23 sept 2015

Arqueologo

No supe por donde empezar. El desorden era megalitico, mastodontico, si se permite el neologismo. Las cosas se acumulaban, se habian acumulado a lo largo de los años, de las decadas, como si nadie lo notara. Cosas sobre cosas. Pilas de diaro, por ejemplo. Sobre la mesa habia dos. Los de abajo estaban mojados, casi putrefactos, aplastados bajo la masa de Clarines y Revistas Viva. La pila mas grande, no es exageracion, llegaba casi hasta el techo.
Habia manteles y cortinas por todos lados, con verdaderos sedimentos de polvo. Toda la casa, habitacion por habitacion, daba la impresion de ser un enorme placard a punto de reventar. 
La distribucion de objetos no parecia obedecer ningun criterio o clasificacion, ni siquiera esos ordenes o criterios misteriosos y aparentemente irracionales, que se descubren en casas similares. No era que el bidet su hubiese convertido en buzon postal, o que el techo la heladera operase como Pinacoteca improvisada, y ni siquiera podia acusarse al sillon de ser una mesa o una caja de herramientas. No habia criterio de clasificacion alguno.
Me hubiese encantado, por ejemplo, abrir un cajon y encontrarlo lleno de ratas muertas, cada una atada con una cinta roja. O lleno de bolsas de nylon, esas que te dan en los supermercados, dobladas meticulosamente en triangulitos. O abrir alguna puerta de la alacena y encontrar un estante lleno de cascaras de banana. Eso hubiese, al menos, demostrado la degeneracion del patron mental de los dueños. Pero no. Lo que habia en esa casa era sencillamente un rio de cosas que parecia haberse congelado por sorpresa, como si el invierno de la muerte hubiera llegado demasiado pronto, en plena primavera. 
Y yo buscaba, buscaba desesperadamente. Primero pense que era el Logos, la mania racional de clasificacion, el vicio de las categorias. Los libros viejos en el estante de arriba, los vasos y los tenedores sobre la mesada de la cocina, lo que se puede vender, sobre la mesa, la basura en las bolsas, lo que me quiero quedar, en el sillon. Despues me di cuenta que era otra cosa.
Buscaba un secreto. Buscaba algo mas, algo que yo, que tantas veces habia ido a la casa, que habia vivido ahi mi infancia y una parte de mi adolesencia y que, en los ultimos tiempos, habia ignorado sin darme cuenta o demasiado deliberadamente, ese lento volverse loco de las cosas y de sus dueños. Buscaba. ¿que buscaba? No lo sabia a ciencia cierta, pero si sabia una cosa: lo buscaba con ahinco, con rabia. Tambien con un poquito de esperanza.
Buscaba algo que me explicase no todo aquello, la muerte, la degradacion de lo humano en esos carcazones pulgosos en que, tarde o temprano, todos nos convertiriamos; Sino lo otro, la historia, la vida. Algo que me llevara a verlos no como lo que habian sido en los ultimos tiempos, como eso que yo buscaba olvidar a fuerza de ausencia, ni tampoco esos que eran cuando vivia con ellos. Buscaba algo que me revelase otra faceta, los fantasmas verdaderos que les habrian impedido el sueño, las pasiones que los habian torturado de la puerta para adentro, las pruebas de vivencias o relaciones mas alla de lo que yo les conocia, ya demasiado bien, como su vida diaria. Buscaba algo que me mostrase todo eso que habia sido, que habiamos sido, bajo una luz diferente, bajo otro sentido.
En realidad te buscaba a vos. Como siempre. Te buscaba en la pileta tapada, en la cocina grasienta y casi putrefacta, en las legiones de los mas variados objetos, en las cortinas polvorientas y en la cama llena de revistas y fragmentos de madera. Buscaba algo que haya sido, para ellos, lo que vos fuiste para mi:  una sorpresa, un salto al vacio, un absurdo, una grieta. 

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