18 abr 2025

Dead end

 Alguien trajo la cuenta y se alejo tras dejar el ticket sobre la mesita. Ya habia tenido suficiente de ese lugar, asi que rebuscando en sus bolsillos encontro una pila de billetes apretujados que estimo servirian para cubrir el importe. No era cosa  tampoco de quedarse a averiguarlo, asi que dejo los billetes sobre la la factura, y sobre la factura un platito de aluminio, y poniendose la campera salio directo hacia Juramento.

Mientras subia hacia Santa Fe, cerro hasta arriba el cierre de la campera y se sintio mejor. Era cosa de levantar la cabeza y sentir un poco el aire. El frio de la noche y la menor cantidad de gente en las oscuras veredas del lado de la iglesia de la redonda lo reconfortaban un poco. Ya casi no habia espacios humanos en Belgrano. Extrañaba las viejas borracherias que antaño se recostaban sobre la via frente a las tres plazoletas que constituian las barracas. De todo aquel paisaje pintoresco no sobrevivia casi nada. La estacion habia sido remodelada casi por completo. Las vias habian sido elevadas y el cruce con paso a nivel habia desaparecido. Con la elevacion de la estacion habian desparecido las borracherias centenarias en las que de chico se habia comido un pancho o una hamburguesa. Solo sobrevivian las 3 plazoletas, con sus perros y un ombu centenario que se resistia a morir. Toda la zona habia compartido el destino tragico.

Ya casi no quedaban espacios humanos, volvio a pensar mientras metia las manos en el bolsillo. Ahora todos los sitios eran sitios de paso. El paso del bajo, pegado al barrio chino, era como un enorme supermercado humano. Los locales cambiaban semana tras semana, en una feroz competencia que le recordaba que el capitalismo habia calado en oriente con una ferocidad superior a la que tenia en occidente. Cada local era una lucecita y el paseo entero era un arbol de navidad que olia siempre a nuevo. Cada asiento, cada mesa, cada mostrador, parecia recien instalado. Todo era lustroso, duro e incomodo. Impoluto, brillante, con un insoportable olor a desinfectante. Una belleza como de sapo venenoso o de orquidea: repelia en vez de atraer. Habia estado toda la tarde como una sardina en esa banda transportadora y ya habia tenido suficiente. Mientras pensaba estas cosas llego al cruce con Santa Fe y entonces giro a la izquierda y entro sin pensarlo en la libreria.

Habia leido relatos y luego los habia reproducido. Relatos en donde los bares, calidos y llenos de amigos, eran trincheras de la resistencia contra un mundo que era frio y despiadado. Un mundo insecto. Y dentro, resistendo, la comunidad de parroquianos que se negaba a abandonar el sueño. Los bares de la realidad eran en realidad mucho mas parecidos al mundo insecto que al sueño revolucionario, ya lo habia comprobado. Quizas por esto le gustaba pensar en la libreria como un analogo a esos bares de fantasia. 

Paso de largo las dos primeras mesas donde exponian los best sellers y los libros de politica y actualidad. Entrecerrando los ojos se dejo guiar por una intuicion que presumia de infalible y que mas tarde o mas temprano lo guiaba por oscuros pasillos donde estaban las obras de narrativa. Novela, cuento, relato, ensayo, poemario. Le gustaba mirar sin mirar, y nada obtenia un desprecio mayor que el vendedor solicito que se acercaba preguntando si necesitaba algo. ¿necesitaba algo? Sin dudas que lo necesitaba, pero si supiera exactamente que era lo que necesitaba, iria al medico, al psiquiatra o al cuartel, y no precisamente a la libreria, que era un cumulo de posibilidades inexploradas. Asi que cortesmente dijo que solo miraba y siguio tirando del hilo invisible. 

Tanteaba entre las mesas como quien busca algo de madrugada en la mesa de luz, y entonces una imagen y un titulo lo eligieron: "La chica en la colina". Genero: Novela. Autor: Heisuke Hirasawa. Lomo y tapa completamente blancos, editorial conocida. En la contratapa, una foto en gris con la imagen de un japones de aspecto serio, con gafas, y un aire rebelde que le recordo a Dazai. Resistio la tentacion de leer la sinopsis de la contracubierta y giro el libro en sus manos como quien manipula un arma. En el frente, el titulo y una pintura de sumi-e en colores: una colina de verde y blanco y sobre ella y la vaga figura de una chica en rojo, blanco, azul y rosa. La chica hacia un gesto con el brazo, como si se hiciera visera mirando algo mas alla de la colina. Se acerco el libro a la cara y paso rapidamente las paginas. Logro o creyo leer algunas palabras sueltas como "Santuario Inari", "Cuando Nabiki desperto" y "una calida tarde alguien dejo una nota por debajo de la puerta". Esas oraciones le dieron una buena sensacion y decidio que el libro le gusto. Se grabo a fuego el titulo, el autor y la oracion "Santuario Inari" y fue directamente a otro libro de la mesa contigua, que lo habia llamado con urgencia.

Heptacosiheptágono, de Mircea Tennichenko. De este habia escuchado, o leido, u oido, en varias ocasiones. Un ladrillo de mas de ochocientas paginas traducido a mas de quince idiomas de su rumano original. En esta galardonada novela, un excentrico ingeniero se retira de su lucrativo negocio de quien-sabe-que-cosa y compra una casa de ladrillos en un apartado barrio de Bucarest y ahi, sin prisa pero sin pausa, comienza a construir una extraña maquina en el sotano. La novela jugaba constantemente con los sentidos ocultos de la arquitectura: masoneria, Pitagoras, adivinos babilonicos, referencias a Fulcanelli y al misterio de las Catedrales, criptografia y algun que otro encuentro sexual espontaneo que mantenian al lector un poco mas pegado a la infumable espiral mental que parecia experimentar el ingeniero ¿para que servia la maquina? ¿cual era el objetivo? No habia querido saberlo en su momento y ahora se sentia tentado de ir directamente al final del ladrillo. Y estaba intentando localizar el ultimo capitulo cuando sintio el grito de otro libro al final de la mesa, y se sintio aliviado de poder dejar para otra ocasion el misterio de Heptacosiheptágono

150 paginas, editorial Anagrama, que siempre traia novelas e historias cortas pero interesantes. El libro era completamente amarillo, de un amarillo cargado que casi llegaba al naranja, como si fuera una pieza de metal que hacia poco habia estado al rojo vivo y ahora se enfriaba. "Séverine", de Joséphine Pannonique. Habia tenido su epoca Pannonique hacia unos años, cuando todavia podia comprar y leer libros regularmente. Pannonique, Pannonique, Pannonique. Lo habia hechizado el nombre en alguna libreria al azar y habia comprado casi por divertimento una de sus tantas novelas cortas. Gran error o gran acierto porque las novelas de la francesa eran como buen hit de Rock. Las 150 paginas siempre le quedaban cortas y tras releerla una o dos veces se habia preguntado si fue solo suerte o si el resto de sus libros tambien eran asi de buenos y asi, como presa de algun oscuro truco de marketing, se habia fumado casi todos sus libros en seis o siete meses. Claro, Pannonique habia seguido escribiendo despiadadamente en esos años que habian pasado, y ahi estaba otra de sus navajas literarias: un libro amarillo, un balcon frances minimalista en blanco como unica informacion y el titulo "Séverine". Take it or leave it. Nuevamente, archivo titulo, tapa y autora en el espacio de su memoria que reservaba para los pendientes y fue hacia otro ejemplar.

Hacia ya un tiempo que tenia mas libros de los que queria leer. Se acumulaban en la mesita de luz y en los estantes. Puras posibilidades. Alguna vez alguien dijo que la gente no queria leer, sino haber leido. En su caso, era al revez: no queria leer sino poder leer en algun momento. La pura posibilidad del libro cerrado esperando ser procesado. En algun momento habia dejado de comprar libros. Luego habia dejado de poder comprarlos. Y finalmente, de poder leerlos. Ahora solo los archivaba: titulos, tapas, sinopsis. Habia algo de desesperacion en ese meramente archivar. Una sensacion constante de falta de tiempo, de urgencia en al menos conocer un panorama completo del catalogo; De la inmensa e inacabable y encima creciente bibliotca que año tras año se engrosaba con decenas de miles de publicaciones de legiones de escritores que publicaban publicaban y publicaban como si no hubiera un mañana, y tal vez porque no habia un mañana, con la urgencia de crear ese mañana o tal vez de apresurar el fin es que no terminaban de colocar un libro en la mesa de novedades que ya el proximo estaba llegando para desplazarlo.

Por eso era mejor no hacer asociaciones, no intentar completar el cuadro completo, y dejarse sencillamente guiar por la intuicion. La intuicion era lo unico que quedaba, intuicion para preferir las inexistentes fondas de las barracas por sobre los locales-franquicia que habian parasitado la zona entera. Hacia mucho ya que la vida, como la historia, o la literatura, le habia dejado de parecer una escalera por donde se ascendia o un sendero por donde ordenadamente se avanzaba. Habia habido un tropezo, luego otro, luego algun zarandeo o salto extraño y de repente la guia ordenaba se habia convertido en una apresurado andar a ciegas. No sabia explicar exactamente como habia ocurrido, pero habia ocurrido. De eso estaba seguro. Se habia perdido en el laberinto, el hilo de ariadna habia quedado en alguna madrugada, en alguna casa, en alguna calle, en alguna mina, en el fondo de alguna botella, y ahora solo le quedaba la intucion o mas bien el sentido del Kairos, de la oportunidad, del momento justo en el que detenerse en cierto bar, en cierto umbral, ante cierto libro de cuentos de Alejandra Kamiya. Una vez tuvo un sueño: un gran edificio de una sola planta estaba ante y el y ese edificio era ridiculamente simetrico, cada dos o tres metros habia una ventana que parecia la misma, que se repetia nuevamente a la misma altura y cada dos metros. Cuando entro a la primera habitacion habia 3 puertas, y cuando cruzabas una ya no podias retroceder. Cada puerta te llevaba o bien a otra habitacion que tambien tenia dos puertas, o bien a una habitacion cerrada. End of the Road. Entre todas las habitaciones habia una que era distinta al resto, una habitacion unica a la que nunca pudo llegar porque, en el sueño, cada vez que intentaba llegar a esa habitacion terminaba en un dead end, en una habitacion completamente vacia y desnuda, sin puertas ni ventanas. Lo habia intentado incansables veces hasta que en un momento, no solo habia llegado un dead end sino que no podia ya encontrar el camino de regreso a la salida.

¿Acaso no era la libreria tambien un cuarto intermedio con muchas puertas, puertas pequeñas en donde solo podian entrar los ojos y la conciencia, pero puertas a fin de cuentas? Cientos y cientos de puertas cerradas para elegir y ningun criterio aparente  mas alla de la mencionada intuicion para saber cual podria llevarlo a la habitacion especial. No tenia idea de que tenia o de que habia en tal habitacion, pero era algo que, en el sueño y en la vida, habia estado buscando le parecia desde siempre. 

Quizas muy pronto la libreria tambien desapareciera, siendo reemplazada por un local de comida rapida, por un cafe novedoso o por un local de repuestos de celulares, y entonces toda la zona se volveria completamente inhabitable, una habitacion cerrada sin puertas ni ventanas. 


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