Navegamos durante dos dias bajo la guia de los nativos. Hablaban un idioma extraño que no podiamos comprender pero, sin embargo, parecia que ellos si nos entendian de un modo vago. Por su hablidad para comprender señas o gestos, intuiamos que estaban, al igual que los nativos de las ladronas, habituados al comercio con otras naciones.
La Isla de Suagbo, que era hacia adonde nos dirigiamos, quedaba casi escondida entre otras cuatro islas, mas pequeñas en radio pero de una elevacion mayor. Suagbo parecia una serpiente durmiento entre cuatro lobos.
El Portugues envio a la Trinidad, capitaneada por Serrano, a circunnavegar la isla. Falero fue con ellos para trazar un mapa de la misma. Agotados como estabamos, parecia que el Portugues queria reabastecerse en Suagbo.
Apenas tuvimos puerto a la vista, los nativos nos solicitaron dejar la nave. Les brindamos una chalupa que nos habiamos llevado de la isla de los ladrones, en la cual se alejaron hasta perderse en una bahia cercana. Nuestra Nao y la Trinidad esperarian durante dos dias el regreso de la Concepcion, la cual volvio esa misma noche con un mapa de Suagbo.
A la mañana siguiente llegamos al puerto de Suagbo. Nos esperaba una comitiva de nativos. Al contrario de las islas que anteriormente habiamos visitado, vimos que aunque nuestros anfitriones no eran civilizados, tampoco estabamos en presencia de salvajes. Por sus ropas y actitudes vimos que mantenian un orden social. Notamos entonces que el Portugues habia logrado, en pocos dias, aprender un poco de la jerga y los gestos de los Suagbanos, y usando lo que sabia de esta les dio a entender que queria verselas con su jefe.
Nos llevaron entonces a traves de la isla, que en su mayoria estaba cubierta de grandes mesetas y cerros, siendo su planicie una ilusion que solo se explicaba por la nubosidad y las islas cercanas. El clima era selvatico y humedo. Subiamos y bajabamos meseta tras otras, siguiendo los caminos que los nativos y, antes de ellos sus antepasados, habian transitado. Asi fue que llegamos a ciudad se Suagbo. La ciudad era mas propiamente una gran villa o aldea.
Mientras una parte de la tripulacion descansaba en las chozas que generosamente nos habian cedido los Suagbanos, El Portugues y los demas capitanes fueron a entrevistarse con cacique o rey de Suagbo.
Al regresar a la cabaña, el Portugues con comunico que Huambon (tal era el nombre del Rey) se habia mostrado muy decente y hasta amistoso y que, hasta nuevo aviso por lo menos, tendriamos techo y comida a cuenta suya.
Los dias corrieron uno tras otro y nos acostumbramos facil, es cierto, a la vida en tierra. Ocupabamos el tiempo en comer, dormir, jugar a los naipes y correr detras de las mujeres Suagbanas, con mayor o mejor exito. El Portugues, por otro lado, pasaba casi todo su tiempo en el palacio del Rey, del cual se habia hecho muy cercano. Un dia nos anuncio que, por intermedio de Barbossa, Huambon habia aceptado la Fe verdadera y que desde ese momento era tambien, al igual que nosotros, un vasallo de su majestad Carlos I, Cesar de Castilla. El Portugues nos indico que los suagbanos debian recibir trato de cristianos y que era nuestro deber, como Cristianos Españoles y Portugueses, volver a esa isla un bastion de la civilizacion. Todos comprendiamos que, ademas, era un excelente puerto estrategico hacia la isla de las especias, de la cual en ese momento ninguno dudaba que estuvieramos cerca.
Para celebrar la conversion de Huambon y su corte, El Portugues mando erigir una enorme cruz en la entrada del pueblo, y los dias siguientes transcurrieron en la contradiccion de santos bautismos seguidos por festejos desenfrenados.
Dia a dia, al regresar a nuestras chozas el Portugues nos iba informando de los hechos y costumbres de aquellas gentes, asi como de la situacion de la isla. Al parecer, lo habia un soberano o rey que unificara a los vastos archipielagos que nos rodeaban, sino que cada isla tenia su soberano. Cada soberano pugnaba con el resto por el control del territorio, y asi surgian todo un entramado de alianzas locales y traiciones igualmente locales, que mantenian a toda aquella gente en constante agitacion, cosa que a nosotros, acostumbrados a vivir en la tranquilidad de una monarquia tan solida como solidos son los pilares de la tierra, nos parecia muy divertido. Era como pelear a las pulgas.
Un dia, sin embargo, nos enteramos de algo increible. Apenas a un cuarto de dia de navegacion, existia una isla en donde imperaba la Fe de los infieles. ¡Asquerosos Musulmanes! Una podredumbre tal, tan cerca de ese recien nacido bastion de Cristo, era sinceramente una amenaza. El Portugues nos dijo que el mismo Huambon le habia solicitado que acabara con el Rey de Mactan, y nosotros veiamos en su mirada que se habia tomado muy en serio acometer la empresa. Pronto supimos que Kali Pulaku, el Rey de Mactan, competia con Huambon por el florenciente comercio de la zona
Ya bien abastescidos y descansados, estabamos ansiosos de hacernos a la mar para combatir. Una victoria podria traernos, ademas de riquezas y fama, nuevos aliados en las islas colindantes, Bohol y Leyte. Ya ambicionaban, no solo El Portugues y sus capitanes sino todos nosotros, en fundar nuestro reino en ese archipielago vasto y bien nutrido. Habia suficientes islas para hacer un Rey de cada Marinero.
Hicimos un recuento de nuestras armas para el combate: Teniamos tres Naos que, entre las tres, sumaban quince poderosas piezas de artilleria. Teniamos ademas una pistola cada dos marineros, lanzas, impenetrables corazas de acero, hermosas espadas de Toledo y casi cincuenta ballestas en perfecto estado. Como los Suagbanos, al igual que los otros nativos que habiamos encontrado en nuestras travesias, se veian impresionados por nuestras armas y armaduras, El Portugues tenia plena confianza en nuestra victoria. No queriendo perder nuestro dominio sobre la Isla, decidio que solamente cincuenta de nosotros, los mas aguerridos y valientes, se armarian con lo mejor de las armaduras, las pistolas, todas las ballestas y naturalmente la artilleria, y partirian en la Victoria para exigir la total rendicion de Kali Pulaku ante El Rey Carlos I y Dios Todopoderoso.
Mientras que el resto de los oficiales y capitanes apoyaban al Portugues en la ofensiva, el valiente Serrano estaba en contra. ¿que lo aquejaba? Creia que deberiamos atacar con todas nuestras fuerzas, y que dividirnos solo nos llevaria a perder en ambos sitios. Con motivo de evitar la batalla, mando serrano a varios mensajeros Suagbanos a exigir de Kali Pulaku una rendicion pacifica que solo exigiria tributos, pero al cabo de varios dias de no volver los mensajeros sospechamos, con certeza supimos mas tarde, del triste destino de los emisarios.
El Portugues, junto con los 50 mejores guerreros de la expedicion, entre los que, confieso, no me hallaba yo, zarparon hacia Mactan la noche de l9 de Abril de nuestro calendario. Con el iban el terrible Espinosa y el cien veces probado Barbosa. Tambien iba, ceñudo pero valeroso, el buen Serrano. Iban con nuestras mejores armaduras, con robustos yelmos y temibles alabardas de cipres. Llevaban las mismas espadas que siglos atras habian hecho estragos entre los moros de Jerusalen. Las atronadoras pistolas y los cañones, que hacian temblar al mismo azur con su fuego, iban a bordo con ellos. El resto, unos setenta marineros, nos quedamos en Suagbo en representacion de la Corona.
Tal y como lo habia planeado el capitan, las Naos aprovecharon el buen viento y la falta de luna (predicha por Falero) para atravesar la distancia entre las islas en completo silencio. Para cuando la hermosa Iris recogiera con sus dedos el rocio de la mañana, nuestra Nao Victoria se hallaria llenando de fuego y metralla las costas de Mactan.
Sin embargo, esto ultimo no ocurrio. Al parecer, los exploradores de Huambon eran harto incompetentes, puesto que en sus rudimentarios mapas no se describia a la costa de Mactan como lo que era realmente: una serie de acantilados y bancos de Coral que hacia imposible el desembarco a cualquier nao de respetable tamaño. Fue asi que tuvieron que detenerse harto lejos de las playas, tan lejos que los cañones no podian cubrir la distancia. Por otro lado, Kali Pulaku habia sido advertido de algun modo de nuestro ataque, puesto que la playa se hallaba reforzada con puestos escudados de madera, y cual le ocurrio a los aqueos en Illia, nos esperaba en la playa todo un ejercito listo para el combate.
Los indigenas musulmanes comandados por Kali Pulaku eran inferiores en su armamento, teniendo unicamente dardos, jabalinas de muy pobre fabricacion, garrotes, machetes y escudos de yesta o madera. Su unica superioridad estaba en su abrumador numero, contandose por cientos y cientos mas.
¿que fue, de entre todos los pecados o malos impulsos que anidan en el alma del hombre, lo que llevo al Portugues, que habia demostrado ser el mas audaz de los hombres, a ordenar el ataque? Dado que no podian usarse los cañones para sembrar el terror y la muerte, el buen sentido dictaba la retirada en vistas de mejores oportunidades. Atacar en tan poco numero era como minimo arriesgado. ¿fue acaso la soberbia, el deseo de una gran victoria, de una increible prueba de fuerza, lo que llevo al Portugues a librar la batalla en esas condiciones? ¿Fue el orgullo, tan propio de los grandes hombres, unido a la confianza en nuestras ballestas y pistolas? ¿o fue otra cosa? No tuvimos, lamentablemente, manera de saberlo.
Las cosas ocurrieron, quizas con alguna variacion, de la siguiente manera: El Portugues, Serrano, Barbossa y el resto de los hombres bajaron en chalupas de las Naos y avanzaron a golpe de remo hasta que pudieron tener el agua por las rodillas. Apenas los nativos descubrieron que se acercaban, los recibieron con una lluvia de flechas y jabalinas. Los soldados se refugiaron bajo sus escudos y, salvo uno o dos desafortunados que cayeron, por descuido o condena del siniestro Satan, bajo los dardos de los infieles, el resto de nosotros avanzo a paso firme. Los dardos y jabalinas no podian penetrar las corazas de acero forjado, asi que solo era cosa de proteger la cara y el cuello, que era precisamente donde apuntaban los musulmanes, que no eran nada tontos.
El Portugues mando a disparar los cañones del barco y ordeno una descarga de mosquete sobre los infieles, quizas con la esperanza de generarles terror y desarmar sus lineas, pero esto al parecer no ocurrio. Los nativos, que eran mas de mil, estaban dispuestos a morir por su Rey Guerrero. Los que volvieron de aquella batalla describieron a Kali Pulaku como un titan de casi dos metros de altura, dotado de un enorme escudo de corteza de Fresno y un soberbio machete. Se mantenia en primera linea y no retrocedia ante el peligro. Cuando el Portugues vio que los musulmanes no solo no retrocedian ante el fuego y el hierro, sino que comenzaban a avanzar con la obvia intencion de rodear al pequeño ejercito y cortarle el paso a la Nao, debio haber ordenado la retirada. ¿Por que no lo hizo? si lo hubiese hecho, si su orgullo o su osadia no hubiesen nublado su buen juicio, muchos de nuestros mejores hombres aun estarian vivos.
Pero la retirada no llego, y en un instante los infieles estaban sobre los nuestros. Una rapida descarga de ballesta, de la cual eramos todos habiles tiradores, mando directo al infierno a cincuenta barbaros. Varios mas los siguieron gracias a los mosquetes y pistolas, volviendo rapidamente la cristalina playa en un mar de sangre. Pero los numeros, que no perdonan ni conocen milagros, tornaron desde ese momento la balanza a favor de nuestro enemigo. Una vez agotadas las descargas, lo inmediato y lo feroz de la lucha cuerpo a cuerpo no dio tiempo a recargar a ninguno de los nuestros, pues es sabido que los islamicos son terribles guerreros ya sea con la lanza o la cimitarra. Asi, uno a uno, tal como caen las gotas en la clepsidra, fueron cayendo los mas valerosos hombres bajo el machete, la afilada lanza de bambu o el deshonroso arco.
En cierto momento, tras encarnizado combate, y ante la negra perspectiva de verse diezmados, los soldados intentaron volver a la nave. La mayoria penetro en formacion de lanza hacia las chalupas mientras que El Portugues, Serrano y Barbossa contenian, como los heroes de las leyendas, a las hordas asesinas que renegaban del nombre de Dios y de su hijo. Gracias a la valentia de nuestro Capitan, muchos pudieron abordar las chalupas y volver a la Nao. Serrano y Barbosa ente ellos. Del resto, cuyos cuerpos sucumbieron bajo la furia del enemigo, me consuelo en pensar que sus almas subieron, etereas y luminosas, al cielo que nos espera a todos los servidores de Cristo.
Sobre la tragica muerte del Portugues, no tengo mejores palabras que las que nos narro uno de los ilustres sobrevivientes, el maese Piagfetta: "En el fragor de la batalla, un isleño consiguio alcanzar al capitan en la cara con una lanza de bambu. Desesperado, este hundio su lanza en el pecho del indio y ahi la dejo clavada. Quiso luego usar su espada, pero solo llego a desenvainarla, pues recibio una nueva herida en el brazo, de un segundo enemigo. Una flecha le atravezo la pierna, lo cual ocasiono que se desplome. Una vez lo vieron caido, aquellas fieras cayeron sobre el como lobos y chacales, con sus cimitarras y garrotes y con cuanta arma tenian encima, y lo masacraron rapidamente. Y asi acabaron con el, con nuestro espejo, nuestra luz, nuestro consuelo, nuestro guia verdadero. Incluso cuando estaba herido, se volvio muchas veces, hasta el ultimo momento, para asegurarse que todos estabamos en los Barcos.
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