"La Humanidad entera esta consagrada al exterminio".
Mainlander.
"La Caridad del universo es falsa"
Spinetta.
El cartel, ya algo descolorido, estaba ubicado a media altura, en el espacio visual que se halla entre la linea imaginaria de la mano y la de la cabeza. Para mirarlo, el observador debe estar con la cabeza levemente inclinada hacia abajo, gacha, en una linea de vision.
Estaba muy bien pensado, muy bien calculado, habia que reconocerlo, pues la postura clasica del gusano de microcentro era precisamente la de andar siempre con la cabeza gacha, como buscando algo, como persiguiendo alguna quimera o escapandose de las sombras de la realidad cuadriculada y cronometrada que lo constituia esencialmente, hasta los tuetanos. Estaba muy bien pensado.
Todo abogado muerto de hambre, todo estudiante de administracion, todo petit burocrata, todo anonimo, todo piltrafe miserable y ambicioso, toda la gentuza, la merza automatizada del microcentro porteño caminaba, respiraba y soñaba en ese angulo: 45 Grados.
El hombre moderno, el ser humano - cosa, el tipo completamente objetivable, descomponible en partes como una pieza de relojeria. A 45 grados; Lo justo como para mirar, como un sapo o un caballo con anteojeras, siempre en linea recta. Lo justo para no tropezarse ni pisar al que esta adelante, pero no mucho mas. Jamas notarian lo peculiar de una piedra o de un balcon, jamas perderian el tiempo, jamas desaprovecharian una oferta, jamas se enamorarian.
Ni muy bajo ni muy alto, ni de frente, de cara al sol, mirando las copas de los arboles, ni tampoco mirandose los cordones de la zapatilla, sino en una perpectiva que enfocaba lo inmediatamente presente, utilitarismo puro, en detrimento de todo lo demas.
Luciana caminaba siempre con la cabeza a 120 grados, con el pelo suelto y todo el cuerpo como inclinado hacia adelante, como tironeado de algun lado, ingravido y con una expresion algo mongolica, como cogoteando, intentando sacar la cabeza por afuera de ese inmenso bolido de grises (mar de mierda), buscando superar el ahogo, buscando un punto de fuga.
¡Que perfeccion, que sincronizacion! - Pensaba Luciana, dando palmaditas.
Eso era puro Darwin o Lamarck (no sabia bien), pero era como si la ciudad entera le dictase a la gente el ritmo de las palpitaciones, el modo de caminar, de estornudar, de hacer el amor, de recordar, de comer tostadas, de saludar, de acomodarse la ropa. Era un enorme molde, una enorme reglamentacion inconciente, una mochila gigantesca que nadie habia pedido, y que el animal - humano devenida en maquina tenia que soportar desde el alba hasta el ocaso.
Y Luciana miraba despectivamente el cartel, mordiendo un poco el cigarrillo, esperando.
Esperar era un lujo, casi una ofensa a los relojes. ¿quien esperaba hoy dia? Todos y nadie. Esperar era para ella dejar pasar el tiempo, dejarlo correr, escurrirse con indiferencia y un poco de sorna. Eso: mirar todo eso y sentir que habia que reirse, reirse porque era inutil, la accion y la inaccion. Fumar y esperar. Si, todos esperaban ALGO, esperanzean mas de lo que esperan. Anhelan, desean, buscan y avidamente se desesperan, sienten el tiempo en contra y entonces fuman como quien emplea un remo contra la corriente del tiempo y de las rocas - muerte. Ella simplemente esperaba, con los brazos en jarra. Se mojaba en la lluvia, se dejaba estar en la cama, dejaba impavidamente enfriarse a la comida y consumirse a los cigarrillos. Era una indolente, una fracasa, una abulica, porque simplemente esperaba.
¿cuantos infelices verian ese cartel, sin verlo, en una hora? ¿y en un dia? ¿Cuantos infelices se tragarian esa mierda en una semana? ¿cuantas conciencias infectaria en un año?
A Celeste y su tragicomica rabia para con todas las imposiciones de lo otro, las serias y las banales.
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