No habia caso, todo era repeticion, y ya estaba harto. Los mismos problemas habian sido pensados una y mil veces, y hacia ya años que una creciente fatiga se iba apoderando de los dias y de las cosas. Habia que terminar con eso, con la farsa o con la vida (eran lo mismo), y colocar, una por una, las balas en la recamara de la Ballester Molina.
Habia un silencio de tarde, quebrada solo por algunos pajaros. La Ballester Molina gravitaba felizmente en su mano. Habia algo de felicidad (tal vez era nostalgia) o de sensacion de realidad en el peso del arma. Un rayo de sol entraba, oblicuo, por la ventana de la sala. Todo era tan blanco, tan laxo, tan tornasolado. Una mañana de domingo, una mas, una mañana como cualquier otra, el planeta que giraban, los pajaritos que cantaban, el tiempo que pasaba despaciosamente, como un gato desperezandose, con un reloj que marcaba el tiempo, y un espacio y un tiempo que ya eran, desde Kant, un problema serio. Todo tiempo era espera y (pero no) toda espera era espera (basta) inutil, ridicula repeticion o (habia) de las mismas calles y las mismas caras (que) que tambien se movian y hablaban para perder el tiempo (parar), porque tambien estaban, lo supieran o no, hartas de todo ese ajetreo, (con todo) de ese peloteo y ese dele que te dele mentirse y tire y afloje y espere y aguarde y ahora se puede cruzar (ya).
Sobresaltados, los vecinos de la planta baja oyeron la detonacion. Si hubieran estado mas atentos o un poco menos aturdidos, habrian oido el ruido sordo del pesado artefacto suicida que, forzando la mano ya inerte, se desprendia de esta como una rata, para dar contra el suelo.
En todo ese tiempo, no penso en nadie. Hubo tal vez algun recuerdo, el patio de la casa paterna en verano, la luna y las palanganas llenas de agua, una damajuana, fragmentos aleatorios de Moebius. Y luego oscuridad, oscuridad y oscuridad.
Desperto algun tiempo, dias o años, mas tarde, en una sala de hospital, con las sensacion de una maquina que volvia a encenderse luego de varias decadas. Dentro suyo,cosas como el tiempo y la memoria se sacudian el polvo. Todos, caras y medicos, hablaban de un milagro o de un caso unico, expresiones sin sentido alguno. Con algo de verguenza, pregunto timidamente por el milagro, pero al parecer nadie podia o queria aclararselo.
Y sin embargo, desde el primer momento tuvo la inexplicable sensacion de fastidio, de aburrido fracaso. Le tomo varios dias decir palabra, recordar quien era, cuales eran los nombres de esas caras que mudas y ansiosas le sonreian o lloraban desde el borde de la cama, que era practicamente el borde del mundo. La tarde de un jueves de mucho calor recordo que, en algun momento, habia leido a Sabato. No se sintio para nada feliz con este descubrimiento.
Poco a poco el tiempo acelero, implacable como siempre, su marcha y esa lentitud y sueño se transformo en la vida, en lo que era o habia sido su vida. Recordo quien era y quienes eran los otros, los demas. Recordo autores y paises, calles y rostros de mujeres que habia conocido o simplemente deseado. Comenzo a hacer relaciones, igual, doble, primo hermano de, al sur de Nantes o el mas grande de los guitarristas de Jazz Cool. El entramado del mundo se construia nuevamente, casi sin el asombro propio de la adolescencia, con algunas sopresas momentaneas, pero tambien con la oscura sospecha de que, logicamente, todo era algo ya sabido. Dos meses despues de salir del hospital, recordo el brillo del bronce (o era cobre) bruñido, la sensacion de una mano pesada y, finalmente, la Ballester Molina y el canto de los pajaritos un dia de domingo. Las explicaciones, como cabia esperar, fueron parciales y poco claras, sumarias.
Todos tenian miedo de que recupere el hastio, esa estupida mania que lo habia llevado a querer descerrajarse los sesos de un tiro aquel dia. Durante su convalescencia, habian desaparecido de las bibliotecas no pocos volumenes. Sutilemente le sugerian viajes, cambio de aire, un vuelco total en su vida, otro trabajo, salir mas a comer afuera, yoga y paulo coelho. Nadie menciono (no debia mencionar) nunca a Kafka, nadie las conferencias que casi habian sido una realidad en los salones de algun hotel, nadie a Emile Cioran.
Para felicidad de madres, amigos y hermanos, no recupero el hastio. Efectivamente viajo, conocio rutas y dialectos, en algun tiempo tuvo moto. Conocio otras personas y, como marca la estadistica, termino enamorandose de alguna de todas esas, presa de las vueltas del azar, completamente carente de simetrias, que algunos optimistas llaman destino. Un buen dia se establecio en un lugar fijo, y nuevamente hubo ventanas y vecinos (la casa anterior fue vendida o demolida o sencillamente olvidada), y tambien dias y repeticiones de dias, espacios con sillas, gavetas, llaves, nombres y apellidos en demasia, y todo esto era normal y placentero y hasta estaba bien. Su esposa decia que todo eso era la vida, y nadie podia estar mas de acuerdo con esa categorica afirmacion. Habiendo hijos y partidos de futbol, gripes y cuentas que pagar, ya casi no quedaba tiempo para acordarse de la Ballester Molina.
Desde ese dia (¿pero cual dia, el del hospital, o otro, muchisimo antes, uno tan lejos que era impensable, eh? ¿cual dia? ) habia algo que lo molestaba, que lo incomodaba en los lapsos donde no se podia actuar: Asensores, momentos de imnsomnio, largas estadias en los baños de bares, las colas de algun tramite, o en el tiempo que lleva dormirse luego de hacer el amor. Nunca pudo precisar que era, pues era mas bien como tener una piedrita en el zapato, pero en un zapato que no estaba en sus pies, sino en algun otro lado indefinible. Entonces era mas facil pensar en otra cosa, en Boca Campeon o en las nalgas de Marylin Monroe (siempre le habia gustado Marylin), era mejor entonces silbar o fumar marihuana o una cerveza bien fria, estirar las piernas y a otra cosa. No necesitaba soluciones mas energicas, como meterse en la religion o el burdel.
Cuando su primer hijo tuvo su primer hijo, penso que ya era tiempo de desligarse un poco del emprestito comercial al que se venia dedicando desde hace años y planear unas merecidas vacaciones. Hacia poco habia leido, por pura curiosidad, un libro de un tal Carpentier. No recordaba el nombre, pero de las aventuras del protagonista, siempre atravesando selvas y pantanos, le habia quedado un fuerte deseo de viajar(1).
El destino elegido fue una ciudad del norte, Bogota o Estraburgo. Tal vez producto del aire extranjero, comenzo a sentirse cansado con el correr de los dias. No pocas veces penso en regresar a casa, y solamente se detenia por las quejas de su mujer y las propias consideraciones monetarias sobre el costo (ya pago) del viaje. Por primera vez en mucho tiempo, sintio en el aire una amenaza, todo se le antojaba irreal, como el atisbo de alguna farsa o estafa que, por modorra o torpeza no llegaba a vislumbrar. En esos dias fumo mas que nunca.
Cierto dia, cansado de los parques y las piscinas, caminaba solo por las siempre hermosas callejuelas que rodean las calles centricas de toda gran ciudad y que, nuevamente sin exepcion, son mas bellas e interesantes que las ya nombradas calles principales. Sentia que buscaba algo. Nunca se le ocurrio que. En determinado momento, un traseunte, aparentemente normal, lo tomo del brazo. Por fuerzas que supo lo exedian, se vio obligado a bajar la cabeza. No podia ver a su acompañante. Por el rabillo del ojo noto que usaba una gabardina oscura.
- ¿que te parece esta vida? - le susurro al oido el traseunte.
- Es simplemente una vida, no me quejo - respondio.
- ¿No has notado como todo esto, esta acera y estas nubes, se parecen? - susurro nuevamente el traseunte.
- ¿A que podrian parecerse? - Respondio. Habia algo extraño en todo eso, las cosas brillaban extrañamente.
- Por supuesto que a si mismas. Me han enviado aqui a decirte que todas estas cosas son bochornosamente identicas a si mismas - dijo el traseunte.
Entonces recordo el hastio, y fue como si corriese el agua por una sucia cañeria. Supo entonces de la horrible horrible horrible eternidad, y tuvo la sensacion de que hasta los mismisimos rayos del sol eran piedra inmovil. El ser a su lado tomo su originaria forma de pelo y fuego, y antes de sumirse nuevamente en las interminables repeticiones de su vida, vida que jamas acabaria, comprendio que no habia ocurrido milagro alguno y que la bala habia sido aburridamente certera.
- Existen infinitos infiernos para cada uno de los infinitos seres que viven por unica vez sobre la tierra - Dijo el traseunte, ahora revelado en Demonio - se nos ocurrio que este era el mas apropiado para vos. - Sintio que una rapida oleada de normalidad se apoderaba de su conciencia, el retorno a casa y el cumpleaños de su hijo menor tomaron terrible fuerza en su conciencia. Hizo un esfuerzo, pero solo pudo recordar el mandato que su mujer la habia dado por la mañana: Conseguir un regalo para Esteban. El traseunte, que efectivamente usaba una gabardina gris, y cuyos rasgos no tenian nada fuera de lo comun, lo solto del brazo.
- Dije esto mismo innumerables veces - dijo, y se perdio entre la gente.
1 - Nota. En el lapso inmensurable que existe entre la apertura de un libro y su cierre definitivo, en este caso el libro de Carpentier cuyo titulo no puedo recordar, el protagonista tuvo el siguiente sueño:
Habia soñado con Europa, con Francia o Italia, con puentes que atravesaban rios y daban a Catedrales. En uno de estos sueños lo acompañaba una muchaha joven, y penso que entonces el tambien debia de ser muy joven. No lograba reconocer a la muchacha, y sin embargo esta lo miraba con los ojos que solo saben dar la confianza. No la reconocia pero le gustaba. Tenia una sonrisa hermosa, y todo en ella le recordaba al color azul y al canto de los pajaros.
Si fue este sueño la causa de las ansias de viaje o, por el contrario, su efecto, es una cuestion que no esta del todo claro.
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