3 abr 2019

Onus Probandi

affirmanti incumbit probatio

Desde la primera vez que mi tia Celia me llevo a la Iglesia, a los siete u ocho años, supe que estaba loca. Cada vez que ibamos la veia hablarle a aquella estatua de yeso, hablarle como si estuviera viva, hablarle como si me estuviera hablando a mi. La estatua nunca le respondia pero ella seguia y seguia. Ora se arrodillaba ante ella (ridiculo porque la estatua no se daba cuenta) ora le rogaba cosas o le encomendaba trabajos: protegeme a este, ayudame a aquel otro. Por supuesto que la estatua nunca cumplia esos trabajos que mi tia Celia le pagaba por adelantado con una vela o con una monedita. Al principio yo creia que eso pasaba porque mi tia era muy mezquina con sus pagos. Yo tampoco le hubiera hecho el mandado por una misera monedita o por una vela o unas flores. ¿para que queria la estatua flores o velas? Llegue a pensar que la tia ademas de loca era un poco estupida.
Mas adelante entendi que la estatua no le hacia los mandados porque era precisamente una estatua, y la esencia de las estatuas radica justamente en no moverse ni hacer nada. Una vez le pregunte a mi tia que por que no le pedia esos favores al Cura (que despues de todo era de carne y hueso y podia moverse), pero ella me dijo, inexplicablemente escandalizada, que me callase y que rezara.
Mas temprano que tarde aprendi que rezar era echar palabras al viento. Aunque sabia que era ridiculo pedirle cosas a la estatua, las primeras veces probe por si acaso. Es decir, ¿que perdia intentandolo? De algun modo, aunque una parte de mi sabia que nada succederia, otra parte de mi esperaba el milagro. No recuerdo que fue lo que pedi, pero si recuerdo que no lo tuve. Desde ese dia fingia rezar y para pasar el tiempo me contaba historias o imaginaba ingeniosos dialogos con la estatua.
Pero no era solo mi Tia. Habia muchos otros, en la iglesia. Miraban para arriba y hablaban solos. ¿no se aburrian? Mas divertido que hablar solo era mirar los pajaros del patio interior o contar los azulejos de la nave. Tambien me gustaba mirar las luces multicolores que se filtraban por los vidrios caleidoscopicos. Me hubiera gustado mirar por aquellas ventanas que estaban tan altas, tan inalcanzables. Mi tia tambien me mando a callar cuando le pregunte por que no habia escaleras hasta las ventanas.
 Mi Tia Celia estaba llena de problemas. O al menos eso recuerdo de cuando era chico. No tengo idea de que problemas eran, pero seguramente eran los mismos que tiene todo el mundo. Todos los domingos se los contaba a la Estatua un poco como se los contaría a una amiga, pero también como se los contaría a un plomero o a un electricista, con un dejo de esperanza en alguna solución. ¿como ella, que tenia tantos años y hacia tan buenas tortas, que siempre lo pescaba al carnicero cuando quería meterle mas grasa que carne, como podía no darse cuenta de que la estatua era solo un pedazo de yeso esculpido por algun señor? Se me ocurrio que era un poco como jugar a la quinela. La tia Celia jugaba seguido. Todos los jueves iba y compraba un cartoncito en la agencia del barrio. Decia que esperaba salvarse, que cuando saliera iba a estar salvada. ¿como iba a salvarla el cartoncito? ¿como iba a salvarla la Estatua? Mi unica idea viable, si no queria creer en que mi tia sencillamente estaba loca, era que lo hacia para enseñarme. ¿para enseñarme que, podrian preguntarse? Yo tambien me lo preguntaba entonces. Un dia conclui que mi tia, jugando a la quinela y hablandole a la estatua, queria demostrarme justamente que era inutil, que no tenia sentido, que no funcionaba. Aferrandose (fingiendo aferrarse) a esas extravagancias, mi tia operaba como ciertos maestros orientales. Todos en esa iglesia representaban un papel.
Cuando mi tia se murio, fallecio con todos sus problemas. Su muerte fue la ultima leccion. Toda una vida de rezos y apuestas culmina de la misma forma que una vida completamente vacia de ellos. Nunca volvi a entrar a ninguna iglesia. Tampoco compro billetes de loteria. Conservo el mejor recuerdo de mi tia Celia. Nunca se es lo suficientemente agradecido con el que nos enseña algo.

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