le parece?


29 oct 2020

La ciudad

Mientras recorria las calles la ciudad volvio a aparecer. Eran calles nuevas para mi. Años viviendo en el barrio y todavia me pasa de maravillarme con calles y pasajes que parecen brotadas de la noche a la mañana; Como si hubieran crecido despues de una tormenta. Por supuesto, es de creer que las calles, con sus casas, jardines y demas pecularidades ya estaban ahi desde mucho antes. 

Esta vez en particular fue por una especial configuracion de las sombras y la luz. Las sombras suelen ser muchas y la luz, en cambio, siempre es una sola. No se de donde habre sacado esa tendencia a unificar los espacios luminosos y a separar los sombrios. Dibujos de sombras en la luz y nunca al revés. La sombra es forma, la luz materia. La sombra es trazo, la luz lienzo. 

En ese especial dibujo que las copas de los arboles imprimian sobre el asfalto volvio a insinuarse la ciudad. Surgio como un holograma, se superpuso por unos instantes - dos o tres minutos - y luego volvio a desvanecerse, a hundirse en la nada o en ese espacio en el que reside la gran mayoria del tiempo, que si bien no es la nada - no puede ser la nada, porque ex nihilo nihil fit - es sin duda un lugar que se le parece bastante. Por supuesto, tengo que explicar que es esto de la ciudad

La ciudad es, por supuesto, la ciudad ideal. En pocas palabras puedo decir que dentro o detras o en algun sitio de la Buenos Aires habitual se esconde otra Buenos Aires. Una Buenos Aires fantastica, fantasmal, mitologica, magica. Podria seguir agregando adjetivos: Irreal. Pero irreal, justamente irreal, no. ¡Si justamente la ciudad es la verdadera Buenos Aires! Todo el resto, la gran mole de edificios, de calles y autopistas, de plazas, la divison de los barrios, etcetera... todo aquello esta muy bien, es de algun modo necesario. Pero es solo un armazon. El alma de Buenos Aires reside en eso que cada tanto emerge y que yo, de un modo un poco mistico, llamo simplemente la ciudad.

No soy lo suficientemente habilidoso como para explicar en que consta, o siquiera en que condiciones suele manifestarse. Uno va por una calle y de repente, tan claro, tan obvio como cuando sale el sol, uno siente que ha entrado en la ciudad. No sabe como entro, pero se sabe adentro. No sabe tampoco, naturalmente, como salir. Y asi como entro, de repente en un momento el sol se nubla y uno descubre que se haya de vuelta en la falsa Buenos Aires.

No es solo una cuestion de exteriores, de calles desconocidas. No es lo mismo que la conocida sensacion de lo nuevo. La ciudad puede sorprenderte en cualquier momento. En un ascensor, por ejemplo. O arriba de un taxi, mientras se mira por la ventanilla como quien ya lo ha visto todo. Incluso podes ingresar a la ciudad - tan misteriosamente como siempre - desde la comodidad de tu casa. La ciudad es tan intempestiva, irrumpe, fragmenta de tal modo la tranquila irrealidad cotidiana, que se termina reconociendo que no es tanto uno el que entra en la ciudad como la ciudad la que entra en uno. Y asi, como pasamos de vivir en una Buenos Aires real a - con algun pesar - reconocer que vivimos en la falsa, pasamos de creer que vamos de un lugar a otro a decir que esa extraña ciudad es un estado del alma, una disposicion, cierta forma de afinar el instrumento metafisico, aquel viejo vehiculo ontologico, la mariposa eterea pasada de moda.

Cuando uno descubre la ciudad, todo se transforma. El conocimiento de una dimension entera nos golpea en la cabeza. Ya nada puede volver a ser lo que era. Al principio se experimenta una cierta paranoia. Esto es muy natural. Si una dimension extraña puede descender, dios sabe desde donde, sobre nosotros en cualquier momento, es natural que uno se sienta acechado. Hay dias en que no me siento seguro ni en mi propia cama. Siento que la ciudad me ronda, siento a la ciudad latiendo detras de cada pared, oculta dentro de mi taza de te, veo a la ciudad disimulada en cada sombra. Progresivamente fui entendiendo que no hay nada que hacerle, y que lo mejor que se puede hacer es aceptar aparente aleatoriedad de la ciudad como se aceptan tantas otras cosas. La lluvia, por ejemplo. O los dolores de cabeza. 

Lo siguiente es reconocer que, dado que existe la ciudad y uno la habita de a ratos, uno es en esos ratos ciudadano. La analogia se extiende del lugar al sujeto, y a estas alturas la metamorfosis no puede calificarse de descubrimiento, y mucho menos de descubrimiento pasmoso. Quizas sea sorpresivo, esto si, aquel buen dia en que descubrimos que no estamos solos en la ciudad. Que existen otros. Otros ciudadanos. Otros habitantes ocasionales de la otra dimension. Que entran y salen, ¿tan azarosamente como nosotros? ¿o acaso han desarrrollado tecnicas, ritos de entrada y salida? ¿conocen secretos que nosotros ignoramos? Toparse con otro habitante en los pocos minutos - en el mejor de los casos he permanecido algunas horas - en que uno esta alla es casi un milagro. Tengo que confesar que a mi jamas me ha ocurrido tal portento. Si conozco la existencia de otros habitantes no es por habermelos encontrado alla sino por signos que encontre de este lado. Claras alusiones a la ciudad. Descripciones que serian imposibles para cualquiera que no haya estado de ese lado. Imposibles del todo para alguien que solo halla vivido aqui, entre los departamentos y la caca de perro. 

Podria seguir contandoles cosas, pero estoy seguro que seria inutil. Si conocen la ciudad, entonces ustedes mismos podrian hablar de todo esto mucho mejor que yo y si, por el contrario, no han salido nunca de la falsa Buenos Aires, entonces seria como intentar describirle a un sordo el sonido de una gaita usando lapiz y papel. 

¿para que escribo esto entonces? Bueno, supongo que como un signo. Una especie de santo y seña, un guiño para mis conciudadanos. Sepan que no estan solos. Somos incluso mas de los que nosotros mismos nos atrevemos a sospechar. Quizas llegue el dia (estoy seguro de que llegara) en el que solo habitemos aqui como ahora habitamos alla: de a ratos. Esos ratos seran cada vez mas cortos hasta que, un buen dia, desapareceremos de entre los autos y la falsa ciudad quedara vacia. 

22 sept 2020

Mutatis Mutandis

 Dear    

Hubo un tiempo en que te quise. Hay que decirlo asi. Era un tiempo en donde no habia cinismo. Simplemente era algo que no estaba. No pensaba las cosas. Cuando uno crece tiende a pensar cada vez mas. No se si eso es bueno o es malo. Simplemente es asi, al menos en mi caso.

A decir verdad, no tengo ninguna intencion verdadera de enviar esta carta. Por eso la escribo. Si tuviera que enviarla, no la escribiria. ¿para que escribirla? Estas cosas, es sabido, hay que decirlas. Esta muy bien eso de escribirle una carta de amor a una persona que ya se sabe amada. Pero, ¿escribirle a alguien que no tiene la menor idea? Vamos, que parece una broma. Es casi de mal gusto. O al menos, por lo menos, es bastante confuso. No me imagino a mi un dia yendo al buzon (fisico o virtual, porque encima eso, ahora encima tenemos hasta eso, si hacia falta algo mas para matar todo atisbo de romanticismo) y encontrando una carta de amor de... que se yo, Romina. 

Pero, ¿quien es Romina? Por Romina solamente me viene a la mente aquella Salteña que era muy hermosa pero que tambien era testigo de Jehova, Evangelista o algo peor. Una chica que era lo que se dice una hermosura con todas las letras. El rostro de una princesa Inca. Salvaje, Exotica y, al mismo tiempo, completamente arruinada por lo peor de los principios judeocristianos. Y, last but not least, frigida. Fria como una cubetera. 

Pero Claro, esta Romina no es otra que la de Benesdra y si yo en realidad me topara con una carta de Romina (o de Julieta o de Maria o de Esther) lo primero que me preguntaria es quien carajos es Romina, pues es imposible acordarse de una persona que estaba enamorada de mi hace cinco o diez o quince años. Sobre todo si uno nunca se dio cuenta o si Romina, en su tiempo, no era mas que la recepcionista de los Jueves en la empresa en la que yo trabajaba. Es decir, un rostro y una voz borrosas. A lo sumo una silueta. Lo que se dice un verdadero fantasma del que, pasadas apenas unas semanas de no ir a tal empresa, uno ya no recuerda absolutamente nada de ella. Incluso se llega a olvidar por completo de su existencia, de que alguna vez tuvo registro de tal. 

Pues bien, ¿a que entonces recibir una carta de una persona inexistente, de alguien que tiene todavia menos existencia que la Romina de Benesdra, que La Maga de Cortazar o que la Nástenka de Dostoievski? Porque de estas ultimas tres, al menos, conozco la historia. Se de sus caracteristicas, de su caracter, de sus tragedias y alegrias. Puedo sin dudas imaginarme caminando con Nástenka por la avenida Nevski o viendo a la Maga apoyada en el Ponts des Arts. O esperando a la Romina Benesdraesica un un bar de Congreso. Pero de esta otra Romina real - o supuesta, mas hipotetica que real pero por eso mismo ni siquiera imaginaria - no puedo imaginarme absolutamente nada. Y Quizas ni siquiera quiera imaginarmelo. 

Bueno, supongo que ya lo habran entendido. Simplemente, Mutatis Mutandis, ¿no? Porque, claro, es muy facil burlarse de esta Romina, siempre y cuando uno no quiera caer en cuenta de que uno mismo es esa Romina para cientos de miles de personas. Y si entre esas cientos (digamos cientos, porque cientos de miles es una exageracion grotesca) de personas esta precisamente la persona que uno ama (o amo, o creyo amar) entonces la cosa ya no es tan graciosa. Para nada graciosa. 

Pero eso, por supuesto, sobre todo ahora. Antes, no. O al menos creo que no. Me Aclaro: suponiendo que ahora tenga una idea clara de lo que yo pensaba o sentia entonces, hace diez o quince años. Muchas veces me pasa recordar a quienes odiaba o amaba cuando tenia diez o quince años y, para serles sincero, me entran las mas sinceras dudas. Pero no dudas sobre la honestidad de mis sentimientos - que deberian ser unos y unicos, porque cuando no se piensa se siente sin tantas vueltas - sino mas bien de la honestidad o mas bien de la veracidad de mis recuerdos. Y de las apreciaciones de mis recuerdos. No puedo evitar sospechar el manoseo. El automanoseo de los recuerdos. Y es que cuando uno ha leido tanto, tiende a desconfiar. 

Ustedes, queridos lectores, no deberian creerme nada. Ni una sola palabra. Tomemos por ejemplo, la ultima oracion del parrafo anterior. "Cuando uno ha leido tanto", digo. Esto, por supuesto, es mentira. O tiene una buena parte de mentira. Y otra de jactancia. La verdad es que me gusta pensar que he leido mucho. Claro, tampoco es que he leido poco o nada. Todas estas ideas de mucho, poco y nada son siempre relativas. La verdad es que si digo que he leido mucho es porque se a ciencia cierta que no he leido todo lo que hubiera podido leer. ¿por que mas, sino, me gustaria afirmar que he leido mucho? No para ustedes, por cierto, que no tienen forma de saber o comprobar lo que efectivmente he leido - y ademas que les puede importar - sino mas bien para mi, para auto convencerme.

Todo el parrafo anterior es una burda desviacion del tema principal. Empiezo este escrito diciendole a Romina que la quise en algun tiempo, que tal vez la quiero todavia, y mirenme ahora hablando de mi y de mis ridiculas trivialidades, como si existiese otra persona ademas de mi a la que le interesase todo este galimatias. Pero, por otro lado, ¿quien sabe? Quizas resulte que haya muchisima gente a la que este galimatias le resulte de lo mas interesante. Un verdadero ejemplo de auto disección. Un ejemplo hasta instructivo. ¿por que no? Este mundo, al fin y al cabo, esta lleno de sorpresas. 

Estaba en el automanoseo de los recuerdos. No estoy seguro de si en tal epoca odie tanto a X como ahora me parece haberlo odiado. Tambien es posible que lo haya odidado mucho mas de lo que ahora me permito recordar. Algunas veces creo que solo retengo sensaciones de conceptos, y otras que solo contengo conceptos de sensaciones. 

Por ejemplo, tengo la certeza de que varias veces en mi vida he sentido el descarnado deseo de matar a una persona. Es decir, que he odiado tanto a alguien como para desear, no hipotetica o idealmente, sino verdaderamente la muerte de esa persona. Y, si en esos momentos me hubieran puesto en la mano un boton el cual al presionarlo terminase inmediatamente con la vida de esa persona odiada, entonces no me cabe la menor duda de que hubiera apretado el boton. Creo que si todavia no he matado a nadie no ha sido por falta de motivacion sino mas bien por fines enteramente practicos. Pues bien, tengo el concepto de todo aquello. El concepto y hasta el recuerdo. Es decir, recuerdo las situaciones, los eventos y las personas. Pero no lo que no tengo, lo que no puedo recordar, es precisamente el odio. No lo concibo. No entiendo como se puede sentir una sensacion asi y, no obstante, mi memoria me dice que tengo que haberlo sentido porque, de otro modo, ¿como diantres pude formar el concepto? Esto para darles un ejemplo de "tener el concepto pero no la sensacion". 

Pero en el caso de Romina (naturalmente Romina no es su verdadero nombre, si es que tiene algún nombre verdadero) me sucede exactamente lo contrario: tengo el sentimiento pero no el concepto. La nocion de un sentimiento pasado es como una huella. Ni siquiera como un fosil: como una huella. Uno ve la huella - y toda huella es un hueco vacio - y presupone que, naturalmente, algo debe haberla provocado. Bien: hay - lamento recurrir a esta imagen geologica pero despues de todo somos seres tan tridimensionales... - hay, decia, dentro de mi mismo un vacio que solamente puedo reconocer como ocasionado por un terrible amor pasado. Toda mi literatura me impulsa a verlo tambien poco presente, porque la nostalgia es siempre algo muy lindo. Se puede hacer una verdadera epica de la nostalgia. Con esa nostalgia del amor pasado uno pasa noches enteras. Escribe canciones, pinta cuadros, redacta cuentos y textos como este, escribe novelas, se emborracha y hasta comete dos o tres estupideces del tres al cuatro. 

Muchas veces he escuchado divertidisimas cantaletas de borrachines que lloraban por amores pasados que eran tan emocionantes como inexistentes. Catalinas y Sofias de ensueño, verdaderos angeles que nuestros narradores habian perdido en verdaderas tragedias griegas. La epica era tal que uno sospechaba el plaggio directo de algun tango. 

La cosa es que nos gusta darnos por las puras. Algunos tienen la inclinación a escuchar cancioncillas romanticas o a perderse en la novela de la tarde. Otros somos proclives a inventarnos la canciones y las novelas. La vida, por mas pobre que pueda ser, tiene siempre material para aquello. Hasta el mas pobre empleaducho de closet tiene en su fuero interno dos o tres princesas incaicas a las que ama con un amor inexistente y delirante. 

Hubo un tiempo en que te quise. De alguna manera, de alguna forma. No puedo saber ya, despues de tanto tiempo, como te quise. Si llegue a quererte realmente. Me gusta pensar que si, que algo de toda esta fabulacion tiene una raiz real. Que al menos fue real en algun momento. Algo de toda esta impresion, de todo este bizarro dibujo de luces, de este cuadro de caleidoscopio, tiene su origen en algun objeto real, digno de magnificarse.

Digna de magnificarse. Supongo que si. O al menos, en ese entonces, en esa epoca, en esos dias. Claro que en esos dias no te conocia para nada y despues directamente deje de conocerte del todo. Deje directamente de verte y luego hasta de pensar en vos como un ente real, Romina, y de ahi en adelante ha sido alimentar a una especie de fantasma (junto con tantos otros. Ya he mencionado algunos), esperando de algun modo que aquel fantasma siguiera los pasos de la persona real, de la persona de carne y hueso que Dios sabe por donde andaba y haciendo que.

Siempre nos mentimos a nosotros mismos. Eso decía siempre un buen amigo mio. Yo agregue de mi cosecha la continuación: pero hasta cierto punto. Porque sobrepasado ese punto, la mentira se convierte mas bien en una broma, en una ironía con la que nos apuñala la sombra que siempre proyectamos. Y luego en una molestia, casi en un reclamo. Lo que en esa mentira nos era placentero resulta por hacérsenos insoportable. 

 Por lo que, Yuka -   Yuka es un nombre que me gusta muchisimo mas que Romina - en algun momento tuve que elegir entre perseguirte a vos o perseguir al fantasma. Estaban demasiado separadas. Eran demasiado distantes. Llego el momento critico en que tuve que aceptar que no tenian nada que ver la una con la otra. Digo que tuve que elegir, pero esto es claramente un triste eufemismo. La realidad es que tuve que conformarme con el fantasma. De la verdadera Yuka no tenia la mas minima idea. No podia saber nada. Y quizas, llegado ese punto, ya no quisiera saberlo. 

( Nota un poco perpendicular, solo valida para los que hayan leido Phantastes de George MacDonald. El protagonista, Anodos, llega a tener como Leivmotiv hallar a la purisima y luminosa Dama de Marmol, una especie ideal femenino de belleza y perfeccion. Pero, en su viaje, se topa con tentaciones muchisimo mas interesantes. El Haya o la Doncella del Aliso, que es mas bien como un fantasma de apariencia identica a la Dama de Marmol, ¿acaso no tienen para ofrecer no solo un succedaneo, sino ademas una verdadera dimension, una realidad completamente distinta pero no por eso poco interesante, sobre todo teniendo en cuenta que estan al alcance y bien dispuestas?)

Al Fantasma, mejor dicho, no habia que perseguirlo. Me acompañaba a todos lados como la susodicha Dama de Marmol. Ausente pero marcando un Norte. No hay presencia mas fuerte que la que nos llega desde la ausencia. La presencia amenazante de la puerta entornada. 

Somos seres de costumbre, seres que se vuelcan a la inercia, seres bastante cobardes. Por supuesto, la lapida es mejor que su ausencia. El Busto de Leonora, con cuervo y todo, es mucho mejor que la inexistencia del busto. Por lo que el doppelganger de Yuka, la Yuka siempre joven siempre magica siempre hermosa era, aunque amargamente irreal, por todo preferible a la total ausencia de la Yuka de carne y hueso. Una Yuka que tenia otro nombre, otro apellido, otra vida, y que poco a poco iria creciendo, madurando, pudriendose y perdiendo poco a poco todo lo que sin dudas me habia causado impresion. Se que ahora no podría volver a enamorarme de aquel modo particular. Aunque, claro, no recuerdo a que modo particular me refiero. Especulo, me guio por la huella. Habra sido así y asa.  

El fantasma es la huella. La huella es el fantasma. Y ahora es todo lo que hay. 

Por lo que supongo que te quise, pero la verdad no lo se. No tengo la menor idea. Por supuesto, a uno le gusta pensar que quiere y que ha querido. E incluso hasta que odia y que odia de forma bestial y descarnada. En fin, que nos gusta pensar que hemos vivido. 

12 ago 2020

Grupo de Watsapp

Imaginese el grupo de Watsapp general de una gran compania. 300 personas. Piense que, si año tiene 365 dias, entonces faltaria poco para que haya un cumpleaños todos los dias. Claro, obvio que hay gente que cumple el mismo dia. Pero en promedio podiamos decir que forzozamente tendria que haber un cumpleaños cada 4 - 5 dias, y quizas hasta cada tres. Bien.
Ahora note usted que, siendo cada persona del grupo una persona educada, obviamente saluda por el cumpleaños a cada cumpleañero. No importa si lo conoce o no lo conoce. No importa si alguna vez oyo hablar de esa persona, si la vio al menos una vez en su vida o si al menos conoce la foto que tiene el el skype. No importa tampoco si esa persona existe realmente o no. Hay que saludarla. No sea cosa que exista y note que en vez de 300 putos mensajes de personas que no conoce ( o que a lo sumo conocera 20, 30, 50, porque no me creo que ni el mas chupacirios de la empresa conozca a los 300 putos empleados) hay solo 299. De hecho, nadie nota si falta alguien. Yo no felicite jamas nunca a nadie por su cumpleaños en el dichoso grupo y no experimente hasta ahora ninguna consecuencia negativa. Es mas, hasta diria que experimente consecuencias positivas. No saludar a gente que no conozco, por ejemplo, es una de esos resultados alentadores. Que no conozco y que ademas seguramente sea imbecil. Porque, y espero que en esto me den la razon, una persona que se pasa el año leyendo 300 mensajes por dia de "feliz cumple!" a gente que no conoce, que jamas vio y que seguramente no le importa, no puede no ser lo que se dice un imbecil. Porque encima eso. No solo escribe, sino que ademas lee y contesta a las felicitaciones de los demas, de donde emana una demencial cadena de saludos y contrasaludos y reacciones a saludos, a contrasaludos y a reacciones de reacciones y asi. Una biblioteca de babel de la expresividad electronica. Incluso todo este post no es otra cosa que una produccion mas, anclada a ese diabolico grupo. Cuando usted la lee, es solo otra ficha de domino mas en la fila.
El otro dia, sin ir mas lejos, agarre y escribi "¡Feliz Cumple Cesar, que el año que viene sea de exitos y que aproveches todo lo que el universo te tiene reservado!". Le di enter y el mensaje se envio. Un tilde, enviado. Dos tildes, recibido por el destinatario. Dos tildes en azul, visto por algun imbecil. No tengo la menor idea de si ese año cumplia Cesar. O Algun Cesar. De hecho, no conozco a ningun Cesar dentro de la empresa y ni siquiera tengo la menor idea de si hay algun Cesar adentro de la compania. A lo mejor no. Pero son 300 personas. Hay chances de que si lo haya.
¿que creen que paso? a los dos minutos alguien mando un gorrito de cumpleaños, y despues otro mando un gif de botella de champan. Despues, aproximadamente 296 mensajes mas de variaciones de "feliz cumple cesar". Deje de leer el grupo pero veo que las notificaciones no paran de llegar, que los mensajes siguen y siguen acumulandose como si fueran cartas en el buzon de un muerto.
Lo gracioso es que quizas haya algun Cesar. A lo mejor ese Cesar no lee los mensajes, como yo. Porque cree que es idiota o porque no tiene tiempo. Obvio, si el supuesto Cesar es sociable y maneja no un grupo sino 15, obvio que no tenga tiempo ni para dormir. Si no lee el grupo entonces no puede rectificar que en realidad no cumple hoy sino otro dia, el 29 de Marzo por ejemplo. Lo verdaderamente milagroso es que Cesar cumpliera efectivamente hoy. Para confirmar el milagro deberia llegar un mensaje de "gracias a todos bla bla bla". Para ver si llego tendria que volver a entrar al grupo y leer los 1200 mensajes que estan en espera. No vale la pena. Prefiero especular. Es mas entretenido y mas barato.
Y ya que estamos en eso, tambien puede ser que Cesar - si existe - haya leido los mensajes pero no se atreva a rectificar. A lo mejor es una persona timida y no quiere confrontar tanto saludo, tanta emocion, tanta demostracion de afecto. Despues de todo, ¿quien es el para arruinar la fiesta? Mierda, y no seria raro tampoco que Cesar empieze a dudar de la fecha de su propio cumpleaños. Que agarre y vaya y mire su documento, para ver si realmente su fecha de nacimiento no es la correcta, que piense si el idiota del registro civil no pudo haberse equivocado y anotado mal la fecha. Porque, despues de todo, 300 personas, todas ellas profesionales bien pagos y con sueldo en blanco y con familias y vacaciones y obra social, 300 personas en su mayoria bien educadas, no podrian estar nunca equivocadas. Podrian equivocarse en singular. Una o dos, o varias al mismo tiempo. Pero, ¿equivocarse todas al unisono en el mismo tema? Muy poco probable. Si bien la hipotesis del empleado majadero del registro civil es inverosimil, es todavia mas inverosimil lo anterior, por lo que Cesar duda.
Tambien esta la chance - en mi fuero interno es mi opcion favorita - de que Cesar no exista. De que Cesar no lea los mensajes porque basicamente ninguno de los 300 espartanos informaticos se identifica con ese nombre tan famoso desde el ilustre emperador romano Cayo Julio Cesar. Quizas Julio - si hay algun julio, pero quiero ahondar en esto - se identifique justamente por esta romantica asociacion de ideas. Y si Cesar no existe, nadie rectifica el error. Ninguno de los 300 se entera de que no hay Cesar. Obviamente cada uno cree que el cumpleañeros es un Cesar que no conoce pero que efectivmente es empleado y opera en algun oscuro sector de la compania. Asi, Raul de mantenimiento cree que Cesar es un gerente de comercio exterior, y la oficina de comercio exterior cree que tal vez Cesar sea el muchacho ese que reparte los sobres con la moto. Cesar, de este modo, no logra la existencia pero logra la ubicuidad: esta en todos lados al mismo tiempo sin estar en ninguno en concreto. Usted estara pensando que yo exagero y que no es posible que nadie sospeche la broma. Si usted piensa esto es porque, obviamente, nunca ha estado en uno de estos grupos empresariales. Para empezar, es posible que alguien sospecha la broma. Es decir que albergue, en su fuero interno , la leve sospecha de que a lo mejor no hay ningun cesar y que uno simplemente se equivoco de persona y en vez de Cesar quiso decir Cecilia o Celeste o a lo mejor de lo que se equivoco fue de Grupo, y hay, dentro de otro grupo, un Cesar que triste y ansioso espera una felicitacion que por una torpeza nunca llegara.
Esto, digo, esta sospecha, puede succeder. Pero si el que sospecha no reacciona rapido - y por rapido quiero decir antes de que empiecen a llover los felizcumplecesar - entonces luego no puede hacer nada. Imposible detener la explosion, la reaccion en cadena. Como nadie, como dije, conoce al dedillo la plantilla entera de la compania - la cual ademas es muy dinamica y de donde constantemente esta entrando y saliendo gente, hasta el punto de que mientras yo escribo esto o mientras usted lo lee pueden haber entrado a la plantilla uno o hasta varios Cesares - la unica forma de comprobarlo seria examinando dicha plantilla en el organigrama de la pagina web interna. Claro que esta pagina siempre tiene retrasos (o adelantos) respecto a la realidad; Porque puede ser que en efecto Cesar sea un compañero pero todavia no le hayan cargado los datos en la pagina, o puede ser que pese a que Cesar esta cargado en la pagina como, digamos, asistente del area de ventas, directamente reportando a Julian Astrada, haya sido despedido y ya no forme, stricto sensu, parte de la empresa y por ende del grupo de watsapp oficial. Llegados a este punto hay que reconocer que es del todo imposible saber si Cesar trabaja o no trabaja en la empresa. Digamos que existe la posibilidad y, si existe la posibilidad de que sea un compañero, y existe la posibilidad de que justo cumpla años (porque el dato de la fecha de cumpleaños, cargado en la misma ficha, es igualmente imposible de verificar en el sentido fuerte de la palabra, digamos en un sentido RudolphCarnapiano del termino, que la existencia misma de Cesar) entoces, ¿a guisa de que no saludarlo? Si usted trabaja en una gran compania, y esta compania tiene un grupo de Watsapp general, entonces usted deberia saludar a Cesar todos los dias hasta que conteste. Y no solo a Cesar, sino tambien a Mario, a Emilia,a a Josefina y a todos los bonitos nombres que se le de la gana.

28 jul 2020

La montaña Kachi-kachi

El conejo de la historia de La montaña Kachi-kachi es una jovencita, y el tanuki
que saborea la miserable derrota, un tipo feo enamorado de ella. Creo que esta es una
verdad imponente sobre la que no cabe la más mínima duda. Se nos dice que se trata
de un suceso acaecido en la región de Koshu , en las márgenes del lago Kawaguchi,
uno de los llamados «cinco lagos del Fuji», en lo que serían las montañas a la espalda
del actual pueblo de Funatsu. La gente de Koshu es de sentimientos agrestes. Y quizá
sea por eso que esta historia, comparada con otros cuentos tradicionales, presente un
aspecto más rudo.
Para empezar, se mire como se mire, ya desde el arranque, la historia resulta
extremadamente dura. Algo como una «sopa de vieja», pero ¡qué terrible! No puede
tomarse ni como chiste ni como ocurrencia ingeniosa. También el tanuki, ¡vaya una
diablura sin ninguna gracia que ha cometido! Y cuando llegamos al párrafo en que
aparecen los huesos desperdigados de la vieja bajo el repecho de madera, se alcanza
el punto extremo de la crueldad, y ya podemos decir que, como lectura para niños, y
lamentándolo mucho, debería encontrar el triste destino de ver prohibida su venta.
Por eso, en los libros ilustrados actuales donde se incluye La montaña Kachi-kachi,
con gran lucidez se ha escamoteado la historia original para explicarnos en su lugar
que el tanuki se ha dado a la fuga causando heridas a la vieja. Con tal recurso, bueno,
sí, se ha evitado que prohíban la venta, y eso está muy bien, pero, por contra, como
castigo al tanuki por una diablura tan simple, el martirio que le inflige el conejo, por
más que se piense, resulta demasiado insidioso. No se trata de un duelo en que se
abata al contrario limpiamente, de un rápido golpe. Se le mata en vida, se le tortura y
tortura y, finalmente, se le mete en una barca de barro y gluglú. Este no es el modo de
proceder propio del bushido japonés. En cambio, si el tanuki realmente hubiera
cometido una treta tan sucia como la de la sopa de vieja, puede que no quede más
remedio que admitir que se merecía una tortura tan reiterada en venganza por ello.
Sin embargo, teniendo en cuenta la influencia que pudiera causar en el corazón de
los niños y el que pueda ver prohibida su venta, aunque se ha cambiado de manera
que el tanuki simplemente hiere a la vieja y se da a la fuga, como castigo, en cambio,
este continúa recibiendo por parte del conejo toda esa sarta de humillaciones y
sufrimientos, llevándole hasta esa extremadamente miserable muerte por
ahogamiento, todo lo cual parece un poco injusto. Puesto que originalmente, era este
un tanuki que, sin culpa ni delito alguno, se limitaba a disfrutar alegremente de la
vida en la montaña, cuando se vio atrapado por el anciano y enfrentado al
irremediable destino de convertirse en sopa de tanuki. Pese a ello no se resignó y
pensó desesperadamente en la manera de encontrar una ruta de fuga, se retorció
angustiado y, como último recurso, engañó a la abuela, salvando su vida por un pelo.
Y aun en el caso de las versiones de los libros ilustrados actuales, en las que, en su

fuga, el tanuki causa arañazos a la abuela, en ese momento el animal está desesperado
por huir y un resultado tal se debe a un acto de defensa propia realizado de manera
refleja e inconsciente, por lo que es posible que no hubiese premeditación al herir a
esta abuela y, por tanto, no ha cometido un delito tan grave como para guardarle
semejante odio.
Mi hija de cinco años se parece físicamente a mí, y eso ya es bastante malo, pero,
además, por desgracia también se parece a su padre en la forma de pensar, por lo que
se le ocurren ideas extrañas. Cuando terminé de leerle este cuento de La montaña
Kachi-kachi en el refugio antiaéreo, su inesperado comentario fue: «Pobrecito tanuki,
¿verdad?».
Aunque en realidad «pobrecito» es una palabra que esta hija mía ha aprendido
hace poco, y vea lo que vea, repite «pobrecito», notándose a la legua su oculta
intención de ser elogiada por su demasiado tolerante madre. Así que tampoco resulta
un comentario especialmente sorprendente. O también es posible que, como esta niña
fue llevada por su padre al cercano zoológico de Inokashira, cuando se quedó
mirando la jaula donde un grupito de tanukis correteaba sin parar, sacase la
conclusión de que son unos animalitos encantadores y, por eso, sin pararse a pensar el
motivo, también se pusiera de parte del tanuki de la historia de la montaña Kachi-
kachi. En cualquier caso, el comentario de nuestra compasiva niña no debe tenerse
muy en cuenta. El fundamento de sus ideas es poco sólido. El motivo de su
compasión, impreciso. En definitiva, ni siquiera merece la pena hacer de ello un
problema. Sin embargo, el escuchar ese comentario extremadamente irresponsable de
la niña, me sugirió algo. Esta niña, sin saber nada, se limitó a soltar sin pensar la
palabra que había aprendido recientemente, pero, gracias a ello, el padre pensó:
«Ahora que lo dice, el contraataque del conejo es demasiado atroz». Pero la cuestión
es que, en el caso de estos niños pequeños, bueno, puedes decirles esto y aquello, y
disfrazar un poco las cosas, pero los niños más mayores, a los que ya han enseñado la
visión del bushido sobre la franqueza, la rectitud y demás, ¿no pensarán que el
castigo que inflige este conejo, por decirlo claramente, es «demasiado sucio»? Aquí
está el problema, se preocupaba este estúpido padre frunciendo el ceño.
Si, como en nuestros libros de cuentos actuales, el tanuki simplemente le hubiera
causado unos arañazos a la abuela, la trama según la cual encuentra tan cruel destino
—porque el conejo le engaña malévolamente, quemándole la espalda, luego
frotándole pasta de guindilla sobre la parte quemada y, por si fuera poco, subiéndole a
una barca de barro para matarle—, necesariamente provocará enseguida las sospechas
de los niños que ya van a la Escuela Nacional. Pero incluso en el caso de que el
tanuki hubiera planeado algo tan imperdonable como hacer una sopa con la vieja,
¿por qué no enfrentarse con él cara a cara, dando a conocer su nombre e intenciones,
limpiamente y sin trucos, y castigarle con un tajo de sable? Alegar que el conejo
carece de fuerza y demás en este caso no sirve de excusa. El duelo para vengar la
afrenta siempre debe ser limpio y sin trucos. Los dioses se ponen del lado del justo.
Aunque quepa la posibilidad de no ganar, hay que atacar de frente al grito de
«¡castigo divino!». Si hubiera una diferencia de fuerzas demasiado grande, entonces
tocaría acudir a un lugar como el monte Kurama y sumirse en una estoica preparación
al estilo de los místicos, hasta que el espíritu de uno domine el arte de la espada.
Desde antiguo, los personajes respetables del Japón han venido, más o menos,
haciendo esto. Fueran cuales fueran las circunstancias, actuar mediante planes
retorcidos, y encima matar al contrario haciéndole sufrir reiteradamente, es algo que
todavía no hemos visto en ninguna historia japonesa de duelo por afrentas. Eso
precisamente es lo que, se mire como se mire, no está bien de la historia de La
montaña Kachi-kachi. En una palabra, no es una actitud varonil, pensarán niños y
adultos, porque, en definitiva, cualquiera que se sienta atraído por la noción de
justicia, ¿no debería sentirse algo incómodo al respecto?
Pero podéis estar tranquilos. Se me ha ocurrido algo acerca de esto. Y me he dado
cuenta de que es perfectamente natural que la actitud del conejo carezca de virilidad.
Puesto que este conejo no es un hombre. De esto no hay duda. Este conejo es una
chica virgen de dieciséis años. Todavía no sabe utilizar su atractivo erótico, pero es
bella. Además, generalmente no hay en todo el género humano persona más cruel que
este tipo de mujer. Dentro de la mitología griega aparecen muchas diosas, pero, de
ellas, si dejamos aparte a Venus, la diosa virgen Artemisa es representada, al parecer,
como la más atractiva de todas ellas. Como el lector sabrá, Artemisa, en cuya frente
brilla un cuarto de luna blanquiazul, es la diosa de la Luna. De movimientos rápidos y
sentimientos inamovibles, es, en fin, y dicho en pocas palabras, la versión femenina
del dios Apolo. Además, las terribles bestias del mundo terreno son todas vasallos de
esta diosa. Sin embargo, su aspecto no es ni mucho menos el de una mujer
grandullona, basta y fuerte como una roca. Por el contrario, es pequeña, esbelta; sus
manos y pies, delicados y encantadores; y su rostro, tan hermoso que estremece. Sin
embargo, a diferencia de Venus, no presenta una marcada femineidad, y también sus
pechos son pequeños. Si hay alguien que no le gusta, lo trata con crueldad sin darle
importancia. De hecho, al hombre que la espiaba cuando estaba bañándose, lo
empapó de un manotazo y lo convirtió al instante en ciervo. Solamente por echarle
una furtiva ojeada cuando se estaba bañando, se enfadó hasta este punto. No quiero ni
pensar lo que hubiera hecho si llegan a acariciarle una mano. Si un hombre se
enamora de una mujer así, es evidente que recibirá una lastimosa y enorme
humillación. Y sin embargo los hombres, y mucho más cuanto más necios sean, se
enamoran muy fácilmente de este tipo de mujeres peligrosas. Y el resultado, por lo
general, es también previsible.
Y quien lo dude, hará bien en ver lo que le sucedió a este pobre tanuki. Desde
hace tiempo, el tanuki intentaba transmitir indirectamente su sentimiento de amor
hacia esta chica conejo cortada por el patrón de Artemisa. Una vez que hemos
decidido que el conejo de esta historia era una chica tipo Artemisa, tanto si el delito
del tanuki hubiese sido cocer a la abuela, como si se hubiera limitado a causarle unos
simples arañazos, el que su castigo fuera retorcido y malévolo, y que, lógicamente, no
le fuese aplicado con virilidad, es algo ante lo que no queda sino asentir con un
suspiro. Si, además, este tanuki enamorado de una coneja tipo Artemisa, tal y como
manda el estereotipo, resulta ser un sujeto no muy bien parecido, incluso para tratarse
de un tanuki, y un gran simplón atontolinado que se limita a comer con bastos
modales, podemos imaginar el trágico desenlace de los acontecimientos.
El tanuki fue atrapado por el anciano y estuvo a punto de verse convertido en
sopa de tanuki, pero quería ver otra vez a aquella coneja, así que tras mucho patalear
y conseguir por fin escapar a la montaña, iba de aquí para allá buscándola mientras
farfullaba, hasta que por fin la encontró.
—¡Alégrate! He salvado la vida por un pelo. Aprovechando que el abuelo se
ausentó, le he dado su merecido a la abuela y he conseguido escapar. Y es que soy un
tipo al que acompaña la suerte —se ufanaba con cara de satisfacción, contando cómo
había conseguido romper el peligroso cerco que le amenazaba mientras escupía saliva
a diestro y siniestro.
La coneja dio un brinco hacia atrás para evitar la saliva y le escuchó con cara
desdeñosa.
—No hay ningún motivo especial por el que tenga que alegrarme. ¡Y qué cochino
eres, escupiendo saliva al hablar! Además, esos dos abuelos eran mis amigos, ¿no lo
sabías?
—¡Ay, vaya! —dijo el tanuki atónito—. No lo sabía, perdóname. Si lo hubiera
sabido, con mucho gusto me hubiera convertido en sopa de tanuki o lo que hiciera
falta —añadió con abatimiento.
—Ahora ya es tarde para decir eso. ¡A buenas horas! ¿Acaso no sabías que yo iba
de vez en cuando a jugar a ese jardín y desde la casa me echaban deliciosas judías o
alguna otra cosa de comer? Y aun así, todavía sueltas la mentira de que no tenías ni
idea. Eres odioso. Te has convertido en mi enemigo —le anunció despiadadamente.
En este momento, ya bullía en el interior de la coneja el deseo de vengarse de
alguna manera del tanuki. La furia de una virgen es terrible. Y si encima va dirigida
contra un tipo feo, torpe y estúpido, entonces ya es implacable.
—Perdóname. De verdad que no lo sabía. No estoy mintiendo. Créeme, por favor.
—Lloriqueaba e imploraba con un tono desagradablemente insistente, y se ponía a
estirar el cuello inclinando la cabeza, cuando descubrió al lado una bellota caída, que
se apresuró a recoger y engullir, tras lo cual echó una rápida mirada en derredor con
cara de «¿no hay más?». Prosiguió—: De verdad que, cuando te enfadas conmigo, me
entran ganas de morirme.
—¿Qué estás diciendo? Pero ¡si solo piensas en comer! —continuó desdeñosa la
coneja, mientras se giraba rápidamente de costado—. Además de lujurioso, eres de lo
más guarro que he visto comiendo.
—No me lo tengas en cuenta... Es que tengo hambre —seguía implorando
mientras daba vueltas en derredor buscando más bellotas—. Si por lo menos
comprendieras cómo sufre ahora mi corazón.
—Te digo que no te me acerques. ¿No ves que apestas? ¡Vete más para allá! Te
has comido un lagarto, ¿verdad? Lo sé porque me lo han contado. Y también, ¡ja, ja,
ja!, ¡qué gracia!, me han dicho que te has comido una mierda.
—Eso es ridículo —sonrió débilmente el pesaroso tanuki, aunque, por algún
motivo, pareció incapaz de negarlo con energía, y añadió también sin fuerza—: No
habrás creído eso, ¿eh? —mientras se limitaba a torcer el gesto.
—No te hagas el fino, que no te creo. Que ese olor que sueltas no es simplemente
mal olor —continuó atacando implacable la coneja, sin inmutarse. De pronto, como si
pensara en otra cosa totalmente distinta, se le ocurrió alguna idea maravillosa y,
brillándole los ojos, se volvió hacia el tanuki con cara de estar conteniendo la risa—.
Bueno, entonces, por esta sola vez, te perdono. Eh, ¿pero no te he dicho que no te me
acerques? Está visto que no se puede una descuidar. ¿Qué tal si te limpias las babas?
¿No ves que tienes toda la barbilla pringosa? Tranquilízate y escucha con atención.
Por esta vez, y de manera excepcional, te perdono, pero con una condición. Ese pobre
abuelo ahora debe de estar terriblemente deprimido y sin fuerzas para salir a la
montaña a por leña, así que nosotros dos iremos a cortar leña para él.
—¿Juntos? ¿Tú también vendrás conmigo? —preguntó el tanuki con sus turbios
ojillos brillando de felicidad.
—¿Te disgusta?
—Pero ¿cómo va a disgustarme? Vayamos hoy mismo, ahora mismo —le
ronqueaba la voz de puro contento.
—Vayamos mañana, mañana a primera hora, ¿eh? Hoy debes de estar cansado y,
además, seguro que tienes hambre —dijo extrañamente amable.
—¡Muchísimas gracias! Mañana prepararé algo para llevar de comida y trabajaré
sin parar hasta reunir kilos y kilos de leña. Después los llevaré a casa del abuelo. Y
entonces, me perdonarás sin falta, ¿verdad? Te llevarás bien conmigo, ¿verdad?
—¡Qué pesado eres! Dependerá de los resultados que muestres en ese momento.
Entonces, a lo mejor decidiré hacer buenas migas contigo.
—Ji, ji, ji —se rio el tanuki con lascivia—: Vaya forma tan antipática de hablar.
Así que quieres hacerme trabajar, maldita sea. Me siento, me siento... —empezó a
decir, cuando se acercó una gran araña, que se apresuró a devorar de un rápido
lengüetazo—: Me siento tan feliz que me gustaría llorar como lloran los hombres. —
Y sorbiendo la nariz, lloró ruidosa y falsamente.
La mañana de verano era clara y de un frescor agradable. La superficie del lago
Kawaguchi estaba cubierta de una ligera neblina, que se extendía blancuzca bajo sus
ojos. En lo alto de la montaña, el tanuki y la coneja, rodeados también de niebla
matinal, cortaban leña afanosamente. El aspecto del tanuki mientras trabajaba, más
que el de alguien que se afana con plena dedicación, era el lamentable de quien está
medio enloquecido.
—Uff, uff —resoplaba exageradamente, blandiendo a diestro y siniestro la hoz
para cortar ramas, y soltaba esporádicos quejidos de «ay, qué dolor, ay, qué dolor»,
con la intención evidente de hacerse escuchar por ella. Iba de un lado para otro como
loco, obsesionado por mostrarle a la coneja sus esfuerzos y sufrimientos. Así se
revolvía terriblemente, hasta que, como es lógico, con un «ya no puedo más» escrito
en su fatigado rostro, arrojó la hoz y dijo—: Mira esto, qué te parece. Me han salido
ampollas en las manos. ¡Ah, me hormiguean las manos! Tengo sed. Y también
hambre. Y es que vaya un trabajo tan enorme. ¿Qué tal si descansamos un poco?
Vamos a abrir el almuerzo, ¿eh? Je, je, je.
Se rio de manera rara, como para disimular su vergüenza, y abrió una gran caja de
bento con los alimentos que había traído. Hincó el hocico en esa caja grande como
una lata de petróleo y empezó a masticar ruidosamente y a babear mientras engullía
su contenido. Ahí, en el comer, sí que demostró dedicación plena e ininterrumpida.
La coneja, paralizada por la sorpresa, miraba con rostro atónito y, dejando de cortar
ramas, echó una ojeada al interior de la caja, y... «¡ah!», lanzó un grito de sorpresa
tapándose los ojos con ambas manos. No sé qué podría ser, pero por lo visto, en esa
caja de almuerzo había algo terriblemente desagradable. Sin embargo, hoy la coneja
parecía tener un plan secreto, así que no le soltó ninguna frase despectiva al tanuki,
como hubiera sido lo habitual, sino que continuó sin decir palabra, limitándose a
exhibir una aviesa sonrisa que no iba más allá de sus labios. Tras lo cual, volvió
rápidamente a cortar ramas y, poniendo cara de no darse cuenta, ignoró las
inmundicias que hacía el tanuki llevado de su buen humor. Se había llevado un buen
susto al ver el contenido de la comida del tanuki pero, encogiéndose de hombros con
impotencia, regresó a su trabajo de cortar leña. Por su parte, el tanuki, al verse hoy
tratado con tanta magnanimidad por la coneja, no cabía en sí de gozo, y pensaba:
«Vaya, parece que esta chica, al ver mi varonil forma de cortar leña, por fin se siente
atraída por mí. Si es que no hay mujer que se resista a mi atractivo de hombre bien
plantado. ¡Ah, qué bien he comido! Me está entrando sueño. Qué demonios, vamos a
echar una siestecita». Relajando su postura y actuando a capricho, se quedó dormido
emitiendo fuertes ronquidos. Mientras dormía, debía de tener algún necio sueño, pues
decía cosas como: «¡Las pócimas para enamorar no sirven para nada, no funcionan!»,
y tonterías por el estilo, sin sentido alguno; hasta que se despertó ya casi al mediodía.
—Has dormido un buen rato, ¿eh? —le dijo la coneja con el mismo tono amable de antes—: Yo también he reunido un buen haz de leña, así que echémonoslo a la
espalda y vayamos a dejárselo al anciano en el jardín.
—Ah, sí, claro. Eso es —contestó el tejón con un gran bostezo y restregándose
los brazos—: Vaya un hambre que me ha entrado. Con este hambre, no podía seguir
mucho tiempo dormido. Es que soy muy sensible. —Y poniendo cara de gran
resolución, añadió—: Bueno, venga, voy a reunir yo también rápidamente toda la
leña que he cortado y bajemos la montaña. La caja de almuerzo ya está vacía, así que
terminemos este trabajo cuanto antes para poder dedicarnos a buscar comida.
Ambos se echaron a la espalda los haces que habían cortado y comenzaron a bajar
la montaña.
—Vete tú delante. En este lugar hay serpientes y me da miedo —pidió la coneja.
—¿Serpientes? No hay nada que temer de las serpientes. En cuanto le eche el ojo
encima a alguna, la atrapo y... —se interrumpió cuando estaba a punto de decir «me
la como», pero se reprimió y añadió—: la atrapo y la mato. No tengas miedo, y
camina detrás de mí.
—Desde luego, en momentos como este, ¡qué tranquilidad contar con un hombre
en quien confiar!
—No me adules —contestó con modestia—. ¡Qué zalamera estás hoy! Casi me
da miedo. ¿No será que quieres llevarme a casa del anciano para que me hagan sopa
de tanuki, eh? Ja, ja, ja, a otra cosa no sé, pero a eso sí que no estoy dispuesto.
—Pero qué... Pues si andas con esas sospechas, ya no te lo pido. Iré yo sola y ya
está.
—No, no, no es eso. Voy contigo. No le tengo miedo a las serpientes, ni a ninguna
otra cosa en el mundo, pero es que precisamente ese abuelo... no puedo evitar que
me caiga mal. ¡Qué odioso eso de querer hacer sopa de tanuki! De entrada, ¡qué cosa
tan basta! Y como mínimo, no creo que ni siquiera tenga buen sabor. Yo llevaré mi
haz de leña hasta el almezo que está antes de entrar al jardín de ese abuelo, lo
dejaré allí, y luego hazme el favor de llevarlo tú adentro. He pensado que es mejor
que me despida allí. Con solo ver la cara de ese abuelo, me entra una indescriptible
sensación de desagrado. ¿Eh? ¿Qué es eso? Vaya un ruido más raro. ¿Qué será? ¿No
lo oyes tú también? Suena como un kachi-kachi.
—¿Y no es eso lo normal? Por eso esta es la montaña Kachi-kachi.
—¿La montaña Kachi-kachi? ¿Esta?
—Sí. ¿No lo sabías?
—No, no lo sabía. Hasta hoy no había escuchado nunca que esta montaña se
llamara así. Pero vaya un nombre tan raro. ¿No me estarás mintiendo?
—Pero hombre, ¿acaso no tienen nombre todas las montañas? Aquel es el monte
Fuji, aquel el monte Nagao, aquel el Omuro. ¿No tienen un nombre todos? Pues por
eso, esta montaña se llama Kachi-kachi. ¿Ves? Se oye ese sonido de kachi-kachi.
—Sí, lo oigo. Pero ¡qué extraño...! Hasta ahora ni una sola vez había escuchado
semejante sonido aquí. Nací en esta montaña, y ya son treinta y pico los años que en
ella vivo, pero esta...
—¿Cómo? ¿Pero ya eres tan viejo? Y eso que el otro día me dijiste que tenías
diecisiete años, ¡qué espantoso! Con esa cara llena de arrugas y la espalda un poco
curvada, ya me parecía a mí extraño lo de diecisiete, pero no creí que te estuvieras
quitando veinte años. O sea que ya estás cerca de los cuarenta; vaya, un buen montón
de años, ¿eh?
—No, no, diecisiete, diecisiete, son diecisiete. Esta forma que tengo de andar un
poco encorvado, no es de ningún modo por culpa de la edad. Es que como tengo
hambre, me sale esa postura de manera natural. Treinta y pico son los años de mi
hermano mayor. Como él siempre lo anda repitiendo, he terminado por soltar lo
mismo sin darme cuenta. Vamos, que se me ha pegado de él. Es solo eso, querida.
Estaba tan nervioso buscando excusas, que se le escapó la palabra «querida».
—¿Ah, sí? —contestó la coneja con frialdad—. Pues es la primera vez que oigo
que tienes un hermano mayor. ¿No me dijiste una vez algo así como «me siento muy
solo, siempre ando en solitario, no tengo padres ni hermanos, me pregunto si tú
podrías comprender una soledad como la mía»? Entonces, ¿qué querías decir con
aquello?
—Sí, eso es —ya ni el mismo tanuki sabía lo que estaba diciendo—. Es que desde
luego este mundo es muy complicado, no se puede explicar con un sí o un no. Tengo
y no tengo hermano.
—Pero todo eso no tiene ningún sentido —se cansó la coneja—, ni pies ni cabeza.
—Sí, verás, en realidad tengo un hermano mayor. Es duro decir esto, pero es un
borracho y un maleante. Me avergüenza mucho y no puedo presentárselo a nadie.
Desde que nací hace treinta y pico años, no, no, quiero decir mi hermano, desde que
mi hermano nació hace treinta y pico años, no para de causarme problemas.
—¿No crees que eso también suena un poco extraño? ¿Cómo es posible que le
causen problemas durante treinta y pico años a alguien de diecisiete?
El tanuki ya optó por hacer como si no escuchara:
—En este mundo hay muchas cosas que no se pueden explicar con una frase.
Ahora mismo, para mí, él ya no cuenta nada, y es como si no existiera. Le he
repudiado. ¿Eh? Pero qué raro, huele a quemado. ¿Tú no notas nada?
—No.
—¿Tú crees? —El tanuki, como siempre comía cosas malolientes, no tenía mucha
confianza en su olfato. Giraba su cuello desconcertado—. ¿Será por preocuparme
demasiado? ¿Pero qué es esto? ¿No oyes un ruido de pachi-pachi boo-boo, como
si se estuviera quemando algo?
—Pues claro que sí. Esta es la montaña Boo-boo de Pachi-pachi.
—¡Mentirosa! Pero si acabas de decir hace nada que esta era la montaña Kachi-
kachi.

—Sí, pero en una misma montaña, dependiendo del lugar, los nombres pueden ser
diferentes. También a media altura del Fuji hay una montaña llamada Fuji Menor; y
el monte Omuro o el Nagao, ¿no están ambos unidos al monte Fuji? ¿Es que no lo
sabías?
—No, no lo sabía. Me pregunto si será así, porque ese nombre de la montaña
Boo-boo de Pachi-pachi en mis treinta y pico años... Quiero decir, según cuenta mi
hermano mayor, esto no es más que una colina. Pero ¡eh, qué calor hace de pronto!
¿Será que va a haber un terremoto? No sé qué pasa hoy, que todo me da mala espina.
¡Aaah, qué calor tan terrible! ¡¡¡Aaaaaah!!! ¡Que me quemo, qué horror, me abraso!
¡Socorro, la leña está ardiendo! ¡¡¡Me abraso!!!
Al día siguiente, el tanuki estaba en el fondo de su madriguera, gimoteando:
—¡Aaah, qué dolor! Finalmente, puede que también a mí me haya llegado la hora
de morir. Pensándolo bien, no hay hombre más desgraciado que yo. Porque nací un
tanto bien parecido, las mujeres, por contra, se cohíben y no se me acercan. Por lo
visto, es una desventaja ser un hombre educado y elegante. A lo mejor se piensan que
a mí no me gustan las mujeres. ¿Pero qué creéis? No soy ni mucho menos un santo.
¡Claro que me gustan las mujeres! Y sin embargo, parece que ellas creen que soy un
idealista que busca una mujer perfecta y ni siquiera intentan seducirme. Llegados a
este punto, me dan ganas de echar a correr como un loco diciendo a gritos: «¡Me
gustan las mujeres!». ¡Ay, pero cómo me duele! ¡Cómo me duele! Me parece que
estas quemaduras no se van a curar fácilmente. Me entran punzadas de dolor. Ahora
que por fin me alegraba de haber escapado del guiso de tanuki, he caído en la trampa
de la incomprensible montaña Boo-boo, que ha terminado con mi suerte. Esa
montaña es una montaña de lo más mezquina. Qué cosa tan terrible, hacer arder la
leña con ese boo-boo. En treinta y pico años... —Se interrumpió mirando en derredor
—. Bueno, y por qué ocultarlo, este año cumplo los treinta y siete. Sí, sí, ¿y qué pasa?
En cuanto pasen otros tres años, ya tendré cuarenta, como es evidente. Es una
conclusión perfectamente natural, ¿acaso no basta con verme? ¡Ay, pero qué dolor!
Sin embargo, el caso es que en mis treinta y siete años de vida, me he criado y
jugueteado en esa colina, y ni una sola vez me ocurrió una cosa tan extraña y terrible
como esta. Que si la montaña Kachi-kachi, que si la montaña Boo-boo, hasta el
nombre le viene extrañamente bien. ¡Qué inexplicable es todo!
Así reflexionaba una y otra vez, golpeándose la cabeza. En ese momento, escuchó
la voz de un vendedor ambulante pregonando sus mercancías, que le llegaba desde el
exterior de la madriguera.
—¡Traigo pomada de Senkin! ¡Para sus quemaduras, heridas, para la piel
renegrida!
El tanuki, más que por las quemaduras o las heridas, se sintió atraído por lo de la
piel renegrida.
—¡Eh, eh, pomada de Senkin!
—Al momento. ¿Desde dónde me llama?
—Aquí, dentro de la madriguera. ¿También sirve para aclarar la piel demasiado
oscura?
—Pues claro. Y en un solo día.
—Ajajá —se alegró el tanuki, saliendo a rastras de la madriguera—. ¿¡Eh, pero si
eres la coneja!?
—Bueno, sin duda soy un conejo, pero soy macho, y vendedor de medicamentos.
En realidad, llevo treinta y pico años recorriendo esta zona con mis productos.
—Pfuuu... —suspiró el tejón agitando la cabeza—. Sí que hay parecidos entre los
conejos. ¿Treinta y pico años? Vaya, ¿usted también? Bueno, dejemos de hablar del
paso del tiempo. No tiene maldito interés. ¿No resulta pesado? Bueno, pues por eso
—farfullaba dando vueltas al asunto para disimular—. Por cierto, ¿no me podrá dar
un poco de esa medicina? Resulta que tengo algunas molestias y preocupaciones.
—¡Oh, pero qué quemaduras tan terribles! Esto no se puede dejar así. Si no se
cuidan, va usted a morir.
—No, si lo que tengo son ganas de morirme de una vez. Más bien, lo que me
preocupa es, ¿cómo decirlo?, mi aspecto...
—Pero ¿qué está usted diciendo? Si está justo en el filo entre la vida y la muerte.
La espalda es lo que tiene peor, ¿verdad? ¿Pero se puede saber qué le ha pasado a
usted?
—Pues verá... —empezó el tanuki, torciendo el gesto—, nada más poner los pies
en esa montaña de nombre estúpido de Boo-boo de Pachi-pachi, bueno, sucedió algo
espantoso, me llevé un gran susto...
El conejo, sin poder contenerse, soltó una risita. El tanuki no supo por qué se reía
el conejo, pero, arrastrado, se rio él también:
—Cierto, ¿verdad? No hay cosa más tonta y absurda que esta. Le voy a dar un
consejo: evite en particular esa montaña a toda costa. Al principio se pasa por una
montaña llamada Kachi-kachi, que luego lleva a esa otra de Boo-boo de Pachi-pachi,
y ahí está el gran peligro. Suceden cosas espantosas. En fin, que es mejor no pasar
más allá de la montaña Kachi-kachi y despedirse en ese momento del lugar. Si uno
comete el error de penetrar en la Boo-boo, al final, ya ve, se acaba como yo. ¡Ay, qué
dolor, qué dolor! ¿Comprende usted? Se lo advierto de veras. Usted, que parece que
todavía es joven, escuche las palabras de alguien entrado en años como yo. Bueno, no
tan entrado en años; pero, de todas formas, no se lo tome como una tontería, y acepte
con respeto este consejo de amigo, por favor. Mire que le está hablando alguien que
ya ha pasado por ello. ¡Ay, ay, pero cómo duele!
—Muchas gracias. Tendré cuidado. Bueno, entonces, ¿qué hacemos con el
medicamento? Como agradecimiento por el atento consejo que acaba de darme, no le
cobraré nada por el producto. Déjeme que le aplique la pomada sobre las quemaduras
de la espalda. Ha tenido lugar la feliz coincidencia de que yo pasara por aquí
precisamente en este momento, porque, si no, es posible que dentro de poco estuviera
usted muerto. Debe de ser algún tipo de predestinación. Algo que nos ha unido.
—Sí, es posible que estuviéramos destinados a encontrarnos. —Y gimiendo en
voz baja, el tanuki prosiguió—: Bueno, si es gratis, dejaremos que nos lo unten.
Últimamente estoy empobrecido, y es que el enamorarse de las mujeres cuesta
dinero, por desgracia. De paso, ¿no podría echarme una gota de esa pomada también
en la palma de mi mano?
—¿Para qué? —preguntó el conejo con rostro intranquilo.
—No, ja, ja, para nada. Solo es que me gustaría echarle una ojeada. Me
preguntaba qué color tendría.
—El color es como el de cualquier otra pomada. ¿Está bien así? —Y echó una
pizca en la palma de la mano que extendía el tanuki.
Rápido como una centella, el tanuki estuvo a punto de untarse la cara con la gota
de pomada, pero el conejo, sorprendido, consiguió apartarle la mano, no fuese a ser
que por algo así se descubriera el verdadero contenido del medicamento.
—¡Eh, no debe usted hacer eso! Para untar en la cara es una pomada un poco
fuerte. Ni hablar.
—¡No, suélteme! —se revolvía el tanuki insistiendo sin amilanarse—. Se lo pido
por favor, suélteme el brazo. No puede usted comprender mis sentimientos. Por culpa
de este rostro renegrido, desde que nací hace treinta y pico años, la vida tan gris que
he tenido que llevar... No podría usted comprenderlo. Suélteme, suélteme el brazo.
Se lo pido por favor, deje que me lo aplique en la cara.
El tanuki terminó por apartar de una patada al conejo, y con una celeridad que se
escapaba al ojo, se embadurnó la cara con la pomada.
—Como mínimo, creo que mi cara, la forma de la nariz y los ojos, no está ni
mucho menos nada mal. Pero andaba desalentado solo por culpa de esta piel tan
oscura. Ahora ya no habrá problema. ¡Ah! Pero qué terrible es esto. Siento un picor
imparable. ¡Qué pomada tan fuerte! Claro que si no fuera un medicamento tan fuerte
como este, creo que no sería eficaz para remediar la negrura de mi rostro. ¡Ah, qué
terrible! Pero hay que tener aguante. Maldita sea, la próxima vez que esa tía se
encuentre conmigo, se quedará fascinada, embelesada ante mi rostro... ju, ju, ju... Y
no quiero saber nada si luego sufre de amor por mí. Que no me hago responsable,
¿eh? ¡Ah, qué escozor! Este medicamento sí que funciona. Venga, pues ya puestos, en
la espalda o donde sea. Úntemelo usted por todo el cuerpo. Total, no me importa
morir. Con tal de que mi piel se vuelva más blanca, ¡qué importa morir! Vamos,
vamos, úntemelo. No se cohíba usted y embadúrneme generosamente todo el cuerpo,
por favor.
Se había vuelto un espectáculo dolorosamente patético.
Sin embargo, la crueldad de una virgen consciente de su belleza no conoce límite.
Casi igual a la del diablo. Se levantó con toda su sangre fría y se puso a cubrir toda la
piel quemada del tanuki con gruesas capas de aquella pomada de guindillas. Al
momento, el tanuki se revolcaba, levantándose y cayendo una y otra vez.
—Hum... Esto no es nada. Este medicamento es verdaderamente eficaz. ¡Ah...
qué terrible! Denme agua, por favor. Pero ¿dónde estoy? ¿Es el infierno? Perdón, por
favor. No recuerdo haber hecho nada por lo que merezca ir al infierno. Solamente
porque no quería convertirme en sopa de tanuki, acabé con aquella abuela. No tengo
ninguna culpa. Desde que nací hace treinta y pico años, por culpa de mi piel
renegrida, ni una sola vez he gustado a las mujeres. Y además, por culpa de mi
gula... ¡ah, no sé la de veces que me he visto en situaciones incómodas! Nadie me
comprende. Soy un solitario. Soy una buena persona. Creo que mi cara no está nada
mal. Sufría tanto, que soltaba sin parar lastimosas frases inconexas, hasta que la cosa
terminó en que perdió el conocimiento y cayó en redondo.
Sin embargo, la desgracia del tanuki no acabó aquí. Incluso yo, que soy el autor,
no puedo evitar suspirar mientras escribo. Con toda probabilidad, no creo que
encontremos en toda la Historia del Japón apenas personaje alguno que haya tenido
una parte final de su vida tan inexorablemente dirigida a la desgracia. Tras conseguir
escapar de la sopa de tanuki a que estaba destinado, sin apenas darle tiempo para
alegrarse, en la montaña Boo-boo sufre grandes quemaduras sin causa aparente y,
salvando la vida por un pelo, consigue llegar arrastrándose a duras penas hasta su
madriguera, donde se halla gimoteando con el gesto torcido, para encontrar que esta
vez le embadurnan todas las heridas con pasta de guindillas, por lo cual pierde la
consciencia de tanto sufrir; y, por último, como colofón, le suben a una barca de barro
para que se hunda en el fondo del lago Kawaguchi. Realmente, no hay ni el menor
lado bueno. Sin duda, esta también puede ser considerada como una historia de
desgracia acaecida por culpa de una mujer, pero, aun así, dentro de ese género de
perdición por una mujer, resulta demasiado áspera. No hay ni un solo momento de
buen gusto.
El tanuki pasó tres días en su escondrijo con un hálito tan débil como el de un
insecto, medio vivo medio muerto, errando, ahora sí, en la frontera entre la luz y las
tinieblas, hasta que al cuarto día, acosado por un hambre salvaje, consiguió apoyarse
en un bastón y salir medio a rastras de la madriguera, farfullando esto y aquello por lo
bajo, mientras buscaba aquí y allá algo de comer, andando con un aspecto tan
lastimoso que no admite comparación. Sin embargo, como en el fondo era de
constitución fuerte, antes de que pasaran diez días ya se había recuperado por
completo. Y si su gula había vuelto por sus fueros con las mismas ganas que antes, su
apetito sexual también había rebrotado un poco; así que, aunque debería haberse
quedado quietecito, le dio por ir de nuevo a la morada de la coneja, como si nada
hubiese pasado.
—He venido a estar un rato contigo, ju, ju —se rio vergonzoso y lascivo.
—¡¿Eh?! —se sorprendió la coneja con evidente cara de terrible desagrado. Un
sentimiento tipo: «Pero ¿cómo, eres tú?»; o mejor dicho, aún peor, algo del estilo:
«¿Pero por qué vienes otra vez?» o «¡Pero qué cara más dura tienes!». No, no,
todavía peor. Algo como «¡Ah, qué insoportable!» o «Ha llegado el gafe». Pero no,
no, todavía peor que eso. «¡Asqueroso!, ¡apestoso!, ¡muérete!». Algo en esta línea de
desagrado extremo era lo que en ese momento se reflejó a las claras en el rostro de la
coneja. Sin embargo, el tipo de visitante a quien nadie desea invitar, es un sujeto que
no se da cuenta ni de lejos del sentimiento de disgusto del dueño del lugar que visita.
Realmente, se trata de una psicología incomprensible. Vosotros, queridos lectores,
haréis bien también en andaros con cuidado. Cuando el ir de visita a una casa supone,
por algún motivo, un gran esfuerzo o una incomodidad, y aun así, aunque con
desgana, se decide ir, sorprendentemente, la gente de esa casa se alegra de vuestra
visita desde el fondo de su corazón. Por contra, cuando vais pensando «¡Ah, qué
agradable es aquella casa, me siento casi como si estuviera en la mía, o incluso
todavía mejor, es el único refugio donde olvidar las penas, no hay cosa más agradable
que el ir de visita a aquella casa!», etc., por lo general, los habitantes de dicho hogar
se sienten indeciblemente molestos. Os ven como una presencia sucia, os temen y
están deseando que os marchéis cuanto antes. Seguramente, el hecho de desear un
refugio en casa ajena para olvidar las penas es ya una prueba de estupidez, pero, de
todas maneras, en lo que se refiere a las visitas, resulta sorprendente lo equivocado
que suele llegar a estar el visitante. Creo que, si no tenemos un motivo concreto que
nos lleve allí, por muy próxima que sea la relación con un determinado hogar, es
mejor no acudir con demasiada frecuencia. Quien dude de este aviso del autor, hará
bien en ver lo que le sucede al tanuki. Ahora mismo está clarísimo que el tanuki está
cometiendo un espantoso error de apreciación. No ha interpretado bien ese «¡¿Eh?!»
y la cara de disgusto de la coneja. Para el tanuki, ese grito de «¡¿Eh?!» ha sido solo
de sorpresa ante su inesperada visita, con un tono de regocijo añadido, un gritito
inocente propio de una virgen, emitido de forma inconsciente, un estremecimiento de
alegría. Y la expresión de la coneja frunciendo el ceño la malinterpreta, de nuevo,
como una muestra indudable del sufrimiento que sentía por lo que le sucedió el otro
día en la tragedia del monte Boo-boo.
—Gracias —expresó su reconocimiento aun cuando ella no le había dirigido
ninguna muestra de preocupación—. No tienes por qué inquietarte, ya estoy bien.
Dios siempre me protege. Soy un tipo con suerte. Esa montaña de Boo-boo me importa menos que el pedo de un kappa. Por cierto que la carne de kappa debe desaber bastante bien. Tengo que hacer lo que sea para probarla un día de estos. Bueno,ese es un tema aparte. Pero vaya un susto el del otro día. Y qué manera tan tremendade arder, la de ese fuego. ¿Qué tal te fue a ti? No parece que tengas ninguna herida.Menuda suerte haber podido escapar sin daños en medio de todo aquel fuego.
—No salí del todo indemne, no creas —respondió cínica y fríamente la coneja—.
Pero tú, ¡vaya un comportamiento tan odioso que tuviste! ¿Pues no me dejaste sola en
medio de aquel fuego y te escapaste a todo correr? Me cocía en medio de todo aquel
humo y por poco no me muero. Te odié de veras. Está claro que, en momentos como
ese, es cuando aparece la verdadera naturaleza de cada uno, ¿no crees? Esta vez ya he
visto claramente cuál es la tuya.
—Lo siento. Perdóname, por favor. En realidad, yo también terminé muy mal,
con unas quemaduras terribles. Después de todo, quizá ni Dios ni nadie esté
protegiéndome, porque no dejan de ocurrirme desgracias, una tras otra. No creas que
en ningún momento dejé de preocuparme por lo que hubiera podido pasarte a ti, pero
cuando sentí que de pronto comenzaba a arderme la espalda, no tuve tiempo ni de ir a
salvarte, ni de nada. ¿Pero no lo comprendes? De ninguna manera soy un hombre
desleal. Unas quemaduras así son algo que no se puede tomar a la ligera. Y luego está
lo de la pomada esa de Senkin o Senki o como se llame, que hay que evitar. Ese sí
que es un medicamento odioso. Por no servir, ni siquiera sirve para aclarar la piel
oscura.
—¿La piel oscura?
—¿Eh, qué? Ah, nada, un medicamento oscuro y espeso, demasiado fuerte, vaya.
Un sujeto muy parecido a ti, pequeño, un tipejo raro, me dijo que no me cobraba el
medicamento. Entonces me dejé llevar y pensé que no hay que dejar de probarlo todo
en esta vida, así que consentí que me untara su pomada. Sin embargo, se mire como
se mire, aquello no era un simple medicamento. Es mejor que tú andes también con
cuidado, no bajes la guardia un momento, porque sentí como si por lo más alto de mi
cabeza estuviera pasando un tornado chirriante y de pronto me desplomé
inconsciente.
—Puaf —replicó despectiva la coneja—. ¿Y no te está bien empleado? Has
tenido tu castigo por ser tan tacaño. Como viste que era gratis, entonces te decidiste a
probar el medicamento. No sé cómo pudiste hacer algo tan vulgar, y encima
contármelo sin avergonzarte.
—¡Qué cosas tan terribles dices! —dijo el tanuki en voz baja. Pero, aparte de eso,
no pareció sentir ninguna otra cosa en especial, sino que simplemente continuó como
arrobado por el calorcito de la felicidad de estar junto a alguien que le gustaba; y así,
como lo más natural del mundo, tomó asiento en aquel lugar. Con sus ojos brumosos
como los de un pez muerto, miró en derredor, atrapó un pequeño insecto y lo engulló diciendo—: Pero con todo, soy un hombre afortunado. Por muchas desgracias con
que me tope, siempre consigo salir con vida. A lo mejor, sí que me protege Dios. Me
alegro mucho de que tú también terminaras a salvo y ahora que yo también estoy
repuesto de mis quemaduras como si nada, podemos estar otra vez así los dos
hablando tranquilamente. ¡Ah, me siento exactamente como en un sueño!
La coneja tenía desde el principio unas ganas enormes de que se marchase de una
vez. Sentía un desagrado tal, que se quería morir. Tenía que encontrar, como fuese, la
forma de que el tipo se marchase por fin de su hogar, así que se le ocurrió de nuevo
un plan diabólico.
—Oye, ¿tú sabías que en este lago Kawaguchi nadan hasta rebosar unas tencas
deliciosas?
—No, no lo sabía. ¿De verdad? —Los ojillos del tanuki brillaron de inmediato—.
Cuando yo tenía tres años, mi madre me trajo una tenca que había atrapado para que
me la comiese. ¡Estaba buenísima! Yo no es que sea torpe, no, nada de eso, pero no
consigo atrapar las tencas ni ningún otro animal que esté en el agua, así que, aunque
sé que están muy ricas, han pasado desde entonces treinta y pico años y... Que no,
que no... ja, ja, ja... Otra vez se me ha pegado la muletilla de mi hermano. Es que a
mi hermano también le gustaban las tencas.
—Ah, ya, claro —le siguió la corriente la coneja, con la cabeza en otra cosa—.
Yo, por mi parte, no es que tenga ganas de comer tenca, pero ya que a ti te gustan
tanto, estoy dispuesta a acompañarte ahora para atrapar alguna.
—¿De verdad? —El tanuki no cabía en sí de gozo—. Pero es que esas dichosas
tencas son muy rápidas. Una vez que intenté coger una, estuve a punto de
convertirme en un fiambre ahogado —dijo, confesando excepcionalmente uno de sus
fracasos pasados—. ¿Será que tú has pensado alguna buena manera de hacerlo?
—Si se utiliza una red, no tiene ninguna dificultad. Cerca de la costa del islote de
Uga últimamente se concentran muchas tencas de gran tamaño. Vayamos allí, ¿eh?
¿Tú sabes remar?
—Hum... —empezó con un leve suspiro—: Bueno, sí, remar, puedo remar. Si me
pongo a ello, no es nada —mintió con dificultad.
—¿Así que puedes remar? —contestó la coneja simulando creerle, aunque sabía
que le había soltado una trola para presumir—. Entonces es perfecto. Tengo un
barquito pequeño, pero es tan tan pequeño, que no podemos subir los dos. Además
está hecho de maderas muy finas y de forma muy chapucera, por lo que entra agua
por todos los sitios y es peligroso. A mí no me importa lo que me pase, pero no
quiero que te pase nada a ti, así que vamos a construir tu barca juntos ahora, uniendo
nuestras fuerzas. Como una barca de madera como la mía es peligrosa, vamos a hacer
la tuya más resistente, amasando barro.
—No sé cómo agradecértelo. Voy a echarme a llorar. Por favor, déjame que llore. ¿Por qué será que enseguida me entran ganas de llorar? —Y mientras lloraba
falsamente, añadió aprovechando la ocasión—: Y ya puestos, ¿por qué no me
construyes tú sola esa barca tan resistente? Por favor, te lo suplico. —Y tras una
petición tan descarada, añadió—: Quedaré en deuda contigo por esto. Mientras
construyes esa barca tan resistente para mí, yo prepararé el almuerzo. Estoy seguro de
que podría llegar a ser un estupendo encargado de intendencia.
—Seguro que sí —continuó la coneja simulando creer esa arbitraria opinión del
tanuki, asintiendo dócilmente. Ante lo cual el tanuki se sonrió pensando cuán
inocente era la gente de este mundo.
En este mismo instante se decidió la trágica suerte del tanuki. Que en el interior
de esa persona que siempre cree todas las trolas que uno dice, con frecuencia puedan
albergarse terribles y diabólicos planes, era algo que desconocía el necio y despistado
tanuki. De buen humor, andaba por ahí sonriente.
Salieron juntos hacia la ribera del lago. Sobre la blanquecina superficie del
Kawaguchi no había ni una ola. La coneja se aprestó a amasar barro y a emplearse a
fondo en construir eso que llamaba una barca resistente, mientras que el tanuki
repetía «siento las molestias», «siento las molestias», y correteaba y daba saltitos por
los alrededores preocupado únicamente por encontrar alimentos para su merienda.
Para cuando el viento del atardecer empezó a soplar suavemente y la superficie del
lago se cubrió de pequeñas olas, la barquichuela de barro relucía con el color del
acero e iniciaba su singladura.
—Bueno, no está nada mal —comentó alborozado el tanuki mientras subía en
primer lugar a la barca aquella caja de almuerzo grande como una lata de petróleo—.
Hay que reconocer que eres una chica muy mañosa, ¿eh? Y es que vaya una barca
más bonita que has conseguido hacer en un santiamén. Una técnica prodigiosa —la
elogió de una manera que sonaba increíblemente falsa.
Y secretamente, el tanuki pensó: «Si consigo casarme con esta mujer tan
habilidosa, a lo mejor puedo llevar una existencia de diversión y lujo mientras vivo
de su trabajo, etc.». Y así, además del atractivo sexual, comenzó a acosarle otro tipo
de deseo, que le hizo reafirmarse en su intención de pegarse como fuera a esta mujer
y no separarse nunca de ella.
Con gran decisión, se subió a la barca.
—Seguro que a ti también se te da de maravilla remar, ¿verdad? Por supuesto que
yo, algo como remar en una barca, vaya, no es que no sepa, claro que no, ni mucho
menos, pero hoy me gustaría comprobar el buen hacer de mi esposa en la faena —
soltó con un descaro cada vez más desagradable—. En mis tiempos, me llamaban
cosas como el rey del remo o el maestro del remo, pero he pensado que hoy me
gustaría ir tranquilamente tumbado y ver cómo lo haces tú. A mí no me molesta, así
que une con una cuerda la proa de mi barca a la popa de la tuya, por favor. Si morimos, que sea juntos, no me gustaría que me dejases solo.
Y tras decir estas desagradables palabras que sonaban a mal agüero, se tumbó
extenuado en el fondo de su barca de barro.
Por su parte la coneja, al oír que el tanuki le pedía unir las dos barcas, se
sobresaltó pensando si este estúpido no estaría sospechando algo. Pero tras estudiar
disimuladamente su rostro, vio que no había por qué preocuparse, pues el tanuki se
las prometía muy felices sonriendo libidinoso y se notaba que ya había comenzado su
andadura por el mundo de los sueños. «Despiértame cuando consigas alguna tenca. Y
es que hay que ver qué ricas que están. Ya tengo treinta y siete años». Y todo tipo de
sandeces murmuradas medio en sueños. La coneja sonreía despectiva, y tras atar la
barca de barro del tanuki a la suya, comenzó a golpear con un chapoteo la superficie
del agua con el remo. Las dos barcas fueron alejándose sin dificultad de la orilla.
El pinar del islote de Uga bañado por el crepúsculo parecía un incendio. Aquí, el
autor va a permitirse presumir de sabihondo con la anécdota del pinar que aparece en
las cajas de tabaco Shikishima, que es un diseño realizado a partir del pinar de esta
isla. Puesto que es algo que escuché de una persona de fiar, no creo que el lector
tampoco pierda nada creyéndome. Claro que, como en nuestros días el tabaco
Shikishima ya ha desaparecido, esta es una anécdota por la que los jóvenes lectores
no mostrarán el menor interés. Me he dedicado a presumir de saber cosas sin ninguna
importancia. Y es que dárselas de listo, al final, siempre acaba en un resultado tan
tonto como este. Bueno, solamente los lectores que hayan nacido hace más de treinta
y tantos años se acordarán difusamente con un «ah, ¿aquellos pinos?», al igual que el
recuerdo de los juegos de geishas o cosas similares y poner cara de aburrimiento será,
posiblemente, a lo más que llegarán.
Pues bien, la coneja se quedó arrobada contemplando esta visión al atardecer del
islote de Uga, y susurró:
—¡Oh, qué paisaje tan hermoso!
Esto es realmente muy curioso. Se puede pensar que a alguien malvado en
extremo, cuando está a punto de cometer un crimen cruel, no le sobra la disposición
de ánimo necesaria para quedarse arrebatado ante la belleza de un paisaje, pero esta
hermosa virgen de dieciséis años entrecerraba los ojos admirando la vista del islote al
atardecer. En verdad que entre la Inocencia y el Mal no hay mayor separación que el
grosor de una hoja de papel. Esos hombres a los que se les cae la baba ante una chica
caprichosa que no conoce los sufrimientos de la vida, con unas maneras tan
presuntuosas que dan ganas de vomitar, y que exclaman por ello: «¡Ah, la pureza de
la juventud!», harán bien en tener mucho cuidado. Lo que esos hombres llaman «la
pureza de la juventud» y demás, a menudo, como sucede con el caso de esta coneja,
guarda en su seno un impulso de matar junto a un tipo de placentera embriaguez,
conviviendo ambas pulsiones de la manera más natural, en un baile sensual y desacompasado donde no se distinguen bien unos sentimientos de otros. Es como la
espuma de la cerveza, que no permite ver el peligro que hay debajo. Una situación
donde se ocultan las sensaciones a flor de piel mediante la moral, y a eso se le llama
idiocia o maldad. En esas películas americanas que no hace mucho estaban de moda
en el mundo entero , salían por doquier machos y hembras jóvenes con este tipo de
«pureza», pululando de aquí para allá como impulsados por un resorte, sin saber qué
hacer con esos sentidos que les hormiguean a flor de piel. No es por retorcer las cosas
buscando culpables, pero daría para pensar si el origen de esa expresión de «pureza
de la juventud», no habría que buscarlo precisamente en los Estados Unidos. Esas
cosas del tipo de «¡qué divertido es esquiar, venga, vamos!»; para luego, por otro
lado, cometer sin el menor reparo un crimen estúpido. Si no es idiocia, entonces es
maldad pura. O quizá lo que llamamos el Mal sea, en su origen, la Estupidez.
Pequeñita, esbelta, con manos y pies delicados, comparable a aquella Artemisa, diosa
de la Luna, nuestra conejita virgen de dieciséis años también, por desgracia, ha
pasado de golpe de ser un personaje muy interesante a convertirse en algo vulgar.
¿Así que se trata de simple idiocia? Ante eso ya no se puede hacer nada, ¿no?
—¡Aaah! —surgió una extraña voz a los pies de la coneja.
Nuestro querido hombre, que era de todo menos puro y que tenía ya treinta y siete
años, estaba chillando como un principito tanuki:
—¡Agua! ¡Está entrando agua! ¡Estoy en peligro!
—Vaya un escándalo que armas. Si solo es una barca de barro. Claro que
terminará por hundirse. ¿No lo sabías?
—No lo entiendo. Me resulta incomprensible. No tiene lógica. Algo así es
imposible. No puedo creer que tú... no, no puede ser cierto, que tú quieras que yo...
es algo propio de un demonio. No, no entiendo absolutamente nada. ¿Pero tú no eras
mi esposa? ¡Ah, que se hunde! De todo lo que veo, como mínimo tengo la certeza de
que esto se está hundiendo. Para ser una broma, es demasiado pesada. Esto es
prácticamente un acto de violencia. ¡Ah, que se hunde! Eh, ¿cómo me vas a
compensar de esto? ¿No ves que se va a echar a perder la caja de la merienda? En
esta caja hay unos macarrones con lombrices espolvoreados con mierda de
comadreja. ¿No es una pena? ¡Glup! ¡Ah, ya he empezado a tragar agua! ¡Eh, te lo
ruego! Déjate de una vez de bromas pesadas. ¡Eh, eh, pero no cortes esa cuerda! Si
hay que morir, que sea juntos. Los esposos vuelven a casarse tras la reencarnación,
están amarrados por un destino que, aunque se intente, no puede cortarse... ¡Ah, no,
la has cortado! ¡Sálvame, por favor! No sé nadar. Lo confieso. De joven podía nadar
un poco, pero con treinta y siete años, los tejones tenemos endurecidas las
articulaciones aquí y allá, y ya no hay manera de que podamos nadar. Lo confieso.
Tengo treinta y siete años. La verdad es que te llevo demasiados años. ¡Tienes que
tratar con cariño a la gente mayor! ¡No olvides el debido respeto a los ancianos!
¡Glup! Ah, eres una buena chica, ¿eh? Así que, como eres una buena chica, alárgame
por favor ese remo que tienes en la mano para que pueda agarrarme a él... Ay, ay, ay,
¿pero qué haces? ¿No ves que eso duele? Cómo se te ocurre golpearme la cabeza con
ese remo... Conque esas tenemos, ¿eh? Muy bien, entendido. Así que quieres
matarme, ¿eh? He comprendido.
El tanuki, al llegar a las puertas de la muerte, por primera vez se dio cuenta de las
intenciones diabólicas de la coneja, pero entonces ya era demasiado tarde.
«Pokan, pokan», sonaba implacable el remo al llover sobre su cabeza. El tanuki
se hundía y volvía a salir a flote sobre la superficie del lago, que relucía rojiza a la luz
del atardecer, y gemía:
—¡Ay, ay, ay, qué dolor! ¡Qué espantosa eres! ¿Qué mal te he hecho yo a ti? ¿Es
un delito el enamorarse?
Se hundió de golpe, y ya no volvió a salir.
La coneja se enjugó el rostro. Y dijo:
—¡Ay, qué sudor tan horrible!
Y bien, ¿pretende ser esto una especie de advertencia contra la lujuria? ¿O será
una historia en clave humorística para proponernos el amable consejo de «ni te
acerques a una preciosa virgen de dieciséis años»? Aunque también es posible que,
ya que por mucho que alguien nos guste, ir a visitarlo continuamente hasta ponerse
pesado puede hacernos finalmente tan odiados que incluso podamos encontrar el
horrible destino de ser asesinados, estemos ante una especie de tratado didáctico
sobre la cortesía y los buenos modales, que quiere enseñarnos a observar la
moderación.
O también, más que una visión moral sobre el Bien y el Mal, quizá se quiera dar a
entender, bajo la forma de una historia cómica, que en este mundo la gente es capaz
de llegar a maldecir, castigar, premiar o dominar a otros simplemente por una
diferencia de percepción en los gustos.
Pero no, no, sin apresurarse a sacar ese tipo de conclusiones propias de los
críticos literarios, ¿no basta con tener en cuenta las últimas palabras del tanuki
cuando estaba a punto de morir?
A saber: «¿Es un delito el enamorarse?».
No creo que exagere si digo que, desde tiempos remotos, el tema principal de las
historias tristes en la literatura mundial pende en torno a esta sola frase. En toda
mujer anida oculta esta despiadada coneja y en todo hombre siempre chapotea a
punto de ahogarse este buen tanuki. Esto es una verdad clara y meridiana, como
atestigua también el inexorable historial de experiencias de este autor a lo largo de
treinta y pico años. Y, seguramente, el tuyo también, querido lector.
Punto y final.

Osamu Dazai, en Cuentos de Cabecera.