5 sept 2021

ups!

Cuando se me cae un tornillito al piso deberia se capaz de hallarlo. Pero solo puedo hacerlo si lo sigo con la vista. Si mis ojos no pierden de vista su trayectoria, si puedo apreciar el instante mismo del primer y fatal rebote contra la baldosa de pintitas de mi comedor, si puedo, luego del rebote, seguir al pequeño cilindro de metal con cabeza philips o tor o plana o estrella, hacia la izquierda o hacia la derecha, entonces mis posibilidades son buenas. En esos casos, el tornillo rebota una o dos veces mas, y queda a la vista en un rango de uno o dios pies de distancia del sitio de su primer impacto, llamemos a este lugar la zona cero. En esos casos, si ademas fui lo suficientemente aguila para seguir al tornillo en todo su trayecto desde mi torpe mano hasta su ultima sacudida y estertor final; Si, por decirlo asi, no perdi ni un solo fotograma de esta trayectoria, entonces la realidad, regida por las inmutables leyes de la fisica, o regida por los oscuros hilos de las moiras - Cloto la hilandera, Laquesis la que hecha las suertes, Atropos la inexorable) o regida por los caprichos de Fortuna, me recompensa con la posicion exacta del tornillo, tan exacta como si estuviese localizada por un GPS. Cuando esto pasa, es decir, cuando el tornillo esta quiero, REALMENTE quieto, libre ya de cualquier oscilacion sobre su cabeza o de algun inesperado ultimo rebote, salto baquico, espasmo electrico o lo que sea, entonces puedo respirar tranquilo. Se ha convertido en un objeto inerte. Inanimado. En algo en reposo, pasivo, pura materia, sin potencia. Yace completamente desinflado, aprisionados todos y cada uno de sus atomos por la gravedad contra el suelo sucio. Entonces puedo levantarlo con toda tranquilidad, aferrarlo, esta vez con seguridad leonina, entre mi pulgar y mi indice. No correre el riesgo de tomarlo de la resbaladiza cabeza, sino que lo aferrare directamente por el cuerpo, dejando que la cabeza haga de traba natural entre mis uñas. Una vez en mis manos, el tornillo rebelde cumplira su sentencia en entre una arandela y lo que sea que tenga que asegurar. El destornillador girara primero con cierta libertad, luego como refrenado por la resistencia de la arandela, a la que sin embargo iremos estrangulando dulcemente poco a poco, vuelta a vuelta, incrementando la torsion con cada pequeño giro de la muñeca, en un movimiento de boa constrictora, hasta que llegaremos al limite, al equilibrio entre todas las fuerzas. Si se tiene cierta malicia, este limite, este "justo medio", esta sofrosine, puede superarse. Mas alla de la perfeccion esta el exceso, mas alla de la justicia el castigo, y ciertamente pienso en mi como un verdugo, como en el soldado que remata con un tiro en la cabeza al cuerpo que acaba de fusilar, mas por odio que por verdadera precaucion, cuando tenso mi brazo para darle al tornillo esa ultima vuelta innecesaria y hasta contraproducente, pues corro el riesgo de dañar lo que sea que este atornillando y ademas el dia de mañana jodida la madre del pobre infeliz que tenga que desatornillar lo que yo atornillo ahora. Una vez lei que los atomos realmente no se tocan entre si. Que algo (la fuerza electromagnetica, o la fuerza nuclear debil, o la fuerte, quien sabe) repele las particulas y que entonces el tornillo no esta verdaderamente sobre el suelo, sino mas bien levitando infimamente sobre este. Lo mismo pasaria con mi culo cuando se apoya o mas bien no se apoya sobre la silla. Mi culo levitaria infimamente sobre la silla; Los atomos de mi culo aprisionados entre la espada y la pared, entre la gravedad y la fuerza nuclear debil. Tengo que admitir que, aunque esto no sea intuitivo, tiene cierto sentido. Si las particulas subatomicas realmente pudieran tocarse, si pudieran revolverse y confundirse unas con las otras en una sopa-orgia de dimensiones microscopicas, entonces ocurriria que mi culo se fusionaria con la silla o alguna aberracion no menos desagradable No me gusta pensar estas cosas. Sobre todo por que tengo miedo de que por algun resorte oculto el tornillo vuelva a saltar; Que vuelva a saltar y yo lo pierda de vista, tal vez para siempre.

Porque la cosa bien puede ocurrir, y a lo sumo ocurre, de otra forma. Hasta ahora solo han oido lado bueno del asunto. La mejor posibilidad, el final feliz, por asi decirlo. Porque puede ocurrir que pestañee. Que lo que hay de automata en mi ordene precisamente cerrar y abrir los parpados en en preciso momento en que el tornillo cae, o en cualquiera de los sucesivos instantes que componen la caida. Basta solo un pequeño blackout, la mas minima perdida de atencion; o un rayo de sol que entre por la ventana, o un sonido extraño, o una mota de polvo que me entre en el ojo, o que justo en ese momento me pique la planta del pie. Si mi atencion, si mi devocion hacia el tornillo no es absoluta, entonces indefectiblemente lo pierdo. Basta que no pueda seguirlo un instante para que vuele de mi para siempre. Entonces comienza la pesadilla. El mundo ya no esta regido por las hilanderas o por una diosa caprichosa, sino que es el infierno o el caos primigenio. No he visto donde ha caido el jodido tornillo, y ahora me sera imposible hallarlo. Vano sera recorrer con mi vista cada milimetro de baldosa. Vano sera subdividir el suelo de mi cocina o de donde sea que este en pequeñas zonas, cual si se tratara de una excavacion arqueologica, y luego barrer estrategicamente cada zona; En vano es, por supuesto, barrer o aspirar o pasar un enorme magneto. El tornillo no aparecera. Procurara evitar por todos los medios ser detectado. "Es imposible", diran ustedes. "El tornillo tiene que estar en el piso". Ingenuas palabras de quien jamas ha sufrido la desgracia de dejar caer un tornillo de material no ferroso de 2 milimetros de diametro sobre un piso que parece especialmente diseñado para servirle de jungla, de laberinto, de escondite perfecto. Cuando pierdo de vista al tornillo me pongo frenetico. Lo primero que siento es cierto desprecio agridulce contra mi mismo, mezcla de enojo por haber dejado caer la pieza y conmiseracion por mi ya tragico destino. Me insulto varias veces, mentalmente o en voz alta, dependiendo de mi estado de animo, de si estoy solo en mi casa o trabajando para un cliente. Luego intento calcular la zona cero. Partiendo de mi ultima vision del tornillo, y suponiendo que el tornillo caiga en linea recta siguendo los patrones de aceleracion normales, triangulo un punto imaginario sobre la baldosa y fijo mi vista lo mas agudamente que me es posible. Por supuesto, el tornillo no estara alli. La fuerza de l caida deberia hacerlo rebotar dos o tres veces. Mi primer error, por supuesto, es pensar que el tornillo cayo en linea recta. Porque desde el momento en que lo perdi de vista no tengo razones para creer que opera segun las leyes naturales. Bien puede haber volado en linea recta hacia la pared del cuarto, bien puede haberse trocado en etereo para traspasar el suelo y seguir cayendo infinitamente, traspasando todas las capas de la corteza terrestre, atravesando el centro mismo de la tierra. Si al tornillo se le ocurre seguir las leyes de la gravedad, deberia quedar flotando en el centro de la tierra, aprisionado como un huevo en una sarten por los polos magneticos. Si no se le ocurre, bien puede seguir cayendo y salir por la china o japon, para luego abandonar el planeta en una linea recta que se proyectara hacia en espacio infinito. O bien puede volver por donde vino para volver a surgir unas horas mas tarde en el piso de mi cocina.
Si no lo encuentro en la zona cero, amplio mi area de busqueda. Mas por obstinacion que por verdadera esperanza. Una parte de mi mente sabe con certeza que no voy a encontrarlo, pero otra -que se podria llamar sentido comun o experiencia - me dice que no puede ser que no lo encuentre. Y no lo encuentro. Entonces comienzan los verdaderos sufrimientos, las pesadillas marcadamente kafkianas, en donde cada accion para encontrar el tornillo me aleja indefectiblemente de el. Lo primero que se me ocurre hacer, siempre, es barrer. Creo que ya lo dije. Pero barrer es casi tan malo como bueno. Para empezar, barrer supone una escoba y una pala, objetos que siempre estan a algunos pasos o a muchos pasos de la zona cero. Tengo que caminar para taerlos. Ir y volver. Y en todo ese trajin, ¿acaso no puedo patear el tornillo? ¿quien me asegura que no este en la pernera de mi pantalon o que no se haya pegado como un insecto a los cordones de mis zapatos? Como una espora o un virus en el torrente sanguineo, puede circular libremente y dejarse caer donde le plazca. No, reflexiono: lo mejor entonces es no moverse. Sherlock Holmes y la escena del crimen. Lestrade, el inspector mas inepto de la historia de Scotland Yard. Es fundamental, mi querido Watson, no modificar en absoluto la escena del crimen. Barrer la escena del crimen puede arruinarlo todo. Entonces mejor no moverse y mirar. Mirar pulgada por pulgada pero oh maldito tornillo, tornillo del demonio, tornillo tormento tortura que no le deseo a nadie, comparable a los buitres de Prometeo o la roca de Sisifo y a ellos al menos nadie les quita lo bailado, al menos han robado el fuego engañado a los dioses pasado a la historia como atrevidos salvadores en cambio yo solamente, insignificantemente, ridículamente un domingo aburrido decidí ose me atreví a querer reparar digamos el jodido control remoto de una tele vieja y recibo, perra fortuna, un castigo similar.
Naturalmente que termino barriendo. Estoy harto de todo. Barro absolutamente todo. Primero la cocina, luego mis propios pies, luego de vuelta la cocina. Corro los muebles, la mesa, las sillas las arrojo con violencia fuera de mi vista. Se que todo es inutil, el tornillo ha salido disparado fuera de orbita o se ha vuelto invisible o ha cambiado a la cuarta dimension, desde donde me observa con sorna. Sospecho que Carl Sagan debe haber perdido muchos tornillos a lo largo de su vida. Una vez iniciado el delirio me es imposible parar: o encuentro el tornillo o muero en el intento; Voy barriendo desde los circulos mas amplios de mi residencia en un movimiento centipeto, construyendo una montaña de molvo a puro escobazo. Y luego reviso el polvo como un medico aleman del siglo diecinueve analizaria las eses de un enfermo, forma para la cual no se me ocurre otra palabra que "concienzudamente". Pero nada. Por supuesto que el tornillo no esta. Lo que sigue depende mucho de las herramientas que tenga a mano. Si tengo una aspiradora, aspiro. Si tengo una maza de voleo, voy hechando una a una abajo las paredes, no sea cosa que el tornillo este entre los ladrillos o incrustado como un tumor en la mamposteria. A veces me siento tentado a pedir ayuda. No porque crea que realmente sirva de algo, sino mas bien para tener un testigo y hasta un confidente de el hecho increible de no poder hallar un jodido tornillo. Al menos con otro todo es menos desesperante. Uno puede hacer bromas y reirse de su mala suerte. Frases hechas que tranqulizan, idioteces del estilo de "la aguja en el pajar" y "quien espera y no desespera noseque de la mejor pera", y entre charla y mate quien me dice que el tornillo no se siente atraido por la conocida camaraderia argentina y se acerque a nosotros despacito y casi con verguenza. Por supuesto que le dariamos un mate y luego esperariamos, pacientes y benevolos, ya totalmente reconciliados con el universo y el sentido de la vida, a que nos confesase el porque de su terrible actitud pasada. Estaria todo perdonado y cantariamos y beberiamos en absoluta fraternidad como tres idilicos borrachos Dostoievskianos. Casi siempre es asi: paso del enojo al frenesi metodico, luego a la desesperacion, luego a la risa y luego a la fantasia morbida. Supongo que haria lo mismo si estuviera con una enfermedad terminal, atrapado en un asensor o pasando mi primera noche como indigente bajo un puente. Finalmente me ocurre sentir que el asunto todo es completamente ridiculo. Por lo que a mi respecta, podria estar aquel maldito tornillo en el techo de la catedral del Dome o en la Tumba de San Martin o en la luna o paseando por Dinamarca o en la putisima madre que lo pario. De hecho, varias veces me ha ocurrido de estar tomando una cerveza en Palermo, o recorriendo un Bosque en Esquel y de repente mirar sin querer al suelo como quien no quiere la cosa y para mi sorpresa reconocer a ese tornillo que deje caer hace ya quien sabe cuantos años. Entonces, dependiendo de mi estado, puedo abalanzarme ferozmente sobre el con la sincera intención de estrangularlo o puedo pasarlo de largo con absoluta indiferencia y hasta con desprecio. Después de todo, quien se va sin que lo echen vuelve sin que lo llamen. Ya perdido por perdido, termino yendo a la ferretería mas cercana, en donde me reciben siempre con una cálida sonrisa y me venden una bolsita de cien gramos de tornillos por lo que se dice una bicoca.

No hay comentarios.: