26 jun 2019

Ley de Murphy

Banco Nacion. Primer subsuelo. Un pasillo enorme que se bifurca en decenas de pasillos, que dan a mas pasillos, que a su vez dan a mas pasillos (que tal vez son los mismos pasillos del comienzo) formando laberintos verdaderamente borgeanos o madrigueras inconfundiblemente kafkianas.
En algun punto (todos los laberintos tienen un punto central) hay una columna de asensores. Como las furias, como las moiras, como las gorgonas, como los jueces del infierno, los asensores son tres. Lo ideal seria que uno lleve al cielo, que otro baje al infierno y que un tercero lleve justamente adonde yo estaba: la tierra de los hombres. Pero la realidad (generalmente decepcionante) nos dice que los tres hacen el mismo recorrido, del quinto piso al tercer subsuelo del banco. Ida y vuelta, ida y vuelta, todo el tiempo sin parar del menos tres al quinto, como pistones, pistones del sistema bancario. Gente que va y que viene, que fluye como el capital. Aunque el capital mas se va de lo que viene. Lo que cambia es la frecuencia del destino: el capital siempre termina en un paraiso fiscal. La gente, casi nunca va a un paraiso. Ni fiscal ni tropical. Muy por el contrario y por lo general, la gente va al infierno. Va y viene, practicamente vive ahi.
Ese infierno tiene un banco y ese banco tiene un primer subsuelo con una entrada por reconquista y otra por Bartolome Mitre. Hay un pasillo enorme y hay los laberinticos pasillos y tambien hay un punto central con asensores que vienen y van. Un espejo deforme (o no tan deforme) de la realidad.
Yo esperaba el asensor y, esperando conmigo, estaba un demonio. Era de rango menor. Lo supe de inmediato por su uniforme, un uniforme de limpieza. Ademas llevaba uno de esos carritos de plastico que integran balde, escoba, trapos y escobillon. Era un demonio femenino. Lo supe porque tenia la cara y el cuerpo de una chica joven. Morocha, teñida de rubio, inusualmente alta (mas alta que yo incluso). Era un demonio al que le gustaba la musica. Lo supe porque llevaba auriculares. Era un demonio impaciente. Lo supe porque mascullaba por lo bajo ante la demora del asensor. Se cruzaba de brazos, movia los pies y hacia pequeños gestos de desesperacion. ¿Seria tambien un demonio ocupado? Esto no pude determinarlo. Habia que preguntarle. La mire, me miro. Contacto visual, algo muy importante, casi el primer paso para acercarse a animales peligrosos.

- Es terrible lo que tardan - dice ella, haciendo referencia a los insufribles asensores. No se por que, pero esperaba que su voz tuviese algun acento. No tenia ninguno. Perfecta modulacion rioplatense.
- Para colmo uno esta descompuesto - le digo yo, señalando el asensor del medio, que ostentaba un "fuera de servicio" en letras rojas.
Ambos sabiamos que ese era el asensor del cielo. Llevaba descompuesto casi dos milenios.
- Mientras mas apurado estas, mas tardan - dice ella, queriendo expresar el colmo de su exasperación. La entiendo. Si algo puede salir mal, saldra mal. ¿sabra que Edward Murphy formalizo el principio alla por el 49? Tengo ganas de preguntarselo, pero no quiero que me crea pedante. Sobre todo porque lo soy. "todo lo que pase tiene que pasar mal". ¿acaso no es esa la logica del infierno? Es decir: Ser = Mal. De la ley de Murphy a la ley infernal hay un solo paso. Tiene sentido. - El secreto es nunca estar apurado - le respondo, y sonrio. Me devuelve la sonrisa. Ambos sonreimos. Es ilegal sonreir en el infierno. Tambien en los bancos. Doblemente prohibido. Ambos lo sabemos, y tal vez por eso las sonrisas se ensanchan. Los ojos del demonio brillan, al menos tanto como son capaces de brillar los ojos de un demonio de bajo rango. Es decir casi nada. Por eso digo "brillan" y no "resplandecen", que es un termino reservado para angeles y carteles de neon. De todos modos, aqui hay algo raro. Eso es lo que pienso. Porque los demonios jamas le sonríen a los hombres. Los torturan, si. Se los comen en ollas gigantescas, tambien. A veces hasta celebran contratos de compraventa. Pero sonreirles, jamas. Es cosa sabida. Solo se sonrien entre ellos, generalmente para burlarse de nosotros. ¿nosotros? Entonces comprendo lo obvio: yo tambien soy un demonio. Tengo que serlo por fuerza, porque de otro modo no habria estado tambien ahi, esperando el asensor, sonriendo.
Quiero preguntarle si me ve como demonio o como hombre, pero ya llega uno de los asensores. Va bastante lleno. Yo subo pero ella no. No puede subir. No se permiten los carritos de limpieza mas que en asensores vacios. Pienso con lastima que va a tener que esperar otro.

2 comentarios:

Jora dijo...

Me veía venir el giro argumental en el protagonista, aunque me resistía en la esperanza de que la demonia de limpieza estuviese actuando de forma subversiva… Igual me dio penita, será por que fui de “ese” tipo de demonio. Aunque a veces con el uniforme y sin el carro me han confundido con demonios mayores, esos que les dicen “doctor”, y yo contestaba con solemnidad nunca aclarando que no lo era, ni afirmándolo.

demonio de rango medio dijo...

Una historia mas de la coleccion de puertas infernales. La referencia al inframundo se impone de un modo necesario al hablar de subsuelos de grandes bancos. Ya la atmosfera kafkiana de ese tipo de edificios me predispone a esos deslices de la realidad. Aca tambien parti de una anecdota real del mismo dia del cuento: la charla con la demonio y la secuencia del asensor.