13 dic 2013

Conversacion con una Señora

El cajero escupio su pedacito de papel obligatorio, y luego de transformarlo en un hermoso bollito, lo arroje con desprecio en el cesto ya rebasajo de otros papelitos y bollitos similares. Es increible lo sucios que son los cajeros automaticos: son lo mas parecido a un baño publico. Debe ser precisamente por ser publicos que adquieren ese estado caotico, con un piso lleno de tierra y un aura postindustrial de total abandono de vida animal y vegetal.
Siempre trato de que mis incursiones en los cajeros automaticos sean lo mas rapidas posibles. Estar encerrado en esa pecera es realmente insoportable. En verano es un verdadero sauna, y en invierno una gelida tundra. Detesto ademas las largas colas de moribundos economicos que se forman en las siempre incomodas escaleras. ¿Como es que hay gente que se pasa cinco o seis minutos delante de la pantallita? Intolerable, verdaderos maleducados o simples viciosos. No señor. Lo mio son verdaderas incursiones vikingas a base de pasar tarjetas y marcar codigos. Creo fervientemente que los bancos deberian proporcionar una cajita de guantes de latex a la hora de usar las pantallas tactiles. En efecto, ¿quien sabe que tipo de degenerado, sucio o avaro abogado ha estado antes pidiendo resumenes de cuenta?
Lo que les cuento succedio el otro dia. No se que dia era, pero era un hermoso y radiante dia de sol, lo se porque eso me puso de buen humor y decidi entonces, como siempre que me pongo de buen humor, salir a caminar. Las cosas horribles son como las hermosas: siempre succeden asi, en medio de una caminata aleatoria, dentro de algun parque o en la periferia de los cafes viejos y casi deshabitados. Por eso me extraño mucho que a la salida de un cajero, ¡precisamente de un cajero!, hubiese una peculiar señora baldeando (manguereando en realidad) la vereda. Eso es raro por dos motivos. Primeramente, la periferia de los cajeros suele estar caracterizada por la total falta de actividad humana, incluyendo señoras y demas vetustes de la tercera edad. Aunque si uno lo piensa con detenimiento, los viejos son los seres mas decrepitos dentro de la escala humana. Nadie esta, como ellos, tan cerca de la muerte (la gran mayoria  no vale gran cosa, pues estan ya muertos o medio muertos desde hace mucho, y hay que agradecerle a la inercia y a los centros de jubilados y demas horrorosas mutuales por la existencia de la tercera edad) y de cosas peores como el Alzeimer o los pañales para adultos. Creo que solo un anciano toleraria la cercania constante con un cajero automatico. Es sabido ademas que los viejos son, casi sin exepcion, maniaticos de la limpieza. Mi idea sobre esta mania es mas bien freudiana. Tras una vida entera de canalladas, pifies, hijodeputeadas y cobardias, estos infelices (como casi todo el genero humano) sienten, al modo de Dorian Grey, que su alma es algo menos que un tacho de basura. Claro que a esta edad no estan capacitados para comprender esta simple verdad, y tampoco estarian dispuestos a hacerlo (debido a otro incurable mal de la humanidad pero sobre todo de la vejez: la terquedad). Su psique irritada por la television y confundida por la extraña manera de vestir y de actuar de "la juventud" (gran nemesis de la gerontidad) proyecta la porqueria de toda una vida en una insoportable obsesion contra el polvo y los manteles arrugados. Si esta obsesion por la limpieza fuese otra cosa y no eso, es decir, una absurda locura manitatica digna de un asilo, no se comprenderia como es que uno puede ver viejas y viejos barriendo la vereda a casi cualquier hora y en la situaciones mas discimiles e inapropiadas para hacerlo, como en visperas de una tormenta o en una tormenta misma. La segunda razon era el horario. No estoy exactamente seguro sobre este, pero era innegablemente el lapso caotico que se halla entre las doce del mediodia y la una de la tarde. Esa hora es, aun en una zona no comercial (pero si plagada de colegio y emprendimientos pequeños) sin duda de las mas caoticas del dia, en lo que a transito y peatoneidad (o ismo) se refiere. En esa oscura ventana espacio - temporal, hasta el mas agradable de los barrios se transforma en una peligrosa selva plagada de todo tipo de depredadores:  los nenes y nenas que salen o entran de jardines y escelas primarias, seres caoticos y chillones, sucios y alborotadores faunos que se arremolinan, todo guardapolvo y mochila, en verdaderas turbas y pandillas, capaces de tumbar hasta a un luchador profesional. Tambien estan las susodichas "madres" (un epiteto demasiado homerico para aplicar a esas bestias rinoceronticas) de aquellos "nenes", verdaderas arpias, siempre apuradas y de un tragicomico malhumor. Otro elemento inolvidable de esta hora pico son las infames hordas de obreros, mecanicos, ofinicistas, abogados despreciables y todo el ramo de esclavos administrativos y comerciales, seres todos hambrientos y fantasmales, verdaderas pesadillas vivientes salidas de la peor imaginacion fordiana - Taylorista o de alguna secta budista. La ciudad misma se vuelve entonces una inmensa competencia, de caracter darwiniano, por la supervivencia del mas apto. Comida y transito son los dos objetivos mas buscados. Claro esta que tambien se busca la oportunidad para la venganza (contra un particular o sencillamente contra el universo entero), para la superioridad fisica o moral, pero esto es secundario y sospecho que en la mayoria de los casos, inconciente. Es claro entonces que, siendo los viejos casi en su totalidad misantropos y hermitaños, evitan por todos los medios salir a la calle en las horas pico. Sospecho que esto ultimo es una inteligentisima mecanismo de supervivencia, a la vez que una muestra de lo que tal vez se el unico rasgo de buen gusto de los viejos: su exlcusion social. No es necesario dar muchas explicaciones para entender que luego de una vida de intentar kafkianamente ingresar o mantenerse dentro de una sociedad violenta y sin sentido, estos pseudocadaveres obtienen, ademas de una miserable suma (sin duda un ultimo detalle cinico - ironico de la sociedad que ahora odian) una sabiduria silenica que los hace apartarse, muy acertadamente creo yo, de toda preocupacion social. Es mas, es gracias a este instinto basico (si bien tristemente adquirido demasiado tarde) que se vuelven hermitaños y esquivos a los grandes grupos de personas, verdaderos agorafobicos.
Contra toda las contras entonces, esta anciana se hallaba baldeando la vereda en una vereda que quedaba al lado de un cajero automatico y sobre una avenida. Al pasar junto a ella, levanto la vista. Ella me vio y yo la vi, pero creo que ella ademas supo (o tal vez imagino, asi de paranoica esta la gente hoy) que yo la venia observando (maravillado) desde antes.
- Buenos dias, señora - Le dije alegremente.La señora llevaba un vestido blanco, floreado con ceibos. Era, naturalmente, de baja estatura, y un poco pachoncha (es decir, petacona). La señora tal vez no me oyo, o quizas, en su tarea de mojar tozuda y maquinalmente una baldoza completamente limpia, prefirio ignorar mi saludo. Segui caminando algo de un metro. ¿Porque me habia ignorado la señora? Las razones podian ser muchas y compuestas: Sordera, desinteres, desprecio por la juventud o genero humano en general, desprecio por los hombres, desprecio por la gente que entra a los bancos (este lo comparto), mutismo, mala educacion, falta de atencion o pobre tiempo de respuesta, meditacion metafisica, misantropia, respeto a la ley o a las buenas costumbres o a Dios. Me detuve y sopese mi estado general: Hermoso dia de sol, tiempo por delante, innegable buen estado de animo, fruto de una exelente noche y de un fresco desayuno compuesto de seriales con leche. Era la oportunidad perfecta para iniciar un dialogo con quien de todos modos era ya un ejemplar interesante. Me di vuelta y me acerque nuevamente a la vieja.
- Señora - Exclamente con un poco mas de tono - ¡buenos dias! . - La anciana esta vez levanto la vista y me miro, entre hosca y extrañada.
- Buen dia... - dijo parcamente.
- ¿como le va? Acabo de pasar recien y ya la habia saludado. ¿no me oyo? - Mi tono sonaba, para mi deleite, sospechosamente amigable.
- ¿Que quiere? - Pregunto la señora, seguramente recelosa por la simpatia (sospecho no muy frecuente) de un desconocido.
- Nada. Simplemente me dieron ganas de saludarla. Hace un lindo dia de sol, ¿no le parece?
- Hum - dijo la señora - Si, bastante calor.- dicho esto, volvio a bajar la mirada y continuo mojando indiscriminadamente las baldosas. Era un desperdicio de agua imperdonable. Las naciones unidas y demas organizaciones inutiles deberian, ya que dilapidan dia a dia cuantiosas fortunas donadas por los ineptos y cobradas a los paises en forma de impuestos encubiertos, tener un protocolo de accion contra las señoras, los lavadores de coches y perros, y todo aquel que desperdiciase el agua de formas poco creativas. Observando con detenimiento a la señora, no parecia en definitiva tan interesante como me imagine en un principio. Estaba bastante encorvada, y con la manera de mirar para abajo y de costado, parecia una mezcla de topo chicato y cafetera destartalada. Pero tal vez no debia dejarme engañar por las apariencias, tal vez fuese una Socrates urbana. Tal vez, con esa indiferencia estoica, me estaba probando.
- ¿Siempre se le da por baldear la vereda a esta hora? - pregunte como al descuido, mientras fingia admirar un Rosal en el jardin aledaño. La anciana, que sin dudas esperaba que me marchase de un momento a otro, aparto la manguera a un lado, y me miro entonces despacio, larga y desconfiadamente, como quien esta resolviendo un acertijo.
- ¿Usted quien es? - su voz dejaba translucir un resentimiento de animal acorralado. Yo me divertia enormemente. - ¿Quien es, eh? Nunca lo vi por el barrio.
- Mi nombre es Federico, Federico Splaglitti - Menti - Vivo varias cuadras mas arriba. - Los ojitos de la vieja, dos miserables pasas de uva, brillaban con desconfianza.
- Mentira - dijo. - yo nunca lo habia visto antes por aqui. ¿Que le importa a usted cuando riego o cuando estoy aqui?
- No es que me interese especialmente - respondi - fue solo una pregunta casual, si bien con cierto interes por sus habitos.
- Que le importa, metase en sus cosas. - el tono era nuevamente hosco. La vieja estaba en esa casa sola, era obvio. La avaricia o la inseguridad cosmica en la que se hallan tantas personas en la ciudad hace que la gente sea ridiculamente paranoica.
- Bueno, pues sepa que no le voy a decir nada. Ahora mandese a mudar.- dijo la señora, al tiempo que comenzaba a rociar furiosamente el cordon de la vereda, peligrosamente cerca de donde yo estaba. Si mi objetivo era mantenerme seco, seguir incomodando a la señora era de un riesgo enorme. No obstante, el dia era (creo que ya lo dije) hermosamente soleado, y me parecio que la situacion bien valia el riesgo. La señora no solo era extraña: era una maravilla neurotica de la beligerancia y la paranoia. Seres asi - pense - solo deben hallarse en uno de cada cien en el mundo real, exeptuando los loqueros, claro esta, puesto que los loqueros y casas "de rehabilitacion" son sin duda los oasis y tesoros de nuestra ciudad, lugares que acumulan, tal vez en un espacio de 20 metros cuadrados, a toda una tropilla de los seres mas inusuales y creativos que puede hallarse. Si bien es una crueldad encerrar a estos seres misticos e incomprendidos, puesto que, salvo a los enfermeros (brutos cavernicolas sin un apice de sprit) y psiquiatras (pervesos y oscuros degenerados con licencia para administrar todo tipo de psicofarmacos) se priva al resto de la humandidad de aprender de ellos. Yo tenia a una demente (tal vez una psicotica o una neurotica senil incurable) ante mis propias narices. Realmente estaba siendo un dia esplendido, pletorico de posibilidades.
- No me gusta mandarme ni tampoco mandar, señora. Lo mio es la irreverencia, la desobediencia, incluso hasta la indolencia. Jamas la impaciencia - declame en un tono felizmente poetico. Siempre me gusto mi innata capacidad de improvisacion, de una belleza casi inconciente, a la hora de realizar frases pomposas que muchas veces terminaban el rima. A la señora, no obstante, no le parecio divertido o ingenioso, pues practicamente se puso a graznar como una cotorra o un loro.
- ¿no le dije que se valla? ¡vayase, vago! ¿que quiere, molestando a una jubilada? ¡sinverguenza! Vallase, vallase o llamo a la policia. - Genial, indeciblemente hermoso, casi absurdo. Me senti dentro de un sainete criollo. Mire hacia los costados y, seguro de la total ausencia de gente (cosa rara a esa hora), realize un imperceptible guiño hacia un publico imaginario. Habia que actuar bien, pues habia gente en la Tertulia e incluso en el paraiso de a pie.
- Señora, no se ponga asi. Yo simplemente queria saludar y cruzar unas palabras con una persona tan interesante como usted.
- Callese - dijo rabiosamente la señora - no se crea que me va a tomar por estupida. Siempre empiezan asi y cuando una se descuida le roban una planta de geranios o le pegan a una un golpe y se meten a la cocina a llevarse las cosas. - Tuve que reprimir una carcajada.
- Señora, lamento decirle que las plantas de geranio han sufrido un importante deterioro economico en las ultimas decada. Hoy dia ya no son una inversion segura -. La señora me miro extrañada. Realmente le habia afectado la noticia de los geranios. Dios sabra, si es que lo sabe, el juicio de valor de aquel esperpento.
- Callese la boca, degenerado - me dijo furiosa - Usted lo que quiere es robarme. Quiere los geranios y el malvon del patio, no crea que no me doy cuenta.
- Señora, no creo que pueda convencerla en este punto, asi que digamos que sus geranios son extremadamente valiosos.
- ¡ja! ¡ahi esta! - Exclamo la anciana psicotica, llena de indignacion, pero tambien de felicidad - ¡y lo reconoce tan campante!
- No me malinterprete. Yo no tengo interes en llevarme sus geranios. ¿que haria con ellos, de todos modos?-. Creo que fue algo cruel de mi parte introducir todo el ambito de los fines y las causas en aquella discusion. Estoy seguro que pese a su obtuso entendimiento,  aquel costal de piel y huesos pudo notar mi falta de sentido estico - dialectico, pues al al instante dijo secamente: - Vayase. Vayase o ya mismo llamo a la policia-.
La situacion se estaba tornando ridiculamente insostenible. La anciana habia dejado de baldear y me miraba entre furiosa e incredula. Era evidente que de un momento a otro podia reaccionar del modo mas violento e inusitado. Pense en posibles reacciones: mojarme con la manguera. Ponerse a gritar barbaridades (como el tero), azotarme con la manguera, que peligrosamente tenia un pico rociador de metal. La ultima opcion era que realmente se encerrase en su casa y llamase a la policia. Cualquiera de todas ellas echaria por tierra la impagable diversion de aquel dialogo surrealista, y me devolveria de un modo brusco a las conocidos y demarcados senderos de la rutina. Senti que tenia que hacer algo por intentar salvar mi vision magica del mundo, y me decidi entonces a intentar algo desconcertante y arriesgado.
- Señora - dije amigablemente - ¿usted cree que yo quiero robarle?-. La pregunta era retorica, y en el instante en que comenzaba a decir algo, la interrumpi: - Nada hay mas lejos de la verdad, e incluso es ridiculo que usted piense asi de mi, por mas que sea un desconocido algo pregunton. Es mas, recien acabo de salir del banco. Vea usted - dije, y abriendo mi billetera, saque un fajo con diez billetes de cien pesos. Mostrandole el fajo extendido en abanico, como un vanidoso jugador de poker un un anuncio del casino de Palermo, le dije: - ¿Ve? yo tengo bastante dinero, lo suficiente para cubrir mis necesidades basicas, e incluso para cubrir las complejas excentricidades. ¿Usted cree que yo quiero robarle? Todo lo contrario: Agarre un billete.
Era demasiado. Mi ostentacion, terriblemente insegura a los ojos de una anciana paranoica que seguramente deberia esconder sus billetes uno a uno en todos los cajones y tarros de mermelada vacios de la casa, sumada a mi absurda generosidad (mas bien un altruismo idiota, pues realmente podria aceptar el dinero, y esos eran mis ultimos mil pesos) seguramente estaban detonando la cosmovision de la anciana. Sentia las explosiones y contradicciones insuperables que se producian dentro de la cafetera, que visiblemente levantaba temperatura. Las manos como garras apretaban la mangera como si estrangularan una serpiente de cascabel, y los ojos refulgian como dos teas.
- Con confianza, agarre uno o dos, los que quiera - insisti. El abanico de billetes se mantenia inmovil frente al rostro azorado de la anciana. Tal vez fuese mi imaginacion, pero me parecio ver que le temblaba lentamente la mandibula, cosa que solo podia ser producto de un ataque de furia, de una de epilepsia o de uno de hipotermia, todos posibles para la anciana a esa edad y en esa situacion.
- ¿y? - dije triunfalmente - ¿va a agarrar alguno, o todavia cree que quiero robarle?
- Vallase -. la respuesta era de nuevo hosca.
- Debe admitir - prosegui en tono burlon - que los ladrones como yo, aunque seamos ladrones de malvones y demas plantas que necesitan ser regadas diariamente para sobrellevar una existencia inutil, somos una maravilla para esta sociedad, pues no estamos carentes de amor y preocupacion por la tercera edad, como tampoco extentos de la verdadera generosidad y caridad cristiana.
- Vallase. - dijo nuevamente la anciana.Al parecer, habia entrado en un mutismo - autismo forzado,  estratagema defensiva por demas muy eficaz y a menudo elegida por niños y mujeres celosas o equivocadas pero orgullosas. "Empacada", esa era palabara. La anciana estaba empacada, y eso era preocupante, puesto que a la natural capacidad femenina para la indiferencia se le sumaba el don divino (segun Platon) de la locura, asi como tambien el nigromantico estado de la vejez senil. Era que la señora no volviese a decir nada en toda la tarde. Pese a esto, decidi continuar.
- Vamos, tome un billete. No sea tan orgullosa. Eso. Ademas, no sea maleducada, ¿no ve que es un gesto, algo espiritual, casi monastico, lo que hago? Si no lo necesita, tomelo al menos por el gesto. No todos los dias se halla a un buen samaritano que luego de ser acusado de degenerado y ladron, ofrece dinero a sus detractores. Yo soy como un jesus resucitado, un anti - judas, señora.
- ¡vallase de aca, degenerado! - Estallo la señora. Con el puño levantado al nivel de mi rostro, como en la mejor de las novelas de dostoievksy, la señora de deshacia un una marea de gruñidos, pataleos, desvarios e insultos hacia mi persona.
- ¡¿quien se cree que es, papanatas?! ¡yo no necesito ninguno de esos billetes de mierda! ¡yo tengo mi casa y mis malvones y cosas que a usted no le interesan y que de ningun modo pienso contarle! ¡andar molestando a una señora mayor, a una jubilada! ¡Verguenza, verguenza deberia darle! ¡Vallase a trabajar, sinverguenza! ¡En mis tiempos el General y Evita no hubiesen permitido tanta insolencia por parte de los vagos como usted!-. Ahi estaba. Mientras oia la catarata de improperios, amenazas y juramentos de la anciana, pensaba que ahi estaba nuevamente la reaccion conservadora de las generaciones a punto de morir. El insulto al presente y la apologia del pasado eran practicamente la misma cosa. Por lo demas, la señora se hallaba en un estado ya bastante alterado, y cuando crei que me iba a revolear la manguera o una pantufla, dio media vuelta y entro, aun bufando por lo bajo con el cuento de llamar a la policia, en la casa.
Hubiese sido cosa ridicula y bastante grotesca decirle que era inutil, que seguramente la policia no iba a hacerle caso, que ahora los tiempos no eran como cuando Peron o cuando Jose Maria Guido, que los tiempos eran otros, y que en el extraño caso de que la policia se dignara a mandar un patrullero, este llegaria no antes de unos quince o veinte minutos, tiempo sobrado para que un criminal medio la borrase de la faz de la tierra y se fuese de la casa con los valores minimos. A mi, en cambio, el tiempo me alcanzaba aun mas holgadamente. Lo primero era buscar una piedrita: ni tan pequeña para que el viento la vuele, ni tan grande para dar una impresion grotesca. Tarde, inspeccionando la vereda, unos treinta segundos. Lo siguiente era aun mas rapido: abriendo nuevamente la billetera, saque, nuevo y como planchado, un billete de cien pesos. Me acerque entonces a la reja que marcaba el final del jardin. De esta salia un pequeño pasillo de losas rojas en el que remataba la puerta de entrada por donde la señora habia entrado hacia unos instantes. Verificando la ausencia de perros, me agache y meti la mano, casi al nivel del piso, estirando el brazo lo mas lejos posible de la reja, con el motivo de proteger el billete que deposite entonces sobre las losas. Coloque entonces la piedrita sobre el billete, y sigilosamente me aleje caminando, como quien roba una carta o planta una bomba.

2 comentarios:

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