21 ago 2015

La Violinista

A Veces me la encontraba en el subte, como un punto entre los puntos, como un personaje secundario de un gran cuadro, a ella, la violinista. Creo que la primera vez fue en un otoño, de no hace muchos años, pero tampoco de hace pocos. Iba parada, en el medio de un vagon repleto, casi contra la puerta. Lo primero que me llamo la atencion fue el arco, el arco del violin. Lo sostenia en alto, con el brazo casi extendido, como si fuese un puntero, una espada o un enorme dedo indice. Luego fue el violin, de hermosisima madera, que descansaba sobre su hombro como si fuese un niño dormido. En ultimo lugar, fue su cara. Algunas caras son complicadas de describir. Tienen algo... algo que uno no sabe bien de donde viene, algo que se nota en la cara pero que no esta del todo en ella, que parece como si le vienese a la cara de otro lado, tal vez del alma, o del pasado. Quien sabe, pero la cara de la violinista tenia este queseyoque de expresion lejana, insondeable.
Tenia el pelo castaño, tirando a oscuro. Tenia el flequillo largo, y le caia sobre los ojos. Tenia pestañas oscuras y muy largas. Asi, parada entre la multitud subterranea, parecia una estatua antigua y hieratica. Entonces me di cuenta que tocaba. Fue la expresion de la cara: Los ojos bajos, la boca levemente contraida en un asomo de sonrisa, la mano sosteniendo el diapason. Los dedos pulsaban levemente, imperceptiblemente, las cuerdas del diapason. Parecia que estaba revolviendo algo, rascandose la cabeza o acariciando un gato. Note que tenia las uñas largas y pintadas de un rojo oscuro. Los sonidos que salian del violin eran casi inaudibles y, de hecho, no habia casi ningun sonido. Se oia cada tanto una leve pulsacion, metalica, cristalina y apagada, que inmediatamente se perdia entre el murmullo de la gente, entre el ruido del subte y las bocinas que anunciaban paradas, estaciones y proximidades. Tocaba, tocaba y no tocaba. Mas bien parecia estar haciendo una mimica, algun tipo de play back, parecia estar ensayando, y me recordaba a los niños que, caminando por la calle o sentados en un escalon, repiten metodicamente su leccion, murmurando como monjes. La violinista tocaba o hacia que tocaba, y sus chispas musicales se perdian entre las luces y las sombras del vagon en movimiento. El arco del violin, levantado en el aire, evocaba a las posturas rafaelianas o Leonardinas, una mano hacia el cielo, señalando lo sublime, otra hacia la tierra, recordando lo pasajero.
Luego de ese primer encuentro, volvi a verla muchas veces, siempre en el subte. Nunca la vi tocando propiamente, con el arco, como lo hace cualquier violinista, produciendo los largos chillidos o las vibrantes tonalidades tan propias del violin, nunca la vi ejecutar un solo detache, nunca un stacatto. El arco parecia cumplir solo una funcion estetica, liturgica, o simplemente magica. Siempre estaba extendido en alguna direccion, ya sea recto cual un obelisco, o oblicuo, como el florete del esgrimista. Y la violinista tambien, siempre hieratica, siempre silenciosa y sonriente. Nunca la vi pronunciando una palabra, nunca la vi hablar con alguien, nunca la vi levantar la vista. Parecia que el mundo no existia para ella, o al menos no se le imponia con la monotona violencia con la cual se nos imponia a todos los demas pasajeros. En efecto, luego de verla varias veces, comence a desplazarme del objeto a sus circunstancias, y de la causa a sus efectos. Deje entonces de fijarme en sus manos con uñas pintadas de bordo, o en la bufanda rojinegra que siempre llevaba (rojinegra a cuadros, llena de pequeñas pelusas multicolores) e incluso pude desembarazarme de la fascinacion que ejercia el hecho de nunca poder ver claramente sus ojos, tan rodeados como estaban siempre de pelo y de pestañas.
Atendiendo a las causas, note varias peculiaridades. La primera era que nadie le prestaba la menor atencion, cosa entendible por un lado, dado el maquina ajetreo del transporte publico porteño, y mas en horas picos, que era cuando yo viajaba, pero bastante raro por el otro, dado que no era nada normal una violinista que viajaba con el violin en una mano y el arco en otra (porque, en efecto, jamas la vi con un estuche, una funda o nada parecido)  y porque, uno podria suponer, un arco levantado en alto o apuntando hacia cualquier sitio, generaria bastantes accidentes o, si bien no accidentes, si muchos punzonazos molestos. Pero no. Nunca nadie choco ni contra el violin ni contra el arco de la violinista, y esto era sencillamente increible. Tal vez no lo parezca a simple vista, pero quien asi piense nunca ha viajado en el subterraneo de Buenos Aires. Uno viaja, por decirlo de modo elegante, cual salchicha embutida en su paquete, o como una bala en su recamara o, mas precisamente, como un escarbadientes en su frasco. Uno viaja sellado al vacio, sin espacio para moverse y sin aire y, para dar un ejemplo, no es nada raro tener que soportar una espalda en la cara, un codo en la costilla o un pie encima durante varias estaciones. En cada estacion, la subida y bajada de iracundos pasajeros genera, justo en las puertas, intensos remolinos, movimientos que son verdaderos caos centrifugos y centripetos, y entonces era sencillamente milagroso ver como, en cada oportunidad, nadie empujaba o apretujaba, nadie chocaba con ella o se ensartaba con el arco en las costilla o en la cara. No. Nada de eso. La gente simplemente pasaba a su lado sin tocarla, y uno podria creer que la violinista poseia una burbuja invisible o un campo de fuerza. Su falta de contacto fisico con el resto de las cosas era desesperante, fantasmal.
Otra del rarezas era que, en todo el tiempo en que la vi (llego un tiempo en que me la encontraba regularmente una o dos veces por semana, no importaba el subte o la hora en la que viajaba) no habia cambiado practicamente nada. La ropa era siempre la misma o muy parecida, aunque debo aceptar que, y este es otro misterio, no puedo recordar especificamente ningun conjunto. Se que en cada ocasion la ropa parecia la misma, pero no puedo precisar, si me lo preguntasen ahora, que ropa era la que usaba. ¿Debo culpar de esto a mi deficiente atencion, aun cuando en otros aspectos se me halla revelado como muy precisa? ¿o acaso hay otra causa, mas extraña, de este olvido? Solo puedo recordar detalles como la bufanda rojinegra, el pelo castaño que un dia aparecio teñido de mechones rojos, o el pañuelo negro que un dia llevaba atado en la cabeza como una gitana. Si recuerdo solo estos detalles es porque lo demas debio de pertenecer identico.
Claro que el principal asunto era la actividad misma de la violinista, puesto que decirle violinista es mas una cosumbre mia que una definicion real. En esto se presenta el mismo problema que en la Ratona Cantora de Kafka. Por ejemplo, la violinista jamas pidio dinero por su musica. Es cierto que, si lo hubiese pedido, nadie se lo hubiese dado, porque su "musica" era mas bien una mimica, una mimica que cada tanto soltaba algun pequeño sonido, una serie muy corta de imperceptibles tañidos. La observacion me demostro que estos tañidos no eran voluntarios, y que cuando la violinista efectivamente arpegiaba una cuerda, era porque la raspaba con la uña del dedo. El movimiento era mas bien de digipuntura, una presdigitacion propia del que practica. Movia los dedos lenta y armonicamente, rozando las cuerdas casi sin tocarlas. En ciertas oportunidades tenia yo una sensacion extraña. Era como si mirase a traves de un velo o me hundiera en el agua. En efecto, creia a veces que la violinista nos presentaba a todos nosotros algun tipo de enigma. Que en su figura, en sus poses de estatua viviente, en su imperceptible melodia, habia un mensaje cifrado, una alegoria, un misterio, algo propio para iniciados.
Una noche la soñe y, en el sueño, todo ocurria como en la realidad. Yo subia al subte, ocupado con mi vida y mis problemas, y al cerrarse la puerta y comenzar a andar el vagon, la veia contra la puerta contraria, entre la gente apretada. Entonces ella comenzaba (en realidad ya lo hacia desde antes) a tocar, y nadie oia. El subte viajaba por los tuneles y parecia un viaje normal, hasta que, al mirarla de nuevo, la vi como una delicada pero enorme araña patuda. Sus patas eran larguisimas y muy finas, y daban la apariencia traslucida del plastico. Parecian, en efecto, enormes pajitas ambar. Las patas llegaban practicamente hasta el techo del vagon, y ahi arriba, en el techo, estaba el cuerpo de la araña. Ocho ojos inexpresivos me miraban. Entonces escuche la cancion o, mas precisamente, la vi. Pero no era una cancion en absoluto, sino una tela, una red. Con sus patas delanteras, la araña realizaba un imperceptible frotarse y, de esta friccion entre sus patas, emergian hilos de una baba blanca y finisima, que lentamente, reptando por el suelo, se enrollaba en la gente. La gente parecia no ver los hilos o, si los veia, ignorarlos por completo. Esa noche me desperte con un enorme sobresalto y, al salir de mi casa esa mañana, tome el colectivo.
Luego del sueño, segui encontrandomela regularmente, varias veces a la semana o unas pocas veces al mes, no lo recuerdo, por un tiempo indeterminado. En todo ese tiempo, nunca me acerque a hablarle. A esto obedecian varias razones. Ademas del natural terror que me inspiraba (terror que solo era superado por la curiosidad), estaba tambien mi natural timidez, y lo poco propicio de la ocasion para entablar una conversacion. En efecto, hubiese tenido que pasar por encima de varias personas para llegar a su lado y, una vez hecho esto, ¿que hubiera podido decirle? Ni siquiera estaba seguro de que hablase español, pues nunca la habia escuchado decir palabra.
Pero no. No quiero engañarlos. Si en ese tiempo no me acerque a ella, es porque habia una razon mas profunda, una razon que oscilaba entre el miedo y la morbidez. En efecto, uno puede intuir esta causa de las observaciones anteriores. Esta era una sospecha que se me habia presentado casi imperceptiblemente, y que tomo forma un dia como cualquier otro. Si la violinista no chocaba con nadie, si nadie escuchaba la musica, si nadie le hablaba y ella a nadie, si nunca la vi subir o bajar del vagon, y si ademas la encontraba tan repetidamente, ¿podia ser entonces que la violinista existiera realmente solo en mi cabeza? Era una pregunta que, al mismo tiempo que se me antojaba absurda, me mantenia despierto por las noches. Habia noches (o tardes, o mañanas) en que me obligaba a recordar minuciosamente todos mis encuentros con ella, buscando pruebas, fenomenos, acciones que me certificaran su existencia externa. ¿No habia hablado acaso con ese señor? ¿Acaso no se habia corrido hacia la izquierda en Tribunales, con motivo de dejar pasar a otra señora? ¿No habia recibido un empujon en Callao? No. No y no. No no y no. ¿Pero acaso nadie la habia mirado? En todos esos viajes, ¿no habia captado yo otras miradas que, improvisada o casualmente, se topaban con ellas? Tampoco. O al menos era dificil decirlo. De cualquier modo, no habia seguridad. Y si no habia seguridad, entonces bien podia ser que la violinista fuese un producto de mi imaginacion, un producto de mi delirio. Habia solo una manera de comprobar esto: Hablar con ella. Aunque tambien era cierto que, si yo estaba loco, mis alucinaciones podian contestarme. No obstante, hablando con ella podria exponerla ante un tercero, o aunque sea tocarla, para comprobar su solidez, o la solidez de mi locura.
Llegue a esta conclusion pocos dias antes de mi renuncia en la empresa. En efecto, venia yo hace tiempo prepararndo mi salida, y esta ocurrio, como ocurren las cosas importantes, sin importancia alguna, de la noche a la mañana. En los ultimos dias, la violinista no aparecio en los subtes. Esto no era algo raro, puesto que podian pasar varios dias e incluso algunas semanas sin que apareciese. Yo la imaginaba entonces en otros subtes, en otras lineas. Siempre estaba la sensacion de que volveria a aparecer, asi como siempre esta la sensacion de que algun dia llovera, o de que el sol saldra mañana. Con el correr de los meses, la violinista se habia vuelto para mi parte de la rutina, si bien es cierto que era como una ventana o una puerta, es decir, algo que, pese a estar dentro de la estructura, supone una salida y, mas alla de ella, lo desconocido.
No aparecio en esos dias, y luego yo me encontre sin necesidad de viajar en los subtes, pues todos llevan al centro de la ciudad, y yo me hallaba muy comodo en mi barrio periferico. Años de viajar al centro me habian quitado todas las ganas de seguir utilizando el infernal subterraneo y, si bien es cierto que la violinista me intrigaba, tambien lo es que mi orgullo se resistia a buscarla. No queria tomar un subte solo por la estupida esperanza de encontrarla. De todos modos, el desenlace ocurrio unos meses despues.

1 comentario:

Jora dijo...

¿Y entonces?

Supongo que habrá una próxima publicación al respecto.

En primera instancia es la violinista asociable a un fantasma o una ilusión... Pero, a mi más bien me parece un espejismo proveniente de un mundo o dimensión paralela. Como si... ¿Nunca fantaseaste al contemplar mucho un espejo, que del otro lado del vidrio existe un mundo igual pero invertido, pero que a la vez es imposible de acceder? Y además, el yo del otro lado siempre hace lo mismo que uno pero invertido, por lo que es imposible entablar una comunicación... Bueno, no tiene mucho que ver, pero en sí, si alguna vez pensaste en esto o si ahora podes figurártelo o experimentarlo, es más o menos así la sensación que me produce imaginar a la violinista.

Por cierto, un buen tiempo atrás publiqué un muy breve relato sobre una violonchelista...
http://campovioleta.blogspot.com.ar/2012/05/ella-y-su-violonchelo.html