Retomare, ahora que hemos llegado a España sanos y salvos, la narracion donde la habia dejado.
Escribo, ya mas viejo y cansado, con mas sosiego que cuando estabamos en la mar. Me cuesta, tras años de larga travesia, ordenar mis pensamientos. Sepan que hare mi mayor esfuerzo por presentar de forma ordenada lo que ocurrio.
Habia dejado la cronica en el momento en que, tras perder dos Naos, la Santiago hundida en Patagonia y la San Antonio, vil desertora que seguramente rumbeaba hacia Castilla, surcabamos el mar del sur buscando una ruta hacia una gran fuente de riquezas: Las islas de las especies, en donde esperabamos encontrar, ademas de fama, una cuantiosa fortuna. Quedabannos pues tres Naos: Victoria, al mando de Serrano, la Concepcion, al mando de Barbossa y la Trinidad, al mando del Portugues.
Navegabamos, como era sabido, bajo la bandera Española y, aunque Portugues era nuestro capitan y Portugueses tambien los oficiales, el reino de Portugal era nuestro declarado enemigo. Nosotros los marinos eramos Españoles, Castellanos, Sevillanos, Gallegos.
Navegabamos hacia el Este, en busca de las Indias Orientales, siguiendo las cartas y mapas del prestigioso Ruy Falero, amigo y compañero de aventuras de nuestro Capitan.
¿Existe algo peor que la tormenta en alta mar? Azotado innumerables veces por terribles tempestades, las cuales nos hacian arrojarnos al suelo y atarnos a cualquier mastil, cañon o tonel con tal de no salir despedidos al abismo, me lo habia preguntado muchas veces. Ahora puedo decirles, despues de navegar por el azul Pacifico, que si, y que peor que la tormenta, mucho peor, es la calma; Pues despues de la tormenta, aun quedan vientos y brios que impulsan las naos a algun puerto. Pero en cambio nosotros, desde que habiamos cruzado el estrecho de todos los santos, nos encontrabamos avanzando a muy pocos nudos en el medio de un oceano que parecia no tener fin.
Poco a poco, dia tras dia, comenzaron a escasear agua y comida. Dia tras dia elevabamos nuestras oraciones a San Telmo para que el vigia, desde el nido de cuervo, nos diera el ansiado aviso de tierra. Mas los dias y las semanas pasaban sin ninguna esperanza. Nuestro alimento diario era una horrible galleta que no era mas que un engrudo cocinado, que se asemejaba tanto al pan como los gusanos, que por cierto aparecian cada vez mas seguido, se parecen a su divino creador. La galleta tenia ademas, nunca podre olvidarlo, un olor insoportablemente rancio que no podia ser debido mas que a la orina de rata que impregnaba todas las provisiones del barco. El agua que atesorabamos mas que nuestras propias armas era ya hedionda, cuando no putrida. Todo cuero, fuese del animal que fuese, paso a convertirse en un valioso bocado que era vendido a hurtadillas. Cuando se acabo el cuero, comenzamos a tragarnos el aserrin. Cualquier cosa era mejor que el hambre. Y las ratas, esas feroces competidoras que habiamos traido de españa y que ahora no solo nos disputaban la galleta, el cuero y hasta la madera, pasaron a convertirse un buen dia de competidoras a medio de substento. Cuando nos dimos cuenta de que, sin contarnos todavia a nosotros mismos, las ratas eran la unica fuente de carne a bordo, comenzo una caceria tal que a los pocos dias ya casi no quedaban ratas a bordo de ninguna Nao. La carne de rata, que en una situacion normal no seria probada ni por el mas miserable de los pordioseros, se habia vuelto un bien tan preciado que se pagaba medio ducado por cada rata. Nuestros males empeoraron aun mas cuando a la sed, la fiebre y la hambruna se le sumo una horrible y desconocida enfermedad que nos ennegrecia las encias, nos aflojaba los dientes y nos hinchaba las mandibulas hasta que la carne ocultaba los dientes. Estos sintomas terminaban a veces con una fuerte fiebre que, si no se bajaba rapido, terminaba en violentas convulsiones que las mas de las veces se llevaban al infierno al pobre doliente. Estabamos ya a punto de morir de hambre cuando los gritos roncos y enloquecidos del vigia nos decian lo increible. Tuvo que gritarlo innumerables veces para que creyesemos que no era un sueño o un delirio: despues de mas de noventa dias con sus noches, habia tierra a la vista.
Eran varias islas pequeñas de densa vegetacion. Bastaba una mirada para ver que la civilizacion no habia llegado hasta ese archipielago. Apenas desembarcamos notamos que las islas estaban habitadas por nativos salvajes. Las playas estaban repletas de pequeños grupos de esbeltos indigenas que se dedicaban a pescar con ingeniosos utensillos de caña y grandes redes. Estos nativos, que sospecho jamas habian visto la blanca tez de los hijos de Castilla, se mostraron al principio grandemente sorprendidos por nuestra presencia que, aunque de aspecto miserable, era diferente a la suya propia.
Tenian cuerpos de hermosa musculatura que llevaban, hombres y mujeres por igual, desnudos o apenas cubiertos alguna pieza de cuero. Era evidente que estos seres tenian alguna inteligencia y que, ademas, estaban acostumbrados al comercio con otras tribus, puesto que lo primero que hicieron fue ofrecernos pescado y frutas, no sin antes, por medio de gestos, exigir algo a cambio. Lo segundo que hicieron, si se lo preguntan, fue poner a sus mujeres fuera del alcance de la vista, puesto que notaron que el gran tiempo pasado en alta mar vuelve a los hombres poco menos que fieras salvajes. Muchos de nuestros marineros, de no estar tan enfermos y hambrientos, se hubieran batido a hierro y fuego para robarse a aquellas salvajes. De haberlo intentado seguramente nos hubieran muerto en esa isla, porque aunque los nativos no eran muchos, eran bastante fuertes.
Para nuestra gran alegria, conseguimos cambiarles varias piezas de hierro que para nosotros eran inutiles (dos piezas estropeadas de cañon) por una buena cantidad de agua y pescado, asi como tambien redes y utensillos de pesca que, en lo subsiguiente, nos servirian para evitar el hambre en toda esa zona.
Inmediatamente despues de comer, ya recuperada en parte la facultad de observar y pensar como cristianos, notamos que los nativos de la isla eran mas astutos de lo que nos habian parecido, pues maravillados por nuestras cosas como estaban, nos habian robado un esquife con sus remos. Furioso por la afrenta, El Portugues ordeno a la Trinidad enviar una expedicion, con el mismo a la cabeza, para castigar a los nativos. Cuando llegamos a la playa, nos dimos cuenta de que nos esperaban armados con lanzas de caña, escudos de corteza de palmera y unos dardos que comenzaron a arrojarnos con increible fuerza y presteza, llegando a herir a varios de los nuestros. El Portugues, que avanzaba frenetico pese a su cojera, mando a dispara y a una señal de su sable varios estampidos causaron el horror entre los nativos. Ahora que habiamos comido, los brios habian vuelto a nuestros corazones y a nuestros brazos y piernas, y en una corta batalla logramos matar a varios nativos y capturar a otros tantos, que degollariamos mas tarde en un acto de escarmiento. Luego de recuperar nuestro esquife, incendiamos varias de sus chozas con la esperanza de que recordasen para siempre los resultados de insultar a un Castellano. Tambien, como no podia ser de otro modo, terminamos por llevarnos, contra toda regla, a dos o tres de sus mujeres, lo cual fue completamente inutil pues estas murieron misteriosamente apenas ganamos la mar.
Como estaba habitada por pillos, denominamos a esa isla "de los Ladrones".
Ahora que habiamos encontrado esta isla, pronto notamos que la zona era un enorme archipielago de pequeños islotes, asi que encontramos varias similares siguiendo la ruta del este, y pudimos comenzar a aprovisionarnos e incluso a acuñar buena cantidad de objetos nunca antes vistos: plantas exoticas, hermosos pajaros, extraños utensillos de caza, monstruosos animales.
La travesia continuo hacia el oeste, y tras un corto periodo de salir del archipielago a mar abierto, encontramos un nuevo cumulo de islas, menor en numero pero mayor en tamaño. El Portugues nos dijo que, de creerle a los mapas, no debiamos de estar muy lejos del lejano oriente.
Tras entrevistarnos con varios nativos de las islas mas orientales, nos hicieron entender que la isla de las especias no podia ser otra que Sugbo, la ciudad donde segun ellos se encontraban las mayores riquezas y la mas vasta cantidad de productos. El Portugues no se fiaba de esta informacion, pero ante la oportunidad de poder visitar algun puerto importante, tomamos de guias a dos o tres nativos y nos hicimos conducir, listos los cañones para cualquier eventualidad, hacia Sugbo.
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