28 ago 2018

Soño que Volaba


Volaba. El cielo era azul y límpido, de un celeste brillante. Maravilloso. 
De repente tenía frio. ¿sería invierno? A lo mejor era porque iba desnudo. Penso que a lo mejor no se podía volar vestido
. Nunca había volado así que todo era posible… ¡Era fantástico! ¡El sol era esplendido, el cielo infinito! Pero volar era difícil ¿cómo lo hacía? No tenía idea, pero, de cualquier modo, no podía mantenerse, no duraba. Le faltaba algo, algo se acababa, perdía altura. Y ahora caía. caía interminablemente: caía, caía, caía. Negrura, Oscuridad.
Después soñó que nadaba. Mil cuchillos helados, finos como agujas, entrando en el cuerpo al mismo tiempo. Un dolor espantoso. Sobre todo, en las muñecas agarrotadas y en los tobillos quebrados. En las costillas también. Donde se imaginaba que tenían que estar las costillas sentía un montón de vidrios rotos que lo cortaban y (cosa rarísima) lo quemaban por dentro. Era imposible que ese cuerpo que le dolía tanto fuese el suyo, imposible. ¿cómo iba a ser suyo si hacía unos instantes nada más había estado volando? No podía respirar, no respiraba. Manos horrendas lo arrastraban al fondo. Las sentía. Gélidas y resbalosas. Quería moverse y no podía. Descubrió que se ahogaba, ¡se estaba ahogando!
¡No, por favor, no! – Intento gritar, pero en vez de palabras salio un chillido que inmediatamente quedo silenciado. Se le lleno la boca de agua. Se hundia y no podia hacer nada. Se revolvio varias veces, pero era inutil, era como girar en el vacio, en un vacio acuoso y helado.
La conciencia le volvio de golpe. Tenia las manos atadas, los pies atados, las rodillas rotas. Recordo que antes de salir le habian dado algo, una inyeccion. Fuera de eso, no recordaba nada. Entro en panico inmediatamente.
Se moria, sabia que se moria. Hizo fuerza con los brazos casi hasta reventarse las muñecas. Era inutil. El cuerpo no le respondia bien. Eso que le dieron le habia adormecido todo. Abrio los ojos pero estaba ciego. Un enorme manchon borroso de color marron caca lo cubria todo.
Lo sorprendio la rapidez con la que se hundia. Como si fuera un cadaver. Como si fuera de plomo. ¿le habrian atado piedras por algun lado? Sintio en la boca el gusto a sangre mezclado con tierra y con otro gusto dulzon.
-  Estoy en un rio – llego a pensar. Pero eso fue todo. La claridad comenzo a irsele con el aire. El recuerdo de la tortura de la ultima semana le vino en una negra oleada de fragmentos inconexos y confusos como retazos de una pesadilla.
En el ultimo momento volvio a pensar que no, que no podía ser, que como podía ser que se estuviese ahogando. Se aferraba a que volaba, a que era un pajaro que se habia quedado dormido en pleno vuelo, a que el sueño, la pesadilla, era esa en la que se hundía.
Una voz en su cabeza le dijo fuerte y claro algo que seguramente habria leido cuando cursaba medicina: “Es posible reanimar a un cuerpo del ahogamiento, sobre todo si el cuerpo es joven y esta en agua muy fría”. Tuvo un brote de esperanza. Intento sonreír. Tal vez alguien lo había visto caer. Tal vez alguien lo encontrara. Tal vez si pudiera aguantar unos segundos mas… alguien vendría… por favor… alguien…



27 ago 2018

Sol

Ines tenia el cielo en ella
Lo habia encontrado un dia
En el Sol de su adolescencia.

Pero no lo supo hasta mas tarde
hasta el dia en que alguien le dijo:
donde quiera que estes, ahi esta el Eden

Ines tenia un cielo adentro
y lo llevaba a todos lados
en bicicleta o caminando

Y con los niños ella era niña
y con los arboles ella era arbol
y era pajaro con los pajaros

Y cada cual, cuando la encontraba,
encontraba algo unico
encontraba una estrella

ella las reagalaba, como si tal cosa
porque es sabido que es infinito
el numero de estrellas en el cielo

y siempre algo hacia
y siempre preguntaba
y no le importaban
las cosas de dios

el no se metia con ella
ni ella se metia con el
y cada cual buscaba
al que mas le convenia

Ines tenia el cielo en ella
y cuando supo que lo tenia
se retiro a algun sitio
y nadie mas supo de ella

el cielo no es otra cosa que la capacidad
de desatar el infierno sin sufrirlo


Una Noche en Tribunales (2018v)


Micaela Maugeri, estudiante de abogacía, se quedó ese día unas horas de más. Es algo común con los pasantes que se los explote todo lo humanamente posible, y Micaela realizaba su pasantía en el edificio de Tribunales. Un Estudiante de abogacía es casi casi un abogado. Sera por eso que casi no da lástima verlos pasarse el día entero revisando informes, leyendo expedientes y llevando café de aquí para allá. Al igual que sucede con el campo de la medicina, en el del Derecho los pasantes son los eslabones inferiores de la pesadilla burocrática, de la cual el edificio de Tribunales, ubicado en el corazón del centro porteño, es uno de los principales epicentros. Alguien debería de realizar un estudio comparativo de naturaleza Kafkiana acerca de las tenebrosas relaciones y paralelismos entre la burocracia legal y su prima la de Sanidad. Después de todo, el Estado es como un gran cuerpo (Hobbes Dixit) del cual los legistas son algo así como sus médicos.
Los pasantes suelen realizar durante días y días jornadas inhumanas, maratónicamente largas, durante las cuales llevan una existencia casi pesadillesca en donde vivir es siempre un estar entre pasillos polvorientos y viejos expedientes. Si comprendemos esta existencia de monje franciscano, se comprende bien como estos futuros abogados aprenden aquí la mística facultad de perder el sentido del tiempo casi al mismo tiempo que el gusto por la luz del sol. El amor al trabajo y a la dedicación, ideales que declaman la victoria del capitalismo, no emanan sino de este habito adquirido a fuerza de matar todo lo otro que de humano hubo alguna vez en el oficinista, medico o abogado, que una vez convertido a su función, queda inexorablemente abolido como ser vivo para pasar a ser o maquina o, aún peor, apéndice de máquina, engranaje. El dicho debería estar inscripto sobre la puerta de cada escuela de leyes: Que el que aquí entre abandone toda esperanza”.
En su propio caso, Micaela venia hacia días subsistiendo en ese estado de autómata y de pseudozombi. Ese viernes (Micaela no tenía noción de que era Viernes, como tampoco tenía noción de que hacia frio o de que hacía casi dos días que no dormía: todo eran pasillos y mas pasillos de empapelados pesadillescos y tareas absurdas) habia sido especialmente agotador. Había todo un torbellino de casos y demandas, de re aperturas y procesos cíclicos o elípticos, de callejones sin salida legal y de puros formalismos hechos con el mero afán de romper las pelotas. La carga de trabajo se había venido incrementando de manera silenciosa pero furiosa, sin prisa y sin pausa, como se forma una terrible nube de tormenta antes del estallido.
 Micaela lo presentía, de alguna forma lo venía oliendo desde el comienzo de la semana. No por nada había más (increíblemente, como si eso fuese físicamente posible, pero había mas) gente que de costumbre. No por nada había recibido una cantidad significativamente mayor de pedidos absurdos y de búsquedas de expedientes viejos y con olor a pis, que siempre figuraban en archiveros de metal herrumbroso, pequeños castillos de la inutilidad, o en algún altillo o habitación destartalada e infestadas de pulgas o de algo peor conocidas como "dependencias adjuntas". Una dependencia adjunta era básicamente cualquier espacio cerrado en donde se pudieran apilar expedientes, viejas máquinas fotocopiadoras y cualquier traste o cachivache que se le ocurriese al jefe de sección.
Era precisamente en la dependencia adjunta número 27 en donde Micaela debía ir a buscar un legajo correspondiente al caso de Leinmann y vecinos contra la Sociedad anónima Dietrich. Este despacho adjunto, ubicado en el ala este, era un infecto altillo de un cuartucho que surgía al final del pasillo, de una puerta tan pequeña y disimulada que bien pasaba por un closet o un cuchitril para guardar escobas y trapeadores o para que los lascivos abogados tuviesen sexo con sus secretarias, o bien las abogadas con sus respectivos cadetes.
Le habían solicitado el legajo un poco después del café de maquina (dos monedas de un peso, horrible y semejante a ese liquido que escurren los trapos de piso viejos) y la medialuna ( con gusto a humedad, seguramente del día anterior, traída seguramente por algún hijo de puta de algún bar aledaño, y colocada con una piedad maligna en la bandeja), por lo que el horario del pedido habría sido entre las diez y las once de la mañana. Luego, lógicamente, se sucedieron muchos otros pedidos y llamadas, con sus correspondientes anulaciones (que luego eran nuevamente reclamados) o agregados (que luego eran descartados o sencillamente ignorados), sumados a los intermitentes, pero constantes pedidos de remises y tés y cafés y por que no también algún mate (¿Quién ceba mate, che?) y ya que estamos Mica podría irse a comprar unas facturas ¿no? Claro que si señor gordo de mierda, claro que Doctora hija de puta, por supuesto secretaria putita, como no Pichón de Garca inescrupuloso, pensaba ella. Mica puede ir a traerles el desayuno a todos.
 - No no. No se haga problema que por supuesto las pago yo, usted solo va y las trae – Dijo el Arribalzaga, haciendo el amague de sacar su billetera del bolsillo.
- Claro, como no Dr. Arribalzaga.
E iba. Si, como no, como no, Señor Arribalzaga. Como no, señor gordo hijo de puta, tomador de cocaína olímpico, parasito incurable, como no. Con todo el gusto del mundo, la puta que lo pario. A Micaela Maugeri, estudiante del último año de abogacía, le daba terror y también un poco de asco pensar que ella estaba sufriendo todo eso solamente para algún día convertirse en esas momias de traje viejo y cara llena de ojeras. ¡qué caras, por dios! Era una suerte que la rutina casi militar de los pasantes de Tribunales le impidiese casi por completo ese asunto molesto de pensar: Cumplir con todos los pedidos, por absurdos que estos fuesen, requería una precisión y constancia de autómata. Un pensamiento, una idea, una miradita de más a esa planta o a esa ventana eran una distracción que interrumpía la armonía de ese ritmo fabril. Tales transgresiones eran notadas de inmediato y archivadas para siempre en la memoria de los abogados y directores de sector. Era la escolástica medieval: la individualidad no era algo que estuviese permitido.
Llegadas las seis de la tarde, horario de cierre para los no iniciados, aquel pedido inicial del legajo para Leinmann contra Dietrich había sido olvidado completamente. La memoria es una cosa curiosa, pero esto comienza uno a saberlo cuando la supervivencia depende de su correcto funcionamiento. Es como todo: solo nos interesamos por su funcionamiento interno cuando comienza a fallar. La memoria de Micaela tenía un seguro contra incendios que consistía en acordarse a última hora de cualquier cosa que se olvidara en el transcurso del día. A las 6:35, mientras llevaba una bandeja con café y sanguchitos a la sala de reuniones número siete, recordó el pedido. No es que fuese una perfeccionista, ni que tuviese una especial pulcritud o sentido de la responsabilidad tal como para no dejar para el Lunes un pedido que fue hecho un viernes. Lo que sucedía era otra cosa. El movimiento de la rueda burocrática funcionaba (esto Micaela lo había aprendido al dedillo) fundamentalmente a base de absurdos y errores puros, pero estos errores obedecían todos a una coherencia interna y superior, que no obstante era totalmente incomprensible para los simples cadetes y asistentas, e incluso también para los abogados, jueces y fiscales, pero (y esto lo creía Micaela) de ningún modo podía serlo para la Justicia, que era la deidad abstracta y trascendente para la que todos oficiaban de sacerdotes y sacerdotisas. La justicia, que en un plano suprasensible e incorpóreo era, debía ser, sin dudas una armonía de perfecto orden y sentido, se hipostasiaba en el mundo sensible y corpóreo como un caos lleno de suciedad y de todo sentido. Micaela creía que en la Justicia, con J mayúscula, todos los errores y sinsentidos quedaban perfectamente justificados y ordenados. Pero incluso dentro de este orden había pedidos y tareas que debían ser ejecutados con celeridad y precisión, como si la estabilidad del edificio entero dependiese de ello. No había forma racional de saber que pedidos, de entre los miles que se realizaban diariamente en Tribunales, era de esos pedidos importantes. Esto no podía saberse ni por el número del juzgado, ni por originarse en tal o cual oficina, ni por quien lo ordenaba (los mismos jueces realizaban casi todo el tiempo los pedidos más absurdos e inverosímiles), ni por ningún tipo de santo y seña en el modo de ser pedido. Y sin embargo cada cual sabía si se le había encomendado un pedido importante o no: Era intuitivo. La justicia descendia del plano trascendente al plano material como si fuese el espíritu Santo. Asi fue que cuando le pidieron el legajo aquel sintió el inconfundible escalofrió con ráfaga eléctrica corriéndole desde la cadera hasta la nuca, algo que era como una descarga que la sacaba, si bien solo parcialmente y por unos minutos, de su automatismo habitual. Luego venia la presión taquicardica de cumplir con el pedido sin desentonar del pachorriento y gris andar general del resto de los cadetes y ayudantas, como disimulando lo transcendental de la tarea. Porque no fuese cosa que creyeran que ella era una idealista o una trepadora, tratando de destacarse por sobre la media.
El destino de estos pedidos, sobre todo si eran mal ejecutados, tenían consecuencias determinantes para el pobre pasante. Micaela había escuchado muchísimas historias, todas dignas de un sainete  criollo, en donde por las razones más lógicas o más increíblemente inverosímiles, algún pobre cadete o asistenta no había podido cumplir en tiempo y forma con un encargo esencial, y entonces le ocurrían terribles desgracias, que iban desde perder la beca y el empleo hasta ser expulsado de la facultad o sufrir alguna desgracia familiar o revés amoroso, llegando incluso a haber historias que terminaban con el suicidio o el loquero para el empleado ineficiente.Si bien Micaela creía que estos últimos casos extremos eran solo mitos que servían a modo de metáfora coercitiva, sentía ella también un poco la presión de finalizar con esas tareas lo antes posible.
Pero al mismo tiempo ocurría que mientras uno se moviese dentro del caos habitual, podía cometer casi todos los errores imaginables siempre que las tareas fuesen de las no trascendentes: desde enviar una carta a una dirección inexistente hasta echarle sal al café, sin consecuencia alguna; Puesto que el caos y el desorden eran el estado natural de Tribunales, no se observaba particularmente a nadie, y entonces el error propio quedaba o tapado por un fallo ajeno o contrapesado por algún parche rápido. También ocurría que una inminente catastrofe quedaba nivelada por algún tema más urgente, de modo que ya a nadie le importaba y la gran bola de papeleo seguía su marcha impunemente y sin mayores consecuencias. En ese estado natural, del que por supuesto quedaban exentos los pedidos esenciales, reinaba casi un clima cordial y dicharachero (un extranjero diría que es la viveza criolla) y generalmente los abogados simulaban sostener una buena opinión de todo el mundo, cuando la realidad era que estaban en la más profunda ignorancia hasta de sus propios casos, y la mayor parte del tiempo se la pasaban masturbándose en sus despachos o teniendo sexo con algún subordinado, si no es que dormían muertos de aburrimiento o borrachos como cubas. Todo el mundo era inocente hasta que se demostraba lo contrario cuando eran defensores, y culpables hasta que se demuestre lo contrario cuando eran fiscales; Y claro que para demostrar esto o lo otro tenía que existir la voluntad de querer demostrarlo, la cual no existía casi nunca; Salvo, claro está, en los pedidos esenciales. Cuando algún dependiente comenzaba a demorarse o a cometer la más mínima imperfección con uno de estos encargos, las miradas de todos los enterados comenzaban a fijarse, impacientes, en el infractor. Y así como antes el cadete podía cometer todos los errores avalado por la uniformidad del caos general, desde que es puesto bajo el ojo de algún juez o algún fiscal o tan solo de un abogado, queda sometido a la más minuciosa de las vigilancias. De hecho, la excelencia requería tales proporciones a los ojos de los jefes que estos empezaban a ver errores incluso donde no los había. Micaela lo había visto: Lo que cambia no es la efectividad del pasante sino la perspectiva con la cual se lo juzga. Y de eso era imposible volver: una vez que alguien caía en desgracia con algún superior, podía darse por muerto, burocráticamente hablando.
Micaela no podía creer como justo a ella se le había pasado por alto un pedido de tal importancia, y por eso no dudo, pese a que ya había terminado la jornada, en dirigirse a toda velocidad hacia el susodicho despacho para encontrar el bendito legajo, que era para ella el indulto o la bula papal, y llevarlo a la carrera al despacho del cerdo de Arribalzaga, que era quien lo había pedido.
Si se movía con rapidez y celeridad, pero sobre todo poniendo una cara de anciano descompuesto (la expresión de los administrativos por excelencia), estaría aun a tiempo de camuflar su olvido. Si, Arribalzaga había estado toda la mañana persiguiendo a la rubiecita culona que estaba recién ingresada al departamento de archivo, no había manera de que se hubiera percatado del olvido. Entonces, pensaba Micaela, si colocaba el legajo debajo de la pila de expediente sin revisar, en el lugar correspondiente a la mañana de hoy, el error era achacable a cualquiera que hubiese pasado por la oficina de Arribalzaga, y este número ascendía desproporcionadamente. Incluso podría culparse al propio Arribalzaga por no ver un informe tan importante cuando el mismo estaba en la oficina.
Encontrar la dependencia adjunta número 27 no fue una tarea tan fácil como se lo imagino en un primer momento: La puerta estaba casi escondida al final de un pasillo y la poca iluminación ayudaba a ocultarla. Había cierta similitud con los pasadizos secretos de los castillos. El cuarto era de tres por dos y, exceptuando la luz mortuoria que salía de un foquito parpadeante y zumbon, estaba completamente en penumbras. Micaela noto entonces que los archiveros de metal verde ocupaban las cuatro paredes, llegando todos hasta el techo y reduciendo aún más el tamaño del a habitación, de modo tal que el único movimiento posible era girar sobre sí misma para ver filas y filas de cajoneras verdes. El olor a encierro de esa bóveda de expedientes era prácticamente inaguantable, una mezcla de olor a orina humana, a humedad (instantáneamente podía pensarse en el moho o en un pantano) y a tabaco barato.
Era un asco, sin dudas un asco. Ese hijo de puta de Arribalzaga se las iba a tener que pagar, junto con tantas otras. Una por una y con intereses, no había duda. Hacía un calor terrible ahí adentro, era insoportable, peor que una morgue, que un sauna o un vagón del Sarmiento en pleno febrero.
Increíble el olor que hay acá adentro. – pensó Micaela, mientras abría con rabia una cajonera al azar - ¿habrán usado algún pegamento? Esto está todo desordenado, rarísimo que las cajoneras no tengan ni siquiera una mugrosa etiqueta con lápiz, ninguna referencia. ¿Cómo podía alguien encontrar algo esas condiciones? Además, era un asco eso, todas las hojas estaban o húmedas o resecas, como si un plateosaurus hubiese orinado la habitación entera, dejando todo corroído y maloliente. Curioso, no había notado que el aire estuviese tan enrarecido, tan pesado. No… a ver en esa cajonera de allá (que poca luz hay acá, con esas paredes amarillas parece un gran estomago). Micaela dio entonces un par de pasos hacia atrás, sintiendo como un leve bamboleo, como si la existencia se nublara y tirara de sí misma desde algún rincón del suelo.
Cuando abrió los ojos, no supo muy bien que sucedía. Lo primero que advirtió fue que la lamparita zumbadora seguía titilando al borde de agotar el límite de su filamento. ¿Dónde estaba? ¿Estaba aun en la dependencia adjunta 27? Si, indudablemente. La puerta se había cerrado casi del todo, y por la rendija de la puerta entraba la luz casi mortecina del pasillo, una luz como de pasillo de hospital. ¿Qué había pasado? Miro alrededor y vio algunos de los cajones abiertos con un caos de sobres, papeles y cartas
Bueno, era evidente. Quedarse dormida, no era la primera vez que le pasaba. Los baños y esas dependencias adjuntas eran casi dormitorios oficiales. No obstante, las otras veces habían sido siestas cortas, casi desconexiones milimétricas, micro sueños. Todos los pasantes dormitaban intermitentemente, dos minutos por hora, seis minutos cada cuarenta: Esa era la única forma en la que podían internarse en jornadas de días y días de laboriosidad idiotizante. Entonces, ¿realmente se había dormido? Trato de decidir esto mientras se ponía de pie. Noto que ni le dolía la cabeza ni se sentía mareada, por lo cual descarto el desmayo, que de todos modos no sería tan raro ese cuartucho infecto y sin ventilación.
Cuando salió al pasillo vio que ya era entrada la noche. La oscuridad entraba por el único ventanal al final del pasillo. Qué raro, dormir tanto, pensó. Al fin y al cabo, las cosas no habían salido para nada como las había planeado: No solo no había encontrado el expediente sino que además había perdido tiempo valioso durmiendo como una imbécil.
¿Serian pasadas las ocho? Maldita era la hora en la que había dejado el celular en la mochila, siguiendo esa costumbre sectaria de no querer ser molestada en el trabajo. Cualquier eventualidad del mundo exterior le recordaba lo pequeño que era el edificio donde se la pasaba encerrada toda la semana. No le gustaba darse cuenta de esto. Si el edificio era feo de día, de noche era sencillamente tétrico, casi gótico. Micaela se había quedado ya otras veces hasta tarde, y siempre le daba escalofríos salir sola a la plaza. Tal vez por eso, mientras apuraba el paso por los pasillos oscuros (y entonces debían ya ser mas de las ocho, porque a las ocho se apagan las luces) esbozaba una sonrisa resignada. Ya no había forma de hallar el informe, de vital importancia, y le causaba gracia especular de que misteriosas y terribles formas caería sobre ella la maldición del empleado ineficiente.
La puerta de la oficina estaba cerrada con llave. Era una lástima, pero no podría recuperar su mochila hasta el día siguiente. Lo importante ahora era irse, no fuese cosa que nadie la viese ahí dando vueltas como una pava y encima sin el expediente… si, lo mejor era irse. Pero, ¿la habría visto alguien durmiendo en la dependencia? Micaela se imaginó alguna malvada foto en la cartelera principal y luego muchas y muchas fotocopias (de malísima calidad) replicadas por todos los pasillos, sobre las bandejas de café, mezclándose con los expedientes de modo tal que casi indefectiblemente alguna fuese a parar a alguna cajonera y ella, Micaela Maugeri, pasase a la inmortalidad (pues era sabido que todo papel que iba a parar a alguna cajonera quedaba preservado para las siguientes generaciones, de hecho ella misma había visto expedientes de principios de siglo) no en referencia a algún caso importante o por mención honorifica, sino durmiendo en una dependencia roñosa. Pero no, seguramente nadie la había visto, nadie podía haberla visto, o al menos era muy poco probable, y menos probable era que si alguien la veía tuviese el tiempo y (a esa hora, un viernes) sobre todo las ganas de fotografiarla.
Al llegar al ascensor, Micaela comprobó, no sin fastidio, que este no funcionaba. Debían de ser seguramente más de las doce de la noche entonces. Nunca había visto que el ascensor dejara de funcionar. El ascensor era, junto con las cafeteras y las copulas, de los pocos servicios ininterrumpidos del edificio de Tribunales y del palacio de la justicia. Ahora iba a tener que bajar tres pisos por las escaleras. A Micaela no le gustaban las escaleras, eran el lugar más sucio y abandonado de todo el edificio. Era repugnante pensar en las telarañas y en la grasa en el piso. No obstante, de alguna manera tenía que salir de ahí y volver a su casa, y por eso mismo la consternación no fue menor al descubrir que la puerta de salida estaba también completamente sellada. Sellada, si, era el termino correcto, pues las puertas de emergencia eran, por exigencia gubernamental, a prueba de fuego.
Micaela recordó entonces que las puertas eran cerradas siempre a las 10 de la noche. Cerradas desde fuera por el ordenanza del edificio, el cual debería estar, en ese mismísimo momento, roncando a todo pulmón en la portería de planta baja. El ordenanza solía encerrarse en la portería, nadie sabía a qué, la mayoría de las noches. Esto, que en las monótonas tardes burocráticas era motivo de bromas maliciosas o de cuentos de terror, le parecía ahora a Micaela algo por completo terrible, pues era sabido que el muy canalla no atendía nunca el teléfono de la portería (seguramente desconectado) y que entonces ella no tenia manera alguna de contactarse con ese ordenanza del carajo. Las opciones estaban casi agotadas, cuando a Micaela se le ocurrió la solución más obvia (que siempre llega, por supuesto, al final de las deliberaciones, como siendo una tomada de pelo del inconsciente para la razón especulativa). Era cuestión de levantar un teléfono cualquiera y de llamar, no a un compañero, sino a alguna amiga o amigo que viviese en las inmediaciones (y había varios) y que pudiese ir hasta la portería a pedirle al ordenanza que abriera la puerta o habilitara los ascensores.
En vano: Los teléfonos estaban muertos. ¿Cómo era posible? ¿Algún apagón general? No, no tenía sentido: las luces, si bien bajas, de un color amarillento sucio, como haciendo juego con la impresión general de madero que se pudre a la deriva, alumbraban (era un modo de decir) regularmente los pasillos y las salas. Además, los teléfonos funcionaban sin electricidad. ¿Se darían de baja las líneas por la noche? No, pensar esto era aún más idiota. ¿Por qué lo harían? No tenía sentido, al fin y al cabo, preguntarse demasiado a razón. Los hechos se estaban dando de un modo tal que la iban encerrando en ese tercer piso del edificio de Tribunales. Eran los hechos, pensaba Micaela, eran los hechos los que la iban acorralando, como una cadena inexorable o una serie matemática de evento que obedecía a una lógica oscura pero despiadada. El desencadenante, ¿Cuál era el desencadenante? Los hechos no la acorralaban a una sin un desencadenante que lo justificase. ¿había sido quedarse dormida? No, eso ya era un efecto… ¿pero un efecto de qué? Solamente podía haber una respuesta. Solo un hecho podía postularse como desencadenante: el haber olvidado cumplir con la tarea, el no haber traído ese informe de la dependencia inmediatamente y con toda diligencia. Eso mismo que estaba viviendo debía de ser, sin duda, la tan temida maldición del empleado ineficiente, especie de maldición de Tutankamon de siglo XXI.
Micaela escucho entonces un chillido. Era algo lejano o más bien indiscernible a primera escucha, algo como un chillido muy corto y casi ahogado, como si quisiese silenciarse en el hecho mismo de emitirse. Micaela espero y lo oyó nuevamente aquí y allá, apareciendo y desapareciendo. Se dio cuenta que no era el mismo chillido sino varios distintos. El miedo, o tal vez la repugnancia, comenzó a trepársele al cuello incluso unos segundos antes de que su cerebro hiciera en enlace entre lo que estaba oyendo y la memoria de lo que ya había oído en otras oportunidades, o al menos creía haber oído.
Solo entonces se dio cuenta de que las ratas estaban por todos lados, como cucarachas, moviéndose rápidamente, quien sabe desde que cañerías o grutas, para llegar luego a los pasillos y a los archiveros. ¿Qué hacían ahí, las ratas? Seguramente se alimentaban de los expedientes, de los inacabables y kilométricos expedientes, legajos y formularios, que abundaban en los despachos, oficinas, dependencias y salas por miles y miles, formando paredes y estructuras de papel blanco, amarillo y verde, toneladas de hojas, folios y apetitosas carpetas de cartón. Micaela aguzo el oído y noto de que las ratas habían estado ahí desde el principio. Tal vez se habían mantenido calladas en un primer momento, como en una especie de celada propia del ajedrez, y ahora comenzaban a hacerse oír, chillando entrecortadamente desde todos los rincones. Micaela podía oír todo un coro de chillidos, pues adonde dirigiera el sentido del oído, se oían chillidos de ratas y, lo que es peor aún, ruidos de patitas y colas que corren y se arrastran, y ruidos de dientes que mastican y de hocicos que husmean entre las carpetas y dentro de los cajones de madera. Micaela pensó que solamente podrían salvarse los expedientes que estuviesen en archiveros o en cajones metálicos y bajo cerradura.

¿Qué era lo que iba a hacer? No tenía manera de comunicarse con el exterior, y parecía que iba a tener que pasar la noche entera en un viejo edificio apestado de ratas. No podía pensarse siquiera en comer algo, pues el buffet estaría naturalmente cerrado, y las máquinas de golosinas y gaseosas habían sido tristemente abandonadas hacia años. Nunca había sido tan consciente del orden estéril que el ser humano genera para sí mismo. Una nacía en un mundo que se regía por un orden natural y ¡paf!, terminaba como un fosforo en una cajita, dentro de un orden euclidiano y cuadriculado, rodeado de líneas rectas y paredes lisas y uniformes. Una nacía con todo el tiempo por delante, con una confusa idea de la calidad temporal, y terminaba con algo parecido a la paranoia, que era una capacidad pasmosa y casi increíble para medir y calcular el tiempo. Y a todo esto le decían civilización.
Micaela reflexionaba precisamente sobre esto cuando sintió que algo peludo y frio le rozaba el tobillo, para sentir luego una sensación de pequeño tirón. Alcanzo a ver un bulto grisáceo del tamaño de una pelota de tenis; Involuntariamente salto hacia un costado ¡una rata! ¡qué asco! ¡tan cerca! Micaela caminó rápidamente por los pasillos, que ahora veía repletos de ratas que corrían en todas las direcciones. Tenia erizados los vellos de los brazos, no sabia de si horror o de puro asco. Intento, una por una, abrir alguna de las oficinas. Pero era en vano, todas estaban cerradas con llave. Sintió nuevamente que una rata, grande como un caniche, le rozaba el tobillo con el hocico (¿la habría mordido tal vez, sería el olor de la sangre?) y, ya frenética, comenzó a propinar pisoteadas y puntapiés a su alrededor. Ratas de porquería, bichos horribles, estaban equivocados si pensaban que ella se iba a quedar toda la noche ahí, con el peligro de convertirse en una comida diferente los legajos o a los expedientes.
Mientras avanzaba hacia la parte este del edificio (pues hacia el oeste estaba el buffet, lugar que creía era el objetivo principal del ejercito de ratas), noto que el número de ratas iba en aumento. Al principio solo las oía, y de hecho cuando despertó, pese a que ya debían estar por todo el edificio, no eran ni siquiera audibles. Pero, ¿Cómo era posible? ¿de dónde habían salido tantas ratas? No estaba en un galpón del puerto… ¿acaso habrían desinfectado algún sótano vecino, provocando una migración masiva? ¿O era que las ratas estaban en el edificio, también durante el día, escondidas? ¿hace cuánto, entonces? ¿Estarían acaso escondidas durante todo el día, en los entrepisos y detrás de las paredes, anidando tal vez en los ductos de aire o en los despachos clausurados? Se le revolvían las tripas con la sola idea de que ella había estado todo ese año comiendo, trabajando e incluso cogiendo (porque si, también ella, en el baño de la oficina de tal fiscal, pero en fin) en lugares frecuentemente recorridos por ratas. Sintiendo un sudor frio en todo el cuerpo, Micaela se imaginaba el lugar, diariamente pisoteado y defecado por las ratas, con gente que pasaba meses (y años) hojeando y manoseando expedientes. Claro, ahora se explicaba la desaparición misteriosa de muchos documentos y también el inexplicable estado de destrucción de algunos formularios no tan viejos. Pero, ¿y las ratas? ¿No estaban también las ratas, a su manera, condenadas al nocturno asqueo? También ellas, si tenían algo parecido al entendimiento (y por su persistencia y organización era obvio que lo tenían) deberían sentir un asco casi insuperable por tener que caminar, comer, reproducirse y defecar en un lugar que durante el día estaba plagado de abogados. Si, Micaela y el resto del personal de Tribunales no podía quejarse ni sentirse víctima: El asco era mutuo, también las ratas deberían estarlo experimentando con su sola presencia. Un coro de chillidos pareció apoyar la idea.
¿Quién sabia, en último término, quien era el legítimo dueño y señor del edificio, el verdadero sacerdote del dios de los burócratas? Abogados y ratas, es sabido, son parte de una misma línea en la cadena evolutiva. Faltaban varios eslabones en el medio, lógico, pero Micaela pudo entonces imaginar, tal vez ayudada por su asco, a la rata, habitante primitivo del edificio, y también del mundo, evolucionando milenio tras milenio hasta convertirse, con total coherencia y sin ninguna pérdida (porque la naturaleza no da saltos) en el abogado, que era algo así como la última etapa de la rata, y por eso mismo también su negación. Enséñele derecho a una rata, póngale un traje y voila, he ahí un ser humano.
 Si. Los abogados habían traicionado a la especie, habían desertado de su condición de auténticas ratas, y cual judas, habían vendido a sus antiguos maestros de cola y hocico. En otro tiempo oscuro y preadamita las ratas habían correteado día y noche, en una edénica y fagocitante felicidad, por el edificio de Tribunales, que entonces no era el edificio de Tribunales sino el templo ancestral y teratológico de la gran Ratesa; El palacio místico de alguna terrible diosa Rata, con los ojos vendados o sin ojos, que sostenía una balanza en una mano y una espada en la restante. Había entonces (aunque ahora también) una sociedad de ratas y un orden íntegramente ratuno.
El abogado, que como se sabe es un tipejo muy pragmático, pero nada original, simplemente había tomado el arquetipo de la ratesa y lo había sustituido por la justicia. Había quitado la rata, pero había conservado la venda, la balanza y la espada. Los abogados eran, sin duda, una raza bastarda que había evolucionado no del mono, sino de la rata, especie más persistente precisamente por mas maligna. El traje, el portafolio, la engrapadora, la pluma imitación de Parker y el teléfono celular eran esa falsa huida de la naturaleza de roedor, aun presente en los auténticos abogados. No era suficiente para otorgarles plena humanidad, apenas podían ocultar la cola. No obstante, había algo inconsciente en los humanos evolucionados del mono o creados a imagen y semejanza de dios, algo que marcaba nítidamente la diferencia entre el hombre – mono y el abogado u hombre – rata, algo que se transmitía de generación en generación, como un sentimiento inconsciente de odio y asco, de profunda desconfianza, para con los doctorados en leyes.
Al pasar por delante de un archivero alto como una biblioteca vio que, desde arriba, una rata se arrojaba al vacío, directamente hacia ella, que la vio justo a tiempo para hacerse a un lado pero no para evitar una mordida en el codo. La cosa se ponía grave, pues el chillido de las ratas era ya un griterío inmenso, un aquelarre de chillidos bestiales, y los cuerpos peludos de las ratas ya no corrían rápidamente buscando la complicidad de la sombra, sino que ahora se le mostraban abiertamente, sosteniendo la mirada y mostrando dos ojos amarillos como granos de pus. Micaela tuvo la oscura pero terrible intuición de que las ratas la estaban rodeando. Había una indudable telepatía entre ellas: No procedían como una multitud de seres desordenados y egoístas, sino que, en su aparente caos y suciedad, funcionaban en un perfecto orden, de manera similar a las hormigas o al nado sincronizado. Micaela reconoció que las ratas eran entonces oscura e incomprensible superiores a los abogados y a su absurdo y laberintico sistema de justicia. La justicia bursátil de los abogados era sin dudas un laberinto, pero un laberinto artificialmente construido. En cambio, la justicia de las ratas se movía completamente en las sombras, abismalmente y con la ferocidad de todo lo que es mudo y no habla ni escribe. No eran un cuerpo abstracto, sino un cuerpo colectivo, repleto de uñas y dientes. Y estómagos.
Si, sin duda la estaban cercando. Era un hostigamiento progresivo y sutil, una tortura en parte psicológica y en parte física. ¿Cuándo había comenzado? Probablemente había comenzado cuando el ordenanza (¿sería cómplice?) había cerrado las puertas. Sin dudas que valdría la pena investigar entre una posible traición de los porteros y los ordenanzas de viejos edificios en relación a las ratas. Seguramente estas tendrían varias clases de oro persa para tentar la fidelidad de los pobres. Después de todo era algo común el que, completamente abandonados al peor estrato social de su especie, los proletarios tuviesen motivos para jurarle lealtad al pueblo de las ratas, con los que al fin y al cabo tenían más en común que con el cheto de Barrio Norte. ¿Cuándo lo habían planeado? ¿Cuándo notaron que se había dormido? Era muy posible pero (y esto lo pensaba mientras corría ya por los pasillos) más bien no parecía que fuese planeado, sino que (corría golpeando las puertas y gritando, puesto que ya la habían mordido dos veces más) lo que había desde antes era una intención declarada, por parte de las ratas (y ahora se le acercaban por grupos, amenazantemente), una intención de guerra declarada, solapada por los horarios fijos de los abogados y la luz del sol (y los chillidos eran ya gritos de odio, y parecía que las ratas perdiesen interés por mordisquear los archivos y olfatearan cada vez más su carne), y entonces era obvio que las ratas habían estado esperando la oportunidad para poder actuar impunemente( y al doblar el pasillo y mirar para atrás verifico, presa del pánico, que las ratas la seguían a montones, chillando y echando baba), impunemente como ahora que Micaela estaba sola y sin la ayuda de ningún abogado y de ningún humano (y hubo que sacarse los tacos alto y correr descalza, porque detrás venían ellas con las fauces abiertas y el lomo gris erizado) Las ratas tenían toda una noche y media mañana para llevar a cabo su ofensiva contra la raza bastarda de los abogados (trepando por las paredes, cerrando estratégicamente las salidas) Las ratas atacaban a tambor batiente, orgullosamente, según el plan previsto. Y no había duda de que querían comérsela, que la venganza de seres tan primitivos y resentidos no podía terminar sino con una acción de antropofagia. Micaela recordó entonces, metiendo la mano en el bolsillo, que tenía una llave: La llave de la dependencia adjunta 27. Si podía llegar hasta ahí (y quedaba solo a dos pasillos) podía encerrarse bajo doble llave hasta la tarde del otro día, a la espera de que llegase alguien.
A pura carrera, no reparando ya en nada sino en evitar los tarascones de las ratas que la atacaban como torpedos, llego hasta la puerta de la dependencia 27. La puerta estaba entornada, tal como ella la había dejado, así que de un salto abrió la puerta y la cerro tras de sí, dándole llave. Del otro lado se escuchaban, furiosos, los chillidos de las ratas, que inútilmente rasguñaban la puerta. Estaba salvada, gracias a dios salvada de ser reducida a huesos por esos horribles animalejos. Frente a eso, incluso el hediondo olor a pis que llenaba el cuarto era música de Chopin.
Los chillidos, que en un primer momento eran insoportables, fueron aquejándose para convertirse en algo que se asemejaba tenebrosamente a un oscuro y resentido murmullo.
Dentro de la dependencia, segura tras su puerta de chapa y sus paredes de concreto, Micaela Maugeri sonreía. Estaba mortalmente cansada y algo mordisqueada. Estaba al borde de un ataque de pánico, pero se había salvado. Eso había sido una victoria, una victoria doble: Victoria ante la raza de las ratas arcaicas, y victoria sobre la raza de las ratas modernas y sus estúpidas maldiciones de pasillo. Ella iba a ser la primera, sí señor, la primera en terminar la pasantía sin cumplir con esos ritos estúpidos. Y luego de ello, de salir impune, continuaría con su carrera, con su vida.
Micaela estaba ya a punto de dormirse, apoyada contra la pared, cuando de repente volvió a oír el agudo chillido de las ratas. No eran chillidos furiosos, sino calmadamente maliciosos, como un murmullo que salía de algún lugar indistinguible. Micaela se hecho boca abajo y, bien pegada al suelo, espió por la rendija de la puerta. La tenue línea de luz se observaba sin sombras y sin cortes, lo cual indicaba que no había ratas rascando la puerta ni intentando colarse por debajo. Oyó entonces un ruido metálico a sus espaldas, y en un solo movimiento, completamente lívida, se incorporó quedando de espaldas contra la puerta. Vio entonces que el ruido había sido provocado por una rejilla metálica que había caído del techo. Micaela se dio cuenta entonces que se trataba del ducto de ventilación que (debería haberlo notado antes) recorría todo el edificio. 
Al levantar la mirada alcanzo a ver que del oscuro agujero rectangular salía, como en un vómito, una catarata de garras, colas, dientes y ojos amarillos, una marea de ratas.

Fue extraña, para los empleados del despacho del sr Arribalzaga, doctorado en leyes y respetado profesional, la desaparición de Micaela Maugeri, chica que pese a ser algo olvidadizo a veces, era un ejemplo de compromiso y responsabilidad, como todos los practicantes. Durante varios los empleados del despacho intentaron comunicarse infructuosamente con ella, sea telefónicamente o por carta. Según lo que se sabía, había salido de tribunales un viernes como cualquier otro, luego de cumplir diligentemente con sus obligaciones (y por eso era sospechosa esa desaparición) y luego no se la había vuelto a ver. No fue sino a las dos semanas, cuando el señor Arribalzaga entro en crisis por un legajo faltante para el importantísimo caso de Leinmann contra Dietrich, cuando en la mecánica atribución de culpas se llegó a la conclusión, clarificadora a la vez que tranquilizadora respecto a la salud y al empleo de sus compañeros, de que dicho legajo debió ser presentado en el despacho del señor Arribalzaga hacia precisamente dos semanas y cuatro días, y que era precisamente a Micaela Maugeri (que entonces no era tan responsable ni trabajadora) a quien se le había encargado esa tarea crucial e imposible de desoír por cualquier empleado sensato y responsable.
Cuando Agustina Aguirre (Avispada, tacos altos, hermosos ojos celestes, diecinueve años, estudiante inicial de derecho y al parecer destinada naturalmente a la burocracia gracias a poseer el grado necesario de psicopatía) fue hasta la dependencia adjunta numero 27 a buscar el legajo faltante, noto que la puerta se hallaba cerrada con llave. Al intentar colocar la llave, noto que esta no ingresaba correctamente, y que entonces algún gracioso debía haber dejado la llave puesta del lado de adentro y luego cerrado la puerta, que tenía traba automática. Al Luego de llamar a cerrajería, logro por fin abrir la puerta.
Al entrar, no noto nada particular. La dependencia estaba húmeda y sucia hasta la negrura. Al abrir un cajón al azar, percibió un olor particularmente rancio, y entonces descubrió (no sin asco) que los cajones estaban salpicados de excremento de rata. A lo lejos, como desde una ubicación remota, se oyeron chillidos.








Nota del autor: Me decido a publicar este cuento como quien recibe a fin de año uno de esos chocarreros reconocimientos al esfuerzo, que casi siempre constan en una ridícula placa de acrílico o en una lapicera barata que nunca vamos a usar. Digo esto porque reconozco que, como la plaquita o la lapicera, este cuento es, como cuento, narrativa y formalmente muy malo. O al menos lo era en su versión original. Si me decidí a publicarlo es porque a los errores no hay que esconderlos. Me llevo semanas escribir el cuento, y varios días corregirlo. No recuerdo haber escrito nunca un cuento con tantos cambios y accidentes como este.
Por último y nuevamente, mis disculpas al lector si al leer el cuento han tenido la fastidiosa sensación de estar ordenando una habitación o esperando un colectivo que sabemos va a llegar lleno.  

Wawa


Si uno cruza el campo de noche nunca hay que caminar callado, me recomendó ñor Ignacio. De lo contrario, se puede tropezar con un alma. Si uno cruza el campo, tiene que cantar o silbar o conversar con uno mismo, pero siempre haciendo ruido. Sobre todo, en las noches sin luna, que son las más oscuras. Si se tropieza y cae, a lo mejor se salva porque no sabe con qué tropezó. Pero si uno mira el bulto…
- ¿Qué pasa?
- No se sabe. Nadie lo ha visto. Pero se han encontrado muchos hombres muertos.
Según cuenta Ñor Ignacio, tampoco sirve ir con perros o a caballo, porque los caballos de repente se niegan a avanzar y los perros se echan cuerpo a tierra y empiezan a ladrarle al mero aire. Hay que estar muy atentos, dice Ñor Ignacio.
Pedro, que era recién llegado, pensó que los cuentos eran solo cuentos y probablemente se olvidó del consejo, o no le hizo caso, vaya uno a saber. Lo cierto es que una noche sin luna lo vieron salir de la pulpería e irse para su rancho acortando la distancia a campo travieso. Lo llamaron para advertirle, pero él siguió.
Justo cuando iba a la mitad del recorrido, escucho un llanto. Era el llanto de un Guagua[1]. Cualquiera se hubiera echado a tierra y meta santiguarse, pero Pedro no se imaginó cosas raras. Pensó que era una criatura abandonada, porque a fin de cuenta esas cosas pasan, y busco el origen del llanto. De pronto, vio que había un bulto tirado en el piso. Pensó que era un paquete, pero luego rectifico: era un niño envuelto en mantas. Se apresuro a cargarlo y cuando lo tuvo encima dejo de llorar.
Así lo cargo todo el camino hasta su rancho.
Cuando llego el rancho dejo al guagua sobre la mesa y prendió el quinque. Lo preocupaba que no llorase ni nada. Desenvolvió la manta para verle la cara y entonces vio que la cara era una cara de ruca[2], de un viejo deforme. El engendro lanzo una carcajada gutural, y Pedro le vio una dentadura horrible llena de dientes. Enloqueció.
Lo encontraron varios días después, delirando en el medio del monte. Vino gente de la ciudad y se lo llevaron para otro lado.
Ñor Ignacio, que no por nada fue sereno en
Quechisla, dice que es normal volverse loco con esas cosas, que el campo siempre es peligroso, que hay que tener cuidado.


[1] En Mapudungun, Bebe. Utilizada en toda la región Araucana para designar a los bebes.
[2] En Quechua, Viejo.

Hecho a medida


No habia caso: todo era repeticion y ya estaba harto. Los mismos problemas habian sido pensados una y mil veces, y hacia ya años que una creciente fatiga se iba apoderando de los dias y de las cosas. Habia que terminar con eso, con la farsa o con la vida (eran lo mismo), y colocar, una por una, las balas en la recamara de la Ballester Molina.
Habia un silencio de tarde, quebrada solo por algunos pajarosel arma gravitaba felizmente en su mano. Un rayo de sol entraba, oblicuo, por la ventana de la sala. Todo era tan blanco, tan laxo, tan tornasolado. Una mañana de domingo, una mas, una mañana como cualquier otra, el tiempo que pasaba, el planeta que giraba, los pajaritos que cantaban...
Los vecinos de la planta baja oyeron el tiro. Si hubieran estado mas atentos habrian oido tambien el ruido del arma resbalando de la mano ya inertey dando contra el suelo de baldosas. Antes de disparar no penso en nadie. Hubo tal vez algun recuerdo, el patio de la casa paterna en verano, la luna y las palanganas llenas de agua, una damajuana...Y luego oscuridad, oscuridad y oscuridad.

Desperto algun tiempo, dias o años, mas tarde, en una sala de hospital, con las sensacion de una maquina que volvia a encenderse luego de varias decadas. Dentro suyo,cosas como el tiempo y la memoria se sacudian el polvo. Todos, caras y medicos, hablaban de un milagro o de un caso unico, expresiones sin sentido alguno. Con algo de verguenza, pregunto timidamente por el milagro, pero al parecer nadie podia o queria aclararselo. Le tomo varios dias decir palabra, recordar quien era, cuales eran los nombres de esas caras que venian a verlo. Finalmente supo quien era y quienes eran los otros, los demas. Recordo autores y paises, calles y rostros de hombres y mujeres. A medida que la recuperacion avanzaba, el mundo volvio a llenarse de fechas y nombres. Justo antes de salir del hospital recordo el brillo del revolver y el canto de los pajaritos un dia de domingo.

Tuvo charlas y  mas charlas con psicologos. Recomendaban leer menos, unas vacaciones, un cambio de aires. Viajo, conocio rutas y dialectos. Un buen dia se establecio en un lugar fijo, y nuevamente hubo ventanas y vecinos y tambien dias y repeticiones de dias, espacios con sillas, gavetas, llaves, nombres y apellidos en demasia, pero ahora todo esto era normal y placentero y hasta estaba bien.

Desde ese dia (¿pero cual dia, el del hospital, o otro, muchisimo antes? ¿cual dia? ) habia algo que lo molestaba, que lo incomodaba en los tiempos muertos: Asensores, momentos de imnsomnio. Nunca pudo precisar que era, pero se asemejaba a tener una piedrita en el zapato, pero en un zapato que no estaba en sus pies, sino en algun otro lado indefinible. Entonces era mas facil pensar en otra cosa, en Boca Campeon o en la actriz de turno, fumar marihuana o una cerveza bien fria, estirar las piernas y a otra cosa. Cuando su primer hijo tuvo su primer hijo, penso que era tiempo de volver a viajar. El destino elegido fue una ciudad del norte. Tal vez fuese por el aire, pero comenzo a sentirse cansado con el correr de los dias. No pocas veces penso en regresar a casa. Descubrio que se sentia amenazado. Todo se le antojaba irreal, como si estuviese en un estado de borrachera continua o de insomnio prolongado. Sentia que algo iba a ocurrirle de un momento a otro, creia que lo seguian. No dijo nada de estos temores.

Cierto dia, cansado de los hoteles y los bares, caminaba solo por las callejuelas que bordean los muros que rodeaban a la Iglesia de San Francisco de Asis. Sentia que lo buscaban, o que el buscaba a alguien. Caminaba como sonambulo. De repente sintio que lo tomaban del brazo. Era otro caminante como el, aparentemente normal. No pudo o no quiso resistirse a que lo llevara. ¿adonde iban? Seguian caminando. Se sentaron en un banco de plaza, enfrente de la Iglesia.

- ¿que te parece esta vida? - le susurro al oido el caminante
- no me quejo - respondio.
- Todo esto ya lo viviste – le susurro de vuelta su acompañante.
- Usted esta loco – Respondio, e hizo un intento por levantarse del banco. Pero no podia. Estaba clavado al banco, como si fuesen un solo cuerpo. Quizo mirar alrededor para pedir ayuda, pero no podia. Todo giraba. Sinto un vertigo extraño, como si fuese a desmayarse.
- Por supuesto que lo viviste. Van ya cientos de miles de veces- dijo su acompañante. Sintio un peso extraño y se miro la mano. Se horrorizo al ver el revolver. Lo solto, quiso soltarlo. No podia. El revolver era como su mano. Tuvo un aluvion de recuerdos, como si su memoria hubiese sido una cañeria tapada. Quizo gritar que no, que no podia ser, que eso era un sueño, una pesadilla.

- Esto es un sueño – alcanzo a murmurar. Vio que el demonio que lo acompañaba sonreia cinicamente.

Comprendio que no habia habido milagro, que la bala en realidad lo habia matado. Volvio a escuchar el canto de los pajaros de domingo.

- Existen infinitos infiernos para cada uno de los seres que viven por unica vez sobre la tierra - Dijo aquel diablo – cada cual hecho a la medida de su inquilino. Para usted el infierno es continuar viviendo. – El demonio le solto el brazo y se puso de pie. Apenas se vio libre noto que podia moverse, que percibia el mundo normalmente.
Tendremos esta charla infinitas veces – dijo el diablo, y se perdio entre la gente. 

La Chola

Estaba mas cerca, era indudable. La había visto, la primera vez, desde la ventana que daba a la plaza San Francisco. La silueta, vaga y difusa, yacía de pie en el medio de la plaza, entre la Catedral y la Avenida. Aunque no podía verle la cara, sabia que me miraba. Que miraba en mi dirección. Como el sol me daba de frente, no podía distinguirla mucho, pero me di cuenta que era una mujer, una vieja, una chola. Usaba ese bombin ridículo en la cabeza, un poncho multicolor en la espalda y una pollera verde raída. Aunque le vi bien la ropa, no podia verle la cara. La cara era un punto negro, apergaminado, como de tierra cocida. Y así como supe que me miraba, tambien supe que sonreia.
- No tenes que mirarla - me había dicho una voz en mi cabeza. ¿pero que voz, la mia? ¿Por que estaba en un cuarto de hotel, de todos modos? No me lo pregunte cuando la vi, y no fue hasta que me desperte en mi pieza de soltero de San Telmo, todavia sintiendo encima esa mirada sin ojos y esa sonris sin cara, que supe que la ventana y la plaza principal y el cuarto de hotel de La Paz habian sido solo un sueño.
¿Solo un sueño? ¡Como me gustaría creerlo ahora, que todo fue sencillamente un sueño!
No fue hasta que la soñé por segunda vez que empece a preocuparme. El segundo sueño fue identico: mismo hotel, mismo cuarto. Parado en frente de la ventana, miraba a la plaza repleta. La gente iba y venia, pero ahora ella estaba mas cerca. Habia cruzado la plaza, estaba en frente de la avenida, dispuesta a cruzar. Estaba seguro de que me miraba.
Ahora que estaba mas cerca podía distinguir sus facciones. Era horriblemente vieja. La cara era aplastada y casi ovalada, y la piel agrietada y curtida. Todo el rostro me daba la impresion de una mandarina ocre y podrida. La nariz dominaba casi toda la cara, la boca, sin labios, era una linea que se deprimia en esa curva tipica de los viejos. Los ojos estaban practicamente cerrados. Una momia. Me recordo a un reptil, a una tortuga.

- Las mujeres tenemos siete almas, los hombres tienen solo 3 - dijo doña Emilia. - ¿vos estuviste en Bolivia, no?
- El año pasado - le confirme. - ¿como supo?
- Alla te hicieron algo - me dijo - Algo que comiste o algo que pisaste. ¿recordas haber pisado flores o maiz?
- La verdad no.
- A veces ponen cosas ahi. Polvo de huesos de muerto. Te mandaron un Kari Kari.
Doña Emilia siguio hablando, pero yo en ese momento preferi no creerle. No queria escuchar nada de maleficios, embrujos o de criaturas fantasmales que roban la grasa o la vida de su victima. Yo habia ido a Bolivia de turista, practicamente no habia hablando con nadie y si bien es cierto que me habia pegado una vuelta por el mercado de las Brujas, no habia hecho mas que comprar chucherias y regalos.

Cuando la soñe la tercera vez, ya no estaba en la plaza. En vano la buscaba desde mi ventana. No estaba en la plaza, no estaba en la calle. ¿Se habia ido? ¿Por que tenia entonces en el sueño tanto miedo? En los primeros sueños habia sido sorpresa, curiosidad, un poco de asco tal vez, pero de miedo nada. Y ahora sentia esa mano apretandome la garganta y el estomago. De repente supe porque: Habia entrado al hotel. Estaba en la planta baja, en las escaleras. Subia, subia a mi cuarto.
Cuando la volvi a soñar, escuchaba sus pasos por la escalera. Intente salir del cuarto pero la puerta no se abria. Quise salir por la ventana pero me di cuenta tenia rejas. Estaba atrapado y ella subia. Sonriente y sin apuro.

- Si ya la viste tanto no se puede hacer nada- dijo con dureza doña Emilia la segunda vez que fui a verla. - ya te robo dos almas de las tres. ¿que carajos podes hacer con solo un alma? Hubieras hecho lo del chivo la primera vez que viniste.




21 ago 2018

Vigilia

El sueño de los justos es el sueño de los tontos
El que espera, como yo espero,
no puede ya dormir tranquilo;
dormir es justamente no saber esperar
lo otro es sencillamente saber esto:
que la vida es una pesadilla.
Y los despiertos son la pesadilla
de los que todavia duermen.

16 ago 2018

Cuando una cosa lleva a la otra.

-Como úsia quiera, contesto el Cautivo, con esa tonada cordobesa que consiste en un pequeño secreto -como lo puede leer el curioso lector o lectora-: en cargar la pronunciación sobre las letras acentuadas y prolongar lo más posible la vocal o la primera sílaba. En haciendo esto ya es uno cordobés. No hay más que ensayarlo.
Lucio Mansilla, "Excursion a los Indios Ranqueles" (1870)


El complejo de edificios bordeaba la autopista. La voz del Cordobes se confundia con el furioso zumbido de los autos que subian y bajaban de la colectora. Mientras lo escuchaba, mantenia la vista en un punto fijo: la terminacion en alabarda de la reja verde que bordeaba el jardin del complejo.
- No, Sebastian. Es al revez. Las matematicas no las invento nadie - decia el Cordobes. Y lo decia en un Cordobes nato, con ese acento indescriptible pero inconfundible que tienen todos y cada uno de los nacidos y criados en Cordoba la Docta, fundada por el andaluz Jeronimo de Cabrera en un acto que bien mirado se puede catalogar de estupido, porque le costo la vida.
Pero volvamos al acento. ¿De donde carajos salio el acento Cordobes? Mientras lo escuchaba a Lucas, con la vista fija en la reja, pensaba en esto. Los Cordobeses son como los Vascos de Argentina; Foneticamente hablando, claro. Un misterio. Su acento no se parece a ninguno. No tiene nada que ver con las tonadas de las provincias que rodean a Cordoba la linda. Nada que ver con la tonada Santiagueña o con la del Litoral, y muchisimo menos con la Bonaerense. Tan heterogenea es la tonada de Lucas que pareciese que Dios mismo puso con la mano, como se dice que algunos futbolistas ponen la pelota (con un guante), en el medio de Cordoba la Jesuita; Del mismo modo en que puso a los Japoneses (esa especie de Indios) en Japon o a los Vascos (esa especie de extraterrestres) en España. 
- ¿como que no las invento nadie, Cordobes? La matematica es un invento humano, como la Moral o la Justicia. No existia antes del hombre y se va a morir con el ultimo homo sapiens...
¿Acaso Cordoba no se llamaba Cordoba por la otra Cordoba, su hermana Andaluza? El chupacirios pollerudo de Jeronimo de Cabrera la habia fundado para cumplirle cierta promesa a su mujercita, una Cordobesa Andaluza.
Volviendo a lo del acento, las teorias de los cagatintas son varias. Primero, esta el origen extaterrestre, por supuesto. La tonada seria segun esta teoria producto de las enseñanzas de seres de la cuarta dimension. Es sabido que en el uritorco hay un portal que oculta la mitica ciudad de Erks. Varios Ufologos han visto el portal y alguno que otro se jacta de haberlo cruzado o de haber hecho el intento por lo menos. Todos los que ven el portal, ven los toros.
- Pero es imposible, flaco, que haya dos toros en la cima de los cerros, ¿entendes? - me habia dicho una vez Dani, una especie de chaman barrial barbudo y de campera de Jean, mezcla de curandero y dealer. Yo no habia entendido y le habia dicho que no, que no entendia lo de los toros.
- Es que no son toros - me habia dicho sonriente - Son pilares de luz, espiritus guardianes. Vos los ves como Toros, pero son otra cosa-. Eso habia dicho Dani. Los toros serian los guardianes de Erks, y solo los justos o los sabios o los valientes, que no se espantaban de los toros o que sabian que los toros no eran tales, podian franquear la puerta. Pensandolo bien, ¿como carajos sabia Dani que habia toros o que los toros no eran toros? No entiendo como no se lo pregunte esa tarde, mientras charlabamos en la puerta de la casa de mi viejo, separados tambien por una reja. No recuerdo la razon pero puedo adivinar: No se lo pregunte porque la respuesta significaba escucharlo hablar por otra media hora, y sabe el diablo que yo no tenia ganas de escucharlo, por mas interesante que fueran las estupideces que me contaba. 
Pero de Erks me conto muchas cosas. Que nadie habia encontrado todavia la entrada (¿pero entonces como carajo sabian que estaba ahi?), que los toros (¿pero entonces si vieron la entrada?) que en la Erks hay 3 espejos sagrados que permiten comunicarse con otras "ciudades escondidas" (¿pero como lo saben si nadie entro?). Segun toda esta parafernalia, el tono cordobes no seria cosa que el dialecto de Erks aprendido por una manga de monos brutos descendientes de Españoles.
La segunda hipotesis le apunta a los Comechingones, esos Indios altos, oscuros y barbudos. Tiene sentido. Despues de todo, Cordoba se llama Cordoba y justamente por ellos, los Comechingones. Fue la fisionomia de estos Adonis americanos lo que le recordo a Cabrera a los Moros de Andalucia, los cuales seguramente, mientras el perdia el tiempo fundando ciudades para el virreinato del Peru en el culo del mundo, le atenderian a la esposa con devocion afrodescendiente. Del mismo modo, los caciques Comechingones habrian atendido a las vasquitas y galleguitas que venian con la caravana (o bien al revez, los John Smith's gallegos habrian atendido a las Pocahontas pampeanas) y de la mezcolanza habria salido la tonadita Cordobesa que mas tarde le daria genesis al cuarteto y al fernet. Entre esta y la primera teoria habia algo mas que vagas conexiones, que las convertian en complementarias mas que en excluyentes. Despues de todo, el "Baston de Mando", cierta reliquia que se encontro en capilla del Monte y que se pretendia que era un baston de tecnologia extraterrestre, resulto ser luego solo un baston ritual de los Comechingones. Comechingon significa KaminChingan, que en lenguaje Kemiare significa justamente "habitante de las cuevas". ¿y acaso Erks no es, justamente, una ciudad Subterranea?. Luego esta el hecho de que los Comechingones eran mucho mas altos que el resto de sus vecinos (como los patagones en la zona de Buenos Aires), de que tenian ojos verdes y de que en sus ruinas se hallaron runas y pinturas donde se los ve a caballo usando yelmos y lanzas. Con lo cual uno podia creer, si queria, que fueron los Comechingones los que aprendieron el dialeco de los Maestros de Erks y que luego los Españoles lo aprendieron de estos a la par que exterminaban a sus guerreros y violaban a sus mujeres. Un hermoso mixtaje de antropologia y teoria de conspiracion.
- Antes del hombre la matematica, la justicia, la geometria, estaban ahi... ¿entendes? - habia dicho el Cordobes. Cordobes terco. Cordobes terco e hijo de puta y tomador de Fernet. No. ¿como carajos van a estar la matematica y la geometria y la teoria del derecho ahi? ¿ ahi donde? Lucas decia "ahi" como si los decalogos del derecho Romano o los teoremas matematicos fuesen entes materiales, cosas como piedras o arboles. 
- El hombre no invento la matematica, solo la descubrio - dijo Lucas. Lucas Astudillo, que ademas de Cordobes era teologo (ex seminarista) y profesor de ingles. Nos habiamos conocido cursando Metafisica en la Universidad de San Martin. Era un poco mayor que yo (el andaba por los treinta y yo por los veintitres). Tenia un objetivo tan ridiculo como ingenioso y plausible: convertirse en el primer profesor de filosofia en escuelas secundarias bilingues. O algo asi. Al principio me parecio algo ridiculo, como querer reinventar el metegol o el arroz con leche. Despues lo investigue y me di cuenta que tenia razon: en ninguna de las escuelas inglesas secundarias de Buenos Aires se enseñaba filosofia. Jodido Cordobes adelantado. Jodido Cordobes Astudillo, con rasgos salteños pero de apellido indudablemente Castellano o Sevillano. Sevillano seguramente. Sevillano como Jeronimo de Cabrera. Tenia que ser.
Una tercera teoria, no menos ni mas descabellada que las anteriores, emparenta el cantito Cordobes con la tonadita Chilena, a la cual es innegable que tiene por lo menos un aire de semejanza. El instigador de esa explicacion aburrida, que definia al alargamiento de la silaba pretonica como un "acento chileño argentinizado", fue el politico y militar Chileno Jose Miguel Carrera. Chileno. Tenia que ser. Ahora resultaba que el acento Cordobes, uno de los mayores tesoros de la republica, era Chileno. Y Gardel y el mate Uruguayos. Y el Futbol Brasilero o Ingles. Las boleadoras paraguayas, Martin Fierro un antiheroe. No les alcanzaba con el Canal de Beagle o con Tarija o con la Banda oriental. Los Chilenos, esos Judios de Latinoamerica. Bueno, pues yo digo que ese Carrera, es a San Martin lo que el Chileno Salas era a Maradona. Me cago en su teoria, que dice no obstante que el acento se debia a la gran cantidad de vascos y andaluces que habian llegado a ambas regiones. Como explicacion, equivale a patear la pelota afuera de la cancha, o a explicar los misterios del mundo con los misterios de dios, aun mas misteriosos e inexplicables. Porque los Vascos, vamos... deben ser el pueblo mas misterioso y raro de toda la puta tierra. Metafisicamente, decir Vasco es como decir "Hijo de puta". Fijense si no la gran cantidad de hijos de puta que la diaspora Euzkera nos ha dejado: Yrigoyen, Aramburu, Urquiza, Uriburu (Jose y Jose Felix). Incluso Eva Duarte (origialmente Duhart) y hasta el Che fucking Guevara descienden de esta raza de marcianos hijos de mil putas. Imaginense lo que hubiera sido este pais, o Chile, si nos hubiesemos salvados de la invasion Vasca, de la cual no se habla porque fue como la del sida o la del colera: una epidemia mas que una invasion en si misma. Lo unico que me pone de buen humor es que los Chilenos, esos extraterrestres de sudamerica, se llevaron en esto como en muchas otras cosas, la peor parte. De hecho sospecho y aqui mismo afirmo que justamente se llevaron la peor parte por tener mayor porcentaje de Vascos. Se llevaron la peor parte del continente, de las selecciones de futbol, de las dictaduras militares, del idioma y definitivamente de los acentos, porque es vox populi que los chilenos, desde el mas analfabeto de los Carabineris hasta Pablo Neruda, pasando por todos los brujos de la Isla Grande de Chiloe,  tienen una papa en la boca. Pero sobre todo su profusion de monstruos, hibridos de humanos y marcianos, es increible: Pinochet, por ejemplo, que tenia nombre de emperador romano pero apellido de Vasco: Ugarte. Pero tambien Errazuriz Echaurren (doblemente Vasco), Errazuriz Añartu (otro 100% reptiliano), Emiliano Figueroa (Figueroa Larrain, Vasco escondido), Salvador Allende (Allende Gossens, Vasco escondido y filomarxista depuesto por otro Vasco), Alywin Azocar, Piñeira Echenique, todos Vascos. Uno mas Vasco que otro. Rarisimo Chile, es como estar limitando con un pais poblado por seres de otra galaxia. Creo que los Argentinos inconcientemente sabemos de esto y por eso no son lo que se dicen "hermanos latinoamericanos". Si hasta incluso sus grandes Poetas, Pablo Neruda (nombre en clave Eliecer Neftali) y Gabriela Mistral (Lucila Alcayaga), no son otra cosa que Alienigenas Vascos adoptando nombres y prendas de respetable hispanidad, con la terrible mision de conquistar el mundo humano, empezando claro esta por Tecka y Bariloche. Asi que resulta que los comechingones tienen el mismo acento que los comepapitas, y que ambos les deberian el acento no a los maestros sabios de Erk, sino a los Vascos. Flor de chiste esta tercera teoria.
Pero Lucas, que era Cordobes y por lo tanto mas Sevillano que Vasco, hablaba bastante bien, tanto en Español como en Ingles. Por mas que lo intentara, no podia detectar en su modulacion la mas leve corrupcion extraterrestre.
- Si no hubiera ser humano, la matematica seguiria existiendo, y la geometria y lo mismo todas las ciencias exactas (exaaaactas, alargando siempre la ultima silaba). 1 + 1 es dos por mas de que no haya ningun hombre para contaaaaarlo.
Cordobes Metafisico. Teologico. Cordobes Platonico e Idealista. ¿No deberia ser Lucas mas bien Aristotelico? ¿como puede ser que un descendiente de Sevillanos, que a su vez eran descendientes de Moros, no hubieran heredado la cultura Aristotelica preservada por los Califatos, Averroes, Ibs Sena y demas tropa de chupacirios Jihadistas?
- Vos sos un Platonico Idealista - lo acusaba yo entre carcajadas 
- Y Vos soooos un esceeeptico de la escueeeeeela inglesa - me acusaba el.
Asi estabamos en la puerta del complejo hasta que en algun momento salia su mujer con alguno de sus hijos en brazos, asomandose sonriente y sin decir una palabra pero diciendo con el silencio de que ya era hora de la mamadera o de la escuela o de cualquiera de las obligaciones paternas. Entonces Lucas sonreia y se excusaba, haciendo un gesto de fingida resignacion con las manos y los codos. Y el volvia a su casa y yo me iba a la mia, subiendo la rampa de la autopista para tomar el colectivo. 


 

13 ago 2018

Volvere. Algun dia volvere a la nada. Dejare de pensar. Sonreire de nuevo y no sonreire mas.
Estoy volviendo. Es un camino largo, larguisimo, por la extensa llanura. Un desierto lleno de espejismos.
Volvere. No tengo miedo de volver. No puedo hacer otra cosa que volver al polvo.
Ellos quieren ser ricos. Oh, es increible cuanto quieren ser ricos. Mucho muy ricos quieren ser.
Y exitosos. O especiales. Quieren absolutamente todo.
A veces yo tambien quiero esas cosas. O algunas otras. Una buena comida, por ejemplo. O dormir hasta tarde. Los ricos y exitosos no duermen hasta tarde. Duermen tres o cuatro horas al dia. Podriamos medir el exito de una persona por la cantidad de horas que duerme. Supongo que los verdaderamente exitosos no duermen en absoluto. Realmente, no lo se. No he conocido a nadie verdaderamente exitoso. Todos mis conocidos duermen.
Supongo que yo no soy exitoso. Rico no lo supongo: se que no lo soy. Pero exitoso no se. De cualquier manera no me importa demasiado la riqueza. Como todo, es temporal. Por suerte es temporal. Cargar con las riquezas mas alla de la tumba me parece mas una clase de infierno que de paraiso.
No me importa demasiado pero tampoco me importa demasiado poco: lo suficiente como para no morirme de hambre. Son cosas que hay que agarrarlas si se presentan, si caen como fruto maduro de su arbol. Si no, no importa.
Hacemos muchas cosas en la vida para no pensar realmente que hacer con esta vida. O para no pensar que realmente no hay nada que hacer con ella.

7 ago 2018

La cancion se oia en la calle oscura. No venia de ningun lado en particular, era mas bien como si naciera de cada piedra, de cada baldosa. Llovia. Veia un callejon, una pared roida por el paso de los años. Tachos y maderas ocultos por la penumbra. Asfalto gris, paredes grises de ladrillo, cielo gris encapotado y triste. Mas adelante, adoquines de un empedrado que se perdia en la neblina humeda de las pampas. El viento empujaba la nubes, mostrando cada tanto la desnudez de una luna llorosa.
Veia caer, como pequeñas cascadas, grandes chorros de agua que desbordaban de las canaletas. Llovia con furia. Las alcantarillas desbordaban. La ciudad se ahogaba, se ahogaba, se ahogaba. Nunca terminaria de ahogarse. El tap tap tap de las gruesas gotas de agua lo llenaban todo. Creaban charcos oscuros. Charcos que parecian pozos; Reflejaban el cielo amurallado de nubarrones.
La cancion sonaba. Encontraba que la oscuridad era buena. Intuitivamente.
Pero le dolia la cabeza. ¡Como le dolia! Intento sostenerse de una de las paredes, pero su cuerpo no se movia. Penso que tal vez podia llegar a aquel farol brumoso, casi espectral. Ay, como le dolia la cabeza. Dolia dolia y dolia, un tornillo que lentamente se iba cerrando, espiral centripeta sobre los parietales. Una morsa, un potro.
¿por que le dolia? Algo le subia desde la garganta. Algo como una media llena de gusanos.
"Cada persona tiene su personalisima forma de estornudar" - Fue lo primero que penso. El pensamiento se reflejo en los espejos y el reflejo le dijo - hay tantas formas particulares e irrepetibles de estornudar como seres humanos sobre la tierra. Imposible recuperar los estornudos unicos e irrepetibles de los millones de hombres y mujeres que han poblado la tierra hasta ahora.
- Infinitas formas de estornudar aun estan por venir - fue lo segundo que penso. En ese momento debio de entrarle agua en los ojos. La realidad se volvio borrosa, algo asi como una telaraña grisacea. Estaba sumergido en un tonel de aceite amarillento. Pudo abrir apenas un ojo. Sintio lagañas horribles como granos de arena. "Estornudos" - volvio a pensar.
- Ridiculo - murmuro.
- ¿que cosa? - Respondio Coneja. Estiro una mano y sintio un espacio lleno y calido, seguramente alguna parcela del cuerpo de Coneja revuelta entre las sabanas. Y entonces una, dos, tres, cuatro, cinco. Cinco puñaladas al costado de las sienes. Bailoteo de golpes al ritmo cardiaco.
- ¿que cosa? - volvio a decir Coneja.
- Lo de los estornudos - dijo el por toda explicacion, arrastrando las palabras. La pieza estaba casi en penumbras. Un maligno rayo de sol se colaba por la persiana mal cerrada.
Se levanto y entonces supo, por primera vez en el dia y de forma consciente, que le dolia la cabeza de un modo horrible. Lentamente se llevo las manos al costado de la cabeza. Como un actor. Como el grito de Munch. Horrible, se sentia horrible.
Para no escuchar las recriminaciones, tan justas como inutiles, no dijo nada. Hacer de tripas corazon. O corazon de tripas, dependiendo de lo que falte y de lo que sobre.
- Aceptaria la culpa si se me liberase del castigo; Mas hay castigo seguro, prefiero morir orgulloso e inocente.
Silencio. ¿no sonaba antes la cancion?. Recordo. Compases, fragmentos de lirica suelta. Reconocio que cancion era. Fue, como pudo, hasta el comedor, esquivando restos de comida, botellas vacias y demas esqueletos de la fiesta de la noche anterior. Se oian voces en la cocina. La fiesta aun seguia para algunos. Bien por ellos. Identifico las voces. Eran de los suyos. Los ubico mentalmente, echados entre las sillas de la cocina, sobreviviendo en la trinchera del hedonismo con los ultimos restos de vino y marihuana. Heroicos. Sentia un profundo reconocimiento.
El mareo era incurable. Todo el era un barco a la deriva. Habian soltado las cargas y las tripas se bamboleaban como toneles y muebles sueltos en la tempestad. Un mareo incurable. De todas formas se agacho. Sus dedos temblorosos husmearon como gusanos o caracoles entre las sucias cubiertas de los discos. Con los ojos entrecerrados, evitando todo corpusculo de luz, demoro unos minutos en hallar el disco indicado. Lo saco del sobre. Sintio la estatica en la yema de los dedos. El vello de los brazos tendia hacia el plastico como los girasoles tienden entre si los dias sin sol. Sentia que tenia que ir al baño. A cagar, a vomitar o a morirse.
Pero primero puso el disco.




6 ago 2018

Ya vamos a estar mejor - decia el hombre de traje, los hombres de traje.
Siempre hablaban en primorosos balcones blancos.
O en brillantes atriles de madera pulida
separados de las masas
por una barrera de aire
o por una barrera de carne
o por una valla de acero
o por un conjunto de ceros
Medidas todas muy efectivas, claro.

Lo peor ya paso, ahora viene lo bueno - dijo ese,
el mas bueno de los malos
(o eso dicen de el los diaros)
- Si nada hubiese cambiado,
  estariamos desintegrados,
  como Cuba o Venezuela,
  en absoluto caos
Asi dice el mandatario

Dice que es momento de ordenarnos
de tener fe, de hacer el esfuerzo
y que alegria ver por fin
funcionarios trasparentes
¡con que trasparencia se suben el sueldo!
¡con que trasparencia se cargan al pueblo!
No tenemos dudas sobre su conducta
Son realmente transparentes

Queda mucho por resolver
mucho camino por recorrer
mucho en lo que avanzar
lo cita a Bertold Bretch:
"la utopia es para caminar"

Dicen que hay que esperar
que vamos por el camino correcto
que las inversiones ya estan
que son un hecho
que solo tardan en llegar
y que Roma no se hizo en un dia.

Yo no se cual es el camino correcto
pero si se que el camino al infierno
esta pavimentado de buenas intenciones
¿sabran ellos, desde sus tarimas, desde sus balcones,
que el hambre no espera?
Que el frio no espera
que la peste no espera
que la muerte tiende  a ser mas rapida
que las inversiones extranjeras.

2 ago 2018

La espada de Damocles

Subio el cerro lenta y despaciosamente, dejando pasar segundos entre un paso y el otro, haciendo crujir los guijarros bajo su suela. Las viejas murallas color barro rodeaban el Rancho.
Desde donde estaba podia ver solo una pared, un extraño angulo de celeste descascarado. Celeste como las flores del Jacaranda, penso.
Un Jacaranda, un limonero, una manguera regando el resto del jardin. Todo bajo un sol enorme y eterno, como el cuento de hadas de campiña inglesa. Esto lo pensaba o recordaba, mientras seguia subiendo.
Era un camino casi en espiral. Subia al cerro como si buscase al minotauro en el laberinto. El, que se llamaba Anibal y no Teseo. ¿hacia cuanto no veia el rancho? Llegaba un tiempo en que el tiempo ya no podia contarse por años o por decadas. Se volvia una extension extraña y peligrosa. Un alimento podrido en la heladera, ya irreconocible. Anibal no podia saber cuanto tiempo habia pasado. No queria meterse con ese monstruo, con esa entidad. Podria decirse que le tenia terror.
Para responder su propia preguntra, se dijo a si mismo que no veia el rancho desde "la ultima vez". "La ultima vez", claro. La tautologia infalible que lo salvaba del abismo. No lo veia desde que se habia ido, desde que habia dejado esa vigas y esas columnas para ir al encuentro de esa diaspora-loquero al que el llamaba "el mundo".
Despues se dio cuenta que el mundo era otra cosa. Algo completamente distinto a la mera oposicion de "casa". Cuando se dio cuenta de que habia dejado mucho de su mundo en el rancho era tarde. O mas bien, era lejos. Estaba demasiado lejos como para volver. El tiempo traducido en distancia.
Por fin llego a la cima del cerro. Las paredes del rancho eran solo un poco mas oscuras que el cielo fosforescente de esa tarde. No habia vidrios en las ventanas (donde antes habia cortinas naranjas) No estaba la cerca (la blanca cerca) El limonero (el brillante limonero) persistia solitario, ya sin higuera ni naranjo ni jacaranda, entre una ruina de maleza. ¿ahi habia vivido? Anibal tuvo la sensacion de que habia viajado en el tiempo. ¿no se habria alejado en el tiempo proporcionalmente lo que se alejo en el espacio? Quizas el asfalto y los faroles y la vida del conventillo de Caballito habian ocurrido en un futuro distante. Al alejarse en la distancia, el dia que se marcho, habiase alejado tambien en el tiempo.
Adentro, vio lo que quedaba de los muebles. Una mesa de quebracho putrefacto. Dos o tres sillas de mimbre. No habia rastro de los cuadros. No estaba la mesada de marmol color leche chocolatada. No estaba la cama de los viejos, tan bonita y tan regalo de bodas traida desde españa por su abuela materna. Ni los sillones, ni la comoda ni, vamos, absolutamente nada.
- Y un Carajo - mascullo Anibal en el silencio de la tarde. Encontro su voz, que se perdio en la tarde, como un eco ronco y colerico. Salio al patio de atras esperando encontrar tumbas que no encontro. Imposible saber donde estaban sus viejitos, donde estaba Celia, si es que habia muerto, y donde estaba si es que aun vivia. Las puertas no tenian candado. Anibal encontro un abandono abierto y declarado.
Como esperandolo, sobre la repisa de la sala estaba todavia, aunque polvoriento, el verde nido de Hornero. Anibal sonrio por primera vez en el dia. El nido. Ese nido que tanto lo habia marcado.
- Vos algun dia te vas a ir - le habia dicho Belen. Anibal recordaba el peso exacto de la chica sentada sobre su regazo. Recordaba la tonalidad trigeña de sus trenzas. Pero de sus voz solo le llegaba un eco perdido, casi falso. De sus eternas conversaciones de media tarde casi no recordaba nada. Pero esa si la recordaba. Habia sido en la tapia de las cruces, a unos tres kilometros del Rancho.
- ¿adonde voy a irme yo? - habria dicho el.
- Eso no lo se - dijo ella. - Pero fija que te vas. Vos sos como el Hornero.
- ¿y como es?
- Solo. No es ave de Bandada.
¿fue antes o despues que empezo a considerar al nido como un simbolo de si mismo? Despues. Pero el nido lo tenia desde chico. Regalo de un tio o del amigo de un tio, cazador de pajaritos. Ese nido que parecia una enorme aceituna descarozada.
Y se habia ido nomas. De un dia para el otro, sin avisarla a ella o a nadie. Dejando el nido en el rancho, claro simbolo (el creia) para explicar la partida. El nido en el nido, promesa de retorno. Pero no habia vuelto nunca mas. Primero Buenos Aires y despues una ciudad tras otra. Habia olvidado casi todo pero nunca habia dejado de pensar en el nido de Hornero.
Habia escuchado una vez en el Pilcomayo una leyenda Chorote en donde los horneros querian exterminar a la humanidad dejandoles caer sus nidos, como bombas, sobre la cabeza. Se habia quedado con esta idea del hornero-bombardero, del hornero B-27. Ahora entiendia que era un reproche hacia si mismo. ¿no les habia dejado el el nido ahi, en esa misma repisa, como una bomba o una amenaza?
Supo entonces que no se habian muerto o que, al menos, no ahi. Se habian ido. Todos. Incluso Belen, si es que se llamaba realmente, despues de tanto tiempo, Belen. 
Hacerlos vivir con la constante amenaza de su regreso y con la constante amenaza de no volver nunca. Tal vez habia sido demasiado. Por eso se habian ido. Por eso le habian dejado el nido.
No podia culparlos.
Hace mas de 100 años
Ramon Falcon, jefe de la policia
manda a reprimir con mano de hierro
una manifestacion pacifica del primero de mayo
la policia abre fuego contra una masa
de obreros desarmados.
Mueren 11 obreros. Decenas de Heridos.
Fue un primero de mayo de 1909
Unos meses despues, el 17 de Noviembre
en la esquina de Callao y Quintana
un pibe salta desde las sombras
y arroja una bomba contra el coche de Falcon
A Falcon le dan una estatua justo en esa esquina
le dan varias calles en caballito y recoleta
en chaco, moron, varios sitios
placas conmemorativas
la escuela de policia lleva su nombre
a Radowitzsky lo mandan a Ushuaia
pasa preso veinte años
despues se va a España
a luchar contra Franco

Cien años despues
Los fantasmas de Simon y Ramon
se reencarnan constantemente
es el eterno retorno de la balacera
entre pobres con y sin uniforme


Es siempre la misma historia