Hay que recuperar la Buenos Aires mágica, habia dicho Guillermina. Fue hace dos tardes atras, cuando estabamos aburridos entre un mate y el siguiente, yo un poco a la izquierda de la pava y ella un poco a la derecha de los bizcochitos de grasa. Lo habia dicho al aire, un poco como para si misma, o al menos un poco no para mi, no totalmente para mi o para ella, sino mas bien para el cronista invisible. El cronista invisible era siempre la tercera pata de todas nuestras conversaciones. Siempre hablabamos un poco para el. Me lo habia presentado Nastenka hace tiempo, y desde entonces era un amigo en comun para Guillermina y para mi. Ellas lo conocian de antes, "casi desde siempre" decian entre risas cada vez que salia el tema. Yo sospechaba y aun sospecho que Nastenka tuvo algo con el Cronista en algun momento de su existencia, algo fugaz pero magico, un paseo en montaña rusa o un verano de escapadas a la plaza del barrio o al balneario mas lejano, una cosa de esas que uno las vive casi con desden pero que despues vuelven con el aura de la edad de oro o de la libertad absoluta.
El cronista era un tipo genial, de lo mas simpatico, algo asi como una caja de resonancia. Al principio me habia parecido que lo del cronista era una exentricidad propia de Guillermina, la cual me empezo y me siguio cayendo bastante mal durante bastante tiempo. No fue hasta la aparicion de Nastenka que me convenci, que me tuve que convencer de lo serio que era el Cronista y, en fin, comenzar tambien yo a hablar un poco con el y para el.
El Cronista, como bien deja entrever su nombre, es un tipo bastante callado. No habla nunca. O mas bien: casi nunca. Registra todo, eso si. Lo registra quien sabe para que. Nastenka dice que para la posteridad, que para las generaciones venideras, que para los habitantes de Orco o de la Buenos Aires Magica. Habia aparecido en la mitad de una conversacion sobre el recorrido de los trenes. Lo habia citado Vera, la hermana de Nastenka, como fuente de una longitud inverosimil para el trayecto de la linea Belgrano Norte. Yo queria saber quien podia sostener semejante perogrullada.
- Vos no lo conoces. El Cronista es simplemente un periodista, un notero. Trabaja para un diario de Buenos Aires.
Asi habia dicho Nastenka, y cuando yo le pregunte, como un estupido, que para que diario trabajaba el Cronista, me replico maliciosamente que, como era la Buenos Aires Magica a la que se referia, no tenia sentido nombrar al diario en cuestion, porque yo no iba a conocerlo de todos modos. Lo de invisible habia sido una contribucion mia, un epiteto bastante aburrido, por no decir obvio, e incluso hasta inadecuado, pues aunque era cierto que no podiamos ver la cara del cronista o decir de que color era la camisa a cuadros que solia llevar, su presencia en cada charla o en cada caminata se hacia sentir de una manera tal que ninguno de los dos (cuando eramos solo yo y Guillermina) o de los tres (cuando ademas estaba Nastenka) o de los cuatro (cuando tambien estaba Vera) se hubiese animado a dudar de su condicion de integrante. Habiamos discutido varias veces si el Cronista era invisible o no lo era. Para mi su invisibilidad era evidente, pero la argumentacion de Nastenka, apoyada con entusiasmo por Vera y Guillermina, tenia tambien su contundencia. Nastenka decia que si el cronista era inocuo e incoloro, completamente silencioso e intangible (me habia hecho aceptar separadamente y por adelantado, de manera mas bien Socratica, estos puntos) ¿como podia entonces uno saber, como efectivamente siempre sabiamos, no solo que estaba presente y escuchando, sino tambien si estaba o no tomando notas, si tenia puesta una camisa a cuadros o a rayas, o incluso si esta sentado en una silla o parado? Esas determinaciones, continuaba Nastenka, eran netamente espaciales, y como tales no podian captarse con el oido (salvo que uno fuese un murcielago) o el olfato, y entonces aunque el cronista no fuese ortodoxamente visible, era sin embargo visible de algun modo.
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