El centro era una gran tumba de mármol envuelta en la neblina y en la oscuridad. Luis, que caminaba taciturno por el paredón del cementerio de la Recoleta, pensaba que mas bien el centro debería ser como una gran tumba envuelta en la niebla pero que, puesto que el estaba ahora en la Recoleta (y claro entonces lo de las tumbas) tendría que ir hasta alla para cerciorarse de que efectivamente era una gran tumba. Yo creo mas bien que, mirándolo un par de Whiskys mas cerca, era mas bien como una mezcla de Stavroguin y aquel tenebroso primo de Berenice que tan bien describió Edgar Poe.
- Lucho, dejate de joder, vamos para casa
- No.
- Dejate de joder pendejo, son las cinco de la mañana.
- ¿y? Mejor. ¿no ves? Si hasta ya es de dia, ya todos los muertos volvieron a sus tumbas. Bah, lo que es todos todos, no. Falta uno.
- Dale Luis, tengo sueño. Te juro que me voy y te dejo aca entre los claveles y las margaritas. ¿venis?
- Sali. Saca la mano che, y no me sonrias asi, sabes que no va a servir. Yo me voy al centro, vos si queres anda y prepara café, que seguramente voy a volver sin sueño.
- Y encima el señorito quiere un café. Andate a cagar, haceme el favor. Yo llego y me voy a dormir dos días seguidos, o armo un bolso y me voy a mexico a escalar una pirámide, o salgo de nuevo a acostarme con el primer idiota que se me cruze.
- ¿Ah si?
- Si, ¿Qué te reis? Es lo que vas a ganar por dejarme sola un sábado a esta hora.
- Hace lo que quieras. Antes de salir para mexico podes dejar café caliente en la cafetera. Chau.
Y si. Viendolo alejarse pensé que si, que algo de Stavroguin había tenido siempre. Era algo como palidez que sin embargo no era palidez, era otra cosa. Alguien había dicho, o tal vez lo este diciendo yo, que la soledad es un aura. Luis siempre había tenido, ahora lo veo, mientras se aleja casi pegado al muro, como si estuviese caminando por un sendero de montaña y fuese necesario pegarse lo mas posible al farallón, siempre había tenido un aura lúgubre, algo como una mirada de pozo o de callejón a las seis de la mañana. Y ahí va pegado al farallón, mi viajante, mi caballero negro, como si del otro lado acechara el abismo y soplara un viento frio y gélido, Sigfrido, y fuese necesario pegarse con todo el cuerpo y toda el alma al frio muro de piedra para no caer a un abismo.
Ya mas tarde, acodada en la baranda un puente, Andrea miraba las columnas de la facultad de Derecho, y pensaba que si, que para que mentirse a una misma, para que seguir creyendo que Ligeia cuando evidentemente Lady Rowena, Lady Rowena y entonces siempre de fondo esa tristeza, siempre al final las tumbas y los cementerios. Si: Yo soy sin dudas el farallón al que el pobre viajero se aferra. Da lastima ver como se aferra el pobre, como se aferra y que frio debe ser el viento. Si no fuese por aquel vampiro, por aquel invencible fantasma de vampiro, aquella insuperable Ligeia. Insuperable, si, pero insuperable por muerta y no por otra cosa. ¿Cómo pelear, en efecto, contra la perfeccion del recuerdo? ¿Cómo derrotar el concepto y el idilio con un misero presente de cines y paseos por la Recoleta? Y, sobre todo, ¿Cómo hacerlo cuando una es acechada a cada vuelta de la esquina por el vampiro? Cualquier cosa lo desencadenaba, tristemente cualquier cosa. Un árbol, una sombra, una vidriera, ciertos cielos e incluso ella misma, Andrea, Hermosa Lady Rowena de dorada cabellera, incluso ella en jumper o sobretodo o incluso desnuda en la penumbra de una pieza, incluso ella, sobre todo ella.
Pero, ¿seria acaso por eso? ¿Porqué-precisamente-sobre-todo-ella?. Esta idea la inquietaba sobremanera, volvia y volvia como en olas. Que puta. Que hija de puta. Morirse asi. Para morirse asi había que ser una hija de puta, había que haber leído a Poe. Pero ella tambien había leído a Poe, ella tambien era alta y brumosa como una figura de boticelli, ella tambien había llegado a quererlo. Y, desde la muerte de Ligeia la de profundos ojos y cabello oscuro como-el-ala-de-un-cuervo (y era asi, según podía inferir por las descripciones de Luis ella es asi,sigue siendo asi, con cualidades que son sustantivas, con accidentes que son esenciales) ella había sabido ser ese farallón para una existencia terrible, la red protectora ante el abismo.
- La puta madre.- murmuro Andrea sobre el puente. – Puta madre, que triste que es esta vida.
Mas tarde, en algún colectivo que se internaba en el centro como una hormiga en un hormiguero que despierta, Andrea seguía pensando que si, que la tristeza y el sosten, el farallón, que todo eso, que esos meses, esas madrugadas de oir a Luis hablar y hablar como un loco y al final era simpre lo mismo, era la posesión y entonces era como hablar y estar con Agustina. Entonces había que apurarse y hacer el amor, buscar en la cama aferrarse desesperadamente al farallón, a la vida, alzar las cruces y las ristras de ajo, ahuyentar al vampiro con un ritual desenfadado y como ya sabido. Habia que apurarse, si. Sobre todo en las piezas. En las piezas Agustina aparecia mas rápido que en ningún otro sitio, y entonces había que desnudarse antes de que apareciera, porque sino era verdaderamente un asco estar desnuda tambien ante ella, enfrente y alrededor de ella, siendo ella. Siendo ella, siendo ella, se repetía Andrea en su fuero interno, y ahora que lo pienso el es tambien un hijo de puta. Y yo tambien. Mira que estar los dos presos de una muerta, de algo que al final no es mas que un monton de huesos pudriéndose en la chacharita, que un par de fotos en un cajón y que un monton de recuerdos falseados y arreglados. Pero entonces por que este nudo, por que Luis llendo al centro como un sonámbulo y yo como una idiota siguiéndolo. Los dos persiguiendo un fantasma. ¿Por qué? Porque por que. Mejor me bajo aca.
Aunque claro, para Luis de algún modo siempre es de algún modo ella(Agustina caminaba ya perdida entre alguna de las calles de Tribunales), Ligeia en alguna de sus formas, en alguna fase de sus horrendas metamorfosis: Arbol, sombra, tres de la tarde, lienzo de Moreau, todos los bares del centro.
- Queda la verdad que dicen las grullas: No te aventures mas alla del valle mortal. – recito Andrea en voz baja. La ciudad toda era tal como había dicho Luis: Una tumba en la niebla, un conglomerado kafkiano de opresivas fachadas grises, de traseuntes anónimos que se apelotonan bajo la presión de la neblina y la garua. Era como si una inmensa y pesada nube hubiera descendido en terrible epifania para copular con las ruinas de una antigua capital.
Andrea lo sentía a Luis al modo de un extraño doppelganger. Sentia que el centro era un laberinto de dimensiones borgeanas, un interminable cuadriculado de pesadilla, con infinitas esquinas e infinitos bares, infinitos pasos de cebra e infinitos embotellamientos, infinitas estaciones de subtes, un todo esférico, un rizoma. Inconcientemente, quizás, había un centro. Dicho centro estaba, tal vez por simple habito, en el obelisco.
Una ráfaga de viento y rocio hizo flamear como una lúgubre bandera el piloto marron de Andrea. Habia en eso algo parecido a un orden teleológico, a una profecía o un oráculo que se había iniciado en la madrugada en que Agustina había comenzado con las pastillas, había seguido con el Vodka y había terminado con con el sueño lucido y con la muerte, con la inutilidad de la sala de urgencias. Un remolino lento y siniestro en donde Luis y la realidad y los r ridículos proyectos de convivencia y futuro propios de todas las parejas se habían hundido (como la ciudad se hunde en la niebla) para que luego yo llegara un dia como una pieza mas que pasa de querer conocer el ruinoso parque de la ciudad a enamorarse de un cazafantasmas. Enamorarse, asi, en una forma tan ridícula que es para ir ya mismo a tirarse al rio por el dique 3. Y quien iba a pensar que iba a terminar envuelta tambien yo; Yo, justo yo. Entonces, por primera vez en el dia, tal vez por primera vez desde hacia meses, se sintió molesta. ¿Por qué había seguido a Luis, se pregunto en un acceso de sol y lucidez, de un modo entre mórbido y curioso? Y sintió tambien algo que era una mezcla de rabia y asco. Pero no sabia si era por ella o por Luis, por su tendencia a seguir viéndola y oyéndola (no a ella, sino a la otra) o por no irse realmente a mexico o a acostarse con por ejemplo ese petiso lleno de pecas, con cara de erizo. Un tipo repugnante, si. Seguramente de esos que llevan a comer a las mujeres a los shoppings y que disimulan mirarle el culo a cualquier otra mientras hacen la cola para el cine. Si, despreciable, pero sencillamente acostarse con el (o irse a mexico) solo para demostrarle a Luis (pero sobre todo a Agustina) que ella estaba del lado de la vida, totalmente del lado del sol y de la vida, que ella (ahora sentada en uno de los canteros de la plaza de facultad de medicina, bamboleando las piernas, la mirada perdida en alguna cúpula que rasga la niebla) no necesitaba caminar pegada al farallón de un recuerdo o de una oscura ausencia; Por que era eso, una presencia en forma de constante ausencia, un hueco que de tan vacio era solido. Tampoco estaba dispuesta a ser la médium, el puente o la excusa.
- Como baja la niebla.- dijo Andrea cerrando los ojos y hechando el pelo para atrás -. Como desciende amenazante, Luis. Amenazante como un buitre sobre los despojos. Si la vieras… Soy una pava, una pelotuda: Claro que la ves. Si viniste saca solo para mirarla.- Andrea pensó o se dio cuenta entonces de alguna cosa. Saco un marcadorcito de los insubestimables bolsillos del piloto y escribió en una piedra “alguna vez todos tendremos un comienzo”. Abrio los ojos, tomo envión con el ultimo sacudón de sus piernas y de un salto se puso a caminar con la vaga excusa de tomarse un café por corrientes.
Que Luis nunca la había querido lo sabia de sobra. Era otra cosa, una persecuccion, una liturgia de las conversaciones y de los silencios, un ir en busca del tao o del nirvana o de Ligeia o de la Felicidad, siempre de a dos pero de un modo paralelo, separado, cercanos pero como sin tocarse. La relación era ese espacio, esa dirección inexacta, era estar en un misero mismo espacio de dos mil metros cuadrados rellenos de mugre y niebla y no poder hallarse, sin siquiera buscar hallarse, como estar envueltos en un sueño sin saber que solo son el personaje inventado del sueño del otro. Andrea ya lo había adivinado hace mucho, si yo soy al final peor que el, soy solamente la silla, el caballo, el puente o el habitáculo, la maceta en donde se espera la reencarnación o el renacimiento o la putisima transmigración; Y el cree ser Hermes o Paracelso, el arcano numero 9 (numero mágico), “simboliza la grandeza en la penumbra o en la soledad”. Y quien me dice que desde el principio, un poco sabiéndolo, un poco culpable, quien sabe si el no la buscaba desde el principio. A lo mejor… la crueldad es muchas veces un adorno, y todo adorno es siempre una mascara.
No obstante era notorio que algo había cambiado en los últimos tiempos. Habia una intensificación de los espacios y tambien de los estallidos. Luis la había estado llevando demasiado seguido a esos hoteles maravillosamente Dostoievskianos. Habia un casi indisimulado deseo de perderse en el sexo, en las calles oscuras, un apresuramiento. Ya casi no hablaban ni tomaban café. Andrea se pregunto entonces que razones habría encontrado Luis, en el caso de no haberla conocido, para no suicidarse. Era sin dudas el camino mas comodo y la respuesta final, positiva o negativa pero final, a esa huida o a esa puta búsqueda. Era a todas luces algo mucho mejor que toda esa mierda de andar perdiéndose en el centro sin haber dormido en toda la noche. Si, últimamente el estaba errático, misántropo y errático, y entonces había que matarlo, matarlo o matarse los dos, tirarse al puerto o en su defecto saltar de algún puente.
Andrea se dio cuenta entonces que sus pasos la guiaban, en espiral y casi sonámbula, para el lado del puerto. “Erratica”, volvió a cargar Andrea en el semisueño de caminar por calle corrientes, si, tambien yo estoy errática. Todo es una pieza de relojería que es como una nebulosa, como girar en la cama o estar borracha, y todo es tan gris que es casi natural que ese que ahora veo cruzar Uruguay como un autómata sea Luis, como si no fuese otro que Luis espantozamente del brazo de Agustina. Pero no, por suerte no del brazo. Gracias a dios que no del brazo. Pero detrás. Si: detrás. Claro que esa que parece seguir, sin siquiera dar vuelta la cabeza(y su melena negra como el ala de un cuervo ondea preciosamente) como una sombra no es otra que la muertita, que la hija y la madre de todas las putas; Putas de las que por supuesto yo formo parte, pues ya estoy tambien cruzando corrientes como una loca detrás de el, quiero decir detrás de ella.
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