23 nov 2015

Premio Consuelo

El viento frio y seco arremolinaba las hojas de la vereda. A traves del vidrio, podia ver la danza sin sonido de la hojarasca, como una pelicula muda. Por mas que aguzara el oido no podia oir mas que el ajetreo de copas y zapatos, del lleva y trae de cubiertos, sanguches y cafes con leche, propio de todos los bares de Buenos Aires y tal vez del mundo. No oia a las hojas, pero me imaginaba su sonido. Era un sonido ululante y frenetico, un silbido agresivo que se mantenia en un tono agudo, con vaivenes, como el maullido de un gato encrispado.
Todos los vidrios estaban maravillosamente limpios, y a traves de ellos uno podia ver a la ciudad bajo la llovizna intermitente. La ciudad entera relucia como la luz de la luna en un charco. Refulgia. Grises y pardos eran espejos de los charcos, y los charcos espejos del cielo. El otoño fue siempre para mi una estacion poetica.
Por fin vino el mozo y pedi una cerveza escocesa y un triolet. No tenia hambre ni sed, ni tampoco ganas de estar ahi, en ese bar, con ese dia, completamente solo. Saque mi cuaderno y comence a escribir. Tenia algo como un cuento o al menos como un relato corto, algo que habia venido apareciendo hacia unos dias y, como toda enfermedad, habia manifestado sus patologias poco a poco. Luego pediria otras cervezas y tambien un Wishky.
Escribi durante un buen rato, hasta que tuve frio. El sol comenzaba a ocultarse y yo me habia dejado la gabardina en la casa de Diana. Tal vez las cervezas o las ganas de ir al baño tenian algo que ver con el frio. Me levante y fui a orinar, no sin antes pedir un cogñac, santo remedio contra el mal clima.
Mientras meaba se me aclararon algunas terminaciones para lo que escribia, ahora definitivamente un cuento que empezaba en un sueño y terminaba en otro. El Wishky estaba en el pico de su efecto, y volvi a mi mesa ya sin frio pero si con algo de sueño, molesto por tener que salir algun dia de ese bar tan elegante y calido.
Iba a empezar a escribir nuevamente cuando senti una rafaga de viento. Senti el aire gelido en la cara un segundo antes de oir el silbido ululante. Dos o tres hojas se colaron por la puerta abierta, que al instante volvio a cerrarse.
La mujer que habia entrado era una chica joven. No tendria mas de veinte años. Entro y se sento directamente en una de las mesas que daban a la calle, con vistas a Avenida Rivadavia. Era muy linda, realmente hermosa: Alta, menuda y muy morena. Tenia ojos oscuros y enormes, y llevaba el pelo recogido en una trenza hecha al descuido. Enfundada en un vestido de saten amarillo, parecia una Maharani india o un cuadro cubista. Varios mechones de pelo humedo se desprendian del arreglado flequillo, cruzandole la cara en varias direcciones.
Intente en vano concentrarme nuevamente en el cuento. Por mas que intentara sumergirme en los personajes y en las calles de ese otro lado, mi atencion salia a la superficie a tomar aire en esos ojos y en ese vestido amarillo. ¿A quien esperaba? Porque esperaba a alguien, eso era seguro. La mirada aburrida que iba de su licuado a la calle lo demostraba casi matematicamente.
Entonces me di cuenta que queria tenerla, conservarla de algun modo. En el relato o en la cama, o en un retrato. Mis pocas habilidades para el dibujo y para entablar dialogos espontaneos me dejaban la aburrida opcion del relato, de este relato.

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