And be as braynles as a Marshe hareBlowbol's Test, poema popular angolsajon, 1500.
No entiendo… ¿por qué no cruzan? ¿Será para vengarse de lo
que les hago? Pero ellas ya saben, ya deberían saber (Se lo explico a cada una,
varias veces, hasta el cansancio) que no cruzando no ganan nada. De hecho,
pierden. ¿Qué otra cosa pueden hacer además de cruzar? ¿Desangrarse? ¿Volverse
locas? ¿Morirse de hambre? Porque, ya se los dije, no pienso darles de comer
hasta que crucen. Bueno, es decir… hasta que vuelvan. Del otro lado que se
alimenten como puedan. Si no cruzan lo hacen solo para fastidiarme. Por
caprichosas lo hacen, esas ratitas. Porque son mis ratitas, mis cobayas de
laboratorio. Mientras más rápido lo entiendan, mejor para ellas.
Hay una forma, tiene que haber, necesariamente, una forma de hacerlo. Porque ella lo hizo. Es decir, fue y vino. Varias veces. Por eso se que es posible, por eso no acepto, nunca, excusas.
Por las dudas a todas les doy los libros. Tienen que leerlos, siempre se los digo. Completamente necesario que los lean. Se que el mensaje esta ahí; Se que pueden entenderlo. Tienen que poder. No quiero darles pistas. Tampoco las tengo, es la verdad. Si las tuviera no las necesitaría. Tienen que hacerlo solas.
Aunque a veces me impaciente, lo entiendo. Entiendo que no quieran explicarme. Por más que las muela a palos, que les clave agujas abajo de las uñas o entre los dedos. Incluso cuando les pongo un cuchillo ardiente sobre la piel me gritan que no saben, que no saben, que no saben. Siempre que no saben. O que no entienden. Nunca saben nada las cobayas. Pero a mí no me engañan. Se muy bien que me mienten. Lo noto cuando, fingiéndose desamparadas, se miran entre ellas como abrazándose. Cuando entre ellas tienden esos puentes, que creen secretos, con las manos o con los ojos. Yo finjo no darme cuenta. Las dejo hacer. Les permito, a veces, esos pequeños espacios, esos refugios de chapa. Otras veces las dejo estar todas juntas. Las espío. Finjo irme para espiarlas, para escuchar sus conversaciones. Sus murmullos, sus gorjeos de pájaro, sus chillidos de ratita, sus llantos ahogados. Se que tarde o temprano se delataran. Alguna dirá algo, hará alguna referencia al conejo o a la liebre de marzo. Y entonces será mi victoria.
Por el momento las dejo. Cada una en su jaula o todas juntas. Pero solo por un rato. Después de vuelta a los juegos. A los cuchillos, a las agujas. Después de vuelta al espejo. Porque cada una tiene en su jaula un espejo, por supuesto. ¿cómo iban a cruzar si no es con un espejo? No soy estúpida. Se que lo de la madriguera de conejo es más una metáfora que otra cosa. En cambio, creo férreamente en la veracidad del espejo. Y aunque la madriguera también sea cierta (no lo niego tajantemente) el espejo es más fácil de conseguir, de lograr, de trasladar. Se me ocurren, claro, muchos sucedáneos para la madriguera. Un pozo. Una letrina. Enterrarlas vivas en el patio de tierra. Claro que es riesgoso, mucho más riesgoso que las jaulas y los espejos. ¿vale la pena correr el riesgo por un sucedáneo, por una pobre imitación? Claro que no. De todos modos, enterrarlas las entierro. Termino por tener que enterrarlas.
Cuidado, tampoco es que crea que Alicia haya realmente atravesado un espejo... es decir... físicamente. Se que es imposible. Son cosas que aprendí en algún momento. Detrás de un espejo hay siempre una pared, madera, metal, cemento. Nunca otra cosa. Concibo al espejo como una especie de puerta simbólica pero necesaria para llegar a esa otra dimensión que Dodgson tuvo la delicadeza de llamar Wonderland.
A veces (sobre todo cuando se mueren) me da un poco de lastima hacerle esto a las ratitas. Después de todo, antes de ser mis hámsteres eran nenas con un hermoso futuro. Pero... ¿acaso el destino que yo les ofrezco es peor? Cuando pienso en la expresión “hermoso futuro” no se me ocurre uno más hermoso que el que hay para ellas allá, del otro lado. Como ya dije: Si sufren es porque quieren. No me hago cargo de su obstinación. Los berrinches a otro lado. Los caprichos siempre se las traen. Después de todo yo también tengo mis objetivos, mis metas. Tampoco puedo andar con vueltas. Cada segundo que pasa es importante. Pueden ir a Wonderland o ir al más allá, a lo que sea que haya, si es que hay algo, más allá de las aburridas paredes de esta vida.
Mi desgracia en todo esto radica en que leí los libros demasiado tarde. ¡qué suerte horrible! ¿¡por qué, por que no los leí de chica?! Si los hubiera leído siendo como ellas, una conejita, si lo hubiera leído antes de pudrirme, antes de corromperme con el lenguaje, la matemática, las nociones espaciales, el antes y el después, las condiciones sine qua non, el maldito principio de no contradicción, las reglas morales... seguro, seguro que lo habría comprendido. Porque la única forma de comprender los libros es leerlos antes de comprender el resto, es decir: todo lo demás. Antes de comprender el mundo entero. Leerlos demasiado tarde, juegos de lógica aparte, solo enseña una cosa: Que abrir una puerta cierra las demás.
Y cuando al fin leí los libros… era demasiado tarde. Ya había perdido la gracia. Lo supe al instante. Pero tampoco estaba... tampoco estoy lo bastante perdida como para no notar que la llave está en el libro. Aun en mi corrupción entendí... supe que tanto en "A través del espejo" como en "Alice en Wonderland" se esconde un mensaje secreto dirigido a los niños. Son Grimorios. Grimorios para iniciados o.. para no iniciados. Todos esos acertijos y juegos de palabras son solo distracciones... no pueden ser otra cosa que un manual de instrucciones para el cruce, que un rompecabezas endemoniadamente complicado.
Endemoniadamente complicado, claro está, para nosotros los adultos, para los que ya tenemos incorporada la lógica de acá, de este lado. Irracional, o sea, incomprensible para la razón, ese juguete preferido de la mente adulta que enlaza todo según ciertas normas rígidas y que busca siempre la causa y la consecuencia. El mero hecho de que yo pueda hablar así ya denota que estoy podrida...
Cuando investigue más acerca del reverendo Dodgson me quedo clara una sola cosa: Que amaba a las niñas mucho más que a Dios o a las Matemáticas. No solo a Alicia, sino a todas las niñas en general. Desproporcionadamente más a las nenas que a los nenes. Injustamente acusado de pedófilo. Imbéciles. ¿Qué culpa tuvo… que culpa tiene Dodgson de que tanto pervertido proyecte sus propias porquerías sobre él? Yo entendí. Entendí que su amor a las niñas era trascendental, que las amaba porque descubrió que ellas (y solo ellas) podían cruzar. Y no eran todas, ni por mucho. Muchas quedaban excluidas. Las muy tontas, las muy feas, las muy lloronas. Es necesario (yo lo hice) analizar no solo la obra escrita de Dodgson, sus tratados de lógica, sus narraciones, sus poemas, sino también su vasta y tenebrosa producción fotográfica para comprender que tipos de ratitas… perdón, de nenas, son las que están facultadas para el cruce. Explicarlo así, con palabras (las palabras son bastardas de la razón) es mucho más difícil que simplemente entenderlo, así como cruzar debe ser (me imagino) mucho más fácil que entender como se cruza. Para explicarlo habría que decir, por ejemplo, que solo pueden cruzar esas nenas que, de algún modo, ya están parcialmente allá, que ya tienen (y siempre han tenido) un pie en cada lado. Para entenderlo basta con mirar, en las fotos de Dodgson, los ojos de Alicia.
Hay una forma, tiene que haber, necesariamente, una forma de hacerlo. Porque ella lo hizo. Es decir, fue y vino. Varias veces. Por eso se que es posible, por eso no acepto, nunca, excusas.
Por las dudas a todas les doy los libros. Tienen que leerlos, siempre se los digo. Completamente necesario que los lean. Se que el mensaje esta ahí; Se que pueden entenderlo. Tienen que poder. No quiero darles pistas. Tampoco las tengo, es la verdad. Si las tuviera no las necesitaría. Tienen que hacerlo solas.
Aunque a veces me impaciente, lo entiendo. Entiendo que no quieran explicarme. Por más que las muela a palos, que les clave agujas abajo de las uñas o entre los dedos. Incluso cuando les pongo un cuchillo ardiente sobre la piel me gritan que no saben, que no saben, que no saben. Siempre que no saben. O que no entienden. Nunca saben nada las cobayas. Pero a mí no me engañan. Se muy bien que me mienten. Lo noto cuando, fingiéndose desamparadas, se miran entre ellas como abrazándose. Cuando entre ellas tienden esos puentes, que creen secretos, con las manos o con los ojos. Yo finjo no darme cuenta. Las dejo hacer. Les permito, a veces, esos pequeños espacios, esos refugios de chapa. Otras veces las dejo estar todas juntas. Las espío. Finjo irme para espiarlas, para escuchar sus conversaciones. Sus murmullos, sus gorjeos de pájaro, sus chillidos de ratita, sus llantos ahogados. Se que tarde o temprano se delataran. Alguna dirá algo, hará alguna referencia al conejo o a la liebre de marzo. Y entonces será mi victoria.
Por el momento las dejo. Cada una en su jaula o todas juntas. Pero solo por un rato. Después de vuelta a los juegos. A los cuchillos, a las agujas. Después de vuelta al espejo. Porque cada una tiene en su jaula un espejo, por supuesto. ¿cómo iban a cruzar si no es con un espejo? No soy estúpida. Se que lo de la madriguera de conejo es más una metáfora que otra cosa. En cambio, creo férreamente en la veracidad del espejo. Y aunque la madriguera también sea cierta (no lo niego tajantemente) el espejo es más fácil de conseguir, de lograr, de trasladar. Se me ocurren, claro, muchos sucedáneos para la madriguera. Un pozo. Una letrina. Enterrarlas vivas en el patio de tierra. Claro que es riesgoso, mucho más riesgoso que las jaulas y los espejos. ¿vale la pena correr el riesgo por un sucedáneo, por una pobre imitación? Claro que no. De todos modos, enterrarlas las entierro. Termino por tener que enterrarlas.
Cuidado, tampoco es que crea que Alicia haya realmente atravesado un espejo... es decir... físicamente. Se que es imposible. Son cosas que aprendí en algún momento. Detrás de un espejo hay siempre una pared, madera, metal, cemento. Nunca otra cosa. Concibo al espejo como una especie de puerta simbólica pero necesaria para llegar a esa otra dimensión que Dodgson tuvo la delicadeza de llamar Wonderland.
A veces (sobre todo cuando se mueren) me da un poco de lastima hacerle esto a las ratitas. Después de todo, antes de ser mis hámsteres eran nenas con un hermoso futuro. Pero... ¿acaso el destino que yo les ofrezco es peor? Cuando pienso en la expresión “hermoso futuro” no se me ocurre uno más hermoso que el que hay para ellas allá, del otro lado. Como ya dije: Si sufren es porque quieren. No me hago cargo de su obstinación. Los berrinches a otro lado. Los caprichos siempre se las traen. Después de todo yo también tengo mis objetivos, mis metas. Tampoco puedo andar con vueltas. Cada segundo que pasa es importante. Pueden ir a Wonderland o ir al más allá, a lo que sea que haya, si es que hay algo, más allá de las aburridas paredes de esta vida.
Mi desgracia en todo esto radica en que leí los libros demasiado tarde. ¡qué suerte horrible! ¿¡por qué, por que no los leí de chica?! Si los hubiera leído siendo como ellas, una conejita, si lo hubiera leído antes de pudrirme, antes de corromperme con el lenguaje, la matemática, las nociones espaciales, el antes y el después, las condiciones sine qua non, el maldito principio de no contradicción, las reglas morales... seguro, seguro que lo habría comprendido. Porque la única forma de comprender los libros es leerlos antes de comprender el resto, es decir: todo lo demás. Antes de comprender el mundo entero. Leerlos demasiado tarde, juegos de lógica aparte, solo enseña una cosa: Que abrir una puerta cierra las demás.
Y cuando al fin leí los libros… era demasiado tarde. Ya había perdido la gracia. Lo supe al instante. Pero tampoco estaba... tampoco estoy lo bastante perdida como para no notar que la llave está en el libro. Aun en mi corrupción entendí... supe que tanto en "A través del espejo" como en "Alice en Wonderland" se esconde un mensaje secreto dirigido a los niños. Son Grimorios. Grimorios para iniciados o.. para no iniciados. Todos esos acertijos y juegos de palabras son solo distracciones... no pueden ser otra cosa que un manual de instrucciones para el cruce, que un rompecabezas endemoniadamente complicado.
Endemoniadamente complicado, claro está, para nosotros los adultos, para los que ya tenemos incorporada la lógica de acá, de este lado. Irracional, o sea, incomprensible para la razón, ese juguete preferido de la mente adulta que enlaza todo según ciertas normas rígidas y que busca siempre la causa y la consecuencia. El mero hecho de que yo pueda hablar así ya denota que estoy podrida...
Cuando investigue más acerca del reverendo Dodgson me quedo clara una sola cosa: Que amaba a las niñas mucho más que a Dios o a las Matemáticas. No solo a Alicia, sino a todas las niñas en general. Desproporcionadamente más a las nenas que a los nenes. Injustamente acusado de pedófilo. Imbéciles. ¿Qué culpa tuvo… que culpa tiene Dodgson de que tanto pervertido proyecte sus propias porquerías sobre él? Yo entendí. Entendí que su amor a las niñas era trascendental, que las amaba porque descubrió que ellas (y solo ellas) podían cruzar. Y no eran todas, ni por mucho. Muchas quedaban excluidas. Las muy tontas, las muy feas, las muy lloronas. Es necesario (yo lo hice) analizar no solo la obra escrita de Dodgson, sus tratados de lógica, sus narraciones, sus poemas, sino también su vasta y tenebrosa producción fotográfica para comprender que tipos de ratitas… perdón, de nenas, son las que están facultadas para el cruce. Explicarlo así, con palabras (las palabras son bastardas de la razón) es mucho más difícil que simplemente entenderlo, así como cruzar debe ser (me imagino) mucho más fácil que entender como se cruza. Para explicarlo habría que decir, por ejemplo, que solo pueden cruzar esas nenas que, de algún modo, ya están parcialmente allá, que ya tienen (y siempre han tenido) un pie en cada lado. Para entenderlo basta con mirar, en las fotos de Dodgson, los ojos de Alicia.
Pero ¿cómo y cuándo
lo descubrió? Son respuestas que temo que nunca voy a tener. Pero puedo
asegurarles algo: cuando terminé de leer "A través del espejo" estaba segura de que había otra dimensión
y también estaba segura de que se podía cruzar. Solamente se necesitaba el mapa
y una de aquellas nenas especiales capaz de entenderlo.
Por eso rapte a las cobayas. Fue facilísimo. Si bien hoy en día las nenas se cuidan mucho más de los sospechosos que las rondan, lo cierto es que esas precauciones solo se cumplen para los hombres. Y para los hombres viejos más que nada. Es pasmoso lo fácil que las nenas confían en otras nenas. Confían instintivamente, sin recelos, casi automáticamente. En las mujeres jóvenes como yo también confían. Bastante. Y si bien no soy tan joven como parezco, créanme que varias veces me han pedido el documento en la caja de algún supermercado. Nadie me daría más de veinte años. Además, Leti me ayuda con la mayoría de los secuestros.
Leti es Leticia, mi primera cobaya. La rapte a la salida de un jardín de infantes cuando tenía tres años. Lo hice disfrazándome de maestra jardinera. Fue desquiciadamente fácil. Tanto que durante días estuve segura de que me atraparían. Ahora tiene siete. Ya no la presiono para que cruce. Me es más útil como colaboradora. Leti es muy magnética, se gana la confianza de las otras nenas con una facilidad que nunca deja de maravillarme. En parques y plazas es como dispararle a peces en un barril.
¿Como, como habrá hecho Dodgson? ¿por qué método la habrá persuadido a la Liddell para que fuera y viniera? Tengo mis esperanzas puestas en que haya realmente un método, en que no haya sido una cosa fortuita, una mera habilidad innata de la más chica de las hijas del rector Liddell. Hasta ahora mis resultados son pobres. Nunca pude hacer ir y volver a ninguna de las cobayas. Aunque una vez... tan solo una vez... creo que logre hacer que una atravesara el espejo.
Fue el año pasado. La chica se llamaba Melissa o Melina o algo por el estilo. Sinceramente no recuerdo. Si recuerdo su pelo: era rubia casi albina. Al principio raptaba chicas más morochas. Las de clase baja están más desprotegidas y suelen ser morochas casi sin excepción. Ahora, tomando en cuenta el éxito de Meli y precedente de Alice Liddell, sospecho que debe haber algo en la raza aria que predispone el viaje; y me esfuerzo por conseguir rubias. Meli era bastante rubia, toda una Alicia en el sentido fisiológico de la palabra. También tenía un vestido azul y blanco. Todas lo tienen, claro. Es lo único que les permito usar a las ratitas. Hay que imitar en todo lo posible al original.
La mayoría ignoran a los libros y al espejo. Yerran desde el principio, se condenan solas. Asustadas y famélicas, lo único que hacen es pedir por la mama o por el papa o por la comida. Me irritan casi hasta la violencia con estas actitudes de malcriadas. La mayoría se muere de hambre en estos términos. Pero con Meli paso algo raro. Los primeros días fue igual que el resto. Pero al sexto o séptimo día de no comer, algo cambio. No pude entender que. Tampoco recuerdo exactamente como fue que note el cambio. Mejor dicho: fue mas bien inexplicable. Podría decir que había algo en el aire, algo extraño en la forma en la que el sol se filtraba por la ventana, cierta electricidad en el aire o una inusual profundidad en el silencio, pero estaría mintiendo. Lo que si recuerdo es que note que abría el libro.
Por eso rapte a las cobayas. Fue facilísimo. Si bien hoy en día las nenas se cuidan mucho más de los sospechosos que las rondan, lo cierto es que esas precauciones solo se cumplen para los hombres. Y para los hombres viejos más que nada. Es pasmoso lo fácil que las nenas confían en otras nenas. Confían instintivamente, sin recelos, casi automáticamente. En las mujeres jóvenes como yo también confían. Bastante. Y si bien no soy tan joven como parezco, créanme que varias veces me han pedido el documento en la caja de algún supermercado. Nadie me daría más de veinte años. Además, Leti me ayuda con la mayoría de los secuestros.
Leti es Leticia, mi primera cobaya. La rapte a la salida de un jardín de infantes cuando tenía tres años. Lo hice disfrazándome de maestra jardinera. Fue desquiciadamente fácil. Tanto que durante días estuve segura de que me atraparían. Ahora tiene siete. Ya no la presiono para que cruce. Me es más útil como colaboradora. Leti es muy magnética, se gana la confianza de las otras nenas con una facilidad que nunca deja de maravillarme. En parques y plazas es como dispararle a peces en un barril.
¿Como, como habrá hecho Dodgson? ¿por qué método la habrá persuadido a la Liddell para que fuera y viniera? Tengo mis esperanzas puestas en que haya realmente un método, en que no haya sido una cosa fortuita, una mera habilidad innata de la más chica de las hijas del rector Liddell. Hasta ahora mis resultados son pobres. Nunca pude hacer ir y volver a ninguna de las cobayas. Aunque una vez... tan solo una vez... creo que logre hacer que una atravesara el espejo.
Fue el año pasado. La chica se llamaba Melissa o Melina o algo por el estilo. Sinceramente no recuerdo. Si recuerdo su pelo: era rubia casi albina. Al principio raptaba chicas más morochas. Las de clase baja están más desprotegidas y suelen ser morochas casi sin excepción. Ahora, tomando en cuenta el éxito de Meli y precedente de Alice Liddell, sospecho que debe haber algo en la raza aria que predispone el viaje; y me esfuerzo por conseguir rubias. Meli era bastante rubia, toda una Alicia en el sentido fisiológico de la palabra. También tenía un vestido azul y blanco. Todas lo tienen, claro. Es lo único que les permito usar a las ratitas. Hay que imitar en todo lo posible al original.
La mayoría ignoran a los libros y al espejo. Yerran desde el principio, se condenan solas. Asustadas y famélicas, lo único que hacen es pedir por la mama o por el papa o por la comida. Me irritan casi hasta la violencia con estas actitudes de malcriadas. La mayoría se muere de hambre en estos términos. Pero con Meli paso algo raro. Los primeros días fue igual que el resto. Pero al sexto o séptimo día de no comer, algo cambio. No pude entender que. Tampoco recuerdo exactamente como fue que note el cambio. Mejor dicho: fue mas bien inexplicable. Podría decir que había algo en el aire, algo extraño en la forma en la que el sol se filtraba por la ventana, cierta electricidad en el aire o una inusual profundidad en el silencio, pero estaría mintiendo. Lo que si recuerdo es que note que abría el libro.
Estuve muy tentada de obligarla a explicarme ese cambio. Pensándolo
ahora, creo que si le hubiera roto un hueso o cortado un dedo me hubiese
confesado sin duda si entendía o no entendía el mapa... pero en ese momento,
emocionada como estaba, decidí adoptar la táctica opuesta: fui buena con ella.
No es que le diese comida o nada parecido, pero sencillamente la deje estar
sola y tranquila. En esos días no hizo más que leer el libro y mirarse al
espejo. Ni una sola vez pidió algo de comer, ni una sola vez pidió ir al baño.
Pasaron algunos días, tal vez tres o cuatro. Con una creciente felicidad noté
que pasaba cada vez más tiempo frente al espejo.
Y entonces una mañana me di cuenta de que se había quedo dormida sentada frente al espejo. Cuando fui a despertarla (nunca dejo que duerman demasiado) casi me da un paro cardiaco: ¡estaba dormida con los ojos abiertos! Pero no, no era ni siquiera eso: Estaba catatónica. Recuerdo haber chasqueado los dedos varias veces frente a su rostro, haberla zarandeado, darle cachetazos primero y (no me avergüenza decirlo) puñetazos después. Verdaderos puñetazos, de esos que raspan los nudillos. Incluso llegue a quemarle la planta del pie con un encendedor a ver si fingía. No saben de lo que son capaces las ratitas. Pero no. Estuviera donde estuviera Meli, no estaba en la jaula. Entonces me di cuenta. Repentina pero indudablemente, comprendí que había cruzado. Lo comprendí de forma total, absoluta y sin necesitar ninguna prueba más que la frialdad del espejo y la sonrisa que asomaba, casi crispada, en los labios de la Meli. Mi felicidad fue inmensa. Tome mi ejemplar anotado e ilustrado de "A través del espejo” y lo compare con el que ella había estado leyendo y los compare frenéticamente. Buscaba algún indicio, algún doblez en las páginas, alguna anotación, algún dibujito hecho al margen, alguna lagrima caída sobre las paginas como señal de súbito descubrimiento. Algo, lo que fuese. Lamente infinitamente no haberle dejado ningún lápiz. No lo hacía por seguridad y para evitar autolesiones. Desde ese día dejo crayones y hojas en todas las jaulas.
No había nada en el libro que me diese alguna pista, algún indicio del método descubierto por mi cobaya. En todo caso solamente tenía una cosa por hacer: esperar a que volviese. Alicia, como es sabido, había viajado dos veces como mínimo y en ambas había regresado viva. De hecho, vivió hasta pasados los ochenta. De modo que se podía volver. Así que espere. No recuerdo cuantos días. Si recuerdo que no fueron muchos. Seis días quizás. También recuerdo que fueron los seis días más largos de mi vida. Los primeros dos días todavía tenía paciencia. Al que lea sobre los viajes de Liddell sabe que esa dimensión, sea lo que sea, es un lugar caótico y peligroso en donde una criatura puede extraviarse fácilmente. Al tercer día comencé a temer que no volviera. Para el cuarto, estaba segura de que no lo haría. Bien pensado... ¿por qué iba a volver? ¿para volver a la jaula, al hambre, a las torturas? Las cobayas no son estúpidas. Saben, una parte suya sabe que su destino esta sellado. Recuerdo haberme enfurecido conmigo misma por haber sido tan estúpida. La saque de la jaula y la lleve a mi cuarto. Luego al baño. Recuerdo haber bañado el cuerpo en la bañera y haberla vestido con un hermoso vestido de fantasía. La acosté en mi cama y la rodeé de peluches de mis épocas de nena. Incluso compre golosinas y cocine varias cosas que le puse enfrente, para tentarla. Dia tras día le hacía promesas y más promesas. Todo era poco para convencerla de que volviera, de que volviera y me contara, que por favor me contara como era del otro lado.
¿pero me escuchaba, podía escucharme? No había forma de saberlo. Pero había algo en esa sonrisa que... ¿Cómo decirlo? Mantenía vivas mis esperanzas: cierta mueca detrás o junto con la sonrisa... una mueca de... ¿Qué? ¿felicidad? ¿alivio? ¿espanto? Me llevo un tiempo descubrirlo: Desprecio. Al sexto día comprendí que me odiaba, que me odiaba y se burlaba de mí, que (seguramente) prefería perderse para siempre que volver, que prefería morir que compartir conmigo el secreto. Perdí los estribos y arrastre, entre insultos y maldiciones, el cadáver hasta la jaula. Desgarre los vestidos y a las patadas le grite que volviera, que volviera ya mismo. Le dije mil barbaridades, amenazas de todo tipo. Ya en un paroxismo de rabia procedí a apuñalarla en los brazos y en las piernas, a romperle los dedos uno por uno… Pero era inútil, sabía que era inútil. La furia se me fue, así como vino, de un momento para otro. Volví a arrastrarla dentro la jaula. Me vestí y, en un estado de casi total automatismo, Sali a la calle. No recuerdo como pase aquella noche. Pero si que volví a mi casa de madrugada y que dormí hasta bien entrada la tarde.
Y entonces una mañana me di cuenta de que se había quedo dormida sentada frente al espejo. Cuando fui a despertarla (nunca dejo que duerman demasiado) casi me da un paro cardiaco: ¡estaba dormida con los ojos abiertos! Pero no, no era ni siquiera eso: Estaba catatónica. Recuerdo haber chasqueado los dedos varias veces frente a su rostro, haberla zarandeado, darle cachetazos primero y (no me avergüenza decirlo) puñetazos después. Verdaderos puñetazos, de esos que raspan los nudillos. Incluso llegue a quemarle la planta del pie con un encendedor a ver si fingía. No saben de lo que son capaces las ratitas. Pero no. Estuviera donde estuviera Meli, no estaba en la jaula. Entonces me di cuenta. Repentina pero indudablemente, comprendí que había cruzado. Lo comprendí de forma total, absoluta y sin necesitar ninguna prueba más que la frialdad del espejo y la sonrisa que asomaba, casi crispada, en los labios de la Meli. Mi felicidad fue inmensa. Tome mi ejemplar anotado e ilustrado de "A través del espejo” y lo compare con el que ella había estado leyendo y los compare frenéticamente. Buscaba algún indicio, algún doblez en las páginas, alguna anotación, algún dibujito hecho al margen, alguna lagrima caída sobre las paginas como señal de súbito descubrimiento. Algo, lo que fuese. Lamente infinitamente no haberle dejado ningún lápiz. No lo hacía por seguridad y para evitar autolesiones. Desde ese día dejo crayones y hojas en todas las jaulas.
No había nada en el libro que me diese alguna pista, algún indicio del método descubierto por mi cobaya. En todo caso solamente tenía una cosa por hacer: esperar a que volviese. Alicia, como es sabido, había viajado dos veces como mínimo y en ambas había regresado viva. De hecho, vivió hasta pasados los ochenta. De modo que se podía volver. Así que espere. No recuerdo cuantos días. Si recuerdo que no fueron muchos. Seis días quizás. También recuerdo que fueron los seis días más largos de mi vida. Los primeros dos días todavía tenía paciencia. Al que lea sobre los viajes de Liddell sabe que esa dimensión, sea lo que sea, es un lugar caótico y peligroso en donde una criatura puede extraviarse fácilmente. Al tercer día comencé a temer que no volviera. Para el cuarto, estaba segura de que no lo haría. Bien pensado... ¿por qué iba a volver? ¿para volver a la jaula, al hambre, a las torturas? Las cobayas no son estúpidas. Saben, una parte suya sabe que su destino esta sellado. Recuerdo haberme enfurecido conmigo misma por haber sido tan estúpida. La saque de la jaula y la lleve a mi cuarto. Luego al baño. Recuerdo haber bañado el cuerpo en la bañera y haberla vestido con un hermoso vestido de fantasía. La acosté en mi cama y la rodeé de peluches de mis épocas de nena. Incluso compre golosinas y cocine varias cosas que le puse enfrente, para tentarla. Dia tras día le hacía promesas y más promesas. Todo era poco para convencerla de que volviera, de que volviera y me contara, que por favor me contara como era del otro lado.
¿pero me escuchaba, podía escucharme? No había forma de saberlo. Pero había algo en esa sonrisa que... ¿Cómo decirlo? Mantenía vivas mis esperanzas: cierta mueca detrás o junto con la sonrisa... una mueca de... ¿Qué? ¿felicidad? ¿alivio? ¿espanto? Me llevo un tiempo descubrirlo: Desprecio. Al sexto día comprendí que me odiaba, que me odiaba y se burlaba de mí, que (seguramente) prefería perderse para siempre que volver, que prefería morir que compartir conmigo el secreto. Perdí los estribos y arrastre, entre insultos y maldiciones, el cadáver hasta la jaula. Desgarre los vestidos y a las patadas le grite que volviera, que volviera ya mismo. Le dije mil barbaridades, amenazas de todo tipo. Ya en un paroxismo de rabia procedí a apuñalarla en los brazos y en las piernas, a romperle los dedos uno por uno… Pero era inútil, sabía que era inútil. La furia se me fue, así como vino, de un momento para otro. Volví a arrastrarla dentro la jaula. Me vestí y, en un estado de casi total automatismo, Sali a la calle. No recuerdo como pase aquella noche. Pero si que volví a mi casa de madrugada y que dormí hasta bien entrada la tarde.
Cuando fui a verla esa tarde noté, sin mucha sorpresa, que había
muerto. Quiero decir: había dejado de respirar. A lo mejor fuese por el rigor
mortis, pero me pareció que la sonrisa se había ensanchado, que se había
ensanchado hasta ocuparle toda la cara. Nunca podre olvidar esa enorme sonrisa
delirante, descarada, que dejaba a la vista todos los dientes y también las encías.
La reconocí inmediatamente con una mezcla de espanto y alegría: la sonrisa del
gato Cheshire.
2 comentarios:
Está simplemente genial!
Yo tengo que leer ambos cuentos de Alicia, he visto diversas adaptaciones pero no le deben hacer honor.
Es muy frecuente la tendencia de algunos experimentadores, especialmente artistas y escritores, y locos psicópatas, de volver a un tipo de entendimiento fenoménico propio de la infansia. Yo diría que la protagonista erró métodos, que tendría que haberse enfocado en la monotonía y el aburrimiento para insentivar el "escape" y a su vez proveer cierta sensación de seguridad y continuidad para que tenga sentido a su vez "escapar del caótico escape". Y, probablemente, las torturas y padecimientos no hicieron más que arraigar a las niñas más rápidamente a las crueldades del mundo. Sospecho que le es más difícil a un niño sobreviviente de una guerra atravesar el espejo, de lo que le es a un niño mimado sin informática y rodeado de adultos aburridos. Un poco tendría que haberse dado cuanta cuando pudo diferenciar entre las "niñas morochas" y las "rubias", que el entorno social era determinante... En fin, no solo una loca psicópata, sino falta de un buen pensamiento científico, jaja!
Pero no tiene caso, que sino fuese la protagonista una loca de mierda, el relato no sería tan interesante!
Bueno, varias cosas... No se si la monotonia y el aburrimiento "normales" motivarian a las niñas a cruzar. Aunque, si uno lee el primero de Alicia, se entiende que cruzo justamente por aburrimiento. Claro que esto creyendo que Wonderland era un mundo producto de la imaginacion. Obvio que la protagonista cree que es un mundo real y tambien cree que Alice Lidell era de algun modo especial. Tambien podria decir que se siente de algun modo identificada con ella. O mas bien: que Alice triunfo donde ella fracaso. Por eso se identifica pero al mismo tiempo la odia. Tiene una obsesion por cruzar a Wonderland, que tal vez es una obsesion por recobrar cierto estado peterpanesco magico de la niñez. Ahora bien, si ese estado es real o psicologicamente magico es algo que es mejor dejarselo decidir a cada lector
Hay varias referencias pal cuento: los libros de Carroll, el cuento que comparti en mi blog, una serie que estaba viendo que justamente trataba de experimentos para forzar un cruce a otra dimension, y tambien mis lecturas sobre el MK Ultra, el lavado de cerebro y procedimientos para crear "compartimientos" mentales en base desoblamientos mediante presion psicologica o tortura. Si, bastante oscuro.
Lo de la tortura para lograr "escapes" esta basado en estas lecturas turbias. Claro que el mayor problema seria no forzar el escape sino forzar el retorno. Tu teoria acerca de las condiciones para cruzar el espejo estan mas cerca de las Carrolianas que de las de la psicopata de mi cuento. Tal vez el mensaje seria: no se puede forzar la magia. Un poco como en "la rosa de paracelso" de Borges. O "el sobrino del mago" de CS Lewis
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