El canto lejano de un pajaro terco era todo lo que se oia. S. esperaba fastidiado y con dolor de cabeza, en uno de los andenes de la estacion Florida Este.
La estacion era un paraje silencioso a esa hora, y S. pensaba en Lima o en La Paz en tiempo del Virreinato. El cielo era celeste y limpido, y hacia el sur se divisaban imponentes y siniestras, los nubarrones de una tormenta salvadora. El aire pesado y casi irrespirable le daba a S. la sensacion de estar flotando en un mar repungante de materia gelatinosa, en la que tambien flotaban todo tipo de moscas y mosquitos, restos de comida y trazos de humo. El tiempo parecia, dentro de ese flan barroso que era la existencia, como suspendido o al menos adormecido.
- Buenos aires - silbo S. entre dientes, con un tono entre cinico y aburrido. Y acto seguido pateo una piedrita que de algun modo milagroso habia salido del anden. El infierno que a esa hora era el tren Mitre aseguraba que el proximo tren, y el otro y el siguiente, vendrian cargados de osamentas humanas hasta sus limites fisicos y espirituales, por lo cual, si uno no queria pagar el transporte con su humanidad toda, habia que dejar pasar al menos cinco o seis trenes.
- Boreas hace sentir su ausencia - dijo S.
M., que hasta entonces se habia mantenido orgullosamente en su segura forma de ovillo - crisalida sobre un banquillo, saco la cabeza de entre sus brazos.
- Autros, estupido - corrigio M.
- Bueno, Autros. De cualquier manera no tengo ganas de hablar. Odio el calor, este puto calor de mierda. S se callo repentinamente. No tenia sentido. Simplemente no soportaba el calor. Lo ponia inestable y de un humor pesimo. El viaje seria un infierno y daba por descontado que no valdria la pena.
La lluvia era en ese entonces su unica esperanza y consuelo.