Estaba en el colectivo y me dolian los pies. La meta estaba en sostener el Vodka y el Ron, delicadamente verticales como estaban en el piso del colectivo, dentro de su bolsita de papel marron. Cada vuelta y cada frenada amenzaban con volcar las botellitas, ocasionando una catastrofe de proporciones biblicas.
Para evitar esto, yo intentaba, mientras mi brazo izquierdo colgaba tortuosamente del pasamanos, y mientras mi otra mano sostenia el libro que gallardamente estrangulaba bajo el sobaco, encajonar las botellas con mis piernas, con un movimiento que era mezcla de un apretar cangrejoide y danza de apareamiento.
El señor de remera roja, muy barbuda su barba como era, muy culo gordo todo su gordo culo, con anteojos , leia un libro por el capitulo 51. Yo estaba enormemente fragmentado: Mi espalda se torcia y retorcia y emanaba una y otra vez de si misma como el agua de una fuente, nerviosa y callada. Hacia el este, mi brazo buscaba el auxilio de mis ojos para retomar el libro que ya exalaba sus ultimos suspiros, mientras que hacia el oeste el otro brazo se aferraba al amarillo pasamanos como una madre a sus hijos, con la rabia de una boa, y las piernas crac-crac contra las botellas tilt-tilt-tilt.
Mis ojos no ayudaban por una buena razon: buscaban descifrar el mensaje que el señor de remera roja, tan sentado como estaba sobre su culo castillo, digitaba en su minusculo celular. Este decia mas o menos asi: "Puedo... puedo ganar... todo eso y mas o... pero tambien... Tal vez pueda ganar todo eso y mas, pero tambien puedo perderlo todo (gran frenada, peligrosisimo bamboleo del Vodka y el Ron, conmocion mundial y reunion de emergencia por parte de la ONU y el Club de Paris, habra responsables) ... Terapia, no hay nada que hacer... siempre fui asi y no voy a cambiar ahora... porque..."
Dejo de leer. Terapia. Simplemente un jugador. Algo decepcionante el final del mensaje si tenemos en cuenta las enormes posibilidades peliculescas de sus comienzos. Pequeña decepcion de mi sentido estetico, decepcion que no obstante recuperaria al momento siguiente, pues nadie habia notado que el señor de remera roja tenia un inmenso bicho en el hombro.
Era un enorme bicho negruzco, un verdadero horror, Abbadon en miniatura. Nadie lo notaba, era increible. El monstruo tenia el tamaño de una pelota de ping pong, y estaba bellamente lleno de pelos duros y de patas largas y afiladas. Revolvia las dos de adelante por toda su cara y por sobre la remera roja del pobre señor adicto al juego. ¿Como, como era posible que nadie lo notara? Si yo con mis brazos y pasamanos y mi libro bajo el sobaco, y con las botellas en plena crisis lo veia, ¿como nadie notaba esa quimera sobre la superficie roja y uniforme? Era un ser mitologico sobre un fondo de sangre, un dragon miniatura sobre la alfombra roja. ¡y lo tenia en el hombro! Creo que es casi absurdo decir que entonces me apremiaban el asco y la angustia mas horribles. Ahora comprendia a Poe, ahora comprendia a Kafka. Toda la maravilla y todo el terror del mundo estaban en mi impotencia para avisarle a gritos al señor que cuidado, que ese bicho estaba en su hombro, que en cualquier momento las patas peludas y endurecidas atravesarian milimetricamente la fibra de algodon de su remera, y que entonces no podria ya hacerse nada y el sentiria minisculos pero enloquecedores pinchazos en el hombro. Aun peor, podria succeder que la abominacion decidiese al fin moverse sobre el cuello, o que intentara meterse debajo de la remera, tal vez atraido por la barriga del señor en cuanto que albergue transistorio. ¿Y que pasaria si por una frenada violenta el maligno insecto volase arrojado directamente no digamos al celular del señor, sino a su mismisma nariz? ¿Puede alguien predecir los resultados de esa tragedia? El señor seguramente gritaria, sus ojos se abririan como platos y tal vez incluso arrojaria, preso de un terror indecible, el celular por los aires.
Casi me dio lastima, crucificado y todo como estaba entre las botellas y el pasamanos, comprender que en tal caso, altamente probable gracias a la insensibilidad del chofer para con los semaforos, el señor indefectiblemente giraria su jeta anteojal directamente hacia la ventanilla y que el golpe no podria menos que matarlo. Y esto no era todo. Existia naturalmente la posibilidad de que el bicho quedase en su salto del lado equivocado de la mejilla, y que entonces el giro del señor lo aplastase brutalmente contra la ventanilla de vidrio plastificado. Este era sin dudas el peor panorama para el señor de remera roja. Sentiria entonces no solo el duro golpe del vidrio contra la mandibula y el parietal izquierdo, sino tambien una materia en parte viscosa (las tripas de Abbadon, que yo imaginaba una pasta blancuzca como la de las cucarachas) en parte crocante aplastarse contra su mejilla. Sentirian sus dientes, gracias a dios protegidos por los musculos y elasticos de la mandibula, la dureza y la tibieza del cuerpo destrozado del bicho, e incluso cabia la posibilidad de que un chorro, minusculo pero no por eso menos horrible, de algun fluido mefitico le llegase a la comisura de los labios. ¿Que amargura, que acidez o que dulzura lo asaltarian entonces con un asco arcaico? ¿Podria el señor de remera roja olvidar ese pequeño instante de sabor insectoide en las fronteras de su boca? ¿Cuantas noches se despertaria asustado, imaginando tener la boca llena de langostas? ¿No correria entonces al baño a escupir y a hacer arcadas? ¿Seria posible imaginarlo llendose a dormir sin un vaso de agua en la mesita de luz? ¿No se volveria un adicto a los dentifricos y a las pastillas de menta?
Pobre señor, yo no podia ayudarlo. Estaba demasiado dividido como para recomponer a tiempo mis partes y avisarle a gritos y gorgorismos que el bicho y la espalda y el culo y la mejilla. Ademas, me bajaba en la proxima. ¿podria alguien, en las paradas subsiguientes, desvelar tambien el secreto, advertir el amenazante demonio y ser Belerofonte? Dificilmente. Todos tenian culos y tenian celulares. Nadie notaba el bicho, nadie tenia botellas, nadie miraba los hombros de señores gordos. ¿Podria el darse cuenta de su suerte por si mismo? Imposible, imposible porque nadie predice su propia muerte, y ademas estaba la negacion. Su hombro era demasiado grande y su cuello demasiado corto... aunque tal vez lo habria podido ver por el reflejo de sus anteojos, pero entonces estaria la negacion, la psicologia cristiana, el autolavaje de cerebro: "No, yo para nada tengo un bicho en el hombro. Espejismos, puros espejismos y juegos de la mente", diria seguramente el señor.
Finalmente me baje del colectivo con ambas botellas sanas, ahora felizmente tintineantes y coloridas como un arbol navideño. Cuando el colectivo arranco, pude ver con vida por ultima vez al señor de remera roja. Moriria unas tres paradas despues, justo antes de llegar a Liniers. Yo lo leeria en los diarios al dia siguiente. Sentiria una vaga culpa, rapidamente mitigada por un analisis que me autoabsolveria al cabo de unos minutos, y ademas estaba mi natural desinteres para con la gente culona. Solo una cosa me persigue: Es mi ultimo vistazo sobre el bicho, con el colectivo arrancando y la sensacion de no retorno. Era una mancha negra y asesina sobre otra mancha roja y ondulante, era la angustia de sentir un globo a punto de reventarse.
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