19 jun 2015

Another brick in the Mc

La cola es larga. Comprar una hamburguesa es todo un tramite. Comer se convierte en algo burocratico. La gente espera. Son varias colas, no solo una. No hay orden alguno, o mas bien si, si hay orden, un orden desconocido para mi, o tal vez demasiado conocido, que me horroriza.
Me horroriza que a la gente no le horrorize toda esta disposicion industrial. Se come en una verdadera banda de produccion. Con las manos dentro de mi saco, miro con algo de estupefaccion a los adolescentes que se mueven maquinalmente detras del mostrador. La pared del mostrador es identica al a tapa de The Wall: Ladrillos blancos e indiferentes. ¿socarrona coincidencia o burla solapada? Cualquiera de las dos, dignas de una foto. Las manos van y vienen, esos chicos se mueven realmente como las hormigas de una colonia. Da casi asco lo laboriosos que son.
¿siguen algun sistema? No me decido. Pienso que estan rigurosamente entrenados, pero no de un modo sistematico. Es mas bien un entrenamiento de la voluntad, una ascesis de atencion al cliente. Me imagino los lemas de las capacitaciones: "Haz lo que sea, pero haz algo", "un buen empleado es un empleado en movimiento", "mas vale repetir lo hecho que no hacer nada". La sensacion de personalidad se pierde en estas colas facilemente.
La cola en la que estoy no avanza mucho. No veo a la cajera, pero seguramente es una estupida. A nadie le molesta el poco espacio que hay en las filas. La gente que sale con su bandeja (esto tiene algo de campo de conentracion, de comedor de carcel, de trabajos forzados), cargada de hamburguesas y vasos plasticos, roza practicamente a todo el mundo. Es un milagro que ninguno le vuele la bandeja de un codazo. Todos tenemos aca algo de hormigas. Nos movemos incesantemente y nada interrumpe el sistema. De seguro que juega un buen papel el inconciente colectivo, el primitivo ser social. De otro modo, la entropia generaria choques y bandejas en el piso cada cinco minutos.
Reparo en varias cosas. Algunas son mas aburridas que otras. La tan gastada dicotomia entre la idea y la cosa. Me aburren los carteles publicitarios. Para que decir que la hamburguesa del cartel no tiene punto de contacto con la carne muerta que uno de va a llevar envuelta. Los carteles son todos colores vivos, tienen un valor por si mismo. Nos venden la ilusion de los años sesenta, la felicidad inmediata al alcance de un dolar. Pero no es un dolar, son noventa pesos, o ciento diez. A nadie le parece raro, y a mi me aterra. Pagar cien pesos por una hamburguesa, por un pedazo de carne semipodrida y semibañada en conservantes. Enormes comederos industriales, atendido por adolescentes sordidos que comienzan asi a limar sus energias. Pero todavia no comprenden, no saben que... pobrecitos. Ahora ya no los odio ni les tengo asco. Me dan mas bien lastima. Los ladrillos blancos en la pared. Hey, boss, let the childs alone.
Lo grosero de la estafa me maravilla. De hecho, me saco la galera ante lo magistral de su jugada. Hay algo de comico en todo esto. El ambiente no ya de confort, sino directamente de felicidad idiota, de congratulacion del idiotismo. Sonrisas idiotas y burlonas de si mismos. Todos payasos. Cien pesos una hamburguesa esa una estafa, lo saben, lo sabemos, y sonrien, aun asi sonrien y hacen fila. Brave new World. Agregale sal a tus papas por solo quince pesos. Tout va tres bien in the best of the possible worlds.
Los uniformes son mas lindos en las cajeras. Los chicos parecen directamente unos boy scouts idiotas, una especie de gendarmencitos corporativos, de chalequito y boina, todo en color caqui. Dan ganas de pegarles una bofetada o un zopapo en la nuca. Pero estan tan felices friendo papas y poniendole lechuga a las cosas que es mejor dejarlos asi.
A las chicas, por alguna razon extraña, el uniforme no les sienta tan mal. Por una cuestion extraña, o tal vez gracias a la division del trabajo, son todas feisimas, menos una. Oh cruel destino de la adolescente fea, destinada a levantar llamados en un call center, a embolsar porquerias en Coto o a agrandarme el combo en una linea de producccion.
Me fijo en una rubia alta y flacucha, la unica que no es deliberadamente horrida. Tiene tambien el unforme caqui con boina y chaleco, mezcla de boy scout y operario. Tiene el pelo recogido en una trenza. Es la trenza lo que la saca de lo vulgar. La trenza y la boina, mas lo rubio, dan algo germanico, algo suizo. Tal vez sea que es tan joven y que parece, incluso con su ridiculo uniforme, incluso con las manos llenas de tickets, tarjetas de credito y hamburguesas con queso, tan contenta. Por detras de la rubia pasa una chica vestida de civil, mas alta que el resto, con una melena negra que amenaza llenar de pelo todas las hamburguesas. Es la unica que va de civil y con el pelo suelto. Pasa como una rafaga, saludando a todos los empleados. Seguramente es una ex empleada o una futura empleada.
La gente se sigue retirando con sus bandejas, y noto que hay algo como una curva de la felicidad, una curva que bien podria comprarse a la curva de la vida humana: comienza en la fila, en donde la expectacion y la esperanza son enormes. Curiosamente, los que estan en el fondo de la fila parecen los mas felices. Paradoja. Miran, a una distancia perfecta, embelezados los enormes carteles, pletoricos de platonicas ideas de hamburguesa: con queso, con tomate, con "bacon" (es decir, con panceta), con huevo, con lo que sea. Especulan sobre su decision, se imaginan ya el enorme y perfecto medallon de carne, juegan con su poder de compra; Tasan, evaluan, imaginan las posibilidades. Sienten el dinero en su bolsillo y, como si estuviesen junto a una chimenea, sopesan tranquilamente su libertad de eleccion.
Los que estan ya a punto de ser atendidos parecen mucho menos contentos. Se dan cuenta que al fin y al cabo es solo una hamburguesa. Ven de cerca a la gente que se retira, y comienza a desvanecerse en ellos la magia de los carteles. Las hamburguesas no son tan altas, tan lindas, tan perfectas. Enorme disminucion ontologica de la hamburguesa, del dinero y, con el, de la realidad toda. Al final era solo el deseo, corriendose a si mismo, mordiendose la cola. Solo el deseo, como siempre.

14 jun 2015

Metonimia

Sintio una leve presion sobre la rodilla y solo entonces abrio los ojos; Solo un poco, pero los abrio. El sol se filtraba perezosamente por la persiana americana, dejando ver las particulas de polvo en el aire. "Toda una constelacion, gira y gira", penso, y volvio a cerrar los ojos. En realidad, la luz solo alcanzaba hasta la mitad de la cama, y el resto todavia estaba en la penumbra grisacea del amanecer. La constelacion de motas de polvo era realmente hermosa. Daba gusto, abriendo solo un ojo, verla flotar en el rectangulo de la luz, como una tonta nube de corpusculos, como una via lactea de basuritas. Parecen un conjunto de amebas, un cardumen, plankton con inteligencia, penso mientras sentia el cuerpo algo mas pesado. "Voy a quedarme dormido de nuevo".
Luego de otro rato, la presion sobre la rodilla derecha lo distrajo nuevamente. El sol no se habia movido ni un poco, y la cara de Mia era tan hermosa y tan gatuna como siempre. Ella se habia acurrucado contra su hombro, completamente dormida. Movimientos enteramente gatunos, de animal domestico, penso. Dejando de lado la constelacion y los muebles, parcos y pocos, se concentro en la cara de Mia. Era siempre muy hermosa, dormida o despierta, con musica o, como en ese momento, en el aburrido silencio de la mañana. Al verla asi, tan indefensa a a vez que tan segura, sintio ganas de cometer el horrible pecado de despertarla. Despertarla con un beso o con un tiron de orejas, incluso con una cachetada repentina. La pierna de Mia se apreto un poco mas sobre su rodilla, y todo su pequeño cuerpo, oscuro y escurridizo, parecio querer buscar un hueco invisible contra sus costillas. Sus rulos negros le cayeron entonces en los ojos y en la cara, y entre riendose y maldiciendola, cedio a la irresistible necesidad de atraerla contra si con el brazo libre. Mia se revolvio toda contra el y produjo un verdadero maullido (cosa increible) para luego quedarse nuevamente en la mas perfecta quietud. Sonreia.
Estaba demasiado comodo como para moverse. Las arañas siempre tienen ocho patas, y hubiera sido muy facil estirar una de esas patas, duras y puntiagudas, recubiertas de pelitos, para cerrar de un tiron la persiana y, no sin crueldad, sumir a la constelacion nuevamente en la nada, en las tinieblas. Solo lo detuvo la modorra que sentia, muy comprensible si se tenia en cuenta el placido calor que provocaba el acolchado. Los muslos y las tetas de Mia, presionadas contra el como un fuego frio, tenian tambien algo de culpa por esa inmovilidad que al parecer duraria aun algunos eones mas. "Zaratustra estuvo una vez bajo el arbol como yo estoy aqui y ahora", dijo en voz baja, sumido en vanas reflexiones. Mia no se movio un centimentro, pero respondio, tal vez ya algo despierta, con un ronroneo de aprobacion o al menos de complacencia. Era una preciosidad, penso. Si el era una araña, largo y peludo, ella era definitivamente un lince. Mientras le echaba los rulos un poco hacia atras, dejandole al descubierto la oreja puntiaguda y el cuello, tuvo un impulso extraño y, sin razon alguna, recordo el fondo del cajon.
Ya su mano dejaba caer uno y luego dos dedos sobre el cuello, para ir bajando suavemente hasta sentir el omoplato, tan fragil, y subir nuevamente hasta casi la nuca, para recorrer casi imperceptiblemente el contorno afilado y como de punta de flecha, de la oreja, y luego dejarse ir hasta el hombro, hasta el antebrazo, ya tan calido, y mas alla, casi en el limite del alcance (pues incluso las arañas tenian limite de alcance), la cintura.
Mientras o, mejor dicho, al mismo tiempo, su otra pata se deslizaba, furtiva y como reptando, hacia la manija del cajon de la mesita, abriendolo casi con repugnancia, recordando la Ballester Molina, arrastrandose entre los obstaculos, tanteando traicioneramente, apartando cajas de cigarrillos, fosforos, revistas, hasta sentir con la punta de los dedos, y luego con la palma, el frio tacto del metal. Al mismo tiempo que sacaba el revolver del cajon pasaba de la cadera al vientre, despertando repentinos maullidos; Enorme conflagracion final, el friosecopeso de un lado, la calidahumedalevedad del otro, un dedo en el gatillo y el otro ya sobre el monte de venus,
Se trataba entonces, en la penumbra del cuarto, debajo y entre las constelaciones doradas de polvo, de buscar, de revolver las patas peludas y los dedos. Comenzo a comprenderlo. Sintio ser un puente entre dos cosas, sintio estar viviendo una metafora, un pasaje que iba desde el clitoris de Mia hasta la bala alojada en la recamara de la Ballester, con un arco que era el mismo, atravesado por corrientes electricas, repentinamente invadido por una rabia que se concentraba en el puño que firmemente sostenia el arma, en el dedo que temblaba sobre el gatillo, que intentaba sentir la bala decisiva y final, bala que solo necesitaba un pequeño pulso... pero no, no porque los pulsos estaban todos del otro lado del puente, en la ribera opuesta del cosmos, en donde, a millones de años luz, atravesando todo el espacio de las constelaciones, su otra mano se movia ritmicamente dentro de los misteriosos orificios de otro tipo de arma, buscando tambien el disparo dentro de la recamara de carne y hueso, sintiendo los gemidos y los mordiscos de Mia, que ya despierta o aun en el limbo lo ayudaba a decidirse por un lado, clavandole las uñas y las rodillas, intentando ejercer (¿pero lo sabria, tendria en sus intuiciones felinas algun leve presentimiento de lo que ocurria en el otro lado?) una presion mayor que la que la sorda consistencia del revolver, medium de algun oscuro demonio nihilista, le demandaba. Eso era la absurda lucha entre el bien y el mal, el tire y afloje en donde, era sabido, la soga siempre se rompia y el mal, que viene solo sin que se lo predique, acababa siempre ganando. ¿que papel jugaba el en esa pugna? ¿Que papel jugaba ella?
La realidad exploto justo a tiempo, con el desagradable estallido de los chillidos fabriles del reloj despertador. Eran las maravillas de la revolucion industrial obligandolos a vivir otro dia, fastidiandolos para sacarlos del sueño y del silencio. Eran los mil pensamientos del dia, las fechas y el implacable correr del tiempo los que, impacientes y algo ofendidos por tanta soberbia eternidad, por tanto despilfarro en cavilacion inutil, golpeaban el pie contra el piso y miraban disgustados hacia la cama. Inesperadamente y aun jadeando, Mia dejo caer, en un remolino de rulos negros, su brazo en un feroz zarpazo sobre el odioso aparato de metal. Demostro su presteza felina al atraparlo en su rabioso chillar para, acto seguido, arrojarlo furiosamente contra el suelo, provocando una ola de carcajadas generales y tambien varios disparos de alto calibre.