4 jul 2019

A la Salida


El lungo Estévez, una vez más, la había hecho bien. Sosa había pasado corriendo por al lado suyo una vez. Eso le había molestado. Cuando paso la segunda decidió golpearlo. Sosa era habilidoso en el futbol. Sosa era carismático, divertido, solicito con los demás. Ayudaba a todos en las tareas. Tenía locas a las chicas. Sosa, el uruguayo. A todos le caía bien.
Cuando paso la tercera vez, corriendo entre el Lungo y la pared, Sosa sintió un empujón en la nuca, y luego la pared, dura como el cemento. Hubo un ruido sordo, apagado, que nadie oyó. Después (fue solo un segundo) sintió el piso. El Lungo lo había esperado con saña. Lo había dejado pasar y le había empujado la cabeza contra la pared. Nadie había visto nada, ni siquiera el propio Sosa. Las maestritas ya corrían a revolotear sobre el alumno caído como palomas sobre migas de pan.

- ¿qué paso, que paso, que paso? - preguntaban las maestritas de blancos guardapolvos. Se lo preguntaban a los chicos, se lo preguntaban entre ellas. Se lo preguntaron también al lungo, que se hacia el sota con las manos en los bolsillos. Una de esas manos, la temible derecha, había sido la que le estrolo la cabeza a Sosa contra el muro. Pero Sosa, inerte, no se levantaba. ¿Qué le pasa a este? Pensaba el Lungo. ¿estaba haciendo teatro para empeorar las cosas? Sentía rabia y miedo a un tiempo. Rabia por la actitud de Sosa, por ese teatro desleal, impropio de un hombre. Si un hombre recibe una afrenta, se levanta y la devuelve. Un hombrecito se la banca. Nunca se hace ese teatro, nunca se exageran las cosas, nunca se le va a otro con el chisme o con el cuento. Buchón cobra, buchón va al arco. Así se lo habían enseñado sus hermanos a él, su padre a sus hermanos, su abuelo a su padre y sus tíos. El que pega primero pega dos veces. Y miedo. Miedo de que Sosa realmente no se levantase, miedo porque una de las Maestritas tenía sangre en los dedos. Le había tocado la nuca a Sosa y tenía sangre. No mucha, es cierto. Seguramente era solo un golpe. Pero la sangre era siempre la sangre. Cuando había sangre había consecuencias.

Por suerte para el Lungo, nadie lo había visto. Para asegurarse, levanto la vista y paseo una mirada amenazante sobre todos los presentes. Si alguien lo miraba era sabia. Bueno y, aunque supiese, el lungo estaba seguro de que nadie se atrevería a delatarlo. Ya sabían lo que les esperaba si cantaban. Ya había habido antecedentes. Si alguien lo sabía, él se daría cuenta. Pero no, nadie. Todos esquivaban sus ojos. Nadie, nadie sabía. O eso pensó al principio, porque entonces se topo con el Otro y con los ojos del Otro. El otro lo miraba fijo. Como un Tigre, como un jaguar. Directamente a los ojos. Con Rabia.

Un círculo de chicos comenzó a formarse en torno al círculo de maestritas que rodeaban al aturdido Sosa, que ahora se levantaba, que balbuceaba algo, que se llevaba la mano a la nuca y que hacía esfuerzos por no llorar, por no largarse a llorar adelante de todos.

- ¿qué paso, ¿qué paso, qué paso? ¿qué te paso Marcelito? - le preguntaban la señorita Estela de quinto, La señorita Beatriz de sexto, la señorita Susana de séptimo.
- ¿pero qué paso?  Is the boy okey? - preguntaba Miss Andrea, the brand new and recently hired English teacher, mientras los chicos cuchicheaban y las chicas ponían cara de fin del mundo.

- Llévenlo a la dirección, que se siente un rato – dijo la directora Adelaida, mejor conocida como Ada, mucho mejor conocida como Señorita Directora. Todas las maestras eran señoritas, aunque estuviesen casadas y con hijos. La directora tenia incluso nietos. Los alumnos solo iban a la dirección para las reprimendas (las de la directora Ada eran temibles) o interrogatorios. Ir a la dirección a recuperarse era un honor que solo Sosa podía recibir. Sosa era el mejor promedio de séptimo grado. Llevaron a Sosa a la dirección entre dos maestritas, escoltados por la multitud de chicas y chicos. Algunas chicas (entre las que se contaba más de una enamorada secreta) buscaban furiosas como bacantes algún culpable. Luego de dar varias vueltas por el patio desistieron y acompañaron al resto a la dirección. El patio, que había estado lleno y conmocionado hacia unos minutos, quedo completamente vacío y silencioso. Vacio, pero no del todo. Congelados desde hacía un rato, El Lungo lo miraba al Otro, y el Otro al Lungo. Todo el teatro de la peregrinación había pasado para los dos justamente como eso: como una obra, como una representación. Como el Lungo no se movía, el otro se acerco unos pasos. Miro a los costados para asegurarse que no hubiese nadie, y luego hablo. Sus palabras fueron, fieles a su estilo, pocas y parcas.

- Se que fuiste vos - dijo.
- ¿ah sí? ¿Qué sabrás? - lo corrió el Lungo.
- Te vi - dijo el Otro en voz baja, casi en un susurro.
- Si abrís la boca te muelo a palos - lo amenazo el Lungo apretando los puños y parándose derecho. El Lungo no tenía el apodo al cuete. Era un repetidor. Les llevaba dos años a los más grandes de séptimo. Dos años y una cabeza o cabeza y media. Era el más fuerte del colegio. T El Otro era macizo, sí, pero también bajito. Al contrario del Lungo, tristemente celebro entre sus compañeros, el otro no tenia peleas en su historial. Era un chico tranquilo, sin rasgos particulares, que no sobresalía en nada. Al contrario del Lungo, que era sencillamente imbécil en todas las materias salvo educación física, el Otro era más bien mediocre, ni muy listo ni muy tonto. Aunque no estudiaba, aprobaba todo con lo justo.
- No voy a decir nada - dijo el Otro. El Lungo sonrió. Por un momento, pensó que había ganado. Ganado sin pelear. Sosa le tenía un miedo mortal. No iba a decir nada. Mentiría. Diría que se golpeó sin querer, que fue torpe, que se cayó solo. Pero el Otro todavía lo miraba como un tigre. Estaba serio, cerraba los puños.
- ¿estás seguro no? Mira que te cago a trompadas eh - volvió a terciar el Lungo. Esta vez se acerco y le tiro un manotazo, solo para asustar. No dio en el blanco porque el Otro, rápido como un rayo, dio un paso atrás.
- No digo nada, pero te espero a la salida - le dijo el otro. Al Lungo el desafío lo agarro de sorpresa. Estaba muy acostumbrado a amedrentar con la mirada, con el insulto, con el amague. Hacía mucho, quizás desde quinto grado, que nadie lo desafiaba abiertamente. Por lo general era el quien hostigaba, quien perseguía, quien acosaba.
- ¿en serio? ¿y te la vas a bancar, enano? - le respondió el Lungo, porfiado y sonriente. El Otro se giró y empezó a caminar para el aula. Le había dado la espalda, sin contestarle. Ahora sí que había hecho.
- Así que sos guapo - murmuro el Lungo, no tanto para el otro como para si mismo. Bueno, se iba a tener que sumar otra victoria al historial. Le iba a dar una paliza ejemplar, de esas que se notan al otro día. Ejemplar, si señor. Para que todos se acuerden (si es que alguno se había olvidado) quien mandaba en el patio.
El resto de la tarde se agotó rápido. Una hora de matemáticas (aburridísima) y otra de educación cívica (todavía más aburrida) tuvieron que pasar aun para que el timbre de salida precipitara a todos los alumnos primero hacia sus mochilas y luego hasta el patio para, como si fueran cruzados atacando un contrafuerte, amontonarse a los empujones para ir saliendo de a tres o de a cuatro por la puerta principal, nunca lo suficientemente abierta. Pero no habían salido todos.

Cuando ya no quedaba nadie, el Lungo y el Otro se encontraron en el patio. Se las habían arreglado para escabullirse, uno al baño, el otro a un pequeño trastero, evitando así que las maestritas notasen su permanencia dentro del colegio. Las maestritas ahora (y por un rato) estarían afuera, vigilando a los chicos en la vereda. Vigilando que se fueran a sus casas, que no hicieran diabluras o cochinadas. El otro no llevaba mochila ni guardapolvo. Había dejado todo apilado a un costado, junto a la pared. El Lungo, mas fanfarrón, se sacó la mochila ahí mismo. El guardapolvo se lo dejo puesto.

- Total - dijo - para lo que me vas a hacer. Y entonces arranco la cosa. El Lungo tiro una trompada, y otra, y otra más. Tenía mejor alcance, sí, pero al parecer también era más lento. El otro, bajito pero rápido, movía la cabeza a izquierda y derecha, como un metrónomo, y las trompadas del Lungo pasaban muy justo por arriba o por el costado. El Lungo, que había comenzado a pegar solo para asustar, se dio cuenta de que el otro sabía lo que hacía. Tenía ritmo, se movía rápido, era observador. Lo que más lo sorprendió al lungo fue la calma. El otro no era como el resto de los chicos, siempre con miedo y por eso muy lentos o demasiado rápidos. Lo esperaba. Veía que hacía y recién entonces esquivaba, amagaba, bloqueaba. Tenia una guardia rara, a la altura del pecho, una guardia que estaba casi baja. Una cosa rarísima.
-        Veni para acá deforme – rugió el Lungo mientras seguía avanzando.
Ajusto precisión y fuerza, le tiro no trompadas, sino verdaderas piñas, puñetazos que iban con la intención de tumbarlo. No pudo darle ni uno. La cabeza del Otro era como una punchball, iba de acá para allá como látigo. Y para colmo no subía las manos ni tampoco le devolvía los golpes. Si el Lungo avanzaba, el Otro retrocedía. Si el Lungo dejaba de avanzar, el Otro mantenía la distancia. El Lungo vio que el Otro sonreía, y entonces comenzó a ver rojo. Quiso acorralarlo, llevarlo a una esquina y acribillarlo a golpes, pero el otro sabia amagar por un lado y salir por el otro, y al tercer intento fue el propio Lungo el que quedo acorralado. Ahí, recién entonces, fue que el Otro subió las manos. Amago con la izquierda y cuando el Lungo le tiro un bombazo para pararlo en seco,  volvió a amagar y se agacho rápidamente al mismo tiempo que le acortaba distancia. El largo brazo del Lungo paso casi rozándole la coronilla. Entonces el Otro soltó un tirabuzón que salió rápido y feroz, explosivo, directamente a las costillas. El golpe no encontró resistencia. Golpeo en la carne como quien le pega a una bolsa de papas. Tuvo un efecto devastador, como una patada de burro. En menos de un segundo el Lungo sintió como, de prepo y dolorosamente, todo el aire le era extirpado de sus pulmones por una fuerza sobrenatural. Sintió como estómago se le cerraba, como se contraía, como todas las tripas se le torsionaban como un trapo escurrido. No pudo evitar doblarse ni que le temblaran las piernas. Hizo un esfuerzo por no caer de rodillas. Aterrado, comprendió que estaba indefenso. Y casi no tuvo tiempo de pensarlo, porque el Otro ya caía sobre el con una lluvia de jabs asesinos y de ganchos bajos, pero también de rodillazos y de cabezazos. Al cabo de dos minutos el ahora magullado Lungo estaba en el piso, sangrando. Tenía dos dientes menos y una mancha imborrable en el historial.

- La próxima te mando al hospital - le había dicho el Otro, antes de marcharse. Desde su desacostumbrada posición horizontal, el Lungo miro como el otro se acomodaba la ropa. Sin apuros lo vio ponerse la mochila y alejarse paso a paso hasta desaparecer por la puerta de salida. Nadie había visto la pelea, nadie lo había visto desplomarse. ¿Había perdido? No podía creerlo. Pero si el otro era mas bajito. Pero si era mas esmirriado. ¡pero si era nadie un don nadie, un completo desconocido! La cosa no podía quedar así…
Todavía perplejo, el Lungo pensó en levantarse para volver a pelear. Pero era inútil. Su cuerpo, obedeciendo otra orden (de mas atrás, mas profunda) no quiso obedecerle. Entonces comprendio que no era que no podía: Era que no quería. ¿No quería, acaso tenía miedo? ¿Miedo, el? Mitad perplejo, mitad aterrorizado, supo que sí. Ese día se apagó la estrella del Lungo Estévez, y desde entonces al Otro lo conocen por Jaguar.


2 comentarios:

Jora dijo...

En un principio pensé que era otra historia que no me acuerdo si publicaste o me la diste a leer. De un pibe que se peleaba con otro a la salida o se la tenían junada y que salió disparado en bicicleta y se salvó de pedo.

Sebastian P. dijo...

Ahh si, eso paso en la secundaria jeje. Esto es en la primaria.