12 oct 2017

una receta (de tantas)

La receta para la felicidad es complicada.
No hablo de la receta absoluta para la felicidad total, no. Eso, amigos mios, es solo un mito. No hay estados absolutos, no hay formulas definitivas. Nada puede detener el cambio, nada la oscilacion. Uno se afana y se afana por lograr la felicidad. ¡Absurdo! Bien sabido es que solo queda el retorno, elastico, hacia un estado diferente, como si fuese una hamaca o una resortera cosmica que solo cesa con ese otro movimiento eterno mal llamado muerte.
Asi que no, no es a esa receta, tan definitiva como inexistente, a la que me refiero.
La receta para el momento feliz, para el instante de que uno no se arrepiente ni se arrepentira nunca, es complicado.
Hace falta lo siguiente:
* la irrecuperable soledad de un ocaso
* el casi inaudible gemido del viento
* el tenue brillo de un rio lejano
* el seductor murmullo de este rio escondido pero insinuado
* un camino de montaña, por el que se sube o se baja
* la sensual quemazon en las pantorrillas y los gemelos
* el tintineo o glup-glup del agua meciendose en la cantimplora
* el olvido absoluto del tiempo tal como se lo desconoce en las ciudades
* el martilleo de los dedos del pie crujiendo contra los apretados guijarros
* un baston de madera
* la sensacion de la primera vez y de la ultima, la certeza de saberse existiendo en el filo de un cuchillo
* la arenosa percepcion de la tierra en la boca, en las manos y en el pelo
* La certeza racional de saberse a mitad de camino


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