Sebastian habia soñado que habia un cantaro purpura sobre la vieja y señorial repisa de marmol sobre el hogar de hierro de la antigua chimenea medieval.
El odre parecia viejo y gastado, y a decir verdad era realmente gris, gris opaco o verdoso, y entonces Sebastian no sabia de donde venia lo de violeta, como si violeta fuese una voz que dice "violeta" antes de que el odre aparezca.
El odre parecia vacio pero no lo estaba. Si uno se acercaba despacito, y con infinito cuidado lo sostenia entre los brazos, acunandolo como a un niño verde y enfermizo de sueño tenue, entonces se oia un arrullo, algo como el venenoso batir de alas, de unas alas apaciguadas, como forradas en goma, o tal vez solamente arena lleno y viniendo.
Lo cierto es que el odre contenia dentro todo el aire del paraiso, todo el agua de los cuatro rios, todo el fuego robado por Prometeo, todo la tierra del jardin de las Hesperides, los planos de la Jerusalen Celestial y el original de la Vaca de Platon.
Todo esto soño Sebastian, mas al despertar se decepciono, pues no habia en la casa ni cantaro purpura, ni vieja y señorial repisa de marmol, ni hogar de hierro, ni muchisimo menos antigua chimenea medieval.
Mucho tiempo o algunos minutos penso en su sueño, mientras las sabanas aun estaban frescas y aun dormian los ruidos del mundo. Luego se levanto y lavo, se vistio y bajo a desayunar, ya plenamente incorporado a la carrera diaria. Mas tarde jugaria a la pelota y a la escondida, iria a la escuela y a las clases de ajedrez, se enamoraría una y mil veces, recorrería calles desiertas, hallaría y perdería objetos.
De tanto en tanto, recordaba el sueño; Recordaba el odre y la chimenea, la repisa y el hierro. Poco a poco, Sebastian se encontro buscando chimeneas entre las casas, hogares entre las chimeneas, repisas sobre los hogares, y sobre todo, Cantaros falsamente grises sobre las repisas.
Una calurosa y humeda tarde de verano, siguiendo una pelota, Sebastian salto un muro. El muro era alto y gris, algo torcido a la izquierda y sin revoque fino. Cuando salto al otro lado, se lastimo el tobillo al caer. Del otro lado del muro estaba una quinta en ruinas. La pelota habia caido en un vasto pastizal que se ubicaba entre la higuera y las gigantescas plantas de chauchas.
Sebastian se acerco a la pelota y la tomo en sus manos; Luego la lanzo al aire y de una soberbia patada la hizo volar hacia el otro lado del muro. Pero en vez de volver, entro a la choza.
La choza era de madera vieja y humeda, una verdadera montaña de tablas a punto de desplomarse, solo sostenida al parecer por la fuerza del hilo de las laboriosas arañas.
Al entrar, lo le sorprendio que hubiese una chimenea. Tampoco le sorprendio ver sobre el hogar la repisa de surreal marmol blanco. Entonces, presa de ninguna emocion, simplemente se acerco a la repisa y tomo el odre. Era asquerosamente gris. Cubierto por las redes de hilo de araña, un sello en arabe sellaba el corcho que oficiaba de tapa.
Sebastian se llevo el odre a su habitacion y lo oculto bajo su cama, entre los pares viejos de zapatillas y las raquetas de paddle.
Y cada noche, cuando yacia acostado, sentia que las hormigas invisibles salian del odre y recorrian la casa entera.
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