Si uno
cruza el campo de noche nunca hay que caminar callado, me recomendó ñor Ignacio.
De lo contrario, se puede tropezar con un alma. Si uno cruza el campo, tiene
que cantar o silbar o conversar con uno mismo, pero siempre haciendo ruido.
Sobre todo, en las noches sin luna, que son las más oscuras. Si se tropieza y
cae, a lo mejor se salva porque no sabe con qué tropezó. Pero si uno mira el
bulto…
- ¿Qué
pasa?
- No
se sabe. Nadie lo ha visto. Pero se han encontrado muchos hombres muertos.
Según
cuenta Ñor Ignacio, tampoco sirve ir con perros o a caballo, porque los
caballos de repente se niegan a avanzar y los perros se echan cuerpo a tierra y
empiezan a ladrarle al mero aire. Hay que estar muy atentos, dice Ñor Ignacio.
Pedro,
que era recién llegado, pensó que los cuentos eran solo cuentos y probablemente
se olvidó del consejo, o no le hizo caso, vaya uno a saber. Lo cierto es que
una noche sin luna lo vieron salir de la pulpería e irse para su rancho
acortando la distancia a campo travieso. Lo llamaron para advertirle, pero él
siguió.
Justo cuando iba a la mitad del recorrido, escucho un llanto. Era el llanto de un Guagua[1]. Cualquiera se hubiera echado a tierra y meta santiguarse, pero Pedro no se imaginó cosas raras. Pensó que era una criatura abandonada, porque a fin de cuenta esas cosas pasan, y busco el origen del llanto. De pronto, vio que había un bulto tirado en el piso. Pensó que era un paquete, pero luego rectifico: era un niño envuelto en mantas. Se apresuro a cargarlo y cuando lo tuvo encima dejo de llorar.
Justo cuando iba a la mitad del recorrido, escucho un llanto. Era el llanto de un Guagua[1]. Cualquiera se hubiera echado a tierra y meta santiguarse, pero Pedro no se imaginó cosas raras. Pensó que era una criatura abandonada, porque a fin de cuenta esas cosas pasan, y busco el origen del llanto. De pronto, vio que había un bulto tirado en el piso. Pensó que era un paquete, pero luego rectifico: era un niño envuelto en mantas. Se apresuro a cargarlo y cuando lo tuvo encima dejo de llorar.
Así lo
cargo todo el camino hasta su rancho.
Cuando
llego el rancho dejo al guagua sobre la mesa y prendió el quinque. Lo preocupaba
que no llorase ni nada. Desenvolvió la manta para verle la cara y entonces vio que
la cara era una cara de ruca[2], de un
viejo deforme. El engendro lanzo una carcajada gutural, y Pedro le vio una dentadura
horrible llena de dientes. Enloqueció.
Lo encontraron
varios días después, delirando en el medio del monte. Vino gente de la ciudad y
se lo llevaron para otro lado.
Ñor Ignacio, que no por nada fue sereno en Quechisla, dice que es normal volverse loco con esas cosas, que el campo siempre es peligroso, que hay que tener cuidado.
Ñor Ignacio, que no por nada fue sereno en Quechisla, dice que es normal volverse loco con esas cosas, que el campo siempre es peligroso, que hay que tener cuidado.
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