Sentada en un tren. No podria describirla mejor. Lo mas importante era esto: una sandalia balanceandose en su pie, sostenida solamente por la tira de cuero que, sujeta entre su primer y segundo metatarsiano, asemejaba a un hueso entre las mandibulas de un perro. La parte de la sandalia que en donde deberia apoyarse el arco y el talon, flotaba en el aire. Parecia estar apoyado en una tarima invisible, como si fuese una obra expuesta en algun museo de vanguardia. El pie era largo y combado, y me recordo a los arcos compuestos con los cuales los persas batian a los helenos de las costas del mediterraneo. Aunque lo realmente hipnotizante, a fin de cuentas, era el bamboleo de la sandalia, el movimiento pendular, siempre cayendose del pie pero siempre sin terminar de caerse. La frase "pie descalzo" iba y venia en mi cabeza como una pelota de Ping Pong. Que molesta esa sensacion de no saber si un pie esta calzado o descalzo.
La vi, despues de un buen rato de mirar en torno al vagon, casi al final del mismo. Habia estado regodeandome en un grupo de ancianas chillonas y francamente desagradables. Todo el malestar del que era capaz se habia agotado en un odio sostenido hacia las ancianas. Agotado mi mal humor en un torrente de insultos y juicios perversamente demoledores hacia las viejas, mi mirada se pasaeaba como un estoico se habria paseado por la Stoa. Me preguntaba entonces si no existiria ya alguna secta que buscase hallar la tan ansiada paz del alma en un desahogo mediante el odio, a traves de un odio puro y destilado, trabajado a traves de los años como el acero de los herreros japoneses, un odio puro como el acero de alto carbono.
Entonces que vi el pie y la sandalia. Y la cabeza. Una cabeza voladora, pense. Una cabeza que, como un diente de leon, hubiese entrado volando por la ventanilla abierta del tren, para quedar accidentalmente depositada sobre el respaldo de un asiento. Alguna vez, en otro tren, habia leido un relato japones que hablaba de una cabeza en una caja. Moryo no hako, se llamaba. Era una novela policial y de misterio. Como siempre, habia un asesino. Como siempre, un detective debia atraparlo. Y habia cuerpos, cuerpos de mujeres descuartizadas. Torsos, brazos, piernas, muslos, costillares que aparecian aqui y alla diferentes partes de la ciudad. Jack the Ripper Style. Pero las cabezas no aparecian. Luego habia una escena, donde el narrador viajaba en tren. Tenia los ojos cerrados, dormitaba. De repente, siente que alguien se le sienta enfrente. Nada raro. Tren de media distancia, asientos enfrentados para cuatro personas, como si fuese una mesa de poquer. Escucha voces, dos. Una de hombre, otra de mujer. No le presta atencion. Dormita. En un momento, como es obvio, se despierta. Abre los ojos. Solo ve a un hombre. Piensa que se quedo dormido. Tal vez soño la voz de la mujer, tal vez la mujer ya se bajo del tren, tal vez el hombre es ventrilocuo. Vuelve a cerrar los ojos, a los pocos segundo escucha nuevamente la voz de la mujer, susurrante, clara como un arrollo en primavera. Sobresaltado, abre los ojos. Solo esta el hombre de traje. Lleva galera, como Jack. Pero en vez del maletin, lleva una caja. Es una hermosa caja de madera pintada con motivos de pajaros, el estilo es el de la escuela Kano o alguno muy similar. La caja es rectangular, un ortoedro. La lleva en las manos como una urna o un jarron, de forma horizontal. Se le ocurre que es una jaula para algun animal, aunque no lleva ningun tipo de abertura. Siente un escalofrio. Vuelve a escuchar, muy quedos, como si vinieran de otro mundo, gemidos que parecen venir sepultados por metros y metros de algodon. Hay algo cristalino, enloquecedor en esa voz. Algo que nunca antes habia oido. Una idea terrible se le ocurre. Es tan descabellada, tan pesadillesca, que no puede expresarla. Ni siquiera sabe que la tiene, a la idea. Entonces mira al hombre, que a su vez lo observa a el, con una sonrisa de tiburon. Los ojos del hombre brillan con locura, tienen la fijeza de los locos. Hay algo de chivo en sus facciones. Asi, sonriente y risueño, parece el presentador de algun circo de variedades. El protagonista nota que hay una pregunta en los ojos del hombre. Los ojos, como la boca, se contraen en una sonrisa muda. Hay una pregunta en el silencio; hay una pregunta en los ojos. El hombre no la hace, pero el protagonista entiende. ¿tuvo la idea terrible antes o despues de ver los ojos del hombre? ¿fue la pregunta la que catapulto la idea, esa idea imposible, impensable? La pregunta decia: "¿quieres ver lo que tengo en la caja?". El hombre se lo pregunto con los ojos. El protagonista no dijo nada, pero tambien respondio con solo una mirada. Una mirada casi involuntaria, pero sincera al fin, porque los ojos no mienten. "Si, quiero", dijo el protagonista en esa charla muda e intima, entre el pasajero con la caja y el pasajero sin la caja. El hombre de la galera hizo entonces una reverencia, o tal vez un asentimiento, y entonces, lenta, tortuosamente, comenzo a levantar la tapa corrediza de la caja. A medida que se formaba el cuadro, todo alrededor se desvanecia, se desdibujaba en un sudor frio en donde no existia nada mas que la sonrisa del hombre y sus manos palidas levantando poco a poco la tapa de la caja. Poco a poco, poco a poco... y ahi estaba, la cabeza.
Asi veia yo la cabeza (claro que era una ilusion optica, el respaldo del siguiente asiento ocultaba el cuerpo de la mujer, de la que solo sobresalia la cabeza por arriba, y el pie con la sandalia por el costado, en el pasillo.
¿que diremos de la cabeza? ¿era hermosa, como la de la diosa Izanami? ¿o era candido y resplandeciente como el de Amaterasu? ¿era, como en el cuento de antes, una belleza palida y languida, que susurraba cosas desde el interior de la caja? Bueno, para ser sinceros, ninguna de estas y, al mismo tiempo, una mezcla de todas. Una cara mas ancha que larga, de facciones duras y angulosa, de tono pardusco, mas bien olivacea. En todo su conjunto, bastante vulgar. Y pese a todo, era una cara que relucia como una perla, como una mascara mortuoria. Su expresion era vaga, ¿como saber si esa sonrisa era la que antecede a la risa o al llanto? La belleza de la cara se constituia un poco por superposicion de capas, como en los cuadros impresionistas. Una cara a lo Monet. Eran lo vago de sus expresiones (las cejas, los movimientos de la nariz, el gesto ambiguo de la boca) sobre esa cara esculpida, demasiado delineada sobre el hueso, lo que la hacia atractiva.
Instintivamente supe que escuchaba. Estaba escuchando a alguien. Cada tanto amagaba palabras, replicas que yo imaginaba desdeñosas, incisivas. Estaba soportando. Aguantaba una reprimenda, un sermon, una historia ya oida muchas veces. La fijeza de sus ojos, perdidos en un punto como los de un ciego (a lo mejor era ciega realmente) parecian delatar que estaba ausente. Hablaba pór lo bajo, mirando para otro lado, entre suspiros y chasquidos de lengua. Susurraba replicas como la cabeza en la caja. Los dientes eran blancos y pequeños, cada uno identico al resto, por lo cual, para el relato que les cuento pero que en ese momento me contaba a mi mismo, la bautice Berenice, en honor al Gran Poe. Por lo cual ahora puedo pasar a tercera persona y decir que Berenice escuchaba con impaciencia a su madre (porque ahora veia a la otra, sentada al lado, en el asiento de la ventanilla). La escuchaba como si ya estuviera acostumbrada a estar harta de ella. Acostumbrada a no terminar de acostumbrarse. La otra mujer era vieja. No tanto como para ser su abuela, pero si su madre o su tia o una hermana demasiado mayor. La reprimenda podia venir por cualquier lado. Tal vez Berenice, que podia tener tanto quince años como treinta, no habia respondido una llamada. Quizas su madre odiase a su yerno, o vicerversa. Podia ser cuestion de pitos o cuestion de plata. A lo mejor Berenice era una inutil, a lo mejor no lo era, a lo mejor no llenaba alguna de las descabelladas ambiciones maternas. Porque un solo vistazo a su madre me alcanzo para comprenderlo. Era de esas mujeres que viven, como una tenia o alguna especie de parasito, directamente de la sangre de sus hijos. Quizas Berenice no era bailarina ni abogada ni cantante. A lo mejor todavia no se habia mudado. O se habia mudado demasiado pronto.
Hacia un calor terrible arriba del vagon. El polvo se arremolinaba, entraba y salia por las puertas y ventanas. El vagon era un avispero de polvo. Berenice cabeceaba. Decia "si Mama" y "bueno mama" y "esta bien mama" (en realidad no podia oirla, esto era pura especulacion, puro cuento) mientras por lo bajo apretaba sus hermosos dientes, y cuando los apretaba toda la mandibula cobraba forma, una forma de pera, dura y redonda, y viendola sonreir con los dientes apretados yo pensaba en la malefica sonrisa de las calaveras. Y entonces "Si mama" y "no mama" y "esta bien mama", y seguramente por lo bajo un "morite mama", "metete en tus asuntos mama", las estaciones pasaban una tras otra y yo ya comenzaba a sufrir por Berenice. Mi corazon se inclinaba hacia ella como se inclinarian ante cualquier animal luchando con su parasito; Como se inclinaria ante la pobre vaca asediada por los tabanos. Varias veces pense en levantarme, en caminar directamente hacia ella, ¿para que? No lo sabia muy bien. Podia tener tanto quince años como treinta. Cualquiera de las dos opciones era inconveniente. La autoridad de la madre resultaba justificada en la primera, vergonzosa en la segunda, ¿cual seria la tercera? Estaba buscando esta tercera posibilidad, la que me facilitara la apertura cuando, vencido por el calor o la modorra, me quede dormido.
Dormi casi media hora. Sentia el sol, rojo mar de sangre, pasar a travez de mis parpados. Mi cabeza repiqueteaba contra el sucio cristal de la ventanilla. Parpadee y me restregue los ojos como haria un niño, que por cierto es lo que siempre soy apenas me despierto. El sueño que tenia tardo aun unos segundos en desintegrarse. Entonces recorde a Berenice, y volvi a buscarla con los ojos como si volviera a abrir un libro en la hoja señalada. Aun estaba ahi. Se habia dormido. Las piernas, cruzadas, se extendian a lo largo del pasillo. Llevaba un pie descalzo. La sandalia rodaba por el piso del vagon.