La cosa es que sali de ahi y me tome el 106, repleto de gente que volvia del trabajo, que aun volvia del trabajo. Es casi inutil querer viajar vacio en Buenos Aires, como no sea a las tres de la mañana.
Por suerte habia, parada en el medio del colectivo, como las madonnas de los cuadros de Verrochio o Boticelli, una chica muy alta y muy linda, y entonces me acorde que a la mañana habia leido, mientras viajaba mediodormido en el subte B (rumbo a la esclavitud) en el diario "El Argentino" de un señor sentado que ver gente linda tenia los mismos efectos endorfinicos que ciertas drogas y que me habia acordado de Platon.
Mientras miraba a la chica por sobre Hemingway abierto en la pagina 113 pensaba que se parecia increiblemente a una chica que conozco, pero felizmente llevada a una belleza renacentista. No se que mecanismos comparativos del carajo operaran para que uno piense esas cosas. Por suerte o desgracia pegue un asiento y quede de espaldas a la beldad que justo en ese momento hablaba por celular y sonreia maravillosamente.
Y entonces subio un tipo mucho mas bajo y feo, algo que era como los musicos vagabundos de muerte en Venecia, pero con la diferencia de que este iba solo (no, iba con la mujer y el hijo de 4 años) y no solo le faltaba un instrumento, sino tambien un brazo.
Luego de mostrar la obligatoria credencial de discapacidad (que ninguno de nosotros miro) comenzo a mendigar (palabra horrible) con un argumento de 150 pesos para no quedar en la calle, poniendo a su mujer e hijo como palanca emocional, como si no fuera ya tragedia la suya sola, y lo interesante es que el tono era agresivo, no de suplica o conmiseracion, sino agresivo como si tuviese unas ganas locas y reprimidas de arrebatar una cartera, cosa que indignaba la superioridad de las señoras, los cadetes y todos los pazguatos que esperan todo el dia para eso, para sentirse seguros y realizados ante la comparacion con ese pobre tipo, pero que en mi caso habia logrado que cierre el libro para oir atentamente.
Despues de recorrer el colectivo dos veces, con los malos modales y codazos correspondientes (lo cual era causa pero tambien efecto de la aplastante gelidez silenciosa de todos los pasajeros, los cuales se defendia de la miseria con el marmoreo muro de la indiferencia a base de celulares, libros y hacerse los dormidos).
El hombre pregonaba su melodrama rapida y friamente. Nos odiaba, nos despreciaba a todos con o sin sentido, pero yo (mi irrefrenable tendencia a ponerme del lado del pobre) no podia pensar mas que cuanta razon que tenes hermano, con toda tu incapacidad para entender incluso tu propia situacion, cuanta razon que tenes, y mientras yo pensaba esto el tipo ya discutia con una jovencita de saco rojo que, indignadisima, lo acusaba a plena voz de haberle tocado el culo, cosa que con un solo brazo y ese colectivo tan lleno merecia mas el aplauso que el repudio.
El tipo volvio cerca del chofer e hizo una pausa. Silencio. La indiferencia de los pasajeros era kafkiana, y yo queria decirle al mendigo que aunque lo atendiese alguien del otro lado del tubo, no podria uno decir con seguridad que estuviese hablando con un funcionario del Castillo, cuando entonces el mendigo nos miro a todos con esas miradas vacias que al no mirar a nadie nos abarcar innegablemente a todos, aunque nos hagamos los sotas, y entonces nos dijo que muchas gracias, rabiosamente y a los gritos y con desesperacion tapada por el orgullo que muchas gracias, que era increible que un colectivo lleno, pero llenisimo, y que le habian dado, entre todos, una moneda de un peso. Miserables, ratas de porqueria, basuras que viajaban a mar del plata y cambiaban el auto, que seguramente ese dia habian gastado quien sabe cuanto en alfajores y tonterias, en cafes y libros y paquetes de cosas tiradas por la mitad, cosas que se usan una o dos veces o nunca, y que solo una moneda de un peso en un colectivo lleno, llenisimo de personas que (claro que todo esto ultimo lo pensaba yo, mientras pretendia no estar ahi, detras de mis 600 paginas de editorial De Bolsillo) se indignan con Gaza o con el Ebola pero que eligen guardarse su peso mientras otro (cualquier otro, y ahi esta el asunto, un otro cualquiera, que es el unico otro verdadero, legitimo) va a parar a una acera fria y humeda y llena de tierra y piojos, sea hipotetica o no esa situacion, tenga uno o dos brazos, tenga mujer o hijos, los señores se guardan su peso porque claro, porque, querria haberte dicho, mendigo, cada cual se gano ese peso trabajando y de todos modos (querria habertelo dicho enfrente de todos y no estar escribiendo esto ahora casi como algo lastimoso, casi como una resignacion o una disculpa que merece un sopapo mas que el "te perdono, cagon") ninguno de nosotros era responsable de tu miseria, mendigo; habias entrado en nuestra vida, en nuestra vida que a esa hora esta mas cansada y aburrida que nunca, hacia solo unos minutos.
Por eso, aunque levantases ironicamente la moneda de un peso como Socrates su indice en la Academia de Rafael, con una mirada rabiosa y una sonrisa hipocrita, por eso tambien te habria querido explicar que era casi natural que cada cual evitara la compasion como mejor pudiese, algunos con el celular, otros con aforismos de Nietzsche - Zarathustra, que era natural porque en la sociedad del exito, descendiente de los sonrientes carteles de Malboro de los 60, pero mas enferma y neurotica, en esta sociedad de despotas en Gucci y de sociopatas y cyborgs sonrientes y de buen curriculum, se le huye a la miseria (que digo, a su sola idea) del mismo modo como se huye de toda negatividad, de todo dedo levantado, que en este caso era una moneda, una moneda que de tan alta casi tocaba el cielo (el techo) con su solcito de cobre y que interpelaba, junto con ese "gracias", todas nuestras miserables existencias de viajar sentados rumbo a casita. La monedita interpelaba a todo el genero humano.
Pero no te lo dije, mendigo, discapacitado real o falso, seguramente falso y ademas drogadicto para la tranquilidad de nuestras conciencias negadoras del misero pesito y por lo tanto desesperadas buscadoras de pretextos demonizadores, no te lo dije, y por eso ahora narro todo esto mientras coo un plato de polenta.