Se despertó. La habitación estaba completamente vacía, en
penumbras. Había un silencio liso y perfecto, que llenaba el cuarto. Le volvió
entonces la paranoia de estar completamente solo. Solo y escuchando la lluvia
golpetear afuera. Sintió entonces, como en una unidad compacta pero a la vez
elástica y pegajosa, una sed terrible. Hacia, si, muchísimo calor. No era cosa
de sentirlo, y eso era lo raro, pues no tenía calor para nada, sino más bien
una sensación seca y áspera que le secaba la garganta. Los cantos de Maldoror
seguían sobre la mesa, seguramente sobre la mesa de la cocina, allá abajo, dos
metros mas abajo, lejos.
Sintió unas ganas terribles de mear, de ir a la cocina a tomar un
vaso de agua, pero estaba el hecho de estar completamente solo y desprotegido.
El camino hacia la cocina y hacia el agua refrescante era demasiado peligroso:
Veintitrés escalones de madera ruidosa y crujiente, más tres pasos hasta ella,
y luego tres pasos más hasta la heladera. Y luego la vuelta, claro esta.
No, demasiados pasos y demasiados ruidos para esa noche, para despertar a lo
que fuese (el lo sabia) estaba acechando en la soledad de la casa. Deseo
entonces oír un ronquido, una tos, un crujir de cama que le demostrase (pero
era imposible) con evidencia científica que el no se hallaba solo. Eso hubiera
sido suficiente para romper el hechizo (porque eso era). Había algo maligno,
algo realmente maligno y diabólico, algo así como una fuerza perversa manejada
a distancia por brujas o por gente muy mala y envidiosa, que ahora le oprimía
el cuerpo entero, y que se manifestaba en la enloquecedora expectación de
alguna señal, de algún movimiento (pero no, no porque eso era la lluvia y
aquello el viento zarandeando con violencia la ventana, y aquello otro era
seguramente un gato saltando de chapa en chapa, gato de mierda) que le revelase
la catástrofe, la muerte inminente o el rapto infernal.
Entonces se sentó en la cama, agitadísimo, y dirigió una
enloquecida serie de miradas, cubriendo con desesperación cada centímetro de la
pieza, buscando atrapar con los ojos aquello que le lo oprimía y que ya le
provocaba un calambre en el pie izquierdo. Pero nada, no había nada, no era
nada, y eso era lo terrible: estar solo y sin que pase nada. ¿Podría acaso esa
sensación de peligro, de horror vacui (pero no era eso, el sabia que no)
prolongarse indefinidamente? ¿Que pasaba, ahora era cosa de tenerle miedo al
silencio y a la soledad cada vez que estas se trenzaran en el aislamiento? ¿Que
quería, con esos sobresaltos y salidas abruptas del sueño, con ese insomnio,
con esa paranoia, ir a parar adonde, adonde se pensaba que iba a ir a para así?
¿O acaso iba a estar en guardia solo hasta el alba, solo hasta la salida del
astro rey, que traía con sigo a todas las hijas de la luz y la razón, a iris y con
ella al desvanecimiento de los fantasmas?
El cuarto se hallaba inmóvil, el silencio era perfecto. Empezaba a
pensar mejor, a racionalizar, a buscar salidas lógicas, a intentar perderse en
algún callejón lógico, que al menos era ya algo de la realidad diurna, pero lo
asalto de nuevo la sensación de estar siendo observado, amenazado por algo. Si.
Se encontraba dentro de una ratonera, dentro del más horrible cuento de Kafka.
¿no había soñado acaso, con una perfección que lo hacia sospechar
de realidad olvidada, de reminiscencia o de otras dimensiones, no había soñado
hacia apenas unos minutos (pero no lo sabia entonces, sino que recordaba en ese
instante que) con cementerios y misas negras, con misas negras en el propio
jardín de su casa, con unas esferas como bolas de billar, todas de colores
opacos, que aparecían diabólicamente en el jardín cuando se suponía que nada
tenia que aparecer, y entonces el y otros filmaban todo (porque había los
medios), cubrían todo ello con fascinación periodística, pese al terror de que
las bolas se materializaban y caían al piso? ¿No había también, en cada jardín
(pero más en el suyo, que ahora tenía unas rejas góticas grandes y negras,
propias de un cementerio ingles)tierra negra y apretada, y tumbas y un cielo
opresivo y nebuloso? Si, y entonces había empezado, ya desde ese entonces,
había empezado el miedo y una irresistible necesidad de volver la espalda y
vigilar, de cuidarse la espalda de las brujas (entonces eran las brujas, y
debían ser las 3 AM, horario de las brujas y misas negras) y de los asesinos,
de hombres y mujeres malas y golpeadoras, de que todo el mundo se volviese en
su contra, intentara matarlo o algo. El miedo entonces había empezado, como un
ruido lejano y amenazador en la noche, a perturbarle el sueño ya desde el sueño
mismo.
¿Que había pasado luego? Había también otra chica, y nenes y nenas
en los jardines, y otras perspectivas que mostraban la misa, en donde había
también un estacionamiento y una reja, y bolas que caían. Mas importante que
todo era que adentro estaban su madre, su padre y su hermana, siempre
durmiendo. Entonces descubrió algo. Con indecible horror recordó ( ¿pero
cuando? ¿En el sueño o en ese momento posterior?) Que YA HABIA SOÑADO con la
misa negra, con las bolas y con el miedo. PEOR AUN: LO HABIA SOÑADO ESA MISMA
NOCHE. Oscuros y misteriosos son los designios y los aberrantes absurdos del
sueño, porque de alguna manera, el supo que inexplicablemente había soñado toda
esa noche con la misa negra, como quien obsesivamente ve una y otra y otra y
otra vez la misma película, la cual se repite siempre con los mismos gestos,
los mismos miedos, las mismas traiciones. La repetición suele, en la mayoría de
los casos (volvía a llover con fuerza, se oían las gotas castigando las tejas)
aminorar el efecto violento de una emoción, pero en su caso, o tal vez fuese el
horror de tan incomprobable certeza, parecía que todo conservaba
fantasmagóricamente ese miedo telúrico e inexplicable, y entonces se percato,
ahí y en cada sueño, de que efectivamente había un miedo loco y telúrico, como
de tierra mojada, pero miedo que no era a la misa negra o a las extrañas bolas
de boliche, sino miedo a una presencia femenina (sin dudas la bruja) que estaba
detrás de esa espantosa magia negra. Recordó otra escena: una filmación aérea
de su casa y de su jardín, casi a las 3 AM. El reloj corría y alguien decía
frases periodísticas sobre los próximos eventos. Y entonces, como en uno de
esos programas baratos de eventos paranormales, exactamente a las 3 AM, se
materializaba de la nada una porción escondida del jardín, que antes no estaba
y que entonces (comparándolo con la realidad) no era parte de su jardín
verdadero, sino un espacio nefasto creado mágicamente por los espíritus de la
noche. Había algo de familiar y de intrincado en el diseño, algo que le
recordaba a las tumbas y a los cementerios.
¿Que paso luego? No recordaba nada mas, salvo que en otra escena
el se hallaba arrojando con violencia las bolas por encima de la reja, cosa que
sabia no debía hacer, y llamaba a los gritos a sus padres y hermanos para que
vieran todo eso, todo eso que pasaba en el jardín y que era horrible e
increíble y hermoso y sobre todo que vinieran porque (esto no lo decía) se
sentía enormemente en peligro y no quería estar solo cuando la misa se acabara,
cuando se acabara eso que aunque horrible era como un juego y una irrealidad, y
entonces apareciera ella, la oscura fuerza que si era real y no seria para nada
agradable o caricaturesca, sino horrible y efectiva, mortal. ¿No era acaso ella
misma esa presencia que astuta y paciente como una araña, llenaba el cuarto con
el mas aparente y desinteresado de los silencios, tendiéndole una trampa como
con hilos y cuentos chinos, para que el se levantara, incrédulo o estupidamente
envalentonado, para que se levantara de la cama (lecho de paz y amor, único
lugar seguro en toda la casa) y se pusiera entonces al alcance de todo tipo de
bestias, fantasmas y lobos prestos a despedazarlo?
Subiendo lo pies en la cama, pensó que a lo mejor no. Que a lo
mejor era exactamente al revés: un miedo atroz y unas pesadillas especialmente
preparadas por ella para mantenerlo en la cama, presa de la paranoia y del
miedo pero siempre en la cama. ¿Con que objeto, con que motivo paralizarlo así?
¿Saldría acaso, caricaturescamente, algo de debajo de la cama, o acaso del
armario? Esto ultimo casi lo hizo reír, pero la risa fue estrangulada a la
altura del estomago, y solo quedo una nerviosidad inútil que pudo eliminar con
un silencioso pedo. ¿Seria acaso un súcubo, una horrible y huesuda vampiresa?
Pero eran ya las cinco y veintiuno y nada había pasado. El había leído, no
recordaba donde, que las brujas y súcubo atacaban siempre a las 3. 3 y 3, tres
y trentaitres, pero no a las cuatro, a las cinco y menos que menos a las cinco
y ventidos. Esa impuntualidad era imperdonable, y eso no hacia mas que
demostrarle, que comprobarle,
que efectivamente algo le andaba ocurriendo esa noche, pues también era cierto
que la realidad ocurre siempre impuntualmente, y que las leyendas siempre las
cuentan los sobrevivientes, y nunca los muertos y torturados, los cuales son
siempre el alma misma del terror de la leyenda, y que entonces los datos de los
sobrevivientes tienen que ser siempre aproximados, nunca científicamente
correctos.
El miedo, que ya devenía un sordo terror pánico, rayante en la
vomitiva inmovilidad o en la parálisis del cadáver, era para el siempre una
intensidad desesperante, un dolor leve y agudo que le recorría el cuerpo, una
paranoia asesina que lo tensaba entero y a sus anchas, listo para dar un
horrible grito de autodefensa o para mirar cara a cara aquello que no dudaba,
fantasma, ladrón o vampiro, lo aniquilaría apenas cometiera la torpeza de
moverse o de quebrar el delicado y pasmoso equilibrio en que todo se hallaba en
ese preciso instante. Era imposible respirar ya normalmente. Tenia la garganta
demasiado seca y las sienes le latían con una violencia inesperada. ¿Que oía,
que pasaba? Nada, absolutamente nada. Deseo entonces oír algo: criminales
penetrando la casa, vagos y horribles murmullos en la planta baja, un maléfico
ulular extraño, el canto de un cuervo, pero nada. Deseo también ver algo: un
anima, una calavera ridícula, una procesión de Walpurguis, con fausto y
Mefistófeles, subiendo por las escaleras para despedazarlo, deseo ver la salida
del sol, pero nada. Nada, nada nada nada nada nada nada nada nada nada nada
nada nada nada nada.
Nada, insoportablemente, opresivamente nada. Era insoportable. La
ventana tenia rejas, era imposible salir, saltar e incluso gritar pidiendo
ayuda. ¿Que quería, que mierdas quería entonces todo eso, eh? Empezó a
proyectar el fin. Hizo toda su fuerza por escuchar que la ventana se abría
lentamente, o que la silla se deslizaba o comenzaba a levitar, que algo, una
figura femenina huesuda y hedionda, comenzaba entrar por la ventana o a salir
de la pantalla del televisor, o escuchar que había pasos, quedos y livianos
pero pasos al fin, que subían lentamente por la escalera y luego por el piso de
su cuarto, pasos que eran solamente pasos pues nada se veía. Pasos que llegaban
elegantemente (y entonces era una mujer) al pie de su cama, y entonces el
sentía unas manos o unas garras que, invisibles o inexistentes mas que como una
fuerza abstracta, lo estrangulaban en el mas indecible de los horrores. Fingió
ver un espectro, un ectoplasma azul y ondulante como una sabana o un ave, que
giraba o flotaba silenciosamente en el medio del cuarto, pero era inútil. Todo
seguía absolutamente en calma, en silencio, dentro de la noche. Se sentó
entonces contra la pared. Al menos podía eliminar así el andar volviéndose y
mirando detrás todo el tiempo. El cuarto parecía ser seguro ahora, pero una
insoportable ansiedad, algo así como un hilo detonante del terror mismo, lo
obligaba a fijar su vista en las ventanas y en la escalera de caracol. ALGO
podía aparecer o querer entrar en cualquier momento, y era su deber impedirlo a
al menos notarlo. Nada le aterraba más que una discontinuidad que permitiera un
horripilante susto, un ataque sorpresa, una burla a su cobardía. Eso era tal
vez lo que buscaba la bruja: un agujero, un agujero en su psiquis y en su
vigilancia. La muy hija de puta no se mostraría hasta no tener la partida
ganada. Pero le seria inútil. El no saldría, nunca más si hacia falta, de su
trinchera.
¿Había soñado algo mas? sentía un vago dolor en la nuca y en las
extremidades, prueba de que había dormido poco o que no había descansado mucho.
Si, sentía una incomodidad espiritual, análoga a sentir un residuo de vomito
pendiente, que aun nos ahoga y nos revuelve las tripas, o análogo a ese
montoncito de mierda que aun nos queda expulsar con las ultimas pujas de
nuestros intestinos, un residuo espiritual de algo que aun le faltaba recordar.
No debía perderse en las múltiples y tal vez eternas repeticiones de los cambios
en el jardín, de las rejas y las bolas que caían, de los reporteros y los nenes
y nenas de los otros jardines. Tampoco en la soledad de esa noche onírica.
Había dos cosas que lo inquietaban: La muchacha que en un momento del sueño
estaba con el, silenciosa o diciendo cosas que el no podía oír, y también su
madre y su hermana que no salían a ver, que no querían salir a ver lo que
ocurría. Si, esa cobardía de la madre le molestaba. Recordó entonces que la
madre le había respondido a gritos que ella de chica había visto cosas así,
pero no. No le había respondido eso, sino que el era el que había pensado eso
luego de la respuesta. La respuesta de la madre, clara en absoluto silencio de
la noche, había sido que no le interesaban para nada ese tipo de cosas, y que
tenía que dormirse para ir a trabajar al día siguiente.
Mentira, rabiosamente mentira. Era cobardía pura, cobardía pura y
el lo sabia con total certeza. La madre, que presentía al igual que el que la
muerte inminente rondaba esa noche en su jardín, no quería arriesgarse a salir
de la casa, a ayudarlo, y pretextaba además los más bajos motivos, pereza y
responsabilidad moral, para negarse. La hermana, claro esta, seguía
convenientemente los dictados de la madre, y el padre, el único que podía
rebatir ese dictamen, dormía pesadamente. El se hallaba atrapado fuera, pues
recordó entonces que la casa se hallaba impenetrablemente cerrada por dentro, y
que entonces el se hallaba desprotegido y desnudo (aunque era solo la
sensación) en el pasillo y el jardín, presa fácil de las brujas y las animas
que rondaban. Estaba solo, y nadie más que la muchacha podía ayudarlo.
Pero la muchacha, ¿que quería, quien era? ¿Que hacia ahí afuera,
siempre a su derecha y a su izquierda, siempre un poco detrás suyo, en cada
escena de perfil o en Angulo, siempre un poco en la sombra, siempre acuclillada
o agazapada, exactamente como el y por eso sin duda amiga y compañera, que
quería?
Intento entonces recordar a la muchacha, y se dio cuenta de que no
tenia ningún rasgo saliente. Pelo negro y largo, muy flaca y menuda, con ropas
siempre prácticas y cambiantes según la escena, pero siempre un jean y un
sweater, un jean y una blusa, un jean y una remera simple, siempre descalza.
Recordó que tenia manos finas y como de alambre. Lo único sobresaliente de ella
eran dos cosas: el color gris parduzco (propio de un cadáver, pensó) de su
piel, y la atrapante belleza de sus ojos negros. Eso lo detuvo un rato. Los
ojos, no eran hermosos ni lindos ni sugerentes ni preciosos ni sublimes ni
picaros ni agresivos ni estupidos ni seductores ni felices ni alumbrantes ni
inteligentes: Eran bellos y misteriosos, esfingeanos, tortuosos, Kafkianamente
tortuosos y tristes, pero no. Se dio cuenta que no eran tristes ni misteriosos,
sino increiblemente negros, y que si le habian parecido hermosos era por el
delirante brillo que tenían, por la fijeza de la mirada, que pese a las ojeras
horribles y a la boca siempre seria y apretada, le daban una belleza innegable
al rostro entero. Pero era una belleza incomoda, ¿que sucedía? Se dio
cuenta entonces que eran ojos de loca, si. Ya los había visto en el manicomio
de Bolivia y haedo, una vez cuando estaba en primaria y se habian escapado de
la casa de marcelito para ver a los locos. Ese brillo y esa estupida fijeza de demente
y ido tomaban en los ojos de la muchacha un brillo dionisiaco y demente,
totalmente alejado de lo sexual, era tristemente cierto, pero todavía con toda
la peligrosa violencia de los locos.
Se percato entonces, como quien nota un nuevo pasaje en el laberinto,
o como quien comprende una palabra clarificadora o asocia un recuerdo perdido
al gran hilo de la vida diaria, que muy en el fondo, todo el sueño tenia un
terrible matiz sexual, y que la muchacha lo excitaba entonces de una manera
enfermiza y de ningún modo concebible, como debía pasarle a los dementes que se
excitan con animales o con recién nacidos. En efecto, nada había ocurrido en el
sueño que no fuese oscuro, silencioso y enloquecedoramente terrorífico, pero
precisamente en la desesperación o en la impotencia de verse acorralado por la
muerte estaba una de las fronteras de la calentura. ¿Defensa o mecanismo
animal? ¿Proyección inteligente del superyo para sentirse poderoso,
precisamente en el momento que se mas se sentía como un cachorrito enjaulado?
Sentado en la cama y temblando, se dijo que si. Que había como una
libido animal que buscaba también sexualizar cualquier componente que se
prestase a ello, y que entonces la muchacha era mas bien objeto y ocasión que
causa y provocación de la calentura inconciente, que no había notado en el
sueño y que se había confundido e integrado al miedo y a la sensación de
desamparo. No podía recordad nada mas del sueño del jardín o de la muchacha,
pero al pensar nuevamente en la madre y en la hermana, recordó una escena que
estaba completamente aislada del resto, y que no dudo a asociar a un sueño
independiente pero que había ocurrido inmediatamente después del otro.
Era solo una escena: El se hallaba en la cocina, próximo al cuarto
de su madre y su padre, donde también estaba, por alguna extraña razón, la
hermana. Pasaban algunas cosas, las luces se prendían y se apagaban, y de
repente TODAS LAS PUERTAS que daban al exterior se hallaban abiertas. Solo,
completamente solo, llamaba a toda su familia para que viera aquello, pero
nadie respondía. No podía abrir la puerta de la pieza de su madre (volvía a
llover) y entonces se disponía a cerrar las puertas de calle una por una.
Sentía que, en el sueño pero también en la realidad, la madrugada estaba
próxima. De algún modo todo se asociaba al sueño de las misas negras. La
siguiente escena saltaba, con la naturalidad de la total discontinuidad, click
click, al cuarto de baño. El estaba haciendo pis y luego tiraba el botón, abría
la puerta del baño y entonces veía que la puerta del cuarto de los padres se
abría sola, despaciosamente y haciendo crujir poco a poco la madera. Tuvo la
impresión, muy leve y casi inconciente, de que soñaba y de que esa puerta que
se abría ocurría en otro plano lejano y distinto, donde el dormía y donde en
esa pieza no había ya nadie.
La puerta quedo abierta en el silencio de la casa, y entonces se
sintió acompañado y supo al instante que la muchacha estaba nuevamente detrás
suyo. No giro la cabeza, no hacia falta verla para sentirla ahí, detrás suyo,
como una presencia que estaba igualmente asustada e intrigada por ese fenómeno
inexplicable de una puerta que se abre sola.
- ¿escuchaste, vistes? Le pregunto a la muchacha
- Si, se abrió sola. Y no hay nadie.
- Nadie, nadie en toda la casa, entonces imposible que la abra
alguien - Dijo o pensó, que en los sueños es exactamente lo mismo.
- Nadie mas, tenes razón. - La voz de la muchacha era hermosa y
familiar, indudablemente joven.
Salio entonces del baño y se acerco a la puerta. Sentía que la
muchacha lo seguía, lo acompañaba muy tenuemente desde la derecha. Por alguna
razón, tal vez porque sintió o imagino una mano fría y delicada tomándolo
levemente de la muñeca, no se atrevió a entrar a la pieza.
¿Que paso luego? No podía recordar ninguna imagen mas, ni siquiera
una sola, pero podía sin embargo evocar (recordar seria exigir demasiada
precisión) una serie de anhelos o proyecciones, principalmente de su pieza y su
cama, y de un deseo ávido y certero que se dirigía hacia la muchacha, hacia la
chica que le impedía de algún modo ir hacia la pieza, y también sintió un odio,
por la madre y la hermana y por todo un genero de lo femenino de la casa, que
se parecía de algún modo inexplicable, por alguna tortuosa conexión de túneles
subterráneos, al deseo que sentía por la muchacha y por todo lo amenazante de
las misas negras y hasta, ridículamente, las bolas de boliche.
Había cierta filiación natural con la muchacha, cosas como palomas
y revoloteos de una conciencia de incesto o de prohibiciones naturales o morales,
que mas claras se mostraban cuanto venían con un odio hacia quien sabe que, y
también porque eran sin dudas sobrepasadas por el deseo y por las ganas de
coger, de revolcarse y coger interminablemente quien sabe porque, con la
muchacha aquella, simple excusa, tal vez como un escape de todo aquello, de la
muerte y de la parálisis.
Había solo un modo de comprobarlo, y ahora, que los pájaros
cantaban los primeros cantos de la mañana, y que la palidez grisácea de la
aurora se veía por la ventana, era el momento de realizar esa comprobación. El
valor le vino o del cansancio o de los temblores o de los calambres, pero tal
vez fuese la sensación de que con el sol el mal finalmente se debilitaba, que
el temor a la bruja retrocedía y que con la claridad definida de los espacios y
el canto de los pájaros, el aspecto terrible y onírico, propenso a la locura y
la esquizofrenia, se retiraba para dejar paso a un terreno solo misterioso.
Otra opción era, claro esta, el resto de tensión que le había proporcionado la
calentura que le generaba el misterio de la muchacha. Porque claro, había la
posibilidad de que todo eso hubiese
ocurrido de algún modo , de
que la misa negra, las ventanas y el jardín hubiesen sido testigos, también en
esta realidad, de algo más que de la luz de la luna y los paseos de los gatos.
Poniéndose de pie, noto que pese al ya indudable calor, temblaba como una hoja.
Le tomo 5 largos minutos superar los calambres y los temblores en las piernas.
Por fin, descalzo y en calzoncillos, bajo por la escalera de caracol,
diciéndose a si mismo que quería un vaso de agua. En esos casos era siempre
necesario engañar a la razón con algún pretexto. Era algo que había aprendido
de Esquilo y Sófocles: El hombre solo puede ir hacia su destino gracias a una
enorme cadena de mentiras y engaños, nunca directamente. Así, medio Edipo y
medio en calzones, cagado de calor, se encontró en la cocina, mirando perplejo
la inmovilidad de las cosas y escuchando el zumbido de la heladera. Un sudor
frió le recorría el cuerpo: Estaba seguro de haber cerrado, esa misma noche, la
puerta del cuarto de sus padres.
Por el leve Angulo de la puerta indudablemente entreabierta, no
llegaba a verse, desde el filo de la escalera, absolutamente nada. Presa del
pánico, pero también de la excitación y del mareo de una razón que vomitaba
excusas, casualidades, posibles olvidos y teorías físicas posibles que
explicasen el fenómeno, todo a la velocidad del rayo y junto con otras teorías,
tesis y antitesis que las negaban y volvianlas a afirmar, tuvo como una certeza
física de presencia, de otra presencia. Estupidamente, miro a sus
espaldas. Nada, solo una pared de un pálido naranja. Con violencia, giro hacia
adelante y se maldijo por bajar así la guardia. Noto entonces que sus manos se
aferraban como garras a la baranda de la escalera. Comenzó a sentir que las
sienes le latían con violencia, y entonces respiro. Respiro profundamente y
cerro los ojos, perdido en una búsqueda de esa sensación de lo extraño que lo
había asaltado en el sueño, y luego en la cama y en el cuarto a lo largo de la
noche.
Así estaba cuando escucho nítidamente un ruido como de cartón
rasgado o raspado, y ese ruido solo podía ser la puerta corrediza del baño,
abriéndose o cerrándose. Recordó, aun con los ojos cerrados, haber cerrado la
puerta del baño la noche anterior. Entonces abrió los ojos.
Vio entonces que la abertura de la puerta era mínima, del espacio
de un puño cerrado, y entonces era natural que solo pudiera verse un brazo o,
como estaba viendo entonces, una mano (una mano huesuda y de un color gris
plomizo), que abría despaciosamente la puerta corrediza, dejando asomar un
perfil, una silueta femenina y de pelo largo, casi oculta por el marco de la
puerta del baño y que miraba, sin duda por el Angulo de su cabeza, hacia la puerta
entreabierta del cuarto de los padres.
2 comentarios:
Entonces... ¿Es inpirado por un sueño tuyo?
Como relato es fantástico, resume todas las percepciones entorno a las pesadillas, mas bien es una sobredocies de percepciones! Es casi como una de esas fantasías mitológicas que en la antigüedad se mezclaban con las dioses y ninfas, en este caso moderna y bien pagana...
La interpretación psicológica la dejo para otro espacio y tiempo, si es que se da.
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