2 ago 2018

La espada de Damocles

Subio el cerro lenta y despaciosamente, dejando pasar segundos entre un paso y el otro, haciendo crujir los guijarros bajo su suela. Las viejas murallas color barro rodeaban el Rancho.
Desde donde estaba podia ver solo una pared, un extraño angulo de celeste descascarado. Celeste como las flores del Jacaranda, penso.
Un Jacaranda, un limonero, una manguera regando el resto del jardin. Todo bajo un sol enorme y eterno, como el cuento de hadas de campiña inglesa. Esto lo pensaba o recordaba, mientras seguia subiendo.
Era un camino casi en espiral. Subia al cerro como si buscase al minotauro en el laberinto. El, que se llamaba Anibal y no Teseo. ¿hacia cuanto no veia el rancho? Llegaba un tiempo en que el tiempo ya no podia contarse por años o por decadas. Se volvia una extension extraña y peligrosa. Un alimento podrido en la heladera, ya irreconocible. Anibal no podia saber cuanto tiempo habia pasado. No queria meterse con ese monstruo, con esa entidad. Podria decirse que le tenia terror.
Para responder su propia preguntra, se dijo a si mismo que no veia el rancho desde "la ultima vez". "La ultima vez", claro. La tautologia infalible que lo salvaba del abismo. No lo veia desde que se habia ido, desde que habia dejado esa vigas y esas columnas para ir al encuentro de esa diaspora-loquero al que el llamaba "el mundo".
Despues se dio cuenta que el mundo era otra cosa. Algo completamente distinto a la mera oposicion de "casa". Cuando se dio cuenta de que habia dejado mucho de su mundo en el rancho era tarde. O mas bien, era lejos. Estaba demasiado lejos como para volver. El tiempo traducido en distancia.
Por fin llego a la cima del cerro. Las paredes del rancho eran solo un poco mas oscuras que el cielo fosforescente de esa tarde. No habia vidrios en las ventanas (donde antes habia cortinas naranjas) No estaba la cerca (la blanca cerca) El limonero (el brillante limonero) persistia solitario, ya sin higuera ni naranjo ni jacaranda, entre una ruina de maleza. ¿ahi habia vivido? Anibal tuvo la sensacion de que habia viajado en el tiempo. ¿no se habria alejado en el tiempo proporcionalmente lo que se alejo en el espacio? Quizas el asfalto y los faroles y la vida del conventillo de Caballito habian ocurrido en un futuro distante. Al alejarse en la distancia, el dia que se marcho, habiase alejado tambien en el tiempo.
Adentro, vio lo que quedaba de los muebles. Una mesa de quebracho putrefacto. Dos o tres sillas de mimbre. No habia rastro de los cuadros. No estaba la mesada de marmol color leche chocolatada. No estaba la cama de los viejos, tan bonita y tan regalo de bodas traida desde españa por su abuela materna. Ni los sillones, ni la comoda ni, vamos, absolutamente nada.
- Y un Carajo - mascullo Anibal en el silencio de la tarde. Encontro su voz, que se perdio en la tarde, como un eco ronco y colerico. Salio al patio de atras esperando encontrar tumbas que no encontro. Imposible saber donde estaban sus viejitos, donde estaba Celia, si es que habia muerto, y donde estaba si es que aun vivia. Las puertas no tenian candado. Anibal encontro un abandono abierto y declarado.
Como esperandolo, sobre la repisa de la sala estaba todavia, aunque polvoriento, el verde nido de Hornero. Anibal sonrio por primera vez en el dia. El nido. Ese nido que tanto lo habia marcado.
- Vos algun dia te vas a ir - le habia dicho Belen. Anibal recordaba el peso exacto de la chica sentada sobre su regazo. Recordaba la tonalidad trigeña de sus trenzas. Pero de sus voz solo le llegaba un eco perdido, casi falso. De sus eternas conversaciones de media tarde casi no recordaba nada. Pero esa si la recordaba. Habia sido en la tapia de las cruces, a unos tres kilometros del Rancho.
- ¿adonde voy a irme yo? - habria dicho el.
- Eso no lo se - dijo ella. - Pero fija que te vas. Vos sos como el Hornero.
- ¿y como es?
- Solo. No es ave de Bandada.
¿fue antes o despues que empezo a considerar al nido como un simbolo de si mismo? Despues. Pero el nido lo tenia desde chico. Regalo de un tio o del amigo de un tio, cazador de pajaritos. Ese nido que parecia una enorme aceituna descarozada.
Y se habia ido nomas. De un dia para el otro, sin avisarla a ella o a nadie. Dejando el nido en el rancho, claro simbolo (el creia) para explicar la partida. El nido en el nido, promesa de retorno. Pero no habia vuelto nunca mas. Primero Buenos Aires y despues una ciudad tras otra. Habia olvidado casi todo pero nunca habia dejado de pensar en el nido de Hornero.
Habia escuchado una vez en el Pilcomayo una leyenda Chorote en donde los horneros querian exterminar a la humanidad dejandoles caer sus nidos, como bombas, sobre la cabeza. Se habia quedado con esta idea del hornero-bombardero, del hornero B-27. Ahora entiendia que era un reproche hacia si mismo. ¿no les habia dejado el el nido ahi, en esa misma repisa, como una bomba o una amenaza?
Supo entonces que no se habian muerto o que, al menos, no ahi. Se habian ido. Todos. Incluso Belen, si es que se llamaba realmente, despues de tanto tiempo, Belen. 
Hacerlos vivir con la constante amenaza de su regreso y con la constante amenaza de no volver nunca. Tal vez habia sido demasiado. Por eso se habian ido. Por eso le habian dejado el nido.
No podia culparlos.

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