1 jun 2013

El Secreto

Aldana sabia que existe un bicho que solo aparece en primavera. ¿Por qué solo en Primavera? Imposible saberlo, porque en realidad ocurrió que Aldana soñó que existe un bicho (o insecto, si se quiere usar un vocabulario mas correcto) que solo existe en primavera, y cuando uno sueña, simplemente sabe las cosas sin saber cómo las sabe, hecho maravilloso y diametralmente opuesto a los conocimientos que tenemos de este lado del espejo, donde sabemos exactamente como es que llegamos a saber muchas cosas de las que, no obstante, no estamos para nada seguros.
Pero Aldana lo sabía: El bicho solo existe o solo puede hallarse en primavera. El bicho es muy parecido a una mantis religiosa o a un grillo o a un saltamontes, pero mas bien a una mantis religiosa, por esa manera de elevar el torso y también por la forma triangular de la cabeza, especie de centauro del mundo de los mantodeos. Pero también es muy parecida al bicho palo. Por el color y el largo de las extremidades, Aldana pensó en un primer momento que el bicho estaba hecho de ramitas, de esas ramitas que uno encuentra en otoño tiradas en montón al pie de los arboles de la cuadra, marrones y crujientes, y que generalmente se usan para molestar hormigas o hermanos más chicos. Así que, una mezcla de bicho palo y mantis religiosa, o una gran mantis hecha de extremidades como de ramita, toda de color marrón, así era el bicho que Aldana vio, y que sabia solo podía hallarse en primavera. Otra de las diferencias era el tamaño, pues mas bien tenia el tamaño de una tarántula o de un cachorrito de gato (comparación que Aldana pensó con un extraño pánico). Más tarde, luego de despertarse, Aldana investigaría en viejos libros de biología y se encontraría, no sin sorpresa surrealista, con la existencia de la Sphodromantis viridis o Gran Mantis Africana, insecto increíblemente parecido excepto por las notables diferencias de no parecer hecho de ramitas ni de ser hallable solo en primavera.
En el sueño de Aldana, el bicho volaba o al menos saltaba muy alto, como sosteniéndose en el aire, y entonces era muy difícil atraparlo ahí en la estación de servicio, en donde lo había visto desde el otro lado de la calle. Entonces había corrido como quien quiere atrapar un globo que lentamente está cayendo, tratando de calcular el lugar preciso en que el bicho descendería, pensando en como atraparlo sin lastimarlo y sin salir lastimada, puesto que el bicho tenia sin duda sus recursos para defenderse, como dientes y esas horribles manos llenas de espinas, no era cuestión tampoco de convertirse en comida de una Sphodromantis viridis solo por obtener algún que otro deseo.
Aldana sabia que existe un bicho que solo aparece en primavera y que si uno lo atrapa y se lo lleva a cierta persona, esa persona fabrica ciertas canicas con el bicho, o tal vez te las cambia por el bicho. Y cada una de esas canicas o bolitas o quizás sencillamente papelitos, equivale a un deseo. Y el bicho vale por siete deseos o tal vez por un solo deseo. Esto último Aldana no parecía recordarlo o saberlo con certeza, puesto que ya le parecía (estaba casi segura, pensaba apretando los dientes y bajando o elevando los ojos con desesperación) haber soñado anteriormente con el bicho, y en ese sueño anterior era un solo deseo y en este que había soñado ahora, siete, o bien en el primero eran siete y ahora solo uno, no lo sabía. Lo que si sabía era que ella soñó que ella ya sabía, por un sueño anterior, que el bicho podía ser truecado por cierta cantidad de deseos si uno lo atrapaba sin romperle ninguna extremidad, había que entregar el bicho intacto, claro está. Había que entregárselo a un brujo o al menos a un viejo (que si sabia esas cosas tenía que ser brujo, porque dos más dos son cuatro), y que ese viejo estaba esperándola a ella o a cualquiera que supiese del bicho y lo atrapase, y que supiese que solo el podía fabricar las canicas mágicas con el bicho o trocarlo de alguna manera por deseos. El viejo esperaba en algún comercio sobre la avenida Paraná, que era donde estaba Aldana ahora, aunque en el sueño anterior el viejo estaba en otro comercio sobre otra calle, y no era en San Isidro sino en La Plata o en Santa Teresita. Pero entonces en el otro sueño ella había atrapado al bicho y se lo había llevado, y de alguna manera todo se explicaba por el sueño anterior, no este de San Isidro sino el de Santa Teresita, donde de algún modo había sabido que existía el bicho, que solo aparecía en primavera (y entonces en ambos sueños era primavera) que ella lo había visto y lo estaba viendo, que era tremendamente importante porque si atrapaba al bicho sin romperle ninguna patita podía cumplir cualquier cosa que ella quisiese en esta vida. Cualquier cosa podía ser una cosa o podían ser siete cosas. Aldana no se maravillo en el sueño de todo lo inexplicablemente extraño de todo el cuadro. No había nada que explicar: había un anciano que estaba en algún comercio y en realidad el comercio era solo una fachada, solo un disfraz para ocultar la naturaleza del establecimiento a los profanos que no sabían de la existencia del bicho y de los deseos, pobres incautos que entran a una verdulería pensando que es una verdulería o a un kiosco pidiendo cigarrillos, cuando en realidad ese kiosco o esa verdulería son solo una fachada, están ahí solo para que Aldana valla con el bicho en la mano y pida cualquier cosa que pueda imaginarse. Esto Aldana lo supo como quien sabe cosas sintiendo los rayos del sol, y sintió un poco de superioridad y un poco de lastima por los profanos, por esos pobres tipos que viven en una realidad tan escueta, tan de paredes solidas y donde una verdulería no puede ser jamás otra cosa que un lugar en donde uno va a comprar los ingredientes del puchero, hombres y mujeres a los que jamás se les ocurriría que tal vez todo eso puede ser otra cosa, de que quizás lo más importante sea esperar a que llegue la primavera para salir todos a la calle y a los techos de las casas con redes y frasquitos vacios a esperar que aparezca el bicho (porque solo había uno y aparecía solo una vez al año y solo en primavera y así había sido desde la creación del mundo). Era así de claro, así de simple, felizmente sencillo: un bicho mágico y en algún lugar de la avenida parana un comercio que parecía comercio pero que adentro tenia al anciano que te trocaba al bicho por uno o varios deseos, dependiendo quien sabe de qué; Era así y Aldana se sintió inmensamente feliz solamente mirando al bicho caer lentamente como un barrilete. Supo que ella (en otro sueño, el otra vida) ya había sabido todo eso y que había sido inmensamente feliz en aquel otro instante como lo era en este, y se pregunto entonces que si era en otro sueño de esta vida, como había sido posible olvidarse, cosas del inconsciente y tal vez un misterio tan inexplicable como la revelación misma, pensó Aldana sorprendida de pensamientos que tenia pero no parecían suyos, y volvió a sentir esa felicidad como de globo que se infla y a sonreír en alguna corporeidad lejana de pelo negro como pluma de cuervo y ojos oscuros como un pasillo nocturno. Si, en ese otro sueño ella había sin dudas atrapado al bicho y había llegado al comercio falso, perfectamente indiscernible entre miles de pescaderías y pastelerías autenticas, y ahora recordaba que ni eran canicas ni papelitos, sino que sencillamente eran deseos, inteligible pero realmente deseos en toda su mágica existencia, puras posibilidades de pedir algo y que ese algo sea indefectiblemente realizado. Aldana recordaba había cambiado al bicho por el deseo, pues en el sueño anterior era sin dudas solo un deseo, cualquiera que ella quisiese pero uno ( y no era válida la imperdonable cobardía de pedir dos deseos con el primero, y luego dos con cada uno, o sencillamente pedir un millón de deseos) y entonces en el sueño actual debían de ser 7 deseos, hecho que sin duda demostraba que Aldana estaba de suerte o que el bicho era especialmente raro y también mucho más difícil de atrapar que el del sueño pasado.
Pero ella había atrapado al bicho en otro sueño y también había encontrado la morada del viejo o del chaman, y por ende ella había tenido un deseo, había sin dudas tenido la posibilidad de pedir un deseo. Como Aldana se conocía muy bien, sabía que no podía ser que ella no hubiese pedido el deseo inmediatamente después de haber sabido que era lo que quería, y ella siempre quería cualquier cosa o, mejor dicho, siempre quería un motón de cosas y por lo general, las quería todas juntas o a la vez o en ordenes que no respetaban la estructura del mundo, lo cual era casi como querer cualquier cosa o quererlas de cualquier modo. Cualquier cosa que ella deseaba, la deseaba siempre inmediatamente, sin ningún tipo de refreno. Siendo ella como era, tendría que haber pedido el deseo como mucho unas cuadras después de salir del comercio del viejo, que era el espacio que demandaba la cantidad de tiempo necesaria para decidirse por alguno de los inconstantes deseos que la revoloteaban como polillas. ¿Qué había pedido? ¿Era algo que ella entonces ahora ya tenía? ¿Qué? – Pensaba Aldana - ¿Cuál de toda las cosas o personas que ella tenía podía ser producto del deseo del bicho anterior? Pero no, no habría deseado nada importante, y cavilando estas cosas recordó al fin que en el sueño anterior efectivamente había deseado algo y ese algo se había cumplido, y ese algo era algo absurdo e irrisorio, porque Aldana había tenido algo como miedo o desconfianza (era la primera vez, no como ahora, repetición del milagro y nueva posibilidad) de todo aquel mecanismo, como quien comienza a despertarse aun en el sueño y ya recela de todo ese mundo de irrealidades que pierde sentido ante las rutinas programadas del pensamiento, que son realidad precisamente por ser rutinas. Entonces había deseado algo imposible pero sin muchas consecuencias, y entonces había pedido algo como encontrarse a la vuelta de la esquina a un chico que le regalara bombones y la invitara al cine sin siquiera preguntarte su nombre, o que a lo mejor ya lo supiese, inexplicablemente lo supiese y supiese muchas otras cosas suyas, o tal vez había pedido que lloviera con sol, o que sucediese un eclipse de sol total, o que (y seguramente era esto último) que sonasen todas las campanas y todos los relojes del mundo, que sonasen furiosamente asustando e irritando a todos dentro y fuera del sueño, aunque ella sabía que el poder de los deseos se agotaba en el universo en que surgía, y que entonces solo sonarían los relojes del sueño y doblarían las campanas del sueño, oscuras y azules como ella que se reía, y si algún reloj de la realidad pudiese sonar por su deseo sería solo su despertador que (de hecho estaba sonando) sonaría de todos modos para despertarla, para llevarla al otro lado del espejo, hacia el olvido y los peluches y el acolchado blanco y precioso que tanto abrigaba en invierno pero que en la primavera (y en el sueño era primavera) daba un calor de la gran siete.
Y ahora ella sabia nuevamente, una vez mas (pues si había habido dos sueños podría haber habido infinitos sueños anteriores, siendo quízas la feliz vida de Aldana, puesto que ella se sabía feliz no solo en los sueños, el resultado de sus deseos conseguidos en sueños asi, en sueños en donde cuando se sabían cosas, había que hacer otras, y si uno era valiente y afortunado y el sol brillaba fuerte y alto, la recompensa es inmensa. Ella sabia nuevamente todo ese prodigio y todo ese milagro que se mezclaba con la inmensa felicidad y el poco de miedo como los fideos se mezclan con las albóndigas y el tuco, todo en una masa sin forma pero que tampoco reclama forma alguna, todo con un sentido dado: Los fideos están ahí calentitos, Aldana, si queres los comes y si no, no. Igual que con las lentejas, que si quieres las comes y sino las déjas. Y eso era algo digno: La vida con  el bicho y el anciano era algo digno, algo que estaba bien, incomprensiblemente bien, y buscarlo con los ojos y con las manos y con la nariz y la boca en cada primavera podía constituir un sentido, y por eso estaba bien, por eso que ella sabia ahora y había sabido y olvidado (“pero la felicidad no se olvida”, pensó, “y por eso..”) y por eso ella era feliz, por eso siempre sonreía tanto, quizás de ahí esas luciérnagas que la habitaban cuando veía una hamaca o un potus, cuando algo olía a café o a lluvia, cuando se encontraba una naranja al pie de algún árbol. Toda esa vida que se acotaba en ires y venires, en cobrar y pagar, y que tristemente acababa en los hijos (por que cobrar y pagar y zapatos llevaba siempre a polleras y sandalias, y eso era irremediablemente el amor y los hijos o, peor aun, solo los hijos y el amor te lo debo, vida) o en una almohada para recomenzar poniéndose los zapatos a la mañana siguiente quedaba abolida por el descubrimiento de que una podía saltearse todo ese laberinto y dedicarse con entereza a un solo reto, a un reto simple, claro, conciso, pleno de todo si o de todo no, o atrapas el bicho o no lo atrapas, o cumplis tu sueño o no, ahora o nunca Aldana. Y el bicho estaba ahí, papando el aire, sin darse cuenta de nada, tiene 3 ojos compuestos y ni siquiera se da cuenta de que Aldana lo mira y lo mira y ya esta cruzando la calle para atraparlo.  
La gran dificultad era atraparlo intacto, sin recibir ninguna mordida, con cuidado pero sin ser bruta. Por ahí la mejor manera era agarrarlo por el lomo como si fuese una cucaracha o un escarabajo candado. Aldana sabia gracias a su amplia experiencia como cazadora de cascarudos y escarabajos candado que la mejor forma de atrapar un bicho era por el lomo, salvo que este fuese una gata peluda o cualquiera de esos horribles gusano-erizo o gusano-Stegosaurius. Esto también valía para los sapos y para las monedas, claro que ni los sapos ni los cascarudos tenían una temible cabeza llena de dientes capaz de girar 180 grados y de arrancarle un dedo con esa rapidez letal de los depredadores mantodeos. Había que andarse con cuidado, y además el problema de esa estratagema era que para atrapar al bicho por el lomo había que esperar que este cayera al piso y se apoyara en algún lado. Y ahí estaba el problema, ya que el bicho siempre estaba en el aire. Aldana lo había visto en el otro sueño también en el aire, saltando o cayendo, siempre  en el aire como un panadero marrón y moviendo las patas de modo siniestro. Podía sin embargo esperar a que bajase un poco y atraparlo de un saltotazo, un salto mas un manotazo. Pero no. Esta estratagema brillante quedaba ridículamente derrotada por los siguientes hechos: En la avenida había gente y ella levaba pollera. No era cosa de andar pasando papelones a lo Marilyn Monroe, y sin embargo había que hacer algo rápido, por que el bicho aparecía solo una vez cada primavera, y uno no sabe cuánto duran las primaveras en los sueños. Además, el bicho podía ponerse fuera del alcance en cualquier momento, e incluso ahora parecía que se había dado cuenta de algo, que su instinto de millones de años de cazar moscas y bichos bolita lo previniese de su libertad amenazada, moviendo las patas de ramita de un modo rápido, como si nadara en el aire, el bicho comenzó a alejarse para el lado de un techo. Entonces Aldana salto. Salto como si no importase nada de lo que había aprendido, salto como si estuviese jugando o saltando la soga, y fue un salto inmenso y como de tigre, y Aldana sintió que en algúna raíz años luz lejana, algo como un cuerpo pesado que era suyo y estaba dormido realizaba algún movimiento reflejo aunque a ella no le importase. Y no le importaba por que el salto fue tan alto y tan preciso que de un manotazo agarro al bicho de una pata. En la caída el bicho tiro sendos y fieros mordiscones a los dedos de Aldana, haciendo honor a la majestuosa ferocidad de la especie, pero Aldana la Cazadora cambio de mano dos o tres veces y, pese a que la lucha le costo al bicho dos de sus patitas, Aldana logro tenerlo sujeto del tronco con la mano izquierda. Victoria Parcial, pues el bicho no estaba entero, pero victoria al fin. Aldana miro con tristeza las dos patas que se habían desprendido del bicho, y ahora estaban tiradas sobre la vereda, con gente que parecía ajena a todo. La gente y las patas muertas del bicho, igual de indiferentes, igual de patas, igual de gentes, igual de muertas.
- Perdóname, Bichito – Dijo Aldana, mirando las patas muertas en el suelo, con la mirada triste un poco entre azul y negro. Es cierto que al bicho le faltaban dos patas, y Aldana calculo entonces que dos patas serian dos deseos menos, por lo cual le quedaba la nada despreciable fortuna de cinco deseos. “Cinco deseos”, volvió a pensar Aldana llevándose la mano izquierda (que era la libre) al pelo, sintiéndose flotar. “Cinco deseos, descontando claro que logre hallar al brujo”…
Estaba pensando en cual de los comercios de avenida parana seria el falso hogar del brujo, cuando inusitadamente despertó. Al primer sentimiento de confusión y de mirarse estúpidamente la mano derecha en donde hacia unos instantes estaba el bicho le siguió algo como una añoranza o una tristeza de esa sensación de enorme felicidad, de sentir que todo lo ridículo y acotado del mundo tan usado y tan refrito quedaba abolido por un mundo en donde todo dependía del azar y de insectos mágicos. Sentada en la cama y con el pelo negro caído sobre la cara, Aldana tanteaba el piso frio de baldosas en busca de la blusa o del pantalón, hallando la poco abrigadora solución de una bota alta. “El orden de los factores no altera el producto, y aunque yo no soy producto ya estoy bastante alterada como para alterarme por el orden”, pensó Aldana, poniéndose una bota sobre el pie desnudo y buscando la otra. Fue cuando estaba por calzarse la segunda bota que se dio cuenta: El mundo seguía abolido. Sintio que la felicidad del sueño le volvia como vuelve una cosquilla o un dolor de panza, y que crecia en ella con la fuerza de un bostezo y que se imponía con la plenitud del sueño. Entonces fueron como estallidos de una felicidad infantil, como unas ganas de reir que subían de a tirones y como un calor que comenzaba por las pantorrillas, “¡si, si, pero que tonta, pero si el mundo sigue abolido, abolidisimo!”, comenzó a Canturrear Aldana que pese al frio sentía ganas de salir a bailar desnuda al jardín, solo con las botas puestas, como algún animal de cuentos. No había razón para pensar que no, que no había bicho, que no había primavera y que no había un acesso mágico y oculto a los deseos. ¿Por qué no, después de todo, por que no, si no una sino dos dos veces había tenido una confirmación en los sueños de que en algún lado de este condenado o al parecer ahora no tan condenado universo, aparecia una vez por primavera un bicho que podía trocarse por deseos?. Aldana había comprendido el porque del olvido, que olvidar era dar por sentada la negación del contrario de lo que se olvidaba, y de que dependía de ella el no ceder ante la visión contraria a la de su sueño, no renunciar a la posibilidad, a la estupidisima y demente pero al fin posibilidad de que (y aldana miro sonriente por la ventana, pues el invierno estaba ya casi por terminarse, por terminarse al fin) la próxima primavera ella pudiese, como había podido ya dos veces antes pero ahora ahora, ahora aquí, en este plano y no en el otro, pudiese ser ella nuevamente la elegida a la que se le revelase el secreto, la existencia, la posibilidad, la búsqueda y finalmente el deseo, la posibilidad de acceder a cualquiera de las posibilidades que ella desease o contemplase como dignas de pasar de sus fantasias y aspiraciones al cristalizado plano de la realidad.
¿Qué deseo, que deseo podría pedir cuando atrape al bicho? – Pensaba mientras terminaba de vestirse, sabiendo que todo era un juego, que su pensamiento y su vestirse y su radio con música de fondo eran como un juego y una mentira perdonables al fin. Sabia muy bien que quizás ya había atrapado al bicho hacia muchos años, que ese otro sueño tal vez era otra vida, una vida en donde a lo mejor el deseo pedido fue un sueño en donde ella supiese el secreto, y que tal vez en el segundo sueño, del cual acababa de despertarse, en ese también hubiese llegado hasta el viejo (pues al fin y al cabo había atrapado al bicho con ese salto hermoso) y deseado. Y seguramente su deseo fue una realidad en donde ella descubriese una vez mas el secreto y la felicidad del acceso. La hermosa e inteligente Aldana deseaba continuamente la perpetuación en la búsqueda del deseo, reiase de todo aquello, y luego de desayunar unas tostadas con café con leche, salió a la calle a esperar una vez mas la primavera.

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