17 oct 2019

Viaje

Día lluvioso. Esperaba el colectivo en una larga cola que me parecía infinita. ¿acaso había hecho otra cosa que esperar el colectivo? Me parecía que no; Me parecía, en ese momento, que llevaba esperando el colectivo toda mi perra vida.
Pensaba esto y, de repente, el colectivo apareció. Sin dudas, la lógica del sueño. Apenas un segundo antes, estaba seguro que debería esperar el colectivo en esa prisión de lluvia y viento por el resto de mis días y, en cambio, apenas un segundo después, la cola se movía lenta pero sin cesar hacia la puerta del coche.
Cuando estuve a punto de subir, vi el cartel que indicaba el ramal. Era un cartelito cuadrado, ubicado a la izquierda del vidrio delantero del vehículo. Sobre un fondo amarillo, decía en grandes letras rojas:

 San Miguel
Por Av. Campos
Hasta C. Paz

Cuando leí el cartel, algo cedio dentro mio. Un peso. San Miguel, Campos, Paz. Clavado en el sitio, me mantuve mirando el cartel mientras sentia que dentro mio nadaba un cardumen. El cardumen iba y venia, virando bruscamente a la izquierda y a la derecha en un mar azul oscuro. Yo sentia que de un momento a otro el cardumen tomaria una forma clara y precisa que me revelaria el secreto pero, justo cuando estaba por succeder, recibi un pequeño empujon a mis espaldas: Estaba interrumpiendo el flujo de la fila. Mire a mis espaldas y la sensacion de estar soñando volvio con mas fuerza. Una fila que se perdia entre la niebla esperaba detras mio. Tenia que elegir entre subirme o hacerme a un lado. Elegir subir.

San Miguel, Av. Campos, C. Paz. ¿que habia en todo aquello? Sin duda que percibia algo como una figura, cierta conexion insidiosa, una historia que nacia o terminaba, cierto recorrido narrativo que estaba enunciado en aquellas palabras: Miguel, Campos, Paz.

Ya sentado, y despues de atravesar innumerables avenidas (ya estabamos fuera de la ciudad, en un area rural, y la ruta del ramal parecia no tener fin) comprendi de que se trataba. Miguel, Campos, Paz. Ahora se me antojaba clarisimo: Miguel, campos, Paz.

Miguel. ¿Quien era? ¿acaso podía ser otro que aquel que los árabes conocieron como Mikaiyah, y cuyo nombre significa, sea en el idioma que sea, ¿quien como dios?. San Miguel Arcangel, comandante supremo de los ejercitos celestiales segun las tres grandes religiones occidentales. Miguel, el guerrero celestial, la mayor inteligencia militar creada por dios. Mientras atravesabamos callejuelas encharcadas podia ver la figura del arcangel, vistiendo una armadura romana, irguiendose sobre sus poderosas alas de aguila, armado con la lanza en la diestra y la espada llameante en la siniestra, arrojando al abismo a Lucifer y a sus setenta y siete legiones. Sin duda influido por Milton, me representaba, transportado, a millares de angeles, a un verdadero enjambre de querubines, arcangeles y serafines, peleando contra unas pocas legiones de angeles que, si bien muy poderosos, eran forzados a retroceder en un espacio infinito.

Campos. Miguel, campos. ¿que campos? La imagineria Miltoniana me devolvio la respuesta con una logica similar a la que nos lleva a pensar que dos mas dos son cuatro, porque los campos no podian ser otros que los Campos Eliseos, la paradisiaca pradera celestial guardada por el rayo en donde reina el Astro. La imagen, tan clara y nitida como en un grabado del siglo XVII, parecia confirmada por las verdes praderas por las que ahora avanzabamos en linea recta. En algun momento - no tenia idea cuando, pues pensando estas cosas habia perdido la nocion del tiempo de una forma pasmosa - habiamos abandonado la desagradable zona rural para pasar a un paraje de campo abierto. El cielo se habia despejado y, aunque todavia se divisaban nubarrones grises aqui y alla, estas eran atravesadas por calidos rayos de sol.

Campos, los campos eliseos. ¿acaso no era de alli de donde habian expulsado al dragon? Solo los justos podian llegar a el, solo los virtuosos podian permanecer. Aquella limpieza y aquella guerra, ¿no habian contribuido a hacer paraiso al paraiso? Porque, pense, un paraiso solamente es paraiso si se lo mantiene constantemente libre de los infiernos que sin parar surgen en el.

Y despues, al final, Paz. Pax, Ataraxia, Sofrosine; Es decir, cese de la guerra, final del juego, alto al fuego. Acuerdo querido o impuesto para acabar con aquel estado, el fuego, el mar, el cardumen, la tension entre fuerzas que Heraclito concebia como el estado propio de la vida. Pero la paz solo podia lograrse si se llevaba la guerra hasta el final, si se extinguia una de los polos en contraste. Solo si se expulsa al dragon podemos hablar de paraiso.

¿adonde estabamos? ¿acaso podia ver algo? ¿que habia sido del colectivo, que habia sido del cardumen? No podia distinguir nada, ni luz ni oscuridad, ni sentir lo que hasta hacia poco - ¿pero cuanto, segundos, dias, siglos? - estaba seguro que habia sido mi propio cuerpo.

¿Soñaba? ¿acaso era este resplandor ambarino que yo era o en el que estaba alguna especie de sueño? ¿seguia entonces, roncando, en el colectivo? ¿ o antes habia soñado el colectivo y el cartel y los rios y la pradera, y ahora estaba despertando o ya habia despertado del todo?

Poco a poco, sin colores, sin sonidos, sin arriba ni abajo, y siquiera sin moverme, comence a tener la sensacion de estar acelerando - pero no era un movimiento externo sino interno, como una llama que se quema - a una velocidad cosmica, terrible, vertiginosa. San Miguel, Campos, Paz. Supe que en ese mismo momento todo habria de definirse y, entonces, pensé en una cuarta palabra.

Luana. ¿Luana? Si, Luana. Luana o algo parecido. Bien podría haber sido Luciana o Lucia Ana o ¿por que no? Ana o Lana o Luna o Lina o ninguno de aquellos nombres, pero si - sin dudas - una chica de pelo corto y negro con la cual yo habia saltado.

¿saltado? ¿a donde? ¿a donde fue que saltamos, y para que? Ridiculo querer preguntarmelo cuando ya sabia la respuesta. Habiamos saltado, juntos, para caer. Habia sido el salto y como una alarma silenciosa sonando en todo el cuerpo, y luego algo asi como un borron y algo parecido - pero no igual - a esta sensacion de estar viajando cada vez mas rapido, mas rapido, mas rapido. Luana y ahora soy una luz, una mancha, un borron, una linea que es tan solo esta conciencia, este hilo que dice Luana, que dice Salto, que dice Muerte y que dice Para que.

Habiamos saltado. O al menos yo lo habia hecho. ¿lo habia hecho ella? Creia que si, pero no habia forma de saberlo. Yo estaba ahi, entonces habia saltado. ¿pero ella? Me gustaria poder mirar alrededor, poder explorar mis costados (si los tuviera) para distraerme con la posibilidad encontrarla aqui o alla.

Pero no; Se que miento. Miguel, Campos, Pax. Luana no existe. Jamas existio y... aunque haya existido, no existe ahora. Mi viaje continua y se que cuando salga - porque saldre tarde o temprano de este tunel de nada, de este huevo ambar en donde soy y estoy y me retuerzo para nacer - vere el paraiso o vere al dragon.

16 oct 2019

Irreversible

Devastadora, la torre se movio al centro. El publico se dio cuenta quizas antes que el jugador, hecho que se pudo confirmar por el suspiro unanime que exhalaron varios cientos de personas al unisono. Le habian colgado la dama.

- Hasta aqui llego nuestro heroe - dijo el relator.
- La partida, que habia empezado bien, se volco ahora definitivamente a favor del retador - concordo el comentador.

La primera opcion, como siempre, fue mover la dama, amenazada por la torre desde el fondo del tablero. Incluso llego a mover la mano hacia la pequeña figura con diadema, distinta del rey tanto por su delgada silueta como por la falta de la clasica cruz sobre su cabeza. Pero se detuvo apenas pericibio la linea invisible que unia a su reina, a la torre rival y a su propio rey como si de un eclipse se tratara.

Colgada, penso el jugador. La regla, inexorable, lo imposibilitaba de realizar cualquier movimiento con la reina mientras la linea de francotirador de la torre se alineara con el rey a sus espaldas. Iba a morir. Su reina estaba condenada.

Penso en lo que le habia costado llegar hasta ahi, penso en los cientos de rivales derrotados, penso en su racha, aparentemente interminable, de partidas invictas. Habia dado vuelta juegos verdaderamente catastroficos, habia realizado sacrificios legendarios, habia logrado victorias pirricas.

- Gutierrez arranco bien - decia el relator - su apertura fue brillante como siempre, pero en algun momento no vio las intenciones del rival, y ahora...
- Gutierrez venia de una serie de victorias brillantes, quizas demasiado brillantes; Desarrollos limpios con cierres perfectos, pero ahora... - decia el comentador
- Los peligros de la confianza excesiva... - apostrofaba el relator.
- Sorprende este resultado despues de las victorias contra fulano y mengano - se relamia el cinico comentador.

Lo venian elogiando, casi venerandolo, hacia muchisimas partidas; Tal vez demasiadas. Habian comprendido que el destino final de los dioses es morir en una cruz. Es decir, querian que perdiera. Venian queriendo verlo morder el polvo desde hacia rato. El juego necesitaba renovarse, la epoca exigia un pasaje de la antorcha.

- Sin duda la mala suerte - proseguia el relator, mientras Gutierrez, concentrado en los sesenta y cuatro casilleros, dejaba correr peligrosamente su reloj.
- Quizas producto del mal sueño, de la mala alimentacion - se burlaba el comentador ya casi con descaro - Pero no olvide, amigo mio, que esto es ajedrez y aqui nada es aleatorio; Aqui no hay sitio para la suerte.
- Estoy de acuerdo con usted - se corrigió el relator - en que este juego se inscribe, total y completamente, dentro del reino de la causalidad.
- Cada pieza esta donde esta producto de una decision previa
- Todo obedece, sin dudas, a una estrategia finamente elaborada
- Cada movimiento...
- Cada intercambio...
- Un universo absolutamente determinado por la voluntad de dos jugadores
- De dos estrategas...
- De dos dioses...
- Y aqui cabe la metafora de, por supuesto... - decia el relator
- Usted sugiere a los dioses detras de los dioses que mueven las piezas - se le adelanto el comentador.
- Una clara referencia que... - continuaba el relator
- Que sin dudas nos recuerda a... - seguia el comentador

Habia llegado demasiado lejos. ¿que podia hacer? perder la dama, en ese punto, era identico a perder el juego; Perder el juego, en ese punto, era equivalente a perderlo todo. El titulo, el prestigio, el invicto, el honor de la maxima posición. Pero ademas de esto, Gonzales vivia absolutamente de sus resultados. Absoluta y para nada metaforicamente de sus resultados pues, cual personaje tragicomico de novela rusa, al campeon le encantaba apostarlo absolutamente todo en cada uno de sus encuentros. Era tal la confianza que se tenia, la confianza ciega que tenia en su monolitica ciencia para llegar siempre a la victoria que, en cada partida, lo apostaba todo: su casa, sus vehiculos, hasta el ultimo peso de los ahorros. Perder era perderlo todo. No podia permitirselo pero...

- Pero la realidad, es decir, la exacta combinacion de la disposicion de las piezas que quedan - comentaba el relator
- la cantidad de escaques ocupados, la cantidad de libres... - relataba el comentador.
- Diagonales, paralelas, blancas, negras - recitaba el relator.
- La unica verdad, queridos televidentes, es la realidad del tablero - sentenciaba el comentador, seguro de si mismo.

Mientras se miraba el puño de la camisa - una camisa negra y gris, tan cuadriculada como el tablero mismo - Gonzales hacia un esfuerzo descomunal para volver a la realidad. Una pregunta se lo impedia, y era esta: ¿como habia llegado hasta alli? Penso en el inicio de la partida, en la apertura clasica de peon cuatro rey, en el rival (que era blancas) sacando el caballo rey, en su respuesta con la defensa Phildor; Gonzales, que era un jugador prolijo y elegante, siempre preferia Phildor. Buscaba siempre la simetria ya la limpieza del tablero y, ¿acaso su rival no habria, seguramente, estudiado su juego? Un intercambio de peones y caballos habia concentrado la partida sobre D3 y... ¡habia movido la dama a E2 sin tener la cobertura del peon del rey! ¡Era un error catastrofico, un pifie digno de salita de tres! Repasando la partida mentalmente hasta ese punto, Gonzales tuvo ganas de darse un puñetazo a si mismo en el medio de la cara. El rival ya habia enrocado y, por supuesto, aprovecho el error en la jugada inmediatamente posterior: Torre E1. Torre E1 y la reina, crucificada. Torre E1 y la partida irremisiblemente perdida.

- Irremisiblemente perdida - dijo el relator.
- Irremisiblemente perdida - le acepto el comentador
- Irremisiblemente perdida por que, como ustedes saben, queridos teleespectadores...
- Las partidas entre jugadores de tanto nivel no suelen decidirse, siempre lo decimos...
- No suelen decidirse por un grotesco jaque mate sino por...
- Pequeñas variaciones en la correlacion de fuerzas entre los jugadores...
- Ventajas tacticas tan sutiles que son practicamente imperceptibles para el ojo no entrenado pero que...
- Para nosotros se aparecen inmensas...
- Determinantes...
- Implacables...
- Inapelables, porque esa reina...
- Porque perder la reina, la pieza mas poderosa de la partida justamente en una partida asi...
- En una partida asi... es equivalente a...

Ya seguro de su derrota, ya seguro de su pobreza, ya seguro de su estupidez infinita, Gonzales analizaba de vuelta el tablero. No queria, por ningun motivo, mirar la cara de su rival. Se lo imaginaba con una sonrisa compasiva o, peor aun, con una gravedad tan seria como fingida. Sonreia, claro que sonreia. Sonreia aunque no lo hiciera.
Hubiera querido desaparecer. Un rayo, un terremoto, una bala perdida, un ataque al corazon; Cualquier cosa que lo liberase de la responsabilidad de darle un cierre a aquella partida. A rendirse o, peor aun, a continuar la farsa de competencia hasta que...
Y entonces, frente a la realidad de su derrota, Gonzales vio una salida. Tal vez, y solo tal vez... Pero bueno, vamos. ¿que opciones tenia? La logica lo aplastaba. Su unica esperanza era...

- Mueve Gonzales - proclamo el relator.
- ¿El alfil? Alfil... Alfil G4 - declaro el comentador.
- Un manotazo de ahogado - se quejo el relator.
- No hay manera de que... - dijo el comentador.
- Ahora su rival solo tiene que... - dijo el relator
- Efectivamente, le alcanza con eso para... - explicaba el comentador.

El alfil blanco de Gonzales habia subido hasta G4 y amenazaba, a larga distancia, con comerse a la reina rival, posicionada en D8, justo al lado de la torre. La jugada, que le agregaba mas complejidad a la guerra que se desarrollaba por turnos, creaba algo asi como un fuego cruzado. Habiendo perdido la guerra, Gonzales mandaba al ataque absolutamente a todos sus soldados.

Pero el rival, quizas confundido por lo absurdo de la jugada de Gonzales; Despues de todo, la logica dictaba que este ya estaba perdido, que no habia vuelta atras de una reina colgada. El alfil, ademas, le amenazaba la reina de puro guapo, de kamikaze. ¡Ni siquiera estaba protegido! Con un gesto de desprecio, el rival movio su dama directamente ante el irrespetuoso alfil blanco: DamaxG4.

- Naturalmente, una dama jaqueada puede contraatacar - decia el comentador.
- Puede contraatacar a cualquier pieza, la dama, a cualquiera salvo al caballo - decia el comentador.

Gonzales, quien tenia el turno para mover, tambien se habia dado cuenta de que una dama jaqueada podia contraatacar. Y una dama colgada no era otra cosa que una dama jaqueada con un rey atras. Sin perder un instante, Gonzales adelanto su dama hasta derribar la torre de E8, llevandolo en un solo instante, en un solo movimiento, desde la derrota absoluta a una nueva victoria, desde el desprecio absoluto a la lluvia de elogios que ya sentia caer sobre si en forma de aplausos y Ohes y Ahes contenidos, en forma de la desconcertada cara de su rival.

- Una victoria brillante - decia el comentador.
- Una nueva demostracion de que la creatividad de Gonzales para... - decia el relator
- Una muestra de ingenio que sin dudas quedara... - decia el comentador
- Completamente, totalmente, increiblemente - decia el relator.
- Lo cual nos enseña que...
- Los caminos incomprensibles de...
- Las sorpresas interminables que...
- La belleza de este juego reside en...
- Jaque mate.
- Jaque mate en doce jugadas, damas y caballeros.


Lo habia recuperado todo.




12 oct 2019

La zorra, el monje y el mapache


Mientras Basho, el nuevo monje destinado al templo, bajaba y subia por el sinuoso camino que lo llevaba a su destino, un mapache y una zorra lo observaban, ocultos ambos, desde uno de los muchos promontorios que habia en la boscosa region.
La natural proteccion que les ofrecia el peñasco les brindaba el placer doble de observar sin ser observados. El mapache, sobre sus patas traseras y la zorra, comodamente echada sobre su abdomen, seguian con los ojos el paso lento pero seguro del sacerdote.
- ¿cuanto crees que dure este? - pregunto el mapache mientras se sostenia con las manos sobre la cabeza una hoja de arce que habia transformado en una jingasa de hierro con el simbolo del Shogunato, tipica de los samurais.

- Mas o menos lo mismo que los anteriores - le respondio la zorra, sin dejar de menar lentamente la cola. El monje, que llevaba sobre la cabeza un kasa tejido con paja de arroz, con forma de hongo, que le ocultaba el rostro en un cono de sombra, levanto por un segundo la mirada - pues se habia sentido doblemente observado - y alcanzo a ver a ambos animales. Les sostuvo la mirada y descubrio que no hacian ningun esfuerzo por ocultarse. Los ojos del mapache habian quedado ocultos por su sombrero, pero alcanzo a ver los ojos de la zorra, verdes como el jaspe.

- Nam Myoho Renge Kyo - recito entonces el monje mientras renaudaba su paso. Aquella zona era conocida por albergar espiritus malignos. Pronto comenzaria a caer la tarde. No le faltaba mucho para llegar.

Apenas hubo recorrido las habitaciones del templo el monje determino que el lugar llevaba varios meses abandonados. Las hojas habian indundado el pequeño patio interior y el estado del jardin circundante era caotico. Afortunadamente no habia rastros de instrusiones o saqueos. Supuso que la misma reputacion del sitio, que habia causado la desercion de sus predecesores, habia contribuido a mantener alejado a los criminales. Lo primero era barrer el sitio y prender los incensarios.
Mientras el monje realizaba el reconocimiento, la zorra y el mapache habian realizado la apuesta de costumbre.

- A lo sumo tres transformaciones - habia arriesgado el mapache. La zorra, mas segura de si misma, creia que podia lograrlo con solo dos transformaciones. No obstante, tambien dijo tres. El premio era, como siempre, la caza del perdedor, durante un mes entero, para el ganador. Lanzaron al aire un Koban para echar suertes y el mapache obtuvo el primer turno.

A la mañana siguiente, mientras el monje continuaba la limpieza del templo, se presento ante la puerta un simpatico vendedor de medicinas. El hombre, que decia ser un comerciante del lugar, le pregunto al monje si podia ofrecerle algo para comer. El monje habia preparado ya algun alimento para su propio desayuno, por lo cual le ofrecio un cuenco de arroz, un cuenco de sopa y algunas rodajas de pepino encurtido. Mientras comia, el vendedor le confeso que, muy a su pesar, no tenia dinero para pagarle la atencion. Sin embargo, traia consigo unas maravillosas botellas de Sake de Kioto. Con una sonrisa complice, el mercader destapo una de las finas botellas de ceramica y, sacando de su bolsillo dos chokos color terracota y, cuidandose primero de servirse el, le ofrecio luego el otro a su anfitrion.

Pero el monje, que quizas en otro momento habria rechazado el sake siguiendo el quinto precepto, o que quizas lo habria aceptado interpretando el precepto a su conveniencia, habia descubierto que el comerciante era en realidad algun tipo de Tsukumogami, es decir, un ser magico de gran antiguedad con capacidad de transformarse en lo que sea. Si se miraban bien las facciones de su invitado, podian descubrirse ciertos rasgos que recordaban a un animal y, mas precisamente, a un mapache. Quizas era la puqueña nariz, demasiado pequeña para los pomulos, o lo gris del pelo, o el amplio bigote que le caia a ambos lados de la cara. El monje recordo entonces su encuentro del dia anterior. ¿acaso no habia visto un mapache y un zorro en lo alto de un peñasco? Justamente habia sido aquella actitud del vendedor, de servirse avidamente primero a si mismo antes que a su anfitrion, lo que habia levantado las sospechas del monje. Era sabido que los mapaches magicos eran avidos consumidores de sake. La unica forma de que un vino tan fino hubiera llegado a ese paraje remoto era mediante artes magicas.

Comprendió entonces que las huidas de los monjes anteriores se debían, casi sin posibilidad de error, a los embates de aquellos seres sobrenaturales, los cuales parecian reclamar aquella zona como propia. Era sabido que los templos, si eran habitados y mantenidos por un monje, expulsaban de los alrededores a los Obake y tambien a los Yokai.

Amablemente, con una amplia sonrisa en el rostro, el monje rechazo la bebida. Si bien sentia curiosidad por probar el sake magico del mapache, presentia que hacerlo era demasiado peligroso. En el pasado habia escuchado relatos sobre bebidas magicas que lo emborrachaban a uno casi instantaneamente, o que lo volvian estupido o loco por largos periodos. Incluso podia llegar a morirse. Aunque tambien era posible que aquello solo fuese sake comun y que todo fuese una broma del mapache.

El vendedor insistio durante el resto de la tarde para que el monje, de una forma u otra, aceptara al menos un choko de aquel vino maravilloso. Incluso se ofrecio - con evidente mala gana - a regalarle una botella entera si lo probaba. Lo curioso era que, a medida que corria la tarde, era el vendedor quien, a lo mejor para intentar convencerlo - se tomaba un vaso tras otro. Al caer la tarde el vendedor, ya algo ebrio, se despidio alegremente del monje.

El mapache volvio enfurruñado al promontorio donde lo esperaba, burlona, la zorra. El mapache se habia confiado en la fama de borrachos que habitualmente tenian los monjes. El quinto precepto de Buda establecia jamas ingerir comida o bebida que turbara los sentidos y, aun asi, el mapache habia comprobado que la mayoria de los sacerdotes solian consumir sake en forma moderada.

- Parece que te has topado con un abstemio en toda regla - se burlo la zorra.
- Puedes burlarte todo lo que quieras - le respondio el mapache, fingiendo indiferencia cuando en realidad rabiaba por dentro. - Sin dudas que lo lograre en mi proximo intento.
- Es una lastima que no vayas a tener oportunidad, pues ahora es mi turno - dijo la zorra.

 Esa misma noche, mientras cenaba, nuestro monje escucho unos debiles golpes en la puerta del templo. Al mirar a traves del papel de arroz pudo notar la debil luz de una lampara. Otra visita inesperada, penso. Abrio la puerta y por unos momentos lo cego la oscuridad. Casi inmediatamente sus ojos se acostumbraron a la penumbra y se encontro ante una mujer bajita y muy anciana. El rostro de la anciana era un enorme pliego de arrugas que, asi y todo, le daban un aspecto simpatico. La anciana sonrio ampliamente y luego se presento. Su nombre era Komihu, dijo, y era una campesina del lugar que, enterada de que el templo ofrecia nuevamente servicios religiosos, se habia encaminado a recibir la bendicion. Tambien dijo que se disculpaba por lo inoportuno de su llegada a esas horas de la noche; Sucedia que su casa quedaba a buen tramo del templo y habia tenido algunos contratiempos en el camino. El monje, devolviendole la sonrisa - sentia una simpatia natural por los ancianos - le dijo que no lo molestaba y la invito a pasar.

El espacio en el que el monje habitaba dentro del templo era reducido, apenas una pequeña celda. Komihu no pudo evitar ver el cuenco de arroz y los encurtidos de pepino y nabo. El monje, al notar esto, le dijo que si gustaba podia ofrecerle algo de comida y que, por supuesto, tambien podia pasar la noche en el templo si le era demasiado tarde para regresar. La anciana puso algunas reticencias pero finalmente termino aceptando ambas invitaciones.

Mientras comian esta le fue narrando al monje los pormenores de su vida. Siempre habia sido pobre, habia llevado una vida en extremo dificil. Hacia tiempo que arrastraba una penosa y larga enfermedad y, segun decia, estaba cansada de vivir.

- A decir verdad, honorable Bonzo - le confeso la anciana - estoy aqui para que usted me ayude a terminar con mi vida. De niña escuche que ustedes los monjes conocen todo tipo de medicinas y tambien... algunos venenos. No quiero volver a mi vida de privaciones, asi que le pido que me proporcione alguno que sea lo mas indoloro posible.

Mientras la escuchaba, el monje comprendio: Se trataba de una nueva prueba. Mientras la anciana habalaba no habia podido evitar reparar -quizas con la ayuda de los cielos- en un pequeño cascabel que asomaba por entre la manga del kimono de la anciana. Mientras asentia y fingia deliberar, Basho en realidad pensaba en las circunstancias. ¿no era raro que aquella anciana se le hubiese aparecido en plena noche? Ella se habia justificado para esto pero ¿acaso era cierto que hubiera aldeas a media jornada del templo, cuando el mismo habia viajado dias y dias desde que habia atravesado la ultima aldea? Aquel era un paraje remoto y - ahora se daba cuenta - no habia forma que los aldeanos de cualquier cercana se hubiesen enterado tan rapidamente de su presencia en el templo, sencillamente porque no se habia topado con ninguno.

No dañar a ningun ser viviente salvo para salvar la propia vida era el primer precepto, y sin dudas el mas importante, de los que debian seguir los que integraban el Sangha. Fuese la anciana Komihu una nueva impostura de algun espiritu maligno o fuese una pobre mujer sin ganas de vivir, de ninguna manera podia ayudarla.

Llenando su corazon de sagrada compasion, le explico a aquella mujer - o lo que fuese - que no le recomendaba el suicidio de ninguna forma, puesto que hasta la vida mas dificil podia servir para el perfeccionamiento de la propia alma y tambien para ayudar a otros, pero que si aun asi estaba determinada a suicidarse, el no podia ayudarla a hacerse daño de ninguna manera.

La sinceridad y la buena voluntad en las palabras del monje parecieron impresionar a la anciana, la cual parecio sentir verdadero arrepentimiento de sus ideas anteriores. Terminaron de comer en un respetuoso silencio y luego el monje se dedico a improvisarle a Komihu un jergon en una de las salas del templo.

Basho paso la noche en profunda meditacion. Comprendio que si queria permanecer en ese templo cumpliendo el destino que le habia sido encomendado debia preparar su espiritu para soportar cualquier embate, cualquier tentacion. Por la mañana comprobo, sin sorpresa, que la anciana habia desparecido sin dejar rastro.

Grande fue la alegria del mapache cuando vio volver a la zorra sin el orgullo con la que la habia visto partir.

- Al parecer el sentido del deber de nuestro amigo es mas fuerte que su compasion - canturreaba el mapache, aprovechando su turno para burlarse. La zorra, mas altiva que de costumbre, paso a su lado sin dignarse a contestarle. Ahora - penso el mapache restregandose sus patas delanteras - tengo una segunda oportunidad que no puedo dejar escapar.

El mapache tenia ya preparada su jugada, pero asi y todo decidio dejar pasar un par de dias. Sabia que los dos ultimos intentos se habian succedido uno detras del otro y que habia que dejar correr el tiempo si queria atrapar al monje con la guardia baja. La zorra, aparentemente apatica, aprovecho no obstante estos dias de calma para espiar al monje en su dia a dia.

Pese a sus intenciones iniciales, el mapache era una criatura impaciente y su propia ansiedad lo llevo a actuar apenas una semana despues de la llegada del monje. Eligio para su acometida una calurosa noche sin luna, en la cual las sombras envolvian todas las cosas en oscuras y borrosas telas de gasa.

Agazapado tras un matorral, espero a que el monje saliera del templo a hacer sus necesidades, y entonces le salio al encuentro bramando y hechando fuego por los orificios de la nariz. Se habia transformado en un horrendo Tengu, un demonio con un temible cuerpo de guerrero en armadura y con una monstrusa cabeza de pajaro con pico de halcon, sobre los hombros.

El monje sufrio al instante el impacto del encuentro. Pero como era valiente por naturaleza, resistio el impulso primario de darse a la fuga; Accion inteligente ademas de valerosa, pues es sabido que no hay nada mas efectivo para desatar el terror en el corazon que darle la espalda a un ser pesadillesco. Serio y contraido, el monje se encaro con la faz rojiza y humeante del demonio. Al ver que su adversario no huia - el mapache habia contado con esto - el tengu desenvaino dos monstruosas espadas y dio algunos pasos hacia el sacerdote, mientras daba un aterrador bramido acompañado por fuertes rafagas de viento.

Basho dio un paso atras - pero solo uno - y ahi se detuvo. ¿Seria esto tambien una treta del Tsukumogami? Si lo era, habian ido demasiado lejos. Hacerse pasar por una anciana o por un mercader era una cosa. Tomar la apariencia de un demonio del viento era, sin dudas, pasarse de la raya. Tambien cabia la posibilidad, pues se hallaba en las montañas despues de todo, de que aquello fuera un verdadero Tengu. En ambos casos, solo cabia una cosa por hacer.

El monje esquivo al demonio lanzandose hacia un costado y luego, de dos o tres saltos, se metio dentro del templo. Corrio hacia el altar de la deidad y acelerada pero respetuosamente tomo del atril una Shirasaya. Cuando volvio a salir se encontro, frente a frente, con el demonio humeante. El monje, que en su juventud habia tomado clases de kendo, desenvaino rapidamente su hoja y levantando la espada, adopto su postura: los pies ligeramente separados, la espada tomada con ambas manos a la altura del rostro. La mano izquierda seguia la linea central del cuerpo, mientras que la derecha se cerraba en un puño a la altura de su nariz.

- Hidari hanmi, hasso no Kamae - murmuro. El filo apuntaba directamente al enemigo,  y  Basho imaginaba, tal como le habian enseñado, una linea circular imagiaria a unos treinta centimetros de su pie izquierdo. Lo esperaba. Si el tengo atravesaba esta linea, el golpe descenderia como un rayo sobre su hombro o sobre su cabeza. Espero unos segundo que le parecieron muy largos; Pero el Tengu, que hace unos instantes parecia decidido a aterrorizarlo, ahora daba la impresion de dudar. Basho en cambio ya no dudaba de que se trataba del Tsukomogami: un verdadero demonio habria atacado sin duda alguna.

- ¡Has! ¡Kotsu! - grito Basho, y realizo una finta mientras daba un paso adelante. Asustado por la fiereza del monje, el mapache habia retrocedido. Era increible que un religioso adoptase esa postura beligerante. Mas que un bonzo, parecia un ronin. ¿que hacer? ¿debia atacarlo? La espada en lo alto y la mirada fija del sacerdote, que lo esperaba de frente y sin miedo, alzandose como un arbol (el mapache se sentia empequeñecer momento a momento) lo disuadia de una verdadera pelea. Mas alla de su apariencia demoniaca, que era pura ilusion, era un mapache de carne y hueso. Un golpe de aquella espada podia matarlo sin duda alguna.

El monje dio un paso, y luego otro, hacia el mapache. Este dudo un instante y luego, de un salto y todavia en forma de tengu, se interno en el follaje, perdiendose inmediatamente de vista. Basho aguardo todavia un instante y lentamente envaino su espada.

Encaramada en lo alto de una encina, la zorra habia observado toda la escena, no sin deleite. Sin dudas no iba a ser tarea facil deshacerse del sacerdote. Estaba claro que era honrado, recto y valiente. La zorra penso que el mapache estaria en esos momentos furioso y avergonzado, y estuvo tentada a ir a buscarlo para no perder la oportunidad de burlarse de el y de restregarle en la cara su segunda derrota. Pero no lo hizo.

Aunque el monje sea valiente - penso la zorra - y sea recto, y sea honrado, es al fin de cuentas un humano, y todos los humanos tienen puntos debiles. Y el punto debil de muchos hombres - pensaba la zorra mientras se deslizaba hacia el suelo por el tronco del arbol - y sobre todo de los hombres religiosos, suelen ser las mujeres. Mientras caminaba hacia la puerta del templo, la zorra abandono progresivamente su pelaje y sus garras, sus colmillos y sus orejas puntiagudas. Su pelo colorado se transformo en un maravilloso kimono de seda del mismo color, y su pelo blanco en unas sandalias de madera. El resto de su cuerpo se transformo en una hermosisima mujer joven. De la zorra solamente habian permanecido los ojos verdes como una esmeralda.

La zorra golpeo la puerta y se presento ante el sacerdote como una artista ambulante. Declaraba haberse perdido en la montaña y le solicito, con voz lastimosa, que le permitiera pasar la noche en el templo. El monje, que ya habia tenido bastante con el tengu, reconocio inmediatamente el verde de los ojos de la zorra - los cuales habia el primer dia - en los ojos de la muchacha; Lo cual, sin duda, fue una suerte para el pues, de otro modo, no habria resistido a los encantos de la muchacha - que era realmente preciosa - quien empezo a insinuarsele primero de forma velada, luego de forma clara y precisa, con todas las armas de seduccion que tenia preparadas. Habia comenzado por, alegando que hacia demasiado calor dentro del templo, quitarse el kimono. Debajo de este llevaba unas prendas menores que apenas le cubrian el busto y la entrepierna. Esta falta de decoro, que escandalizo al monje, fue tomada por la chica a modo de guasa. Habiendo empezado con tan buen pie, la zorra estaba segura de su victoria y, sin embargo y contra todo pronostico, para cuando toco el alba del dia siguiente, la chica se tuvo que despedir de su anfitrion sin poder habido seducirlo.

Una vez solo, el Monje se dedico a finalizar los arreglos del jardin y a terminar de barrer el patio interior. Paso el resto de la tarde primero cortando leña para los proximos dias, y luego meditando. Contaba con que, despues de todo aquello, los Tsukumogamis se dieran por vencidos. Oro y oro durante horas, hasta casi entrada la noche.


Esa misma tarde, y mientras Basho buscaba la iluminacion, la zorra y el mapache se hallaban de vuelta en un promontorio boscoso.

- No es normal que un hombre adulto pase toda la noche sin sentirse atraido por una hembra joven - le decia la zorra al mapache (que se revolcaba de risa sobre un monton de hojas de arce).
- Tal vez sea que tu cara era horrible o que apestabas a orina - se burlaba este.
- No seas estupido. Mi transformacion fue perfecta. Una cara hermosa, casi una copia de Izanami sama. Piernas largas y esbeltas, ojos grandes y oscuros, piel blanca como el marmol, sin macula.
- ¿y la vestimenta? ¿no te habras presentado cubierta de harapos no? ji ji ji - continuaba burlandose el mapache. Por toda contestacion la zorra le lanzo un bufido, y estaba a punto de darle un mordiscon cuando el mapache dejo de reirse y de un salto se encaramo en un arbol, adivinando sin duda las intenciones de su compañera.
- Bueno, bueno - dijo el mapache con animo tranquilizador - no tiene caso que nos indispongamos entre nosotros solo porque hasta ahora no hemos tenido exito. Creo que sabes, tan bien como yo, que si fallamos en el proximo intento seremos nosotros los que  tendremos que abandonar esta region que nos es tan querida.
- Esta claro que no podemos asustarlo o espantarlo, y tampoco engañarlo para que rompa sus votos - dijo la zorra mientras todavía pensaba en lo impecable que habia sido su metamorfosis.
- Ni roba ni bebe ni le teme a los demonios - se quejo el mapache
- Ni se deja embaucar como cualquier hombre - se quejo la zorra.
- Podriamos combinar nuestros esfuerzos - le sugirio entonces el mapache. La zorra, sin embargo, se nego aduciendo que una vez que dos seres magicos como ellos realizaban una apuesta, los dioses no consentian en trampa alguna. - No - decia la zorra - tu tienes un intento mas, puesto que has sido mas atrevido en tus predicciones. Yo, por el contrario, todavia tengo dos. Y el siguiente turno es tuyo.
- Bien - le respondio el mapache, contrariado por su dificil situacion - eso solo significa que esta vez debo lograrlo a como de lugar.
Ambos se separaron y, cada uno por su lado, pusieronse a pensar la mejor manera de utilizar sus oportunidades restantes.
El mapache, que era de esas personas que utilizan siempre sus mejores armas, ya habia utilizado sus cartas preferidas. Su forma de Tengu era sin dudas su carta de triunfo. Con ella habia conseguido espantar a incontables personas. Su otra forma preferida, la de comerciante o borracho o jugador, tenia muchas variaciones pero el tipo de engaño - lograr que su victima beba o robe o cometa algun acto moralmente bajo - era basicamente el mismo, y no funcionaria con aquel monje. Como era un mapache macho, no tenia la ductilidad ni la habilidad de adoptar una seductora forma de muchacha. En esto la zorra lo aventajaba bastante. Todas la ideas que se le ocurrian al mapache eran siempre variaciones de sus primeros dos fracasos. Penso durante toda la noche y durante casi todo el dia siguiente y, para cuando nuevamente la diosa Amaterasu volvia a su cueva, tuvo una buena idea.

La zorra, por su parte, se habia echado al sol a tomar una siesta y, mientras le llegaba el sueño, habia repasado sus encuentros con el monje. Luego de repasar concienzudamente sus impresiones de ambos encuentros, concluyo dos tres cosas. La primera, que aquel monje era especial y diferente del resto de los monjes que habian embaucado en esos años. Segundo, que aquel monje le gustaba enormemente y, tercero, que no estaba tan segura de querer ahuyentarlo de alli. Asi y todo, tampoco estaba dispuesta a abandonar ella misma aquel paraje al cual habia llegado a acostumbrarse; Por lo que, fiel a su modo de ser - propio de un ser que habia vivido ya varios siglos - decidió que esperaria hasta la resolución del intento del mapache para decidir que haria ella misma.

El plan del mapache y su posterior fracaso ocurrio como de la siguiente manera: al mapache se le habia ocurrido que una buena forma de hacer desistir al monje era haciendole la estancia insoportable. Para esto realizo el viejo truco de aumentar y aumentar el tamaño de sus testiculos hasta darles la forma de dos enormes tambores, con los cuales esa misma noche comenzaria a tocar de forma ininterrumpida, acompañado por su estridente voz. Su objetivo era no dejar dormir al monje ni siquiera una sola hora. Dado que el mapache tocaba desde una frondosa rama de abedul, la cual quedaba fuera del alcance del monje, este no podia localizar de donde venia exactamente el insoportable golpeteo.

Y si bien es cierto que finalmente el mapache fracaso, tambien es cierto que - hay que decirlo para hacerle justicia - estuvo muy cerca de tener exito pues, durante las primeras noche, Basho casi no pudo pegar un ojo. Cuando ya le era imposible intentar conciliar el sueño, se dirigia a la sala del templo a meditar. Si lograba alcanzar un estado de paz interior, ignoraba por completo el sonido de los tambores. Si no lo lograba, no tenia alternativa que salir a caminar. Penso en dormir en las montañas, pero el molesto sonido parecia acompañarlo, como si se tratase de una maldicion, a donde sea que se dirigiese.

Lo que estropeo el plan, aparentemente perfecto, del mapache fue que, con el correr de los dias, el monje terminaba por acostumbrarse al sonido de los tambores, y al cabo de cinco dias acabo quedandose dormido en pleno recital. La unica respuesta posible del mapache era aumentar la fuerza con la cual golpeaba los tambores de manera de despertar al religioso. Todo el asunto acabo convirtiendose en una batalla de desgaste, batalla que ganaria el que tuviera mayor paciencia y restencia; Y dado que los tambores del mapache no eran otra cosa que sus propios testiculos, los cuales golpeaba dia y noche cada vez mas fuerte, el animal empezo a sentir con el correr de los dias un creciente dolor en las partes bajas. Cuando una noche el monje no solo no parecia molesto por los tambores, sino que incluso empezo a acompañar la melodia con su shamisen, el mapache supo que su estrategia habia fracasado.

Asi y todo, el mapache no queria creerlo. Se rehusaba a aceptar su derrota, se rehusaba a abandonar aquella region montañosa y, sobre todo, se rehusaba a perder ante su eterna rival. Por todo esto el mapache continuo y continuo golpeando los tambores con todas sus fuerzas, hasta que el dolor fue demasiado para el y cayo desmayado.

El mapache estuvo durmiendo toda la noche, y tambien el monje, que comprendio que habia superado una nueva prueba. Algo en su interior le decia que, de algun modo, ya no tendria tantas molestias.

Por la mañana, apenas desperto, el mapache acepto su derrota. Junto sus pertenencias en un paquete y se lo ato en la espalda. Mirando a su alrededor, comenzo a alejarse. Le hubiera gustado despedirse de la zorra, aunque esto significara declararse vencido ante su rival. De todos modos, esta no aparecia por ningun lado. El mapache comprendio que la zorra no queria despedirse de el. Nunca habia sido, es cierto, muy afecta a desplegar sus emociones. 

De todos modos - pensaba el mapache mientras emprendia su marcha - lo importante ahora es encontrar un nuevo sitio para vivir. Hay todo un mundo alla afuera. Buscare un sitio libre de templos y de monjes.

Desde lo alto del promontorio, la zorra miraba, pensativa, alejarse a su compañero de tantos años. Lo miro alejarse por un largo rato hasta que, finalmente, el pequeño punto gris que era el mapache se perdio de vista definitivamente. Durante un buen rato, la zorra siguio mirando el horizonte. Finalmente, muy lentamente, se incorporo. Trepo a un arbol y luego a otro y asi, dejandose caer como una cometa, comenzo a descender hacia el templo.

Tenia una oportunidad mas, una transformacion mas. Si fallaba, tambien tendria que irse. Pero - la zorra comprendio - solamente si fallaba. ¿tenia realmente que fallar? Comprendio que solamente fallaria si lo intentaba. ¿tenia que intentarlo?

Cuando Basho abrio la puerta, se encontro nuevamente con los dos pequeños fuegos verde jaspe. Sentada en el suelo, la zorra lo miraba en su verdadera forma, agitando suavemente sus tres colas.

- Para serte sincero - le dijo el monje - estaba deseando que volvieras.
- La ultima vez te mostraste muy frio conmigo - le dijo la zorra.
- ¿Quieres, esta vez, decirme tu verdadero nombre? - dijo el.
- Solamente si me permites quedarme - le respondio ella.


3 oct 2019

Ponurá

Como siempre, lo escuche venir. Hacia mucho ruido el torpe. Como si no le importase. Apague la luz y lo espere. Agazapado, pegado al marco de la puerta, lo espere. La luz del pasillo me dejo saber, gracias a la sombra que el torpe proyectaba, el momento exacto en el que intentaba trasponer el marco. Apenas vi el piecito de madera asomarse dentro del cuarto, aprete bien fuerte el bate de beisbol que siempre llevaba conmigo. Realize un ligero swing y golpee con todas mis fuerzas.
El golpe conecto tan bien que fue casi como golpear el aire. El torpe, hecho como estaba de madera y caucho, salio despedido por la fuerza del impacto. Derribarlo era tan facil como eso. 

El torpe, por supuesto, no era la forma correcta o verdadera de llamarlo. Investigando, a traves de los años, me habia enterado que a aquel muñeco animado se lo conocia como Ponurá. Al parecer lo habian visto en varios lugares del mundo, siempre persiguiendo y acosando a algun pobre diablo, que en este caso era yo. No sabia de donde venia ni por que me seguia. Si tenia bien claro, en cambio, que era lo que queria. Aquella cosa venia a matarme. Habia venido a matarme hace años y al parecer seguiria viniendo hasta cumplir su cometido o hasta que yo acabase definitivamente con ella.
Varias veces, sobre todo al principio, cuando todavia estaba aterrado de el, habia intentado hablarle. Queria saber que razones tenia para torturarme asi. ¿lo enviaba un brujo? ¿era un demonio? ¿o un angel? ¿tenia algun sentido o era un absurdo azar el hecho de que me acosase como lo hacia? Preguntas todas que quedaron en la nada, porque jamas contesto a ninguna de ellas. Bueno, en realidad, una sola vez hablo. Fue aquella vez que, en un caluroso y destartalado hotel del Cairo, consegui atraparlo en una red de pesca con la que habia montado una ingeniosa trampa en el baño, en donde fingia bañarme. Una vez que lo tuve atrapado, le puse encima una pesada biblia y lo sumergi en la bañera que ya tenia preparada. En esa epoca todavia pensaba que dado que aquella cosa se movia y parecia tener voluntad, tenia que estar viva y, por lo tanto, respirar. Cuando, al cabo de media hora, note que seguia moviendose y forcejeando debajo del agua, pase al plan B, que consistia en sacar el agua de la bañera y reemplazarla por un litro de bencina. Fue precisamente el momento en el que habia terminado de empaparlo en el combustible y me disponia a arrojarle un fosforo el que el Ponurá eligio para hablarme. Fue casi un chillido, rapido y que termino de pronunciarse cuando ya el cuerpo ardia en llamas. Fue un grito furioso y desesperado. 
- ¡grabi nba mag ani! 


Eso fue lo que grito, o al menos algo que sonaba como eso. 
Volvi a encender las luces y, bate en mano, camine hacia donde habia aterrizado el Ponurá. El golpe lo habia alcanzado a la altura del pecho, abollandole toda la zona. La cabeza, que tambien habia recibido parte del golpe, se le habia desprendido del cuerpo y habia volado a dos metros del cuerpo. Comence entonces, segun mi costumbre, a molerlo a palos. La madera de la que estaba hecho el maniqui se parecia al pino. Tenia un olor a crudo, como si recien hubiese sido tallado. Nunca media menos de treinta centimetros, y nunca, volviera como volviera, mas de un metro. Me alcanzaron los habituales veinte o treinta golpes para convertir al maniqui en una papilla de madera quebradiza. 

Luego de años y años destruyendolo (volvia varias veces por mes, dos o tres, e incluso podia llegar a volver al dia siguiente de haber sido completamente reducido a cenizas) habia comprendido que aquella cosa que construia y habitaba esos muñecos que se me acercaban con toda la intencion de matarme era en realidad un ser sutil e intangible, un maligno espiritu hecho de eter que no tenia mas cuerpo fisico que los que el mismo se construia.

Seguro de que ya le era imposible moverse, descubri a escasos metros del cuerpo el cuchillito, pequeño y como de juguete pero filoso como un bisturi, con el que seguramente tenia intenciones de cortarme la carotida. Habia aprendido en carne propia que no tenia que dejarme llevar por su tamaño, por su debilidad fisica y por su aparente torpeza, pues esta era solo fisica, quizas producto de las dificultades del espiritu para animar la materia. Varias ese ridiculo muñequito habia estado a punto de matarme. Lo habia intentado todo: envenenar mi comida, pincharme con algun toxico mientras dormia, asfixiarme con una almohada, desangrarme como a un pollo cortandome alguna arteria. Incluso habia intentado dispararme. Sus debilidades eran compensadas por su mefistofelica inteligencia y por su aparentemente inquebrantable voluntad para cumplir con su cometido. Era debido a esta voluntad que yo debia vivir escapando de un sitio a otro.

Albergaba la esperanza, y todavia lo hago, de que al modo del inmortal de Borges, hubiera en algun sitio un rio (o una montaña, o un sol, o un valle, o lo que sea) a traves del cual aquella cosa no pudiera seguirme. Hasta ahora me habia seguido el rastro a traves de desiertos y selvas, de grandes ciudades y de aldeas perdidas en la montaña o la tundra. Me habia seguido cuando cruzaba el oceano en un avion o cuando volvia a salvar la distancia en un largo viaje en buque. 

Con cuidado, tome la cabeza ( una cabeza cilindrica como el corcho de una botella) entre el indice y el pulgar, y la gire para encontrarme con lo que eran los ojos de mi enemigo: apenas dos cuencas poco profundas talladas en el corcho. Me indignaba que el Ponurá tomase esa forma antropomorfica.

- No sos humano, ¿entendes? - le dije, sin estar seguro de si me oia o si ya habia abandonado ese cuerpo - No sos nada.
Me incorpore y, haciendo gala de mi punteria, le aseste el ultimo golpe con el bate, que practicamente le desintegro aquella cabecita de corcho, dandole tambien al piso, lo cual ocasiono un molesto rebote que me hizo temblar los brazos y el cuello. Habia terminado, nuevamente, con el Ponurá. Destruirlo me proporcionaba siempre un alivio instantaneo, un sentimiento de casi felicidad que se habia convertido, a traves de esos años, en el unico tipo de felicidad que podia experimentar. La larga lucha del Ponurá se habia vuelto, luego de tanto tiempo, tambien mi lucha. Su motivo era tambien, de alguna forma morbosa y rebuscada, mi motivo. Aquello buscaba matarme y yo buscaba matarlo a el. Matarlo o, lo que es lo mismo, no dejarme matar, se habia vuelto el motivo de mi existencia; Era lo que me llenaba, lo que me hacia feliz.  Si hubiera algun marcador entre nosotros, era obvio que hasta el momento mi victoria era aplastante.

Aunque esto ultimo me consolaba en mis momentos oscuros, de ninguna forma se me escapaba que al torpe le alcanzaba con un solo tanto para ganar, al final de cuentas, el partido entero. ¿cuanto tiempo mas continuaria ganando? ¿por cuantos años, por cuantas decadas, tendria yo la fuerza y la voluntad para seguir huyendo? Mi peor temor era encontrarme viejo y debil, o directamente senil, babeando en una silla de ruedas, o vegetando en un cama de hospital, mientras veia (o no veia, pero de algun modo sentia) acercarse al pequeño muñeco, a aquel diabolico mecanismo de relojeria. 

- Rendite - me dijo una voz ironica y caustica, una voz que buscaba herirme en lo mas profundo de mi ser, una voz que buscaba desanimarme, desmoralizarme, entregarme al vacio. Por un instante crei o quise creer que se trataba de la voz del Ponurá, de la verdadera voz del espiritu maligno, pero luego comprendi que aquella voz, horrenda, burlona, despreciable, era la mia propia.

Senti como, en algun lado, el temible Ponurá se reconstruia de nuevo, tomaba forma, encastraba sus ridiculas piezitas de madera, tallaba sus cuencas y luego - donde sea que estuviese, cerca o lejos - se ponia de pie y emprendia la marcha, de vuelta, una vez mas, una y cien mil veces mas si era necesario, para matarme, para acabar conmigo.




1 oct 2019

Los Ratones Felices


— ¿Seguro que puedo mirar, señor?
— Por supuesto, Andy. Debes hacerlo.
El león dejó caer la zarpa que cubría sus ojos. Me miró, entre receloso y atemorizado.
— No tengas miedo, Andy. Es allí donde debes mirar -señalé la caja sobre la mesa-. Eres un león bravo, Andy. ¿No dirás que le temes a un ratoncito inofensivo?
— No, señor -dijo Andy, un poco más seguro de sí mismo. Se sentó rígidamente sobre sus patas traseras y miró hacia la caja. Yo fui apretando en orden una serie de botones; algunas luces se fueron apagando, otras realzaron la iluminación de la mesa y especialmente de la caja, cuya tapa se abrió con un movimiento de resortes que produjo en Andy un ligero estremecimiento; y del interior brotó una especie de selva de trapos y cartón pintado.
— Observa bien, Andy. Ahora verás al Ratoncito Feliz.
Después de unos instantes apareció el ratón, olisqueando y tratando de roer el cartón que simulaba un árbol. Miré al león de reojo; estaba tranquilo y seguía la escena atentamente.
El ratoncito cobraba confianza y se movía alrededor de las burdas construcciones de la caja; por instantes desaparecía entre el follaje, luego su cabecita feliz volvía a emerger mostrando la sonrisa indeleble, de oreja a oreja.
— Observa bien, Andy, y ten en cuenta que es sólo un ratón.
Apreté otro de los botones del panel, que tenía junto a mi rodilla derecha. Entre el follaje apareció una especie de soldadito de juguete, un cazador con una ametralladora de juguete. El ratoncito comenzó a bailotear alrededor del muñeco. El cazador giraba, como buscando apuntarle. De pronto sonó una ráfaga de metralla. Las balas perforaban el follaje pintado, aquí y allá. En algunos lugares surgían lenguas de fuego que dejaban un olor a trapo quemado y luego se extinguían. Andy movía la nariz con inquietud y era sacudido por breves estremecimientos, pero no apartaba la vista de la escena.
Por fin, una serie de balas alcanzó al Ratoncito Feliz, quien dio algunas volteretas y cayó entre los trapos pintados de verde. Moví algunas llaves y me levanté. Andy había vuelo a taparse los ojos con la zarpa derecha.
— Mira, Andy -díje. Había ido hasta la caja y levantaba el menudo cuerpo acribillado, tomándolo por la punta de la cola-. Debes mirar.
Andy miró.
— Acércate, muchacho. No hay ningún peligro.
Andy se acercó lentamente.
— Observa con atención. ¿Puedes decirme lo que ves?
Andy carraspeó, un poco más animado.
— Veo que el Ratoncito Feliz conserva su sonrisa, señor.
— Muy bien, Andy. ¿Y sabrías decirme por qué conserva su sonrisa?
— Porque ha muerto en el cumplimiento de su deber -dijo Andy, repitiendo cuidadosamente la lección-. No hay mayor felicidad que morir cumpliendo el deber que señala la ley.
— Muy bien, Andy -aprobé, y le di un terrón de azúcar-. Creo que pronto estarás listo para volver a la selva -agregué-. ¿Tú qué opinas?
— Espero que usted tenga razón, señor.

* * *

Sue. Sue. Sue. Este nombre me atormentaba. Hacía días que lo llevaba en la mente; surgía de improviso; y más que el nombre, sin resonancias ligadas a ninguna imagen concreta, me provocaba una creciente inquietud todo un entorno borroso, confuso, que lo envolvía. Hasta sentía ganas de llorar. Sue. Sue. Sue. “Tal vez” -me dije- “tal vez hace demasiado tiempo que no visito a las primas gatas.”

* * *

Un hombre pensativo contemplaba la maravillosa puesta de sol a través del amplio ventanal del piso 17 de la Oficina de Planificación. El sol aparecía apretado entre los gruesos nubarrones y el mar, un fragmento chato de moneda hinchada al rojo vivo. En primeros planos la atmósfera se había coloreado como en una serie de telones de distintas densidades, produciendo un rojo-rosado-violáceo realmente imposible, una figura más bien oval con el sol sobre el extremo inferior izquierdo. Luego había distintos tonos de violeta, hasta un violeta oscuro casi negro; y verde y dorado salpicando en distintos puntos, aliviando un poco las tensiones del paisaje. Los nubarrones, negruzcos, lejos del sol, formaban un techo sobre la ciudad.
— ¿Preocupado por la tormenta? -era la voz de Teo. El hombre pensativo no se volvió.
— No -respondió-. No es la tormenta. Sabes, aumentan las noticias en forma estadísticamente alarmante. Evidentemente hay una falla en la producción de Kcrem.
— Un 0,4% no me parece en verdad alarmante -murmuró Teo, mirando los papeles.
— No lo sería, si no se hubiese alcanzado un grado de eficacia de 99,9999%. -Frank, el hombre pensativo, dejó el sillón y se volvió hacía el otro-. Es grave -agregó.
— Después de todo -murmuró Teo- tal vez nada de esto haya tenido nunca ningún sentido.
— Bueno, nos pagan por nuestro trabajo.
— ¿Te has comunicado con Kcrem?
— Sólo notas sutiles, que han respondido con la misma cautelosa mesura. Pero creo que se impone una entrevista con el Gordo.

* * *

Elmer bailoteaba en mi bolsillo, mientras yo me preguntaba por qué y una vocecita apenas audible musitaba de tanto en tanto “Sue, Sue, Sue” en mi mente. Como si alguien me aferrara de los brazos y me fuera guiando hacia donde yo no quería ir, los pasos me llevaron hasta la estación policial. Sin embargo, seguí de largo. Luego regresé. Elmer se puso tenso. Lo acaricié con la mano derecha, como pidiéndole perdón por mi falta de voluntad.
El agente me recibió de manera amable. Me preguntó nombre, clase, dirección y todo el formulismo de rigor. Anotó cuidadosamente los datos en una tarjeta y la entregó a un compañero, haciéndole una seña especial.
— Bien -dijo luego.
— Bueno -dije yo, y extraje a Elmer del bolsillo. El ratón bailoteó alegremente sobre el escritorio y miró al agente con ojos de curiosidad, siempre con esa gran sonrisa de oreja a oreja. El agente arrimó dos dedos de su mano derecha a las patitas del ratón y jugaron brevemente a pisarse y esquivarse.
— ¿Bien? -repitió luego. Yo carraspeé.
— Bueno -dije-. Acabo de robarlo de mi trabajo.
— Oh, oh -murmuró el agente, y volvió a juguetear con Elmer-. Simpático el bichito, ¿verdad?
— Sí -respondí-, me habría gustado llevarlo a casa.
El compañero volvió con un montón de otras tarjetas que depositó ante el agente, sobre el escritorio. Elmer las olisqueó y trató de roer alguna. El agente le dio a roer su dedo índice, apartándolo de las tarjetas mientras las estudiaba.
— Ajá. Hmmm.
Yo me sentía muy nervioso. No debí haberlo hecho. No debí robar a Elmer pero ya que lo había robado, no debí entregarme. Quién sabe lo que me esperaba ahora. Esas manos invisibles, esa fuerza que me hacía hacer siempre lo que no quería.
— Bueno, bueno -dijo al fin el agente, apartando las tarjetas-. Una distracción, sin duda. Usted lo devolverá mañana, ¿verdad? O tal vez prefiera hacerlo ahora mismo.
— ¿No van a detenerme?
El agente rió.
— Lo más que podemos hacer es darle este pase para el psiquiatra, para que le tramite unos días de licencia. Tal vez esté un poco cansado. Mire, señor Marco T., clase E, sus antecedentes son intachables. Este asunto no vale la pena ni registrarlo. Ojalá todos los ciudadanos fueran como usted. Por otra parte, el animalito es realmente simpático, ¿verdad? -Elmer bailoteaba sobre el escritorio, con su eterna sonrisa.
— El laboratorio ha logrado maravillas con ellos -dije.
— ¿Y qué tal usted con sus leones? -evidentemente, en las tarjetas tenían una información muy amplia acerca de m í.
— No es fácil. No es fácil -respondí-. Pero algo vamos logrando. Creo que Andy estará listo en un par de semanas…
— Bien, bien -me extendió una tarjeta amarilla, el pase para el psiquiatra-. Vaya a verlo. Unas vacaciones le vendrán bien, créamelo.
— ¿Eso es todo? -pregunté.
— Todo -respondió, tendiéndome la mano. Elmer saltó a su brazo, corrió por él, luego por el mío y saltó a mi bolsillo. Tomé la tarjeta.
— Gracias -dije-. Adiós.
— Adiós, amigo. Duerma tranquilo.

* * *

En el Ámbito Sutil, figuras celestes se desplazaban con alegre y cautelosa velocidad. Voces susurradas, cánticos apenas esbozados, aleluyas inaudibles para casi todos los seres humanos poblaban los aires. Algo estaba por suceder.
Mairam E., clase F., me miró con ojos asombrados.
— Se deslizó en mi bolsillo -expliqué confusamente-. Simpático el bichito, ¿verdad?
Ella se ruborizó.
— Señor Marco T., clase E,…
— Puedes Ilamarme Marco.
— …usted Sabe muy bien que Elmer no puede haber saltado a su bolsillo. Por otra parte, su presencia en mi laboratorio…
— Escucha, Mairam, con tu suero preparas admirablemente a estos bichos; tu colaboración con mi trabajo es inapreciable. Pero no quería decirte esto; quería decirte…
— Señor Marco T., clase E,…
— Escucha, Mairam, no hay que ser tan rigurosos con esto de las clases. Es una convención social, solamente un problema de dinero. Muy pronto tú pasarás a ganar un sueldo igual al mío, y también serás clase E. Quiero saber si entonces…
— …entonces, si se da el caso remoto de que yo pase a ser clase E, y sólo entonces, señor Marco T., clase E, usted podrá saber lo que desea saber. Mientras tanto, mi deber es mantener rigurosamente las distancias. Usted debería saberlo mejor que yo.
— Debería saberlo, pero no sé qué me pasa. Te seré franco: yo robé a Elmer. Quería tenerlo en casa, quería que fuese mi amigo. Sabes, logras maravillas con estos bichitos, parecen casi humanos. No puedo tolerar la idea de tener que ametrallarlos para que esos estúpidos leones…
— Por favor, señor Marco T., clase E, no continúe. En estos casos corresponde ver al psiquiatra. Unos días de vacaciones le sentarán muy bien, si me permite el consejo.
— Sí, se lo permito, gracias. Es el mismo que me dieron los policías. Aquí tengo el pase. Veré qué hago.

* * *

El Gordo, evidente clase C, no se sentía del todo cómodo ante Frank, clase B.
— Permítame señalar, señor, y esto sea dicho con el mayor respeto, no me parece enteramente justo adjudicar a Kcrem la entera responsabilidad de ese 0,4%.
Frank suspiró.
— ¿Qué otra posibilidad cabe?
— Mutación -respondió brevemente el Gordo-. Una simple mutación en algunos individuos.
Frank se rascó la cabeza.
— Lo hemos pensado, desde luego. Pero el chequeo de esta posibilidad también correspondería a Kcrem, ¿no es verdad?
— Para ello -respondió el Gordo, ya más seguro de sí mismo- necesitaríamos atribuciones especiales. Se trataría de invadir el fuero íntimo de una serie de respetables ciudadanos de diversas clases.
— ¿No existen formas de operación menos, digamos, traumáticas?
El Gordo sacudió la cabeza.
— No. Un verdadero chequeo debe hacerse a fondo. Y es por lo menos una empresa complicada y costosa. Kcrem está dispuesto a hacerlo, desde luego, pero la orden debe venir de arriba. ¿No es así, señor?
— Eleven un informe. Nosotros elevaremos el nuestro. Supongo que en breve llegará la notificación para que comencemos a actuar. Pero insisto en que la entera responsabilidad corresponde a Kcrem.
— De acuerdo, señor.

* * *

— Sue,Sue,Sue… ¿no le dice nada?
— No, doctor. Ojalá me dijera algo. Es obsesionante.
— Para mí es muy claro, pero preferiría que lo dijera usted mismo.
— Oh, déjeme, doctor. Estoy cansado. Tengo sueño.
— ¿Tiene qué?
— Sueño -respondí malhumorado-. Anoche no pude dormir bien. En realidad, hace varias noches…
— Sue… ño -el psiquiatra sonreía ampliamente y se frotaba las manos-. Sue… ño. ¿Comprende?
— ¿Sue… sueño? Oh, es una estupidez. ¿No puedo dormir porque me obsesiona la palabra sueño? ¿O la palabra me obsesiona porque no puedo dormir? Es un círculo vicioso que no explica nada.
El psiquiatra señaló con la punta del lápiz una hoja de apuntes. Seguía sonriendo con satisfacción.
— Su padre, según usted mismo me dijo hace un rato, era profesor de inglés.
Yo asentí.
— A ver, entonces, asocie un poco más. “Sueño”, en inglés…
— ”Dream” -respondí rápidamente -. Se dice “dream”, ¿verdad?
— Exactamente. Ahora busque un anagrama… cambie de lugar las letras, busque un poco…
Yo resoplé.
— Eso del complejo de Edipo… qué tontería. ¿Estoy enamorado de mi madre?
— Digamos que la busca. “Madre” se reordena en su inconsciente subyugado por un superyo paterno, formando la palabra inglesa “dream”. Pero la represión no permite que aflore tal cual; lo traduce al español, y aún así sólo puede aflorar parcialmente, y disfrazado con un nombre de mujer, otra vez en inglés… De paso, recompone la pareja padre-madre, una evocación femenina y masculina al mismo tiempo. Allí tiene a su Sue.
— El anagrama podría ser también “merda”, en italiano -me había invadido una furia irracional-. Mierda, ¿no le parece? Uno de mis abuelos era italiano, y…
— Es lo mismo. La regresión lo lleva a las etapas anales de organización de la libido. Mierda, madre. Lo que habría que estudiar es el porqué de esta regresión. ¿No está satisfecho con el sueldo que gana, con su clase, con el trabajo que realiza…?
— Oh, creo que sí. Demasiado satisfecho, tal vez.
— ¿Demasiado?
— Bueno, quiero decir… Hay una chica clase F, que…

* * *

Esta mañana veo más cosas que de costumbre. Todo es distinto. Los colores presentan más matices, y hay muchos más objetos y personas que otros días. La mayoría de las personas caminan, curiosamente, con otras dos, armadas, que van detrás como guardaespaldas. El aire es infinitamente dulce y embriagador. Los colores del cielo son maravillosos. Me siento muy raro.
De pronto recordé: las pastillas Kcrem. Había olvidado tomar mi pastilla roja (para la clase E) al levantarme. Por primera vez en mi vida. ¡Dios mío! ¿Qué ira a sucederme ahora?
Caminé nerviosamente hacia el edificio donde trabajo. No quise tomar el ómnibus ni, menos aún, usar mi coche en esta deliciosa mañana primaveral, donde los cadáveres sangran tiñendo de un hermoso color bermejo… ¿Cadáveres? ¡Oh, Dios! ¿Qué irá a sucederme? Oh, si mi madre viviera… Estaría con el corazón en la boca. Esa vieja dolencia mía. Algo justamente relacionado con el corazón, creo. Pero le había jurado no dejar un solo día la bendita pastilla roja. Y hoy… Sue,Sue,Sue.
Con un par de saltos, un bandido clase K se plantó ante mí y me apuntó con un enorme trabuco.
— Todo su dinero. Ya misino.
Las ametralladoras lo barrieron. Miré a mis costados y vi a los hombres que me custodiaban. Uno de ellos extrajo un frasco Kcrem, el otro me abrió la boca presionando groseramente mis mandíbulas. Una pastilla roja. Luego, todo va desapareciendo de mi vista: el bandido acribillado, los guardaespaldas, los colores del cielo… y voy perdiendo memoria de estas cosas. Sue. Sue. Sue.

* * *

Entregué la receta a la gatita que cuidaba la puerta.
— Qué tal, precioso -saludó. Ellas no necesitan guardar respeto de clase, tienen libertades especiales, aunque son de clase ínfima-. Hacía tiempo que no lo veíamos por acá. Oh -silbó-. Tratamiento completo, por orden del psiquiatra. Muy bien, chiquito. Te las arreglaste para que pague el seguro de enfermedad. Adelante, adelante. Tendrás tu servicio de primera -apretó unos botones y ondulantes muchachas rubias salieron a mi encuentro. Me llevaron dulcemente por mullidas alfombras rojas.

* * *

En el Ámbito Sutil, los coros se organizaban maravillosamente, El Aleluya llegó como un suave rumor a los oídos de un 0,4 % de seres que muy pronto deberían sufrir una prolija investigación por parte de Kcrem. Mairam E., clase F, primorosa en su camisón celeste, cerró el libro y apagó la luz. Una luz tenue pareció permanecer en la habitación. Mairam tenía una serie de sensaciones muy agradables, que no podía explicar.
“Aleluya, aleluya.” Figuras celestes, aladas, revoloteaban alegremente a su alrededor; pero Mairam sólo podía percibir una extraña forma dolorosa de felicidad, algo que tenía que ver con su vientre y con deseos indescifrables, que traían una sonrisa involuntaria a su cara angelical.
“Aleluya, aleluya.” Mairam comenzó a dormirse como acunada por una gran mano protectora y cálida.

* * *

Las rubias habían aceitado sus cuerpos y también a mí me habían quitado las ropas, bañado y untado con aceites perfumados. Toda mi piel era minuciosamente recorrida por sensaciones placenteras. Y sin embargo… Sue seguía allí, algo me obligaba a apretar los dientes. No podía entregarme como otras veces.
— Vamos, querido. Sé natural. La Reina Gata espera.
Lenguas sutiles cosquilleaban por todas partes. Otra boca, roja y caliente, se apretó contra la mía.

* * *

El agente Thompson, clase C, debió presentarse ante el comando Kcrem. Se le entregó el paquete de instrucciones. Se le otorgaron plenas facultades, incluso por encima de clases. El agente Thompson, apuesto y jovial, sonreía. Por último, el Gordo le dijo: “Tomaremos una tarjeta, al azar, del paquete. Por allí deberá comenzar”. No advirtió el ser alado, intangible, que guió su mano.

* * *

Me llevaron, colgando flojamente, hasta el cuarto contiguo. Sobre la alfombra, roja y espesa, el sexo de la Reina parecía destellar como una gema con los reflejos del fuego que ardía en la estufa. Semisentada, la cabeza apoyada en almohadones rojos, una pierna extendida, recogida la otra, los párpados entornados sin llegar a velar la intensidad de su mirada de un verde vegetal.
El agente Thompson, a solas en su despacho, estudiaba la tarjeta tomada aparentemente al azar: Marco T. clase E.
La clase E tiene derecho a las primas gatas, pero esto no les satisface. Sueñan con un hogar. Quieren una compañera: el amor, eras cosas. Sin embargo, es difícil para un clase E ascender a clase D, donde se permite el matrimonio. Al parecer, el tal Marco T. más bien prefería descender a la clase F; según un reciente informe del psiquiatra, el muchacho estaba enamorado de una clase F, una tal Mairam E., y preferiría un noviazgo eterno y platónico con ella a la posibilidad de las primas gatas o al difícil ascenso de ambos a la clase D.
“Bien”, pensó Thompson, “por aquí hay una pista para las fallas de Kcrem. El viejo amor… -, porqué hablarán de mutaciones esos tontos?” Luego dejó todo de lado sobre el escritorio y se puso a silbar una canción antigua, algo con ritmo de ferrocarril. El agente Thompson elevó la vista al cielo raso y sonrió; pero su sonrisa no se parecía a la sonrisa de los ratones que preparaba Mairam en su laboratorio. El silbido fue haciéndose monótono y finalmente se transformó en una versión moderna y muy personal del Aleluya.

* * *

Todo había salido mal. La Reina no estaba satisfecha y a mí me dolía la nuca y también el cuerpo en varios lugares. Al incorporarme me vino una sensación de náusea y el dolor de la nuca se hizo más agudo. La Reina me dijo que no me fuera, y cuando me vio tambalear hacia la puerta comenzó a insultarme. Me di vuelta para escupir sobre la alfombra. Las primas gatas acudieron solícitas, tratando de renovar su tratamiento, pero las aparté. Unas manos volvieron a tratar de aferrarme. Sue. Sue. Sue.
Sue. Suero. El suero de Mairam. Los ratones felices. ¡Mairam! ¡Mairam mía, dame tu suero para ser feliz! Mairam mía, Mairam suero sueño / si no puedo tenerte / quiero ser un ratón acribillado / quiero cumplir con mi deber / un ratón feliz. Mairam quiero tu suero. Mairam, te amo.

* * *

El agente no sonreía.
— Esto es serio, Marco T., clase E.
Yo asentí. Otra vez las tarjetas sobre el escritorio, pero no había ratones bailoteando.
— Las primas gatas son sagradas, sabe.
Volví a asentir.
— Es verdad -continuó, sin levantar la vista de la tarjeta- que usted fue insultado por ellas. Pero, vea, usted me caía simpático con aquel asunto del ratón; ahora, cuando un hombre trata de pegarle a una mujer… a varias mujeres… -el agente frunció el ceño-.
Lo siento. No soy yo quien debe juzgar. Pero quiero decirle que esta vez quizás no sea suficiente un pase al psiquiatra. Debo consultar…
Oprimió aquellos botones. Esperó unos minutos.
Mientras tanto habían aparecido dos hombres, que venían de afuera. Se inclinaron sobre el escritorio, mostraron al agente algunos papeles, me señalaron, y luego fueron a sentarse en otros sillones. El agente oprimió nuevos botones. Por fin, les hizo una seña con la cabeza y los hombres se me acercaron.
— Señor Marco T., clase E, le rogamos que venga con nosotros.
Miré al agente, quien hizo una seña de aprobación.
— No tema -dijo uno de los hombres-. Está en libertad. Simplemente le rogamos que venga con nosotros.
Volví a mirar al agente, quien volvió a hacer un gesto de asentimiento. Como confirmación total, juntó mis tarjetas para archivarlas, con ademán de dar el caso por cerrado.
— ¿Adónde me llevan? -pregunté.
— Lo requiere el agente Thompson, de Kcrem, por un asunto oficial. Algo confidencial sobre las pastillas que usted toma. Pero está libre; venga con nosotros si quiere, o quédese con el agente -movió la cabeza en dirección al escritorio. Como estaban las cosas, no me llevó mucho tiempo tomar una decisión. Sentí cierto alivio, pero los seguí no sin recelo.

* * *

— Quietito, quietito, como un hombrecito -Mairam inyectaba dulcemente el suero a un ratón, llamado Miguel-. Muy bien, muy bien -Mairam sonrió, y el ratón le devolvió la sonrisa y después se puso a brincar sobre la camilla. “Creo que le gustará al señor Marco T.”, pensó Mairam, y pulsó el botón que comunicaba con su oficina. Pero no hubo respuesta.
Con curiosidad, pues el señor Marco T. jamás llegaba tarde y ya estaba bastante avanzada la mañana. Mairam se permitió avanzar por el pasillo hacia su oficina. Golpeó suavemente con los nudillos. “Adelante”, dijo una voz profunda. Mairam entró.
— Buenos días, Andy -dijo.
— Buenos días, señorita Mairam E., clase F -respondió el león.
— ¿Has visto al señor Marco T., clase E?
— No, señorita. No ha venido esta mañana. Y la verdad es que me preocupa. Tal vez haya optado por esas vacaciones que le ofreció el psiquiatra; pero me pareció entender que prefería rechazarlas.
— Así tenía entendido yo -repuso Mairam.
— ¿Qué tal el nuevo ratón? -preguntó Andy.
— Espléndido. Creo que al señor Marco T. le encantará.
— Espero que vuelva pronto.
— Imagino que no habrá tenido ningún inconveniente serio.

 * * *

Yo estaba en libertad, según me habían dicho, pero era una libertad muy especial. Aún no había logrado ver a ese tipo de Kcrem, el tal Thompson, y me habían relegado a una piecita que tenía mucho de celda. Allí pasé la noche y buena parte de la mañana. No tenía conmigo las pastillas, y esto me producía cierta inquietud creciente. Al promediar la mañana, comencé a tener percepciones extrañas: rumores, presencias, siluetas. Alguien se movía a mi alrededor en la pieza vacía y tuve, como en un relámpago, el recuerdo fugaz de unos guardaespaldas que me custodiaban permanentemente. Luego este recuerdo se borró, y comencé a sufrir nuevas alucinaciones. Aleteos celestes, algo como música, muy sublime, un coro de ángeles. Después, cambios en los colores de las cosas, y objetos que iban surgiendo, primero débilmente, luego muy concretos en la habitación. Ya no daba más de angustia. De pronto, mis guardaespaldas se hicieron bastante visibles. Uno estaba sentado en un sillón, fumando. El otro, acodado contra uno de los pilares de mi cama, masticaba chicle.
— Ustedes -dije-. ¿Qué hacen aquí?
El de la silla se levantó, destapando un frasco de Kcrem. Extrajo una pastilla roja. Fue inmediatamente acribillado, junto con su compañero, no se sabe desde dónde. Pero los cuerpos no desaparecieron; quedaron enroscados en el suelo, desangrándose. No tenían en el rostro la sonrisa de los ratoncitos felices. Me pregunté si habrían muerto en el cumplimiento de su deber.
Se abrió por fin la puerta y unos hombres me hicieron salir.
— Disculpe la violencia -dijo uno, como hablando de algo sólo poco importante-. Era necesario.
Me encogí de hombros.
— ¿Adónde vamos?
— El agente Thompson lo está esperando.

* * *

— Debe transcurrir todavía cierto tiempo -dijo el agente Thompson. Manejaba con gran habilidad el largo coche deportivo. Yo, alelado, no podía contener la emoción: a mi alrededor el mundo vibraba como si recién hubiese nacido de manos del Creador. Todos los colores, todos los aromas, toda la luz y el cielo-. Ya verá dentro de unos días -apuntó a un transeúnte con la pistola que llevaba en la mano izquierda-. ¡Llegó lo hora! -gritó, y el transeúnte se desplomó sin ruido. Nadie pareció advertirlo.

* * *

— Todo empezó, tal vez, como una aprensión maternal -dijo Thompson-. El mundo parecía duro, muy duro, cruel, a gente que había recibido cierta educación. Les parecía preferible ignorar algunas cosas desagradables. Así nació Kcrem, según yo imagino; sobre todo, pensando en los hijos. Por otra parte, creían en la muerte. Inventaron la muerte para protegerse del dolor y ya ve, perdieron todo esto, casi todo.
Mis percepciones iban mejorando. Casi no había un espacio vacío en el universo. Mi propio cuerpo aparecía como algo maravilloso, casi sin límites. El agente Thompson era apenas un núcleo de voluntad que arremolinaba sin cesar los átomos a su alrededor. El y yo, y los demás, éramos apenas puntos muy densos de volición; el resto era como un río de átomos y ondas que danzaban y se entrechocaban produciendo todos los matices de todos los colores y de todos los sonidos. Un mundo maravilloso.
— Son muchos años de pastillas Kcrem, malditas sean -dijo Thompson-. Algunos efectos pueden ser irreversibles; pero ya ganaste algo, ¿verdad?
Asentí. Los seres celestes eran ráfagas, eran hilos, eran cánticos puros, sonido de alabanza casi sin voz.
— El cielo está agitado -murmuró. Anochecía. La puesta de sol era una fiesta de explosiones-. Esos tontos de Kcrem… ¡Mutaciones! Y la Oficina de Planificación piensa que las pastillas están perdiendo su eficacia por alguna falla de producción. No sintieron nunca ni siquiera hablar del amor…

* * *

— Andy, estás pronto -dije. El león asintió con la cabeza-. Volverás a la selva. Un día, un cazador…
— Lo sé, señor -murmuró con indolencia-. Pero quisiera pedirle un favor.
— Muy bien. Dime.
— No hace falta el suero de la señorita Mairam E., clase F. Puedo ser feliz por mí mismo.
Lo contemplé con admiración.
— Repite eso que has dicho.
Bajó la cabeza, como avergonzado. Luego volvió a alzarla y me miró a los ojos.
— Usted también la ama, señor. Sabe lo que es eso.
Mairam, la pequeña Mairam.
— ¿Y eso lo hace feliz?
— Sí, señor. ¿A usted no?
Pensé en las primas gatas. Suspiré.
— No sé, Andy. No sé.
— Es una mujer muy especial, ¿verdad?
— Sí, Andy. Es una mujer muy especial.

* * *

— ¡Señor Marco T., clase E! -exclamó Mairam, radiante-. ¡Por fin ha vuelto!
Ahora podía verla como un núcleo celeste, resplandeciente. Nuestros átomos se entreveraban alegremente. Sentí deseos de besarla, y sucedió algo imprevisto.
Un solo latido rítmico.
Un solo ser, que no estaba ni dentro ni fuera de nosotros.

Un soplo.
— ¡Marco! -ella estaba ligeramente asustada. Yo sonreí.

* * *

— No sé cómo diablos encarar mi informe -dijo Thompson-. Los tontos de Kcrem y los más tontos de más arriba quieren algo concreto.
— Thompson.
Levantó la vista.
— Hay novedades. Lo supe. Diga cualquier disparate en su informe. Nada tiene importancia.
— ¿Novedades?
— Algo en el Ámbito Sutil. Es el tiempo. Ya viene el tiempo. Lo sé, no sé cómo.

* * *

A nuestro alrededor, cadáveres, hombres agonizantes, tableteos de ametralladoras. Por un instante pensé en las pastillas rojas. Luego sacudí la cabeza.
— Por querer protegernos del Infierno, nuestros ancestros nos privaron del Cielo -dije. Thompson sonrió.
— Tal vez el pecado original haya sido el miedo -dijo.
— Marco. Marco -Mairam me tomó una mano-. Marco, estoy haciendo estudios acelerados. En un año pasaré a clase E, y en otro más, a la clase D. Entonces podremos…
Sacudí la cabeza.
— No, chiquita. No hagas disparates. De todos modos, no te lo permitirían.
— ¿Quiénes?
— Ellos -dije, señalando las figuras celestes que revoloteaban a su alrededor.
— ¿Quiénes?

* * *

— Como consecuencia de mi informe -dijo Thompson-, serás degradado a clase F, para comenzar. Luego seguirá el descenso de clases, si todo marcha de acuerdo con lo previsto.
— Gracias, Thompson.

* * *

Mairam lloraba.
— No entiendo. ¡Sencillamente no entiendo!
— ¿Qué pasa?
— Otra vez he sido degradada. ¡Oh, Dios! ¿Por qué? -Mairam, ya no tomarás tus pastillas verdes. Mairam, mírame.
Mairam me miró.
Luego comenzó a sonreír. Y sonrió, sonrió, sonrió.

* * *

Creen que las clases indican un status económico y social. Es cierto, pero no es toda la verdad: en orden inverso, indican un status perceptivo… Pero debo apresurarme; ya está casi todo listo. Y esto es algo que no me puedo perder.

* * *

Thompson, borracho clase Y, con una metralleta en cada mano, grandes bolsas bajo los ojos, se divierte despachando guardaespaldas invisibles desde la terraza del Café de la Paix.

* * *

Andy, en su selva, salta sobre un cazador y le deja la marca de sus zarpas en el cuello. El cazador consigue disparar su ametralladora.

* * *

He tornado algunas pastillas rojas, las últimas. Me arrastro en cuatro patas por la alfombra roja. La Rei na muestra sus aceitadas nalgas. Las primas gatas aúllan y maúllan. Busco uno de esos pechos enormes y me prendo golosamente de un pezón. En el hogar, la leña arde silenciosamente. La Reina gime.

* * *

Una estrella enorme en el cielo. Como un sol. Se mueve lentamente hacia Occidente. Un soplo celeste me viene a despertar. Es Thompson.
— ¡Vamos, Marco! ¡Llegó la hora!

* * *

Viajamos como ondas, como a caballo de los átomos; es un desplazamiento vertiginoso y fulgurante, que cruza el firmamento. Caemos de rodillas ante Ellos.
Mairam, radiante, inclina su cabeza sobre la cabeza del niño que bebe de su pecho. Las ondas celestes, una sola voz apenas audible, canta: “Santo, Santo, Santo. Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Amén.

Autor: Mario Levrero
Montevideo,
19 de enero de 1977