El golpe conecto tan bien que fue casi como golpear el aire. El torpe, hecho como estaba de madera y caucho, salio despedido por la fuerza del impacto. Derribarlo era tan facil como eso.
El torpe, por supuesto, no era la forma correcta o verdadera de llamarlo. Investigando, a traves de los años, me habia enterado que a aquel muñeco animado se lo conocia como Ponurá. Al parecer lo habian visto en varios lugares del mundo, siempre persiguiendo y acosando a algun pobre diablo, que en este caso era yo. No sabia de donde venia ni por que me seguia. Si tenia bien claro, en cambio, que era lo que queria. Aquella cosa venia a matarme. Habia venido a matarme hace años y al parecer seguiria viniendo hasta cumplir su cometido o hasta que yo acabase definitivamente con ella.
Varias veces, sobre todo al principio, cuando todavia estaba aterrado de el, habia intentado hablarle. Queria saber que razones tenia para torturarme asi. ¿lo enviaba un brujo? ¿era un demonio? ¿o un angel? ¿tenia algun sentido o era un absurdo azar el hecho de que me acosase como lo hacia? Preguntas todas que quedaron en la nada, porque jamas contesto a ninguna de ellas. Bueno, en realidad, una sola vez hablo. Fue aquella vez que, en un caluroso y destartalado hotel del Cairo, consegui atraparlo en una red de pesca con la que habia montado una ingeniosa trampa en el baño, en donde fingia bañarme. Una vez que lo tuve atrapado, le puse encima una pesada biblia y lo sumergi en la bañera que ya tenia preparada. En esa epoca todavia pensaba que dado que aquella cosa se movia y parecia tener voluntad, tenia que estar viva y, por lo tanto, respirar. Cuando, al cabo de media hora, note que seguia moviendose y forcejeando debajo del agua, pase al plan B, que consistia en sacar el agua de la bañera y reemplazarla por un litro de bencina. Fue precisamente el momento en el que habia terminado de empaparlo en el combustible y me disponia a arrojarle un fosforo el que el Ponurá eligio para hablarme. Fue casi un chillido, rapido y que termino de pronunciarse cuando ya el cuerpo ardia en llamas. Fue un grito furioso y desesperado.
- ¡grabi nba mag ani!
Eso fue lo que grito, o al menos algo que sonaba como eso.
Volvi a encender las luces y, bate en mano, camine hacia donde habia aterrizado el Ponurá. El golpe lo habia alcanzado a la altura del pecho, abollandole toda la zona. La cabeza, que tambien habia recibido parte del golpe, se le habia desprendido del cuerpo y habia volado a dos metros del cuerpo. Comence entonces, segun mi costumbre, a molerlo a palos. La madera de la que estaba hecho el maniqui se parecia al pino. Tenia un olor a crudo, como si recien hubiese sido tallado. Nunca media menos de treinta centimetros, y nunca, volviera como volviera, mas de un metro. Me alcanzaron los habituales veinte o treinta golpes para convertir al maniqui en una papilla de madera quebradiza.
Luego de años y años destruyendolo (volvia varias veces por mes, dos o tres, e incluso podia llegar a volver al dia siguiente de haber sido completamente reducido a cenizas) habia comprendido que aquella cosa que construia y habitaba esos muñecos que se me acercaban con toda la intencion de matarme era en realidad un ser sutil e intangible, un maligno espiritu hecho de eter que no tenia mas cuerpo fisico que los que el mismo se construia.
Seguro de que ya le era imposible moverse, descubri a escasos metros del cuerpo el cuchillito, pequeño y como de juguete pero filoso como un bisturi, con el que seguramente tenia intenciones de cortarme la carotida. Habia aprendido en carne propia que no tenia que dejarme llevar por su tamaño, por su debilidad fisica y por su aparente torpeza, pues esta era solo fisica, quizas producto de las dificultades del espiritu para animar la materia. Varias ese ridiculo muñequito habia estado a punto de matarme. Lo habia intentado todo: envenenar mi comida, pincharme con algun toxico mientras dormia, asfixiarme con una almohada, desangrarme como a un pollo cortandome alguna arteria. Incluso habia intentado dispararme. Sus debilidades eran compensadas por su mefistofelica inteligencia y por su aparentemente inquebrantable voluntad para cumplir con su cometido. Era debido a esta voluntad que yo debia vivir escapando de un sitio a otro.
Albergaba la esperanza, y todavia lo hago, de que al modo del inmortal de Borges, hubiera en algun sitio un rio (o una montaña, o un sol, o un valle, o lo que sea) a traves del cual aquella cosa no pudiera seguirme. Hasta ahora me habia seguido el rastro a traves de desiertos y selvas, de grandes ciudades y de aldeas perdidas en la montaña o la tundra. Me habia seguido cuando cruzaba el oceano en un avion o cuando volvia a salvar la distancia en un largo viaje en buque.
Con cuidado, tome la cabeza ( una cabeza cilindrica como el corcho de una botella) entre el indice y el pulgar, y la gire para encontrarme con lo que eran los ojos de mi enemigo: apenas dos cuencas poco profundas talladas en el corcho. Me indignaba que el Ponurá tomase esa forma antropomorfica.
- No sos humano, ¿entendes? - le dije, sin estar seguro de si me oia o si ya habia abandonado ese cuerpo - No sos nada.
Me incorpore y, haciendo gala de mi punteria, le aseste el ultimo golpe con el bate, que practicamente le desintegro aquella cabecita de corcho, dandole tambien al piso, lo cual ocasiono un molesto rebote que me hizo temblar los brazos y el cuello. Habia terminado, nuevamente, con el Ponurá. Destruirlo me proporcionaba siempre un alivio instantaneo, un sentimiento de casi felicidad que se habia convertido, a traves de esos años, en el unico tipo de felicidad que podia experimentar. La larga lucha del Ponurá se habia vuelto, luego de tanto tiempo, tambien mi lucha. Su motivo era tambien, de alguna forma morbosa y rebuscada, mi motivo. Aquello buscaba matarme y yo buscaba matarlo a el. Matarlo o, lo que es lo mismo, no dejarme matar, se habia vuelto el motivo de mi existencia; Era lo que me llenaba, lo que me hacia feliz. Si hubiera algun marcador entre nosotros, era obvio que hasta el momento mi victoria era aplastante.
Aunque esto ultimo me consolaba en mis momentos oscuros, de ninguna forma se me escapaba que al torpe le alcanzaba con un solo tanto para ganar, al final de cuentas, el partido entero. ¿cuanto tiempo mas continuaria ganando? ¿por cuantos años, por cuantas decadas, tendria yo la fuerza y la voluntad para seguir huyendo? Mi peor temor era encontrarme viejo y debil, o directamente senil, babeando en una silla de ruedas, o vegetando en un cama de hospital, mientras veia (o no veia, pero de algun modo sentia) acercarse al pequeño muñeco, a aquel diabolico mecanismo de relojeria.
- Rendite - me dijo una voz ironica y caustica, una voz que buscaba herirme en lo mas profundo de mi ser, una voz que buscaba desanimarme, desmoralizarme, entregarme al vacio. Por un instante crei o quise creer que se trataba de la voz del Ponurá, de la verdadera voz del espiritu maligno, pero luego comprendi que aquella voz, horrenda, burlona, despreciable, era la mia propia.
Senti como, en algun lado, el temible Ponurá se reconstruia de nuevo, tomaba forma, encastraba sus ridiculas piezitas de madera, tallaba sus cuencas y luego - donde sea que estuviese, cerca o lejos - se ponia de pie y emprendia la marcha, de vuelta, una vez mas, una y cien mil veces mas si era necesario, para matarme, para acabar conmigo.
1 comentario:
Genial. Lo mejor es que el cuento empieza como empezado, no hay explicación ni desenlace. Es una constante. Claro que esa competencia es un poco desigual por qué al Ponurá le alcanza una sola vez para ganar. Me pregunto quien se anotaría el tanto definitivo ante un suicidio…
El nombre es re de folclore sudamericano. ¿Lo sacaste de algún mito criollo?
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