8 nov 2019

Con todas las letras

A Hemingway
A Bukowski
Y por supuesto, a Lilly. 


Apoye el codo sobre la mesa. El temblequeo exasperante de la mesa fue la gota que colmó el vaso. Metafóricamente, claro. Porque el vaso físico, el real, estaba vacío. Suspiré y acto seguido di un manotazo contra la mesa. Mi mano es bastante grande y el golpe hizo rebotar aquel armatoste de plástico y caño. La mesera, una morocha de pelo enmarañado que charlaba con dos parejas que habían juntado sus mesas, me miro sin ocultar un gesto de fastidio.
- otra - le grite mientras levantaba sobre mi cabeza la botella vacía de la que sin dudas era la peor cerveza que había tomado en mi vida. Acida, caliente y sin gas. Una verdadera porquería.
 - ¿no tienen algo mejor? – volví a arremeter mientras la mesera se acercaba. Por única respuesta me retira la botella y a los pocos minutos me deja, casi arrojándola, otra de exactamente la misma marca. Ni siquiera se molesta en limpiar un poco la mesa ni de cambiar el vaso sucio por uno limpio.
- Muchísimas gracias - le susurro, intentando sonar lo más desagradable que puedo, que seguramente es mucho. Deseo decirle algo especialmente desagradable, pero se va tan rápido que ni siquiera me da tiempo a pensar. Me digo a mí mismo que no importa, que de todos tiene que volver tarde o temprano.
La mesa oscila al menor intento de apoyarme. Me revienta su inestabilidad, su cricriquear de grillo herido. El galpón en el cual se monta el establecimiento es un verdadero chiquero. Hace un calor espantoso y no hay ni siquiera un ventilador. Para colmo de males, estamos en primavera; Detesto la primavera.
Por supuesto, todo esto no sería tan malo si Lilly no me hubiera dejado hace unos días. ¿Cuantos? No tengo idea. Puede haber sido hace tres días o hace una semana. Cuando uno se la pasa de tasca en tasca la precisión para medir el tiempo se va al tacho. Claro que cuando uno se acostumbra a que se vayan al tacho tantas cosas la famosa precisión importa lo que se dice tres c… bueno, no importa en lo mas mínimo, para decirlo de modo amable.
Lilly, muy jodida. Me había abandonado por el mierda ese de las carreras. Un imbécil que usaba camisa gris y saco verde, como si fuera un duende o un puto irlandés. Quizás lo fuese. Irlandés, digo. No duende. Si fuera duende se habría usado magia para salvarse de la paliza que le di apenas me entere. Si hay algo peor que saber que se están cogiendo al amor de tu vida es descubrir que ese que se la coge es gremlin de saco verde que ni siquiera puede defenderse de un borracho mal dormido.
Quizás fue por eso, por la impotencia de todo el asunto – porque paliza más paliza menos, él se iba a ir su madriguera o adonde fuera, pero con Lilly- lo que me obligo a llevar el asunto hasta tal extremo. Lo había derribado de una combinación simple pero poderosa. Tres golpes a la cabeza; tres golpes que yo sé que son como ladrillazos, directamente al coco. Los dos primeros le dieron en la sien derecha y en la izquierda, y el tercero arriba del ojo derecho, en un hueso que no tengo idea de cómo se llama pero que queda exactamente debajo de la ceja. Luego dos al cuerpo. A la boca del estómago, para ser preciso; ¡Bang! El primero, leve y rápido, como para marcar con una X el sitio del impacto; El segundo, ¡Bang! con la derecha, un jab en el que cargue con todo. La X marca el tesoro. Después me aparte, abriéndome un poco en abanico como lo haría un Classius Clay; Y lo vi caer. Yo esperaba que cayera hacia adelante. Hay algo casi poético en la caída hacia adelante, justo en el espacio vacío que se abre cuando uno retrocede. Me imagino que Cesar cayo, luego de las puñaladas, un poco como Foreman en la pelea de Zaire: hacia adelante. Es como si el rival cayera en un colchón especialmente preparado por uno. Una demolición controlada. La caída hacia atrás, en cambio, suele ser torpe y pesada. Ridícula.
Así que el irlandés - digámosle así - cayo un poco para atrás y un poco de costado. ¿habre visto alguna vez una caída más patética y cobarde? Lo dudo. A esas alturas Lilly gritaba como una bruja y tuve que controlarme para no darle también a ella motivos para quejarse en serio.

- ¡Animal, sos un animal, hijo de puta! - me gritaba ella. Animal, sorete, hijo de puta. Se de sobra que probablemente sea todo aquello. Lilly al menos así lo piensa. No es nuevo para mí. Se que lo piensa desde hace mucho. Para ser sincero, tengo que decir que muy en el fondo no me sorprendía todo el asunto. Mas aun: me sorprende que tardase tanto. Claro que una cosa no quita la otra y, si tengo que elegir entre, como dije antes “paliza mas paliza menos”, bueno, elijo claramente “paliza más”. Porque a pesar de ser muchas cosas, no soy una mierdita irlandesa que se cae para atrás, que se desploma como un castillo de naipes después de recibir apenas tres o cuatro golpes de puño. Así que, si; Soy un hijo de puta, pero por lo menos no estoy en el piso recibiendo patadas de un hijo de puta. Y nadie me va a sacar de la cabeza que, puestos a elegir, lo primero es preferible a lo segundo.
Porque encima de todo, eso. No se me ocurrió una mejor idea que seguir golpeándolo cuando ya estaba en el piso. Quizás de no haber estado borracho -quizás quizás, siempre quizás - me hubiera detenido cuando lo tumbe. Probablemente no. Imposible saberlo, de todos modos. En ese instante, lo único que pensaba era... Bueno, carajo, no lo sé. No sé qué es lo que pensaba. En instantes así el pensamiento suele quedárseme olvidado en algún sitio pero, si pensaba algo, supongo que debe haber sido algo como que nadie iba a salvar a ese cachorro inútil de llevarse la paliza de su vida. Cuando estoy furioso suelo sentirme completamente justificado a darle rienda suelta a mi ira. De algún modo siento que es lo justo.
De modo que me dejé llevar y le di patadas y puñetazos hasta que sentí que ya estaba cansado. En ningún momento me di cuenta de que Lilly también hacia lo suyo, dándome golpes y patadas desde atrás en un muy patético intento por detenerme. Lilly es muy hermosa, es cierto, pero lo que se dice fuerte, bueno, no lo es para nada. Me habría bastado un revés del brazo para mandarla a volar por el océano pacifico, por lo que fue una suerte para ella que ni siquiera me diera cuenta de sus ataques hasta que casi al final, cuando la tenía colgada del cuello, sobre la espalda. Me la sacudí como a una garrapata, casi con fastidio. Ya había tenido suficiente. Era hora de irse.
- Bueno, bueno... - le dije mientras su lluvia de insultos llegaba al paroxismo. Y entonces, cuando le echaba una última mirada a lo que quedaba del irlandés, supe que la había cagado. Con Lilly, con aquel sujeto - que probablemente estuviera muerto o al menos bastante cerca como para no poder cogérsela en un mes - o con alguna otra cosa, más profunda e importante, pero la había cagado; La había cagado a un nivel más profundo… religioso o lo que sea, de una forma que no tenía que ver directamente con esa pelea o con el hecho de que Lilly me dejara. Se me ocurrió que la había cagado con mi vida en general.
¿Qué quiero decir con todo esto? A decir verdad, es más fácil de explicar de lo que parece a primera vista. Lo que quiero decir es que para mí no era nuevo el sentimiento de haberla cagado. “Mierda, ahora así que la cagaste en serio” ¿cuántas veces me había dicho lo mismo por una cosa o por la otra? Vivía repitiéndome a mí mismo expresiones parecidas. Cagarla con esto, cagarla con aquello. A veces tenía la impresión de que mi vida no era muy distinta a la de un escarabajo, y consistía en ir empujando por delante y por detrás una gran bola de mierda. Visto así, era hasta gracioso. Una broma gigantesca.
Había sentido aquello muchas veces y, sin embargo, lo que sentí mientras metía mis manos hinchadas en la campera, fue como un non plus ultra, la impresión certera e innegable de que había terminado de clavar el ultimo clavo de lo que ahora era una puerta completamente tapiada. Algo se había destruido para siempre y también algo quedaba: La sensación de ser un consumado hijo de puta, con todas las letras.
Luego de aquello camine y camine; Creo que camine toda la noche. Un bar aquí y un bar allá, por supuesto. La mañana me recibió con una borrachera esplendida, tan esplendida que se extendió sin interrupciones durante todo el día y mas allá. La noche siguiente, de la cual por cierto no recuerdo gran cosa, volví a pelearme, esta vez con resultados menos felices.
Y ocurre que más o menos así estoy desde ese entonces. Y ahora que esta mesa de mierda temblequea y que la cerveza está caliente y que el calor primaveral dibuja unas repulsivas perlas de sudor en la ya horrenda cara de la mesera siento que vuelvo de lleno a esa sensación de escarabajo, de estar hundido y sin remisión. Un humor así solo puedo mitigarlo de dos formas: peleando o bebiendo. Hasta ahora he sido mucho mejor bebedor que peleador, pero, como dice el viejo adagio, la esperanza es lo ultimo que se pierde.

Una oleada de exclamaciones me hace levantar la cabeza y entonces recuerdo que estoy viendo lo que supuestamente es una pelea de box ilegal. Y digo supuestamente porque lo que transcurre ahora mismo no es un combate sino una carnicería. ¿Como puede ser un combate un encuentro en el que uno golpea y el otro recibe? El boxeo es siempre un dialogo. Y lo que pasa ante mis ojos es claramente es un monologo. De ese tipo de peleas en las que uno se sentía estafado; Y vaya si lo de esta noche era una estafa. El Turco Nasif estaba particularmente cruel en sus combinaciones.
Pero volvamos al primero, porque lo que importa es siempre el ganador: Omar Nasif, alias el turco pese a que nadie sabe si efectivamente es Kurdo o Gitano o armenio o judío o griego o que carajos, era una leyenda del boxeo clandestino. Aunque habría que decir que, más que leyenda, era una pesadilla. Oscuro y alto - viéndolo pienso que no debe medir menos de un metro noventa - se planta en el centro del cuadrilátero mientras mide y pega. Medir y pegar es su táctica predilecta. El turco es un peleador de larga distancia, un francotirador. Maneja a la perfección el arte de medir la distancia. Mantiene la izquierda un poco recta, como si fuese una regla que mide el alcance, y guarda la derecha flexionada, siempre un poco cerca del mentón. Y espera. ¿qué espera? Espera una apertura, espera la guardia baja, espera algún golpe fallido del rival. Y entonces: Preparen, apunten, ¡fuego! Y por fuego entiendo un terrible derechazo que sale despedido de su brazo con la fuerza de un escopetazo o de una patada de burro. Son golpes brutales, feroces, que si golpean de lleno pueden llegar a terminar una pelea en menos de lo que yo tardo en terminar una botella de cerveza.
Omar Nasif, campeón invicto de ring de mala muerte. ¿El otro? Bueno, no tengo idea de cómo se llama. Claro que para estar ahí tenía que ser bueno. O valiente. O loco. Claro que viéndolo recibir tal castigo no parecía nada de eso: ni valiente, ni habilidoso, ni nada. Todos palidecen cuando se tienen que parar frente al metro noventa del turco. Es como pararse frente a un pelotón de fusilamiento. Llámese como se llame el retador, su verdadero nombre siempre es paquete. Paquete, salchicha, blanco, bolsa. Es decir, masa de carne y hueso cuyo único sentido de ser es recibir los escopetazos del turco. Uno, otro, y otro más. Y ahí va. Al piso. Qué barbaridad. Ya es el tercero que tumba esta noche. Las peleas del turco son al mismo tiempo magnificas y terriblemente aburridas. Magnificas por la violencia de sus knockouts, aburridas porque se parecen mucho entre sí. El turco es una franquicia exitosa, pero ver una de sus películas equivale a verlas todas. Escucho que alguien cuenta hasta diez. Es inútil. Bien podría contar hasta cien. Lo sabe el que cuenta y lo sabe el turco, lo sé también yo; Pero sobre todo lo sabe, si es que todavía puede darse el lujo de saber algo, el sujeto que yace en la lona.
Casi puedo predecir lo que sigue: ahora va a levantar los brazos, y los levanta. Luego va a dar una vuelta, lenta, al ring cuadrangular que está en el centro del galpón. Ahí va, y mientras camina mirara tal como ahora está mirando, una por una a las mesas más cercanas, una de las cuales yo ocupo. Mirara a las mesas buscando adoración o desafío. Adoración porque como todo campeón busca, mientras le dure, disfrutar al máximo su fama de invencible.  Desafío porque para lo primero necesita siempre de nuevos contrincantes. Cada tanto también encuentra, en estos reconocimientos faciales con su público, alguna mirada femenina que parece decirle que aquella noche tiene compañía asegurada.
Es natural. Quiero decir, al contrario de muchos imbéciles que se molestan cuando sus mujeres se calientan con un tipo como Nasif, yo lo veo completamente natural. ¿qué mujer bien hecha y con sangre en las venas no sentiría al menos un cosquilleo viendo en acción a aquella masa asesina de músculos que pueden moverse a su máxima capacidad, como una locomotora de vapor, por diez o veinte rounds seguidos? ¿con que mecanismos y obedeciendo a que razones evitarían la obvia utilidad indirecta de tales habilidades? El sexo es el más viejo de los combates y las mujeres no son en esto menos competitivas que los hombres.
Por eso mismo es que nunca lleve a Lilly a ver un combate. No quería que viese al turco. Al turco o cualquier otro. Es decir, un tipo que recibe golpes como mazazos en plena cara y que no solo continua la lucha como si nada, sino que finalmente termina ganando y alzando los brazos y, en el instante en que alza los brazos, se convierte en un ganador, en el emblema mismo de la victoria. Si señor, un ganador con todas las letras. Ni Lilly ni cualquier otra habría renunciado a la comparación del ring con la cama; Tampoco yo hubiera podido evitar la comparación de un gladiador como Nasif, que gana noche tras noche, con un sujeto como yo, que a lo máximo que puede aspirar es a freír espárragos y, cada tanto, fregar por los suelos a algún duende ridículo.

Supongo que, a fin de cuentas, no quería verme como basura. Estaba seguro de que si Lily hubiese venido conmigo a ver alguna pelea habría tardado mucho menos en darme esquinazo. No habría tardado en caer en cuenta de que salía un perdedor. Vamos, que habría visto lo obvio, ni más ni menos. Por supuesto, ella no era estúpida. Se habría mirado a sí misma y habría hecho números. El resultado - que ella podía conseguir algo mejor y que por lo tanto lo merecía - le habría saltado a los ojos casi tan rápido como la sangre del retador a los espectadores de primera fila.
Pero, mierda ¡si al menos Lily me hubiera dejado por un tipo como el turco! Me habría mostrado dolido y probablemente hasta furioso, sí. Pero en el fondo, muy en el fondo, no habría tenido mayores problemas con ello. Al final, no traerla a las peleas no me sirvió de nada o, mejor dicho, me sirvió para que en vez de dejarme por un tipo que valiese la pena me dejase por... vamos, ya saben.
Mientras el turco daba su pequeña vuelta olímpica, saludando con los puños cerrados y al mismo tiempo desafiando a cualquier estúpido que estuviese lo suficientemente loco para subirse a un ring con él, yo me puse de pie y pedí otra cerveza. Note que me tambaleaba un poco, pero no me importaba. Al menos así haría juego con esa mesa de mil carajos. Tampoco es que me preocupase mucho. Casi todos allí eran borrachos o apostadores. No había lo que se dice una norma que guardar. Mire a mi alrededor, buscando a la mesera, la cual apareció al cabo de un rato y me dejo otra botella en la mesa. La tomé con la mano derecha y, apoyando el canto de la tapa contra la mesa, la abrí dándole un certero golpe desde arriba con la otra mano. La chapita hizo un ruido limpio y metálico al saltar de la botella. Aquel ruido, que normalmente no se habría oído entre todo el alboroto del lugar, destaco de forma clara quien sabe por qué milagro acústico. Solo entonces me di cuenta de que se había hecho un silencio poco habitual. Levante la cabeza y vi que el turco se había detenido justo en frente de mi mesa. Lo miré y vi que el también me miraba. Su rostro tenía una expresión torva pero divertida, como si algo le agradase en mi actitud. O al menos eso creí. De modo que levante la botella y con un gesto le reconocí el triunfo.
Le eche un trago largo a esa mierda. Iba a volver a sentarme cuando note que Nasif todavía estaba ahí, enfrente mío, mirándome. Sin dejar de sonreír con esa expresión que ahora se me antojaba era de desprecio, Nasif alargo su interminable brazo hacia mi mesa. Tenía la palma de la mano abierta hacia arriba. Comprendí lo que quería y también lo que debería haber hecho, pero contra toda lógica, hice exactamente lo opuesto. Esto es, sentarme y volver a llenar mi vaso sin prestarle atención a su pedido.
- Amigo, ¿me convida un trago de eso? - le oí decir mientras me dominaba para aparentar un desdén que todavía no sentía. Mantenía mis ojos fijos en el vaso. Finalmente, lo mire a los ojos y le dije, literalmente, que se comprara su puta cerveza, porque lo que era la mía, bueno. En resumen, que no iba a convidarlo un carajo. Inmediatamente después de decirlo, me invadió un torrente de sensaciones contradictorias entre las cuales destacaba la del escarabajo.
Supongo que también me dio gracia mi respuesta. Lo digo porque sonreí con una sonrisa que me imagine era muy parecida a la del propio Nasif. La segunda, que vino casi al instante, fue miedo. Miedo porque sabía que para el turco el ring no se acababa en los límites de cuerda, sino que se extendía al mundo entero. Ya más de uno que se la había dado de guapo creyendo que estos límites lo salvarían había pagado este error con varios dientes y fracturas. Sin embargo, el miedo duro poco. Sin irse, sin desaparecer del todo, quedo atrás de una nueva oleada de confianza. Y no solo era burla, no. También había odio, un odio profundo y sincero como nunca antes lo había sentido. Hasta ese momento, el odio era algo que se me daba siempre mezclado con otra cosa: sorna, arrepentimiento o lo que fuera. Pero ahora lo experimentaba entero y puro, sin mezcla de otra cosa. Odio. Odio hacia mí mismo, en primer lugar. Pero como si fuera una larga cadena, también odio hacia el turco. Odiaba su fanfarroneria, su asquerosa seguridad en sí mismo, su actitud sobradora. Odio hacia el mundo en general. O casi todo el mundo.
Descubrí lo que ya sabía. Lily había sido casi la única cosa buena que me había pasado. Por supuesto y como siempre, descubría las cosas más fundamentales demasiado tarde. Había depositado en ella mis ultimas esperanzas de no ser un perdedor y, voila, las cosas habían resultado un poco como siempre. Nada por aquí, nada por allá. A todo esto, el Turco ya se dirigía personalmente hacia mí.

- ¿De qué se ríe, amigo? - me dijo, ahora muy serio, desde arriba del ring. Bueno, pensé. Lo bueno de ser un perdedor crónico es que, paradójicamente, se termina no teniendo más nada que perder. Tal vez fue un ángel, tal vez un demonio, pero algo me susurro al oído y supe exactamente lo que tenía que hacer. Vacié la botella de un trago largo, tragando y tragando el líquido como si tuviera todo el tiempo del mundo. Y lo tenía, vaya si lo tenía. Mucho o tal vez muy poco, pero al fin y al cabo todo mío. Cuando bajé la botella vi que el turco, un poco en serio y un poco para seguir el show, esperaba mi respuesta. Me pasé la mano húmeda del frio de la botella por el pelo y sonreí.
- Me rio porque me causa gracia algo, y eso, antes de que me preguntes, es lo siguiente: me resulta gracioso que un simio... no, perdón, que una árabe cara de mierda como vos mezcla de todas las razas degeneradas del planeta, pueda ganar tantas peleas seguidas sin que nadie se decida a romperte el culo. - dije. Había hablado con creíble parsimonia, pero cuidando de acentuar bien fuerte las palabras ofensivas. La cara del turco experimento un cambio sutil, mezcla de incredulidad y enojo, A simple vista alguien que no le conocía los gestos no lo habría notado, porque incluso volvía a sonreír. Fueron los ojos, sobre todo, los que adquirieron una dureza pétrea.
- No lo oí bien compadre, ¿me lo quiere repetir acá arriba o prefiere que baje? - me pregunto.
- Subo - le dije sonriente. El turco me devolvió la sonrisa y volvió a su esquina. Mire a mi alrededor y note que la gente me miraba como mirarían a un condenado a muerte, cosa que a esa altura ya probablemente era. Inmediatamente empezaron las apuestas. Ni siquiera pregunte cuanto iban. Me alcanzaba con saber que sin dudas estarían astronómicamente en mi contra. Lo importante es saber si caería al primer round, y en que minuto, o si ocurriría un milagro de la naturaleza que me permitiera aguantar hasta el segundo o incluso hasta el tercero.

Llame al chico que corría las apuestas mesa a mesa y le dije que apostaba por mí. Me pregunto si estaba seguro.
- Por supuesto que estoy seguro - le dije - ¿cuánto si gano?
- Trescientos a uno - me dijo el chico.
- Apuesto todo - le dije sin pensar que aquel chico no tenía forma de saber cuánto era ese todo.
- ¿cuanto? - volvió a preguntar con apuro. Le quedaban varias mesas por levantar.
- Doscientos – dije, y le entregué el dinero. Apenas terminé de apostar comencé a desabrocharme el saco y la camisa. Solicite un par de botas que gustosamente me cedieron. Eran una miseria, pero sin duda mucho más útiles que mis zapatos.
Entonces vi que el turco llamaba al corredor de apuestas y que le decía algo. Bueno, por lo visto también pretendía llevarse su parte. Sonriendo para mis adentros, me acerque al ring. Me gusto que apostara. Ahora nadie podía decir que la pelea era arreglada o que lo habíamos fingido todo.
Ya en el ring, el turco se acercó. Teniéndolo de frente, su metro noventa - yo mido uno con setenta y nueve - parecían dos metros y medio. Observe de cerca la musculatura de los brazos y del torso. Casi no tenía grasa sin trabajar. Yo, en cambio, tenía casi 100 kilos de lípidos acumulados a base de comida barata y cerveza. Tuve ganas de orinar, pero ya era tarde para pedir tiempo. El árbitro, un sujeto oscuro, bajito y rechoncho al que no le había prestado atención hasta ahora, se acercó cojeando al centro del ring.
- Caballeros, quieren pelear sin guantes o con guantes - nos preguntó.
- Que decida el amigo - tercio el turco, burlón.
- No tengo guantes, así que sin guantes - dije yo.
- Tengan una buena pelea - dijo el enano rechoncho - suerte para los dos.
- Ándate a la puta que te pario - le murmure mientras caminaba a mi esquina.
Bueno, Lilly - pensé - ahora vamos a ver si soy un perdedor hasta las ultimas consecuencias o si hoy es el día en el que empiezo a remontar un poco.
Y entonces sonó la campana.

Y entonces, querido lector, desde este punto el adelante, pueden haber pasado tres cosas. La primera es la más improbable, pero también la más espectacular. En este universo, ambos peleadores salen en el primer asalto dispuestos a darlo todo. Se miden. Se miden y se siguen midiendo. La guardia de nuestro héroe es feroz, pero el turco, que es más alto, tiene mayor distancia y una derecha que haría temblar a un asesino en serie. Cada uno analiza a su oponente. Solo mirándose, cada uno descubre las fortalezas del otro, sus debilidades y sus más secretas intenciones. Con esto en mente, y como si fuesen dos guerreros bushi del antiguo Japón, comprenden que deben apostarlo todo a un único golpe, a un único movimiento, a un único puñetazo en el que ponen toda su fuerza y habilidad. ¿qué pasa si la lanza más fuerte del mundo, la lanza que lo atraviesa todo, choca con el escudo más fuerte, con el escudo imposible de atravesar? Es imposible saberlo. Aquí, por suerte, lo que tenemos son dos lanzas invencibles arrojadas una contra la otra. El resultado más espectacular sería un doble KO que nos recuerda al final de Rocky IV.

La segunda opción, querido o no tan querido lector, es la que parecería desprenderse de la lógica misma del relato. Es decir, que el invencible turco Nasif, terror de los mortales, le propina no una paliza, sino una señora cagada a palos a su nuevo oponente. Imagínese. Fractura de nariz, sangre que chorrea por todos lados, un verdadero asco; Cuatro o cinco dientes menos (recuerde que boxean sin guantes) cortes varios en los pómulos, quizás hasta la teatral perdida de un ojo. Porque al fin y al cabo es boxeo ilegal. O quizás un solo puñetazo, largo y explosivo como un misil, que golpea casi sin defensa el parietal derecho de nuestro protagonista sin nombre para mandarlo a dormir de una vez por todas, que buena falta le hace. En este caso, la buena de Lilly ya no tendría nada de qué preocuparse y podría seguir felizmente con su vida.

La tercera opción tampoco esta exenta de lógica, quizás no tanto del relato sino la de los combates. Este final sería el preferido de los idealistas o, más bien, de los anti idealistas, aquellos que se enamoran de los villanos y se identifican más con los antihéroes que con los héroes mismos. Esos a los que les decimos "defensores de pobres" o sencillamente pobres a secas. Los pobres diablos pueden tener entre ellos una empatía asombrosa. En fin, que en esta tercera opción ocurre el milagro. Ali noquea a Forman, Arturo vuelve de Avalon o lo que usted quiera, pero al turco le rompen su invicto pugilístico y ante la sorpresa general cae noqueado en el primero, en el segundo o, siguiendo con Rocky pero esta vez la primera, luego de una larga y épica pelea que los lleva a ambos a sus límites psicofísicos. Toda una ordalía. Nuestro Héroe – o Antihéroe, como usted prefiera - gana al final con una devastadora combinación de 2-3-2 que acaba en un artero tirabuzón al intestino, o quizás con el estético uppercut ascendente a la mandíbula, ese que hace volar sangre, sudor y hasta el protector bucal del rival. Por cierto, en este relato no se dijo nada de esos protectores bucales, por lo que hay que suponer que lo que volaría hasta hipotética (aparentemente horrorizada cuando realidad estaría en la gloria) espectadora de la primera fila serian uno o varios dientes. El cuento terminaría con el turco mordiendo la lona y con el protagonista recaudando una enorme cantidad de dinero. Y, si vamos a soñar hasta ese punto absurdo, entonces también puede pasar que justo Lilly haya entrado al galpón en el momento del dichoso uppercut, armada con un revolver y decidida a matar a su violento ex pero, al presenciar el golpe epifanía, queda deslumbrada por lo trágico (o lo épico, imposible saber cómo interpretaría Lilly tamaña trompada) de la escena y decide soltar el arma y volver con el que, ahora lo sabe, es el amor de su vida. Todos salvo el Irlandés estarían contentos con este final.

No hay comentarios.: