Por supuesto, no habia sendero alguno hasta el rio. Ni sendero que bajase hasta el rio ni sendero que subiera de vuelta hasta su choza. Ni tampoco sendero hacia el pueblo o hacia lo profundo del bosque. No habia sendero alguno.
Ni sendero ni pasos y, sin embargo, Romila podia ir y venir. Un poco como Zenon, se maravillaba de que pudiera existir una ilusion de movimiento en un universo estatico y perenne. Por supuesto, aquel pensamiento que la acompañaba en su descenso no era una repeticion del que habia tenido ayer y antes de ayer, sino que era exactamente el mismo; Cuando Romila sumergia el balde en el correntoso rio, pensaba en la imposibilidad del pensamiento.
Luego de cargar el balde, subía trabajosamente la empinada barranca. Si todavia duraba la estacion seca, Romila meditaba al sol, bajo una enorme higuera silvestre que crecia a pocos metros de su choza. Para llegar a ella había que internarse en el follaje por un punto preciso. Era la unica forma de llegar hasta la higuera, que habia quedado oculta tras otros arboles y arbustos. Debajo de la higuera habia un pequeño claro, naturalmente sombreado, naturalmente mullido, que a los ojos del incauto hubiera aparecido como un santuario naturalmente dispuesto para el reposo. Romila, sin embargo, no se dejaba atrapar por las apariencias sensibles. Sabia que lo mismo daba aquel lugar como cualquier otro. Si había elegido aquel sitio para los días soleados era porque alli quedaba completamente oculta de cualquier visitante inoportuno.
Durante la época del monzon, en cambio, las tempestades y los derrumbes en los caminos hacian casi imposible el cruce en la montaña. Antes, cuando todavia formaba parte del mundo, odiaba la estacion lluviosa. El monzon arruinaba las cosechas, arruinaba el comercio. Romila, que antaño tenia una pequeña tienda de abalorios, herramientas y articulos de ceramica, vivia la gran parte del año maldiciendo el clima del pais. Maldecia el calor en verano y el frio en invierno. Odiaba al gobierno que constantemente aumentaba los impuestos. Por supuesto, también odiaba su negocio. Nunca habia tenido lo que se dice madera de comerciante. Durante todos sus años como mercader habia estado poseida de una creciente sensación de malestar. Comprar, vender, calcular. Siempre habia algo que se escapaba, algo que se estropeaba, algo que se perdia. Romila habia sentido que vivia en un mundo de crecientes goteras. Se abrian aqui y alla. Constantemente y por cualquier motivo. Goteras, visibles algunas, invisibles otras. Algo se perdía, algo se desperdiciaba siempre. Con el pasar de los años a esa incomodidad se le fue agregando una sensación nueva: la de la fatuidad.
Comprendió que el acto mismo de acumular, tanto objetos como dinero, carecía de sentido mientras viviera una vida temporal, finita y sesgada por la muerte. Como habia sido siempre de naturaleza esceptica, jamas habia podido creer del todo en alguna de las religiones oficiales. Tampoco habia podido creer en ninguna de las no oficiales, es decir, en ninguna de las incontables sectas hereticas que susurraban salvaciones heterodoxas a diestra y siniestra. Envidiaba y al mismo tiempo se burlaba de los que se valían de este tipo de consuelos para superar sus dudas.
Comprendió que el acto mismo de acumular, tanto objetos como dinero, carecía de sentido mientras viviera una vida temporal, finita y sesgada por la muerte. Como habia sido siempre de naturaleza esceptica, jamas habia podido creer del todo en alguna de las religiones oficiales. Tampoco habia podido creer en ninguna de las no oficiales, es decir, en ninguna de las incontables sectas hereticas que susurraban salvaciones heterodoxas a diestra y siniestra. Envidiaba y al mismo tiempo se burlaba de los que se valían de este tipo de consuelos para superar sus dudas.
Poco después de haber cumplido los treinta años, Romila comprendió que no quería continuar. Al principio, ella misma no entendía lo que pensaba. ¿Continuar con que? Se lo preguntaba al acostarse cada noche y se lo volvía a preguntar cada mañana cuando despertaba. ¿Continuar con que?
Al principio no lo tuvo claro. Sabia que quería cambiar pero no podía determinar que cosa. Sabia que cambiar un trabajo por otro no le traería ninguna respuesta. Penso entonces que tal vez lo que tenia que dejar era otra cosa: su ciudad o su familia. Aunque la indecisión era grande, finalmente se decidio a intentarlo. A tal punto se sentía acorralada. Una mañana cualquiera se sintio mas asfixiada que de costumbre y sin dar aviso tomo sus ahorros y partió con lo puesto. Jamas volvería.
Romila había viajado entonces por todo el país, por todos los países. Habia surcado numerosos rios y navegado vastos mares. Atravesado llanuras y desiertos, subido y bajado por colinas y montañas. Habia viajado con caravanas y a caballo y luego, cuando se le habian acabado los pocos recursos que traia consigo, habia continuado a pie. El ejercicio y el sol le habian dado a Romila el color del bronce. Su piel se habia oscurecido por el sol hasta quemarse totalmente. Sus miembros habian ido adelgazando notablemente. Su rostro, antes dulce y de expresión bondadosa, había adquirido una expresión seria y feroz que recordaba al Tigre y a ciertas aves de presa.
A lo largo de sus viajes, habia intentado sin exito establecerse en varios sitios; Apenas comenzaba a hechar raices en algun lugar volvia a sentir aquella sensación de estar desperdiciando algo muy valioso. De la misma forma habia empezado y terminado varias cosas: trabajos, relaciones, estudios. Llego a creer que sufria algun mal o que era presa de alguna maldicion. Visito medicos y sacerdotes, que le recomendaron pociones y penitencias que Romila seguia al instante y que abandonaba al cabo de corto tiempo, consiente de la inutilidad de tales remedios.
Un dia, mientras subia una escapada pendiente, comenzó a sentir fuertemente aquello que solo podía describirse como un gran desasosiego, como una inmensa sensación de vació, de futilidad. Se detuvo ahi mismo, justo donde estaba. A esas alturas sus ropas eran casi harapos y por unica posesion tenia un cayado que le había trucado a un pastor nomada de un pais vecino. En aquella pendiente, de pie y con el sol brillando sobre su cabeza, Romila estuvo parada tres dias y tres noches, y luego comprendió.
Sus viajes tenían tan poco sentido como sus rutinas. Jamas encontraría sosiego en la acción. Comprendo que aquella sensacion que le ahogaba desde hacia tantos años venia de las falsas expectaciones que se creaba. No importaba que era lo que hiciera, pues todo terminaria por caer en el mas absoluto vacio. Hijos, fama, riquezas, descubrimientos, poder, seguridad. Supo que eran todas ilusiones. Habia corrido toda su vida en pos de aquellas ilusiones. Por segunda vez en su vida, Romila sintio que ya habia tenido suficiente.
Ese dia, tal como ahora, habia subido aquella barranca, la misma que sube ahora, y habia tenido por primera vez la sensacion de que el tiempo no transcurria. Aquella tarde algo habia cambiado. O bien algo habia cambiado dentro de Romila o bien algo habia cambiado en el universo que la rodeaba. ¿Que era? Habia meditado sobre esto mientras construia la choza. Cuando la termino seguia sin una respuesta. Podia ser el mundo, podia ser ella. Lo mismo daba, porque lo que habia cambiado en realidad - esto lo comprendio mucho mas tarde - era la relacion que habia entre el mundo y ella. Antes, Romila habia actuado dentro y para el mundo. Era una con el mundo, y por esto mismo quedaba separada de este. Ahora aquella relacion se habia quebrado, y sentia un maravilloso vacio entre su propio ser y el resto de las cosas. Antes tenia una relacion con el cielo y con el arbol, con el perro y con la gente. Ahora, lo mismo que esa tarde, miraba las cosas con la completa conciencia de que no tenian absolutamente nada para decirle. Estaba sola. Supo que en ese estado de iluminacion se hallaba su unica oportunidad de vencer su eterno vaiven entre deseos y decepciones, y se juro a si misma jamas abandonar aquel estado de indolencia que consiguio, un poco milagrosamente y sin proponerselo, aquella tarde.
Subia y bajaba al rio, en busca de agua. Estaba sola. Se sentía única. A lo largo de los años, habia superado absolutamente todos los obstaculos. Al principio vivia de lo que podia cazar o recolectar en las cercania. Luego, cuando ya hacia varios años que habitaba la choza, seres invisibles que ella suponia aldeanos comenzaron a dejarle ofrendas de comida en las cercanias. Decidio alimentarse solo de estas ofrendas. Las iria reduciendo cada vez mas hasta lograr un ayuno completo. No podia dejar que nada, que ninguna necesidad, la alejase de aquel estado de liviandad. Lo superaria todo: El hambre y el frio, el miedo y la soledad.
Los primeros tiempos la atormentaban sueños horrendos en donde era perseguida por oscuros demonios. Muchas veces penso en escapar de allí, pero logro mantenerse firme. Poco a poco, habia obtenido una determinacion a toda prueba. Si los demonios la acechaban en sus sueños, entonces dejaria de dormir. Dominaria al sueño, y algun dia tambien dominaria la sed. Conseguiría el desapego absoluto, la mas perfecta inmovilidad, el mas perfecto conocimiento que consistia en ya no conocer nada. Soñaba con ser absolutamente libre, con alcanzar una esfera en donde la amenaza de recaída fuera imposible. Un sitio en el que ya no hubiera un puente de regreso al mundo. O la forma de destruir todos los puentes.
En su inagotable busqueda de este cielo, Romila habia descubierto una infinidad de pequeñas verdades. Una de estas, quizas la mas paradojica, era que no existia cielo alguno. El universo era eterno, no habia dioses, nada podia destruirse completamente ni crearse a partir de nada. Hasta la mas insignificante de las alimañas podia alcanzar la mas completa suficiencia y la total independencia. Le asignaba a estas verdades el justo valor en su corazon, pero se cuidaba de comunicarselas a los cada vez mas frecuentes viajeros que llegaban hasta su hermita buscando respuestas. Habia aprendido que las respuestas son incorrectas dentro del mundo y, fuera del mundo, son innecesarias.
Y Dia tras dia, año tras año, Romila se internaba en la soledad de su alma. Era un descenso o un ascenso muy leve, una flor que poco a poco perdia los petalos. Poco a poco dejaria de encontrar diferencia entre el frio y el calor o entre el dia y a la noche. Y luego, un dia cualquiera, descubrio que ya no tenia que bajar al rio. Y entonces Romila desapareció.
O al menos, eso fue lo que creyeron los habitantes de la aldea cercana. En efecto, los viajeros de comercio que cada tanto atravesaban la montaña y que eran los que le dejaban las ofrendas - pues Romila habia adquirido una solida fama de santa - habian encontrado vacia su choza. Como no encontraron rastros de violencia, supusieron que se habia marchado. Y era cierto. Romila se habia marchado, aunque no muy lejos. Y es que si los viajantes hubieran penetrado la arboleda por cierto punto preciso, y hubieran seguido un corto pero dificil sendero oculto entre la vegetacion, habrian hallado a Romila meditando bajo la higuera.
Se habia sentado a meditar, como tantas otras veces, sin saber que ya no tendria motivo alguno para levantarse. Las piernas, demasiado flacas, ya no tenian fuerzas para volver a ponerla sobre sus pies. Romila habia cerrado sus ojos y, luego de un tiempo indeterminado, habia visualizado un Padma de infinitos petalos. Entonces supo que lo habia logrado. Si se hubiese podido mover, habria sonreido. Habria lanzado un grito de alegria. Pero su cuerpo, aquel amasijo miserable de tendones y huesos, yacia derrumbado en posicion de loto como si se tratase de un cascaron vacio. Todo su cuerpo era oscuro como el carbon, desde los parpados a las puntas de los dedos. No sentia absolutamente nada. Ni el mas minimo dolor, ni la mas minima molestia. Supo que habia conseguido despegarse de su propia existencia material. Su cuerpo ahora era una roca. Podia permanecer en esa misma posicion sin comer, sin beber, sin dormir, sin respirar, sin siquiera pestañar. Soportaria eternidad tras eternidad.
Los dias pasaron y con estos los meses y los años. Los vientos y la lluvia azotaron la choza hasta destrozarla. Las vigas cedieron, se derrumbaron y se pudrieron. Los pastos crecieron engullendo los senderos que Romila habia trazado con sus pies. La pequeña abertura en la arboleda, tal vez el ultimo puente material que la unia con el mundo, se cerro definitivamente.
Y aquella roca de forma humana, antes Romila, continuo aun por incontable cantidad de tiempo en una extatica consciencia de si misma y de su enorme poder. Su poder consistía una paradoja, la de poder lograr absolutamente todo lo que se propusiera cuando precisamente habia llegado a no desear absolutamente nada.
Y luego, cuando penso que ya nada podia turbar aquel estado en el que se hallaba, experimento un estallido. Llego sin previo aviso, sin ningun razonamiento previo puesto que ya no razonaba en absoluto. En un instante infinitamente pequeño Romila sintio que su espiritu se expandia a una velocidad devastadoramente vertiginosa, tan rapidamente que apenas en ese instante alcanzo la medida exacta del universo - que como todos lo sabios concuerdan es infinito - solo para despues contraerse, a igual velocidad, en un punto infinitesimalmente pequeño, tan pequeño que seria imposible imaginar uno menor. En este movimiento Romila comprendio que quemaba sus naves, que eliminaba todo rastro de si misma, de su existencia presente y de todas sus existencias pasadas, y tambien supo - mientras todo succedia - que esto era necesario, que era completamente necesario para que pudiera surgir lo otro, aquello que desconocia pero que tambien era ella misma, que de hecho era mas ella misma que eso otro que habia sido toda su vida, porque era eso otro, es decir, ella misma, lo que aquel ultimo fuego borraba. A todo eso le llego la muerte, la aniquilacion, la nada.
Pero lo otro, aquel atomo despersonalizado y autonomo, quedaria impoluto y, finalmente liberado de sus ataduras, limpio de cualquier cosa que lo atara a este mundo, permaneceria para siempre bajo la higuera.
Si alguna vez alguien llegara a aquel sitio, seguramente no veria gran cosa. Solamente una higuera, una vieja estatua de piedra y cierto parpadeo intermitente que, sin dudas, confundiria con el clarobscuro de los rayos del sol filtrandose entre los arboles.
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