12 sept 2018

El ultimo cuento de hadas


Desde chica le habían fascinado los cuentos de hadas. Recordaba un grueso volumen de tapa de terciopelo rojo vino, casi siempre polvoriento, en el que primero su madre y luego ella habían revivido las aventuras de valerosos caballeros y de hermosisimas princesas de largas cabelleras y vestidos de gasa vaporosa.
Mientras crecía, esta fascinación habia tendido a crecer mas que a extinguirse, y al viejo libro de terciopelo rojo se le habian ido sumando otros, mas nuevos y con enormes ilustraciones y fotogramas sobre hadas, gnomos y dragones. Las ilustraciones eran coloridas y vividas, y las picaras hadas parecian salirse de las paginas para habitar su mismo mundo. Así y todo, ella sabia que esas ilustraciones no podian compararse con los sencillos pero enigmaticos grabados del grueso libro de terciopelo rojo vino. Instintivamente sabia que aunque las ilustraciones eran mas bonitas, eran falsas o, por lo menos, retocaban la realidad de los relatos con tintes exageradamente esteticos. Los grabados, por otro lado, y sin dejar de ser maravillosos y evocadores, tenian un noseque de gravedad. Eran serios, terribles y hermosos a un tiempo. Y era precisamente en esta cualidad dual de los grabados en la que ella sospechaba la realidad de los relatos. Ya fuesen las aventuras de Rapunzel, Blancanieves o Cenicienta, lo cierto es que solo tomaba como version canonica a la narrada en el volumen aterciopelado.
Por supuesto, vio las peliculas. Enormemente decepcionada por ese hatajo de canciones tontas y sonrisas de perrito mojado, se prometio a si misma mantenerse en los libros. Pensaba que la unica forma de llegar a esos mundos era mantenerse fiel a los verdaderos relatos que los describian.
Nunca leyo la Biblia ni fue religiosa en el sentido tradicional del termino y, sin embargo, su actitud era la de los cristianos que esperan llegar al paraiso via la correcta exegesis de los textos sagrados.
Mientras acumulaba años tambien se engrandecia, primero abierta pero luego secretamente, la certeza de que esos mundos magicos existian realmente en algun sitio.
Recien entrada en la adolescencia decido investigar mas seriamente. Supo entonces de Perrault y de los Grimm y comprendio que su amado volumen era un antiquisimo ejemplar de la recopilacion original de los famosos hermanos. Estudio hasta el cansancio la figura de las hadas y los duendes, llegando hasta sus raices griegas y celtas. Fue inmensamente feliz al enterarse de que gente como Schliemann y Evans habian logrado lo que ella buscaba. Entonces era posible. Habia mundos magicos al alcance. Leyo una y otra vez las biografias de estos y de otros grandes arqueologos. Supo que las hadas y los duendes eran vistas con frecuencia alrededor del mundo. Leyo que hasta lo Cherokees americanos tenian conciencia de lo que ellos denominaban como "gente pequeña" pero tambien, mas sugestivamente, "gente ojos de luna". Se sumergio de lleno en la elficologia.
Luego de arduas investigaciones que le llevaron años decidio que las historias del libro de terciopelo transcurrian en los frios y tupidos bosques de Baviera. 
En cuanto pudo, se adentro en el bosque. Camino y camino durante dias, sola con su mochila y su vara, esperando encontrar una cabaña magica, una princesa durmiente, gnomos de gorros frigios o al menos escuchar el campaneo de algun hada. Pero fue en vano.
Cada noche acampaba y hacia una pequeña fogata. Pegaba el oido en tierra para intentar oir el galope del caballo de algun caballero, ya fuese de negra armadura o de principesca coraza plateada. Pero fue en vano.
Esperaba oir el tronar de algun dragon o por lo menos el tetrico aullido de algun lobo, pero era absurdo. No habia ya lobos en Baviera y ni siquiera los habia en Turingia. Solamente escuchaba grillos y lechuzas. Una noche escucho un enorme rugido, pero resulto ser de un avion a propulsion de chorro.
Desesperada, realizo hechizos e invocaciones contenidas en algunos libros que habia llevado consigo, pero inutilmente espero resultados. Tuvo la sensacion de que la naturaleza, ingrata y muda, se burlaba de ella.
Sola en su carpa, alumbrada solo por su linterna electrica, lo comprendio: Las hadas habian muerto hace mucho. Igual que los gnomos y los dragones. Los caballeros habian abandonado los castillos y los corceles por comodas mansiones en la city y lujosos autos deportivos. Las princesas eran burguesas adineradas, y su unica aventura era buscar un buen matrimonio. No necesitaban que nadie las rescatase. Los bosques mismos estaban pasando a convertirse en una leyenda, en pura mitologia. Era cuestion de tiempo para que la industria maderera o el negocio inmobiliario los depositase en la categoria del recuerdo, como habitantes permanentes de los libros de historia. Los bosques eran la ultima criatura mitologica que quedaba. Y ella, en su choza de nylon, era la ultima bruja o la ultima princesa durmiente.
Varios dias despues la vio un guardabosques. Todavia estaba en la tienda de campaña. Penso que dormia. Pero en pleno invierno, tenia que constatarlo. Al ver que no respondia a sus llamados, bajo el cierre y miro dentro. Se sorprendio al ver a una Schneewittchen palida y hermosa como un lirio. Le toco la mano, fria como un tempano, y supo que estaba muerta.
Habia muerto de frio, o al menos eso decian los diarios alemanes. Casi no mencionaron el hecho, milagroso por donde se lo mire, de que el cadaver no presentaba signos de descomposición. 

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