25 nov 2013

5 AM

Se despertó. La habitación estaba completamente vacía, en penumbras. Había un silencio liso y perfecto, que llenaba el cuarto. Le volvió entonces la paranoia de estar completamente solo. Solo y escuchando la lluvia golpetear afuera. Sintió entonces, como en una unidad compacta pero a la vez elástica y pegajosa, una sed terrible. Hacia, si, muchísimo calor. No era cosa de sentirlo, y eso era lo raro, pues no tenía calor para nada, sino más bien una sensación seca y áspera que le secaba la garganta. Los cantos de Maldoror seguían sobre la mesa, seguramente sobre la mesa de la cocina, allá abajo, dos metros mas abajo, lejos.
Sintió unas ganas terribles de mear, de ir a la cocina a tomar un vaso de agua, pero estaba el hecho de estar completamente solo y desprotegido. El camino hacia la cocina y hacia el agua refrescante era demasiado peligroso: Veintitrés escalones de madera ruidosa y crujiente, más tres pasos hasta ella,  y luego tres pasos más hasta la heladera. Y luego la vuelta, claro esta. No, demasiados pasos y demasiados ruidos para esa noche, para despertar a lo que fuese (el lo sabia) estaba acechando en la soledad de la casa. Deseo entonces oír un ronquido, una tos, un crujir de cama que le demostrase (pero era imposible) con evidencia científica que el no se hallaba solo. Eso hubiera sido suficiente para romper el hechizo (porque eso era). Había algo maligno, algo realmente maligno y diabólico, algo así como una fuerza perversa manejada a distancia por brujas o por gente muy mala y envidiosa, que ahora le oprimía el cuerpo entero, y que se manifestaba en la enloquecedora expectación de alguna señal, de algún movimiento (pero no, no porque eso era la lluvia y aquello el viento zarandeando con violencia la ventana, y aquello otro era seguramente un gato saltando de chapa en chapa, gato de mierda) que le revelase la catástrofe, la muerte inminente o el rapto infernal.
Entonces se sentó en la cama, agitadísimo, y dirigió una enloquecida serie de miradas, cubriendo con desesperación cada centímetro de la pieza, buscando atrapar con los ojos aquello que le lo oprimía y que ya le provocaba un calambre en el pie izquierdo. Pero nada, no había nada, no era nada, y eso era lo terrible: estar solo y sin que pase nada. ¿Podría acaso esa sensación de peligro, de horror vacui (pero no era eso, el sabia que no) prolongarse indefinidamente? ¿Que pasaba, ahora era cosa de tenerle miedo al silencio y a la soledad cada vez que estas se trenzaran en el aislamiento? ¿Que quería, con esos sobresaltos y salidas abruptas del sueño, con ese insomnio, con esa paranoia, ir a parar adonde, adonde se pensaba que iba a ir a para así? ¿O acaso iba a estar en guardia solo hasta el alba, solo hasta la salida del astro rey, que traía con sigo a todas las hijas de la luz y la razón, a iris y con ella al desvanecimiento de los fantasmas?
El cuarto se hallaba inmóvil, el silencio era perfecto. Empezaba a pensar mejor, a racionalizar, a buscar salidas lógicas, a intentar perderse en algún callejón lógico, que al menos era ya algo de la realidad diurna, pero lo asalto de nuevo la sensación de estar siendo observado, amenazado por algo. Si. Se encontraba dentro de una ratonera, dentro del más horrible cuento de Kafka.
¿no había soñado acaso, con una perfección que lo hacia sospechar de realidad olvidada, de reminiscencia o de otras dimensiones, no había soñado hacia apenas unos minutos (pero no lo sabia entonces, sino que recordaba en ese instante que) con cementerios y misas negras, con misas negras en el propio jardín de su casa, con unas esferas como bolas de billar, todas de colores opacos, que aparecían diabólicamente en el jardín cuando se suponía que nada tenia que aparecer, y entonces el y otros filmaban todo (porque había los medios), cubrían todo ello con fascinación periodística, pese al terror de que las bolas se materializaban y caían al piso? ¿No había también, en cada jardín (pero más en el suyo, que ahora tenía unas rejas góticas grandes y negras, propias de un cementerio ingles)tierra negra y apretada, y tumbas y un cielo opresivo y nebuloso? Si, y entonces había empezado, ya desde ese entonces, había empezado el miedo y una irresistible necesidad de volver la espalda y vigilar, de cuidarse la espalda de las brujas (entonces eran las brujas, y debían ser las 3 AM, horario de las brujas y misas negras) y de los asesinos, de hombres y mujeres malas y golpeadoras, de que todo el mundo se volviese en su contra, intentara matarlo o algo. El miedo entonces había empezado, como un ruido lejano y amenazador en la noche, a perturbarle el sueño ya desde el sueño mismo.
¿Que había pasado luego? Había también otra chica, y nenes y nenas en los jardines, y otras perspectivas que mostraban la misa, en donde había también un estacionamiento y una reja, y bolas que caían. Mas importante que todo era que adentro estaban su madre, su padre y su hermana, siempre durmiendo. Entonces descubrió algo. Con indecible horror recordó ( ¿pero cuando? ¿En el sueño o en ese momento posterior?) Que YA HABIA SOÑADO con la misa negra, con las bolas y con el miedo. PEOR AUN: LO HABIA SOÑADO ESA MISMA NOCHE. Oscuros y misteriosos son los designios y los aberrantes absurdos del sueño, porque de alguna manera, el supo que inexplicablemente había soñado toda esa noche con la misa negra, como quien obsesivamente ve una y otra y otra y otra vez la misma película, la cual se repite siempre con los mismos gestos, los mismos miedos, las mismas traiciones. La repetición suele, en la mayoría de los casos (volvía a llover con fuerza, se oían las gotas castigando las tejas) aminorar el efecto violento de una emoción, pero en su caso, o tal vez fuese el horror de tan incomprobable certeza, parecía que todo conservaba fantasmagóricamente ese miedo telúrico e inexplicable, y entonces se percato, ahí y en cada sueño, de que efectivamente había un miedo loco y telúrico, como de tierra mojada, pero miedo que no era a la misa negra o a las extrañas bolas de boliche, sino miedo a una presencia femenina (sin dudas la bruja) que estaba detrás de esa espantosa magia negra. Recordó otra escena: una filmación aérea de su casa y de su jardín, casi a las 3 AM. El reloj corría y alguien decía frases periodísticas sobre los próximos eventos. Y entonces, como en uno de esos programas baratos de eventos paranormales, exactamente a las 3 AM, se materializaba de la nada una porción escondida del jardín, que antes no estaba y que entonces (comparándolo con la realidad) no era parte de su jardín verdadero, sino un espacio nefasto creado mágicamente por los espíritus de la noche. Había algo de familiar y de intrincado en el diseño, algo que le recordaba a las tumbas y a los cementerios.
¿Que paso luego? No recordaba nada mas, salvo que en otra escena el se hallaba arrojando con violencia las bolas por encima de la reja, cosa que sabia no debía hacer, y llamaba a los gritos a sus padres y hermanos para que vieran todo eso, todo eso que pasaba en el jardín y que era horrible e increíble y hermoso y sobre todo que vinieran porque (esto no lo decía) se sentía enormemente en peligro y no quería estar solo cuando la misa se acabara, cuando se acabara eso que aunque horrible era como un juego y una irrealidad, y entonces apareciera ella, la oscura fuerza que si era real y no seria para nada agradable o caricaturesca, sino horrible y efectiva, mortal. ¿No era acaso ella misma esa presencia que astuta y paciente como una araña, llenaba el cuarto con el mas aparente y desinteresado de los silencios, tendiéndole una trampa como con hilos y cuentos chinos, para que el se levantara, incrédulo o estupidamente envalentonado, para que se levantara de la cama (lecho de paz y amor, único lugar seguro en toda la casa) y se pusiera entonces al alcance de todo tipo de bestias, fantasmas y lobos prestos a despedazarlo?
Subiendo lo pies en la cama, pensó que a lo mejor no. Que a lo mejor era exactamente al revés: un miedo atroz y unas pesadillas especialmente preparadas por ella para mantenerlo en la cama, presa de la paranoia y del miedo pero siempre en la cama. ¿Con que objeto, con que motivo paralizarlo así? ¿Saldría acaso, caricaturescamente, algo de debajo de la cama, o acaso del armario? Esto ultimo casi lo hizo reír, pero la risa fue estrangulada a la altura del estomago, y solo quedo una nerviosidad inútil que pudo eliminar con un silencioso pedo. ¿Seria acaso un súcubo, una horrible y huesuda vampiresa? Pero eran ya las cinco y veintiuno y nada había pasado. El había leído, no recordaba donde, que las brujas y súcubo atacaban siempre a las 3. 3 y 3, tres y trentaitres, pero no a las cuatro, a las cinco y menos que menos a las cinco y ventidos. Esa impuntualidad era imperdonable, y eso no hacia mas que demostrarle, que comprobarle, que efectivamente algo le andaba ocurriendo esa noche, pues también era cierto que la realidad ocurre siempre impuntualmente, y que las leyendas siempre las cuentan los sobrevivientes, y nunca los muertos y torturados, los cuales son siempre el alma misma del terror de la leyenda, y que entonces los datos de los sobrevivientes tienen que ser siempre aproximados, nunca científicamente correctos.
El miedo, que ya devenía un sordo terror pánico, rayante en la vomitiva inmovilidad o en la parálisis del cadáver, era para el siempre una intensidad desesperante, un dolor leve y agudo que le recorría el cuerpo, una paranoia asesina que lo tensaba entero y a sus anchas, listo para dar un horrible grito de autodefensa o para mirar cara a cara aquello que no dudaba, fantasma, ladrón o vampiro, lo aniquilaría apenas cometiera la torpeza de moverse o de quebrar el delicado y pasmoso equilibrio en que todo se hallaba en ese preciso instante. Era imposible respirar ya normalmente. Tenia la garganta demasiado seca y las sienes le latían con una violencia inesperada. ¿Que oía, que pasaba? Nada, absolutamente nada. Deseo entonces oír algo: criminales penetrando la casa, vagos y horribles murmullos en la planta baja, un maléfico ulular extraño, el canto de un cuervo, pero nada. Deseo también ver algo: un anima, una calavera ridícula, una procesión de Walpurguis, con fausto y Mefistófeles, subiendo por las escaleras para despedazarlo, deseo ver la salida del sol, pero nada. Nada, nada nada nada nada nada nada nada nada nada nada nada nada nada nada.
Nada, insoportablemente, opresivamente nada. Era insoportable. La ventana tenia rejas, era imposible salir, saltar e incluso gritar pidiendo ayuda. ¿Que quería, que mierdas quería entonces todo eso, eh? Empezó a proyectar el fin. Hizo toda su fuerza por escuchar que la ventana se abría lentamente, o que la silla se deslizaba o comenzaba a levitar, que algo, una figura femenina huesuda y hedionda, comenzaba entrar por la ventana o a salir de la pantalla del televisor, o escuchar que había pasos, quedos y livianos pero pasos al fin, que subían lentamente por la escalera y luego por el piso de su cuarto, pasos que eran solamente pasos pues nada se veía. Pasos que llegaban elegantemente (y entonces era una mujer) al pie de su cama, y entonces el sentía unas manos o unas garras que, invisibles o inexistentes mas que como una fuerza abstracta, lo estrangulaban en el mas indecible de los horrores. Fingió ver un espectro, un ectoplasma azul y ondulante como una sabana o un ave, que giraba o flotaba silenciosamente en el medio del cuarto, pero era inútil. Todo seguía absolutamente en calma, en silencio, dentro de la noche. Se sentó entonces contra la pared. Al menos podía eliminar así el andar volviéndose y mirando detrás todo el tiempo. El cuarto parecía ser seguro ahora, pero una insoportable ansiedad, algo así como un hilo detonante del terror mismo, lo obligaba a fijar su vista en las ventanas y en la escalera de caracol. ALGO podía aparecer o querer entrar en cualquier momento, y era su deber impedirlo a al menos notarlo. Nada le aterraba más que una discontinuidad que permitiera un horripilante susto, un ataque sorpresa, una burla a su cobardía. Eso era tal vez lo que buscaba la bruja: un agujero, un agujero en su psiquis y en su vigilancia. La muy hija de puta no se mostraría hasta no tener la partida ganada. Pero le seria inútil. El no saldría, nunca más si hacia falta, de su trinchera.
¿Había soñado algo mas? sentía un vago dolor en la nuca y en las extremidades, prueba de que había dormido poco o que no había descansado mucho. Si, sentía una incomodidad espiritual, análoga a sentir un residuo de vomito pendiente, que aun nos ahoga y nos revuelve las tripas, o análogo a ese montoncito de mierda que aun nos queda expulsar con las ultimas pujas de nuestros intestinos, un residuo espiritual de algo que aun le faltaba recordar. No debía perderse en las múltiples y tal vez eternas repeticiones de los cambios en el jardín, de las rejas y las bolas que caían, de los reporteros y los nenes y nenas de los otros jardines. Tampoco en la soledad de esa noche onírica. Había dos cosas que lo inquietaban: La muchacha que en un momento del sueño estaba con el, silenciosa o diciendo cosas que el no podía oír, y también su madre y su hermana que no salían a ver, que no querían salir a ver lo que ocurría. Si, esa cobardía de la madre le molestaba. Recordó entonces que la madre le había respondido a gritos que ella de chica había visto cosas así, pero no. No le había respondido eso, sino que el era el que había pensado eso luego de la respuesta. La respuesta de la madre, clara en absoluto silencio de la noche, había sido que no le interesaban para nada ese tipo de cosas, y que tenía que dormirse para ir a trabajar al día siguiente.
Mentira, rabiosamente mentira. Era cobardía pura, cobardía pura y el lo sabia con total certeza. La madre, que presentía al igual que el que la muerte inminente rondaba esa noche en su jardín, no quería arriesgarse a salir de la casa, a ayudarlo, y pretextaba además los más bajos motivos, pereza y responsabilidad moral, para negarse. La hermana, claro esta, seguía convenientemente los dictados de la madre, y el padre, el único que podía rebatir ese dictamen, dormía pesadamente. El se hallaba atrapado fuera, pues recordó entonces que la casa se hallaba impenetrablemente cerrada por dentro, y que entonces el se hallaba desprotegido y desnudo (aunque era solo la sensación) en el pasillo y el jardín, presa fácil de las brujas y las animas que rondaban. Estaba solo, y nadie más que la muchacha podía ayudarlo.
Pero la muchacha, ¿que quería, quien era? ¿Que hacia ahí afuera, siempre a su derecha y a su izquierda, siempre un poco detrás suyo, en cada escena de perfil o en Angulo, siempre un poco en la sombra, siempre acuclillada o agazapada, exactamente como el y por eso sin duda amiga y compañera, que quería?
Intento entonces recordar a la muchacha, y se dio cuenta de que no tenia ningún rasgo saliente. Pelo negro y largo, muy flaca y menuda, con ropas siempre prácticas y cambiantes según la escena, pero siempre un jean y un sweater, un jean y una blusa, un jean y una remera simple, siempre descalza. Recordó que tenia manos finas y como de alambre. Lo único sobresaliente de ella eran dos cosas: el color gris parduzco (propio de un cadáver, pensó) de su piel, y la atrapante belleza de sus ojos negros. Eso lo detuvo un rato. Los ojos, no eran hermosos ni lindos ni sugerentes ni preciosos ni sublimes ni picaros ni agresivos ni estupidos ni seductores ni felices ni alumbrantes ni inteligentes: Eran bellos y misteriosos, esfingeanos, tortuosos, Kafkianamente tortuosos y tristes, pero no. Se dio cuenta que no eran tristes ni misteriosos, sino increiblemente negros, y que si le habian parecido hermosos era por el delirante brillo que tenían, por la fijeza de la mirada, que pese a las ojeras horribles y a la boca siempre seria y apretada, le daban una belleza innegable  al rostro entero. Pero era una belleza incomoda, ¿que sucedía? Se dio cuenta entonces que eran ojos de loca, si. Ya los había visto en el manicomio de Bolivia y haedo, una vez cuando estaba en primaria y se habian escapado de la casa de marcelito para ver a los locos. Ese brillo y esa estupida fijeza de demente y ido tomaban en los ojos de la muchacha un brillo dionisiaco y demente, totalmente alejado de lo sexual, era tristemente cierto, pero todavía con toda la peligrosa violencia de los locos.
Se percato entonces, como quien nota un nuevo pasaje en el laberinto, o como quien comprende una palabra clarificadora o asocia un recuerdo perdido al gran hilo de la vida diaria, que muy en el fondo, todo el sueño tenia un terrible matiz sexual, y que la muchacha lo excitaba entonces de una manera enfermiza y de ningún modo concebible, como debía pasarle a los dementes que se excitan con animales o con recién nacidos. En efecto, nada había ocurrido en el sueño que no fuese oscuro, silencioso y enloquecedoramente terrorífico, pero precisamente en la desesperación o en la impotencia de verse acorralado por la muerte estaba una de las fronteras de la calentura. ¿Defensa o mecanismo animal? ¿Proyección inteligente del superyo para sentirse poderoso, precisamente en el momento que se mas se sentía como un cachorrito enjaulado?
Sentado en la cama y temblando, se dijo que si. Que había como una libido animal que buscaba también sexualizar cualquier componente que se prestase a ello, y que entonces la muchacha era mas bien objeto y ocasión que causa y provocación de la calentura inconciente, que no había notado en el sueño y que se había confundido e integrado al miedo y a la sensación de desamparo. No podía recordad nada mas del sueño del jardín o de la muchacha, pero al pensar nuevamente en la madre y en la hermana, recordó una escena que estaba completamente aislada del resto, y que no dudo a asociar a un sueño independiente pero que había ocurrido inmediatamente después del otro.
Era solo una escena: El se hallaba en la cocina, próximo al cuarto de su madre y su padre, donde también estaba, por alguna extraña razón, la hermana. Pasaban algunas cosas, las luces se prendían y se apagaban, y de repente TODAS LAS PUERTAS que daban al exterior se hallaban abiertas. Solo, completamente solo, llamaba a toda su familia para que viera aquello, pero nadie respondía. No podía abrir la puerta de la pieza de su madre (volvía a llover) y entonces se disponía a cerrar las puertas de calle una por una. Sentía que, en el sueño pero también en la realidad, la madrugada estaba próxima. De algún modo todo se asociaba al sueño de las misas negras. La siguiente escena saltaba, con la naturalidad de la total discontinuidad, click click, al cuarto de baño. El estaba haciendo pis y luego tiraba el botón, abría la puerta del baño y entonces veía que la puerta del cuarto de los padres se abría sola, despaciosamente y haciendo crujir poco a poco la madera. Tuvo la impresión, muy leve y casi inconciente, de que soñaba y de que esa puerta que se abría ocurría en otro plano lejano y distinto, donde el dormía y donde en esa pieza no había ya nadie.
La puerta quedo abierta en el silencio de la casa, y entonces se sintió acompañado y supo al instante que la muchacha estaba nuevamente detrás suyo. No giro la cabeza, no hacia falta verla para sentirla ahí, detrás suyo, como una presencia que estaba igualmente asustada e intrigada por ese fenómeno inexplicable de una puerta que se abre sola.
- ¿escuchaste, vistes? Le pregunto a la muchacha
- Si, se abrió sola. Y no hay nadie.
- Nadie, nadie en toda la casa, entonces imposible que la abra alguien - Dijo o pensó, que en los sueños es exactamente lo mismo.
- Nadie mas, tenes razón. - La voz de la muchacha era hermosa y familiar, indudablemente joven.
Salio entonces del baño y se acerco a la puerta. Sentía que la muchacha lo seguía, lo acompañaba muy tenuemente desde la derecha. Por alguna razón, tal vez porque sintió o imagino una mano fría y delicada tomándolo levemente de la muñeca, no se atrevió a entrar a la pieza.
¿Que paso luego? No podía recordar ninguna imagen mas, ni siquiera una sola, pero podía sin embargo evocar (recordar seria exigir demasiada precisión) una serie de anhelos o proyecciones, principalmente de su pieza y su cama, y de un deseo ávido y certero que se dirigía hacia la muchacha, hacia la chica que le impedía de algún modo ir hacia la pieza, y también sintió un odio, por la madre y la hermana y por todo un genero de lo femenino de la casa, que se parecía de algún modo inexplicable, por alguna tortuosa conexión de túneles subterráneos, al deseo que sentía por la muchacha y por todo lo amenazante de las misas negras y hasta, ridículamente, las bolas de boliche.
Había cierta filiación natural con la muchacha, cosas como palomas y revoloteos de una conciencia de incesto o de prohibiciones naturales o morales, que mas claras se mostraban cuanto venían con un odio hacia quien sabe que, y también porque eran sin dudas sobrepasadas por el deseo y por las ganas de coger, de revolcarse y coger interminablemente quien sabe porque, con la muchacha aquella, simple excusa, tal vez como un escape de todo aquello, de la muerte y de la parálisis.
Había solo un modo de comprobarlo, y ahora, que los pájaros cantaban los primeros cantos de la mañana, y que la palidez grisácea de la aurora se veía por la ventana, era el momento de realizar esa comprobación. El valor le vino o del cansancio o de los temblores o de los calambres, pero tal vez fuese la sensación de que con el sol el mal finalmente se debilitaba, que el temor a la bruja retrocedía y que con la claridad definida de los espacios y el canto de los pájaros, el aspecto terrible y onírico, propenso a la locura y la esquizofrenia, se retiraba para dejar paso a un terreno solo misterioso. Otra opción era, claro esta, el resto de tensión que le había proporcionado la calentura que le generaba el misterio de la muchacha. Porque claro, había la posibilidad de que todo eso hubiese ocurrido de algún modo , de que la misa negra, las ventanas y el jardín hubiesen sido testigos, también en esta realidad, de algo más que de la luz de la luna y los paseos de los gatos. Poniéndose de pie, noto que pese al ya indudable calor, temblaba como una hoja. Le tomo 5 largos minutos superar los calambres y los temblores en las piernas. Por fin, descalzo  y en calzoncillos, bajo por la escalera de caracol, diciéndose a si mismo que quería un vaso de agua. En esos casos era siempre necesario engañar a la razón con algún pretexto. Era algo que había aprendido de Esquilo y Sófocles: El hombre solo puede ir hacia su destino gracias a una enorme cadena de mentiras y engaños, nunca directamente. Así, medio Edipo y medio en calzones, cagado de calor, se encontró en la cocina, mirando perplejo la inmovilidad de las cosas y escuchando el zumbido de la heladera. Un sudor frió le recorría el cuerpo: Estaba seguro de haber cerrado, esa misma noche, la puerta del cuarto de sus padres.
Por el leve Angulo de la puerta indudablemente entreabierta, no llegaba a verse, desde el filo de la escalera, absolutamente nada. Presa del pánico, pero también de la excitación y del mareo de una razón que vomitaba excusas, casualidades, posibles olvidos y teorías físicas posibles que explicasen el fenómeno, todo a la velocidad del rayo y junto con otras teorías, tesis y antitesis que las negaban y volvianlas a afirmar, tuvo como una certeza física de presencia, de otra presencia. Estupidamente, miro a sus espaldas. Nada, solo una pared de un pálido naranja. Con violencia, giro hacia adelante y se maldijo por bajar así la guardia. Noto entonces que sus manos se aferraban como garras a la baranda de la escalera. Comenzó a sentir que las sienes le latían con violencia, y entonces respiro. Respiro profundamente y cerro los ojos, perdido en una búsqueda de esa sensación de lo extraño que lo había asaltado en el sueño, y luego en la cama y en el cuarto a lo largo de la noche.
Así estaba cuando escucho nítidamente un ruido como de cartón rasgado o raspado, y ese ruido solo podía ser la puerta corrediza del baño, abriéndose o cerrándose. Recordó, aun con los ojos cerrados, haber cerrado la puerta del baño la noche anterior. Entonces abrió los ojos.

Vio entonces que la abertura de la puerta era mínima, del espacio de un puño cerrado, y entonces era natural que solo pudiera verse un brazo o, como estaba viendo entonces, una mano (una mano huesuda y de un color gris plomizo), que abría despaciosamente la puerta corrediza, dejando asomar un perfil, una silueta femenina y de pelo largo, casi oculta por el marco de la puerta del baño y que miraba, sin duda por el Angulo de su cabeza, hacia la puerta entreabierta del cuarto de los padres.

2 comentarios:

Jora dijo...

Entonces... ¿Es inpirado por un sueño tuyo?

Como relato es fantástico, resume todas las percepciones entorno a las pesadillas, mas bien es una sobredocies de percepciones! Es casi como una de esas fantasías mitológicas que en la antigüedad se mezclaban con las dioses y ninfas, en este caso moderna y bien pagana...

La interpretación psicológica la dejo para otro espacio y tiempo, si es que se da.

Jora dijo...
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