La cola es larga. Comprar una hamburguesa es todo un tramite. Comer se convierte en algo burocratico. La gente espera. Son varias colas, no solo una. No hay orden alguno, o mas bien si, si hay orden, un orden desconocido para mi, o tal vez demasiado conocido, que me horroriza.
Me horroriza que a la gente no le horrorize toda esta disposicion industrial. Se come en una verdadera banda de produccion. Con las manos dentro de mi saco, miro con algo de estupefaccion a los adolescentes que se mueven maquinalmente detras del mostrador. La pared del mostrador es identica al a tapa de The Wall: Ladrillos blancos e indiferentes. ¿socarrona coincidencia o burla solapada? Cualquiera de las dos, dignas de una foto. Las manos van y vienen, esos chicos se mueven realmente como las hormigas de una colonia. Da casi asco lo laboriosos que son.
¿siguen algun sistema? No me decido. Pienso que estan rigurosamente entrenados, pero no de un modo sistematico. Es mas bien un entrenamiento de la voluntad, una ascesis de atencion al cliente. Me imagino los lemas de las capacitaciones: "Haz lo que sea, pero haz algo", "un buen empleado es un empleado en movimiento", "mas vale repetir lo hecho que no hacer nada". La sensacion de personalidad se pierde en estas colas facilemente.
La cola en la que estoy no avanza mucho. No veo a la cajera, pero seguramente es una estupida. A nadie le molesta el poco espacio que hay en las filas. La gente que sale con su bandeja (esto tiene algo de campo de conentracion, de comedor de carcel, de trabajos forzados), cargada de hamburguesas y vasos plasticos, roza practicamente a todo el mundo. Es un milagro que ninguno le vuele la bandeja de un codazo. Todos tenemos aca algo de hormigas. Nos movemos incesantemente y nada interrumpe el sistema. De seguro que juega un buen papel el inconciente colectivo, el primitivo ser social. De otro modo, la entropia generaria choques y bandejas en el piso cada cinco minutos.
Reparo en varias cosas. Algunas son mas aburridas que otras. La tan gastada dicotomia entre la idea y la cosa. Me aburren los carteles publicitarios. Para que decir que la hamburguesa del cartel no tiene punto de contacto con la carne muerta que uno de va a llevar envuelta. Los carteles son todos colores vivos, tienen un valor por si mismo. Nos venden la ilusion de los años sesenta, la felicidad inmediata al alcance de un dolar. Pero no es un dolar, son noventa pesos, o ciento diez. A nadie le parece raro, y a mi me aterra. Pagar cien pesos por una hamburguesa, por un pedazo de carne semipodrida y semibañada en conservantes. Enormes comederos industriales, atendido por adolescentes sordidos que comienzan asi a limar sus energias. Pero todavia no comprenden, no saben que... pobrecitos. Ahora ya no los odio ni les tengo asco. Me dan mas bien lastima. Los ladrillos blancos en la pared. Hey, boss, let the childs alone.
Lo grosero de la estafa me maravilla. De hecho, me saco la galera ante lo magistral de su jugada. Hay algo de comico en todo esto. El ambiente no ya de confort, sino directamente de felicidad idiota, de congratulacion del idiotismo. Sonrisas idiotas y burlonas de si mismos. Todos payasos. Cien pesos una hamburguesa esa una estafa, lo saben, lo sabemos, y sonrien, aun asi sonrien y hacen fila. Brave new World. Agregale sal a tus papas por solo quince pesos. Tout va tres bien in the best of the possible worlds.
Los uniformes son mas lindos en las cajeras. Los chicos parecen directamente unos boy scouts idiotas, una especie de gendarmencitos corporativos, de chalequito y boina, todo en color caqui. Dan ganas de pegarles una bofetada o un zopapo en la nuca. Pero estan tan felices friendo papas y poniendole lechuga a las cosas que es mejor dejarlos asi.
A las chicas, por alguna razon extraña, el uniforme no les sienta tan mal. Por una cuestion extraña, o tal vez gracias a la division del trabajo, son todas feisimas, menos una. Oh cruel destino de la adolescente fea, destinada a levantar llamados en un call center, a embolsar porquerias en Coto o a agrandarme el combo en una linea de producccion.
Me fijo en una rubia alta y flacucha, la unica que no es deliberadamente horrida. Tiene tambien el unforme caqui con boina y chaleco, mezcla de boy scout y operario. Tiene el pelo recogido en una trenza. Es la trenza lo que la saca de lo vulgar. La trenza y la boina, mas lo rubio, dan algo germanico, algo suizo. Tal vez sea que es tan joven y que parece, incluso con su ridiculo uniforme, incluso con las manos llenas de tickets, tarjetas de credito y hamburguesas con queso, tan contenta. Por detras de la rubia pasa una chica vestida de civil, mas alta que el resto, con una melena negra que amenaza llenar de pelo todas las hamburguesas. Es la unica que va de civil y con el pelo suelto. Pasa como una rafaga, saludando a todos los empleados. Seguramente es una ex empleada o una futura empleada.
La gente se sigue retirando con sus bandejas, y noto que hay algo como una curva de la felicidad, una curva que bien podria comprarse a la curva de la vida humana: comienza en la fila, en donde la expectacion y la esperanza son enormes. Curiosamente, los que estan en el fondo de la fila parecen los mas felices. Paradoja. Miran, a una distancia perfecta, embelezados los enormes carteles, pletoricos de platonicas ideas de hamburguesa: con queso, con tomate, con "bacon" (es decir, con panceta), con huevo, con lo que sea. Especulan sobre su decision, se imaginan ya el enorme y perfecto medallon de carne, juegan con su poder de compra; Tasan, evaluan, imaginan las posibilidades. Sienten el dinero en su bolsillo y, como si estuviesen junto a una chimenea, sopesan tranquilamente su libertad de eleccion.
Los que estan ya a punto de ser atendidos parecen mucho menos contentos. Se dan cuenta que al fin y al cabo es solo una hamburguesa. Ven de cerca a la gente que se retira, y comienza a desvanecerse en ellos la magia de los carteles. Las hamburguesas no son tan altas, tan lindas, tan perfectas. Enorme disminucion ontologica de la hamburguesa, del dinero y, con el, de la realidad toda. Al final era solo el deseo, corriendose a si mismo, mordiendose la cola. Solo el deseo, como siempre.
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