30 sept 2015

Despues de atravesar el desierto a nadie se le niega un cafe.

Estamos en los Altares. El nombre del lugar es propicio. Uno asocia dioses, sacrificios, piramides aztecas. Sobre todo sacrificios. Yo pensaba en los altares de quien o de que, Dios o procer, habia motivado erigir ese publucho ahi, en medio del desierto Chubutense, entre toda esa tierra y plantas achaparradas, duras y ajenas como los mismos habitantes.
La noche habia sido fria, helada. Acampar al lado del rio habia sido una medida de urgencia, de ultima necesidad, casi una estupidez, de tan osado. El rio habia crecido, y la carpa no habia ido a parar al medio de este por unos treinta centimetros. "La carpa" era un decir. Mas que un decir, era una ruina. No daba mucho por ella. Un dia mas a lo sumo, dos.
La mañana era casi tan mala como la noche. Helada y gris, llena de viento lleno de tierra llena de montaña llena del sur. Todo el sur, todo lo que quedaba mas alla de San Antonio Oeste, todo Chubut era asi. O montaña o desierto. Desierto y montaña, mas bien, unidas en un conglomerado, en un entramado de vastedad levemente surcado por rutas. Cuando uno viene durmiendo en una carpa desde hace dias, con la misma ropa, en la misma bolsa deshilachada, comiendo poco o nada, durmiendo aun menos, en constante movimiento, termina acostumbrandose a todo, menos al frio.
Ese dia me habia levantado a las cinco de la mañana, de puro frio. El frio era algo que surgia desde el piso, desde el techo, desde las paredes de la carpa, de todos lados. Subia siempre desde la tierra y despues de un tiempo uno lo sentia en todo el cuerpo, pero principalmente en las piernas. Entonces era cuestion de cambiar de posicion, de llevarse las rodillas al estomago, de intentar taparse con el buso, con la campera, con la mochila o hasta con una olla, con lo que sea. Despues era cuestion de maldecir y de ver a la claridad del amanecer filtrarse poco a poco por el azul del nylon, hasta que uno comenzaba a distinguir sombras y a escuchar sonidos, y esa era la señal de que la carpa salia de la noche como un barco de la tempestad o un satelite del espacio exterior. Y ahi, recien ahi, uno se levantaba y se vestia, y salia de la carpa a un nuevo dia.
Afuera de la carpa no era mejor. Al frio uno tenia que sumarle el viento y aun mas frio, priemero, y el calor del mediodia despues. Frio crudo, calor crudo, clima de desierto, clima de Patagonia. Todo aquello habia sido, era, todavia era una locura. War Against Time. Pese a todo, la mañana era preferible al resto del dia. Yo siempre preferia congelarme a cocinarme.
Anteojos negros, barba de un mes y gorra verde con estrella roja. Diarios de motocicleta pero sin la motocicleta y tambien sin el diario. Y bueno, cada cual viaja como puede y hasta donde puede. La cosa es que no congelabamos sobre la 25, proyectandonos ya en espiritu hacia el este, hacia las ciudades magicas de la cordillera, hacia los espejos de agua y los bosques de pinos, hacia los ciervos y los conejos. Era como la olla de oro al final del arcoiris, solo que el arcoiris era al ruta que unia Trelew, ciudad fundada por Galeses con Tecka, ciudad de nombre autoctono pero con mas Chilenos que Argentinos. Los Altares, esa tierra de nadie en donde habiamos dormido, quedaba exactamente a la mitad.
Pasamos toda la mañana con el dedo al aire, estoicos los brazos y las piernas, contra o a favor del viento, esperando que algun auto o camion nos sacase de ese pueblo de paso, demasiado de paso como para que uno creyese en su solidez, en su seguridad. Los Altares era un conglomerado de piedras y plumas, algo como una figura de tierra que casualmente formaba el viento. Un soplo, un parpadeo, un cambio en el angulo del sol la desvanecerian. Nosotros lo sabiamos, sentados sobre las mochilas como estabamos. Por eso era un poco la incredulidad de estar varados en un lugar que dejaria de existir en cualquier momento, que desapareceria de un momento a otro, si no lo mirabamos, si no pateabamos sus piedras y respirabamos su aire. Eramos nosotros mas los altares que los altares mismos. El pueblo entero se afirmaba en nosotros. Habia nacido con nuestra llegada y seguramente se desmoronaria, como un viejo y polvoriento esqueleto, cuando algun traseunte nos levantase de alli.
Pero hasta entonces, el hambre era el hambre y el gelido viento de montaña era mas gelido viento de montaña que nunca.

- Es un asco esto - dijo el.
- Completamente un asco - dije yo.

Nos turnabamos para hacer dedo, para sentarnos, para ir al baño, para asediar a los camioneros en la estacion de servicio. Y en un momento, la mañana pudo mas. Habiamos estado desde el alba, y a eso de las 10 de la mañana, el sueño y la necesidad de un cafe pudo mas. En realidad, habia podido mas desde hacia horas, dias, casi desde el inicio mismo del viaje. La cosa era que no teniamos un peso, medio peso, diez centavos. No teniamos nada. Ese habia sido un buen tino en la planificacion. Tal vez la unica planificacion posible. La miseria, como el poder y la riqueza, es en si misma todo un programa, todo un esquema, toda una apertura de posibilidades. Nosotros, a diferencia de los miserables de las ciudades, teniamos una meta, un objetivo, y entonces todo se reducia a un plano geometrico en donde las fuerzas se entrechocaban, Connatus del viajero, reivindicacion de la astucia y de la suerte, valores en desuso metropolitano.
De todas formas nos pusimos nuestras mochilas piezas casas rodantes baños roperos sillones paraguas y fuimos hasta el panteon de la civilizacion en los Altares: La estacion de servicio. Shell, Esso, y sobre todo YPF, eran las Satrapias en la patagonia salvaje, los consulados romanos en el desierto. La patagonia entera fue civilizada primero por los ejercitos de Roca y aledaños, y luego por los ferrocarriles y la industria petrolera.

- Vamos a conseguir un cafe sea como sea - dijo el.
- Despues de atravesar el desierto a nadie se le niega un cafe - dije yo.

Ya no recuerdo muy bien como, ni cuanto llevo, ni como fue que convencimos a las chicas que atendian la cafeteria, muy simpaticas ambas, tan simpaticas como puede serlo un habitante de los altares (ellas tambien desaparecerian, se desmoronarian con el resto del pueblo, ahora cuando escribo esto ya no existen, nunca fueron), de que un cafe no era nada, de que veniamos sin comer y sin bañarnos y sin dormir y sin descansar y sin cojer y con frio y sueño y hambre para llenar un estadio de futbol, pero que tambien teniamos encima esa libertad que solo puede nacer de la necesidad querida, querida absolutamente, y que eso siempre cuenta, que eso es lo que cuenta mas, y que tenerla y presentarla mostrarla enseñarla en ese culo del mundo nos hacia merecedores de ese cafe, y quizas tambien de unas galletitas.



- Y fue un cafe de maquina nomas - dijo el.
- Un cafe es un cafe es un cafe es un cafe - dije yo.
- Despues de todo, esta bastante bien - dijo el, dando un sorbo.
- Y ademas es Nescafe - dije yo, pensando en que eramos Calac y Polanco.

Y despues, de vuelta a la ruta.



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