7 ene 2019

Vencedores Vencidos

  
A Osvaldo Bayer

                                                                                I

El flamante decimo regimiento de Caballería, bajo el mando del coronel Héctor Benigno Varela, esperaba ahí afuera. Desde adentro, ellas podían sentirlos. Era un olor inconfundible, una mezcla de tierra, sudor y brutalidad: el olor típicamente rancio de los soldados.

                                                                              II

Benigno, curioso nombre para un General del ejército argentino en la época de Don Hipólito. El regimiento había sido enviado a negociar un acuerdo con los peones del Sindicato. Claro que por negociar me refiero a romper cabezas, que es la única manera en la que negocian los militares. Los peones querían tiempo o plata. O Velas, o quizás jergones de paja para dormir. Cosas así, simples. No eran muy ambiciosos, o quizás sí. En una de esas a lo mejor querían dignidad, pero solo tal vez.

                                                                             III

¿para qué carajos querían lo que fuera que quisiesen? El coronel no tenía tiempo para andar perdiendo con mulas de ideas raras. Un peón valía la décima parte de una mula. Además de más barata, la mula tenía la gran ventaja de carecer completamente de aquellas nuevas invenciones ideológicas sobre dignidad o derecho. Las cosas – pensaba el coronel – siempre habían sido así; Y no iban a cambiar mientras a él le quedara hilo en el carretel. Y al que no le gusta, a la picota.

                                                                              IV

- Preparen, Apunten... ¡Fuego!


                                                                               V

La pacificación (es decir la cacería) había durado casi un mes y los soldados estaban cansados. Tanto romper huelga cansaba a cualquiera. Y esos que los soldados del décimo no tenían precisamente fama de flojos. Pero claro, el aire cortante y seco de Chubut no se respiraba igual que la niebla de Buenos Aires. Era un ambiente completamente diferente. Árido, celeste, un desierto que castigaba. Pero, pese a todo, habian cumplido bien, si señor. Habían roto la huelga rompiendo cabeza a cabeza, pierna a pierna, peón a peón. Meta y meta pacificar hasta que se les acababan las balas de los fusiles.

                                                                           


                                                                      VI



Carta del Coronel Varela a Hipólito Yrigoyen, presidente de la Republica, Fragmento:

Los soldados demostraron en el campo de Batalla, señor presidente, ser Hombres de la patria. Machos, Valientes, católicos. Argentinos bien nacidos, para ponerlo en una frase. Sepa que hemos fusilado sin asco, sin contemplaciones, a todos los elementos subversivos que agitaban a las masas que, confundidas, seguían a estos enemigos de la nación hacía unos descabellados conceptos foráneos. No nos tomamos el trabajo de deportar a los extranjeros que, como sabrá, integraban la mayoría de los cabecillas de la huelga. Polacos, Españoles, Rusos, Alemanes, Chilenos. Los fusilamos directamente y a todos juntos. Que Dios se encargue de separarlos. Ahora bien, sobre el número de bajas… (Continua)


                                                                              VII

- Pero por suerte - le dijo un soldado a otro - se acabaron los peones antes que las balas de los Mauser.
- Las bayonetas no se gastan nunca - acoto otro desde más atrás. Todos cuadraban firmes bajo el sol inmenso.

                                                                              VIII

Se les había prometido un premio (el coronel había ordenado ronda de putas) y ahí estaban, con sus botas polvorientas y el fusil al hombro, esperando en la puerta o en la vereda del frente, refugiándose en la sombra de algún árbol o apoyados contra el paredón pintado con cal. Algunos, los mas ordenados tal vez, o tal vez los más ávidos, hacían una fila. Podían ser un hatajo de simios al borde de la locura, pero la marcialidad, ante todo.
Corría la tarde inútilmente. Inútilmente esperaban en fila ante una puerta que seguía y seguía cerrada.

                                                                               IX

Se cree que el 27 de enero de 1923 un anarquista de origen Alemán, Kurt Wilckens, arrojo una bomba al carruaje del Coronel Varela. No contento con esto, le disparo 4 veces. Cuatro veces, justamente las mismas que el Coronel ordenaba pegarle a cada peón rural capturado en Chubut.

                                                                                X

Era una cosa increíble, pensaban los militares ahí apostados. Les dolían los pies de machacar piedras y cráneos bajo las suelas. Los sables, cargados como esponjas de la sangre de los peones, estaban más pesados que nunca.

                                                                                XI

Sabían que las esperaba el rebenque, los golpes, la cárcel, la tortura. Sabían que las aguardaba el destierro. Y aquí es donde la literatura sugiere agregar que "o algo peor", pero es ridículo, porque no hay nada peor que la tortura.

                                                                                XII

Ya indignados por lo que consideraban una clara falta de respeto hacia los servidores de la patria (Porque ellos habían ido hasta ahí, hasta el culo del mundo, desde Buenos Aires a poner las cosas en orden para el bien de todos, que carajos) los soldados comenzaron a dar el "¡abran!" a viva voz y a aporrear la puerta. El premio prometido era el premio prometido y nadie le iba a sacar el hueso de entre los dientes a los héroes de la patria.


                                                                               XIII

Consuelo García. Edad: 29 años. Nacionalidad: Argentina. Estado Civil: Soltera. Profesión: Pupila en la casa de tolerancia "La Catalana". Angela Fortunato. Edad: 31 años. Nacionalidad: Argentina. Estado Civil: Casada. Profesión: Pupila en la casa de tolerancia "La Catalana".  Amalia Rodriguez. Edad: 26 años. Nacionalidad: Argentina. Estado Civil: Soltera. Profesión: Pupila en la casa de tolerancia "La Catalana".  Maria Juliache. Edad: 28 años. Nacionalidad: Española. Estado Civil: Soltera. Profesión: Pupila en la casa de tolerancia "La Catalana".  Maud Foster. Edad: 31 años. Nacionalidad: Inglesa. Estado Civil: Soltera. Profesión: Pupila en la casa de tolerancia "La Catalana".  Paulina Rovira. Edad: 46 años. Nacionalidad: Española. Estado Civil: Soltera. Profesión: Propietaria de la casa de tolerancia "La Catalana". 


                                                                                XIV

La puerta, una sucesión de tablones cerrados, machacados, encunados y luego pintados de verde, se abrió y Paulina Rovira se asomo tras ella. Paulina barrio a los soldados con la mirada y cerrando la puerta fue directamente hacia uno. Paulina era la máxima autoridad del bulo y tenia facilidad para reconocer a quien, como ella, tenía el oficio de mando.

                                                                               XV

Suboficial - dijo el Suboficial, como para dar a entender tanto su rango como la importancia del mismo. En el tono de su voz estaban tanto la sorpresa como el reproche. Y por supuesto, también la exigencia, la exigencia inmediata y sin dilaciones de abrir la puerta. Paulina lo noto de inmediato. Hacía mucho que había aprendido a leer segundas intenciones en las palabras y en los rostros de los hombres.

                                                                               XVI

- Compañeros, ustedes hagan como les parezca, pero yo no me rindo. No soy carne para tirar a los perros - Había dicho Soto, a quien todos conocían como "El Gallego". Los obreros rompían la huelga. Era, decían, una locura enfrentarse al décimo de Caballería. Romperían la huelga y soportarían el castigo, así como soportaban el frio, el sueño y el hambre. Como habían soportado siempre. Pero El gallego había dicho que no se rendia. Con ese olfato que tenía, podía oler la carne quemada antes de que siquiera hicieran el fuego. Soto partió hacia la cordillera acompañado de algunos apostoles valientes. Algunos, entre ellos los mismos soldados que fusilarían a los peones apenas estos se rindieran, decían que Soto fue un cobarde y un traidor que, como todos esos inmigrantes de pacotilla, hablaban mucho, pero luchaban poco. Todo lo contrario del argentino de buena cepa, que como era sabido era de pocas palabras, pero de muchas acciones. Otros, entre ellos el mismo Soto, pensaban que se había salvado milagrosamente, casi por los pelos, y que obrero que huye sirve para otra huelga.

                                                                               XVII

Antes, en otro tiempo, habían estado solos en una piecita de Buenos Aires. Maud, todavía hija de los Forster, y Kurt, todavía Wilckens. Se habían conocido en el barco que hacia el trayecto Cataluña - Buenos Aires. Ella se presentaba como Miss Foster y el cómo Herr Wilckens, ex soldado de la primera compañía del Garde Schultzen Prusiano. En realidad el era un anarquista que venía de hacer estragos en Norteamérica. Ella, aunque todavía no sabía muy bien lo que era, sentía que tenía el potencial para ser cualquier cosa. Inmediatamente se llamaron mutuamente la atención. A ella le gustaron los ojos azul acero del Alemán, rodeados por un halo de misterio. A el quien sabe que fue lo que le gusto, pero pueden haber sido varias cosas.

                                                                                 XVIII

Kurt era siempre callado y tranquilo, y Maud había llegado a creer que ese hombre taciturno solo abría la boca para tres cosas: comer, alabar a Tolstoi y explicar las bases del anarcosindicalismo. Sin embargo y pese a todo, pero más que nada gracias a que Maud era una inglesa bastante atípica (es decir atrevida y dueña de una naturalidad muy poco ortodoxa) fue que solo le costó unos días persuadir ese pacifista a que siguiera por una vez sus impulsos animales y se acostara con ella. Así habían estado desde entonces, en una relación que era una cuerda floja entre la cama y la actividad panfletaria. Algo le decía a Maud que aquella seria la última vez.
- ¿Liebst du mich, Inglesita? - le pregunto Kurt, como le preguntaba siempre. Lo hacia un poco para tranquilizarla, para intentar lograr una continuidad con las palabras, para disfrazar el sentido de lo inevitable.
- Si - murmuro ella por única respuesta al tiempo que lo abrazaba, que se ceñía desnuda contra él, como si en ese último abrazo quisiera compensar todo el futuro que no tendrían, que no podrían tener.


                                                                                    XIX

"No fue venganza; yo no vi en Varela al insignificante oficial. No, el era todo en la Patagonia: gobierno, juez, verdugo y sepulturero. Intente herir en el al ídolo desnudo de un sistema criminal. ¡Pero la venganza es indigna de un anarquista! El mañana, nuestro mañana, no afirma rencillas, ni crímenes, ni mentiras; Afirma vida, amor, ciencias; Trabajemos para apresurar ese día" (Kurt Wilckens, Carta enviada desde la prisión fechada el 21/5/1923)


                                                                                  XX

El vapor, que tenía como destino el puerto de Liverpool se alejaba infatigable de Buenos Aires. Mister Forster y su esposa volvían a casa. Habían perdido una hija, si.  O mejor dicho, la pobrecita se había perdido sola. Iban a tener que inventar alguna excusa: una enfermedad, una muerte accidental, o una fuga que justificase su indignación ante amigos y parientes. Al menos llevaban consigo a su nieto. Era un bebe precioso. A Maud, que ya era Forster solamente de apellido, la habían dejado en Buenos Aires para que se las arreglase como pudiese.

                                                                                 
XXI

Fecha: Diecisiete de Octubre de mil novecientos veintidós. Lugar: Bahía de San Julián, Chubut, República Argentina. Situación: Resistencia a la autoridad.

- Suboficial, las pupilas se niegan.
- ¿Se niegan? - pregunto el, más repitiendo lo que oía para dar crédito a sus oídos que solicitando una confirmación. Paulina sostuvo en su mente un segundo la cara de desconcierto del militar y luego contesto.
- Dicen que no quieren.
- Abra esa puerta o la tiramos abajo. Resistirse a una orden del ejercito es traición a la patria.


                                                                                 XXII

Desde las fosas comunes en donde se pudrían, las risas agitaban los cuerpos de los obreros.

                                                                                 XXII

¡A los uniformes de la Patria no se los desprecia! bramaba un soldado mientras asestaba culatazos a la cerradura de la puerta. Sentía una enorme resistencia del otro lado. Era la resistencia de una barricada humana.


                                                                                 XXIII

No abriremos. No vamos a salir. Ni ellos a entrar. No tendremos voz, ni aquí ni en ningún sitio. La historia no registrara nuestras voces. No podemos dar testimonio, lo se. Pero podemos no darles, al menos, nuestros cuerpos. nos han dejado un lugar mínimo: estas habitaciones que son como celdas. Nos han dejado un lugar mínimo: nuestros cuerpos... no, ni siquiera nuestros cuerpos. Pero si, dentro de estos cuerpos, nos han dejado al menos la conciencia. Y esa, esa sí que no la vendemos. Así que, compañeras, ármense con lo que puedan. Vos, gringa, agarra ese palo y vos, gallega, el cuchillo de la cocina y - ya escucho golpear la puerta - vayamos todas a echar a esas bestias.
                                                                              XXIV

-¡Asesinos!
- ¡Mierdas!
- ¡No me acuesto con Canallas!
- ¡Cabrones hijoéputas!
- ¡Fuera mierdas, que aquí no nos acostamos con Asesinos!

                                                                             XXV

Las filas del décimo regimiento de Caballería, al mando del Teniente Coronel Héctor Benigno Varela, se rompieron frente al regimiento de las pupilas de san Julián. La Batalla fue corta pero sangrienta y, aunque las armas de las putas eran de peor calidad (mayormente escobas y rastrillos) y aunque en números estaban tres a uno abajo, la ferocidad de las combatientes (Maud, la gringa, sabia manejar el hacha y a menudo cortaba leña) les permitió convertir la bravuconada de los soldados en una pequeña Batalla de las Termopilas. Los soldados pasaron de la indignación (ese "No" mayúsculo e increíble, porque era cosa de no creer) a la risa (había que ver a esas cinco putas intentando frenar el ingreso de soldados armados con sables y fusiles) luego a la rabia (porque increíblemente esas putas peleaban con uñas y dientes, y no paraban de gritarles barbaridades a ellos, precisamente a ellos que eran heroes) y finalmente a la furia (porque el prostíbulo quedaba en el pueblo y la gente ya se arremolinaba para ver como la solderia fusilaba a las putas)

                                                                              XXVI

Cuando uno de sus soldados se calzo el fusil al hombro, Varela dio el alto. Sabía que, si empezaban a disparar, la cosa terminaría maravillosamente rápido. Habían fusilado a mil quinientos obreros. Claro que lo habían hecho en la frontera, al amparo de las miradas indiscretas de los civiles. Si disparaban ahora todo el mundo vería que el ejército le disparaba a mujeres desarmadas. Varela comprendió el desafío que le lanzaban las putas: no podían dispararles. No quería victorias pírricas, y por eso dio la voz de alto.


                                                                            XXVII
- Llame a la fuerza pública, Sargento - Dijo el coronel - que nosotros nos estamos para fusilar yiros.
Y entonces intervino la policía. Las malvivientes, nunca mejor llamadas "mujeres públicas", fueron detenidas por los agentes y trasladadas a la comisaria del pueblo.

           
                                                                              XXVIII
- No hace falta preocuparse, mi Coronel. Ya están todas en la comisaria. Si, por supuesto. Las estamos tratando como las damas que son. Quédese tranquilo que van a recibir el trato que se merecen. Y apenas salgan se van a ir cada una para su pago, por supuesto, por descontado que no vuelven a pisar la provincia y, si es posible, el suelo patrio.
- Por lo demás, Sargento, pura civilidad, ¿me entiende? No hay que hacer un escarnio público de esto; No quiero darles fama a estos yiros, ¿me entiende? Me las atiende bien ahí adentro, que cuenten todo lo que tengan que contar, y después calladitas me las saca con una buena y silenciosa patada en el culo del pueblo, ¿se entiende?


                                                                              XXIX
- ¿Que vais a hacer cuando salgais? - Les pregunto Paulina.
- Yo ya termine acá, me iré más al sur, a donde no pidan libreta - dijo Angela.
- Yo también me voy, a Viedma - dijo Consuelo.
- Yo me vuelvo a Buenos Aires, si puedo - dijo María.
- Pues allí no vais a poder trabajar sin sanitaria - dijo Paulina.
- Ya verás si trabajo o no trabajo - se mofo María.
- Yo me quedo - dijo Maud.
- ¿y tu, Paulina? - dijo María.
- Pues no lo se, niña; la verdad es que no se. - dijo Paulina.


                                                                           XXX

A los funerales del honorable Coronel Varela asistieron grandes personalidades de la época. Estaba Manuel Carles, el ministro de guerra Justo, el presidente Alvear y por supuesto también Don Hipolito Yrigoyen.


                                                                             
                                                                            XXXI

Titular: "Wilckens fue asesinado en la prisión Nacional" - "una venganza ruin y cobarde" - "¡hay que iniciar de inmediato una huelga general de protesta contra ese alevoso crimen!" - "Anarquistas, trabajadores, hombres dignos, demostrad vuestro repudio contra esa infame cobardía" (Titular de la Protesta, 1923)

                                                                             XXXII

Como dormía, no llego a escuchar nada. Para cuando el sonido del disparo le atravesó el oído interno, agitando la perilinfa, ya no había cerebelo que pudiera entender. ¿Habría soñado algo, esa noche? ¿soñaba con los campos de Bar Bramstedt? ¿con la libertad, con próximas revueltas, con una inglesa que había conocido en un vapor?


                                                                   MCMXXIII

Penetro en el pueblo como un fantasma. Atravesó el limite exacto donde comenzaba el pueblo y, como si nada, camino sus calles. Había regresado para responderles a todos aquellos, los hipocritas y cobardes, que todavía decían que había abandonado a sus compañeros a morir. El gallego volvía para dar la cara. Así fue que llego hasta "La favorita" y, como no había púlpito alguno, improviso uno con una silla. Gritaba que ahí estaba, que se había ido para continuar la lucha y que la lucha continuaba. Denunciaba a los asesinos, denunciaba la matanza. Como muchos imaginaran, no pudo seguir hablando mucho tiempo.
MMXIX
Jamás creció Flor Alguna sobre las tumbas de los fusilados. Están tapadas por el miedo de todos, por el silencio de todos.



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