Mientras recorria las calles la ciudad volvio a aparecer. Eran calles nuevas para mi. Años viviendo en el barrio y todavia me pasa de maravillarme con calles y pasajes que parecen brotadas de la noche a la mañana; Como si hubieran crecido despues de una tormenta. Por supuesto, es de creer que las calles, con sus casas, jardines y demas pecularidades ya estaban ahi desde mucho antes.
Esta vez en particular fue por una especial configuracion de las sombras y la luz. Las sombras suelen ser muchas y la luz, en cambio, siempre es una sola. No se de donde habre sacado esa tendencia a unificar los espacios luminosos y a separar los sombrios. Dibujos de sombras en la luz y nunca al revés. La sombra es forma, la luz materia. La sombra es trazo, la luz lienzo.
En ese especial dibujo que las copas de los arboles imprimian sobre el asfalto volvio a insinuarse la ciudad. Surgio como un holograma, se superpuso por unos instantes - dos o tres minutos - y luego volvio a desvanecerse, a hundirse en la nada o en ese espacio en el que reside la gran mayoria del tiempo, que si bien no es la nada - no puede ser la nada, porque ex nihilo nihil fit - es sin duda un lugar que se le parece bastante. Por supuesto, tengo que explicar que es esto de la ciudad.
La ciudad es, por supuesto, la ciudad ideal. En pocas palabras puedo decir que dentro o detras o en algun sitio de la Buenos Aires habitual se esconde otra Buenos Aires. Una Buenos Aires fantastica, fantasmal, mitologica, magica. Podria seguir agregando adjetivos: Irreal. Pero irreal, justamente irreal, no. ¡Si justamente la ciudad es la verdadera Buenos Aires! Todo el resto, la gran mole de edificios, de calles y autopistas, de plazas, la divison de los barrios, etcetera... todo aquello esta muy bien, es de algun modo necesario. Pero es solo un armazon. El alma de Buenos Aires reside en eso que cada tanto emerge y que yo, de un modo un poco mistico, llamo simplemente la ciudad.
No soy lo suficientemente habilidoso como para explicar en que consta, o siquiera en que condiciones suele manifestarse. Uno va por una calle y de repente, tan claro, tan obvio como cuando sale el sol, uno siente que ha entrado en la ciudad. No sabe como entro, pero se sabe adentro. No sabe tampoco, naturalmente, como salir. Y asi como entro, de repente en un momento el sol se nubla y uno descubre que se haya de vuelta en la falsa Buenos Aires.
No es solo una cuestion de exteriores, de calles desconocidas. No es lo mismo que la conocida sensacion de lo nuevo. La ciudad puede sorprenderte en cualquier momento. En un ascensor, por ejemplo. O arriba de un taxi, mientras se mira por la ventanilla como quien ya lo ha visto todo. Incluso podes ingresar a la ciudad - tan misteriosamente como siempre - desde la comodidad de tu casa. La ciudad es tan intempestiva, irrumpe, fragmenta de tal modo la tranquila irrealidad cotidiana, que se termina reconociendo que no es tanto uno el que entra en la ciudad como la ciudad la que entra en uno. Y asi, como pasamos de vivir en una Buenos Aires real a - con algun pesar - reconocer que vivimos en la falsa, pasamos de creer que vamos de un lugar a otro a decir que esa extraña ciudad es un estado del alma, una disposicion, cierta forma de afinar el instrumento metafisico, aquel viejo vehiculo ontologico, la mariposa eterea pasada de moda.
Cuando uno descubre la ciudad, todo se transforma. El conocimiento de una dimension entera nos golpea en la cabeza. Ya nada puede volver a ser lo que era. Al principio se experimenta una cierta paranoia. Esto es muy natural. Si una dimension extraña puede descender, dios sabe desde donde, sobre nosotros en cualquier momento, es natural que uno se sienta acechado. Hay dias en que no me siento seguro ni en mi propia cama. Siento que la ciudad me ronda, siento a la ciudad latiendo detras de cada pared, oculta dentro de mi taza de te, veo a la ciudad disimulada en cada sombra. Progresivamente fui entendiendo que no hay nada que hacerle, y que lo mejor que se puede hacer es aceptar aparente aleatoriedad de la ciudad como se aceptan tantas otras cosas. La lluvia, por ejemplo. O los dolores de cabeza.
Lo siguiente es reconocer que, dado que existe la ciudad y uno la habita de a ratos, uno es en esos ratos ciudadano. La analogia se extiende del lugar al sujeto, y a estas alturas la metamorfosis no puede calificarse de descubrimiento, y mucho menos de descubrimiento pasmoso. Quizas sea sorpresivo, esto si, aquel buen dia en que descubrimos que no estamos solos en la ciudad. Que existen otros. Otros ciudadanos. Otros habitantes ocasionales de la otra dimension. Que entran y salen, ¿tan azarosamente como nosotros? ¿o acaso han desarrrollado tecnicas, ritos de entrada y salida? ¿conocen secretos que nosotros ignoramos? Toparse con otro habitante en los pocos minutos - en el mejor de los casos he permanecido algunas horas - en que uno esta alla es casi un milagro. Tengo que confesar que a mi jamas me ha ocurrido tal portento. Si conozco la existencia de otros habitantes no es por habermelos encontrado alla sino por signos que encontre de este lado. Claras alusiones a la ciudad. Descripciones que serian imposibles para cualquiera que no haya estado de ese lado. Imposibles del todo para alguien que solo halla vivido aqui, entre los departamentos y la caca de perro.
Podria seguir contandoles cosas, pero estoy seguro que seria inutil. Si conocen la ciudad, entonces ustedes mismos podrian hablar de todo esto mucho mejor que yo y si, por el contrario, no han salido nunca de la falsa Buenos Aires, entonces seria como intentar describirle a un sordo el sonido de una gaita usando lapiz y papel.
¿para que escribo esto entonces? Bueno, supongo que como un signo. Una especie de santo y seña, un guiño para mis conciudadanos. Sepan que no estan solos. Somos incluso mas de los que nosotros mismos nos atrevemos a sospechar. Quizas llegue el dia (estoy seguro de que llegara) en el que solo habitemos aqui como ahora habitamos alla: de a ratos. Esos ratos seran cada vez mas cortos hasta que, un buen dia, desapareceremos de entre los autos y la falsa ciudad quedara vacia.