5 jul 2017

Instantanea de un Miercoles o un Jueves en Coroico

El sol se reflejaba en el agua. La superficie, espejo cristalino, reicibia la luz dibujando con parsimonia extrañas formas. Cosas como globos o telarañas, o mas bien redes. Flotaban en su superficie y también debajo.
El cielo era de un celeste palido, blancuzco, y daba la impresión de estar terriblemente cerca. Al alcanze de una pedrada. No habia mas sonido que el del viento, muy escazo, y que el de la musica de fondo, que variaba entre salsa y merengue.
En el fondo, asomando por detras y por arriba del muro rojo que, cual si fuese el Eden, cercaba el complejo, se veia la selva. La selva o al menos una arboleda furiosa y verde que era su comienzo, que al menos era el monte. De entre la marejada de verde, sobresalían tres o cuatro palmeras antediluvianas, que completaban el extraño paisaje.
Si levantaba un poco la vista del agua, veia un espectaculo bastante menos interesante: mis pies. Esas cosas largas y llenas de tendones, que pasan por normales pero que se le antojarian horribles a un conejo o a un arbol. Mis pies: En apariencia, completamente normales. El izquierdo, con una cicatriz entre el dedo mas chico y el que lo sigue y habilidad nula para el manejo de una numero 5. El derecho, con una uña renacida hace poco. No hay mucho para decir de mis pies. De mis piernas creo que tampoco. Tengo las pantorrillas algo flojas, pero dentro de todo se mantienen. Las rodilllas tienen, pobrecitas, restos del mapa que supieron ser en mi niñez (todo chico que se precie un poco a si mismo tiene un mapa en cada rodilla). De las rodillas para arriba, la cosa mejora un poco. Mis casi dos años de basquet en Platense me habian dejado unos cuadrices y unos biceps medianamente formados, que de todos modos eran algo asi como la sombra de la idea platonica de Bicep o Cuadricep que siempre vemos en los Atlas del cuerpo humano.
Forzando un poco la vista y sin mover la cabeza, podia ver el comienzo de mis bermudas, que a falta de unas verdaderas bermudas, de digamos unas bermudas pura cepa, eran en realidad unos short blancos de futbol.
Si me decidia a mirar a mi derecha, lo primero que saltaba a la vista era mi brazo, flaco y nudoso, poderosamente bronceado, como casi toda la parte de mi cuerpo de la cintura para arriba. Se me estaba dando bien imitar el color de los locales. A eso contribuian mi oscuridad natural y mi completo desden por los bloqueadores solares y demas cremas que considero indignas de un descendiente (si bien uno lejano) de los valerosos griegos Jonicos. Esas cremas y lociones se las dejo al maricon postmoderno. Mi brazo derecho: sin señar particulares. Una pulsera de hilo de cera en la muñeca, dos anillos en la mano, uno de acero y uno de dudosa alpaca.
Si, en cambio, me decidia a mirar a mi izquierda, mi linea de vision pasaba por alto la obviedad de mi otro brazo para ocuparse de los ojos cerrados de Nadine.
Estabamos como en alguna postal dominicana o Cubana. Sentados y casi acostados en unas largos camastros de madera, que en filas de cinco se agrupaban a lo largo de la piscina.
El mundo giraba sobre nosotros, y nosotros girabamos sobre el mundo. El mundo giraba porque asi lo requeria la naturaleza de las cosas, y nosotros girabamos mitad porque habiamos hecho cincuenta kilometros de bicicleta en plena montaña, y mitad porque despues de haberlos hecho habiamos estado nadando y tomando cervezas sin parar, una atras de otra.
Habiamos vuelto al modelo geocentrico. El cuerpo era una piedra y el resto del universo giraba a nuestro alrededor, del mismo modo que giran los serafines, querubines y potencias alrededor del trono de dios. Aqui y ahora el trono era una piscina en un complejito en el borde de la selva de Coroico, y dios eramos Nadine y yo; Y tambien las dos botellas de paceña que todavia sobrevivian.
Ahora mismo, o mas tarde, me iba a demorar en el resto de Nadine. Iba o voy a pasar de sus ojos cerrados a su pelo muy rubio y todavia mojado, de sus parpados llenos de sol a la expresion desafiante a la vez que relajada de su boca. De su bañador negro de dos minusculas piezas a su cintura o a sus largas piernas de amazona. Pero todavia no. Aun quiero quedarme un rato mas en esta sensacion, sintiendo girar el mundo, experimentando como todos los ruidos, pensamientos, dias pasados y futuros se alejan y se diluyen, dejando solamente este presente; Este presente que ni siquiera es presente, que es apenas un momento o ni siquiera eso: un atomo, una particula de existencia. Ahora, en este infimo instante en el que se detiene el tiempo, soy como Zarathustra durmiendo bajo el arbol. Lo estoy soñando a Zarathustra mismo, asi como el gran Kahn lo soñaba a Marco Polo. Y quien sabe, quien sabe con certeza si Zarathustra no habra soñado, bajo su arbol, con un Agentino que tomaba cerveza en Coroico con una Brasilera.

En algun momento, tal vez mañana, tal vez dentro de un año, pero seguramente en el segundo siguiente o en el proximo, todo volvera a comenzar. Alguien se tirara a la pileta y su estallido me sacara de esto. Alguien pedira mas cerveza. Los alemanes nos invitaran a un estupido concurso de algo, y seguramente diremos que no. O tal vez Nadine abrira los ojos y dira cualquier cosa, y yo por supuesto pretendere escuchar lo que me dice y claro que respondere lo que sea que me encamine a seguirle el juego.

Pero aun no, todavia no. Aun quiero quedarme un poco mas en esta sensacion. Quiero sentir un tiempo mas el tecleo de la maquina, el calor de la estufa y la placida sensacion de las pantuflas en los pies. Quiero atisbar el piso de madera, demorarme aun un poco en la demente carrera mistica de los fraseos de John Coltrane, mientras escribo imaginando la piscina y el sol sobre Nadine; y al mismo tiempo alargo mi brazo para servirme un poco mas de Paceña, diciendole a Nadine que su español es una maravilla, mientras me imagino a mi mismo escribiendolo, siempre escribiendolo todo.

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