22 oct 2018

Cinco gustos

Estabamos en la mesa. La mesa era una tabla oblonga de madera de cedro. El marron rojizo del cedro estaba perfectamente pulido y tenia unos arabescos de mosaico que oscilaban entre el dorado y el arenilla. Apoyando mis codos en la mesa, cargaba todo el peso de mi cuerpo sobre la tabla, como si fuese un naufrago en alta mar, abrazado a un tablon de la galera recien destruida. Y bien podria ser que la mesa hubiese sido, antes, parte de una Galera. Quizas volviese a serlo en el futuro. De cualquier modo, era solida, me daba una reconfortante sensacion de solidez. Como un sarcofago, como los pilares de un monumento megalitico.
Amaba y odiaba a la mesa. Nos daba sombra, si. Nos daba prestigio, si. Nos servia contra el viento y el sol, si. Pero nos sobreviviria, nos enterraria a todos.
Micaela era liviana. Lo habia notado hace unos dias, cuando se sento encima mio por primera vez. La primera vez no me molesto. No soy tan susceptible. La segunda tampoco. La tercera ya comenzo a gustarme un poco, ese papel de falso tio o de falso hermano mayor. Claro que cuando nos vieron empezo a incomodarme. Ahora volvía a sentir el peso casi inexistentes de sus piernas.
Tambien sentia el peso de los ojos: de mis hermanos, de mi padre, pero sobre todo de mi madre y de mi Tia. Ojos de Basilisco. Ojos que nos acuchillaban con hastio, con incomodidad. Por supuesto que sabian que yo no hacia nada, que no correspondía a los jueguecitos de Lolita a los que Micaela me sometia en esos dias. Y sin embargo, ahi estaban los ojos que me vigilaban, que me miraban como si yo tuviese un poco la culpa de todo eso, de ser pobres, de que mi madre le debiese tanta plata a su hermana arpia, de entonces tener que recibirlos en casa año tras año cuando venian de vacaciones a Buenos Aires, o de que su hermana arpia tuviese una sobrina prematuramente ninfomana.
Me hacían gracia, ya a mi edad, las maniobras tan obvias de la Lolita improvisada. Como con la colegiala de Ferdydurke, lo obvio de las maniobras no las hacian, despues de todo, menos efectivas. Un cuerpo es siempre un cuerpo, por mas burdo que sea.
Lo cierto es que yo no podía o no quería tomar alguna acción o reprimenda concreta. Por fuera de esas situaciones incomodas, Micaela me caia bastante bien. Incluso podia decir, en mi fuero interno, que me gustaba. Habia decidido hacer rabiar a mis hipocritas familiares y todo sin mover un pelo, sin ponerle un alto, saliendo del paso con sonrisas a media o evadiendo los pueriles intentos de seduccion con bromas igualmente pueriles o fingiendo ser un tonto del bote, el hombre mas lento sobre la corteza terrestre.
Pero esa situacion, los ojos y los carraspeos en la mesa, las piernas desnudas de la adolescente, las estupidas sospechas de mis familiares  o tal vez lo generalmente fastidioso de mi existencia en general me hicieron cambiar de opinion. Imperceptiblemente deslice la mano oculta por el angulo interior del muslo de mi gallinita inquieta, la cual fingio maravillosamente no darse cuenta de nada. Le mire los ojos, forma de avellana, color aceituna, para atisbar alguna llamarada de fuego verde o algun espejo de hielo azul, pero no encontre nada de esto. Solo se revolvio un poco sobre mis piernas, como si buscase empollar un huevo inexistente o, a esas alturas, ya no inexistente del todo.

- Anda a comprar helado - dijo mi madre. Querian helado, habian dicho. En la mesa habia restos de ensalda de remolacha fria. Agria como ellos. Y ahora querian helado. Querian que vaya a comprarlo. Yo. Justo yo. El unico con una gacela de minifalda sentada encima. ¿y por que no iban ellos? Pero claro que sabia porque.
Me dictaron los gustos. Cinco gustos. Gustos ridiculos, absurdos, inexistentes, pesadillescos. Nadie me pregunto que gusto queria yo. Movi las piernas para sacudirme a la colegiala de sonrisa provocadora. Micaela anuncio campante que venia conmigo. Descontento general perfectamente disimulado. Un maravilloso microsegundo de silencio. Perplejidad, enojo y resignacion. Pasaron en sus ojos uno detras del otro, engarzados entre si como los vagones de un tren de carga. ¿no se opondrian sin denunciar sus sospechas? No podian, no lo hicieron. Hubo ojos como manos que me empujaban sutil pero ferozmente hacia una replica. Pero empujaban en vano. No hubo replica. Nos fuimos.

Ibamos solos, libres de los ojos, libres de la casa, libres de la autoritaria seguridad de la mesa de roble. Micaela caminaba como una bailarina, y yo me sentia como si me hubiese salido con la mia. Apenas hicimos algunos pasos y ya me tenia de la mano. La mire y se reia. Comprendi que se burlaba de todos ellos, y probablemente de mi tambien. Pero yo le gustaba y ellos no. Esa era la diferencia. A ellos los despreciaba, los odiaba. Principalmente a mi tia. Quizas me habia visto ese mismo filo metalico en la mirada. Mientras jugueteaba con mis dedos empezó a hablar pestes y tormentas de toda su familia y tambien de la mia, sin preocuparse por ofenderme o incomodarme. Realmente me gustaba cuando hablaba asi, con esa irreverencia.
¿cuando habia yo jugueteado asi, con las trenzas y los dedos de una adolescente? Ya no podia recordarlo. Me sentia afiebrado, ridiculo, casi furioso. Decidi que desde ese momento estaba enamorado de Micaela, mas por rebeldia y fuerza de voluntad que por algun otro misterioso mecanismo de esos que tan comunmente se le atribuye al amor. Yo no sabia que era el amor. No lo sabia ni queria saberlo. Las piernas y los dedos de la adolescente eran despertarse de una pesadilla en otra pesadilla.
Podia decidir odiar, podia decidir amar. Eso era nuevo para mi. Habia descubierto un lago, una puerta, un nuevo tipo de movimiento.
La colegiala me gustaba porque era feliz, y era feliz porque no sabia en que consistia la felicidad. Ni siquiera se lo preguntaba. Tal vez ahí estuviera la cosa.
Llegamos a la heladeria cogidos por la cintura. Pasamos de largo la heladeria. Que se consigan su helado como puedan, esos imbeciles. Ademas, nos habiamos olvidado los cinco gustos. Cruzamos la calle, doblamos en una esquina a la derecha, en otra a la izquierda. ¿quien llevaba a quien? No lo sabiamos. ¿a donde ibamos? No lo sabiamos con certeza. Teniamos algo de plata, un poco mas de lo necesario para comprar un kilo de helado. Las posibilidades eran infinitas.

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